sábado, 2 de março de 2019

CARLOS FERNÁNDEZ | Ensayo de surrealismo rumano




Queridos lectores:
Cada vez que me piden que les hable de surrealismo rumano creo que me viene a la mente la palabra Dadá, y creo que a muchos de ustedes les ocurre lo mismo ya que fue un movimiento que se dio a conocer mundialmente y del que se han escrito miles de páginas entre ensayos, tratados, novelas, poemas y obras de teatro. Pero yo quiero ofrecerles una visión algo más amplia. Un punto de vista que, si bien incluye el origen del dadaísmo,  les dará las pistas para seguir profundizando en otros autores que no siguieron en absoluto dicho movimiento e incluso alguno que ni lo llegó  a conocer aunque hubiera siendo merecedor de haber pertenecido a él.
Partamos pues del dadaísmo sobre el que debo plantar los cimientos para luego girar en espiral sobre más autores que creo que merece la pena que conozcan. Según opiniones de estudiosos del término, alguno dice que la palabra DADÁ proviene del primer balbuceo de un niño por lo que los creadores de dicho movimiento la escogieron como símbolo de expresión del primitivismo, del empezar desde cero. El Dadá es ruptura, destrucción de todas las convenciones anteriores con cierta actitud de burla en sus gestos y manifestaciones. Uno de los objetivos primordiales fue crear el anti arte. No voy a recordar aquí sus principios pero sí me gustaría resumirlos en que proponían nihilismo, rebeldía, destrucción, rechazo de los esquemas preestablecidos, ponía en cuestión todas las formas de arte conocidas hasta el momento en cualquiera de sus campos: poesía, pintura, literatura, fotografía… Lo importante era la libertad del individuo, la espontaneidad, lo inmediato, la contradicción, la imperfección frente  a lo perfecto y, sobre todo, la abolición de las fronteras entre el arte y la vida. Es en este punto donde podrán ustedes apreciar que los surrealistas rumanos fueron fieles a la idea y a los principios y vivieron lejos de las reglas fijas y eternas del tiempo que les tocó vivir.
Antes de entrar en autores rumanos sí me gustaría hacer una diferenciación entre ellos. Aquellos que emigraron a otros países lejos de su Rumanía natal y los cuales incluso adoptaron la lengua y costumbres del país de acogida, sobre todo Francia, ya que allí era donde la cultura del cambio producía más arte, fueron mundialmente conocidos y valorados mientras que aquellos que permanecieron en Rumanía o que nunca se adscribieron a un círculo artístico determinado siempre fueron considerados autores marginales o de segundo orden a pesar de que su obra distaba mucho de serlo.
Pues bien, hecha esta aclaración voy a entrar en materia con los más conocidos cuyos dos máximos representantes eran Tristan Tzara y Eugène Ionesco. El primero adquirió notoriedad por pertenecer a principios de los años veinte del pasado siglo al mencionado movimiento Dadá  de París y del famoso Cabaret Voltaire de Zurich. Tzara, aunque nacido en Moinesti, pasó la parte más fructífera de su vida en París y está considerado como uno de  los fundadores del Movimiento Dadá junto al también rumano  Marcel Janco o Marcel Iancu que expresaba su arte no tanto en la literatura como en la pintura y otras manifestaciones plásticas.  La influencia de Tristan Tzara en Francia y Alemania fue notoria y sus obras son mundialmente conocidas por lo que no voy a mencionarlas en este artículo. Como curiosidades que quizá no sepan les diré que André Breton y otros amigos suyos se separaron de Tzara alrededor de 1922 para desembocar del dadaísmo en el surrealismo y Tzara no se reconcilió con ellos hasta 1929. Tanto los Manifiestos Dadá como sus obras en francés son bien conocidas pero quiero indicar que, según la opinión de algunos expertos, sin sus casi desconocidos primeros poemas rumanos no se habría desarrollado toda su obra posterior. Cierto es que, una vez lejos de Rumanía se negó siempre a escribir en su lengua materna (sin explicar nunca el porqué). Si alguien tiene curiosidad por leer alguno de esos primeros poemas, Daríe Novaceanu, estudioso de la literatura rumana los tiene recogidos en su libro Tristan Tzara, los primeros poemas, que editó Prensas Universitarias de Zaragoza. Aquí encontrarán al Tzara más desconocido traducido por Novaceanu y además nos lo introduce desde la perspectiva de sus primeros pasos en el Movimiento Dadá y su posterior evolución.
