Hoy, después de tres cuartos de siglo, si bien el
extraordinario valor de su poesía es en general reconocido por la gente del oficio y por los críticos entendidos, es
un hecho que más allá de estas capillas Eguren sigue siendo un poeta casi ignorado:
su nombre apenas ha traspuesto las fronteras de su patria, y su poesía ni eso, por
lo menos si atendemos a Europa.
Tal vez esté en lo cierto Ferrari al deducir que
el principal motivo de ese desconocimiento sea la propia condición secreta, hermética,
de la poesía de Eguren. Aún así, hay que poner esa condición en equilibrio con otro
aspecto, que es la propensión natural de la poesía a volverse fuente de convivencia
demasiado exigente, alejándose, a lo largo del siglo XX, principalmente,
del lector común, sea por razones sociológicas o por un ejercicio de pedantería.
Me gustaría inicialmente tratar de esa proximidad
entre Eguren y el Surrealismo. Cuando Stefan Baciu publica su Antología de la
poesía surrealista latinoamericana (1981), establece una serie de equivocaciones
que obligan la corrección por parte de cualquiera que decida tratar del tema
con un mínimo de equilibrio. En lo que dice respecto específicamente sobre el peruano
José María Eguren, el manojo de desaciertos o afirmaciones dudosas confunde lírica
y narrativa, desconsidera la cronología de publicación de obras, delira sobre el
ambiente estético que realmente pertenece al poeta, todo ello movido por la obsesión
de Baciu de crear una condición precursora del Surrealismo en el continente americano.
Su impertinencia irresponsable es una falla desde la raíz, pues siendo el Surrealismo
un movimiento que rompe –como cabe, a rigor, a toda manifestación artística auténtica–
con las barreras geográficas, en las que París funciona como el gran centro
de confluencias de todos los visionarios de una época, es inaceptable hablar de
precursores apuntando países en el mapamundi. Hay precursores del Surrealismo, pero
no chilenos, japoneses, australianos o húngaros. Simplemente precursores del Surrealismo.
De la orden de un Lautréamont, por ejemplo, para referirme a un gran visionario
nacido en el continente americano.
El caso de Eguren es impensable incluso desde el
punto de vista cronológico. El poeta peruano publicó su poesía en 1911, 1916 y 1929.
Esta poesía está profundamente marcada por la estética simbolista, sea del punto
de vista del léxico, temas, recursos formales o grado de hermetismo, etc. Al contrario
de lo que afirma Baciu, no hay contradicción en la lectura simbolista que se haga
de esa poesía. Hay sí, y aquí cabe una vez más recordar a Américo Ferrari, una singularidad
en el simbolismo de Eguren, cuando nos recuerda que en el poeta peruano se destaca
una
verdadera voluntad de poseer hasta agotarlo, el mundo de los sentidos y de las formas
visibles, pero esencializándolo, despojándolo de su ganga de materia, por una parte,
y por otra, de los conceptos y prejuicios que asocian pertinazmente las cosas y
seres del mundo con funciones y manipulaciones sociales instrumentales.
Pero, esa particularidad es fruto de una agitación interior del mismo poeta; basta
seguirlo en sus anotaciones, al decir: no me produzco como filósofo, sino siempre como poeta.
Mi divagación crea un clima ávido de descubrimiento, o sea, es fruto
de una exaltación visionaria de su propia vida, poeta alejado de los artificios
urbanos y de la trama literaria, aunque profundamente metido en la realidad del
símbolo, en la vibración fascinante de la escritura en su búsqueda incesante de
descubrimientos.
2 | Puntualicemos algunos aspectos en general olvidados
en relación a esa avidez creativa del poeta. En 1923, como recuerda Ricardo Silva-Santisteban
en la cronología que preparó para la edición venezolana (Obra poética.
Motivos, 2005), Eguren fabrica una cámara fotográfica diminuta del tamaño de
dos centímetros con la que imprime una gran cantidad de fotografías, que ahora nos
deslumbran por su nitidez y conservación, pese al tiempo transcurrido, y nos lo
muestran también como un adelantado de su tiempo, por la técnica y la estética con
que realizó este arte, del que dio testimonio escrito en el motivo “Filosofía del
objetivo”, en 1931. Dejemos la palabra al propio Eguren, al reflexionar
sobre el arte fotográfico:
Vemos frecuentemente desfiguraciones fotográficas
o embellecimientos milagrosos, semejantes a creaciones súbitas. Hay tan caprichosas
que sorprenden, como si agentes desconocidos las confeccionaran con un poder extraño.
