Cada vez que me
piden que les hable de surrealismo rumano creo que me viene a la mente la
palabra Dadá, y creo que a muchos de ustedes les ocurre lo mismo ya que
fue un movimiento que se dio a conocer mundialmente y del que se han escrito
miles de páginas entre ensayos, tratados, novelas, poemas y obras de teatro.
Pero yo quiero ofrecerles una visión algo más amplia. Un punto de vista que, si
bien incluye el origen del dadaísmo, les
dará las pistas para seguir profundizando en otros autores que no siguieron en
absoluto dicho movimiento e incluso alguno que ni lo llegó a conocer aunque hubiera siendo merecedor de
haber pertenecido a él.
Partamos
pues del dadaísmo sobre el que debo plantar los cimientos para luego girar en
espiral sobre más autores que creo que merece la pena que conozcan. Según
opiniones de estudiosos del término, alguno dice que la palabra DADÁ proviene
del primer balbuceo de un niño por lo que los creadores de dicho movimiento la
escogieron como símbolo de expresión del primitivismo, del empezar desde cero.
El Dadá es ruptura, destrucción de todas las convenciones anteriores con cierta
actitud de burla en sus gestos y manifestaciones. Uno de los objetivos
primordiales fue crear el anti arte. No voy a recordar aquí sus principios pero
sí me gustaría resumirlos en que proponían nihilismo, rebeldía, destrucción,
rechazo de los esquemas preestablecidos, ponía en cuestión todas las formas de
arte conocidas hasta el momento en cualquiera de sus campos: poesía, pintura,
literatura, fotografía… Lo importante era la libertad del individuo, la
espontaneidad, lo inmediato, la contradicción, la imperfección frente a lo perfecto y, sobre todo, la abolición de
las fronteras entre el arte y la vida. Es en este punto donde podrán ustedes
apreciar que los surrealistas rumanos fueron fieles a la idea y a los
principios y vivieron lejos de las reglas fijas y eternas del tiempo que les
tocó vivir.
Antes
de entrar en autores rumanos sí me gustaría hacer una diferenciación entre
ellos. Aquellos que emigraron a otros países lejos de su Rumanía natal y los
cuales incluso adoptaron la lengua y costumbres del país de acogida, sobre todo
Francia, ya que allí era donde la cultura del cambio producía más arte, fueron
mundialmente conocidos y valorados mientras que aquellos que permanecieron en
Rumanía o que nunca se adscribieron a un círculo artístico determinado siempre
fueron considerados autores marginales o de segundo orden a pesar de que su
obra distaba mucho de serlo.
Pues
bien, hecha esta aclaración voy a entrar en materia con los más conocidos cuyos
dos máximos representantes eran Tristan Tzara y Eugène Ionesco. El primero
adquirió notoriedad por pertenecer a principios de los años veinte del pasado
siglo al mencionado movimiento Dadá de
París y del famoso Cabaret Voltaire de Zurich. Tzara, aunque nacido en
Moinesti, pasó la parte más fructífera de su vida en París y está considerado
como uno de los fundadores del
Movimiento Dadá junto al también rumano
Marcel Janco o Marcel Iancu que expresaba su arte no tanto en la
literatura como en la pintura y otras manifestaciones plásticas. La influencia de Tristan Tzara en Francia y
Alemania fue notoria y sus obras son mundialmente conocidas por lo que no voy a
mencionarlas en este artículo. Como curiosidades que quizá no sepan les diré
que André Breton y otros amigos suyos se separaron de Tzara alrededor de 1922
para desembocar del dadaísmo en el surrealismo y Tzara no se reconcilió con
ellos hasta 1929. Tanto los Manifiestos Dadá como sus obras en francés son bien
conocidas pero quiero indicar que, según la opinión de algunos expertos, sin
sus casi desconocidos primeros poemas rumanos no se habría desarrollado toda su
obra posterior. Cierto es que, una vez lejos de Rumanía se negó siempre a
escribir en su lengua materna (sin explicar nunca el porqué). Si alguien tiene
curiosidad por leer alguno de esos primeros poemas, Daríe Novaceanu, estudioso
de la literatura rumana los tiene recogidos en su libro Tristan Tzara, los
primeros poemas, que editó Prensas Universitarias de Zaragoza. Aquí
encontrarán al Tzara más desconocido traducido por Novaceanu y además nos lo
introduce desde la perspectiva de sus primeros pasos en el Movimiento Dadá y su
posterior evolución.
