quinta-feira, 15 de fevereiro de 2024

NATALIA VÉLEZ LOAIZA | Una aspiración peligrosa, una libertad culpable

 


Uno de los roles de la literatura es, como lo afirmaba acertadamente Bataille, dar cabida a esta aspiración peligrosa, humanamente decisiva. A una libertad culpable.

 

Romper los cánones y aspirar a la libertad expresiva –en la forma, en la imagen, en el lenguaje–, carga con su cuota de culpa. La culpa… sagrado cáliz que corre torrencial a través de las venas hinchadas de la humanidad. Sin embargo, para renovar donde antes se ha construido, se debe derribar los techos y reformar los muros descascarados. La génesis de todas las estructuras, de todas las manifestaciones humanas, manifestaciones abstractas, manifestaciones artísticas, se remonta a los inicios más recónditos, momentos oscuros en la historia en donde la incomodidad frente a lo diferente, el terror frente a lo nuevo, inmortaliza las tradiciones causando que diamantes en bruto aún escondan su brillo de la luz y del ojo sensible.

El origen de la novela negra se presenta, por el contrario, claro y diáfano y de una sencillez pasmosa, como lo presenta Vázquez de Parga. En 1922 la revista norteamericana Black Mask hace publicaciones que aluden en un primer momento a este género marcando el antecedente para la historia. Pero la secuencia que desemboca ahí tiene un recorrido más amplio y menos espontáneo, y se aplica tanto más a las corrientes literarias que, lógicamente, se fundan desde una ingente obra anterior, precisando nutrirse de ella para innovarla o renovarla, contribuyendo así al progreso artístico.

El fruto de esta larga trayectoria: nuestra ahora tan célebre dama sombría. La novela negra aparece como variedad de la novela criminal y corresponde en el tiempo a la sucesión de la novela enigma de la que desciende. Esta subdivisión exhibe, a través de sus transformaciones, una reacción progresista y crítica frente al conformismo conservador de su antecesora en la historia de la literatura occidental. No obstante, parar aquí este recorrido resultaría demasiado simplista, ya que el florecimiento de este género artístico implica unos cuantos giros sinuosos más. Para llegar a la novela negra, policial, se ha necesitado una buena dosis de Romanticismo oscuro, sadismo, sociopatía, desprecio por las costumbres, transcendentalismo idealista y humor negro.

Calles vacías bajo la niebla densa y fría, intercambios ilícitos en las esquinas más oscuras, hombres siniestros sin rostro al igual que sombras pasajeras, faroles tímidos ante la blanca e incandescente luz de la luna proyectada en el pavimento y las fachadas barrocas hacen de la ciudad su protagonista.

Sus orígenes, a partir de la novela criminal, presentan como escenario a la jungla urbana del París del siglo XIX y su lenguaje orientado en el racionalismo y los temas fronterizos como en el caso de Leatherstocking Tales de James Fenimore Cooper (1823). La observación y deducción de pistas inhóspitas, aquellos misteriosos casos sin resolver dentro de los densos bosques norteamericanos, se trasladan a las ostentosas y saturadas calles parisinas donde el gran Honoré Balzac amalgama, de manera magistral, una suerte de libertad fabuladora, propia al Romanticismo, con el racionalismo de la Ilustración. Casi de manera simultánea Edgar Allan Poe surge como principal representante de un género romántico oscuro al igual que los escritores del roman feuilleton –Sue, Dumas, Feval etc.– Estos autores, amantes de las sombras y el simbolismo empujado al extremo, hacen del crimen en sí un punto de partida de su escritura; es de este modo como el crimen, en el plano principal del relato, propone el deslizamiento hacia las estructuras lógico-deductivas y la razón, para luego tornarse turbio, siniestro y nuevamente romántico, a medida que avanza la trama. El énfasis en la investigación, el método, las hipótesis e intervenciones para descifrar dentro del propio cuento su propio misterio, abarcan un estilo en donde su particular mise en abime resulta harto original y fascinante. 


