segunda-feira, 8 de junho de 2015

ARTURO GUTIÉRREZ PLAZA | ¿Por qué escribo?, seguido de una entrevista hecha por Mónica Bernabé



Entre el 5 y el 8 de noviembre del 2008 se realizó el XVI Festival de Poesía de Rosario, en Argentina. En aquella ocasión, además de las lecturas de poesía de los poetas participantes, se propició un debate acerca de las implicaciones de la coexistencia de la escritura poética y la práctica crítica, entre los escritores invitados que ejercían habitualmente ambos roles. La profesora Mónica Bernabé, quien actuara como coordinadora y moderadora de tal actividad, formuló una posterior entrevista donde se recogieron las reflexiones de los participantes. A continuación presentamos la que le fuera hecha al poeta, ensayista y profesor universitario venezolano, Arturo Gutiérrez Plaza.  

1. ¿Por qué escribo? | La escritura, al menos la que encaro como emprendimiento literario, responde a una pregunta siempre postergada, desplazada, desconocida. Es la respuesta a una interrogación apenas intuida desde la escritura misma. Surge como indagación en el misterio de eso que llamamos realidad, siendo ella parte sustancial de tal enigma. La pasión de la que nace también se aleja de las explicaciones derivadas de la conciencia volitiva, se impone como necesidad, como imperativo consustancial a la vida. Si en el orden fisiológico pudiéramos afirmar que comemos o respiramos para no morir, por instinto antes que por voluntad, la escritura literaria, junto al amor, son respuestas que la vida se da a sí misma: exigencias que la vida nos impone para saber que vivimos, que hemos vivido, o mejor, que aún seguimos vivos. Hablo de mi experiencia. En lo que toca a la escritura poética, en particular, tal exigencia responde además a una convicción, la de que hoy en día, si algo ha de ser la poesía, las raras veces que verdaderamente la hallamos, es comunicación esencial. Para la inmensa mayoría, naturalmente, esto suena hueco. El ruido que nos rodea y moldea, la preeminencia de las convenciones exteriores, la inmediatez y la superficialidad hacen residual todo llamado o reclamo espiritual, y por ende toda posibilidad de diálogo con nosotros mismos: estadio necesario y germen de la verdadera aproximación al otro. Concebir la palabra como puente hacia el asombro, hacia la duda y hacia el misterio luce como una tarea de incierta pertinencia, no sólo en los predios del ciudadano que de ordinario llamamos común, sino incluso en los círculos cercanos al saber elitesco, propio de los espacios universitarios y académicos. Una concepción plagada de viejos clichés, que entiende la poesía como el reducto privilegiado de la sensiblería, el decorado verbal y la irrefrenable espontaneidad hace aún más cuesta arriba la comprensión del fenómeno poético. Por otra parte, resulta de difícil aceptación en el seno de una cultura de masas, llamada ahora globalizada, acostumbrada a la sobreestimación del espectáculo y la fama como valores rectores, asimilar que el lugar de ésta ha de ser siempre el margen, lo reducido, lo subterráneo. Octavio Paz, al referirse a ella, decía: "hoy es ceremonia en las catacumbas, rito en el desierto urbano, fiesta en un sótano, revelación en un supermercado". "En la poesía encontramos -afirmaba María Zambrano- directamente al hombre concreto, individual", nunca al hombre-masa. Por eso, se trata de una comunicación que principia habitando una soledad y termina acompañando a otra. Es el diálogo entre dos solitarios: un hombre y otro hombre. No puede ser de manera distinta. No hay modo de hablar con un tú sin aprender primero a hablar con nosotros mismos, y eso no parece tarea fácil en tiempos donde la soledad es anatema, anomalía o rareza indeseable. Hoy vivimos, más bien, un tipo de soledad masificada, colectiva, uniforme, compacta. Una soledad light, desprovista de conciencia, distraída y aturdida, patética y anónima, competitiva y repetitiva. Una soledad que nos distancia de nosotros mismos y donde la poesía no pasa de ser un slogan publicitario con escasos lectores. En tiempos como los que vivimos, a veces pareciera que la labor del poeta respondiera más bien al deseo de dejar testimonios de un oficio inútil, para el estudio de futuros antropólogos y arqueólogos, acuciosos excavadores de las ruinas del porvenir. Sin embargo, tal evidencia, la de su inutilidad, es quizás la mayor garantía de su permanencia y extraña primacía. Ajena, no por voluntad sino por su propia naturaleza, a las disposiciones del mercado, instancia sustituta de las antiguas cortes y de los predios del poder eclesiástico donde se debatían las plumas de los poetas y versificadores del pasado, su relegación deriva por persistencia en religación: en el acto de (re)ligar, de (re)unir al hombre con las preguntas esenciales. En tal medida, se trata de una experiencia religiosa, en el ámbito más radical del término. No como ritual para convocar la aceptación de preceptivas dogmáticas, ni prédicas dispuestas para imponer sucedáneas verdades sancionadas por diversas formas de institucionalidad, a lo largo de la historia. Esta aseveración no supone tampoco la asunción de un lenguaje solemne, grandilocuente o hermético, como los modos de expresión verbal más cónsonos con la gravedad de tales asuntos. La oscuridad no está casada con la profundidad, pues la inmanencia del misterio no se disimula ni sustituye con máscaras. El mismo Lezama Lima, cultor hermético por excelencia, se preguntaba “¿Qué es lo difícil? ¿lo sumergido, tan solo, en las maternales aguas de los oscuro? De “difícil claridad”, para referirse a la poesía de Góngora, hablaba Dámaso Alonso. Y aunque acuñaba la frase aludiendo a las estratagemas poéticas del poeta cordobés, vale la pena hacer uso de ella para los efectos aquí apuntados. Creo, además, que la sensibilidad y la inteligencia pueden y deben pactar con la emotividad y la ironía. Al fin de cuentas esta última como he dicho en otro lado “no es asunto de elección”: “Es una imposición de la realidad que acosa al lenguaje”. Y si el misterio no es exclusivo privilegio de las sombras, tampoco es ajeno a lo cotidiano, a lo aparentemente efímero o insignificante. Y si esto es verdad para referirnos al misterio que rodea las cosas del mundo, “la realidad”, es también respecto del lenguaje, que es parte de ella y participa de él. Tal vez el mejor modo que tengo de decirlo, sea de nuevo recurriendo a alguna nota surgida previamente a éstas. En aquella ocasión, así como ahora, me tracé como propósito lograr: “Un lenguaje que encubra (y descubra) sin hacerse notar, que oculte (y revele) con sigilo. Un arte de lo mínimo (o con una m menos, de lo nimio), tras el cual surja, sin excesos, la afirmación del enigma”. Por eso escribo.