Quisiera
dar paso ahora a Marcel Iancu por ser un artista de lo más curioso y el cual,
estoy seguro, despertará su interés. Ya les mencioné antes que, sin ser el más
conocido, ya que la sombra de Tzara o Bretón eran muy alargadas, fue uno de los
fundadores del Movimiento Dadá en Zurich en 1916.
Fue
pintor y escultor de origen judeo rumano, nacido en Bucarest donde estudió
arquitectura, interesándose durante su carrera en la Proporción Áurea en el
Renacimiento. Emigró a Zurich con sus hermanos y entre todos colaboraban en
espectáculos delirantes que organizaban los dadaístas. Iancu diseñaba la
escenografía, las máscaras, el vestuario, la propaganda e, incluso, intervenía
como actor, como músico o recitador en muchos de ellos. Quizá no sepan ustedes
que ilustró la gran mayoría de los números de las revistas que editaron los
dadaístas en Zurich desde 1916 a 1922 (Cabaret Voltaire, Der Zeltweg, Dadá
etc). A diferencia de la mayoría de sus compañeros era de carácter afable y
tranquilo y, al separarse Tzara, Huelsenbeck y Hugo Ball de los demás
dadaístas, Iancu decide seguir investigando el espíritu dadá y colaboró con
ciertos grupos políticos progresistas.
En
1919 toma contacto con André Breton en París y allí desarrolla su arte hasta
1922, año en el que decide retornar a Bucarest donde funda la revista Contimporanul
en la que colaboraron pintores rumanos de la talla de Ion Vinea, Jacques
Costin, B. Fundoianu, S. Eliad, F. Corsa, o Milita Patrascu, entre otros.
Con
el tiempo, Iancu rompe con el radicalismo de Tzara y explora posiciones más
constructivistas dentro de una línea moderna que él denominaba “Segunda
velocidad del dadaísmo”.
El
final de su vida se desarrolló en Israel fundando en 1953 un pueblo de artistas
que aún existe llamado Ein Hod (Fuente de la Gloria) en el que artistas de
múltiples disciplinas encuentran el espíritu para desarrollar su creatividad.
En este pueblo se encuentra el Museo Marcel Janco y está rodeado de galerías donde
artistas israelitas y de todo el mundo se han establecido y enseñan,
desarrollan, exhiben y venden su arte. Después de un pequeño declive se refundó
hace más de una década y jóvenes y veteranos artistas conviven en armonía.
Todos los años se elige allí al Rey Dadá y se rinde homenaje a tan ilustre
fundador del dadaísmo.
Como
un autor me lleva a otro, Janco o Iancu, como prefieran ilustró numerosas obras
del próximo rumano que les voy a presentar. Se trata del extraordinario Saşa
Pana, pseudónimo literario de Alexandru Binder, nacido también en Bucarest en
1902. Fue Pana un elemento decisivo en la promoción de las vanguardias
literarias rumanas del Siglo XX, empezando por el dadaísmo y evolucionando
después al surrealismo y superrealismo. Debutó con un volumen de poesía
simbolista llamado Răbojul unui muritor (La muerte del asesino) financiado
por él mismo, pero lo que le hizo realmente valioso fue la fundación de la
revista Unu, donde no sólo publicaba sus propias obras sino que
publicaba escritos de Urmuz, del cual les hablaré más adelante, de Tzara,
Stephan Roll, Ilarie Voronca, Vasile Dobrian y otros muchos considerados “marginales”.
También
publicó en los años 40 la revista proletaria Orizon de la que aparecieron cuarenta y dos números.
Si
hablamos de sus técnicas les puedo decir que aplicaba la de los automatismos o
escritura automática: Diagramas (1930), Equinoccio deslumbrante (1931) o La vida romántica de Dios (1932),
son algunos de los volúmenes de este tipo de escritura que pueden encontrar si
son lectores curiosos, casi arqueólogos del surrealismo. En posteriores
volúmenes ya usa un formato más tradicional como en El talismán de la
palabra (1933) o Viaje en el
funicular (1934).
