sábado, 16 de março de 2024

CÉSAR BISSO & FLORIANO MARTINS | Dos fragmentos de un libro en curso

 


1.
La conversación

A fines de la década del noventa tuve la oportunidad de participar en una mesa de lectura en la sede de la Sociedad Argentina de Escritores. Aquella noche leí un poema que albergaba la palabra “cucaracha”. No soy de aquellos que explican los poemas, pero esa palabra tenía un sentido trascendental dentro del texto. Al finalizar la lectura, una señora se acercó y me dijo, casi ofuscada: “cómo puede usar la palabra cucaracha en un poema, es asquerosa”. Sorprendido por su comentario le respondí con esta pregunta: ¿la palabra o el insecto? Traigo al presente la anécdota porque me gustaría debatir sobre el uso y el sentido que le damos a ciertas palabras en la escritura poética, como fue en este caso. Tal vez, esa oyente tampoco habría aceptado las moscas en el magnífico poema de Antonio Machado o los bichos que viven en el esplendente libro de Patricia Severín, como yararás, zorrinos, langostas, cascarudos, por nombrar algunos. En la Grecia antigua, Isócrates mencionaba a los insoportables abejorros en su oratoria y los dioses no se sentían molestos. También había encomios hacia las pulgas y los piojos. ¿Es descabellado poetizar con insectos o animales que son despreciables por su aspecto? ¿O es que las palabras dichas adquieren otro significante en quien las acoge? Después pensé en otra probable consecuencia de aquel insólito entredicho: ¿y si esa señora no estaba conforme con el poema y no quiso decirlo? Tal vez, si se animaba, hubiera sido más beneficioso para ambos. Y la cucaracha se habría salvado de ser aplastada por la insensatez.

¿Y qué no diría de los fabulosos animales hechos realidad por la pluma de Lautréamont? ¿Los encontraría todos repugnantes? Bueno, quizás más repugnantes sean los personajes de Los 120 días de Sodoma de Sade, todos animales bien pensantes y que ocupan lugares destacados en la sociedad. Ciertamente el significado le roba la silla a la palabra, e incluso la más bella puede adquirir una imagen repugnante. ¿Tiene la palabra aislada algún significado de existencia en el mundo del lenguaje? ¿Tiene algún sentido la palabra Dios aisladamente? Hay una máxima que dice que el mayor logro del Diablo es haber sugerido a los hombres que él no existe. Utilicé deliberadamente el término sugestión, porque de eso se trata. El acto de dar significado a las palabras, cuando creamos una oración o simplemente cuando juntamos sustantivo y adjetivo, es lo que se puede llamar la magia de la sugestión. No es, como muchos piensan, una afirmación. La declaración en sí es una tontería por escrito. Cuando nos resulta extraña la presencia de una palabra en una frase, lo que hacemos es aislar esa palabra de su contexto. El aislamiento es una de las causas de la desfiguración social que enfrentamos hoy. Vivimos en un mundo que esta señora ayudó a construir. Y no se trata solo de un prejuicio en relación con determinadas palabras, sino de algo mucho más grande, ya que el comportamiento social se mide por este prejuicio.

Concuerdo. El aislamiento nos está llevando a un camino sin retorno. Opinamos sobre cualquier tema, sin darnos cuenta que la palabra implica siempre un deber hacia el otro y una toma de conciencia sobre qué decimos u olvidamos decir. Recordé aquel episodio de la señora, porque nadie puede ser indiferente a nada, menos aún en este mundo declarativamente violento y banal. Una palabra fuera de contexto reproduce otra realidad. Algunas de ellas, en boca de ciertos personajes de la farándula del Poder, lastiman más los oídos del inconsciente colectivo que la legítima autonomía semántica que observamos en las exacerbaciones verbales del Marqués o en el fascinante desfile bestial del Conde. Insisto, ninguna palabra tiene valor por sí misma, como tampoco resulta despreciable por su significado o apariencia. Sin dejar de lado el lugar de la poesía, me parece más aberrante justificar hechos de corrupción, de prohibiciones, de crímenes; que son tolerados por una sociedad cada vez más desorientada. Primo Levi, escritor italiano que sobrevivió de los campos de exterminio que integraban el complejo de Auschwitz, cuenta en uno de sus textos que, para los nazis, “los hebreos son algo diferente, abominable e indefendible”. ¿Pueden estas palabras conmover nuestra caótica frivolidad cotidiana? Vale siempre la pena recordar que gran parte de la sociedad sigue hablando sin pensar, no solo prejuzgando, sino también discriminando todo aquello que no integra su zona de confort.  Y volviendo al poema en sí, cualquiera que elijamos, creo que pocas veces su decir resulta confortable.  Nadie se divierte con él, porque apenas llega al lector u al oyente, el poema fluye, no tiene lugar posible donde afincarse. Su razón de ser es la libertad, no la caverna. Por eso la palabra de Sade nos sorprende desde un pensamiento desprovisto de todo tipo de comportamiento social y la poesía de Lautréamont resplandece como una espada clavada en las tinieblas de la humanidad. Atesoran el contrapoder: la imaginación.

