quinta-feira, 15 de fevereiro de 2024

JOSEFA MOLINA | El noble arte de la escritura y sus costes

 


Hace unas semanas leí un reportaje en un diario de tirada nacional en el que se reflexionaba, a partir de las opiniones de un conjunto de escritoras contemporáneas, sobre el silencio que existe en torno al coste del proceso de creación a la vez que se denunciaba las dificultades materiales que exige el oficio de la escritura.

No son pocas las personas que tienen idealizado el oficio de escritura y que realmente piensan que escribir es una opción para ganar dinero a espuertas. Pero les digo una cosa: llevo muy poco en esto, pero escribiendo nadie se hace millonario, excepto en muy contadas ocasiones y con mucho apoyo editorial detrás.

Más bien todo lo contrario. Sobre todo al inicio de tu carrera, cuando se exige una inversión constante de euros para hacer frente desde la publicación del libro (sobre todo, si lo publicas mediante la autoedición) a la asistencia a las distintas presentaciones de tu obra incluyendo el coste de los hoteles, traslados a diferentes ciudades y un largo etc… Todo es una inversión de dinero que, con frecuencia, no llegas a recuperar nunca. Evidentemente hay excepciones como los best-sellers. Pero son, insisto, una minoría.

Durante las últimas semanas he venido reflexionando sobre todo este tema y creo que el aura de los escritores millonarios y famosos, sobre todo de los escritores varones, viene dado, por un lado, por el propio acto de quién históricamente podía acceder a la educación y, por tanto, a la lectura y a la escritura; y por otro y muy relacionado con el punto anterior, con la solvencia económica o el origen familiar noble o de alta cuna del mismo.

En la historia de la creación literaria, las personas que escribían lo hacían porque tenían acceso a una educación. Si nos trasladamos a la época medieval previa a la aparición de la imprenta, esa facultad quedaba exclusivamente relegada a las manos de la curia religiosa que, además, escribía en latín en un afán de hacer aún menos comprensible el texto para la masa de plebeyos iletrados.

Con la llegada de la imprenta allá por el año 1.440, gracias al alemán Johannes Gutenberg, la lectura y la escritura se democratizaron livianamente pero aún así quedó constreñida a determinados sectores de población: las que contaban con el poder económico y/o familiar que les permitía dedicarse al noble arte de la lectura y por ende, si les apetecía, de la escritura dado que tenían los medios y el soporte para hacerlo. Bien se sabe que, con el estómago vacío, la creatividad suele ser muy escasa.

La época moderna convirtió en una premisa social necesaria el acceso a la educación, tanto para hombres como para mujeres, aunque eso sí, distribuidas en fases marcadas por diferentes momentos sociales. De hecho, en España el acceso a la educación para las mujeres no llegó hasta 1.857 con la aprobación de la primera Ley de Instrucción Pública española, conocida como Ley Moyano, en honor al político liberal Claudio Moyano y Samaniego. La ley, impulsada con el objeto de solucionar los elevados niveles de analfabetismo que caracterizaban al país en aquel entonces, inició un proceso de escolarización femenina, aunque, eso sí, sin modificar el rol que culturalmente se le tenía asignado a la mujer.


Tendríamos que esperar hasta 1.970 con la Ley General de Educación para reconocer el derecho a la educación de las mujeres en las mismas condiciones que los hombres, sin olvidar, por otra parte, que las mujeres tenían también que seguir siendo instruidas para las labores concretas de su género: es decir, para ser amas de casa hechas y derechas.

Con todo, el acceso al ilustre oficio de la escritura no dejaba de constituir un lujoso modo de ganarse la vida.

Analizando muy por encima los orígenes familiares de algunos de los grandes pensadores y literatos de la historia podemos comprobar que, en su gran mayoría, podían escribir porque su origen familiar así se los permitía.

Con un colchón familiar que los sustentara, los autores podían permitirse el lujo de la intelectualidad. Hay que recordar que, por ejemplo, Platón procedía de una familia noble. Su padre, Aristón se suponía que era descendiente del rey Codro, el último rey de Atenas.

Pero no hace falta irse tan atrás en la historia del pensamiento y la escritura occidental: el ruso Vladimir Nabokov, autor de Lolita, nació en el seno de una familia aristocrática de San Petersburgo; el francés Marcel Proust, creador de 'En busca del tiempo perdido', procedía de una acomodada familia parisina o del inconmensurable autor alemán Thomas Mann, autor de la mítica La montaña mágica, obra en la que invirtió nada menos de doce años en escribir, formaba parte de una acaudalada familia de Lübeck.

Por supuesto, contamos con numerosos nombres de autores que no tuvieron la fortuna de contar con una procedencia familiar dichosa financieramente hablando y tuvieron que ganarse la vida como meros trabajadores para terceros. Me vienen a la cabeza escritores de la calidad de mis admirados Fernando Pessoa o Franz Kafka.

Fueron, además, autores que escribían en sus largas horas de soledad, porque normalmente solían ser hombres que no compartían vida en pareja ni tenían familia. Ambos autores tuvieron intensas y dolorosas relaciones amorosas con mujeres que les marcaron de por vida y con quieres mantuvieron sendas correspondencias epistolares, novias con las que incluso llegaron a comprometerse en matrimonio, pero las que finalmente fueron derrotadas por la escritura porque a sus 'novios' les interesó más entregar su vida a la pasión literaria que a la aburrida vida familiar.

Las mujeres escritoras desde luego no han corrido la misma suerte. Primero porque el acceso a la educación se les fue vedado durante siglos y segundo porque, cuando se les permitió aprender a leer, las normas sociales y culturales de la época les prohibía directamente escribir.