2. Reflexiones en torno a convivencia de la creación poética y la crítica e investigación universitarias:

MB | ¿En qué aspecto y de qué modo influye el ejercicio de la crítica literaria en su escritura poética? ¿existe alguna contradicción entre la práctica de poesía y la de la crítica poética? ¿qué tipo de complementación pueden establecer?

AGP | Si se tratara de interpelar a la poesía por su naturaleza, creo que ésta bien podría afirmar que es ante todo una respuesta a una pregunta que el mismo poeta desconoce y que sólo empieza a vislumbrar desde la hechura misma del poema. Pues al ocurrir la experiencia poética, concurren y se aglutinan, a modo de síntesis, palabras, intuiciones, sensaciones, ideas, ritmos, sonidos e inexplicables asociaciones que se constituyen, a través del poema, en presencias que ayudan a abonar el camino hacia las preguntas esenciales. El poema, al indagar en su origen, se interpela a sí mismo, escrutando en el misterio de las causas y consecuencias de las cosas, pero sobre todo en el misterio del lenguaje, cuya existencia tampoco es producto de una pregunta previa y conscientemente formulada.     
Una crítica poética, entendida como mero recetario de “aplicaciones” teóricas que disecan o utilizan el poema como objeto o testimonio, para afirmar lo que se quería decir desde antes y desde afuera del poema, no facilita, por supuesto, ni la lectura del poema ni el proceso de creación poética, cuando el poeta es quien hace las veces de ese disecador. Distinto es el caso del crítico practicante, como lo llamara Eliot, que en tanto poeta y crítico busca entablar un diálogo enriquecedor con el poema, también en procura de alcanzar algunas de sus claves, pero ya no desde afuera del texto sino con él y desde él. Aquí sí estaríamos hablando de una labor en la que la crítica y la poesía actúan de modo simbiótico, pues en ambos actos las preguntas y las respuestas inherentes a ambas se formulan desde un plano común: el de la creación. Creo que sólo desde esta perspectiva la crítica poética puede conjugarse y enriquecer la tarea del poeta. Es desde ese plano que he procurado, mayormente, actuar en el campo crítico. Por supuesto, no siempre con fortuna.

