terça-feira, 1 de dezembro de 2020

GARY DAHER | Edmundo Camargo: el alquimista de los signos

 


Cuando la palabra se convierte en lluvia ingresa al universo que traslada la frase y la transforma en magia, se hace poesía. Y si esta palabra es transmutada; la metamorfosis la hace dueña de un otro espacio: el espacio de la imagen. Las cadenas de imágenes ya no llueven son una cascada que aparece como un cuadro en el que la fuerza y la belleza se han apropiado de nuestro asombro y está allí para correr eternamente entre la curva de la cima y el estrépito feroz de su contacto con el río. Edmundo Camargo es el poeta propietario singular de esa cascada.

Nacido en Sucre en 1936, su precocidad no sólo lo muestra como temprano poeta, sino que las imágenes que lo acompañan ya traen la clara originalidad de los elegidos. Apenas con quince años, dice, según la transcripción que hace Suárez en el Prólogo a Del Tiempo de la Muerte:

 

Y cuando el alba muestra su dentadura fresca

ya el arado del día traza surcos recientes

de infinita amargura.

 

Una jovialidad inocente y el alma que no ha abandonado la frescura del niño son las pinceladas que han quedado del hombre. Su corta vida, acosada por el fantasma de la muerte, ha sido dedicada por entero a la literatura. A sus 28 años, muere en 1964 de una enfermedad incurable. A su muerte, la obra poética de Camargo era un legajo de manuscritos desconocidos. Jorge Suárez, poeta y su gran amigo, se dedica al trabajo de trascribir palabra por palabra sus poemas, los clasifica y los prepara para publicarlos. Sin recursos económicos apela a otro amigo mutuo: José Ballón, que en la imprenta que posee dota el material necesario para nacer a la luz la suma poética de Edmundo Camargo: Del Tiempo de la Muerte. Título elegido por Suárez posiblemente influido por la aparente secuencia de imágenes de despojos y por la propia muerte reciente del autor. Un estudio más riguroso y desapasionado nos lleva a creer (coincidiendo con Fernando Prada) de que un otro título hubiera sido más preciso para una obra en el que la poesía está tan relacionada con la fuerza de la vida como con el paso de la muerte.

Del Tiempo de la Muerte se encuentra dividido en nueve partes. Varias de ellas habrían sido volúmenes aparte si no hubiera mediado el hecho necesario de presentarlas en conjunto. Se han escrito algunos ensayos sobre esta obra. Así, Jorge Suárez en el propio prólogo de la edición de 1964 nos dice:

 

Si la poesía tiende a velar el rostro de la muerte, penetrar su secreto será, consecuentemente, misión final del poeta. Y esa preocupación por la muerte se da en Camargo a cada instante. Cada movimiento suyo se orienta en esa dirección y no teme al dolor. (Camargo, 1964, p. 13)

 

Por otra parte, Eduardo Mitre, en el prólogo a su antología El Arbol y la Piedra, hace el siguiente análisis:

 

La visión camarguiana no responde a un dualismo religioso entre el cuerpo y el alma, materia y espíritu, aunque uno que otro fragmento pueda sugerir lo contrario. La contingencia y la corruptibilidad, inherentes al ser, permanecen para el poeta, ajenos a la voluntad y libertad humanas. Son, en realidad un fatum. Ello explica la ausencia del tono moralista y sentencioso -tan frecuente en nuestra poesía- que distingue a su voz. (Mitre, 1986, p. 86)

 

A su vez, Fernando Prada, en su estudio La escritura transcursiva de Edmundo Camargo concluye en afirmar que al contrario de discursiva la poética camarguiana sería transcursiva. Una poesía-mecanismo que es una estructura de producción, una fábrica que hace uso del factor de transformación y multiplicación de lo real. Sin embargo, a pesar de mostrarnos ese proceso del lenguaje, Prada advierte:

 

Aunque la actitud de Camargo también es una afirmación de la vida, su relación con la muerte tiene un sentido distinto a la de Kafka; ya que él no vence a la muerte por la postergación infinita, sino por la velocidad que la atraviesa, por el paso y la fuga, por la producción y el acoplamiento sin término. Camargo no hace como Kafka, un laberinto de la vida para que la muerte no llegue, sino que al morir le roba algo a la vida y se la lleva en el fondo de los ojos bajo la tierra. (1984, p. 101)

 

