Romper los cánones y aspirar a la libertad expresiva
–en la forma, en la imagen, en el lenguaje–, carga con su cuota de culpa. La culpa…
sagrado cáliz que corre torrencial a través de las venas hinchadas de la humanidad.
Sin embargo, para renovar donde antes se ha construido, se debe derribar los techos
y reformar los muros descascarados. La génesis de todas las estructuras, de todas
las manifestaciones humanas, manifestaciones abstractas, manifestaciones artísticas,
se remonta a los inicios más recónditos, momentos oscuros en la historia en donde
la incomodidad frente a lo diferente, el terror frente a lo nuevo, inmortaliza las
tradiciones causando que diamantes en bruto aún escondan su brillo de la luz y del
ojo sensible.
El origen de la novela negra se
presenta, por el contrario, claro y diáfano
y de una sencillez pasmosa, como lo
presenta Vázquez de Parga. En 1922 la revista norteamericana Black Mask hace publicaciones
que aluden en un primer momento a este género marcando el antecedente para la historia.
Pero la secuencia que desemboca ahí tiene un recorrido más amplio y menos espontáneo,
y se aplica tanto más a las corrientes literarias que, lógicamente, se fundan desde
una ingente obra anterior, precisando nutrirse de ella para innovarla o renovarla,
contribuyendo así al progreso artístico.
El fruto de esta larga trayectoria:
nuestra ahora tan célebre dama sombría. La novela negra aparece como variedad de
la novela criminal y corresponde en el
tiempo a la sucesión de la novela enigma
de la que desciende. Esta subdivisión exhibe, a través de sus transformaciones,
una reacción progresista y crítica frente al conformismo conservador de su antecesora
en la historia de la literatura occidental. No obstante, parar aquí este recorrido
resultaría demasiado simplista, ya que el florecimiento de este género artístico
implica unos cuantos giros sinuosos más. Para llegar a la novela negra, policial,
se ha necesitado una buena dosis de Romanticismo oscuro, sadismo, sociopatía, desprecio
por las costumbres, transcendentalismo idealista y humor negro.
Calles vacías bajo la niebla densa
y fría, intercambios ilícitos en las esquinas más oscuras, hombres siniestros sin
rostro al igual que sombras pasajeras, faroles tímidos ante la blanca e incandescente
luz de la luna proyectada en el pavimento y las fachadas barrocas hacen de la ciudad
su protagonista.
Sus orígenes, a partir de la novela
criminal, presentan como escenario a la jungla urbana del París del siglo XIX y
su lenguaje orientado en el racionalismo y los temas fronterizos como en el caso
de Leatherstocking Tales de James Fenimore
Cooper (1823). La observación y deducción de pistas inhóspitas, aquellos misteriosos
casos sin resolver dentro de los densos bosques norteamericanos, se trasladan a
las ostentosas y saturadas calles parisinas donde el gran Honoré Balzac amalgama,
de manera magistral, una suerte de libertad fabuladora, propia al Romanticismo,
con el racionalismo de la Ilustración. Casi de manera simultánea Edgar Allan Poe
surge como principal representante de un género romántico oscuro al igual que los escritores del roman feuilleton –Sue, Dumas, Feval etc.–
Estos autores, amantes de las sombras y el simbolismo empujado al extremo, hacen
del crimen en sí un punto de partida de su escritura; es de este modo como el crimen, en el plano principal del relato,
propone el deslizamiento hacia las estructuras lógico-deductivas y la razón, para
luego tornarse turbio, siniestro y nuevamente romántico, a medida que avanza la
trama. El énfasis en la investigación, el método, las hipótesis e intervenciones
para descifrar dentro del propio cuento su propio misterio, abarcan un estilo en
donde su particular mise en abime resulta harto original y fascinante.
París, y Francia en general, parecían
la casa perfecta del relato sobre el crimen y su recóndita irrupción en la escena
social. A partir de la influencia en la literatura popular de las novelas de James
Fenimore Cooper en Estados Unidos, la editorial newyorkina Beadle and Adams en 1860 dio a la luz una nueva fórmula que tuvo vigencia
durante muchos años y que recibió el nombre de dime novel. Estas cortas novelas tenían la característica de venderse
por diez centavos y aparecían ante el público con portadas de colores vistosos,
rostros aterrados, sorprendidos por pistolas o cuchillos. El protagonista: un héroe
fronterizo, entre el bien y el mal, entre la virtud y la miseria; de imprecisos
valores morales y de genialidad asombrosa, se posiciona como un personaje en acción,
donde prima la violencia, las escapadas riesgosas y por supuesto, la guerra interna
consigo mismo y su mente extravagante, poco convencional. Componente psicológico
que empieza a notarse cada vez más en este tipo de escritura. Buffalo Bill y Kit
Carson alcanzan la fama en este nuevo género con sus «Western stories» (1900), acerca de hombres blancos contra pieles rojas.