Hay un poema en el último libro de Borges en el que, después de enumerar una serie de actividades que realizan personas como un cartero, una enfermera, un camarero etc., termina diciendo algo como esto: esta gente, que no se conoce, está salvando a la humanidad. También es otra forma de decir que la sociedad es ineficaz para resolver sus propios dilemas, es decir, que corresponde al individuo comprender, afirmar e inventar una solución a sus conflictos. Sin embargo, las formas de gobierno, así como las industrias del comportamiento, la moda y el entretenimiento, dan prioridad a los estereotipos, lo que lleva al individuo a una sobredosis de todo tipo de desviaciones psicológicas. Si bien es una ecuación cristalina y no requiere mayor esfuerzo para entenderla, lo cierto es que terminamos creando un alto grado de dependencia del Estado con sus normas de comportamiento y sus parámetros de normalidad. Esta semana leí con mayor atención un cuaderno de manuscritos de hace décadas, aún inéditos, de una poeta brasileña, y noté la ausencia de un códice, como si la poeta crease ajena a la tradición lírica, una escritura que a veces rayaba en lo ingenuo, y nos dio la impresión de que ella no había leído poesía alguna o que su lectura no interfería con la creación, sin contar con esa condición que solemos llamar influencia. Esto no es poesía pura, ya que estaban presentes otros modos de reflexión. La estructura misma de los poemas no estaba en función de la construcción de una arquitectura poética, sino de la longitud de las líneas de su pequeño cuaderno. Si no fuera por la fuerza demoledora y singular de sus imágenes, podríamos pensar que ni siquiera se trata de un poema. Me impresionó mucho ese despojo total de las reglas impuestas por un paideuma. ¿De dónde vendría esa voluptuosidad incontrolable de su poesía erótica de alto voltaje?

La problemática de la globalización trajo consigo el debilitamiento de las instituciones democráticas y, en contraposición, el acrecentamiento de gobiernos omnipresentes que intentan hacerse cargo de todas las intenciones y decisiones de los ciudadanos. Es una falsa red de protección, porque las ideas y valores se reducen a un nivel de hibridez que desmejora paulatinamente el esfuerzo personal. Asimismo, se nota una crisis de inmovilidad en el uso del lenguaje, donde cada vez resulta más difícil salir del entramado discursivo tribal y diferenciarse por medio de nuevas inventivas en estilos y formas. Siguiendo la voluptuosa línea creativa de la escritora brasileña, la cultura argentina cuenta en su haber con uno de los escritores más prolíficos e ingeniosos de habla castellana. Un autor más celebrado que leído por la cofradía. Me refiero a Juan Filloy, creador de miles de palíndromos y palabras polivalentes, entre tanta variedad de experimentos lingüísticos. Apostó por otro modo de erotismo: sentir el gusto a las palabras sin abordar ninguna estética, en silencio, autónomamente. Necesitamos reencontrarnos con estos desafíos, sobre todo en la escritura poética. Estar menos sujetados por los estereotipos sociales.