Quisiera dar paso ahora a Marcel Iancu por ser un artista de lo más curioso y el cual, estoy seguro, despertará su interés. Ya les mencioné antes que, sin ser el más conocido, ya que la sombra de Tzara o Bretón eran muy alargadas, fue uno de los fundadores del Movimiento Dadá en Zurich en 1916.
Fue pintor y escultor de origen judeo rumano, nacido en Bucarest donde estudió arquitectura, interesándose durante su carrera en la Proporción Áurea en el Renacimiento. Emigró a Zurich con sus hermanos y entre todos colaboraban en espectáculos delirantes que organizaban los dadaístas. Iancu diseñaba la escenografía, las máscaras, el vestuario, la propaganda e, incluso, intervenía como actor, como músico o recitador en muchos de ellos. Quizá no sepan ustedes que ilustró la gran mayoría de los números de las revistas que editaron los dadaístas en Zurich desde 1916 a 1922 (Cabaret Voltaire, Der Zeltweg, Dadá etc). A diferencia de la mayoría de sus compañeros era de carácter afable y tranquilo y, al separarse Tzara, Huelsenbeck y Hugo Ball de los demás dadaístas, Iancu decide seguir investigando el espíritu dadá y colaboró con ciertos grupos políticos progresistas.
En 1919 toma contacto con André Breton en París y allí desarrolla su arte hasta 1922, año en el que decide retornar a Bucarest donde funda la revista Contimporanul en la que colaboraron pintores rumanos de la talla de Ion Vinea, Jacques Costin, B. Fundoianu, S. Eliad, F. Corsa, o Milita Patrascu, entre otros.
Con el tiempo, Iancu rompe con el radicalismo de Tzara y explora posiciones más constructivistas dentro de una línea moderna que él denominaba “Segunda velocidad del dadaísmo”.
El final de su vida se desarrolló en Israel fundando en 1953 un pueblo de artistas que aún existe llamado Ein Hod (Fuente de la Gloria) en el que artistas de múltiples disciplinas encuentran el espíritu para desarrollar su creatividad. En este pueblo se encuentra el Museo Marcel Janco y está rodeado de galerías donde artistas israelitas y de todo el mundo se han establecido y enseñan, desarrollan, exhiben y venden su arte. Después de un pequeño declive se refundó hace más de una década y jóvenes y veteranos artistas conviven en armonía. Todos los años se elige allí al Rey Dadá y se rinde homenaje a tan ilustre fundador del dadaísmo.
Como un autor me lleva a otro, Janco o Iancu, como prefieran ilustró numerosas obras del próximo rumano que les voy a presentar. Se trata del extraordinario Saşa Pana, pseudónimo literario de Alexandru Binder, nacido también en Bucarest en 1902. Fue Pana un elemento decisivo en la promoción de las vanguardias literarias rumanas del Siglo XX, empezando por el dadaísmo y evolucionando después al surrealismo y superrealismo. Debutó con un volumen de poesía simbolista llamado Răbojul unui muritor (La muerte del asesino) financiado por él mismo, pero lo que le hizo realmente valioso fue la fundación de la revista Unu, donde no sólo publicaba sus propias obras sino que publicaba escritos de Urmuz, del cual les hablaré más adelante, de Tzara, Stephan Roll, Ilarie Voronca, Vasile Dobrian y otros muchos considerados “marginales”.
También publicó en los años 40 la revista proletaria Orizon de la que aparecieron cuarenta y dos números.
Si hablamos de sus técnicas les puedo decir que aplicaba la de los automatismos o escritura automática: Diagramas (1930), Equinoccio deslumbrante (1931) o La vida romántica de Dios (1932), son algunos de los volúmenes de este tipo de escritura que pueden encontrar si son lectores curiosos, casi arqueólogos del surrealismo. En posteriores volúmenes ya usa un formato más tradicional como en El talismán de la palabra (1933) o Viaje en el funicular (1934).