Hay negativos que parecen burlarse del fotógrafo y otros tan bellos que nos vienen
como un presente, insólito para nosotros perdurable. Los dibujos vanguardistas abundan
en estas apariciones. Verdaderos encajes, disociaciones armónicas, seres inesperados,
cuál si fueran productos de raras videncias, de un dispositivo mágico. Cada día
se perfecciona la cámara, cada día nos brinda valiosas sorpresas. La importancia
de la fotografía acrece sin dilación.
Hay también que mencionar su aventura pictórica,
experiencias dispersas con acuarelas y carboncillo con un valioso carácter innovador.
Como recuerda Ricardo Silva-Santisteban, Eguren se eleva sobre los movimientos pictóricos del
momento para mantenerse en la corriente viva de la pintura de nuestro tiempo que,
a partir del cubismo, se desarrollaría con mayor audacia y originalidad,
en seguida situando que en el artista peruano se produce una renovación pictórica
de manera intuitiva pero que ha pasado desapercibida entre nosotros por el extremo
primor de su ejecución y por tratarse de una tentativa de tono menor que ha eludido
la perspicacia de nuestros críticos de arte oficiales.
Es importante observar que es exactamente aquí donde
comienza la gran aventura renovadora del lenguaje en José María Eguren. Es el gran
rompedor, mejor dicho: aglutinador, de géneros en su época. Como recuerda acertadamente
el crítico español Jorge Rodríguez Padrón, en el delicioso y revelador libro titulado
Del
ocio sagrado (1991), el poeta no despliega lo prosaico dentro del poema; quiere ver
el poema desde la prosa, y con ésta desarrollar corporalmente su secreto.
También podemos decir que provoca otras manifestaciones del poema en las acuarelas
y en la fotografía, especialmente en este caso, porque a Eguren –y ahí reside su
condición de gran poeta– no le interesan las limitaciones del lenguaje. Es importante
destacar que este mismo crítico observa a la luz de la poesía los motivos de Eguren,
como si allí radicase –con lo que estoy en completo acuerdo– su fascinante conquista
poética. Rodríguez Padrón distingue aspectos como fluidez y claridad en una escritura
que se renueva de forma atrevida al visitar áreas hasta entonces fuera de lo común
en su territorio lírico. El ensayo del crítico español sobre Eguren es tal vez la
más luminosa página ya escrita acerca de este poeta. Dice allí: Fluye su escritura
como movimiento que no concluye en el estatismo perplejo de un hallazgo (detención
ante el abismo); pero tampoco se pierde en las afueras inalcanzables de lo misterioso
(olvido o enajenación).
En seguida advierte hasta qué punto los motivos
en Eguren asumen la verdadera magia poética de su contribución a la lírica hispanoamericana,
afirmando que:
esa prosa no viene a anular el resplandor poético;
éste la ha exigido como su imagen simultánea. No es consecuencia del hermetismo
o la indefinición en la que aquélla ha querido habitar, sino espejo donde se expande
y multiplica el misterio, donde la contención se torna análisis igualmente luminoso.
En esa prosa el personaje crítico que crea sin nombrar
es una especie de paseante, o voyeur que posteriormente encontraríamos
en Severo Sarduy –situando como distintas las zonas de interés de uno y de otro–,
ese igualmente singular caminante, anotador de vértigos, así como en Ítalo Calvino,
especialmente en un libro como Collezione di sabbia (1984), reunión de
sus textos para la prensa, acerca de temas variados. En el milagro de la escritura
se encuentra su propia revelación, la ramificación incesante de vertientes, visiones,
asociaciones.
Motivos es un libro de ensayos, pero lo es también de creación
artística, en verdad más que una mezcla de textos críticos, es una fusión de pensar
y sentir, una proyección alquímica de su propia dimensión poética en el territorio
del ensayo, que resulta verdadero e innovador fruto metalingüístico. Los mismos
temas tratados por Eguren –artes, sueños, infancia, humor, fantasía, naturaleza,
objetos– dan al libro una peculiaridad orgánica antes imposible de ser evidenciada
cuando de la publicación aislada de los textos en la prensa peruana.
La obra de arte es un dictado misterioso. La voluntad
lleva al fracaso […] No es idea extensiva, libre como el arte, como la poesía. Todo
arte es poético; un vuelo fino y absoluto; su libertad corta la red, la métrica
y la rima son sus pajes. El ideal sería prescindir del número y la forma; pero existe
un ritmo vital, que se expande internamente. Ciertas poesías apolíneas son rítmicas
como los versos de niños y aciertos inmortales. Las ideas únicamente estéticas de
la poesía son infinitas por extensión y libertad.
3 | Pero volvamos al punto-Baciu, que se torna un
punto
básico por la profusión de erratas. Antes que surja el Surrealismo,
Eguren era un poeta del simbolismo, incluso considerando las observaciones ya anotadas
que lo vinculan en el ambiente simbolista, con su singularidad hermética y sus juegos
de lenguaje que incluyen acentos en la rima y en el ritmo. Cabe recordar que la
voz singular del poeta surge cuando ya se divulgan las ideas del movimiento francés
y no emergen en forma de versos. Eguren tenía la más plena conciencia del Surrealismo.
