1. La integridad del vértigo
He llegado a la casa de Susana Wald en los afueras de Oaxaca, ya con el día
en sus últimas tonalidades de luz. Fue un fuerte abrazo, pues ya pasaron casi 7
años desde nuestro encuentro anterior en la Ciudad de México. Mientras tanto, o
por todo siempre, vivimos al fondo, como un enigma, un mensaje del misterio, una
amistad entrañable hecha de su material más extraño, la invisible presencia. Por
esa razón el abrazo tuvo la fuerza cifrada del equilibrio. Y luego la adivinanza
del pasado vino en la forma irrefrenable de palabras amenas; nos pusimos a hablar
de todo, como si en minutos desgranásemos cien años. Testimonio de la afinidad,
piedra de toque del paisaje de la memoria. El vino de las palabras ha sido el oro
de la noche. Por la mañana, otra joya señala un vertiginoso cambio en los muebles
de la existencia: el azul con que Oaxaca invade las ventanas de la casa. El cielo
en esa región de México, lo mismo que en mi ciudad, la Fortaleza costera en el Nordeste
de Brasil, es un oratorio. Ha despertado en mí la mirada como una reserva natural
de abismos. Hecho el desayuno salimos a caminar por el campo. Y desde allí, desde
la esencia de aquel laberinto azul, muchos de los símbolos de la pintura de Susana
Wald me hacían señas, como si la raíz de todo fuera su conexión íntima con la leyenda
del cielo y sus metamorfosis. No importa que haya vivido en Budapest, Buenos Aires,
Santiago de Chile, Toronto. Todo en su vida fue un ritual preparatorio para que
su mirada recibiera el árbol sagrado del azul del cielo de Oaxaca. Las otras ciudades
fueron su periodo de incubación, la forma como fue cocinando su mestizaje de símbolos.
Hay una pintura suya (“Viaje al fondo”, de 2002) que
es como un rito de pasaje. Ahora la miro de otra manera e incluso allí me reconozco.
El escenario es un hombre desnudo nadando en aguas en cuyo fondo se encuentra un
huevo. Pero puede ser otro: un huevo en el fondo de aguas visitadas por un hombre
desnudo. O el agua que contiene dos cuerpos en perfecto equilibrio, aunque en dos
edades. No importa el ángulo, sino que este acercamiento —una ronda— entre los cuerpos,
sería retratado por mí de forma distinta antes de reconocer la intimidad del cielo
de Oaxaca en los colores del alma de Susana Wald. Al regresar de la caminata por
el campo, en aquella mañana, he descubierto otras profundidades en el ser de esta
mujer. Su ingeniería casi mística de reaprovechamiento del ambiente natural en el
huerto de la casa. El secreto de la alquimia es la mirada de la luna llena de metamorfosis.
El surrealismo en su vida está —como había imaginado el mismo Breton— poco más allá
de la estética, sin negarle existencia. Es una suma perenne, inagotable. Un intercambio
de tanteos. Caminábamos por el huerto y me explicaba cosas que son la más trivial
resina de la supervivencia: plantío, cosecha, humos, basura, diálogo con la naturaleza.
Mientras me enseñaba las vértebras de su conexión con la vida, las cuerdas, los
peñascos, las serpientes, los utensilios, los cortinajes, los montes, las calaveras,
se acercaban a nosotros a decir lo que son: esencieros de revelaciones de una visión
muy particular de Susana Wald acerca de la relación entre arte y vida.
Fueron tres días en su casa. El cielo, la cocina —las
comidas entrañables siempre con la presencia de otra amistad que igual se puede
decir mágica: la mía con su marido, Ludwig Zeller—, el huerto, y ahora el taller,
que ya no sé si es posible identificar como un ambiente aislado de todo. La visita
al taller fue la última. Lo que podríamos entender como un lugar sagrado, un tipo
de muelle de contacto con la trascendencia, en su caso es la morada de la revelación
física de su punto de equilibrio entre el recuerdo y el sueño, el testimonio y la
visión. El sudor de la construcción de una obra de arte es parte de su misterio,
y como todo en ella, es esencialmente real. El taller de Susana está lleno de sus
obsesiones. Allí está la oscura presencia del símbolo. Los nudos, las piedras, las
olas, el recuerdo de que todo en su paisaje es trópico, que lo desea así, el mundo
como un hogar de sombras incendiadas. Y tenerla allí, a ella, diciéndome que sí,
que no, con su voz siempre empeñada en la recuperación de un mundo —el suyo, el
mundo del arte, de la creación, de la poesía, de la existencia común entre todos
los hombres… Susana Wald es alguien que sigue creyendo que el mundo puede disminuir
sus tensiones gracias a la compasión. El huevo filosófico de la compasión es la
comprensión mutua de la existencia de todos en un sitio cualquiera.
En su taller, yo tomaba fotografías de obras y ángulos,
mientras ella me contaba cosas de su vida, recuerdos de puntos que han generado
la imagen de cada pintura o dibujo que me enseñaba. Todo creador sabe que su ensueño
de la realidad no es la realidad del ensueño. Es un truco. La realidad conserva
un plan de huida del arte porque éste insiste en su multiplicidad, mientras a ella
interesa el disfraz de la aprobación cartesiana. Sin embargo, es imposible imaginar
que tantas técnicas de manejo del tiempo y el espacio —la ciencia, la religión,
el arte— atiendan a una configuración única. Todo en la vida es plural y ahí está
su magia. Hay singularidades en la caza, en los juegos de lenguaje, en la catequesis,
en la argumentación de las guerras; a cada conflicto inventamos su razón de ser.