Para los fanáticos de las curiosidades les diré que sus escritos han sido ilustrados por artistas como M. Janco, Picasso Man Ray, Victor Brauner (curiosa historia la suya. No se preocupen que algo les diré) o M.H. Maxy.
Si ustedes me lo permiten voy a introducir en este momento del artículo dos autores que me atraen especialmente. A los dos los he traducido personalmente al español y a uno de ellos me une una estrecha relación de amistad con algunos de sus familiares. Me refiero a Urmuz, sobrenombre de Demetru Demetrescu Buzau y a Apunake, apodo del muy querido por mí, Grigore Cugler.
Urmuz era un magistrado de provincias que nació en Curtea de Arges y que murió muy joven en Bucarest, a la edad de cuarenta años. Es este uno de los autores que dije que eran casi desconocidos fuera de su país pero sí fue bastante reconocido entre las Vanguardias rumanas de principios del Siglo XX. Su vida transcurrió en el más absoluto anonimato y murió suicidándose de un disparo sin ningún motivo aparente en un parque de Bucarest.
En su tiempo libre gustaba de tocar el piano y de escribir pequeñas piezas en prosa, parodias sobre automatismos de prosa contemporánea que leía para diversión de sus hermanos y hermanas. Estas pequeñas obras son las que de manera póstuma le dieron el merecido reconocimiento de las Vanguardias rumanas. Esas piezas escritas con anterioridad a 1910 y, por lo tanto a la creación del Movimiento Dadá, tenían el absurdo como novedad  y su estilo se basaba en el equívoco entre el significado real y figurado de las palabras e incluso no es aventurado decir que el nivel figurativo del lenguaje está totalmente ausente. La ausencia de trascendencia moral y la dominación de los objetos junto con los retratos de los personajes, construídos de un modo morfo-mecánico hace posible a mi entender incluir a Urmuz entre los grandes autores de la Vanguardia rumana, incluso mundial. Ionescu le consideró uno de los precursores de la “Tragedia del lenguaje” y hay expertos que afirman que sus trabajos eran el comienzo de un nuevo estilo e incluso el precursor del teatro del absurdo desarrollado posteriormente por Ionescu. Lo más curioso es que no le podemos catalogar como escritor surrealista propiamente dicho ya que es anterior a este movimiento y se cree que nunca lo conoció ni llegó a oir hablar de él. Los textos de Urmuz, recogidos en un volumen, traducido al español por este quien les habla, como Páginas extrañas, editado por Ediciones Crusoe, ya desaparecida, ha hecho las delicias de sus lectores de habla hispana y, aunque descatalogado de librerías, puede consultarse en algunos volúmenes que posee el Instituto Cultural Rumano de Madrid o la Biblioteca Nacional de España. Como homenaje a este autor, la escritora española Ana María Cuervo escribió un volumen de cuentos del mismo estilo llamado Urmuzios.
