Gunnar Ekelöf, el más grande poeta sueco del siglo XX y sólo comparable con Carl Michael Bellman en toda la historia nacional, casi no figura en los textos escolares. Nombres tutelares habitan los programas; pero Ekelöf cae en el olvido. Tal olvido carece de inocencia; la ironía y el desprecio del poeta por todo lo burocrático, hiere las raíces del concepto de folkhemmet.
Nacido en 1907 en Estocolmo, en el seno de una familia burguesa, la ausencia de cariño materno y la temprana muerte de su padre, un próspero banquero y corredor de bolsa, genera en él una actitud existencial de desamparo y rebeldía que lo habrá de acompañar por el resto de sus días.
Al finalizar sus estudios secundarios viaja a Londres para seguir cursos de lenguas orientales, que habrá de continuar en Uppsala. En Francia, entre los 22 y 23 años de edad, integra los movimientos constructivistas y de poesía concreta, lo que lo permitirá clasificarlo de forma errónea como surrealista. Su poesía en términos generales es mucho menos abstracta de cuanto se afirma y está claramente referida a los altos momentos de su existencia y del medio en el cual transcurre. Recuerdos, amores, viajes, pero sobre todo una relación de los hechos políticos e históricos expresada a través de numerosas figuras. Y junto a ello, un profundo desprecio a los poderes generado desde el fondo de su inconformismo.
El poema Euforia resume su actitud vital. Si bien su ubicación en la naturaleza es propia del temperamento escandinavo -y por cierto corresponde a su formación orientalista- el empleo de los elementos culturales une contemplación y análisis. Hay, en ese puente entre lo temporal y lo intemporal, un marco de sincero agradecimiento a la existencia.
Más allá del ente social. o a pesar de él pareciera afirmar, el hombre puede reencontrarse consigo mismo. Pero esta formulación de su pasividad y entrega es al mismo tiempo la definición de su rebeldía; de su actitud contestataria.
Mucho se lamenta que Gunnar Ekelöf no haya accedido al Premio Nobel de Literatura. Se dice incluso que el otorgamiento a Harry Martinsson constituye una reparación -en un miembro de su promoción- a este imperdonable olvido. Hoy con mayor calma podemos indicar otras circunstancias para la omisión del poeta a tan prestigiada lista.
Al ingresar a la Academia Sueca, en 1958 y a los 51 años de edad, ha obtenido ya la mayoría de los reconocimientos y prebendas del mundo cultural nórdico. Entre ellos la Beca Fröding, en 1952 y 1956, y el Premio Bellman, en 1953 (nuevamente lo habrá de obtener en 1961). Los años de pobreza, puesto que tempranamente dilapida la herencia paterna, han quedado atrás y durante toda esa década puede sobrevivir dignamente con su producción literaria.
Al fallecer, en 1968, aún no cumple los 61. Su salud no era del todo deficiente y a no mediar el cáncer definitivo habría sobrevivido unos veinte años más. Deportista, practicaba esquí y realizaba largas caminatas y paseos en bicicleta, su consumo de alcohol y de trabajo sobrepasaba con largueza la media. Y había sufrido, por estas u tras causas, varias intervenciones a partir de los cuarenta.
Martinsson recibe el Nobel un año después que Neruda, en 1974, en la década que Ekelöf lo habría recibido según la costumbre académica. Por cierto Harry Martinsson tenía méritos de sobra para ser reconocido y lo único que habría que lamentar, en el caso del mayor poeta escandinavo, es su temprano desaparecimiento. Y, por supuesto, la marcada ausencia de su producción en los textos de difusión escolar.
“En atención a las exigencias estéticas/ (que también son las de la funcionalidad) -escribe en 1945- los arquitectos han hecho las nubes cuadradas”. Su queja en contra de la construcción de poblaciones obreras, típicas de los barrios marginales en la actualidad, apunta directamente contra a gestión de los burócratas. Pero también apunta contra la falta de libertad individual que vislumbra como una amenaza para su país. Y contribuye: “Cada día se hace noche y los asexuados trabajadores/ cargados de vitaminas/ llegan en rebaños a sus casas/ a través de los parques/ según los convenios colectivos/ a su vida privada/ a Svea, la reina de las hormonas/ vigilada rigurosamente por porteros que inspiran confianza”.
La supuesta democracia no es tal. La administración pública se irá convirtiendo en capataz del mercado laboral. De allí que “me rebelé contra ellos/ no porque fuesen diabólicos/ no porque fuesen santurrones/ sino porque eran indiferentes/ tanto en su satanismo/ como en su beatería/ eran rastreros/ sin luz/ no proyectaban sombra alguna/ sus sombras no ocultaban la luz”. Ekelöf, desde la oscuridad en que se ha ubicado, ilumina y da esplendor a la poesía sueca y escandinava.