Escritores como Emile Gaboriau (L’affaire Lerouge 1866) y Wilkie Collins (The Lady in white 1859), habían conseguido ya para este entonces, dominar dicha forma de escritura. El equilibrio de ambos factores, el elemento racional y el fantástico, marcó el comienzo de este nuevo tipo de narración, una vez afirmada en Francia la segunda generación de folletinistas y en Gran Bretaña la Sensational Novel. Desde este momento, dependerá de la preponderancia de uno o el otro factor estilístico para crear nuevos sub-géneros, sui generis, respectivamente: la novela enigma o a la novela de aventuras policíacas, en la que es esencial la figura del criminal idealizado por el romanticismo a partir del irónico significante “caballero ladrón” (el Raffles de Ernest William Homung, o el Arsene Lupin de Maurice Le Blanc), y la novela negra en donde el protagonista toma un aire más humano, más marginal, a pesar de conservar sus altas capacidades analítico-intelectuales.

París, y Francia en general, parecían la casa perfecta del relato sobre el crimen y su recóndita irrupción en la escena social. A partir de la influencia en la literatura popular de las novelas de James Fenimore Cooper en Estados Unidos, la editorial newyorkina Beadle and Adams en 1860 dio a la luz una nueva fórmula que tuvo vigencia durante muchos años y que recibió el nombre de dime novel. Estas cortas novelas tenían la característica de venderse por diez centavos y aparecían ante el público con portadas de colores vistosos, rostros aterrados, sorprendidos por pistolas o cuchillos. El protagonista: un héroe fronterizo, entre el bien y el mal, entre la virtud y la miseria; de imprecisos valores morales y de genialidad asombrosa, se posiciona como un personaje en acción, donde prima la violencia, las escapadas riesgosas y por supuesto, la guerra interna consigo mismo y su mente extravagante, poco convencional. Componente psicológico que empieza a notarse cada vez más en este tipo de escritura. Buffalo Bill y Kit Carson alcanzan la fama en este nuevo género con sus «Western stories» (1900), acerca de hombres blancos contra pieles rojas. Luego el cowboy aguerrido sufre la transformación mencionada; se desplaza a las ciudades y se convierte en detective que se erige en representante de la sociedad. El primero de estos cowboys urbanos fue Old Sleuth 1872, pero el de más larga vida y sin duda el más famoso fue Nick Carter a finales del siglo XIX.

En 1926 cae definitivamente la fantasía y se intensifica el realismo en las historias policiacas. El realismo había penetrado ya en la narrativa norteamericana. En la tercera década del siglo, se publica lo mejor de Theodor Dresier, Sherwood Anderson, Sinclair Lewis, Scott Fitgerald y John Dos Passos y se empiezan a conocer escritores como Ernest Hemingway y William Faulkner. El realismo aplicado a la novela criminal hizo surgir elementos que hoy son indiscutibles y que dieron paso a la diferenciación entre subgéneros: modificó la trama en la ambientación y los espacios, y alteró el lenguaje; se incorpora al predominio de la acción sobre el enigma y a un fuerte componente de violencia, como antecedentes más relevantes de los relatos populares. La conjunción de estos cuatro ingredientes produjo entonces lo que hoy llamamos novela negra.


A partir de más o menos 1946, el enigma llega a diluirse parcial o totalmente y los escritores retoman la intriga policíaca, con algunas derivaciones hacia el thriller. La acción en lugar de la introspección prima en los contextos, y el realismo, en este punto, permite seguir usando la figura del detective privado como protagonista, ajeno a la oficialidad, pero susceptible de relacionarse con ella, develando a través de esta relación ciudad-sociedad-detective, la situación psicológica social y la crítica al contexto del panorama universal socio-político. El género criminal, que cobraba cada vez más forma, se nutre decididamente de gangsters y su melodrama malhechor, influyendo decisivamente en lo que vendría a constituirse como el suspense y el thriller psicológico, de ilimitada riqueza de contenido. De la misma forma la novela negra se manifiesta abierta a todas las posibilidades sin restricción normativa alguna.