Luego el cowboy aguerrido sufre la transformación mencionada; se desplaza a las
ciudades y se convierte en detective que se erige en representante de la sociedad.
El primero de estos cowboys urbanos fue Old Sleuth 1872, pero el de más larga vida
y sin duda el más famoso fue Nick Carter a finales del siglo XIX.
En 1926 cae definitivamente la fantasía
y se intensifica el realismo en las historias policiacas. El realismo había penetrado
ya en la narrativa norteamericana. En la tercera década del siglo, se publica lo
mejor de Theodor Dresier, Sherwood Anderson, Sinclair Lewis, Scott Fitgerald y John
Dos Passos y se empiezan a conocer escritores como Ernest Hemingway y William Faulkner.
El realismo aplicado a la novela criminal hizo surgir elementos que hoy son indiscutibles
y que dieron paso a la diferenciación entre subgéneros: modificó la trama en la
ambientación y los espacios, y alteró el lenguaje; se incorpora al predominio de
la acción sobre el enigma y a un fuerte componente de violencia, como antecedentes
más relevantes de los relatos populares. La conjunción de estos cuatro ingredientes
produjo entonces lo que hoy llamamos novela negra.
El thriller policiaco y la novela
negra toma fuerza en las últimas décadas del siglo XIX como un estilo de literatura
de resistencia. En Latinoamérica es esta última, precisamente, una de las fuentes
más relevantes de relación, en la literatura entre Colombia y México. Las narraciones
se nutren ya, para este entonces, de descubrimientos como el revolucionario sistema
de impresión de huellas digitales para la resolución de crímenes por Juan Vucetich,
en Argentina para el año 1891. Si bien fue un método extraordinario y eficaz, muy
importante para la criminalística y el sistema penal, para la literatura y el cine
acrecentó los recursos en las diégesis, intensificó el suspenso y complejizó las
historias.
El auge de este género en Latinoamérica
data de la década de los 40s con un mismo fenómeno simultáneo en varios países:
primero Argentina y México, luego Cuba, Nicaragua, Chile y Colombia.
México encabeza la lista de países
con escritores como Rodolfo Usigli, Rafael Bernal, el catalán Enrique F. Gual y
las publicaciones de la revista Selecciones
Policiacas y de Misterio, que dio realce al género. Después están algunos representantes
más conocidos como son Jorge Ibargüengoitia con Las muertas de 1977 y Carlos Fuentes
con La cabeza de la hidra de 1978. También, Roberto Bolaños con su interesante y
casi surrealista propuesta de escritura de misterio, Rafael Ramírez Heredia y Paco
Ignacio Taibo II; en Cuba aparece Daniel Chavarría, Leonardo Padura, Justo Vasco
y Rodolfo Pérez Valero; en Nicaragua Sergio Ramírez; y en Chile con el escritor
Ramón Díaz Eterovic empezó a emerger el neopoliciaco latinoamericano.
Argentina se conoce como el país
de emergencia de la primera novela policial en español, La huella del crimen, Raúl Waleis en 1877. Pablo De Santis, escritor
argentino y sobresaliente representante del género, nos recuerda este dato.
La novela negra y policiaca llegó
seguidamente a Colombia, país que atravesaba un clima de tensión y fenómenos coexistentes,
muy peculiares y profanos, feroces y desgarradores del tejido social. El narcotráfico,
las guerrillas, los paramilitares y toda su impartida violencia, dieron, ciertamente,
el escenario perfecto para la construcción de una sustanciosa novela policiaca.
Así lo comenta, igualmente en la entrevista exclusiva a Ojo Vulgar, el distinguido
escritor colombiano Santiago Gamboa (ver página x).
Específicamente en Latinoamérica,
el fenómeno literario de la novela negra y policial tiene varios elementos en común
compartidos entre los países en donde el género ha crecido exponencialmente: un
evidente realismo de crítica ardua, su demostración de la realidad al desnudo, sin
barroquismos, la ciudad como protagonista, con su aire femenino enigmático y fatal
que da paso a la metáfora indispensable del contexto social. En definitiva, factores
que más allá de lo policial hacen de este tipo de novela una novela social.
Ocupada de los problemas sociales
y de los densos conflictos sociopolíticos, la novela social surgía ahora más allá
de la ciencia ficción, de la mano de la novela negra. Así entonces, la carga social
estremecía a Latinoamérica y hacía de su producción de textos una experiencia agitada.
Era el fin de las dictaduras, y la inserción del crimen era una preocupación constante
para los países, los temas más relevantes según dicho contexto eran el abuso del
poder, la corrupción, el crimen de guante blanco. Las influencias mestizas en la
novela policial tomaban un relieve sorprendente a comparación de los siglos precedentes.
