quarta-feira, 1 de novembro de 2017

GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN | Andrés Eloy Blanco y Baedeker 2000: vanguardismo y anticipación en la poesía venezolana

No creo que exista poeta venezolano donde hayan recaído simultáneamente mayores elogios ni mayores vilipendios que sobre Andrés Eloy Blanco. Entre estos dos extremos se ha enfocado a menudo su obra, lo cual no es de ningún modo saludable: en ambos casos se incurre en el peligro de defor­mar una obra plural, interesante, e inserta como pocas en el meollo mismo de una época contradictoria.
Durante la década de los años 60, especialmente, comenzaron a hacerse las críticas más duras acerca de una obra que, como la de Blanco, había ocupado un lugar notable en la conciencia estética de su tiempo.
Pero ese lugar había estado demasiado contaminado por intereses políticos, los cuales terminaron siendo emblemas de la figura pública del poeta para convertirla en una imagen de mero “poeta popular”; ello, a la larga, terminó problematizando un encuentro significativo con la obra del poeta. Pese a este manejo político de su figura literaria, (asociada directa­mente a la del Partido Acción Democrática, del cual fue fundador), la obra de Blanco se impuso por sí misma, logrando calar de manera real en la sensibilidad popular. Ello se debió, además del talento natural que Blanco tenía para la poesía, al debido manejo que éste hizo de los temas del nativismo y el folklore, y de los recursos tradicionales de la poesía española, como la copla y el romance. A estos recursos añadió los de la tradición clásica trovadoresca, los cuales trató de adaptar a los motivos venezolanos con un resultado bastante desigual. Es acerca de los logros de estos motivos nacionalistas donde tengo mis mayores dudas de Blanco como poeta, sobre todo cuando utiliza las formas del soneto o las entonaciones grandilocuentes del romanticismo. Por su­puesto, el poeta pasó por una obligada fase modernista, sin la cual su lírica –y me temo que toda la lírica hispanoamericana de comienzos de siglo– no hubiese descrito un desenvolvimiento natural.
A forjar su imagen de poeta popular contribuyeron sus discursos y arengas públicas –redactados en períodos importantes de consolida­ción de Acción Democrática– y su peculiar estilo declamatorio, muy imitado entonces por recitadores populares de toda índole.
El énfasis histórico‑trascendental, un tono épico forzado (muchas veces llevado a un carácter de himno), un empleo prolijo de metáforas románticas –donde no es difícil encontrar los estragos del clisé y de la cursilería– forman parte de esta primera etapa de la obra de Blanco, donde puede incluirse el libro Tierras que me oyeron (1921), y partes de un “Saldo de poemas” que tituló Poda (1923‑1928).
Pero no es objeto de estas líneas someter a una mirada sentenciosa la obra del poeta cumanés, sino anotar algunas impresiones sobre un libro suyo que ha llamado especialmente mi atención: Baedeker 2000, publicado en 1938. Por cierto, además de los homenajes (muchos de ellos merecidos, si tomamos en cuenta la cantidad de reconocimientos dedicados hoy en Venezuela a poetas de menor cuantía), la obra de Andrés Eloy –como le decían a secas cari­ñosamente– reclama una lectura atenta por parte de las actuales genera­ciones, ya sin los apasionamientos históricos o políticos con que en un momento se pretendió imponer, descalificando otras valiosas obras coetáneas, simplemente por no participar del “sentimiento popular”. Las siguientes líneas deben tomarse, entonces, como una valoración per­sonal hacia el mencionado libro, a mi modo de ver una pieza notable dentro de nuestra expresión vanguardista.