El thriller policiaco y la novela negra toma fuerza en las últimas décadas del siglo XIX como un estilo de literatura de resistencia. En Latinoamérica es esta última, precisamente, una de las fuentes más relevantes de relación, en la literatura entre Colombia y México. Las narraciones se nutren ya, para este entonces, de descubrimientos como el revolucionario sistema de impresión de huellas digitales para la resolución de crímenes por Juan Vucetich, en Argentina para el año 1891. Si bien fue un método extraordinario y eficaz, muy importante para la criminalística y el sistema penal, para la literatura y el cine acrecentó los recursos en las diégesis, intensificó el suspenso y complejizó las historias.

El auge de este género en Latinoamérica data de la década de los 40s con un mismo fenómeno simultáneo en varios países: primero Argentina y México, luego Cuba, Nicaragua, Chile y Colombia.

México encabeza la lista de países con escritores como Rodolfo Usigli, Rafael Bernal, el catalán Enrique F. Gual y las publicaciones de la revista Selecciones Policiacas y de Misterio, que dio realce al género. Después están algunos representantes más conocidos como son Jorge Ibargüengoitia con Las muertas de 1977 y Carlos Fuentes con La cabeza de la hidra de 1978. También, Roberto Bolaños con su interesante y casi surrealista propuesta de escritura de misterio, Rafael Ramírez Heredia y Paco Ignacio Taibo II; en Cuba aparece Daniel Chavarría, Leonardo Padura, Justo Vasco y Rodolfo Pérez Valero; en Nicaragua Sergio Ramírez; y en Chile con el escritor Ramón Díaz Eterovic empezó a emerger el neopoliciaco latinoamericano.

Argentina se conoce como el país de emergencia de la primera novela policial en español, La huella del crimen, Raúl Waleis en 1877. Pablo De Santis, escritor argentino y sobresaliente representante del género, nos recuerda este dato.


Muchos de estos insignes autores se caracterizaban por apoyar a los movimientos de izquierda y las luchas estudiantiles. Esto implicó, en América Latina, una coyuntura particular del género literario policial con una rigurosa crítica social, sobre todo, en contra de las instituciones gubernamentales, las diversas injusticias sociales y la precariedad de ciertas franjas sociales, retratadas, ampliamente, a través de vehementes metáforas.

La novela negra y policiaca llegó seguidamente a Colombia, país que atravesaba un clima de tensión y fenómenos coexistentes, muy peculiares y profanos, feroces y desgarradores del tejido social. El narcotráfico, las guerrillas, los paramilitares y toda su impartida violencia, dieron, ciertamente, el escenario perfecto para la construcción de una sustanciosa novela policiaca. Así lo comenta, igualmente en la entrevista exclusiva a Ojo Vulgar, el distinguido escritor colombiano Santiago Gamboa (ver página x).

Específicamente en Latinoamérica, el fenómeno literario de la novela negra y policial tiene varios elementos en común compartidos entre los países en donde el género ha crecido exponencialmente: un evidente realismo de crítica ardua, su demostración de la realidad al desnudo, sin barroquismos, la ciudad como protagonista, con su aire femenino enigmático y fatal que da paso a la metáfora indispensable del contexto social. En definitiva, factores que más allá de lo policial hacen de este tipo de novela una novela social.

Ocupada de los problemas sociales y de los densos conflictos sociopolíticos, la novela social surgía ahora más allá de la ciencia ficción, de la mano de la novela negra. Así entonces, la carga social estremecía a Latinoamérica y hacía de su producción de textos una experiencia agitada. Era el fin de las dictaduras, y la inserción del crimen era una preocupación constante para los países, los temas más relevantes según dicho contexto eran el abuso del poder, la corrupción, el crimen de guante blanco. Las influencias mestizas en la novela policial tomaban un relieve sorprendente a comparación de los siglos precedentes. Nuevas formas caracterizan la literatura latinoamericana de estas emergentes vanguardias artísticas y culturales que abrazan el deseo de experimentar y el eje del militantismo social. En el estilo se dan con saltos cronológicos en las narraciones, se emplean nuevos escenarios y nuevas dramaturgias en el teatro, se rompe con la métrica tradicional y la rima en la poesía.