Mientras yo tomaba fotos y Susana me mostraba imágenes raras de exposiciones y encuentros,
otros lenguajes, la piedra cocida de la memoria, la cerámica, el grabado, su pasión
por la música, fue como una lagrimita posada en la mano del tiempo. Y fue con esa
misma mano que nos dijimos adiós al día siguiente, abriendo las puertas de otro
viaje. Mientras regresaba a mi casa, una pintura de Susana Wald iba tomando forma
en mis ojos: “Noche de Huayapam”, de 1997, con una mujer que está entre acostada
y suspendida, casi fluctuante, en una vastedad simbólica que mezcla la sábana, los
montes, el laberinto de la excavación de una antigua civilización, un casi secreto
ciclo mágico de ampollas, el cielo con su color que se entraña en todo el paisaje…
Y todo eso como si fuera la escritura onírica de un huevo puesto en un rincón de
la pintura. Allí está la “exaltación de lo femenino”, esa resurrección perenne de
un tema muy costoso a la historia de la humanidad.
Un largo vuelo de regreso a Brasil fue como la casa
prometida a la reflexión del motivo, porque esa pintura ha surgido en mi horizonte
visual: su cascada de motivos. Exceptuando las burbujas, cada figura es una sola
en la pintura. Pero se convierte en otra cada vez que se encuentra con la siguiente.
Es la magia del cuadro, su habilidad que es una maña, que hace que la gravedad sea
un espejismo entrañado en el cuerpo de la mujer. Y el complemento del significado
de todo esto se lee en la respuesta que da Susana Wald en una entrevista cuando
se le pregunta acerca de la misión de los artistas, que ellos deberían “indicar
el camino”, y ella muy segura contesta que no, que “es un trabajo que está haciendo
en conjunto toda la humanidad”. Lo mismo que en su pintura, es una cuestión de alcance
de los ángulos, la integridad del vértigo, la comprensión de que somos parte de
algo. La memoria se fue tanteando a sí misma, los temas tratados hasta aquí y su
resumen —ahora lo comprendo— no podían llevarnos a otra pintura que no fuera esta
“Noche de Huayapam”. Allí está una cosecha de miradas, una orquestra de símbolos,
la actividad al mismo tiempo cósmica y profundamente humana de los pinceles de Susana
Wald.
Llego finalmente a Fortaleza. El contenido de mi cámara
fotográfica es la prueba de un mensaje cifrado: que la vida en Oaxaca ha sido la
pieza oscura de la resurrección de esta mujer. Al caminar por el centro de la ciudad,
por sus afueras, o por las excavaciones de Mitla o Monte Albán, ella está presente
de un modo que nadie percibe. Oaxaca es el origen de la piedra multicolor que se
llama Susana Wald. Al mismo tiempo invisible. No es parte del escenario. No está
en su folclor. Allí está. Simplemente está. Oaxaca es su joya de espíritu.
Otra vastedad —el desierto de Atacama, en Chile— es
la fuente inagotable de la creación en su marido, Ludwig Zeller. Identificarlos
es una cosa. Pero Susana Wald vive Oaxaca en el presente, mientras que el desierto
chileno es una relación amorosa de la memoria en Zeller. Ya sabemos que nada es
tangible en las raíces de la creación. Aunque sea. El punto aquí es que el oro del
tiempo no es un laberinto, sino la visión del mismo. Lo que llamamos realidad no
importa, sino la manera como se mira. Es la presencia del hombre que hace que las
cosas sean comprendidas como son. No es un sueño; el hombre es la realidad de todo.
No importa que su disfraz sea de dios o de leopardo.
El primer ciclo del viaje se cumplió y ahora trabajamos
por correo electrónico acerca de los temas pendientes. Al visitar la galería de
las obras de Susana Wald encontramos en sus títulos muchas de las imágenes aquí
evocadas, como un tipo de germinación de un sentido común. La utilización de diversos
elementos en su pintura despierta la discusión sobre el fetiche, o la idea de un
objeto de funcionamiento simbólico. En parte porque Susana no busca esos elementos,
sino que despiertan en ella en el interior de un círculo de evocación. Son como
la revelación de un plano —no importa si existencial, cósmico, sexual— que no está
de acuerdo con el lenguaje que lo clasifica. El símbolo en su pintura no es una
afirmación. La ubicación de los objetos, su procedencia, el sitio que ocupan, aunque
sean maravillosos, están para decirnos algo que no está. Es como buscar allí lo
que no corresponde a la realidad de lo que representan. Al cuerpo le toca el abismo.
La definición del cuerpo tiene que ver con su insaciabilidad. El erotismo en la
pintura de Susana Wald es un enlace con su sed de vivir; su deseo es el de una resurrección,
siempre la médula de una correspondencia con los tiempos de su vida. Las imágenes
evocadas pueden ser heroicas, patéticas, amables, temblorosas, risibles, no importa.
Esta mujer hace de su manera de ser —y pintar— una alegoría de su misma existencia.
Y la mujer. Ella en sí misma. La necesidad de examinar
lo que hubo con la mujer. La afirmación de que a lo largo de la historia, la presencia
de la mujer se deshace —o es simplemente borrada— con una velocidad que va más allá
de la capacidad de comprensión de su actuación. Lo que llamamos cultura es, en muchos
casos, un sepulcro, un motor del control de la civilización. Es como un juego de
piedras, las que están allí para una función y otras distintas. Las piedras de tu
preferencia, las mías. Juego. La colectividad es un juego, aunque la ilusión sea
planeada en nombre del individuo. Es verdad que la mujer siempre ha sido una víctima,
que la historia ha sido conducida, manipulada, arreglada por el hombre. Simplemente
no creo que eso pueda cambiar. Es otro tema. Lo que importa aquí es un tipo de médula
existencial en el que no importa el género, donde se puede decir que existe la oscuridad
personal y la oscuridad colectiva, y que yo —en nuestro caso, Susana— comprendo
la necesidad de establecer conexiones entre ellas. Creo que éste es el punto más
importante en la decisión estética de la pintura de Susana Wald.