POESÍA DE ANTICIPACIÓN | Lo que más me impresiona de este libro es la poderosa imagina­ción de índole narrativa utilizada para exponer un mundo. Para ello, Blanco echa mano de una serie de recursos vanguardistas que podrían asociarse al futurismo, ultraísmo, surrealismo, el creacionismo his­panoamericano o a una lectura combinada de éstos, los cuales tuvieron una marcada influencia en la literatura de la postguerra europea (el término “vanguardia” tiene un origen militar), y que luego fueron asi­milados en América de manera progresiva; así tenemos que el Ultraísmo español influenció poderosamente la poesía de Jorge Luis Borges entre 1919 y 1922; también dieron origen a un movimiento tan radicalmente personalizado como el creacionismo de Vicente Huidobro, a quien se ha señalado como el iniciador de la vanguardia en castellano con la publi­cación del poema Ecuatorial en 1918; o el caso notable de César Vallejo, cuyo li­bro Los heraldos negros (1919) condensa toda una experiencia vanguardista tamizada por una personalidad de ancestros indígenas peruanos, en ocasiones guiada por un dilema existencial que se debatió entre París y España; en Venezuela, el caso de Salustio González Rincones, que publica sus Trece sonetos con estrambote a sigma (1922) y La Yerba Santa (1928), como ejem­plos de la variedad de las resonancias de la vanguardia en América.
En el caso de Andrés Eloy Blanco, no me detendré a exponer dónde o cómo pudieron haber operado tales resonancias, sino sólo a señalar al­gunos rasgos y constantes en Baedeker 2000, donde se advierte una vi­sión anticipatoria hacia el año 2000 como metáfora del progreso; obser­vamos cómo el poeta transforma los objetos en símbolos y las palabras en imágenes novedosas, haciendo gala de una imaginación verbal poco usual en la poesía de la época.
En Baedeker 2000 conviven dos grupos de poemas: los poemas narra­tivo‑descriptivos y los poemas eminentemente líricos. Sin embargo, el poeta no los ha agrupado así; éstos se presentan entremezclados y van creando una sensación variada a medida que el libro avanza.
Dentro de los primeros advertimos los que podrían ubicarse dentro del gran tema central del viaje o los viajes, y luego los poemas que po­dríamos llamar de arquetipos, donde sobresalen personajes como Juan Bimba. De hecho, podemos decir que Baedeker 2000 se nos presenta como un gran viaje por Venezuela, en distintas estancias, tiempos y paisajes. En él, los paisajes son tamizados constantemente por el juego lingüís­tico, que no permite la entronización de un elemento monolítico en la voz poética; ésta se encuentra siempre en movimiento, presentando diver­sas facetas y distintos ritmos, los cuales dinamizan constantemente la expresión.

LA METÁFORA DEL VIAJE | El viaje se presenta en sus variables naturales: cielo, mar y tierra, y dentro de la multiplicidad que estos espacios ofrecen para trans­portar al hombre. Tomaré sólo algunos ejemplos para tratar de indicar esto, pues el libro contiene una profusa cantidad de textos donde po­dría estar indicada esa misma voluntad para el viaje.
Para comenzar, habría que señalar que este libro fue escrito durante la reclusión que el poeta sufrió en la cárcel, o más precisa­mente, como dice él mismo en su prólogo, “en las bóvedas del Presidio de Puerto Cabello. En presencia del mundo indeseable, irrespirable, insoportable, en presencia de la realidad rechazada por el ser…” a causa de la opresión vivida durante el régimen de J.V. Gómez. Para tolerar esa realidad indeseable, ha creado una “superrealidad” desde donde aspira descubrir nuevas cosas para el mundo y el hombre de Améri­ca, esperando tener eco en su tarea de dignificar lo humano. De aquí que Andrés Eloy crea fervientemente en el Colombismo, es decir, en “el re­greso del poeta a la Humanidad y a la incorporación de lo lírico a las fuerzas útiles del mundo”, en una expresión que aspira a lo clási­co, para “situar el artista en la proa de la humanidad, reinvindicar su función creadora, anunciadora, descubridora de mundos. Devolverlo a su valor homérico, a su valor dantesco”. Tal estado de alma le permite al poeta asumir una responsabilidad, y como tal asumir un rol revolucio­nario dentro de la conciencia de su tiempo. Así, en el poema que abre el libro, Autorretrato, nos dice: “Nací en una revuelta, / viví una Revolución / y me voy por la puerta de un idilio”. Nos confiesa también sus fuentes literarias: “Bebí el último trago romántico / y el primer sorbo ultraísta”. No puedo dejar de anotar aquí el parentesco que en­cuentro entre este poema y uno de Víctor Valera Mora, Manifiesto, per­teneciente a su primer libro, Canción del soldado justo (1961), donde tanto por el tono de su escritura como por el tema político, puede ha­ber bebido del poema de Andrés Eloy. No estoy haciendo una especula­ción: estoy afirmándolo. El trasfondo amoroso de ambos textos es evi­dente, tanto en su temperatura filial como de afecto universal.