Para
los fanáticos de las curiosidades les diré que sus escritos han sido ilustrados
por artistas como M. Janco, Picasso Man Ray, Victor Brauner (curiosa historia
la suya. No se preocupen que algo les diré) o M.H. Maxy.
Si
ustedes me lo permiten voy a introducir en este momento del artículo dos
autores que me atraen especialmente. A los dos los he traducido personalmente
al español y a uno de ellos me une una estrecha relación de amistad con algunos
de sus familiares. Me refiero a Urmuz, sobrenombre de Demetru Demetrescu Buzau
y a Apunake, apodo del muy querido por mí, Grigore Cugler.
Urmuz
era un magistrado de provincias que nació en Curtea de Arges y que murió muy
joven en Bucarest, a la edad de cuarenta años. Es este uno de los autores que
dije que eran casi desconocidos fuera de su país pero sí fue bastante
reconocido entre las Vanguardias rumanas de principios del Siglo XX. Su vida
transcurrió en el más absoluto anonimato y murió suicidándose de un disparo sin
ningún motivo aparente en un parque de Bucarest.
En
su tiempo libre gustaba de tocar el piano y de escribir pequeñas piezas en
prosa, parodias sobre automatismos de prosa contemporánea que leía para
diversión de sus hermanos y hermanas. Estas pequeñas obras son las que de
manera póstuma le dieron el merecido reconocimiento de las Vanguardias rumanas.
Esas piezas escritas con anterioridad a 1910 y, por lo tanto a la creación del
Movimiento Dadá, tenían el absurdo como novedad
y su estilo se basaba en el equívoco entre el significado real y
figurado de las palabras e incluso no es aventurado decir que el nivel figurativo
del lenguaje está totalmente ausente. La ausencia de trascendencia moral y la
dominación de los objetos junto con los retratos de los personajes, construídos
de un modo morfo-mecánico hace posible a mi entender incluir a Urmuz entre los
grandes autores de la Vanguardia rumana, incluso mundial. Ionescu le consideró
uno de los precursores de la “Tragedia del lenguaje” y hay expertos que afirman
que sus trabajos eran el comienzo de un nuevo estilo e incluso el precursor del
teatro del absurdo desarrollado posteriormente por Ionescu. Lo más curioso es
que no le podemos catalogar como escritor surrealista propiamente dicho ya que
es anterior a este movimiento y se cree que nunca lo conoció ni llegó a oir
hablar de él. Los textos de Urmuz, recogidos en un volumen, traducido al
español por este quien les habla, como Páginas extrañas, editado por
Ediciones Crusoe, ya desaparecida, ha hecho las delicias de sus lectores de
habla hispana y, aunque descatalogado de librerías, puede consultarse en
algunos volúmenes que posee el Instituto Cultural Rumano de Madrid o la
Biblioteca Nacional de España. Como homenaje a este autor, la escritora
española Ana María Cuervo escribió un volumen de cuentos del mismo estilo
llamado Urmuzios.
Otro
autor al que he traducido porque me fascinó desde el principio es Grigore
Cugler, el cual con el sobrenombre de Apunake, escribió varias obras
consideradas en su momento como prosa satírica marginal y cuyo reconocimiento
ha llegado en cuentagotas mayoritariamente después de su muerte en 1972. Tengo
el honor de mantener una amistad con algunos miembros de su familia que me
facilitaron. Además de datos de su biografía, el acceso a dibujos y documentos
personales en su casa de Lima, Perú. Se preguntarán ustedes qué hacía un
surrealista rumano en Lima así que les daré unas pinceladas sobre su vida que
les parecerán interesantes. Nace Apunake en Roznov en el año 1903 y allí
aprendió alemán, francés o español. Era hijo de un arquitecto, Karl Von Kugler,
y nieto de Matilda Cugler Poni, una famosa poeta del Círculo Junimea, del cual
formaba parte, entre otros el gran Eminescu, la voz universal de los poetas
rumanos. Cugler ingresa adolescente en