Nuevas formas caracterizan la literatura latinoamericana de estas emergentes vanguardias
artísticas y culturales que abrazan el deseo de experimentar y el eje del militantismo
social. En el estilo se dan con saltos cronológicos en las narraciones, se emplean
nuevos escenarios y nuevas dramaturgias en el teatro, se rompe con la métrica tradicional
y la rima en la poesía.
El nacimiento del thriller psicológico
hace igualmente su aparición en el cine con uno de los mayores y más puristas representantes
de este género, el expresionista, Master Of
darkness, Fritz Lang. El cineasta austriaco, precursor del cine negro y del
thriller psicológico con su película M, el
vampiro de Düsseldorf, o M Le maudit,
basado parcialmente en la historia del asesino en serie Peter Kurten y del libro
de su psiquiatra, Dr. Karl Berg: Der sadist,
la película exhibe sobre todo la mirada de la sociedad no solamente alrededor
de las atroces muertes y desapariciones de niñas y jovencitas, sino, y más allá
del juicio moralista, una verdadera crítica al ordenamiento social, sus normativas
hipócritas, la insuficiencia de las leyes y la construcción de leyes-callejeras
paralelas, sus estratificaciones, y finalmente, el sadismo, fetichismo y perversión,
de una sociedad proyectada en la figura del perturbado asesino.
Tal como lo hiciera Sade con la
satisfacción sexual en la dominación y el perecimiento de sus víctimas erotizadas,
el cine noir presenta cuestionamientos
sociales desde un ángulo punzante y determinante: ¿Qué lleva a alguien a matar a
otro ser humano? Atribuirse el poder de poseer al otro sin medida… ¿no es igual
a eso que lleva a un gobierno a matar de opresión y hambre a su pueblo, a causar
la marca del atropello, la insignia de la desesperanza? El poder sobre otro como
estrategia enmascara el sádico deseo del que lo ejerce, creando una soporífera sensación
de falsa libertad. Libertad a la que aspira el crimen en su forma de identificarnos
a todos con el culpable, con el asesino ¿Cómo son juzgados los actos humanos? ¿Cuál
es la moral con la que se calibran?
Una mirada sin remordimiento, sin
sentimiento, sin vida, una que cobra vidas con que nutrirse, ¿no podría ser la de
todos? Recordemos que, en M, el juicio final lo acarrean los ladrones, en un ritual
igual de terrorífico que corresponde a una necesidad de expiar y deshacerse de las
propias y funestas fantasías. La novela negra y policial propone exponer todos los
giros que se producen hasta llegar ahí y porqué no, y a su manera, llevarnos al
auto-cuestionamiento y potenciar nuestro sentido de justicia.
NATALIA VÉLEZ LOAIZA (Colombia, 1986). Cómplice y aliada de la literatura desde la tierna infancia. A partir de este interés manifesto ha publicado obras literarias y artículos académicos alrededor de sus temas de investigación. Ha alimentado su trayectoria con diversos estudios académicos visitas y estadías en diferentes urbes del mundo. Para el 2004 partió a Estados Unidos, en donde residió por ocho años y en donde, además, apasionada por el arte del ballet que practicaba desde pequeña, estudió en el Boston Ballet School, adquiriendo el título de Professional Dancer. Licenciada en Psicología clínica de la Universidad de Massachusetts-Boston, Estados Unidos, con una especialización en psicoanálisis del Institute of Psychoanalysis of London y una maestría en Psicoanálisis, Psicología Clínica y Psicopatología Fundamental de l’Université de Paris Diderot/ Paris7 en Paris. Doctora en psicoanálisis y literatura, con doble titulación.
MIREYA BAGLIETTO (Argentina, 1936). Artista, ceramista, pintora, escultora e investigadora, creadora del Arte Núbico. De formación casi autodidacta, es considerada una artista atípica dentro del escenario de las artes visuales de su país. Ha realizado numerosas exposiciones, muchas de ellas a nivel internacional y ha sido reconocida con diversos premios por su trayectoria, incluyendo el premio Konex como una de las cinco figuras más importantes de la historia del arte cerámico argentino y el Gran premio de Honor del Salón Nacional de Artes Visuales. Durante su etapa de ceramista (1958-1978) creó el Taller para Estudios Cerámicos que lleva su nombre, donde se formaron numerosos ceramistas argentinos. A partir de 1985, cuando el Arte Núbico quedó establecido como una tendencia, desarrolló una vasta tarea de docencia tanto en su propio estudio como en diversos centros y universidades argentinas, trabajando sobre el despertar de la sensibilidad creativa en relación con la materia y el espacio atemporal.
Agulha Revista de Cultura
Número 248 | fevereiro de 2024
Artista convidado: Mireya Baglietto (Argentina, 1936)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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