En “La casa, la novia y Juan” pasa a hacer sus célebres dibujos sobre Juan Bimba, su esposa, el mundo de los obreros, de los ejérci­tos, de las cárceles, de los mítines, de los tribunales. Hay un poema que denota ese hálito universal de Blanco, dentro de la perspectiva de atisbar lo futuro: Ecuatorial; comienza: “Por el tubo del gran ecuato­rial / entró anoche una palabra de luz / hablada desde Marte”. Así se titula también el libro de Vicente Huidobro con que se “crea” el ámbito anticipatorio del creacionismo. Hay otro poema, Monarcas, muy curioso por lo escueto y sugerente: “1930: 17 / 1940: 6 / 1960: 2 / 1980: 0 / 2000: ¿Dios?”. Creo que es el único poema en el mundo, eficazmente expresado, que se ha escrito con un 99% de números. Se anuncia en él, además, una vuelta a la religiosidad, por encima de toda monarquía.

 

TOURING CLUB | En la parte del libro así titulada entramos en un verdadero itinerario de países y ciudades: “Bogota‑Caracas”. “Caracas‑Río” y luego, dentro de la propia Venezuela, “De la costa al llano” “Del lago a la selva” sin excluir la fascinación que sobre Andrés Eloy ejercía “La cueva del Guácharo”, y el texto más extenso e importante de esta sección, "De oriente a la Sierra", donde Blanco realiza un re­corrido admirable en múltiples imágenes innovadoras. Por ejemplo: “Todo el llano movido de rebaños / asumía su dinámica de mar firme y nos brindaba a sorbos la totuma de leche de las aldeas nuevas. 0: “Las altas chimeneas refinaron la nieve con aroma de sidra”. También: “Nos bebemos el desayuno / de las montañas de cacao”. Debo admitir aquí la innegable fuerza creadora de Andrés Eloy.
Luego, en los poemas “Atlántico”, “Pacífico”, “Costas”, se pone de manifiesto la especial cualidad de Blanco para referirse a los pai­sajes del mar, nutrientes fundamentales de buena parte de su poesía. En "Costas" dice: “¡Costas de Venezuela en el año 2000!” (…) “Costa del año 2000, / barda floreada con la flor del muelle. / Costa venezo­lana, cabeza de Sur América, / terminal de todos los caminos del mundo. / Los marinos la buscan con mirada de proa / como si sus bahías hicieran dulce el agua. / Hay tantos barcos / que las olas hacen cola para entrar a los golfos”. Otros poemas de tema marino como Veleros están interpolados con nuevos itinerarios “Nueva York-Caracas, o como él mismo lo enuncia en uno de sus títulos, “Paisaje entre estaciones”. En Circunvalación los viajeros parecen prestos a un viaje alrededor del mundo desde Caracas. Pero en la ruta éstos se niegan a continuar y quieren bajar a tierra; los pasajeros se confabulan para clamar al piloto que baje otra vez a Caracas. Evidentemente, la intención humorística domina el texto, y consigue expresar el breve curso de una aventura frustrada. En otro texto, Viaje al fondo del mar expresa de modo admirable: “Un pez eléctrico / de electricidad positiva, / avan­zó inevitable / hacia los ojos de la compañera / y en los ojos color de agua del telégrafo / hirvió el caldo de cultivo de los electrones. Nos damos cuenta, extrañamente, / de que el mar es el cielo del valle submarino”.