una academia militar y estalla la Primera Guerra Mundial. Los cadetes ayudan a
la recogida y traslado de heridos y, en uno de los servicios estalló una
granada que pilla al joven Cugler con la mano en el bolsillo y le amputa dos
dedos de a mano izquierda y le deja
alojados de por vida unas esquirlas de metralla en el muslo. Me contaba su
mujer que, de vez en cuando por la calle, necesitaba agacharse y hacer unos
estiramientos para mitigar el dolor que a veces le producía. Con menos de
treinta años ingresó en el Cuerpo
Diplomático y ejerció como Agregado Cultural y como Embajador en
Bratislava, Estocolmo, Berna, Berlín, Copenhague y, finalmente, en Oslo. Fue
violinista del Teatro Nacional de Bucarest y su virtuosismo le llevó a ganar la
prestigiosa beca Enescu. Como le amputó los dedos de la mano izquierda la
explosión, tuvo que cambiar de mano para tocar el violín y la viola y debido a
su talento nunca se notó una merma de calidad en su manera de tocar. Tanto es
así que llegó a ser Primera Viola en la Filarmónica de Lima en su exilio
peruano. En Oslo, cuando era diplomático se encontró con que nombraron ministra
de Asuntos Exteriores a una comunista, Ana Paukner, y debido a su marcado anti
comunismo decide buscar un lugar al que exiliarse. Me contó su mujer que agarró
un globo terráqueo y lo hizo girar depositando su dedo al azar en un lugar del
mundo. Cayó encima de la ciudad de Lima y allí se dirigieron su mujer, su hija
mayor, a la cual también tuve el placer de conocer, y el propio Apunake. Su
vida en Perú discurrió no sin dificultades entre trabajos como administrador de
varias compañías y su faceta musical en la Filarmónica de Lima. Allí, Stefan
Baciu, editor rumano de Honolulu, Mircea Popescu, Secretario General de la
Revista de los Escritores Rumanos con sede en el exilio y el poeta Nicolae
Petra desde México le brindan su amistad y dan a conocer su obra por todo el
mundo. Le visitan periodistas españoles, franceses e ingleses y le invitan a
una gira por Europa, interviniendo incluso en un programa de la BBC de Londres
lo cual le hizo bastante ilusión, aunque por aquel entonces ya empezaban los
primeros estadios de la enfermedad que acabaría con su vida el 30 de septiembre
de 1972. A día de hoy, que escribo este artículo, su mujer, Ulrika Dyrssen,
hija de un diplomático sueco y nieta del Almirante en jefe de la Armada Sueca a
finales del Siglo XIX, aún vive en su casa de Lima y me considero afortunado de
haberla podido conocer y haberla entrevistado.
La
obra de Apunake, sin ser extensa es muy interesante. En Carte de Bucate
(Recetas de Cocina) escribe recetas disparatadas con títulos como: Senos
rellenos, Lengua a la Pricesse, Anguila con Rosario, Mollejas parisinas o
Ravioles con Verdegambre. Su obra más significativa es Apunake y otros
Fenómenos, que he traducido al español aunque aún no la he podido editar
por falta de interés editorial y en la cual Apunake recoge textos disparatados
redactados con una prosa satírica digna de los más grandes surrealistas del
mundo. Entre las historias recogidas se encuentran títulos como: Aparte de
Uno Solo, Consulta gratuita, Prometidín,
Encuentro a lo lejos y poemas como Tensión o Saturación entre otros.
Su
obra póstuma, Vi-l prezint pe Teava (Les presento a Tubo) fue editada en
Madrid, en 1975, después de tres años de su fallecimiento con la cantidad de
500 ejemplares de los cuales soy el afortunado poseedor de uno que me regaló su
hija Alexandra y el cual tengo intención de traducir en breve.
Antes
de entrar en el Teatro del Absurdo con
George Ciprian y Eugène Ionesco, voy a hacer una breve parada en unos
personajes curiosos. Algunos han gozado de fama mundial y dos han tenido una
vida agitada en París. Les presento al pintor Victor Brauner y al escritor de poemas fonéticos Gherasim Luca.