2. Arroyo de misterios
Inmortalidad
o renacimiento, el huevo es un símbolo que determina el misterio de la vida. Es
la puerta —más que su sentido, siempre ambiguo— de entrada o salida. Es la rendija
que comunica con un mundo oculto, con esa invisibilidad cósmica de que está hecha
la existencia humana. Hay un punto en el que se agota todo trazo de un árbol genealógico
de la especie. Sigue la explicación religiosa, no más. Todavía más precario es el
futuro. El sondeo de la ciencia, por más que avance, no elimina la sospecha de que
algo más sucede. Esa condición inextinguible del misterio la emblematiza el huevo.
Su forma, su significado, la curiosidad por su concepción, el secreto que oculta
su cáscara, la magia de su brote, el huevo es como un papiro que se puede leer en
varios sentidos o direcciones. Las perspectivas encontradas en distintas mitologías
prueban su potencial de estímulos a nuevas lecturas.
La importancia de otro símbolo, la cruz, es muy reconocida,
sobre todo por su estrecha relación con el mundo cristiano, pero es un símbolo que
se realiza sólo en el cruce de dos mundos. No hay una perspectiva tridimensional
en la cruz, como en el huevo. La cruz es la dualidad; el huevo, la multiplicidad
simultánea. La cruz no puede vivir sin el antagonismo; el huevo exige la manifestación
de infinitas posibilidades. La cruz simboliza el conflicto, mientras el huevo está
asociado con el descubrimiento de otras comprensiones, incluso el conflicto sentenciado
por la cruz. La cruz refleja la presencia de un enemigo; el huevo está más allá
de toda forma de exaltación del fin.
La pintura de Susana Wald ha acercado el huevo a otros
símbolos, pero en ningún momento se nota la presencia de la cruz o alguna correlación
posible con este símbolo, aunque visite arquetipos como la melancolía, la muerte,
la noche, la premonición, igual que en otros momentos de su creación… Nada. No hay
cruz; su concepto, el mensaje cifrado, las señales de agonía ulterior, nada, absolutamente
nada que se parezca a cualquier forma de antagonismo en la pintura de esta mujer.
Es un riesgo, porque la perpetuidad es hermana del conflicto y el conflicto es excluyente.
El huevo busca asociarse a otra visión del mundo, que es la visión alquímica. El
mundo no está para ser partido, sino para ser compartido.
Salimos a caminar por la galería de sus metamorfosis
y allí encontramos “El sueño de la novicia”, de 2000, obra muy emblemática de la
estética de Susana Wald. La novicia sueña con sus paños y una cadena de montaña
al fondo, como escenario para la presencia (¿llegada o partida?) de un huevo. La
nueva vida es el descubrimiento o la confirmación de sus inquietudes. El juego de
afirmación/negación no tiene igual
presencia que la experiencia en sí del ritual. Por esa razón, en la pintura de Susana Wald hay globos,
bolas, ojos, pezones, piedras que asumen el carácter simbólico de los huevos, que
son como las cuentas de un laberinto que nos seduce a la revelación de lo que somos.
Lo que pueda parecer fuera de sitio, en verdad se encuentra en su periodo de incubación
o se arriesga a enseñarnos que hay otro modo de llegar a la evolución del deseo.
La fuerza con que la pintura de Susana Wald guarda en
nosotros un secreto es su tajada mágica. El cuerpo de este personaje con que soñamos
en su pintura, ¿dónde está? ¿Es un mito, una leyenda, un misterio? ¿Quién está detrás
de los huevos de Susana Wald? Lo mismo que en la del mundo egipcio, el fenómeno
de la existencia está en su estímulo, más que en su comprensión. Lo oculto deriva
de un mayor deseo por conocerlo. Los dioses son plurales. Su paleta de formas y
colores se llama arroyo de misterios. Los azules son más ricos porque están basados
en la comprensión de que el Uno no puede ser hijo de nadie —recordemos el Chandogua
Upanishad—, que el cielo es una alegoría de la multiplicidad. El azul es la
devoción a un mundo sin fin basado en la correspondencia.
Esa correspondencia, en sus asociaciones menos visibles,
es lo que buscamos, como un viaje al misterio del huevo en Susana Wald, que
puede estar en su yema o en su cáscara, en la suma de los dos o muy lejos de allí.
¿De qué está hecho un huevo? Esencialmente del milagro
que es volver a la vida. El huevo es en sí mismo renacimiento. Así que lo que está
oculto es también vida. Y vida que prepara nueva forma de existencia. Desde su primer
huevo encontramos en la obra de Susana Wald el argumento vital, el dilema de la
preparación para una nueva experiencia. Sus paños —elemento decisivo en la lectura
del contexto de su obra en esta fase— son siempre telones, no importa a cual tejido
recurra, lino, mar, desierto, piel, monte, piedra, nieve. Ejemplo directo de esa
correspondencia teatral lo encontramos en “Teatro del huevo”, 2002. En primera instancia,
es posible pensar en el conflicto de la dualidad, el sentido trágico de la relación
entre ser y tiempo, alma y cuerpo, los vicios del lenguaje y otras inquietudes del
símbolo. Cuando solicitamos la visión del mundo de uno de los actores de la representación
pictórica en Susana Wald, la serpiente, por ejemplo, percibimos una breña en el
enredo, pues la actriz tanto puede estar en la piel del protagonista (“Recuerdo
de Manitoba”, 2002) como afuera, a su espera y en este caso sin saber cómo reaccionar
frente al misterio de su devenir (“El huevo filosófico”, 1998). Hasta aquí podríamos
pensar que la presencia de la serpiente ubica la estética de ese momento de la pintura
de Susana Wald en un conflicto existencial con la sobredosis de dualismo occidental.