Esta sola expresión, el mar es cielo del valle submarino, nos lleva a dirimir sobre los alcances de la metáfora creacionista que, más allá de la imantación huidobriana, toca de cerca las expresiones vanguardistas internacionales, para aproximarlas al sentido de la mo­dernidad. En este sentido, habría que reconocerle a Andrés Eloy Blanco un lugar destacado dentro de esta tentativa. No olvidemos que el Altazor (1931) de Vicente Huidobro es poema cuyo tema central es el viaje cósmico, el ejercicio metafísico de la caída en el espacio, que tocó, con todos los recursos disponibles de la vanguardia –Incluyendo las proposiciones pictóricas del cubismo y las técnicas del cine– este motivo del viaje cósmico, como una metáfora del trayecto humano.
En Baedeker 2000 se advierten no pocas de estas tentativas; así, las intenciones de “pintar” con las imágenes son enormes, sólo que la imagen final nunca es refleja, sino refractaria: “El cielo del mar iba hacia el fondo / y caía en mis brazos el cielo de la Tierra”. En Campo de batalla creemos al principio que es un guerrero quien observa su campo después del gran triunfo, pero ese guerrero es en realidad el campo que ha sembrado un campesino: “El campesino fir­mó su siembra / y está a la mesa en el calor del sábado”. (…) El humo de cocina y el humo de batalla / se encuentran en un beso de dos viejos con barbas”.
Pero así como Blanco puede apreciar la hondura de las gentes la­briegas y sencillas, también puede hacerlo con la gente de las grandes ciudades, y así tenemos que un Weekend en Caracas puede dibujar ese cálido confort de los placeres “superficiales”, como escalar el Ávila, bañarse en el Parque Los Chorros o dormir en una hamaca entre las tre­padoras de la pérgola. Todo ello, por supuesto, en compañía de una mujer a quien se invita al final: “Después, bailaremos de nuevo, solubles uno en otro, como el agua en el agua”. Vemos asimismo en el texto de Cosmópolis cómo los inmigrantes “que marcharon de frente a la tarde de América, / degollaron para siempre / la nacionalidad del paisaje”. En ese gran Regreso al paisaje de América nos exhorta el poeta: “Viajero / de los viajes modelo 200º, / no busques los caminos de regreso; / te basta ver el rostro del viejo guardavía / al regazo de sol pescado en las gargantas”.

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No sé si con estos pocos ejemplos habré mostrado la gran capaci­dad del poeta cumanés para acercarse a los itinerarios de un viaje que termina siendo interior, cuando dice de manera impecable, en un límite en el que todos los paisajes convergen en la soledad humana: “Y ya usted ve, aquí estoy, fondeado para siempre. / De aquí no salí nunca, / de este tope donde comienzan y terminan / todas las trayecto­rias; / estoy aquí, fondeado, sin un viaje en las manos / y a todos los que llegan les salto en las pupilas / y les chupo en los ojos dos go­tas de distancia”. Convencido estoy, sí, de que asistimos a un esfuerzo vanguardista como pocos de los experimentados en la poesía de habla castellana. Más que un esfuerzo, diría, es una realización con muy pocos altibajos.