Vivo en otro mundo pero tú habitas el mismo es el libro de memorias en que Olof Lagercrantz relata su amistad con Ekelöf por más de treinta años. La amistad se inicia en la década del treinta- Lagercrantz mantiene un diario desde entonces y, junto a la recopilación de notas y cartas del propio Ekelöf y de Ingrid, su última esposa, ofrece al lector un recuerdo personal y un indiscutible primer plano para entender la conducta y la obra del escandinavo.
Jag bor i en annan värd/ men du bor ju i samma, título del volumen publicado por Whalström & Winstrand en Estocolmo, en 1994, corresponde a dos versos de Ekelöf. La aparición de este documento entrega a los estudiosos un instrumento de valor a la vez de constituirse en fuente primordial, al tratarse de notas registradas por el autor a lo largo de cuatro décadas.
La imagen de aristócrata anarquista y alcohólico impuesta a Ekelöf por sus detractores -políticos y analfabetos virtuales- queda aquí debilitada y tocada por un sesgo de humanidad. Del mismo modo, tal desmistificación aleja la figura del poeta del endiosamiento propuesto, en menor escala, por sus continuadores.
Tal amistad nace el pertenecer, ambos, a una clase alta empobrecida; y también por compartir cierta opinión crítica respecto de sus pares. Las notas comienzan alrededor de 1938, con una reunión en casa de la escritora Agnes von Krusenstjerna, esposa del crítico David Sprengel. quien había incluido a Ekelöf en su reciente antología. En la oportunidad el matrimonio robó al poeta un ejemplar de Edith Södergran, cosa que Ekelöf jamás perdonó. A pesar de la negativa de los conspicuos dueños de casa, al rematarse la biblioteca de la escritora, en 1980, apareció “un ejemplar de Edith Södergran con firma de Ekelöf”, ofrecido y vendido a un alto precio.
Pero no son las anécdotas de hechos aislados las que dan significación al trabajo; sino el permanente registro de una conducta rebelde y controvertida, como la mantenida por Ekelöf en su relación con el poder: y con las mujeres, el alcohol, la religión y la geografía.
Gran parte de su creación se basa en esos parámetros. Y a veces la luminosa naturaleza aparecida en tales imágenes nos acerca hacia un poeta mediterráneo y no a un hijo de esta ensombrecida tierra. Con todo, son los sueños sus motivos más recurrentes, acota Lagercrantz: “Contó de sus sueños y cómo soñaba cuando dormía en diferentes lugares. Anoche había soñado en un pequeño pabellón en París. Otra vez, en el Tibet. Y otra vez, nuevamente, con una virgen de bronce, ahuecada como la Estatua de la Libertad”. Las imágenes sacras siempre regresan al mundo del poeta.
Algunos momentos de su creación quedan aquí bien señalados por la historia. El mismo año en que Hjalmar Gullberg escribía Amazona muerta y Karen Boye se comprometía con la anciana Grecia en su lucha contra el fascismo -señala Lagercrantz- redacta Ekelöf su famosa Euforia, con la que cierra el libroCanción del ferry, de 1941. Según el autor de las memorias, es aquí donde la concepción religiosa de Ekelöf se hace palpable en su evidente cercanía al budismo zen. Y agrega: “Recuerdo a Euforia como un poema para muchos de alegría y consuelo. Un conocido, recuerdo, lo usaba como oración para sus hijos”.
Otro aspecto importante para los biógrafos es el registro de la relación del poeta con el alcohol. Resulta clarificadora frente a inútiles ataques o defensas: “En mi época Gunnar se emborrachaba a diario”, cuenta al autor Nun Flodqvist, la segunda esposa de Ekelöf. Su euforia vital lo impulsaba a beber y son muchos los versos escritos al respecto. “Quiero vivir intensamente, arder más” había manifestado en 1935. Y alguna vez no pudo evitar esa culpa luterana arrastrada en silencio por el alma sueca. En unas líneas jamás publicadas, pero rescatadas por Ingrid en su autobiografía, anota: “Pocos han conocido la vergüenza como yo/ me he convertido casi en un lisiado/ un asqueroso en la vergüenza”. Su intensa vida y su obra aportan a Suecia un ejemplo de luz y de candor necesario de rescatar en estos días. Una figura que siempre huyó de la bruma, resume Lagercrantz.
Juan Cameron (Chile, 1947). Poeta, ensayista, traductor. Este ensayo pertenece al libro Beethoven, el yogurt y nuestros años felices (2013). Contacto: https://www.facebook.com/juan.cameron.7/about. Página ilustrada con obras de Nelson de Paula (Brasil), artista invitado de esta edición de ARC.
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