Sin embargo, la serpiente es también una de las representaciones de la fuerza vital
que actúa en la dimensión de una resurrección, lo mismo que el huevo. La manera
como Susana Wald evoca a otros personajes en su teatro alquímico llévame a comprender
su mundo como infinitamente más cerca del ambiente simbólico egipcio, especialmente
por la asimilación espontánea, la afinidad imperativa con la cultura mexicana de
esa región zapoteca en que vive, Oaxaca. Hay que agregar aquí dos otros elementos:
la preparación para el brote y su ambientación, la geografía de su nueva relación
con el mundo. En esos casos, dos conceptos funcionan como llaves: erotismo (“Noche
de Huayapam”, 1997) y vastedad (“Amanecer”, 1999). En los dos momentos —por su aspecto
cambiante de imagen del mundo— lo que encontramos es más fuerte que una simple representación
gráfica de la existencia. Los detalles de la configuración del erotismo y la vastedad
invaden nuestra mirada, cambian de sitios y formas, trasladan de muelles sus opciones
de significado, frases que podrían estar en la boca del fuego las escuchamos desde
el agua, los elementos que actúan de acuerdo con el guión mágico de Susana Wald,
que es como una regente de las mutaciones. En especial sobre “Noche de Huayapam”
recuerdo algo de nuestras conversas en que ella me dice: “Cuando pinto éste me surge
la idea del primero de los huevos, el ‘Homenaje a De Chirico’ (1997), provocada
(la idea) por el huevito que hay al lado de la mano de la mujer desnuda. De ahí
en adelante se desata el proceso que todavía surge de vez en cuando, como en el
caso de ‘Momento crucial III’ (2010).”
Los mecanismos de la forma no son distintos del juego de los colores. La contraposición que uno podría buscar entre positivo y negativo, en su manejo de colores, no actúa como lo que se espera de corrientes inversas. Una de las piezas más entrañables (“Extrañeza de lo nuevo”, 2001) de esa fase de la pintura de Susana Wald propone un tipo muy fascinante de maraña de la idea usual de los contrarios, el conflicto entre la perspectiva de renacimiento y el mundo que está por admitirlo. Ahí tenemos también un conflicto del color, pero en su sentido de identificación, de descubrimiento. No hay un juego de antípodas en los colores en la plástica de Susana Wald. Su teatro, la tragedia de su búsqueda de un mundo nuevo, está determinada por la donación, por la comprensión de una casa sagrada en que todos pueden estar, una alegoría de la afinidad, la firma de un respeto común por el compartir los riesgos, el modo como un telón acaricia su huevo antes de la práctica teatral. Hay piezas en que esta ausencia de un contraste, en el sentido de una pelea colorista, refleja mejor la dinámica de una acción que es esencialmente alquímica (“Evento alquímico”, 2000) o la efervescencia o convulsión de un mundo ya en su médula de identificación con todo (“Raíz del fuego”, 1999). Una vez más, no hay preocupación con los trazos de consonancia y disonancia en su plan estético. Susana Wald llama la atención para los juegos del misterio en cada renacimiento. Y la actualidad simbólica de sus criterios despierta en nosotros un sin fin de relaciones: la forma y su actuación en cada escenario, lo mismo que el color y la manifestación física de la actuación de la gravedad sobre los cuerpos.
Es casi como una norma en la lectura crítica de una
obra plástica observar sus caracteres lógicos, colores, formas, simbolismos etc.
Yo siempre me pregunto cuando uno casualmente está frente a una sala en una galería
o pasando las páginas de una revista o disfrutando un video en la casa de un amigo,
y sus ojos tratan de mirar una imagen, cuál es su primer contacto con la obra de
alguien que allí no tiene nombre, que no es nadie. Por supuesto, todo lo que he
escrito a su respecto no debe servir de nada, pues lo que importa es su experiencia
automática con la magia de significación de las imágenes de la pintura que observa
o vive.
3. Reflejos del constante devenir
Así concluye
Susana Wald la presentación del libro Mirages: “Nací a orillas de un río.
Viví a orillas de un río que es mar. Estoy a orillas de un lago cuyo misterio me
sorprende cada día. Mi obra se hace espejo. Las imágenes trazadas con tinta sobre
el papel, ¿qué son sino reflejos del constante devenir?” Aunque por tres veces se
repita la palabra “orillas”, la llave secreta de su reflexión está en otro sitio,
en el interior de la vastedad. En la suma de migraciones de esa mujer, en todas
direcciones, en el mapa del alma, el alma del mapa. En las hojas invisibles del
viaje, por el mundo y por ella misma. Parte de su jornada recuerda el Tao, con lectura
muy singular de la cognición, el aprendizaje incesante de un sueño otro que empieza
a cada rato. La bendición de la piel al abrir las ventanas y dejar que se pronuncie
el viento proyectando las infinitas casas de la quietud y el desenfreno. Cuando
hablamos de la pintura “Periodo de incubación”, de 1992, me dijo: “Este es un cuadro
premonitorio que hice 5 años antes de que empezara a asaltarme el tema de los huevos.
Incluso su título, que surge en el mismo momento en que lo termino, es interesante
porque no tengo idea qué se está incubando hasta mucho más tarde.” Ella misma sabe
que la intensidad de las correspondencias está constituida por otro orden de sentido.