Ciertamente podemos hablar de un círculo secreto de poetas en nuestro continente cuya particularidad creativa los sitúa en una perspectiva ejemplar precisamente por ser auténticos outsiders. Es evidente que la potencia de su poética no los distingue, en términos de calidad, de otros nombres ya conocidos y respetados. De lo que estamos hablando aquí es de que estos poetas tocan la realidad de una manera sorprendente e inesperada si estamos acostumbrados a los trucos del lenguaje –y aquí me refiero a trucos en una conceptualización muy positiva y relevante, incluso indispensable– que son más comunes en el ambiente poético. Su recuerdo de Juan Filloy (Argentina, 1894-2000) es uno de esos maravillosos chispazos imprevistos, sobre todo si pensamos en la novela Caterna, de 1937, por la forma en que establece un tour de force entre disonancias como ética/estética, vida/muerte etc., lo que acerca su obra a una dimensión filosófica sagaz, tocando aspectos que nos hacen aceptar el conservadurismo, el autoritarismo y el terrorismo como partes insuperables de las sociedades humanas. Otro caso que podría animar nuestro espíritu es el de Rafael José Muñoz (Venezuela, 1928-1981), especialmente su libro El círculo de los tres soles, de 1968, cuyo sistema imaginario es más que simplemente innovador, pues evoca detalles de las relaciones entre el mito y la locura, la sintaxis fuera de lugar de los delirios más increíbles, que acaba tratando como ecuaciones absurdas. El propio poeta llegó incluso a decir que su libro fue escrito tocando piedras de iglesias perdidas, utilizando naturalmente el término en un sentido más allá de su carga religiosa. La poeta a la que me refiero, Leila Ferraz (Brasil, 1944), tiene obra casi en su totalidad inédita, que aún hoy se conserva en una serie de cuadernos manuscritos. También aborda la poesía de una manera única, ya que sus letras vibran con un erotismo que no se acerca a ningún canon literario. Estos tres poetas son creadores que quizás ni siquiera se pertenecen a ellos mismos. Y nos retan a reflexionar sobre la esencia de construir un mundo con las piedras de la imaginación, con esta cuestión ineludible de reconocer quiénes somos, cuánto nos define la vida, cuánto no debemos someternos a este laberinto de vicios impuestos en el nombre del bienestar corporativo. Sin olvidar que lo que llamamos gobiernos omnipresentes entrena el lenguaje de los ciudadanos –en rigor, contribuyentes, consumidores, esclavos– a un truco ideológico muy vulgar.

Por supuesto, es interesante revelar nombres y obras de tantos innovadores de la escritura que siguen aún ocultos o aislados por la indiferencia del sistema. Sus palabras son reveladoras porque han dejado de ser prendas de todo tipo de discurso ideológico o del pragmatismo de la imagen en el uso de la propaganda política o del mercado publicitario. La mención a Filloy surge porque hallé en sus novelas un estilo personal que le permitió emparentar realidad con ficción como filos de una misma navaja y, desde ese lugar, dilucidar el escabroso andamiaje de las instituciones ordenadoras de poder. Pero, sobre todo, porque fue un gran inventor de trucos con las palabras. Nos indicó cómo usar la magia en la escritura poética. Por eso creo que debemos animarnos a creer que la vida es otra cosa y que su valor íntimo está en los esfuerzos individuales. Valoremos nuestros atributos cognitivos para emanciparnos como sujetos y ser libres pensadores, sin mordazas ni cancelaciones. La única forma de sostener un pensamiento crítico y profundo sobre la realidad es con el ejercicio de la palabra. No pido filósofos, sociólogos, psicólogos o sacerdotes que expliquen por qué debemos comprender el hacer y el andar de la sociedad, cuando somos subestimados como individuos. Tampoco políticos y economistas, que han consensuado un corpus de símbolos y códigos para someternos a través del tiempo con recetas y propuestas improbables. Antes, mencioné la debilidad de las democracias y ahora me pregunto ¿qué porcentaje de la población mundial comparte hoy un régimen democrático como sistema de vida y no solo como proceso eleccionario para elegir autócratas de turno? Es por eso que insisto en el valor de la palabra, como pensamiento o como armadura comunicacional en defensa de la creación. Es la mejor manera de cuidar nuestro planeta, nuestro lenguaje, nuestro modo de ser, salvando al sujeto de la vulgaridad de parecer, del engaño de pertenecer y de su incapacidad para resolver el mayor de los trucos que aún tiene por delante: cómo utilizar la escasa imaginación que le queda.