En verdad si queremos acometer la lectura de la poesía de Camargo podríamos de inmediato suponer que guarda un aliento surrealista, pero curiosamente al estar reinterpretado a través de la mutación de los significados, la poética de Camargo se hace críptica, y requiere de una traducción de significados para su interpretación adecuada. De manera que más allá de las imágenes alucinantes está el mapa simbólico. Camargo al igual que Huidobro traslada los signos: El árbol (la casa, el barrio, la universidad) es la cárcel de los pájaros que son los poetas, o el poeta. El tiempo se representa en el movimiento de los planetas. Las piedras son el silencio que a su vez es el poeta. Las palomas son lágrimas. Las fotografías y los retratos son la memoria de las cosas y su manchar o borrar, el olvido. El agua representa al cielo: siempre un reflejo. La sombra a la soledad. El yodo, color púrpura, tiene el color de lo que es aséptico y tiene la facultad de sanar, matar gérmenes. Los galeones españoles, las carabelas vienen de las imágenes que forman las nubes o la niebla, y a su vez las representan. Las capillas, las iglesias, los campanarios son las montañas. Los caballos significan en Camargo la transcurrencia, el palpitar del corazón, un ritmo: el galope. El metal casi siempre es la jaula, la vida cotidiana. Los huesos no son los despojos son el centro, la médula. Y tantas otras figuras construidas como aquella de las palomas de cal que son los dientes mordiendo en actitud erótica, y más y más.

Muñidos del mapa camarguiano nos sumergimos en las páginas de ese único volumen. Y se abre de repente un Camargo distinto al prefigurado. Uno vital, de tan tremenda sensibilidad que rompe los esquemas y nos traslada a un mundo pictórico, en el que cada pincelada trae consigo un caleidoscopio de colores. La primera sección lleva por título “Origen sobre el astro (1954-1956)”. Como se ve ha sido escrita diez años antes de su muerte. La temática es intencionalmente social, pero en paralelo nos ofrece parte de la clave para interpretar al poeta, diciéndonos su origen. La forma de los poemas obedece a un lenguaje de imágenes insólitas que ya aparecen en Camargo.

 


¡Qué fue el hombre! ¿Metal para las sombras?

¡Dónde crecieron

los días de su sangre, desde donde su grito

fue golpeado por la plural culata de los vientos!

 

(prólogo)

 

Los poemas van formando una declaración: “Salutación” es un canto del que quiere vivir intensamente, hasta el fondo y hasta el último minuto:

 

quiero estar en el éxodo de mis últimas moléculas

para morder la soledad del humo,

los infolios del frío,

 

El saludo nos viene desde un mundo asumido con todas las barbaridades, guerras y violencias. Desde el mundo de lo que no puede acoplarse, lo que se oxida y deteriora por contacto: la vejez o mejor la enfermedad que va consumiendo. La enfermedad posiblemente del minero que termina en muerte. Los otros poemas van formando un grito social muy acorde a la época. Saliendo de la secuencia “Oficio” devela muchas de las claves del poeta, mientras que en “Consonancia” se anuncia el regreso. Le sigue “Batanes de la Pena” que es el poema de la ausencia, de la necesidad del otro. La sección concluye con dos poemas preanunciadores: uno sobre su muerte y otro sobre su miedo. “Población subterránea” es el poema estigmatizador de Camargo. Aquí está un ejemplo hermoso de pre-sentimiento. El sentir antes de, el hacerse en imagen en el lugar. Y todo ello con uno de los temas más escalofriantes del sentir humano: la muerte. Pero no aquella que pregona la trascendencia espiritual en el que el alma (que es la continuidad del individuo) huye del cuerpo y va hacia otras extraordinarias dimensiones, sino aquella que imagina la continuidad corporal en su nuevo estado con la tierra, en el que el deterioro se vuelve fusión:

 

Quiero morar debajo de la tierra

en un diálogo eterno con las sales, raíces mis

cabellos

arcilla mis palabras,

 

Pero esta situación aparece como una que es estéril para la palabra (temor del poeta), el silencio del decir:

 

donde nunca me hieran tus ojos sembradores

entre un pueblo de muertos tabicada mi boca.

 

Y el miedo va a estallar en “Un hueco Tibio”. El miedo a la muerte, la soledad del que siente que va a morir:

 

me estrellaría en el cemento buscando un hueco tibio

para este miedo ciempiés que me camina

para esta soledad.

