sexta-feira, 30 de outubro de 2020

GUILLERMO GARCÍA | Susana Wald, la encantada

 


Se debe proclamar urgentemente que el Misterio y lo Maravilloso no están fuera, sino dentro de las cosas y dentro de los seres, que unas y otros van transformándose a cada instante, unidos por lazos continuos.

PIERRE MABILLE

 

Ella es bella y aún más que bella: ella es sorprendente.

CHARLES BAUDELAIRE

 

La tarde del 14 de enero de 1960 es calurosa y el viento sólo una ilusión. Hace más de un mes que no llueve en Santiago y los cerros precordilleranos están secos. La radio anuncia que el presidente Jorge Alessandri Rodríguez promulga la ley 13.305 y el peso, la moneda nacional de Chile, es reemplazada por el escudo (E°). Mientras tanto Susana Wald, de pelo corto, camina con un diminuto bikini rojo por la piscina de un club privado de la zona oriente de la capital. Todos la contemplan. No es su cuerpo atlético o su osado traje de baño lo que miran: sorprende lo decidido de su caminar, su mirada dura y su actitud de tener todo resuelto en la vida. No se parece, en nada, a las otras muchachas veinteañeras que comparten en las dependencias y jardines del recinto.

Susana es de otra época, de otro mundo. Es una sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial que le tocó, con tan sólo siete años y perteneciendo a una familia de origen judío-húngara, vivir la brutalidad de los bombardeos y la barbarie de la ocupación de las tropas alemanas en Budapest. Luego, con algo más de diez años, y producto de la amenaza estalinista que invadía Hungría, escapar en barco, junto a sus progenitores y llegar al puerto de Buenos Aires en el mes de julio de 1949. Susana sabe lo que es la nieve, la escasez de alimentos, la ausencia de regalos para su cumpleaños y la muerte. Ella vio salir a su robusto padre Jorge Wald con más de ochenta kilos y luego regresar, meses después, fruto de torturas y extenuantes trabajos forzados construyendo líneas férreas, débil y con tan sólo la mitad de su peso.

Tal vez por eso –y no por su bikini rojo que hace brillar su cuerpo moldeado– algunas señoras se molestan y demandan al administrador a que se acerque a ella y le exija cambiar de indumentaria y cubrir su cuerpo. Nada de ello sucede. A Susana esta pataleta conservadora, arcaica y tercermundista, le divierte. Es su forma de provocar también. Aunque, en el fondo, es habitar en otro estadio y con otras preocupaciones y miradas de la sociedad y el ser humano.


Algunos años después sus obras persiguen e indagan en aquello. Son una aproximación o una respuesta a lo mismo. Tal vez la única diferencia es que Susana, cuando pasea con ese bañador, no sabe de la luz infinita de su alma femenina. Es cierto, sus manos ya manejan el barro y su sometimiento al fuego –eso lo ha aprendido en la Escuela Nacional de Cerámica de Buenos Aires en los años cincuenta– pero desconoce, por completo, la tarea que como creadora deberá enfrentar. Su mundo gira aún en blanco y negro. El Technicolor, si bien ya figura en los musicales del Mago de Oz, Robin Hood y Blanca Nieves de su niñez, no hace ingreso a su vida. En otras palabras: Susana camina descalza por el pasto sin intuir su lugar en el mundo, sin conocer, todavía, su verdadero sentir, su modo de ver. Lo hace, como he dicho, con audacia y energía, pero sin imaginar el impacto que ello -ella- tendrá en la historia de la pintura surrealista.

Hoy, cuando el parque donde se emplazaba esa piscina dio paso a dos torres de departamentos y el edificio de baja altura que albergaba los camarines, es un estacionamiento, podemos decir, sin equivocarnos, que Susana era una rara –rarísima– avis de esos pastos. Y lo mismo sucedió en su larga etapa canadiense en Toronto (1970-1994) y ahora en San Andrés de Huayapam, un pueblo a las afueras de la ciudad de Oaxaca, en el sur profundo de México, donde la artista, con luz inagotable, inaugura nuevos espacios y contagia con su estela de colores primarios e idealistas –léase en rojo, azul y verde– a otros.

Si revisamos su obra, podemos ver que se ha expresado en forma de series muy nítidas. ¿Cómo se generan los cortes de técnica o temáticas en su creación? ¿Cómo clasificarla? ¿Cuál es su estética? ¿Quién es Susana Wald?

Mi amigo Pedro Emilio Zamorano, doctor en Historia del Arte y Director del Instituto de Estudios Humanísticos Juan Ignacio Molina de la Universidad de Talca postula que su obra es como ella, sensible, perspicaz, misteriosa, sorprendente y de gran rigurosidad… La sensualidad y lo erótico son parte de su discurso y están tramados por la lógica del surrealismo. Un surrealismo más cercano de lo que algunos llaman la fase reflexiva, que del automatismo. Más en la línea de Magritte o Delvaux, que de Matta o Miró.

Yo creo que el dibujo es su lenguaje y es allí, cuando cierra los ojos, donde las imágenes se van concibiendo y sus ideas esbozando. Tal vez Zamorano tenga razón que Susana, cuando traza la línea segura, habita esa fase más reflexiva y de pronto conversa con Jean Cocteau, sin embargo, me parece que, cuando pinta, todo es más difícil, profundo y confuso. La realidad no surge como representación o símbolo. Ahí el dictado del pensamiento, alejado de cualquier control, en la esencia más pura del planteamiento de André Bretón, está presente y explota. Ahí emerge la dinámica de lo automático y de los sueños semiconscientes. Susana hace bailando lo que hace, lo que hará. Vive y deja vivir. Y se sabe parte integral de un engranaje mayor, de una playa que no acaba –ni acabará– nunca y donde interactúan tantos otros como Eugenio Granell, Anne Ethuin, Toyen, Mayo, Braulio Arenas y Leonor Fini, por nombrar a los que justo cruzaron el universo en este segundo.


