El primero de los tres libros de poemas que publica Fijman, Molino rojo (1926), ejemplifica la estética
de la vanguardia en la que participa en ese momento. Entre otros temas que se observan,
contiene unas pocas alusiones al cristianismo que ya había empezado a fascinar al
autor y a su identidad judía. Sin embargo, en 1926 Fijman todavía no había empezado
a manifestar plenamente sus tendencias visionarias en su producción poética. Por
ejemplo, el verso tan citado de Molino rojo,
“Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío” (del poema “Canto del cisne”;
Obras), es una afirmación sencilla y fundamentalmente
realista que no revela la experiencia mística que atrae al poeta al catolicismo.
Las otras alusiones cristianas en Molino rojo
son breves y crípticas, como por ejemplo el verso aislado “Crucifijos en somnolencia”
(del poema “Velada”; Obras). Sobre esto,
Cárcano destaca las diferencias profundas entre Molino rojo y los dos libros posteriores del poeta y considera aquél
los “versos de juventud” de Fijman y éstos sus “libros de madurez”, aunque el segundo
libro del poeta, Hecho de estampas, apareció
en 1929, solo tres años después de Molino.
En su segundo libro, Hecho de estampas
(1929) y aun más en su tercera y última colección poética, Estrella de la mañana (1931), Fijman cambia su poética. Va más allá
del vanguardismo y ofrece una poesía visionaria llena de alusiones cristianas. En
el libro de 1931, en particular, hay una abundancia de corderos y palomas y de referencias
directas a Cristo. En los dos libros, el Libro
de Revelación o Apocalipsis de Juan sirve
como un intertexto, pero el vínculo intertextual es mucho más evidente en Estrella. Hecho de estampas se puede considerar una obra de transición hacia el
discurso completa e intensamente visionario de Estrella. En algunos de sus quince poemas breves, Fijman elabora los
temas apocalípticos de la tribulación y el pesimismo hacia el mundo en su forma
actual. En cambio, en Estrella, cuyos
textos son más numerosos y extensos y más explícitamente apocalípticos, predomina
un tono eufórico. Muchos de los poemas de Estrella
reinterpretan las visiones gozosas que aparecen al final de Revelación, cuando la victoria definitiva
del bien contra el mal permite la destrucción y recreación de la tierra y el cielo
y la materialización de la Nueva Jerusalén. Mientras que algunos de los textos de
Hecho de estampas manifiestan elementos
marcadamente visionarios, Estrella es
la única colección de poemas de Fijman que consiste exclusivamente en descripciones
de revelaciones de origen presumiblemente sobrenatural.
A pesar de la iconografía cristiana y las abundantes alusiones al Nuevo Testamento,
el contenido religioso de los poemas de Estrella
es altamente sincrético. Entre otras reminiscencias del pensamiento judaico,
el hablante poético atribuye una potencia excepcional a un Nombre divino, nunca
revelado: “El Nombre derrama cielos sobre cielos” (“XXIX”, Obras). En sus poemas, emplea con poca frecuencia el término “Dios”.
Siguiendo la tradición judía, sustituye la palabra con epítetos que señalan los
atributos o aspectos de la divinidad, como “Señor” para realzar el poder o el mando
divino, o con la circunlocución común “el nombre”. Otras alusiones vinculan los
poemas al paganismo de la antigüedad clásica, como el “Poema X” de Hecho de estampas, “Reposan los sagrados
pinos” (Obras). Sin embargo, el factor
que más complica el cristianismo poético de Fijman no es ni la interferencia del
judaísmo, ni la de otra religión establecida, sino, como se verá más adelante en
este trabajo, la propensión del sujeto hablante por atribuirse cualidades excepcionales
que exceden las de un profeta o místico.
En este estudio, se propone una lectura de la poesía ostensiblemente católica
de Fijman como un ejemplo modernizado, ecléctico e idiosincrásico del discurso apocalíptico.