 

En la segunda sección denominada “Del Tiempo de los Muertos” (nombre que seguramente inspiró en Suárez el nombre del libro) se declara con voz transformada, y emerge con las imágenes que quieren armar su nuevo mundo poético: duro y difícil. Aquí se demuestra el terrible cambio (¿después de conocer su muerte anunciada?). La palabra se ha enredado en un mismo tipo de lenguaje y se manifiesta el deseo de permanecer y no irse, el deseo de abrazarse a las cosas, de poder eliminar el transcurrir, gastarse y desaparecer, de lamer los ácidos del viento que nos gasta, pero sólo le queda el sobrevivir, el soportar:

 

y este sobrevivirse en medio de la tierra

mientras el sol gotea horadándonos la piel

 

Y el llanto que lo abruma por todas partes:

 

y los ojos ardidos como extraños cementerios pensantes

 

Una sección de características distintas a las demás aparece en “Apoteosis del Mar” su carácter de canto épico, describiendo un mundo interior de extraña pero monumental vida. Un mar que es gigantesco y brutal, pero que en lo más íntimo sueña (igual que él) volver al comienzo, a la infancia añorada:

 

Pero en lo interno tiembla mujer arrodillada

y sueña ser el agua que hundió

allá en la infancia el barco de papel.

 


La siguiente sección es una denominada “Metamorfosis”. Dicha en un oscuro sistema de símbolos en los que parece brotar una escritura semiautomática según la corriente surrealista. Se suceden imágenes casi en un travelín alucinatorio.

 

recogió de las torres

                               el lento relámpago

                                           del bronce

tiempo albeolado de hecatombes

                   entre el sopor

       de los estíos

                                           los pájaros

descascarábanse del cielo

                   fuente

la luz que viaja a ti

                   revivirá el extinto planeta

(nada)

 

El nombre parece venir de un ejercicio en el cual las imágenes se transforman. Observar la imagen de la luz:

 

las páginas del alba

                               cayeron como un vuelo

                                                       mutilado

la luz era la feble osamenta

                                                      del día

la osada

       la temible

                                           caballería del diluvio. (ráfaga)

 

Es la transformación de la luz que nace con la imagen de un vuelo mutilado, como estructura ósea débil del día, irá a convertirse (a la tarde?) en un feroz e implacable sol que azota un deslumbre brutal.

Sin embargo, el término Metamorfosis parece darse a las imágenes que cambian en una cascada onírica. El poema que no parece entrar exactamente en esta clasificación es Cistro dedicado al acto de cantar acompañando de la guitarra. En éste la mano estridula queriendo arrancar al silencio lo que él llama la luz no venida. No puede cantar, la voz no sale, o no viene como él lo quisiera: “La voz/coagúlase/cristal trizado”. En el fondo de la tierra moran los acordes, la melodía: “Y el coro aún al fondo de la tierra”.

En otra sección aparece el nombre de “Vitral de los Ángeles. Una apocalíptica visión de días cósmicos mostrada en tres tiempos: La destrucción, la resurrección y el nacer de la vida por el amor.

 

Un nuevo día se anunciaría

como sueño soltando caballos entre las piernas

de dormidas doncellas.

 

Pero la creación también implica latencia. Y en Camargo la latencia se sucede como opción: O se restaura o se entra en latencia. Este es el estado de lo disecado, momificado, fotografiado:

 

O de pronto

los mismos ángeles absorberían por sus poros

un remolino de campanarios, la piedra, el pájaro.

Enturbiarían sus linfas de objetos mutilados.

Sería llegado el tiempo de sus ojos

voraces como la nada

y todo lo creado palpitaría como un mar de aguas disecadas.

 

Y el amor produce huella, herida, no sana: enferma.

 

Un inaudito amor llagó la curva purificada

 

La llaga como lugar apetecido por los insectos para desovar. El pulular de la vida mostrada como una virulenta procreación.

 

Tras la infecundidad viene el ángel a fermentar, arropar, incitar a acoplar:

 

tendió sus arcoiris fermentados en lluvias submarinas

tañó el hueso con un nuevo ropaje de deseo

y los hombres prolongaron su muerte

al acoplarse

 

Encontramos los poemas de amor reunidos en la sección “Yo ando en ti elegida”.  El amor le permite huir de la jaula de la vida, hacerse impalpable. El tiempo se detiene. La muerte tendrá que esperar:

 

De pronto el cielo es un reloj parado

entre los engranajes de una estrella

                                           te

                                           amo

 


La estación (seguramente la primavera) es un estallido de pasión que es como un espejo profundo que refleja a los enamorados. Todo es un carrusel de feria, de alegría. Vemos en “Retablola fuerza de la visión erótica camarguiana. El poema es la descripción del acto amoroso:

 

Era mi cuerpo sobre otro cuerpo

un ágil galgo retoñado en ceniza.

Batía el corazón sus ebrios cascabeles

el agua infligía su harina volátil.

 

Y ese acto tiene en Camargo las figuras de las caricias y los placeres en imágenes en los que se trastoca bellamente el símbolo:

 

¡Qué abejas hechizadas

mamaban los pezones florales!

¡Qué océano en tu carne

me roía la voz como el ancla herrumbrada!