Así que la presencia del huevo en su pintura no busca una gama numérica o sistema
de modos o cualquier tabla de convenciones. Aunque pasemos del huevo al cuerpo y
aquí precisamente al cuerpo femenino, sigue pescando sus perlas el azar, no por
indiferencia, sino por dedicación a un mundo insondable que es la carne y el espíritu
de toda creación. Sabe Susana Wald que la originalidad no requiere esfuerzo, pues
es fruto natural de la visión del mundo de cada uno de nosotros. Por supuesto, cuando
tratamos de arte debe haber talento suficiente para expresar la visión del mundo
a través de palabras, sonidos, imágenes, etc. Pero es así en la vida más común.
La amistad, la afinidad, la complicidad. Son otras formas de talento.
Y fue así que pasamos los días en su casa, ya sin trazar
distinciones entre su creación y los modos de vida. Lo que me parece más fascinante
en la pintura de Susana Wald es que no se trata de un laberinto de su realidad perdida
—algo que uno podría pensar por la sobredosis de emigraciones que caracterizan su
vida—, sino una resurrección permanente de las fuentes de descubrimientos de otros
modos de ser. Y sin pérdida del pie en la realidad, del mito, del símbolo, del deseo,
del ambiente movedizo y flotante de la realidad más cotidiana. Tal vez por eso atravesamos
la lectura de este libro sin la necesidad de comparar su obra con la de otros artistas.
André Breton ha observado la indisposición del surrealismo en convertirse en escuela.
Es un tema cuestionable porque en muchos casos encontramos la similitud estética
basada en ciertos aportes del surrealismo, al mismo tiempo en que hay seguidores,
tal vez inevitables, de los trazos principales, el mismo tipo de disociaciones,
rupturas, algo como un tipo peculiar de multiplicidad de la misma cosa. Es la parte
riesgosa de toda doctrina. La plástica de Salvador Dalí o René Magritte ha sido
reproducida más allá del límite de todo agotamiento. Hay muchos artistas que se
dicen surrealistas, pero su plástica es en esencia la repetición —o segmento— de
algo. Una de las defensas más fuertes del surrealismo, al rechazar el tema de las
escuelas, era la evocación de la originalidad como la comprensión de que la misma
no se apartara de la visión de mundo del creador. Y no hay dos personas en todo
el planeta con igual visión del mundo. Ahí está una de las magias imperativas del
surrealismo.
Siempre que miro la pintura de Susana Wald buscando
una asociación con otro artista en lo que pienso es en la estructura muy particular
que ciertos creadores han dado a su construcción plástica que los hacen únicos.
De inmediato, siempre por cuestión afectiva, pienso en el portugués Cruzeiro Seixas
(1927) y el australiano James Gleeson (1915-2008). En los tres casos —hay muchos
otros, por suerte el mundo es infinito– es tan transparente la identidad de sus
voces que hasta cuando hacen homenajes a otros surrealistas, como Magritte, De Chirico
o Paul Delvaux, uno puede encontrar en ellos su talante propio, inconfundible. Susana
Wald no ha conocido a Gleeson, pero sí a Cruzeiro Seixas, de quien tiene muy buen
recuerdo: “A él lo vimos más de una vez, paseamos con él y luego mantuvimos correspondencia
con él. Participó en publicaciones nuestras. Un hombre de mundo, extrovertido, sensual
para el bien comer, bien beber, buenmozo, nos llevó donde un pintor de apellido
Pérez, buenísimo, nos presentó a Isabel Meyrelles, compartimos momentos muy gratos
con ellos.” Lo que importa aquí es decir que la especulación del mundo es una simbología
inagotable. Algo que el surrealismo había previsto era la cárcel de los sistemas,
de los estilos, de las escuelas. Pero igual sabía el riesgo de convertirse en una
de esas capillas o fosilización de la existencia.
El mundo está cambiando —es bueno que siga en movimiento—
de un modo muy peligroso, con asentamientos en un padrón gráfico de observación
e imposición de modos de ser. Hay como un catálogo de tonos de lectura de la realidad.
El arte ha perdido su carácter revolucionario, no por insuficiencia técnica, sino
por corrupción —no importa que pasiva o activa— de sus actores en la relación
con sus medios de producción y difusión. Este libro traduce en unas borrosas líneas
la piedra de toque de una lectura muy singular de la existencia humana. Cada huevo
en la pintura de Susana Wald es una partícula de su defensa de la humanidad algo
perdida en nosotros. Es lo que más admiro en esa mujer, su sentido de equilibrio
que no desiste jamás, no está en los huevos —mejor: los huevos están en todo—, está
por todas partes, en su cocina, en la lectura de los mitos, la voz cómplice que
ha descubierto con Ludwig Zeller una de las cosas más flamantes y sabrosas de la
creación artística, que es comprender la voz del otro, participar de la vida del
otro. En un gesto, la vida entera.
Así es la vida de Susana Wald. Las migraciones, la curiosidad
por todo, los dolores o vacíos convertidos en nuevas extrañezas o modos de vivir,
los trazos de identificación con el futuro, el mensaje cifrado de sus símbolos,
como poner la mano en los ojos y decirles: por ahí, por allí, por todas partes…
Esta es la mujer que tiene sus poros abiertos a las evidencias y coincidencias.
Su relación más íntima con el surrealismo está en el punto en que la realidad es
un sueño que no disipa la vida.
4. Itinerario de sueños
El itinerario vital de Susana Wald empieza con su nacimiento en Budapest, en 1937. Ya en 1949 la familia emigra a Buenos Aires, ciudad en que crece la artista, estudiando en la Escuela Nacional de Cerámica, y participando en cinco exposiciones colectivas. Con 20 años de edad cambia de país una vez más, llegando a Santiago de Chile, donde residirá por 13 años. Es una etapa fundamental en su vida, por la confluencia de la intensidad de sus actividades artísticas y el encuentro con otro artista, Ludwig Zeller, con quien comparte amor e inquietudes estéticas. La resultante es impresionante, con la realización de diseños para más de cien cubiertas de libros, la creación de murales en cerámica y, sobre todo, la fundación de Casa de la Luna, centro cultural y café, que funda y dirige con Ludwig Zeller, en la calle Villavicencio 349, y que incluye la publicación de una revista homónima.