Su devoción a Revelación, el texto que
más menciona en sus entrevistas con Vicente Zito Lema (Pensamiento), demuestra la influencia de un imaginario estrechamente
ligado con lo místico en su obra. Pero más allá del libro final del Nuevo Testamento,
Fijman se vale de las convenciones expresivas apocalípticas en general. Este discurso,
como variante de la profecía, se encuentra tanto en sus manifestaciones cristianas
como en la tradición judía (por ejemplo, las visiones narradas en los capítulos
7-12 de Daniel); puede estudiarse como
un fenómeno judeocristiano, como lo hace Aune. El ejemplo más célebre del género
es el Libro de Revelación, hoy incluido
en el canon cristiano, aunque algunos estudiosos han teorizado que se originó como
un texto o textos judíos. Lupieri sintetiza esta teoría:
“Dentro del texto existente, por lo menos uno y posiblemente dos apocalipsis judíos
han sido reelaborados por un redactor cristiano”. Collins,
en su estudio de la literatura apocalíptica judía, la define como: “un género de
la literatura reveladora con un marco narrativo, dentro del cual un ser sobrenatural
comunica una revelación a un destinatario humano, revelando una realidad transcendental
tanto temporal, en la medida en que esboza la salvación escatológica, como espacial,
en tanto que involucre otro mundo de carácter sobrenatural”. Este género también
se conoce por la actividad de numerosos ángeles y demonios (Collins; Klaus Koch
cit. en Collins; Schmithals) y una visión pesimista del mundo existente (Schmithals;
Hanson). Los aspectos más ampliamente conocidos de lo apocalíptico son los seres
grotescos y fantásticos, la guerra entre el bien y el mal y los pronósticos del
fin del mundo.
Sería posible identificar la preocupación apocalíptica de Fijman como una
manifestación de su empeño por sintetizar su judaísmo original con el catolicismo
que adoptó como adulto. Schmithals afirma que la expresión apocalíptica judía es
la que establece las características del género: “es la norma de la esencia de lo
que es apocalíptico” y “[en] la literatura apocalíptica estamos ante un movimiento
judío”. Según este, todos los autores apocalípticos, aunque sus textos se clasifiquen
como escrituras cristianas como en el caso de Revelación, “deliberadamente se colocan en la tradición judía” (énfasis
en el original). Aunque esto es determinante para la comprensión de los mismos,
en este estudio, sin embargo, no se intentará determinar si la poesía apocalíptica
de Fijman es más cristiana o más judía; más bien, el propósito es analizar la manera
en que el poeta crea su propia variante del género.
En los poemas de Estrella de la mañana,
el sujeto hablante narra visiones que incluyen, siempre en forma profundamente transformada,
elementos provenientes del Libro de Revelación.
Los textos manifiestan una homogeneidad poco común en un poemario. Merino observa
sobre esto que: “el lector tiene la sensación de que son casi copias unos de otros”.
Las visiones tienen lugar en el mismo ambiente premoderno, con espadas y ciudades
amuralladas. Como en Revelación, el mundo
que se describe está densamente poblado de entidades simbólicas, sean agentes celestiales
o diabólicos. Aparecen representantes divinos identificados por su función específica,
como el ángel de la muerte y los heraldos, o simplemente una masa de ángeles, palomas
y corderos que corresponde a las numerosas entidades celestiales que en Revelación constituyen las fuerzas del bien.
Otro factor que une los poemas, y que se explorará en el presente estudio, es la
representación del mismo sujeto hablante, dotado de cualidades muy singulares.
A lo largo de Estrella, Fijman
sigue la convención apocalíptica de la descripción de seres marcados por anomalías
físicas, como órganos supernumerarios, heridas, llamas, señales divinas o satánicas
y rasgos quiméricos. Un ejemplo destacado en Revelación es el cordero con una herida mortal, siete cuernos y siete
ojos. La multitud reconoce al cordero, que representa el sacrificio de Jesús, como
el único digno de abrir los conocidísimos siete sellos y divulgar sus profecías
(Rev.). En los poemas de Fijman se encuentran
“corderos desfigurados” en el “Poema II” de Hecho
(Obras) y “corderos abrasados de llamas
amorosas” en “XXVI” de Estrella (Obras), entre muchas otras variantes.
Aunque las similitudes entre ciertos poemas de Fijman y Revelación son innegables, las diferencias
son muy significativas. Mientras que los autores de la literatura apocalíptica clásica
dependen de intermediarios, como profetas antiguos o ángeles, para comunicarles
sus revelaciones, el yo de Fijman goza
de un acceso directo a los conocimientos sagrados. Los poemas apocalípticos de Fijman
empiezan in medias res, con la descripción
de sus visiones, sin el preámbulo o marco que constituye una de las convenciones
del género. A diferencia del libro bíblico de Revelación, donde Juan narra sus visiones en el pasado, en la poesía
apocalíptica de Fijman los verbos se conjugan en tiempo presente. Al prescindir
de la ayuda de guías espirituales y al narrar en tiempo presente, el sujeto se presenta
no solo como un visionario que tiene que anhelar o buscar a Dios, sino como un ser
privilegiado que goza de una relación íntima, casi de parentesco con la divinidad
y que puede penetrar sus secretos con facilidad en cualquier momento.