Se quejaba amargamente la autora gallega, nuestra eterna Rosalía de Castro, en su breve ensayo “Las literatas. Carta a Eduarda”, publicado en 1865 y dirigido a su amiga Eduarda Pondal, de que: …todavía no les es permitido a las mujeres escribir lo que sienten y lo que saben. Para continuar diciendo además que a las mujeres: Se nos hace el regalo de creer que podemos escribir algunos libros, porque hoy, nuevos Lázaros, hemos recogido estas migajas de libertad al pie de la mesa del rico, que se llama el siglo XIX.


Sin embargo, también entre las mujeres escritoras se dan estas circunstancias de acceso a la escritura gracias a contar con una posición familiar favorable. Por ejemplo, Virginia Woolf procedía de una familia de la alta burguesía británica o Teresa de Jesús, contaba con un padre, Alonso Sánchez de Cepeda, hijodalgo a fuero de España, a su vez hijo de Juan Sánchez, un rico comerciante de paños y sederías.

Ha pasado más de siglo y medio de aquella queja de Rosalía de Castro, y todavía las escritoras deben solventar diversas cuestiones antes de dedicarse en cuerpo y alma al cultivo del bello arte de la escritura en las mismas condiciones que sus compañeros varones.

Así, además de contar con una formación y/o un trabajo con el que mantenerse, deben decidir si quieren tener pareja o no, tener hijos o no, trabajar fuera de casa o no. Todas cuestiones que pueden interferir en su desarrollo hacia una vida plena dedicada a la escritura. De ahí que muchas mujeres lleguen tarde a la publicación, incluso metidas ya en la edad de jubilación laboral. Y si tienen suerte porque, a veces, la diosa fortuna no le llega nunca a sonreír.

De acuerdo que vivimos en pleno siglo XXI y que muchas mujeres se dedican en cuerpo y alma a escribir, consagran su vida a crear historias y a publicar bellos poemarios para el disfrute del público lector. Aunque a veces sucede que es a esas mismas mujeres a las que en las entrevistas le preguntan que cómo son capaces de escribir y atender a su prole, si la tiene; o para cuándo los hijos, si no los tienen; o si no es complicado la vida en soledad de la escritora… Habría que preguntarse a cuántos escritores varones se les formula estas mismas cuestiones.

Y no se engañen, no. Llegar al público lector no significa ganar dinero ni hacerse millonario. La mayoría de las personas que escriben compaginan el 'vicio' de escribir con un trabajo con mucho menos glamour que les permite pagar el alquiler.


Lo de hacerse millonario sucede en muy contadas ocasiones. Las mismas que sirven para conformar el idealizado mundo de la escritura para futuras generaciones de jóvenes con aspiraciones a escritor bohemio, intelectual, mujeriego y viajero que recorre el mundo presentando su libro y durmiendo cada noche en una cama de hotel diferente.

Lo cierto es que la escritura es un don al que se puede acceder cuando tienes las facturas pagadas, la casa recogida y la barriga llena. Tanto para hombres como para mujeres.

Afortunadamente, y por el bien del anhelo cultural de la mayoría de los mortales, hay personas que siguen escribiendo, a pesar de todo. Sí, somos unos afortunados. Ellas porque siguen escribiendo y nosotros, porque podemos leerlas.




JOSEFA MOLINA (Venezuela, 1969). Periodista. Autora de los poemarios Inflexiones (Playa de Ákaba, 2017); Los versos de las caracolas (2019), y Un puñado de palabras (Editoral BGR, 2022) así como de la novela Ideales perdidos (Multiverso, 2020). Compiladora de las Obras Completas (1962-2011) de Baltasar Espinosa (Mercurio Editorial, 2021). Directora de la colección Palabra y Verso bajo el sello editorial Beginbook Ediciones y de la Colección Digital de Microficción Femenina Breves y contundentes (editorialbgr.com). Forma parte de la Audioteca de Literatura Canaria Actual. Está incluida en la Biblioteca de Escritores/as del Gobierno de Canarias. Sus textos se encuentran recogidos en diversas antologías, tanto de narrativa como de poesía. Es doble Mención honorifica en el I Certamen de Relatos Cortos organizado por el colectivo Tagoror, edición 2015; finalista I Certamen de Relato Corto Pluma de Cigüeña, convocado por Piediciones, 2016; segundo premio en el concurso de relato corto.




MIREYA BAGLIETTO (Argentina, 1936). Artista, ceramista, pintora, escultora e investigadora, creadora del Arte Núbico. De formación casi autodidacta, es considerada una artista atípica dentro del escenario de las artes visuales de su país. Ha realizado numerosas exposiciones, muchas de ellas a nivel internacional y ha sido reconocida con diversos premios por su trayectoria, incluyendo el premio Konex como una de las cinco figuras más importantes de la historia del arte cerámico argentino y el Gran premio de Honor del Salón Nacional de Artes Visuales. Durante su etapa de ceramista (1958-1978) creó el Taller para Estudios Cerámicos que lleva su nombre, donde se formaron numerosos ceramistas argentinos. A partir de 1985, cuando el Arte Núbico quedó establecido como una tendencia, desarrolló una vasta tarea de docencia tanto en su propio estudio como en diversos centros y universidades argentinas, trabajando sobre el despertar de la sensibilidad creativa en relación con la materia y el espacio atemporal. 

 


 

Agulha Revista de Cultura

Número 248 | fevereiro de 2024

Artista convidado: Mireya Baglietto (Argentina, 1936)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

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