Este importante punto de confluencia de las artes en
Santiago nace en 1968, y de inmediato se destaca por la organización de un gran
número de exposiciones de artistas, ciclos de conferencias, happenings, presentaciones
de otras expresiones artísticas, como el cine y la música experimental. El ambiente
político que corre paralelo a las actividades artísticas trata de entrometerse y
generar situaciones incómodas a la pareja Wald-Zeller, alcanzando un punto en que
la mejor estrategia es anticipar el desastre y salir de Chile, lo que hacen en 1970.
Pero antes de salir, en ese mismo año, Susana Wald y Ludwig Zeller realizan una
gran exposición dedicada al surrealismo, en la Universidad Católica. El evento reúne
obras de importantes artistas del surrealismo, pero lo que llama la atención es
el grado de provocación del happening de inauguración, llamado “El entierro
de la castidad en la Universidad Católica”, que obliga a todos los presentes a dejar
afuera sus zapatos, pues en la sala principal hay una inmensa pintura en el suelo,
hecha por Susana Wald, Valentina Cruz (1938) y Viterbo Sepúlveda (1935-1974), al
que Ludwig Zeller agrega senos femeninos de espuma de goma.
La residencia siguiente de Susana Wald es Toronto, la
más grande ciudad de Canadá. Es un cambio con muy intenso grado de desafío, que
al mismo tiempo conlleva la perspectiva de una internacionalización de su trabajo,
en particular su actuación en la promoción cultural, las cubiertas e ilustraciones
de libros y las traducciones. Sobre las traducciones, ella misma recuerda: “Mi trabajo
de traducción nace de la necesidad de Ludwig de hacerse entender en Canadá. Fui
su intérprete simultánea. También traducía para él, ya en Chile, cuando necesitaba
leer un texto en francés o inglés. Leímos juntos de esta forma muchos libros. Traduje
a Jaguer, Eluard y Péret, a Zeller mismo.” Con cuatro años en Toronto la pareja
trata de fundar una nueva casa editorial, Oasis Publications, que se dedica a la
producción de decenas de libros, catálogos y panfletos, incluso tratando de presentar
poetas chilenos al lector en inglés. Oasis es también un espacio de realizaciones
de exposiciones, y allí son difundidas las obras plásticas de nombres canadienses
y de muchos otros países. En 1974, es invitada a participar de las celebraciones
de los 50 años del Primer Manifiesto del Surrealismo, en la Universidad de Pennsylvania,
Estados Unidos. Por la puerta del surrealismo empiezan los viajes y el año siguiente
Susana Wald está en París, donde se pliega al movimiento Phases, gracias
al descubrimiento de Edouard Jaguer (1924-2006), poeta y crítico francés involucrado
con una nueva fase del surrealismo. Sobre las exposiciones de surrealistas europeos
tiene muy buenas palabras de cariño: “Estas exposiciones nacieron de nuestro entusiasmo
por el Movimiento Phases, y como cosa recíproca con éste. Hicimos una exposición
de Phases en general, y otras de gente como Suzanne Besson, muy amiga de los Jaguers,
Marie Carlier, Philip West, Eugenio Granell, Guy Roussille y John Schlechter Duvall.
Éstos tres últimos vinieron a sus exposiciones en Canadá que se realizaron en la
Galerie Manfred, en la ciudad de Dundas, a unos 70 km de Toronto.”
Toronto y surrealismo significan la llave de un mundo
relleno de viajes, contactos, publicaciones, eventos, traducciones, nuevas técnicas
como el grabado en metal y la litografía, las pinturas acrílicas sobre telas en
gran formato, más viajes, el registro fotográfico de todo, hasta que su vida es
tomada por el azar objetivo de nuevo vértigo: México, precisamente Oaxaca. Ahora
la imposición del destino no está en salir, sino en entrar. México es la yema, la
manera como el espejo en que esta mujer se interroga a sí misma. Más que México,
algo muy especial en México: la presencia insospechada de esa parte de la cultura
mexicana en la vida de Susana Wald. Hasta allí ha llegado, una vez más, con Ludwig
Zeller. Pero llegan en tiempos cósmicos distintos, no por desacuerdos, sino por
fuente de alimentación del espíritu. Es que Oaxaca significa para Susana Wald un
renacimiento, o más simplemente la eclosión de un ser que hace tiempo estaba en
su silencioso periodo de incubación. Un viaje por la iconografía de esta mujer lleva
a la constatación de que en Oaxaca fue tomada por los dioses de la plenitud. Allí
está Susana Wald como jamás estuvo en parte alguna. Es como se concluye su itinerario
vital, no con el ciclo natural de nacimiento-muerte, sino con el marco del nacimiento
y su enclave en el ambiente que mejor lo define.
Los puntos cardinales de su trayectoria señalan que
en 1994 comienza su estadía en Oaxaca. Es un tema delicado, porque Oaxaca no es
liberación. Susana Wald no ha llevado una vida ilícita en su espíritu o de retención
del alma. Pero algo se mueve en la vida de uno como la indicación de una zambullida,
retrato o espejismo, la lectura mágica de un ángulo, palabra o susurro, algo que
nos lleve a un grado muy curioso de intimidad con nosotros. Así está la vida, en
su esencialidad, que puede pasar años sin presentarse a nadie. Podemos averiguar
el tema bajo la aguja de la definición estética. Hay artistas que toman largo tiempo
en descubrir su propia voz; otros que están como mágicamente determinados por esa
varita, desde el primer boceto… Aquí no tratamos de eso, de variaciones o acomodaciones
estéticas. Una mirada a las cerámicas y dibujos de Susana Wald desde la Escuela
Nacional de Cerámica atestigua la naturaleza erótica que busca, por lo menos, una
relectura respecto a los estereotipos. Ya se sabe que Susana no es una seguidora.