CINES, O LA SÍNTESIS DE LAS IMÁGENES | Como es usual en la estética vanguardista, la experiencia cinematográfica va a jugar un papel importante dentro del ámbito visual de las imágenes, pero también en la manera de disponer el material verbal. Las imágenes en poesía se organizan siempre con palabras, se me dirá, pero ello no es del todo así, teniendo en cuenta que los fotogramas del cine se imponen como entes autónomos. Contamos en este caso con los intentos expresionistas de Wiene, Murnau o Lang en Alemania, y con el surrealismo de Buñuel como ejemplos de la superación del realismo documental, colocándose en los ámbi­tos poéticos del sueño y el horror, propios de la vanguardia. Para sólo citar un ejemplo, El gabinete del Dr. Caligari (1920) de Robert Wiene, abre una brecha no sólo para el cine alemán, sino que extiende su influjo a las artes no visuales, especialmente a la poesía. El mismo Vicente Huidobro escribió una novela‑film, Cagliostro (1923), y la envió a Hollywood con la esperanza de verla filmada, con el in­conveniente de que la novela misma contenía al lenguaje cinematográ­fico, la prosa incluyó los propios recursos del guión, con lo cual aniquiló sus posibilidades de verse realizada en pantalla, aún cuando quedó para la literatura como uno de los grandes ejercicios de la novela. En cambio, en varias de sus secuencias poéticas, Huidobro lo­gra los efectos de simultaneidad propios del lenguaje fílmico.
En los “argumentos” de Cine obrero, Cine agrario y Cine Pecuario Blanco alcanza una síntesis muy interesante de efectos fílmicos, más por vía de la imago que por técnica simultánea. Veamos: “En lo alto del rascacielos / un obrero en sábado / pincha una nube / y la hace llover. / Ríe estrepitosamente. / Cada gota que cae / trae un pez de ri­sa”. En Cine agrario: “De noche la luz del día / la guardan en los maizales. / De día, al cielo estrellado / lo embotellan en los trigos”. En Cine pecuario: “Las yeguas criollas, / cuando sintieron encima / al semental inglés, / gozaron, como la mecanógrafa / que se casó con el banquero”. En Cine marítimo y fluvial: “No sabe el río lo bueno, / lo bueno del agua dulce. / El río que se camina / no se conoce hasta el mar. / “Para el hombre sin mirada / que está mirando en la proa, / la proa / es un barranco que anda”. Finalmente tenemos la alusión al año lími­te: “El mar del año 2000 / aún tiene barcos de vela / y redes y pescado­res / y un pez que nunca se pesca”.
Se pone de manifiesto en estos textos la voluntad de visualizar los argumentos a la manera de sinopsis, de concentraciones de imágenes.
Muchas de ellas pueden constituir poemas autónomos o formar parte de una secuencia mayor, no importa. La intención del poeta es dejarlas libres en el campo imaginario del lector, como podrían serlo las Greguerías de Gómez de la Serna, también dentro de la experiencia van­guardista y cinematográfica, de quien el gran “Ramón” fue seguidor apasionado.
En otras secciones de Baedeker 2000 hallamos poemas como el extenso Orinoco, una travesía fluvial por nuestro gran río, al que compara con “Mi poema de hace setenta años, / mi viejo poema / frondo­so como tus selvas / desbordada como tú…” o retratos de un emigrante alemán, Walter Schonfeld, quien cautivó a Andrés Eloy a tal punto que éste le dedicó siete poemas; en Schonfeld y su progenie se recrea para volver los ojos a tierras distantes, cuyos habitantes buscaron atem­perar en el trópico, y las hicieron luego su morada definitiva.
En la sección titulada Museo dedica a cada una de las artes un texto, o más bien a quienes ejercen los oficios artísticos. Del pin­tor escribe: “Su misión / es imponer, más allá del realismo, / la ver­dad que debe venir, / su oficio es alcanzar / la aspiración de los paisajes sin fortuna”, en un claro alegato contra el realismo. De la Música: “El poema / fallece en el cuidado de un resuello dormido”. Evidente comunión música‑poesía. Sobre la danzarina: “ondeó levemente, con amago de brisa, / abrió las manos, hizo cuenco / y se fue echando sol por la cabeza”. Acerca de la Escultura: “Es un rostro de labios apretados; / es un rostro dormido / que tiene la más bella palabra, / una palabra nueva, / una palabra ingénita y definitiva / encerrada en la piedra de la boca”. Y finalmente del poeta: “El poeta habla, / dice su canto nuevo, / el poema del año dos mil uno”. Siempre adelantándole funciones de visionario.