A Fijman le atrae en particular la imaginería que emplea Revelación para narrar la transformación
completa de la tierra y el cielo. El libro bíblico describe una montaña en llamas
que cae al mar y convierte la tercera parte de sus aguas en sangre (Rev.), una estrella gigantesca que aplasta
gran parte de la tierra (Rev.); la huida
de todas las islas y montañas (Rev.);
el terremoto más fuerte desde la creación de la humanidad (Rev.); y al final la llegada de la Nueva Jerusalén como una “novia”
y la abolición de la dicotomía entre tierra y cielo (Rev.). Pero las escenas que narra Fijman contienen, además de los elementos
prestados de Revelación, muchos rasgos
que solo se encuentran en las visiones descritas por el poeta argentino.
Poema
“XXIX”
“XXIX”
de Estrella (Obras) ejemplifica la poesía neoapocalíptica de Fijman. Este poema describe
otra visión alegre. El hablante narra a veces para un destinatario no especificado,
mientras que en otros pasajes habla a uno específico: Dios. Como en otros poemas
del libro, el sujeto hablante se dirige a la divinidad empleando “tú” con minúscula;
el rechazo de la convención de escribir los pronombres referentes a Dios con mayúscula
implica una relación cercana e igualitaria. La escena que describe se basa en su
mayor parte en dos pasajes de Revelación,
la transformación de la faz de la tierra que se observa en Rev.16:20 y la llegada de la Nueva Jerusalén (Rev.). De la descripción bíblica de la nueva morada sagrada, el sujeto
elige en particular la unificación de la tierra y el cielo misma que se realiza
en el momento en que la ciudad baja a la tierra “ataviada como una novia” (Rev.). Para el sujeto hablante de Fijman,
esta fusión debe celebrarse como las “bodas de la tierra y el cielo” (Obras). El poema también incorpora otros
elementos de Revelación; por ejemplo,
cita textualmente el coro “Santo, santo, santo” que en Revelación. 4:8 cantan incansablemente las cuatro entidades híbridas
con seis alas y cubiertas de ojos descritas en el cuarto capítulo del apocalipsis
cristiano.
La primera estrofa describe la reconfiguración del planeta. Hasta cierto
punto, es una paráfrasis del pasaje de Revelación que empieza “Y huyeron todas las
islas” (Rev.), donde los rasgos geográficos
de la tierra existente desaparecen antes del Juicio Final y el advenimiento de la
Nueva Jerusalén. La versión de Fijman narra el mismo fenómeno, solo que en tiempo
presente, “Corren las tierras… Corren los bosques” (Obras). Sin embargo, dentro de esta descripción aparecen otros elementos
que no se encuentran en la literatura apocalíptica, sino que caracterizan las visiones
que describe Jacobo Fijman. Un ejemplo son los cielos y soles múltiples que aparecen
en muchos textos del autor y que constituyen un elemento muy reconocible de su paisaje
visionario.
Corren las tierras enlazadas
a cielos escondidos.
El día lleva sobre su cuello
las noches imperfectas de su muerte.
Corren los bosques,
y el mar, los soles y la
luna se igualan en éxtasis de cielo.
(Obras)
Después de anunciar las “bodas de la tierra y el cielo”, el yo poético expone
su visión de la nueva realidad, empleando como punto de partida la descripción de
la Nueva Jerusalén en Revelación 21. Por
ejemplo, según el libro bíblico “la cuidad era de oro puro como vidrio puro” (Rev.), mientras que en el poema de Fijman
“un resplandor de espadas / guardan moradas de oro” (Obras).
Poema
“XXIII”
El
poema “XXIX”, discutido arriba, es relativamente fiel al libro de Revelación, que se cita y parafrasea en el
texto poético. En cambio, “XXIII” (Obras),
también recogido en Estrella, transforma
de manera más radical el esquema apocalíptico. En este texto se revela más abiertamente
la potencia excepcional que se atribuye el sujeto hablante de Estrella.