MB | ¿Cómo funciona la “crítica poética” aplicada para leer a los poetas coetáneos? ¿es posible efectuar un ejercicio crítico riguroso y ecuánime cuando se reseña o se presenta la obra de los poetas amigos? ¿Es posible separar entre crítica literaria y alianza amistosa? ¿entre la profesión de crítico y la presentación del libro de un autor perteneciente al staff del diario, editorial o universidad para la que uno trabaja?

AGP | En primer lugar tendría que decir que me produce incomodidad el verbo “aplicar”, referido al ejercicio de la crítica poética. Me parece que su uso esconde un viejo complejo frente a las llamadas ciencias exactas o, precisamente, aplicadas o experimentales. Como si el poema fuera un objeto físico que tuviera que comportarse de una determinada manera ante un determinado estímulo. El término me recuerda los experimentos que hacíamos en la secundaria cuando nos explicaban cómo debería moverse una bola en la mesa de billar al aplicarle una fuerza con determinado ángulo. En estos casos, incluso, no se hablaba de aplicación de teorías sino de fuerzas, las cuales habrían de entenderse a su vez como categorías básicas para la formulación de diversas teorías que estudian la interacción de los cuerpos en el espacio-tiempo. De cualquier modo, admitiendo la laxitud del lenguaje, podríamos entonces pensar en una “crítica poética” que se aplica (como si fuera una fuerza) sobre los poemas (como si fueran objetos) de los poetas contemporáneos. Creo que si se trata de una crítica que aspira a ser objetiva, supuesto sobre el que se argumenta su parentesco con la ciencia, no habría ninguna diferencia entre la “aplicación” que de ésta se haga a un poeta coetáneo y amigo o a otro que no lo sea. Sin embargo, el problema no estriba, como es obvio, en la pretendida rigurosidad de la “aplicación” crítica, sino en la disposición que exista o no de hacer de la crítica un ejercicio ético. Lo cual supone, por supuesto, entender que la poesía y la amistad son cosas distintas y que una actuación crítica honesta con el poema del amigo es el mejor homenaje que desde la crítica se le puede hacer a la amistad. Cuando más allá de esta posible relación afectiva se involucran otro tipo de condicionantes pasamos a un terreno diferente, en el que entran en juego las variables implicadas en lo que Bordieu denominara los “campos literarios”. Esos espacios donde interactúan distintas fuerzas y relaciones de poder en la búsqueda de la obtención del mayor “capital simbólico”, dentro del marco de la institucionalidad en la que actúan los poetas, en este caso. Aquí también el deber ético debería ser el principio rector del ejercicio crítico. Sin embargo, como sabemos, esto que es fácil decirlo no siempre resulta tan simple hacerlo. De allí nace con frecuencia la farsa de la crítica complaciente y celebratoria, que nunca deja de estar a la orden de día, pero que a pocos verdaderamente engaña.

MB | El formato paper, el formato tesis, altamente codificado, el informe de investigación científica, el informe de avance, la exigencia de una conclusión y de demostración de aplicabilidad del trabajo realizado en el ámbito académico ¿atentan contra el ejercicio de la crítica de poesía? ¿hacen de la relación entre poesía y crítica una antípoda a secas? ¿Hasta qué punto el ejercicio de la docencia universitaria afecta la relación que establecemos con la poesía?