El desnudo y la carga de seducción del lenguaje, en ella —no importa que hablemos
de cerámica, grabados, pintura, dibujos—, apuntan en la dirección contraria a lo
permisible. Los conceptos cambian de actuación en cada época o sitio en que se instalan.
La afirmación estética en Susana Wald no contesta el ambiente natural de los conceptos,
sino a su manipulación, los arreglos forzados en nombre de una moral que son la
confirmación de una ausencia total de moral.
¿Qué fue hecho de un mundo orientado por la ética y
la estética? Todas las revoluciones del siglo XX no han cambiado algunas cosas de
sitio. La respiración, el sueño, el deseo, la adivinanza, la perspectiva de un mundo
futuro. Todo esto actúa en la formación de un ser múltiple, cambiable con los acentos
de la cultura, así que el mundo perfecto parece ser el mundo sin reglas, o con reglas
naturales de supervivencia. Sin embargo, hoy sufrimos un espacio con determinación
de modos de supervivencia, ajenos a la característica de cada ser viviente, animal,
vegetal, mineral. Hay una clase instalada determinada a exigir los modos de participación
de todos, para quien los modos clásicos de restricción ya perdieron su fuerza. La
división del mundo entre zonas de interés de la ciencia, la religión, el arte, eso
ya no funciona. El agregado llamado de cuarto poder, que es la prensa, tampoco actúa
ya aisladamente como una fuente de energía que puede cambiar lo que sea. El discurso,
el manejo de la lengua, en su sentido más retórico, pegado a la fiebre de desgracia
espiritual, descreencia de todo, uno que no sabe nada que hacer de sí, en la escuela,
con su novia, su empleo, lo que quiere seguir en la vida, dónde vive, cómo vive,
todo es un hueco en el alma, no hay nada en lo íntimo del hombre contemporáneo,
fue vaciado de todo.
Necesario cambio de párrafo porque el tema es el más
complejo en nuestra entrada en el siglo XXI. Susana Wald tiene su lectura, yo tengo
la mía. Aquí importa solamente la suya. Como avanza con su obra buscando un tipo
muy singular de recuperación de la fuerza erótica del ser. Primeramente su comprensión
del arquetipo femenino y el abismo entre éste y la realidad de la mujer. El abismo
entre la esfera mágica del símbolo y la violencia sufrida por ella en la esfera
humana. Sin embargo, la opción de Susana Wald como artista no es por un arte de
lamentación o incluso de acusación. En su conciencia impera la necesidad de la afirmación
de lo erótico y la recuperación de una vida propia. En su obra la figura femenina
está en permanente correspondencia, sensible e incitante, con su personificación
en escenarios de fábulas, mitologías, ciencia-ficción, leyendas, sin faltar la penetrante
presencia del humor, como en la serie “La mujer de…”, en que juega con los diversos
estilos de objeto en que la mujer fue convertida, variables de acuerdo con la mirada
de su hombre, sea un músico, un sultán, un coleccionista, un cortador de vidrios,
un jardinero etc. Es curioso, porque cuando hablo con ella sobre el surrealista
Edouard Jaguer, recuerda lo que sigue: “Lo he visitado once veces en su departamento
de París. Fue muy cordial desde el primer momento. Fue un amigo verdadero hasta
el momento en que vio mis cuadros de la serie ‘La Mujer de…’ Creo que no le gustó
su tono feminista. Yo no era feminista entonces, esa serie me nació de un ánimo
de broma, pero ahora considero que Jaguer tenía razón en lo de feminista. A mi vez
resiento que después de eso no me incluyó en sus publicaciones. A Ludwig lo mantuvo
en su movimiento hasta el final.” Respeto su opinión, pero no me parece haber ningún
acento feminista en esta serie, por lo menos en el mismo sentido prejuicioso como
lo entendía el francés. El surrealismo ha ayudado en la expansión de la visión de
mundo de muchos, del arte en particular, pero no se puede olvidar que el prejuicio
es parte de la vida humana, algo de lo que muchos artistas —incluso surrealistas—
no supieron librarse. De todos modos, reproduzco la palabra final de Susana Wald
sobre este tema: “Creo que a Jaguer no le gustaron mis imágenes no porque entendiera
que trataban de problemas de lo femenino, sino porque no entendía esos problemas.
Yo en esa época no tenía ninguna sensación de que lo mío fuera feminista. Eso vino
mucho más tarde.”
En la serie “La Mujer de…” se puede encontrar el humor más refinado, no solamente en la obra de Susana Wald, pero en la lectura del arquetipo femenino destacadamente en las sociedades contemporáneas. La mujer presente en la mitología, con sus diferenciaciones de personalidad, sus impulsos, afectos, aspectos intelectuales y morales, ahora los tienen embrutecidos por la configuración subyugadora de su pareja ideal. No hay más la Magna Mater, no hay más Helena o Eva, sino la mujer de. Además, el alto voltaje estético de esa pintura atestigua percepción y sensibilidad de esta mujer que no es propiamente feminista, sino femenina, dotada de una mezcla de clarividencia, sensualidad y visión crítica del mundo que permiten llegar a una serie como esta que es la urdidura o marinar de símbolos que son el retrato más perfecto de nuestra realidad. La resultante no podría ser otra que un manjar salpicado de humor.
