También recuerdo una mañana, en realidad eso se repitió, en que
fuimos juntos a la Universitat Autònoma de Barcelona para que él diera una
conferencia a mis alumnos sobre César Moro. Me preguntó, falsamente temeroso,
si no se habrían escandalizado los chicos porque leyó el poema “Antonio” y
porque contó la anécdota que está tras el título de La tortuga ecuestre, la de las tortugas copulando de manera arcaica y tremebunda que había visto Moro en un parque de Lima. En realidad, nada le hacía más ilusión que haberles sacudido y escandalizado un poco, pero yo le dije que no creía: nunca lo supe, y tal vez sí podía haberse dado por satisfecho con la provocación.
porque contó la anécdota que está tras el título de La tortuga ecuestre, la de las tortugas copulando de manera arcaica y tremebunda que había visto Moro en un parque de Lima. En realidad, nada le hacía más ilusión que haberles sacudido y escandalizado un poco, pero yo le dije que no creía: nunca lo supe, y tal vez sí podía haberse dado por satisfecho con la provocación.
Coyné, muy joven, en 1948, había prácticamente huido de la terrible
Europa de la postguerra, fría y gris y transida de muerte, para llegar como
profesor de francés a Lima, donde encontró que el gris tenía otros matices y
que todo le reenviaba a la vida, y donde sobre todo conoció a César Moro y
fue iniciado en el Perú gracias a un guijarro que rodó por los acantilados de
Lima mientras bajaban al mar Coyné y Moro, guijarro que le dio en la frente y
le abrió una brecha que jamás se cerraría: el amor por el Perú y el
conocimiento de su fuerza.
Su comprensión de la poesía de César Moro no se basaba solo en su
capacidad de recordar historias que están tras los poemas, ni mucho menos,
sino que era un conocimiento profundo del universo de Moro, del que fue amante,
amigo y albacea testamentario. La difusión de su obra, el hecho de que Moro
tenga un lugar importantísimo en la poesía peruana, le debe casi todo a
Coyné y a su incesante trabajo.
En Barcelona también pasó por una iniciación, más tardía y
prosaica: se cayó por las escaleras mecánicas del metro de Lesseps y se
abrió la cabeza con una brecha, profunda también, que le curaron con muchos
puntos en el hospital de la Esperanza y luego en el Hospital de San Pablo –le acompañamos
Juan del Solar y yo-, donde se las arregló para seguir conversando desde la
camilla en la que pasó la noche en el pasillo de urgencias de San Pablo. Los
médicos en prácticas, fascinados, se peleaban por cuidarle y uno de ellos me
dijo que nunca había conocido a un crítico literario, y que ahora ya sabía
cómo eran, aunque yo pensé que en realidad no sabía nada de cómo son los
críticos literarios si había concluido que eran como Coyné.
Teníamos la costumbre de llamarnos por teléfono: toda una tarde de chismes, lamentos, risas y reflexiones filosóficas, pero en algún momento, que no sé cuándo fue, dejamos de hacerlo. La última vez que le vi en Barcelona volvía de Perú y me pidió que le fuera a buscar a la estación de Sants porque estaba cansado y desorientado, pero esa vez no tuvimos mucho tiempo para conversar.
Siempre pensé en recuperar nuestras tardes de risas y llantos aunque
fuera por teléfono, esas conversaciones en las que sabía pasar de la
travesura provocadora y el egocentrismo a la empatía y la complicidad, pero
nunca lo hice, porque nunca hallaba el tiempo, y ahora ya nunca lo podré
hacer. La vie s’y entend à noyer le poisson: la vida, es cierto, sabe mucho de
dar largas al asunto.
*****
EDIÇÃO COMEMORATIVA | CENTENÁRIO DO SURREALISMO 1919-2019
Artista convidada: Leila Ferraz (Brasil, 1944)
Agulha Revista de
Cultura
20 ANOS O MUNDO CONOSCO
Número 131 | Abril
de 2019
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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