De hecho, nos hacen pensar que ya no existe una solución al atolladero que hemos creado para el lenguaje y el comportamiento humanos. No importa que la ciencia ficción dibuje innegablemente un mapa mundial donde las guerras son el resultado de una estrategia para crear formas de dependencia social y que los medios de comunicación atestiguan que el planeta sufrirá un colapso final debido a la violación ambiental sistemática, cuando en rigor la gente todavía recorre los caminos espurios de la miseria, de innumerables formas de esclavitud, y es manipulada por los hilos hipócritas de la moral y la fe. La verdad es un argumento falseado hasta el punto de que las sociedades ya han perdido sus referentes. Recientemente, un presidente brasileño evocó una vieja e inepta consideración sobre la Tierra plana. Lo curioso es el excesivo número de brasileños que declararon creer en tales disparates. La revelación de un nivel de conciencia tan insignificante se vuelve alarmante si consideramos que representa un perfil electoral decisivo. La manipulación de la verdad ha sido la mecánica más atroz y satánica utilizada por todos los componentes de la política en la mayoría de los países del mundo. Cuando ya no sabemos a qué o a quién creer, llegamos a un punto en el que el humanismo queda completamente desfigurado. Individuo o sociedad, ya no existe una directriz suficientemente creíble que nos permita alcanzar un nuevo modelo de sensibilidad o de libertad.

El mundo está sumergido en un gran cambio de paradigmas del cual muchos actores culturales no han tomado conciencia. El desarrollo masivo de la tecnología no tiene límites ni alcances para la experiencia humana. Hablamos de inteligencia artificial sin analizar en profundidad los efectos alteradores que muy pronto llegará a producir en el lenguaje y en el comportamiento de los individuos. La recopilación, almacenamiento, procesamiento y difusión de la información por vía informática incide de manera directa y constante en las relaciones sociales y culturales de las sociedades contemporáneas. Por consecuencia, los debates públicos sobre cualquier asunto parecen retrógrados, sobre todo en nuestros países en vías de desarrollo. Nos resulta muy complicado diferenciar cómo funcionan los procesos económicos sustentados en intereses nacionales con otros modos de producción que operan en el mundo actual. Para los chinos, yankees, rusos, japoneses, indios, británicos o europeos, la balanza comercial es la misma. El desajuste comienza en los recursos naturales de cada país y me refiero no solo al valor de la tierra y el agua, sino a la condición humana y la diversidad cultural, independientes entre sí. Las grandes potencias aspiran a considerar a todo el universo social como un único mercado y abastecerlo según sus prioridades geopolíticas, sus intereses financieros y sus barreras ideológicas. Pero, la dimensión de “lo nacional” es, aún, el mayor impedimento que se les presenta a estas ambiciones que no admiten fronteras. Es allí donde la cultura se transforma -para nosotros- en un manifiesto escrito a sangre y fuego. Pero, no debe ser entendido desde una razón maniqueísta, porque la historia no se divide entre un lado bueno y otro malo, no podemos ser tan sesgados o hipócritas. El mayor mal que ha caído sobre nuestras vidas tiene que ver con el miedo, la ignorancia, la prohibición. Y el mejor bien está oculto en nosotros mismos, en nuestra capacidad de fijar raíces en un pensamiento más vasto y durable, en una mirada más imparcial. No debemos caer en la inmediatez de lo irracional. Busquemos la palabra como rumbo, darle dirección, identidad, pertenencia y sentido común. De otra forma, seguiremos navegando sin remos en el tumultuoso mar de la frustración.


En general, encontramos la vida destruida por un evangelio erguido sobre los cadáveres del mito. Un calvario de virtudes exiliadas. Los huesos expuestos de todos los ideales que alguna vez fertilizaron la afectuosa morada de la humanidad. Una morada excepcional, es muy cierto. La gran mayoría de los hombres siempre ha estado de rodillas, metafóricamente o no. Como la señora que le tenía terror a las cucarachas, al punto de tachar o recortar la palabra escrita cuando la encontraba impresa en una página. Los escenarios políticos que enredan y desmotivan nuestras vidas son una plaga de cucarachas. Sin embargo, a su sombra, las tragedias –domésticas o institucionales– se multiplican gracias a esa señora. Ya no encontramos una razón de ser y la angustia nos hace evitar enfrentarnos a nuestros fantasmas más vulgares porque nos hemos perdido en medio de una mutabilidad de significados. Disidentes de nosotros mismos, hoy ya no sabríamos cómo salvar a la humanidad.