El nacimiento del thriller psicológico hace igualmente su aparición en el cine con uno de los mayores y más puristas representantes de este género, el expresionista, Master Of darkness, Fritz Lang. El cineasta austriaco, precursor del cine negro y del thriller psicológico con su película M, el vampiro de Düsseldorf, o M Le maudit, basado parcialmente en la historia del asesino en serie Peter Kurten y del libro de su psiquiatra, Dr. Karl Berg: Der sadist, la película exhibe sobre todo la mirada de la sociedad no solamente alrededor de las atroces muertes y desapariciones de niñas y jovencitas, sino, y más allá del juicio moralista, una verdadera crítica al ordenamiento social, sus normativas hipócritas, la insuficiencia de las leyes y la construcción de leyes-callejeras paralelas, sus estratificaciones, y finalmente, el sadismo, fetichismo y perversión, de una sociedad proyectada en la figura del perturbado asesino. 

Tal como lo hiciera Sade con la satisfacción sexual en la dominación y el perecimiento de sus víctimas erotizadas, el cine noir presenta cuestionamientos sociales desde un ángulo punzante y determinante: ¿Qué lleva a alguien a matar a otro ser humano? Atribuirse el poder de poseer al otro sin medida… ¿no es igual a eso que lleva a un gobierno a matar de opresión y hambre a su pueblo, a causar la marca del atropello, la insignia de la desesperanza? El poder sobre otro como estrategia enmascara el sádico deseo del que lo ejerce, creando una soporífera sensación de falsa libertad. Libertad a la que aspira el crimen en su forma de identificarnos a todos con el culpable, con el asesino ¿Cómo son juzgados los actos humanos? ¿Cuál es la moral con la que se calibran?

Una mirada sin remordimiento, sin sentimiento, sin vida, una que cobra vidas con que nutrirse, ¿no podría ser la de todos? Recordemos que, en M, el juicio final lo acarrean los ladrones, en un ritual igual de terrorífico que corresponde a una necesidad de expiar y deshacerse de las propias y funestas fantasías. La novela negra y policial propone exponer todos los giros que se producen hasta llegar ahí y porqué no, y a su manera, llevarnos al auto-cuestionamiento y potenciar nuestro sentido de justicia.




NATALIA VÉLEZ LOAIZA (Colombia, 1986). Cómplice y aliada de la literatura desde la tierna infancia. A partir de este interés manifesto ha publicado obras literarias y artículos académicos alrededor de sus temas de investigación. Ha alimentado su trayectoria con diversos estudios académicos visitas y estadías en diferentes urbes del mundo. Para el 2004 partió a Estados Unidos, en donde residió por ocho años y en donde, además, apasionada por el arte del ballet que practicaba desde pequeña, estudió en el Boston Ballet School, adquiriendo el título de Professional Dancer. Licenciada en Psicología clínica de la Universidad de Massachusetts-Boston, Estados Unidos, con una especialización en psicoanálisis del Institute of Psychoanalysis of London y una maestría en Psicoanálisis, Psicología Clínica y Psicopatología Fundamental de l’Université de Paris Diderot/ Paris7 en Paris. Doctora en psicoanálisis y literatura, con doble titulación.




MIREYA BAGLIETTO (Argentina, 1936). Artista, ceramista, pintora, escultora e investigadora, creadora del Arte Núbico. De formación casi autodidacta, es considerada una artista atípica dentro del escenario de las artes visuales de su país. Ha realizado numerosas exposiciones, muchas de ellas a nivel internacional y ha sido reconocida con diversos premios por su trayectoria, incluyendo el premio Konex como una de las cinco figuras más importantes de la historia del arte cerámico argentino y el Gran premio de Honor del Salón Nacional de Artes Visuales. Durante su etapa de ceramista (1958-1978) creó el Taller para Estudios Cerámicos que lleva su nombre, donde se formaron numerosos ceramistas argentinos. A partir de 1985, cuando el Arte Núbico quedó establecido como una tendencia, desarrolló una vasta tarea de docencia tanto en su propio estudio como en diversos centros y universidades argentinas, trabajando sobre el despertar de la sensibilidad creativa en relación con la materia y el espacio atemporal. 

 

 


Agulha Revista de Cultura

Número 248 | fevereiro de 2024

Artista convidado: Mireya Baglietto (Argentina, 1936)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

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