En la pintura de Susana Wald el cuerpo es el elemento
visible central. La materialidad del cuerpo, su expresión clásica, el cuidado con
las formas, el conocimiento de sus ángulos, sus trazos físicos… No hay abstracción
en su pintura y el paisaje es parte de la composición de un ambiente en que el cuerpo,
la figura, es su esencia. En la serie de los huevos, que destacamos en este libro,
el paisajismo es el escenario de actuación del carácter figurativo sugestivo del
huevo. Igual que el paisaje o la abstracción, el cuerpo es un relato. No importa
en qué tiempo, relato de la memoria o del deseo, de lo real o soñado, vivido o imaginado.
Cuando el cine y la novela destacan en su abertura que están basados en hechos reales
es como falsear la realidad del hecho artístico. La imaginación, el sueño, el deseo,
son partes expresivas y decisivas de la existencia humana, y la realidad sería otra
sin la presencia de tales elementos. No solamente el arte, pero igual la ciencia
y la religión, lo mismo que todos los mecanismos de manipulación de la existencia,
están basados en la realidad de esos elementos. Cuando el arte se aleja de esa comprensión
lo que resulta es el tipo más despreciable de decoración.
Cuando Susana Wald empieza a trabajar en colaboración
con Ludwig Zeller —y aquí la palabra-llave encontrada inicialmente (espejismos)
es emblemática de la relación— es como acoplar la fantástica realidad de dos planetas,
casi diría en distintos sistemas. Pareja entrañable desde sus orígenes, había el
amor, la pasión, el diapasón tomado por muchas fuerzas, pero cuando miramos el resultado
de este encuentro estético es como comprender que el sueño corpóreo de uno estaba
listo para mezclarse al cuerpo onírico del otro. Y fue lo que hicieron: Susana Wald
ha dado más vigilia al collage de Ludwig Zeller, así como su collage ha dado más
sueño a la pintura de ella. El libro Mirages, que hicieron juntos, es pura
ciencia-ficción. Doble milagro: la carnalidad de la obra y la afinación. La obra
en colaboración no es un contrato. Hay ambientes sociales que no permiten esa búsqueda
de afinidades entre creadores. Es mejor que impere el ego y los artistas sean como
dioses incomunicables entre ellos mismos. Por eso todo el palco, el sistema de gloria
individual en que se ha convertido el ambiente artístico hace mucho. Susana Wald
y Ludwig Zeller llamaron la atención por dos cosas muy curiosas: que el surrealismo
estaba tomado de falsas liberaciones morales y que es posible crecer en la diferencia.
Cuando miro una obra como “Ojo de dios volando sobre las llanuras de Saskatchewan”,
de 1979, yo me siento feliz de comprobar que el arte puede hacer real el sueño de
muchas cosas en la vida.
Pero nada que uno pueda decir de esa relación se acerca
de la lectura entrañable de una confesión de la misma Susana Wald:
Siento que la
relación que existe entre Ludwig Zeller y Susana Wald es una simbiosis. Hay veces
que él provee lo onírico, en otras soy yo. Hay veces que yo proveo un entorno y
él provee una realidad. (Eso de la realidad es por lo demás difícil de definir,
creo que los humanos estamos tratando de intentar esa definición hace milenios).
En una simbiosis creo que una parte asiste a la otra
y viceversa. En todo caso nuestra relación es de tipo simbiótico y es muy compleja,
además de que tiene facetas cambiantes al paso de los años.
Zeller es poeta neto. Yo entiendo de poesía y entiendo
lo poético.
Zeller es también un profundo conocedor del mundo de
las imágenes visuales y yo soy persona de la que surge lo interior en imágenes visuales.
Zeller aporta el aire al fuego que hay en mí. Es por
eso que se dan los incendios. Yo aporto a Zeller la humedad que necesita para apagar
la sed en la que viven los que viven de aire.
Ambos tendemos hacia la aventura de lo interior, a la
búsqueda de nuevos horizontes adonde nos impulsa la misma fuerza superior a nosotros,
esa fuerza que C. G. Jung llama el inconsciente colectivo.
La publicación reciente de un libro como Les ultrameubles
de la passion (2010) es la ambientación de dibujos como los presentados en Mirages
(1983), pues están fechados de 1980/81. Ahí están los espectros de su diálogo con
el plan onírico de Zeller, el ropaje de sueños en que las formas se hacen como listas
a cambios moleculares, el grado en que los muebles buscan adaptarse a la dinámica
erótica de los cuerpos. Lo que importa aquí es decir que los dos artistas cruzaron
el puente de la magia, que son un ejemplo magnífico de que la donación es parte
decisiva de la relación entre el arte y la vida. La donación en su sentido de comprensión
del otro, pero sin olvidarse del ambiente estético, porque no estamos aquí tratando
de los trucos sociológicos. La obra de un artista es su visión particular del mundo,
libre de fechas, condiciones políticas o morales, es como decir al mundo que las
cosas están en tal estado que necesitan cuidado. Pero este sentido del arte se fue.
El descubrimiento de que la mentira puede ser el mejor vehículo de dominio de la
realidad, ha creado un mundo de farsa en que el arte aún no ha siquiera presentido
su parcela de responsabilidad. Cómo debe actuar un artista en nuestro tiempo sigue
siendo la incógnita. Mientras tanto, que de algo nos sirva la vida y la obra de
Susana Wald.
*****
Agulha Revista
de Cultura
UMA AGULHA NO
MUNDO INTEIRO
Número 160 |
novembro de 2020
Artista convidada: Susana Wald (Hungria, 1937)
Fotógrafa convidada: Dulce Ángel Vargas (México, 1981)
editor geral
| FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente
| MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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& difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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