“XXIII” es una de las muchas visiones que se narran en tono eufórico en Estrella. Toma como su punto de partida algunos
temas de los últimos capítulos de Revelación:
la transformación total del cosmos, la resurrección de los muertos (descrita en
Revelación 20) y la abolición de la muerte
en el futuro (Rev., “ya no habrá ni muerte
ni luto”). Lo que más diferencia este poema del discurso visionario de las tradiciones
cristiana y judía es la curiosa relación que mantiene el sujeto hablante con la
divinidad y los poderes celestiales.
Como el poema anterior, “XXIII” fluctúa entre pasajes dirigidos a un público
impreciso, pero claramente humano, y otros en donde el sujeto habla a una divinidad;
en este caso, emplea “tú” con minúscula o “Señor”, pero nunca “Dios”. En ambos casos,
el propósito fundamental es celebrar, con un canto gozoso, la derrota de la muerte
y la liberación de la humanidad de un destino que antes era inevitable. A los seres
humanos el hablante les insta a disfrutar plenamente de la abolición de esa maldición:
“Sacudamos las ataduras de toda muerte”. Al dirigirse a su destinatario divino,
celebra el poder sobrenatural que este ejerce mediante su voz: “Tu voz levanta la
carne de mi muerte”. Tales exhortaciones y afirmaciones siguen de manera fiel los
postulados de la teología cristiana. También figuran en el texto alusiones a otras
entidades que se pueden considerar convenciones universales del habla religiosa,
como las montañas sagradas y las estrellas rectoras que son comunes a varias tradiciones.
En contraste con la ortodoxia de estos pasajes, Fijman inserta en el poema
“XXIII” algunas innovaciones que salen del marco del cristianismo y, más ampliamente,
del discurso visionario en sus formas reconocidas. Masiello ha observado que en
su poesía Fijman se presenta como “el primer intérprete de la vida, y una autoridad
sobre los conocimientos sagrados”; el sujeto hablante de “XXIII” va más allá de
esta actitud. Se atribuye algunas de las mismas capacidades que tiene la divinidad
a la que habla. Como se ha notado, el “Señor” en el poema puede abolir la muerte,
levantar a los muertos y rehacer el cosmos; pero el hablante también posee y ejerce
una potencia excepcional.
Este concepto se introduce de manera ambigua en la tercera estrofa, cuando
el hablante afirma: “Señor, Señor, Señor, / canto mío eres tú, y Eternidad”. Una
interpretación ortodoxa podría ser que el hablante cantara una alabanza a su divinidad.
Sin embargo, el yo parece, más que celebrar a Dios, postular una relación de equivalencia
entre su canto y Dios, como la que a continuación señala entre la Eternidad y Dios;
su voz comparte las cualidades divinas del Señor a quien se dirige. También parece
como si Dios fuera una posesión (“canto mío”) del yo.
En la quinta estrofa, el hablante alude de manera más explícita al poder
sobrenatural que ejerce mediante su voz:
Tuve profundo canto, voz
de mi muerte bajo los vuelos,
voz de mi gracia sobre los
vuelos.
Tuve profundo canto:
nombré los días, nombré
las noches con su nombre. (Obras)
En la conocida narrativa bíblica de la creación, en el Génesis, el nombramiento de los fenómenos
fundamentales del cosmos forma parte del proceso generativo que solo puede controlar
la divinidad. (En las últimas etapas de la creación [Gen.], Dios le concede a Adán el privilegio de nombrar los animales.)
En los primeros momentos de la generación del universo, después de crear la luz
y separarla de las tinieblas, “llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó
Noche; y fue la tarde y la mañana un día” (Gén.);
el acto de nombramiento completa esa fase del trabajo. En contraste en “XXIII”,
no es Dios sino el sujeto hablante el que tiene el poder de nombrar el día y la
noche. El “profundo canto” que adquirió el hablante le ha permitido colaborar con
la divinidad y constituirse en demiurgo al realizar la obra de la creación y el
nombramiento de los componentes más básicos del universo; nombrar es crear.
En este sentido, “XXIII” es muy parecido a otros poemas del mismo autor recogidos
en Hecho de estampas y Estrella de la mañana en donde el hablante
cree poseer cualidades o capacidades divinas. En algunos casos el sujeto se compara
a un mesías: “Yo me veo colgado como un cristo amarillo” afirma el sujeto hablante
de “Poema V” de Hecho (Obras). El hablante poético de Fijman puede
morir y regresar a la vida (por ejemplo en “Poema V”). Aún posee un astro propio:
“Duermo bajo la estrella, mi estrella” dice el hablante de “XIV” de Estrella (Obras 54), un atributo más propio de una entidad divina que de un ser
humano.