No fue su precursor o seguidor. Era un contemporáneo suyo, al que supo leer sin
preconcepto o necesidad de adhesión. Todo en su personalidad inquieta apuntaba en
la dirección de nuevas provocaciones, como si quisiese probar hasta qué punto resiste
la creación a los obstáculos de su tiempo. Lo que observa Rodríguez Padrón acerca
de los motivos es válido también para las fotografías: movimiento expansivo
que no rehúye al azar de los encuentros (vecindad evidente con el surrealismo),
que asume –en su orden estricto– la libre alteración lógica del discurso como su
fluido principal. ¿Y cómo precisamente veía el Surrealismo Eguren? Veamos
un fragmento del artículo publicado en La Revista Semanal (“El nuevo anhelo”, 1931),
refiriéndose a las tendencias del arte en aquella ocasión:
La penúltima evolución ha sido el surrealismo, considerado
como un realismo de realismo. Los prosélitos de esta tendencia viendo mixtificada
la realidad por atavismos o falsos rumbos, proponen la verdadera realidad poética,
y buscan en la vida tipos como la Nadja de Breton, tan transitoria que, si no la
hubiera descubierto dicho escritor, nada conoceríamos de la deliciosa niña. Pero
si en la realidad se descubren bellezas que parecen soñadas, ante todo el surrealismo
es una realidad de sueños. Si hoy esta tendencia es considerada como pasadista,
no se descubre otra llamada a sucederle.
En una de esas mañanas en que alguien despierta benevolente
con el mundo, releo el capítulo del libro de Baciu dedicado a Eguren y allí al final
él observa que el poeta construyó una obra hecha de pedazos de sueño, visiones nocturnas, cajas
de música y cuadros en miniatura. Esta afirmación recuerda mucho el
ambiente de aquellos artículos escritos por Ítalo Calvino sobre muestras fantásticas
a las que me referí anteriormente. El Surrealismo consiguió enemigos en muchas circunstancias.
Tal vez lo peor de esos enemigos sea la parcela miope de sus aficionados. Baciu
se decía un defensor del Surrealismo. No tengo duda en decir que el movimiento estaría
muy bien sin él. Si acaso insisto en considerarlo aquí, esto se da –reitero– por
la lamentable escasez bibliográfica de la poesía en la América Hispánica, lo que
de otra forma llevaría al caño los títulos inconsistentes, entre los cuales ocupa
posición alta la referida antología de Stefan Baciu. Eguren no era un miniaturista
metido en el espíritu surrealista. Sus anotaciones críticas no eran aleatorias o
regidas por el azar. Como apunta Rodríguez Padrón, eran determinadas por una necesidad
de equilibrio entre lo soñado, o vislumbrado, y la realidad.
En la tradición lírica de Perú la presencia de José
María Eguren posee un lugar que me parece inapropiado. Comenzando por cierta inconsistencia
en su ruptura con ciertos vicios modernistas imputados a José Santos Chocano, su
contemporáneo. Este poeta incluso fue el primero en sugerir a Eguren la publicación
de sus poemas, ya en 1899, en algunas revistas de la época. Dos perspectivas distintas,
naturalmente, pero entendidas por Eguren como adversarias, una vez que le dedicó
versos en que menciona la importancia de Chocano en sus primeros esbozos poéticos.
No es en el poema, cabe repetir, que radica su profundidad renovadora. Como se trata
esencialmente de un poeta, parece ocasionalmente natural que todos busquen justificación
estética para sus poemas. El poeta, así y todo, acabó por sorprender a todos, al
dislocar el eje de lectura del fenómeno poético de su época.
José María Eguren fue y no fue un gran poeta. No
escribió un solo poema que se pueda recordar como renovador de la lírica de su tiempo.
Sin embargo, dejó una serie de escritos sobre temas que hablan respecto a la creación
en lo referente a la música, la pintura, y la poesía, mezclados a sus ideas muy
singulares acerca de la filosofía y de la estética, que lo sitúan como un gran adelantado
a su tiempo. Pero, sobre todo, lo califican como un pensador lúcido sobre las relaciones
entre creación e interferencias externas. Y un provocador en el sentido de que las
corrientes que limitan la creación deberían ser rotas. En esto consiste –y no se
trata de un dato que pueda ser despreciado– su verdadero papel de innovador.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 192 | dezembro de 2021
Curadoria: Floriano Martins (Brasil, 1957)
Artista convidado: Pablo Amaringo (Peru, 1938-2009)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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