 

Así el beso es el fin de la soledad, el acto que sustrae el veneno que ha dejado la soledad:

 

y mi boca en tu boca aspiraría

el venenoso jugo de la sombra.

 

En la sección “Luz Apolillada” Camargo desnuda, a través del recuerdo, su etapa infantil, sus miedos y sus fábulas. Mostrándonos los albores de su temática en la máscara de los sueños:

 

El gigante se puso a vomitar

un endiablado cráneo ríe y ríe

aun cuando el alba ha sofrenado las campanas

y el gigante es solamente el recuerdo

en la cabeza de un niño royendo un sueño peligroso.

 

“Nuevo Cántico” es el nombre de la sección en la que los poemas son descriptivos: días de campo, un momento de guitarra en algún cumpleaños, un amanecer de invierno europeo en el que se describe a una joven pareja que espera un hijo y que vive en una cabaña o una fotografía que es descrita bajo el aire de nostalgia del que no puede llamar a la amada (que es parte de la foto). En ellas la transposición en algunos casos es ya un lenguaje de símbolos sobre signos ya transpuestos:

 

Mi vegetal tiene campana sonando a lluvia mineral

Mi trigo tiene un plumaje de pájaro

Mi viejo perro ha derramado sus fuelles

                                                         sus órganos atentos

 

El libro concluye con “Las Estaciones”, una sección de gran interés para la comprensión total del estro poético y su marco teórico. Un Camargo energético, vital se hace presente bajo un torrente de imágenes cálidas y mágicas:

 

Escucha es el amor que llega

la ciudad se olvida de sus manos

salta la cal en extensiones agudas de sonido

los relojes se evaden hacia el norte

de pronto llega el verde

borroso como un sueño

con sus enormes dedos de agua y de verano

 

Y después de una elegía:

 

hoy tu garganta rueda su ancla en agua muerta

la primavera en este sitio llevará tu sangre

tú que duermes tu boca a las raíces

tú que en un vuelo oliendo a ceniza liberas nuestras lágrimas.

 

nos revela al poeta:

 

Yo tuve que llegar

rompiendo las palabras

las formas

atravesar primaveras oliendo a azúcar

entre una población innominada

 

Edmundo Camargo develado tras su mapa simbólico se presenta como el poeta de lo temporal. Sus versos aprisionan en espacios fotográficos los instantes más allá del miedo singular a la muerte y aquella osada contemplación de su cadáver como generador de vida. Así vemos que la atribuida mecanicidad de las cosas es más una cualidad del derredor de sus signos que de la misma esencia del poema. Si éste es el silencio, lo llamará piedra, y por la piedra derivará la consecuencia mecánica de su elemento químico y el giro de sus átomos, naturalmente en completo silencio; esto atraerá la figura de la maquinaria aceitada. Los engranajes y las poleas siguen también este proceso. Veamos:

 

El bosque metió en movimiento su mecánica

Cada engranaje de hoja se hincaba entre pájaros aún en crisálida.

(hombre)

 

Si sabemos que bosque es en Camargo ciudad y los pájaros poetas, de inmediato imaginamos la figura total de los versos: Los poetas, en cierne, estaban aún en relación con su medio. La ciudad, la sociedad, que nacía, podía todavía engranar con los hombres, con los poetas.

La corrosión y el desgaste forman fuertes figuras de lo pasajero. La sensación de irse lo lleva a pintar. Así deviene en un pintor, en un fotógrafo de las circunstancias en muchos de sus poemas. El tono recurrente con el que cita a la muerte (y el vocabulario relativo) hacen la espina dorsal de su lenguaje, pero al ser éste trasladado, su interpretación nos trae un otro, el que detrás de los signos, amanece. Si bien es evidente que los signos de interpretación primaria en su poesía perfilan y configuran sus profundas inclinaciones psicológicas, el resultado de la transposición nos muestra el verdadero poema que duerme detrás de los símbolos. Desgranando su obra, de esta manera, veremos a un Edmundo Camargo que ama, siente, canta, construye para el recuerdo sus vivencias y que nos muestra (se muestra) la génesis, la clave y la puerta de su poesía.

 

Su puerta estaba cerrada

como la cicatriz

de su ausencia.

Pasó mi pie

mas se quedó mi alma

como perro guardián

a orilla de una tumba.

 

 

LISTA DE REFERENCIAS

Camargo, E. (1964). Del tiempo de la muerte. La Paz: Editorial “16 de julio”.

Mitre, E. (1986). El árbol y la piedra. Caracas: Monte Ávila Editores.

Prada, F. (1984). La escritura transcursiva de Edmundo Camargo. La Paz: Altiplano. 

 

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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO

Número 161 | dezembro de 2020

Artista convidado: Zdzisław Beksiński (Polônia, 1929-2005)

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