AGP | La crítica poética desde formatos “codificados” puede aportar otro tipo de conocimiento sobre el poema, sólo útil e importante cuando el crítico-investigador posee el talento necesario para ello. Esta crítica puede brindar lecturas que abordan ángulos de la obra desde diversas perspectivas, como por ejemplo, la sociológica, la histórica, la psicológica, la filológica o las de los llamados estudios culturales, de género, o poscoloniales, entre muchos otros. Se trata de un tipo de aproximación al texto dirigida ya no tanto por la intuición y la sensibilidad poética del crítico-creador, como por la rigurosidad analítica y la eficaz articulación teórica del crítico-investigador. En raras ocasiones, el poeta convive con fortuna con este tipo de crítica, que exige por lo general, si se permite el término, una actitud epistemológica distinta, habitualmente ajena a la de la creación poética. Sin embargo, no son pocos los casos en que las realidades laborales y específicamente las determinantes del mercado académico contemporáneo obligan al poeta a jugar ambos roles. Los cuales, aunque trata de desempeñar del mejor modo, no siempre lo logra. Frecuentemente en su aproximación a esta forma de crítica subyace un dejo de escepticismo ante sus pocas capacidades para efectuarla a cabalidad o la escasa confianza que le merecen los resultados que dicho ejercicio intelectual arroja.
No creo que la docencia universitaria, en sí misma, afecte negativamente la relación del lector o el crítico con la poesía. Diría más bien que la enseñanza de la literatura y la poesía en particular, ejercida por un profesorado insensible e incapaz de leer verdaderamente un poema más allá de la identificación de sus características formales más superficiales, no puede sino aportarle al estudiante rechazo, aburrimiento y desidia por la poesía. Situación que lamentablemente pareciera cada vez más generalizada desde la primaria hasta la universidad.  

MB | ¿Es posible distinguir la crítica de la preferencia personal?

AGP | Sí. Debería ser posible si estamos verdaderamente hablando de crítica.

MB | A la hora de escribir poesía, los poetas estudiados ¿sirven como referentes literarios? ¿Sintió o siente que profundizar en el conocimiento de los maestros interfiere en el ejercicio de la escritura poética a la manera de “angustia de las influencias” tal como la denominó H. Bloom?

AGP | En la escritura poética el conocimiento que se tenga de la tradición literaria de la que uno proviene y de otras de las que se alimenta, más que interferir promueve un diálogo necesario, sin el cual es imposible participar de la literatura, entendida como un sistema de relaciones (y no una simple acumulación) en el que la obra propia eventualmente habrá de insertarse. Por supuesto, esto no responde a un deseo programático forzado, sino a la inercia natural de todo sistema artístico, en el que históricamente se establecen alianzas, pasos de continuidad, juegos de semejanzas y también rechazos, enfrentamientos y oposiciones. No existe la obra poética virgen e incontaminada, a menos que haya sido fecundada por un inesperado Espíritu Santo, en la más absoluta soledad, sin lecturas y sin lectores.
  
MB | Hasta hace poco tiempo, la comunidad poética tanto como el campo literario estaba sujeto a la publicación de libros. Hoy la cuestión se ha modificado sustancialmente por una suerte de expansión del campo a través de la práctica de lectura de poesía en eventos, ferias y festivales, bares y librerías, a través de la emergencia de innumerables editoriales alternativas y artesanales y básicamente a través de los sitios destinados a poesía en la web ¿Cómo funciona actualmente la cuestión del “valor literario”, es decir, de la “calidad” en un presente marcado por diseminación del campo de la poesía? ¿Ha modificado en algo a la práctica poética la posibilidad de su escritura y difusión en la web y en los blogs personales? ¿cómo se distingue hoy entre la buena y la mala poesía?