Otro autor al que he traducido porque me fascinó desde el principio es Grigore Cugler, el cual con el sobrenombre de Apunake, escribió varias obras consideradas en su momento como prosa satírica marginal y cuyo reconocimiento ha llegado en cuentagotas mayoritariamente después de su muerte en 1972. Tengo el honor de mantener una amistad con algunos miembros de su familia que me facilitaron. Además de datos de su biografía, el acceso a dibujos y documentos personales en su casa de Lima, Perú. Se preguntarán ustedes qué hacía un surrealista rumano en Lima así que les daré unas pinceladas sobre su vida que les parecerán interesantes. Nace Apunake en Roznov en el año 1903 y allí aprendió alemán, francés o español. Era hijo de un arquitecto, Karl Von Kugler, y nieto de Matilda Cugler Poni, una famosa poeta del Círculo Junimea, del cual formaba parte, entre otros el gran Eminescu, la voz universal de los poetas rumanos. Cugler ingresa adolescente  en una academia militar y estalla la Primera Guerra Mundial. Los cadetes ayudan a la recogida y traslado de heridos y, en uno de los servicios estalló una granada que pilla al joven Cugler con la mano en el bolsillo y le amputa dos dedos de a mano izquierda  y le deja alojados de por vida unas esquirlas de metralla en el muslo. Me contaba su mujer que, de vez en cuando por la calle, necesitaba agacharse y hacer unos estiramientos para mitigar el dolor que a veces le producía. Con menos de treinta años ingresó en el Cuerpo  Diplomático y ejerció como Agregado Cultural y como Embajador en Bratislava, Estocolmo, Berna, Berlín, Copenhague y, finalmente, en Oslo. Fue violinista del Teatro Nacional de Bucarest y su virtuosismo le llevó a ganar la prestigiosa beca Enescu. Como le amputó los dedos de la mano izquierda la explosión, tuvo que cambiar de mano para tocar el violín y la viola y debido a su talento nunca se notó una merma de calidad en su manera de tocar. Tanto es así que llegó a ser Primera Viola en la Filarmónica de Lima en su exilio peruano. En Oslo, cuando era diplomático se encontró con que nombraron ministra de Asuntos Exteriores a una comunista, Ana Paukner, y debido a su marcado anti comunismo decide buscar un lugar al que exiliarse. Me contó su mujer que agarró un globo terráqueo y lo hizo girar depositando su dedo al azar en un lugar del mundo. Cayó encima de la ciudad de Lima y allí se dirigieron su mujer, su hija mayor, a la cual también tuve el placer de conocer, y el propio Apunake. Su vida en Perú discurrió no sin dificultades entre trabajos como administrador de varias compañías y su faceta musical en la Filarmónica de Lima. Allí, Stefan Baciu, editor rumano de Honolulu, Mircea Popescu, Secretario General de la Revista de los Escritores Rumanos con sede en el exilio y el poeta Nicolae Petra desde México le brindan su amistad y dan a conocer su obra por todo el mundo. Le visitan periodistas españoles, franceses e ingleses y le invitan a una gira por Europa, interviniendo incluso en un programa de la BBC de Londres lo cual le hizo bastante ilusión, aunque por aquel entonces ya empezaban los primeros estadios de la enfermedad que acabaría con su vida el 30 de septiembre de 1972. A día de hoy, que escribo este artículo, su mujer, Ulrika Dyrssen, hija de un diplomático sueco y nieta del Almirante en jefe de la Armada Sueca a finales del Siglo XIX, aún vive en su casa de Lima y me considero afortunado de haberla podido conocer y haberla entrevistado.
La obra de Apunake, sin ser extensa es muy interesante. En Carte de Bucate (Recetas de Cocina) escribe recetas disparatadas con títulos como: Senos rellenos, Lengua a la Pricesse, Anguila con Rosario, Mollejas parisinas o Ravioles con Verdegambre. Su obra más significativa es Apunake y otros Fenómenos, que he traducido al español aunque aún no la he podido editar por falta de interés editorial y en la cual Apunake recoge textos disparatados redactados con una prosa satírica digna de los más grandes surrealistas del mundo. Entre las historias recogidas se encuentran títulos como: Aparte de Uno Solo, Consulta gratuita,  Prometidín, Encuentro a lo lejos y poemas como Tensión o Saturación entre otros.
Su obra póstuma, Vi-l prezint pe Teava (Les presento a Tubo) fue editada en Madrid, en 1975, después de tres años de su fallecimiento con la cantidad de 500 ejemplares de los cuales soy el afortunado poseedor de uno que me regaló su hija Alexandra y el cual tengo intención de traducir en breve.
Antes de entrar en  el Teatro del Absurdo con George Ciprian y Eugène Ionesco, voy a hacer una breve parada en unos personajes curiosos. Algunos han gozado de fama mundial y dos han tenido una vida agitada en París. Les presento al pintor Victor Brauner  y al escritor de poemas fonéticos Gherasim Luca.