 

2. La fortuna de la irrealidad

El policía contestó el teléfono y la voz al otro lado de la línea pidió ayuda. Ella declara que la están atacando, un hombre la está apuñalando. El oficial intenta calmarla mientras localiza el origen de la llamada. Descubre que es una cabina telefónica. — La policía ya está en camino, dice, y la mujer declara que ya no sirve de nada, porque acaba de morir. Cuando el auto policial llega al lugar no hay evidencia de ningún incidente, observan la grabación desde la cámara de vigilancia y al momento del llamado la cabina se encontraba vacía. Esta insólita historia exige del lector una afinidad imaginaria del mismo orden que la de quien la escribió. No tiene sentido dudar de lo que el lenguaje nos revela. Lo que importa es cómo digerimos el caso, la línea de contacto que establecemos entre lo creíble y lo absurdo. El sentido común, sin embargo, exige que descartemos todos los elementos alterados hasta que la narración se limite a un punto tangible, lúcido y comprensible. La creación, por el contrario, requiere el desorden sistemático de todo el mecanismo de la razón. Vivir con ambas perspectivas comunicativas convierte al poeta en un habitante de dos mundos.

El mundo de la búsqueda y el mundo del encuentro. Desde los orígenes, la poesía viaja por el misterio de lo imposible. El motor que la impulsa es el lenguaje, pero, a priori, existe el creador que prefigura su universo. Él debe dar vida al poema, pero necesita conocer las herramientas que ayudarán a parir la criatura. Quiere expresar lo verdadero sin saber dónde hallar la realidad. Entonces da cuenta que la verdad no es imprescindible, que existen otras causas inverosímiles que operan para fabular el sentido del acto creativo. Allí surgen trabas con el lenguaje, al pensar que lo escrito no será comprendido por el supuesto receptor. Qué decir, representa la búsqueda. Cómo decirlo puede significar el encuentro con lo irreparable. ¿Adónde nos lleva la experiencia de la escritura poética? ¿Se debe crear para sí o por el otro? Tal vez en ese punto tan sensible es donde los dos mundos se integran.  

Acabamos por convertir la verdad en un mito desgastado. El zumbador es un instrumento que imita el trueno y su palabra es la última en los diccionarios de símbolos. La última voz de los espíritus con la que podemos contar en la inmensidad desconectada de los matices biológicos de nuestra existencia. ¿La primera palabra? Abeja y la exaltación del alma en su complejo camino de cielos e infiernos. ¿Cómo estirar una cuerda desde el primero hasta el último símbolo, evocando las virtudes mágicas que reflejan la corriente de la vida humana? La creación no está sostenida por los cuidados con lo verdadero. Su precisión se alimenta de la alternancia, de esa zona de tensión que es el único movimiento que nos lleva al equilibrio. La verdad es una frecuencia insuficiente que limita el mundo de la creación a una paleta de razonabilidad. Es un inmigrante ilegal, el pentagrama que no puede revelar las fluctuaciones de su misterio. Las palabras son cuerpos que bailan en el palacio arborescente de los diccionarios. Un poeta que no ama los diccionarios como representación de su propio destino es inaceptable. Toda creación es figurativa, sin importar el mundo ilusorio que describa.

No pretendamos alcanzar la verdad, puede ser tan ficticia como lo real. Algunas representaciones simbólicas del poder han impuesto con rigor la existencia de una sola puerta para ingresar al fetichismo de lo absoluto. En el proceso creativo no existe lo absoluto, menos aún la mínima posibilidad de sostener lo tangible a través de fundamentos dogmáticos.  ¿Cómo pretender que una ideología o una religión incorpore todo el inmenso espacio simbólico del poeta? Es una condición inadmisible. La ciencia sostiene la razón demostrando sus categóricas evidencias. El poeta no lo necesita. Su misión en el universo del lenguaje es aproximarse a lo desconocido, descalzo y desnudo, sin miedo a caer en la pira donde arde la obscenidad del monstruo, las fauces del corazón, las garras de la belleza. Ojos bien cerrados, pero sin perder de vista el límite entre lo creíble y lo absurdo, su postura sincrética ante la vida.