Victor
Brauner nace en Piatra Neamţ, cuna de muchos otros surrealistas rumanos y de
niño estudió en la Iglesia Evangélica de Braila. Era un estudiante despierto
pero algo inconstante. Sentía predilección por la zoología y la pintura. Creo
que esto último fue lo que hizo que se trasladara a Bucarest. Al fin y al cabo
allí podría acceder a la academia de Bellas Artes. Supongo que la juventud,
maestra de la soberbia, hace que a veces cometamos actos de los que a veces nos
arrepentimos. Víctor dejó la Academia alegando que no podían enseñarle ya lo
que él había venido a buscar y que por lo tanto seguiría su carrera artística
de modo autodidacta. Quiso la suerte que en Bucarest, cuyo ambiente cultural en
aquella época era comparable a las mejores ciudades de Europa, conociera al
célebre poeta Ilarie Voronca, el dadaísta,
junto al cual fundó la revista 75 HP. Creo que por aquel entonces
ya le hacían algún encargo artístico como aquel decorado para la Salomé
de Oscar Wilde y otros diseños de poca monta. Debía ser, si mi memoria no falla
allá por 1924. Volviendo a la revista y conociendo el carácter inquieto de
Brauner estaba claro que aquello no podía durar. Después del primer número, en
el que sacaron un rimbombante manifiesto llamado Pictopoesía, ya no
volvieron a editar ninguno más. Menos mal que revistas de arte no faltaban por
aquel entonces y mi admirado Brauner colaboró en unos cuantos números de Punct.
Bueno, concretamente del dos al nueve, pero no está mal para un muchacho
entusiasta y con talento. Ya apuntaba al surrealismo, ¿no les parece?
Al
año siguiente, en 1925 partió hacia París y allí, hasta 1926 Brauner colaboraba
en otra revista llamada Integral, sin dejar de realizar en Rumanía
algunas intervenciones en Unu.
Todo
en París le deslumbraba. Era la capital artística del mundo y eso a un joven
surrealista no podía dejarle indiferente. A pesar de volver a Rumanía una
temporada, en 1930 retornó a París donde Víctor Brauner pudo dar rienda suelta
a la magia de su pincel. Allí conoció a artistas muy renombrados hoy en día. Me
acuerdo de Brancusi, el escultor, también de Tanguy o Giacometti. Qué buenas
migas hizo con André Breton y aquellos locos surrealistas parisinos de los que
ya les he hablado.
Fueron
tiempos de creatividad verdadera. La inspiración desde las más profundas
regiones del sueño le hicieron componer obras realmente maravillosas. Todos
esos seres plenos de simbolismo, esos híbridos de humanos-objeto de totémicas
cabezas, esa imaginación visual que libera a la mente de los grilletes de la
lógica se revelaban en cuadros de imágenes icónicas, impactantes, muchas de
ellas basadas en culturas ancestrales, culturas indígenas americanas, elementos
mágicos…
A
principios de los años treinta volvió a Bucarest por poco tiempo. Recuerdo que
en esa época representaba el ojo en todos los estados y formas.
La
Segunda gran Guerra hizo que emigrara a Gap. Allí Víctor se reencontró con
Jacqueline Abraham. ¿No les mencioné que se habían casado y separado pocos años
antes? Perdonen mi memoria. Se conoce que la llama no se había apagado del todo
porque se volvieron a casar en un pueblo de los Alpes en 1946. En Celliers de
Rousset, creo recordar. Por aquel entonces ya se había desvinculado de los
surrealistas y dedicó más que nunca su obra a la experimentación con nuevos
materiales.
A
Víctor se le ocurrió recoger cartones y verter sobre ellos cera de abeja.
Escarificaba las capas y pintaba sobre ellas. Recuerdo que le gustó tanto que
la usó en numerosas obras.
Por
entonces Víctor Brauner ya había perdido uno de sus ojos de la manera más
extraña que puedan imaginar. Quizá fuera fruto del azar o de la causalidad.
Permítanme que comparta esta amarga experiencia con ustedes: era la obsesión de
Víctor y de los surrealistas en general por el ojo. El escritor Michel Simon
fue el que decía que no había nunca que llamar a la mala suerte a base de
contar o representar cosas horribles pero Víctor decía que eso no eran más que
paparruchas, cosa rara en un ferviente seguidor de la magia y las ciencias
ocultas, en un irreductible creyente de lo mágico y sobrenatural. Pues bien,
como les decía unas líneas más arriba, desde los años treinta, compuso una
serie de retratos en los cuales representaba el ojo. Llegó al punto de hacerse
a si mismo un autorretrato monoftalmo en 1931. En dicho retrato, Víctor se
representaba con la cuenca del ojo derecho vacío. Mejor dicho, como si el ojo
se le licuara. Todavía me dan escalofríos cuando lo veo en el Centro Pompidou
de Paris. El día que lo vieron sus amigos, una corriente eléctrica les recorrió
la espina dorsal, quizá como presagio de que algo fatal habría de suceder.