Victor Brauner nace en Piatra Neamţ, cuna de muchos otros surrealistas rumanos y de niño estudió en la Iglesia Evangélica de Braila. Era un estudiante despierto pero algo inconstante. Sentía predilección por la zoología y la pintura. Creo que esto último fue lo que hizo que se trasladara a Bucarest. Al fin y al cabo allí podría acceder a la academia de Bellas Artes. Supongo que la juventud, maestra de la soberbia, hace que a veces cometamos actos de los que a veces nos arrepentimos. Víctor dejó la Academia alegando que no podían enseñarle ya lo que él había venido a buscar y que por lo tanto seguiría su carrera artística de modo autodidacta. Quiso la suerte que en Bucarest, cuyo ambiente cultural en aquella época era comparable a las mejores ciudades de Europa, conociera al célebre poeta Ilarie Voronca, el dadaísta,  junto al cual fundó la revista 75 HP. Creo que por aquel entonces ya le hacían algún encargo artístico como aquel decorado para la Salomé de Oscar Wilde y otros diseños de poca monta. Debía ser, si mi memoria no falla allá por 1924. Volviendo a la revista y conociendo el carácter inquieto de Brauner estaba claro que aquello no podía durar. Después del primer número, en el que sacaron un rimbombante manifiesto llamado Pictopoesía, ya no volvieron a editar ninguno más. Menos mal que revistas de arte no faltaban por aquel entonces y mi admirado Brauner colaboró en unos cuantos números de Punct. Bueno, concretamente del dos al nueve, pero no está mal para un muchacho entusiasta y con talento. Ya apuntaba al surrealismo, ¿no les parece?
Al año siguiente, en 1925 partió hacia París y allí, hasta 1926 Brauner colaboraba en otra revista llamada Integral, sin dejar de realizar en Rumanía algunas intervenciones en Unu.
Todo en París le deslumbraba. Era la capital artística del mundo y eso a un joven surrealista no podía dejarle indiferente. A pesar de volver a Rumanía una temporada, en 1930 retornó a París donde Víctor Brauner pudo dar rienda suelta a la magia de su pincel. Allí conoció a artistas muy renombrados hoy en día. Me acuerdo de Brancusi, el escultor, también de Tanguy o Giacometti. Qué buenas migas hizo con André Breton y aquellos locos surrealistas parisinos de los que ya les he hablado.
Fueron tiempos de creatividad verdadera. La inspiración desde las más profundas regiones del sueño le hicieron componer obras realmente maravillosas. Todos esos seres plenos de simbolismo, esos híbridos de humanos-objeto de totémicas cabezas, esa imaginación visual que libera a la mente de los grilletes de la lógica se revelaban en cuadros de imágenes icónicas, impactantes, muchas de ellas basadas en culturas ancestrales, culturas indígenas americanas, elementos mágicos…
A principios de los años treinta volvió a Bucarest por poco tiempo. Recuerdo que en esa época representaba el ojo en todos los estados y formas.
La Segunda gran Guerra hizo que emigrara a Gap. Allí Víctor se reencontró con Jacqueline Abraham. ¿No les mencioné que se habían casado y separado pocos años antes? Perdonen mi memoria. Se conoce que la llama no se había apagado del todo porque se volvieron a casar en un pueblo de los Alpes en 1946. En Celliers de Rousset, creo recordar. Por aquel entonces ya se había desvinculado de los surrealistas y dedicó más que nunca su obra a la experimentación con nuevos materiales.
A Víctor se le ocurrió recoger cartones y verter sobre ellos cera de abeja. Escarificaba las capas y pintaba sobre ellas. Recuerdo que le gustó tanto que la usó en numerosas obras.