Poema
“XXVI”
“XXVI”
de Estrella (Obras) también presenta una visión caracterizada por una abundancia
de imágenes neo-apocalípticas y por un sujeto hablante que se retrata como una figura
dotada de una importancia que va más allá de la de un místico en el sentido convencional.
Como varios textos de Estrella, “XXVI”
continúa y moderniza una de las tendencias más conocidas del libro de Revelación, los animales que, sean de las
fuerzas del bien o las del mal, están marcados por diversas anomalías anatómicas
y otras características excepcionales, como señales emblemáticas y heridas. En “XXVI”,
como en otros poemas de Estrella, aparecen
los corderos extraordinarios. Además de servir como símbolos convencionales cristianos,
forman parte de un paisaje sobrenatural:
Viene el río oloroso de
corderos abrasados de llamas amorosas.
Viene el río oloroso de
corderos
revestidos de agua y luz,
y encendidos de fuego. (Obras)
En “XXVI” el sujeto hablante no se limita a ver el mundo extraordinario y
simbólico y a contar lo que ha visto; va más allá del papel de visionario como testigo
y participa como actor en la escena revelada. En la primera estrofa, después de
mencionar los corderos que son los íconos predominantes en el texto, el hablante
llama la atención sobre uno de sus propios atributos: proyecta una luz propia. “Mi
luz te besa, / mi luz de espanto besa con mi beso del espanto” afirma dirigiéndose
a un destinatario que solo se alude dos veces y cuya identidad nunca se especifica.
A lo largo de Estrella de la mañana, Fijman
emplea la palabra “espanto” de una manera idiosincrásica, no para significar el
horror ante lo desagradable, sino un sentimiento más positivo, esencialmente un
sobrecogimiento reverencial ante las fuerzas divinas. A pesar de la opacidad de
la expresión en esta estrofa, es evidente que el sujeto hablante se atribuye la
capacidad de irradiar una luz asociada con lo sobrenatural, un poder que comúnmente
se considera propio de las figuras divinas o por lo menos celestiales, como se ve
en la representación, convencional en el arte cristiano, de Jesús, María y los diversos
santos.
En las estrofas 4-8, el sujeto va más allá de la tarea primordial que llevan
a cabo los profetas y místicos, es decir, ver y oír una visión y luego comunicar
su contenido a su pueblo o a su público lector. El autor constituye el yo como parte de su propia visión e interactúa
con el paisaje fantástico descrito en el poema. Su alma entra y “se abraza” en el
río de vinos y es recogida por “las manos crecidas de sus llamas” (cuarta estrofa).
Luego el alma se introduce en el río de corderos, donde la queman las llamas del
amor divino. Adentrándose en su revelación, el yo no solo recibe información visual y auditiva, sino que también olfativa,
un fenómeno que se da en muchos otros poemas de Estrella de la mañana. La capacidad de percibir olores llenos de significado
aumenta la impresión de que el sujeto sea no solo un visionario en el sentido convencional,
sino una figura excepcionalmente cercana a la divinidad que goza de la misma participación
en el mundo revelado que tienen los corderos, palomas, ángeles y otros seres celestiales
que lo habitan.
Poema
“XI”
El
hablante de “XI” de Estrella (Obras) insiste reiteradamente en su lugar
privilegiado dentro de una visión eufórica. Como gran parte de los textos de Estrella, “XI” parece tener lugar durante
la destrucción y renovación de la tierra y el cielo; se puede leer como una adaptación
sumamente libre de los últimos episodios del Libro de Revelación. [1] En la primera estrofa, el sujeto hablante
se proclama, no solo un testigo visionario, sino algo más singular y excepcional;
es el primero en ver los resultados del proceso transformativo: “Soy el hombre que
oye el soplo primero lleno de la frescura de toda eternidad/ Sobre la tierra, sobre
los cielos”. Como en muchos otros textos del mismo libro, el hablante describe la
disolución y reorganización de los componentes fundamentales del universo: soles,
cielos y praderas corren y vuelan y aparece una nueva realidad con unos componentes
nunca antes vistos. Se asigna al que habla un papel central en esta historia de
la recreación del universo. Los versos que describen el proceso regenerativo alternan
con otros que narran las acciones del hablante. Cuando el mundo existente se desmorona,
algo parecido le sucede al hablante: “Mis manos se aniquilan”. Realizada la nueva
creación, proclama su propia participación al enunciar: “Abro la puerta” y “Yo entro
bajo la estrella”, afirmaciones que realzan una cualidad extraordinaria y aun sobrenatural
que le permite al hablante no solo visualizar el nuevo cielo y la nueva tierra antes
que los demás, sino protagonizar su advenimiento.