Pasaron siete años y nada aconteció hasta que una noche de borrachera, en una
reunión en la que se encontraban en el taller del pintor tinerfeño Oscar
Domínguez, en Montmartre, éste, que había bebido más de la cuenta, se enfadó
con Esteban Francés. El de Portbou no sé qué le dijo a Domínguez que le hizo
saltar colérico. Agarró un vaso que tenía a mano y lo arrojó contra Francés que
con buenos reflejos se agachó y la mala suerte quiso que Brauner, que se
encontraba detrás de Francés, recibiera el impacto de lleno en su ojo
izquierdo. Curioso que fuera el izquierdo ya que recuerdo que en el cuadro que
había pintado siete años atrás se le licuaba el derecho pero es que ¡Víctor lo
pintó frente a un espejo! La repercusión que tuvo este incidente en el grupo de
Ernst, Miró, Remedios Varo, Tanguy, Bretón y los demás fue enorme. Como la
premonición quedó plasmada siete años atrás a ninguno le cabía la menor duda de
que había sido profético y cada uno de ellos escribieron y representaron las
interpretaciones más variadas sobre el incidente. En algunos artículos dentro
de algunos números de Minotaure, la revista de Bretón se recogieron
opiniones sobre el accidente. El más renombrado fue uno que se titulaba L’oeil
du peintre, firmado por el mismísimo Mabille que decía de Víctor Brauner
que, antes del suceso, le había conocido inseguro, pesimista, tímido y
desmoralizado y a partir de la pérdida del ojo trabajaba con fuerza renovada y
estaba cerca de cumplir sus objetivos.
Desde
el accidente, su obra se llenó de signos alquimistas, de connotaciones
psicológicas, todo guardaba relación con el arte primitivo y las ciencias
esotéricas. A mi modo de ver, los
cuadros de su última época marcan su personalidad tanto como lo hicieron los
otros a lo largo de su vida. Leo que antes de abandonar este mundo en 1966 dijo
estas palabras: “Mi pintura es autobiográfica, cuenta la historia de mi
vida. Y mi vida es ejemplar porque es universal”. Si se sientan ante su
cuadro The surrealist en el Guggenheim de Nueva York o sus obras
colgadas de las paredes del Prado o del Reina Sofía de Madrid, se harán conscientes
de que la magia no muere, que vive a través del espacio y el tiempo, de que es
eterna.
Gherasim
Luca Era hijo de un sastre judío y además de rumano, hablaba yiddish, alemán y
francés. A partir de 1938 viajaba frecuentemente a París y allí se enamoró del
surrealismo. Durante la etapa precomunista en Rumanía fundó un grupo de
artistas surrealistas con Gellu Naum, Paul Păun, Virgil Teodorescu y Dolfi
Trost. En 1947, el grupo surrealista no pudo hacer frente a las vicisitudes
causadas por la ocupación de los soviéticos en Rumanía y el control político de
los comunistas, tal y como le sucedió a Cugler. A Naum se le prohibió publicar
algún libro original, menos los libros para niños, ya que el realismo
socialista se había convertido en la política cultural oficial de Rumanía,
aniquilando la libertad artística de los surrealistas, y Luca se traslada a
París, tras una breve estancia en Israel, donde no publica hasta 1953 su obra Heros-Límite.
A partir de ahí publica numerosas obras en francés y desarrolla varias
técnicas surrealistas, siendo él mismo el inventor de la Cubomanía. Mentalmente
inestable, es desahuciado de su apartamento en 1994 por motivos de higiene y se
suicidó arrojándose al Sena. Es autor de poemas fonéticos entre los cuales se
hizo muy popular Passionément (Apasionadamente) poema de más de cien
versos con la letra p. Pueden encontrar videos en la Red con el propio Gherasim
Luca recitándolos.