Como el universo que se baña con la luz de las tormentas y las fuentes que tantean en busca de conocimientos, misiones y funciones se pierden en el tejido fantástico de un mundo que salpica sus imágenes de figuras que no se reconocen hasta que comparan las suyas sombras y el arco simbólico de sus cimientos. Como quien se deleita en desentrañar el tiempo, la abundancia de agujas desparejadas y su secreto haz de ambivalencias, la delirante geometría del espíritu no puede ser vencida por las contradicciones ni por la impetuosa sabiduría del azar. Convencionalmente, se dice que el primer verso de un poema nos lo da Dios. Esto hace inaceptable que la creación tenga un origen profano, lo que para muchos parece más aceptable. Ya venga de una buena dosis de ginseng o del roce del glande de la prosperidad, de la fuerza solar del mito o de la garganta del cosmos, ya venga de los cuatro mares corporales y sus 372 articulaciones, todo lo que creamos es la expresión de nuestros flujos y reflujos, el reconocimiento de todos los esfuerzos que hacemos por la mecánica misma de la vida humana. Perversión o iluminación, el poema es la casa subterránea de las mutaciones, de cuyas fisuras no puede emerger una verdad inquebrantable e impermeable.


Siempre resulta complejo el vínculo que se produce entre creador, poema y destinatario. Al poeta no le interesa modificar los gustos del receptor. Si así fuera, sería brutal su torpeza. No obstante, no deja de lado la persuasión, porque, aunque lo niegue, siempre ambiciona trasladar al otro su fervor narcisista. Desde el fondo del egocentrismo, el poeta supone que puede ser un comunicador creíble, que su obra cala el alma y la mente de quién lo lee. Pero, no todos los receptores comprenden lo mismo, entonces el mensaje se altera y la zambullida del creador no llega a impactar adecuadamente en las aguas huérfanas del deseo. Inventar una historia abstracta, como esa mujer que ha muerto en un lugar donde nunca estuvo, ubica al poeta y al lector en un lugar de incertidumbre. Ya no importa saber si el texto se torna irreal o demasiado veraz. Es una apuesta inútil. Lo extraordinario es imaginar que el texto se libera de ambos, adquiere su propia personalidad, se revela como autor de sí mismo, acontece, rompe con las redes de la ilusión y la certeza. El texto –el poema en este caso– nunca desea ocupar espacios, solo intenta trascender los tiempos.

Y jugar con la imaginación no es igual que buscar la comprensión de la memoria. La memoria tiene sus quehaceres domésticos. Sus platos sucios apilados en el fregadero, los gastados montones de remordimientos, las pequeñas perlas extraídas de la ilusión de cambiar el mundo. Debemos tener cuidado con la memoria, ya que disfraza las frustraciones, especialmente aquellos disfraces que presentan al mundo sus mejores poemas. Porque la memoria en muchos casos no es más que un truco del lenguaje. La memoria es el peregrino que recorre el planeta repintando el paisaje. Un desconocido para sí mismo dispuesto a las revelaciones divinas y que ofusca la fealdad de los palimpsestos. Un ilusionista que evoca la energía seminal de las letras que sentencian el futuro en una tabla Ouija. La memoria es una prostituta que hizo llorar a mil hombres, pero todos en silencio. Un silencio tan profundo que las historias contadas requirieron una más para poder escribirse. Un laberinto que sangra hasta la última noche con sus dagas mortales. Para muchos, sería mejor no recordar el significado de las cicatrices de las tormentas. Simplemente dejar que la imaginación transcriba sus crucigramas en los cielos del deseo.

¿Cuál es el sentido de la memoria en los distintos pasajes de los tiempos? ¿Es un invento de la historia? ¿Cómo opera nuestra conciencia ante la realidad de los hechos que conforman la existencia de la humanidad? ¿Acaso es la niña huérfana que sobrevive a todas las catástrofes o es el paraíso perdido en el espejismo de la verdad? La memoria juega con el tablero donde los injustos siempre ganan. Ubicarla en el universo de los bellos recuerdos es un pretexto del romanticismo o una predestinación surrealista. Ella fluye como un fantasma oculto bajo el paraguas de la incertidumbre y se expande por el infierno del desconcierto. Tal vez la nostalgia, aquella que nos evoca los retratos y los saberes de la infancia, sea el estado más puro de la memoria.  Una parábola de lo conocido hacia lo desconocido, del sí al no. En ese lapso es cuando la poesía reproduce su imposibilidad de olvidar. Y el creador recoge ese cuerpo inmóvil del misterio, lo lava en las aguas salvadoras, lo remedia, lo consagra. Se reencuentra con el asombro, con la fascinación de lo que vendrá. Pero, al mismo tiempo, la memoria refuerza la capacidad de paralizar la inspiración y no dejar que el poeta plasme su exótico deseo de ir más allá del silencio. Solo el lenguaje le garantiza sacar a la luz lo que la memoria no dice; lo irreal.