Conclusiones
Se
han examinado diversas maneras en que Fijman, en los poemas de Estrella de la mañana, describe visiones
valiéndose de algunas de las convenciones del género apocalíptico pero al mismo
tiempo creando otros rasgos que no solo se desvían de la tradición expresiva apocalíptica
sino que salen del marco tanto del cristianismo como del judaísmo. Muchos de los
textos de Estrella demuestran un vínculo
intertextual con el Libro de Revelación.
Aparecen algunas citas textuales y paráfrasis de Revelación: montañas y otras formaciones geográficas que corren y huyen;
corderos celestiales marcados por anomalías; numerosos agentes divinos; y los cuerpos
acuáticos con rasgos fantásticos. Gran número de los poemas celebra las bodas de
la tierra y del cielo, el advenimiento de una nueva ciudad de oro, y la abolición
de la muerte y del sufrimiento, elementos derivados de los últimos episodios de
Revelación. Fijman incorpora también algunas
alusiones e ideas provenientes de otras culturas religiosas; por ejemplo, trata
el nombre, o los nombres, de Dios como una fuerza poderosa, concepto que se asocia
con el pensamiento judío. También aparecen ciertas convenciones religiosas casi
universales, como la atribución de una cualidad sagrada a determinadas montañas.
A pesar de la frecuencia con que emplean estas convenciones, los poemas de
Estrella poseen un alto grado de originalidad.
Describen, de una manera casi unánime, el mismo paisaje extraordinario poblado de
seres sobrenaturales, el universo donde tienen lugar las visiones que describe Fijman
en su poesía. Ciertos rasgos tipifican la obra del poeta argentino, como los soles,
lunas y cielos múltiples; una enorme proliferación de palomas, manzanas y corderos;
la importancia de los muchos olores que se perciben en las visiones y el gran número
de sustancias, sean sólidas o líquidas, que “se derraman”. Estas características
identifican el lugar donde se desarrollan las visiones como un espacio por lo menos
tan fijmaniano como apocalíptico.
La característica que más diferencia los poemas de Estrella del discurso apocalíptico tradicional, y en efecto de la expresión
visionaria o mística en general, es la autocaracterización del sujeto hablante.
Este sujeto no necesita ni intermediarios ni sueños divinos para recibir sus revelaciones;
empieza a describir sus visiones directamente, es decir, sin el marco narrativo
que es una de las convenciones del género apocalíptico; y por lo contrario, goza
de un acceso permanente e inmediato a los conocimientos sagrados, circunstancia
que realza su costumbre de narrar sus visiones en tiempo presente. El sujeto hablante
no es solo un testigo privilegiado, sino que participa activamente en las escenas
que describe, y aun puede ser la figura protagónica en la narrativa de la transformación
de la tierra y el cielo. Posee unos poderes que se asocian con la divinidad: irradia
una luz inherente a su ser; posee una estrella propia; regresa de la muerte; su
“profundo canto” le permite nombrar los días y las noches, como lo hace Dios en
la narrativa de la creación en Génesis.
Al asignarse estas capacidades sobrehumanas, el sujeto hablante traspasa los límites
de lo que puede comunicar un profeta, místico u otro visionario. Se expresa como
un individuo privilegiado con una cercanía especial a Dios y, en algunos de los
poemas, una entidad dotada de atributos divinos. [2]
NOTAS
1. Merino interpreta “XI” como una narrativa metafórica
de la conversión del poeta; Fijman emerge de la “soledad” del judaísmo para encontrar
en el cristianismo “un nuevo paradigma de solidaridad humana”.
2. Quisiera agradecerle a Adriana Pacheco Roldán su valiosísima
ayuda.
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NAOMI LINDSTROM. lindstrom@austin.utexas.edu.
Ensayo originalmente publicado en Perífrasis
# 13, vol. 7. Bogotá, enero-junio 2016.
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UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 185 | novembro de 2021
Curadoria: Floriano Martins (Brasil, 1957)
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