En Poemas del tiempo de la quinta esposa vuelve sobre el tono épico de la raza y de la celebración heroica, y sobre el tema obsesi­vo de la madre, los hijos, la progenie futura. A mí modo de ver, és­tos poemas desentonan con la secuencia de textos que libro venía ofreciendo; lucen impostados, agregados, además de no ofrecer el tono vanguardista de los anteriores. Sin embargo, yo haría la excepción con Caracas 2000, un poema extenso que también se incluye en esa visión anticipatoria, a veces ingenua, de lo que sería nuestra ciudad para esta fecha que ya hemos rebasado. Imagina algunos lugares de la ciudad: “Sobre el cerro del Calvario, / el Botánico y el Zoológico; / los niños rodean al Panteón, bien lleno de pasado, / bien exonerado de actuación, / bien saludado de Porvenir”.
No descarta Andrés Eloy sus imágenes aé­reas, con las que gustaba de hacer ingeniosos juegos visuales: “Al cruzarse dos aviones, / una alondra se salva en un hilo de vuelo. / Una pausa inaudita interviene en los rumbos / cuando pasa una anciana que da la mano a su viejo”.
Recupera Blanco su aliento futurista al volver al tema dilecto de los hijos (“Al hijo de mi hijo”), y, sin alardes de vidente, le dice al hijo que no va profetizarle el dinosaurio eléctrico, ni el acumulador inextinguible, ni a parecerse a Marinetti o a Julio Verne. Apenas, dice, “Te anuncio a ti mismo”, advirtiéndole: “Acaso viviréis de un modo nuevo, / sobre una tierra nueva, –Acaso un disparo / de tu Máuser Modelo 2000 haga órbita”, en una imagen que nos recuerda a Apollinaire. “No te anuncio el mecanismo milagroso. / Para el año 2000 sólo te ofrezco, amigo, / esto: El hombre humano”.
Esta es una hermosa profecía de Andrés Eloy Blanco, la de anun­ciar el hombre humano en una época deshumanizada por la tecnología. No cayó en la tentación de hacer panegíricos pseudocientíficos ni de vociferar verdades filosóficas disfrazadas de lirismo. Su humor siem­pre es fino, de medio tono; su intención no es la de hacer reír, sino de la hacer sonreír con cierto dramatismo. El propio título del libro, alude a una circunstancia cotidiana, la de las guías turísticas Baedeker, que tuvieron una gran difusión y prestigio en el siglo diecinueve, pero siguieron editándose durante el veinte y consi­guieron una gran difusión en todo el mundo. Su editor fue el alemán Charles Baedeker (1801‑1859).
Blanco, en el título de su libro, alude paródicamente al de una de esas guías turísticas, que se propone recorrer, en su viaje poético, un periplo de lo que será Venezuela para el año 2000. Con su don verbal y humor extraordinario, Andrés Eloy Blanco consiguió en éste uno de sus más felices momentos poéticos, que influenció a otros nota­bles poetas venezolanos como Alarico Gómez, Miguel Otero Silva, Job Pim y Aquiles Nazoa. Pero no sólo a ellos. También a otros nos legó la firme lección de su aguda inteligencia y de su privilegiada sensi­bilidad, con una voz que fue capaz de anticiparse al porvenir dando muestras no sólo de un gran amor por su país, sino por muchos de los hombres que habitan buena parte de la Tierra. Pues ese es, a fin de cuen­tas, el Andrés Eloy Blanco que permanecerá.


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GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN (Venezuela, 1950). Narrador, poeta y ensayista. Libros más recientes: Consuelo para moribundos y otros microrrelatos (2012), Hombre mirando al sur. Tributo al jazz (2014), Gustavo Pereira. Los cuatro horizontes de una poética (2014), y Solárium (2015). Contacto: gjimenezemen@gmail.com. Página ilustrada com obras de Jair Glass (Brasil, 1948), artista convidado desta edição de ARC.

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Agulha Revista de Cultura
Número 104 | Novembro de 2017
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