¿Cuál sería entonces el curso de este río de misterios, la afortunada fluidez de la irrealidad? En rigor, el destinatario es un fantasma, una treta de la escritura. O tal vez simplemente exista como un personaje adicional en la trama. Una expresión enigmática que en algunos casos puede equivaler a la derrota de la creación. Una antigua creencia popular afirmaba que el alma abandona el cuerpo del muerto en forma de mariposa. Lo que puede llamar la atención no es el animal en sí –podría ser un dragón o un murciélago–, sino el hecho de que sea un ser alado. Guardamos dentro de nosotros un vuelo que sólo es posible después de la muerte. Al igual que el universo, el hombre es una entidad fragmentada. De ahí su obsesión alquímica. La verdad es un acertijo. La notable farsa del abismo que nos convence a todos de que el hombre es la manifestación de lo múltiple y no de una unidad inquebrantable. Es una trama muy antigua, basada en las innumerables puertas que llevamos dentro, incluidos los pasajes hacia un más allá indescifrable. La clave se encuentra en el Tao y también en el principio de incertidumbre.

Alguien debe descubrir el acertijo. El receptor no siempre lo logra, porque no todos lo que apuestan suelen estar en condiciones oníricas para enfrentar a Turandot. El juego de acceder a lo desconocido dura la eternidad. A veces, es el tiempo del sueño, otras apenas un instante. Ya hemos planteado el enigma de quien ofrece la primera palabra para escribir un poema, si Dios o la locura. Nunca sabremos quién es y dónde se para el que lee o escucha. Importa que el poema diga lo que no dice y el destinario reciba ese mandato de la creación. El poema busca la armonía del lenguaje, descubre en la palabra sus acepciones y la hace viajar por todos los sentidos. Anda, con su ropaje de silencio, por un camino de infinitos recodos, tratando de hallar el recóndito refugio donde trepida el ángel en llamas. O el vampiro cubierto de sangre milenaria. El pan, amasado y horneado, puede llegar al destinatario como un fruto sagrado o como un latigazo profano. Pero es pan, siempre, porque es verdadero, está hecho desde adentro y llega a las manos del otro impregnado de sudor, sentimiento, belleza. Allí es cuando el don de dar se fundamenta en la reciprocidad y la poesía concede la comunión del poeta con su semejante. Y Turandot muere en soledad.

¿Una historia más? Tan conmovedora como aquella de la princesa que odia a todos los hombres y jura que nunca se entregará a ninguno de ellos. ¿Quieres otra? En todo momento, lo que más apetece es otra historia. Nessun dorma! Nessun dorma!  La verdad también podría decir: Il nome mio nessun saprà! Pero eso sí, antes de que todo se repita, la soledad, el doble sentido de la memoria, las emociones cojas, una última historia:

 

Hojeando un libro, encontró una página donde leyó un diálogo entre Dios y el Diablo. — Si tuvieras que decir quién soy, ¿me considerarías Dios? — Bajo ninguna circunstancia. Si fueras Dios no estarías aquí hablando conmigo. —Pero sé quién eres, y precisamente por eso estoy aquí. El Diablo rápidamente agitó un cuchillo en el aire y la sangre brotó de la arteria femoral de Dios, quien pronto cayó al suelo, inevitablemente muerto. —Dije que no eras Dios. ¿Por qué no me creíste?

 

¿Dónde se esconde, después de todo, la fortuna de la irrealidad?