Su serie de “Huevos”, que la acompañó desde mediados de los ochenta hasta iniciado este siglo XXI, es un buen ejemplo de aquello. Esas formas surgieron, en palabras de ella, en la fase intermedia entre el sueño y la vigilia. Susana trabajó a partir de la reelaboración del recuerdo de las imágenes que brotaron en ese estadio, construyendo así un cosmos propio y fértil en matices. Fue fiel al principio surrealista de buscar en las profundidades del sueño hipnótico las secretas respuestas del subconsciente.

Cuántas páginas podríamos llenar con sus obras La esposa fiel (1982), La mujer del alfarero (1984), El Poeta en el Valle de la Luna (1998) o El mensaje de Enjeduana (2001). ¿Cómo deberíamos etiquetar sus series “Las mujeres de”, “Ventanas”, “Olas de vida”?

¿Por qué el prestigioso galerista italiano y coleccionista de arte Arturo Schwarz compró obras suyas, la llevó a la Bienal de Venecia de 1986 y la introdujo a ciertos museos? ¿Qué lo deslumbró a él, que organizaba exposiciones de surrealismo y representaba a sus amigos Marcel Duchamp, Man Ray y Víctor Brauner?

No tiene sentido, no importa indagar en aquello. Su legado sobrepasa esos límites concretos de la tela o el papel. Es un salto en el vacío, un ciervo, un poema, una carcajada.

Susana es inclasificable incluso para su eterno compañero, el poeta y collagista Ludwig Zeller (1927-2019). Se conocieron en una tarde fría y lluviosa del mes de mayo de 1963 en una muestra que el poeta organizaba al pintor Nemesio Antúnez en el Centro de Estudiantes de la Escuela de Medicina. Después de cerrar el espacio y fijar el candado en la puerta, al que por asuntos del azar ni Antúnez ni nadie asistió, en un café cercano una tijera del bolsillo de Ludwig realizó recortes automáticos sobre un papel de aluminio. Luego ella lo imitó sobre un pliego doblado, moviendo la hoja y no la tijera. Fue ahí, al desdoblar los recortes, de curvas e imágenes similares, donde se selló la unión alquímica para siempre.

Luego vendría el revuelo cultural de la Casa de la Luna de 1968 y los viajes a paisajes interiores y exteriores. Ludwig invitó a Susana a empuñar el carbón y grabar el perfil de la forma. No con la sinrazón sino con el fuego. Quemando cada rastro para seguir adelante. Le pidió que se desatara y ella lo hizo. La nombró hija de la luna y ella fue su sol, su fuego erótico.

Ambos, utópicos incorregibles, buscaron ser parte de una gran transformación, una mudanza del pensamiento que permitió llevar al mundo a un lugar superior. Porque muchas veces sólo necesitamos creer, para que ello suceda. Y es preciso cambiar nuestro mundo, para que cambie el de otros.


Los libros siempre los acompañaron. Fundaron dos editoriales (Casa de la Luna y Oasis Publications) y una revista (Vaso Comunicante). En todas estas aventuras trabajaron codo a codo editando, diagramando y dirigiendo dichos emprendimientos. Susana traducía con elasticidad en todas las direcciones: francés, inglés, castellano y llevaba además las cuentas, los despachos y las correspondencias. Era un mundo de cartas y estampillas, donde nada era inmediato. Realizaron impresiones en diferentes formatos e idiomas, pero siendo siempre la poesía el elemento fundante y motriz del proyecto. Destacan algunos libros únicos, casi medievales, en colaboración o propios, que hoy descansan en museos o bibliotecas de tipos raros.

La Locera, como la llama cariñosamente su hija mayor, la poeta Beatriz Hausner, es un artista completa y en permanente movimiento. Se moldeó leyendo y adentrándose en la evolución de la ciencia en todos sus campos: psicología, medicina, historia y sociología. Lo hizo escuchando mucha música. Violeta Resinger, su madre, fue una talentosa pianista del Conservatorio de Música de Budapest y tuvo como maestro a Béla Bartók. Y hoy, sigue formándose, rodeada de poetas, pintores e intelectuales de ámbitos diversos. Se sabe parte de una tribu, de un cadáver exquisito [El cadáver – exquisito – beberá – el vino – nuevo].

Como ilustradora, en su etapa santiaguina (1957-1970), diseñó más de cien cubiertas para la Editorial Universitaria. En algunos momentos llegó a realizar dos por semana. Muchas son hoy icónicas y parte de la historia de la literatura chilena.

Como ceramista, además de contar con una estética muy particular, colmada de humor, erotismo y adelantada para su tiempo, ejerció como profesora y miembro del cuerpo docente del Sheridan College en Toronto. Su rango de obras va desde el pequeño formato a murales.

Pintora, eximia dibujante, jardinera, muralista, jefa de familia y como si fuera poco, madre, esposa y compañera. Una loca linda. La más bella de todas. La única. La que aparece y desaparece, la que los niños siempre miran, la que jamás verán los Mercaderes. La ofendida, la trocada y trastocada. La que el poeta Miguel Arteche llamó la encantada.

 

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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO

Número 160 | novembro de 2020

Artista convidada: Susana Wald (Hungria, 1937)

Fotógrafa convidada: Dulce Ángel Vargas (México, 1981)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

logo & design | FLORIANO MARTINS

revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES

ARC Edições © 2020

 


 

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