Gellu Naum, además de
escritor, poeta y traductor era un eminente filósofo. Como ya dije antes, al
llegar el régimen comunista se le prohibió publicar cualquier cosa que no
fueran libros infantiles y es por eso que para muchos rumanos es conocida su
famosa obra infantil Cărţile cu Apolodor (Los libros con Apolodoro), poemas para
niños, Bucarest, 1975.
Antes de la llegada del
comunismo colaboró con otros autores surrealistas mencionados con anterioridad
en obras como: Culoarul somnului, (El corredor del sueño; poemas, ilustrado
por Victor Brauner), Bucarest, 1944 o Critica
mizeriei (La crítica de la miseria;
manifiesto, coescrito con Paul Păun y Virgil Teodorescu), Bucarest, 1945; Teribilul interzis ("El terrible prohibido"; drama,
ilustrado por Paul Păun), Bucarest, 1945 y Spectrul
longevităţii: 122 de cadavre (El
espectro de la longevidad: 122 cadáveres; drama, co-escrito con Virgil
Teodorescu), Bucarest, 1946.
Para acabar el artículo
me gustaría hacer una breve parada en el teatro del absurdo, ejemplarmente
representado por Eugène Ionesco y George Ciprian.
Ionesco nació en Slatina
y murió en París en 1994. Su etapa rumana, la más corta y desconocida recoge
sus primeros escritos en la revista Bilete de Papagal, entre 1928 y
1931, artículos de crítica literaria y la obra de épica humorística Hugoliada:
Vida grotesca y trágica de Victor Hugo. El libro con el que debutó se llamó
Elegii pentru fiinţe mici (Elegías para pequeños seres). Sus críticas
fueron reunidas en un volumen llamado NU! que recibió el premio de
Escritores jóvenes.
Su primera pieza teatral
se llamaba Cĩntăreaţa Cheală, (La Cantante calva), obra en la que el
título no tiene nada que ver con la obra, ya que no aparece ninguna cantante
calva en ella y que se hizo mundialmente famosa siendo representada en
numerosos teatros del mundo. Siguieron otras obras que se representaban cada
año, como Rhinocéros (Rinoceronte) hasta que en 1970 fue nombrado
Académico de las Letras Francesas, siendo el primer escritor rumano que alcanza
esa distinción.
George Ciprian nació en
Buzău pero se traslada de niño a Bucarest donde estudia en el Instituto
Gheorghe Lazăr junto a Vasile Voiculescu, futuro poeta, y a Urmuz, del cual ya
saben ustedes bastantes cosas. Debutó en el Teatro Nacional de Craiova en 1907
con la obra de Bogdan Petriceicu, Răzvan y Vidra a la que
siguieron muchas otras e incluso varias películas. Como autor teatral su
première fue en 1927 con Omnul cu Mârţoagă (El hombre con el viejo jarrón) la
cual tuvo mucho éxito, aunque quizá la más conocida fuera Capul de răţoi
(Cabeza de pato), estrenada en 1938 y considerada como primera obra del
teatro del absurdo, quizá influida por su amistad con Urmuz. Joachim amigo del pueblo y Un lobo comido por una oveja son
dos obras también bastante populares.
El único teatro de su
ciudad natal lleva su nombre.
En la última etapa de su
vida autorizó una biografía titulada Măscărici şi Mâzgălici, que
contenía versiones de muchos textos de Urmuz, así como detalles de sus últimos
años.
El número de escritores,
poetas, pintores, escultores es tan enorme que podría dedicarles casi un libro
a cada uno pero como se trata tan sólo de acercarles a ustedes unas pinceladas
de surrealismo rumano y para picar su curiosidad, dejo abierto este artículo a
sus ganas de aprender y descubrir a otros muchos que, sin estar recogidos aquí
seguro que merecerían estar por lo que les pido perdón de antemano y les animo
a ustedes seguir la senda surrealista rumana por su cuenta.
Espero haberles aportado
conocimientos que no tuvieran o, al menos, haberles entretenido. Un abrazo
surrealista desde Madrid.
*****
EDIÇÃO COMEMORATIVA | CENTENÁRIO DO SURREALISMO 1919-2019
Artista convidado: Alfonso Peña (Costa Rica, 1950)
Agulha
Revista de Cultura
20
ANOS O MUNDO CONOSCO
Número
129 | Março de 2019
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geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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