Por entonces Víctor Brauner ya había perdido uno de sus ojos de la manera más extraña que puedan imaginar. Quizá fuera fruto del azar o de la causalidad. Permítanme que comparta esta amarga experiencia con ustedes: era la obsesión de Víctor y de los surrealistas en general por el ojo. El escritor Michel Simon fue el que decía que no había nunca que llamar a la mala suerte a base de contar o representar cosas horribles pero Víctor decía que eso no eran más que paparruchas, cosa rara en un ferviente seguidor de la magia y las ciencias ocultas, en un irreductible creyente de lo mágico y sobrenatural. Pues bien, como les decía unas líneas más arriba, desde los años treinta, compuso una serie de retratos en los cuales representaba el ojo. Llegó al punto de hacerse a si mismo un autorretrato monoftalmo en 1931. En dicho retrato, Víctor se representaba con la cuenca del ojo derecho vacío. Mejor dicho, como si el ojo se le licuara. Todavía me dan escalofríos cuando lo veo en el Centro Pompidou de Paris. El día que lo vieron sus amigos, una corriente eléctrica les recorrió la espina dorsal, quizá como presagio de que algo fatal habría de suceder. Pasaron siete años y nada aconteció hasta que una noche de borrachera, en una reunión en la que se encontraban en el taller del pintor tinerfeño Oscar Domínguez, en Montmartre, éste, que había bebido más de la cuenta, se enfadó con Esteban Francés. El de Portbou no sé qué le dijo a Domínguez que le hizo saltar colérico. Agarró un vaso que tenía a mano y lo arrojó contra Francés que con buenos reflejos se agachó y la mala suerte quiso que Brauner, que se encontraba detrás de Francés, recibiera el impacto de lleno en su ojo izquierdo. Curioso que fuera el izquierdo ya que recuerdo que en el cuadro que había pintado siete años atrás se le licuaba el derecho pero es que ¡Víctor lo pintó frente a un espejo! La repercusión que tuvo este incidente en el grupo de Ernst, Miró, Remedios Varo, Tanguy, Bretón y los demás fue enorme. Como la premonición quedó plasmada siete años atrás a ninguno le cabía la menor duda de que había sido profético y cada uno de ellos escribieron y representaron las interpretaciones más variadas sobre el incidente. En algunos artículos dentro de algunos números de Minotaure, la revista de Bretón se recogieron opiniones sobre el accidente. El más renombrado fue uno que se titulaba L’oeil du peintre, firmado por el mismísimo Mabille que decía de Víctor Brauner que, antes del suceso, le había conocido inseguro, pesimista, tímido y desmoralizado y a partir de la pérdida del ojo trabajaba con fuerza renovada y estaba cerca de cumplir sus objetivos.
Desde el accidente, su obra se llenó de signos alquimistas, de connotaciones psicológicas, todo guardaba relación con el arte primitivo y las ciencias esotéricas. A mi modo de ver,  los cuadros de su última época marcan su personalidad tanto como lo hicieron los otros a lo largo de su vida. Leo que antes de abandonar este mundo en 1966 dijo estas palabras: “Mi pintura es autobiográfica, cuenta la historia de mi vida. Y mi vida es ejemplar porque es universal”. Si se sientan ante su cuadro The surrealist en el Guggenheim de Nueva York o sus obras colgadas de las paredes del Prado o del Reina Sofía de Madrid, se harán conscientes de que la magia no muere, que vive a través del espacio y el tiempo, de que es eterna.
Gherasim Luca Era hijo de un sastre judío y además de rumano, hablaba yiddish, alemán y francés. A partir de 1938 viajaba frecuentemente a París y allí se enamoró del surrealismo. Durante la etapa precomunista en Rumanía fundó un grupo de artistas surrealistas con Gellu Naum, Paul Păun, Virgil Teodorescu y Dolfi Trost. En 1947, el grupo surrealista no pudo hacer frente a las vicisitudes causadas por la ocupación de los soviéticos en Rumanía y el control político de los comunistas, tal y como le sucedió a Cugler. A Naum se le prohibió publicar algún libro original, menos los libros para niños, ya que el realismo socialista se había convertido en la política cultural oficial de Rumanía, aniquilando la libertad artística de los surrealistas, y Luca se traslada a París, tras una breve estancia en Israel, donde no publica hasta 1953 su obra Heros-Límite. A partir de ahí publica numerosas obras en francés y desarrolla varias técnicas surrealistas, siendo él mismo el inventor de la Cubomanía. Mentalmente inestable, es desahuciado de su apartamento en 1994 por motivos de higiene y se suicidó arrojándose al Sena. Es autor de poemas fonéticos entre los cuales se hizo muy popular Passionément (Apasionadamente) poema de más de cien versos con la letra p. Pueden encontrar videos en la Red con el propio Gherasim Luca recitándolos.