CÉSAR BISSO (Argentina, 1952). Poeta y ensayista. Ha publicado los siguientes libros: La agonía del silencio; El límite de los días; El otro río; A pesar de nosotros; Contramuros; Isla adentro (Primer premio de poesía José Pedroni); De lluvias y regresos; Las trazas del agua (antología); Permanencia; Coronda (antología); Cabeza de Medusa (ensayo)Un niño en la orilla (Segundo premio municipal de poesía Ciudad de Buenos Aires); AndaresLa jornada (Tercer premio Fundación Argentina para la Poesía); De abajo mira el cielo. Fue invitado a participar en diferentes ediciones de ferias de libros, festivales de poesía y encuentros culturales realizados en ciudades de Argentina, América Latina y Europa. Algunos de sus escritos han sido incluidos en diversas antologías publicadas en el país y en el extranjero; otros textos fueron traducidos al inglés, portugués, francés, alemán, italiano y árabe. Este ensayo fue escrito al alimón con Floriano Martins, en una sesión automática.




FLORIANO MARTINS (Fortaleza, 1957). Poeta, editor, dramaturgo, ensaísta, artista plástico e tradutor. Criou em 1999 a Agulha Revista de Cultura. Coordenou (2005-2010) a coleção “Ponte Velha” de autores portugueses da Escrituras Editora (São Paulo). Curador do projeto “Atlas Lírico da América Hispânica”, da revista Acrobata. Esteve presente em festivais de poesia realizados em países como Bolívia, Chile, Colômbia, Costa Rica, República Dominicana, El Salvador, Equador, Espanha, México, Nicarágua, Panamá, Portugal e Venezuela. Curador da Bienal Internacional do Livro do Ceará (Brasil, 2008), e membro do júri do Prêmio Casa das Américas (Cuba, 2009), foi professor convidado da Universidade de Cincinnati (Ohio, Estados Unidos, 2010). Tradutor de livros de César Moro, Federico García Lorca, Guillermo Cabrera Infante, Vicente Huidobro, Hans Arp, Juan Calzadilla, Enrique Molina, Jorge Luis Borges, Aldo Pellegrini e Pablo Antonio Cuadra. Criador e integrante da “Rede de Aproximações Líricas”. Entre seus livros mais recentes se destacam Un poco más de surrealismo no hará ningún daño a la realidad (ensaio, México, 2015), O iluminismo é uma baleia (teatro, Brasil, em parceria com Zuca Sardan, 2016), Antes que a árvore se feche (poesia completa, Brasil, 2020), Naufrágios do tempo (novela, com Berta Lucía Estrada, 2020), Las mujeres desaparecidas (poesia, Chile, 2022) e Sombras no jardim (prosa poética, Brasil, 2023). 



SÉRVULO ESMERALDO (Brasil, 1929-2017). Escultor, grabador y dibujante, Sérvulo Esmeraldo se inició profesionalmente en Fortaleza, a finales de los años 1940, en los talleres libres de SCAP – Sociedade Cearense de Artes Plásticas. Trasladado a São Paulo en 1951 para estudiar arquitectura, se sintió atraído por la efervescencia de la 1ª Bienal y su revolución artístico-cultural. Su exposición realizada en el MAM (SP), en 1957, le acreditó para un año de estudios en París, becado por el gobierno francés. Una temporada que se saldó con una estancia de más de veinte años. Y en el desarrollo de una obra plural y con muchas vertientes. En París, asistió a los talleres de Litografía de la École Nationale des Beaux-Arts y de Grabado en metal de Johnny Friedlaender, dedicándose en gran medida a este último, habiendo realizado incluso grabados a partir de gouaches y pinturas para Serge Poliakoff. Poseedor de una considerable obra grabada, editada y distribuida por importantes editoriales europeas, a mediados de los años 1960, Esmeraldo estaba decidido a no dedicarse exclusivamente al grabado. Estaba interesado en poner en práctica sus proyectos cinéticos. De la misma época datan las esculturas de plexiglás en blanco y negro, cuyo interés es la topología del volumen. Inició su regreso a Brasil en 1977, trabajando en proyectos de arte público que incluían esculturas monumentales en el paisaje urbano de Fortaleza, ciudad donde estableció su estudio en 1979. Fue creador y curador de la I y II Exposición Internacional de Arte Efímero. Esculturas (Fortaleza, 1986 y 1991). Con importantes exposiciones realizadas y participación en salones, bienales y otras exposiciones colectivas en Europa y América, su obra está representada en los principales museos del país y en colecciones públicas y privadas de Brasil y del exterior. Artista invitado en esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 

 


Agulha Revista de Cultura

Número 249 | março de 2024

Artista convidado: Sérvulo Esmeraldo (Brasil, 1929-2017)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2024


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