Gellu Naum, además de escritor, poeta y traductor era un eminente filósofo. Como ya dije antes, al llegar el régimen comunista se le prohibió publicar cualquier cosa que no fueran libros infantiles y es por eso que para muchos rumanos es conocida su famosa obra infantil Cărţile cu Apolodor (Los libros con Apolodoro), poemas para niños, Bucarest, 1975.
Antes de la llegada del comunismo colaboró con otros autores surrealistas mencionados con anterioridad en obras como: Culoarul somnului, (El corredor del sueño; poemas, ilustrado por Victor Brauner), Bucarest, 1944 o Critica mizeriei (La crítica de la miseria; manifiesto, coescrito con Paul Păun y Virgil Teodorescu), Bucarest, 1945; Teribilul interzis ("El terrible prohibido"; drama, ilustrado por Paul Păun), Bucarest, 1945 y Spectrul longevităţii: 122 de cadavre (El espectro de la longevidad: 122 cadáveres; drama, co-escrito con Virgil Teodorescu), Bucarest, 1946.
Para acabar el artículo me gustaría hacer una breve parada en el teatro del absurdo, ejemplarmente representado por Eugène Ionesco y George Ciprian.
Ionesco nació en Slatina y murió en París en 1994. Su etapa rumana, la más corta y desconocida recoge sus primeros escritos en la revista Bilete de Papagal, entre 1928 y 1931, artículos de crítica literaria y la obra de épica humorística Hugoliada: Vida grotesca y trágica de Victor Hugo. El libro con el que debutó se llamó Elegii pentru fiinţe mici (Elegías para pequeños seres). Sus críticas fueron reunidas en un volumen llamado NU! que recibió el premio de Escritores jóvenes.
Su primera pieza teatral se llamaba Cĩntăreaţa Cheală, (La Cantante calva), obra en la que el título no tiene nada que ver con la obra, ya que no aparece ninguna cantante calva en ella y que se hizo mundialmente famosa siendo representada en numerosos teatros del mundo. Siguieron otras obras que se representaban cada año, como Rhinocéros (Rinoceronte) hasta que en 1970 fue nombrado Académico de las Letras Francesas, siendo el primer escritor rumano que alcanza esa distinción.
George Ciprian nació en Buzău pero se traslada de niño a Bucarest donde estudia en el Instituto Gheorghe Lazăr junto a Vasile Voiculescu, futuro poeta, y a Urmuz, del cual ya saben ustedes bastantes cosas. Debutó en el Teatro Nacional de Craiova en 1907 con la obra de Bogdan Petriceicu, Răzvan y Vidra a la que siguieron muchas otras e incluso varias películas. Como autor teatral su première fue en 1927 con Omnul cu Mârţoagă (El hombre con el viejo jarrón) la cual tuvo mucho éxito, aunque quizá la más conocida fuera Capul de răţoi (Cabeza de pato), estrenada en 1938 y considerada como primera obra del teatro del absurdo, quizá influida por su amistad con Urmuz.  Joachim amigo del pueblo y Un lobo comido por una oveja son dos obras también bastante populares.
El único teatro de su ciudad natal lleva su nombre.
En la última etapa de su vida autorizó una biografía titulada Măscărici şi Mâzgălici, que contenía versiones de muchos textos de Urmuz, así como detalles de sus últimos años.
El número de escritores, poetas, pintores, escultores es tan enorme que podría dedicarles casi un libro a cada uno pero como se trata tan sólo de acercarles a ustedes unas pinceladas de surrealismo rumano y para picar su curiosidad, dejo abierto este artículo a sus ganas de aprender y descubrir a otros muchos que, sin estar recogidos aquí seguro que merecerían estar por lo que les pido perdón de antemano y les animo a ustedes seguir la senda surrealista rumana por su cuenta.
Espero haberles aportado conocimientos que no tuvieran o, al menos, haberles entretenido. Un abrazo surrealista desde Madrid.


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EDIÇÃO COMEMORATIVA | CENTENÁRIO DO SURREALISMO 1919-2019
Artista convidado: Alfonso Peña (Costa Rica, 1950)


Agulha Revista de Cultura
20 ANOS O MUNDO CONOSCO
Número 129 | Março de 2019
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