AGP | Ciertamente, más allá de las lecturas en eventos, ferias, festivales, bares o librerías, que de uno u otro modo han existido siempre y que son parte de la tradición literaria y del accionar del poeta en el espacio público, las posibilidades que la web e Internet ofrecen han cambiado radicalmente las formas de difusión y promoción de la poesía, creando un efecto de “visibilidad inmediata” y de “interacción globalizada” que altera de modo sustancial la relación del poeta con sus lectores. Si bien son evidentes las bondades que esta tecnología ofrece, en tanto fuerza “democratizadora” que permite desechar las alcabalas tradicionales que rigen la institucionalidad literaria (premios, editoriales, imprentas, costos de impresión y promoción, etc.), por otra parte, ella potencia también la difusión generalizada de la mediocridad, impulsada por la ilusión de la fama instantánea, valor consustancial a los tiempos que corren, y al cual sucumben con mayor frecuencia las generaciones más jóvenes que entienden que sin tal visibilidad no existe su obra. La cual, en lugar de estar sometida a la maduración y el rigor que toda empresa artística exige, se rinde ante la tentación de la inmediatez.
En todo caso, más allá de tales virtudes y peligros de la llamada red, la calidad de la poesía se sigue distinguiendo del mismo modo que se ha distinguido siempre. Asunto, por lo demás, como sabemos desde antaño, nada fácil, y que frecuentemente también se toma su tiempo. El necesario para disuadir al ejercicio crítico de los espejismos que muchas veces crean la fama o la popularidad, tantas veces condicionada por factores que poco tienen que ver con el verdadero valor artístico de la obra poética.

MB | Las innovaciones tecnológicas y la expansión sin precedentes de la industria cultural modificaron notablemente nuestras formas de leer y de percibir el mundo ¿cómo impactan esos cambios en el lenguaje poético? Cuáles son los límites actuales de la poesía? ¿cuáles los de la literatura?

AGP | La poesía y la literatura siempre han cambiado en sintonía con los cambios de la sociedad que las produce. Cada sociedad posee un lenguaje que expresa las nuevas realidades y prácticas sociales, comunicativas y perceptivas que se dan en ella. Hoy vivimos uno de esos momentos históricos en que la relación del hombre con las palabras se ve sometida a inéditas transformaciones. Se habla de que hemos dejado atrás la era alfabética para internarnos en un mundo, básicamente, audiovisual. Esto es una verdad a medias. Nunca las cosas son tan simples. ¿Acaso el mismo Internet y luego la telefonía celular no han incrementado diversas prácticas textuales a través de los “emails”, el “chateo” y el llamado “texting”, por ejemplo? Hoy en día nos enfrentamos a nuevas modalidades de lenguaje escrito, cuyas consecuencias e incidencias en el campo artístico aún no vislumbramos cabalmente. Sin embargo, es bueno recordar que la poesía ha existido siempre, desde antes de la palabra escrita. No ha habido ninguna civilización que no la haya cultivado. Lo cual nos habla de que su existencia está íntimamente ligada con aspectos raigales de la condición humana, al parecer inmutables históricamente en sus rasgos esenciales. Hace un tiempo escribí un breve texto, donde intentaba reflexionar sobre algunos aspectos de este fenómeno. Me valdré de él para añadir a la pregunta formulada, nuevas interrogantes, como única posibilidad de respuesta:
“La idea de la palabra ya estaba en el jeroglifo. Mucho después estuvo en la palabra escrita, donde regida por el alfabeto, fue enmascarada, contenida, regulada y compartida. Allí residió también la representación gráfica de su sonoridad. Ahora, en un mundo audiovisual, donde impera una nueva modalidad de analfabetismo, la palabra escrita se siente en desventaja, desprotegida, ante las nuevas formas mutantes de los olvidados jeroglifos prehistóricos. Formas más audaces, configuradas por tecnologías que crean imágenes plásticas y sonoras, virtuales, múltiples y cambiantes, en continuo desplazamiento. Ante tan imprevisto reencuentro ¿hacia dónde mutará la palabra escrita? ¿Sabrá renacer de la imagen y del silencio?”.
Creo que cualquiera sea su mutación, en esa ruta la poesía la acompañará.


MÓNICA BERNABÉ (Argentina). Doctora en Literatura, trabaja en la Universidad Nacional de Rosario. Este material que publicamos fue enviado por Arturo Gutiérrez Plaza. Contacto: arturogutierrezplaza@gmail.com. Página ilustrada con obras de J. Karl Bogartte (Estados Unidos), artista invitado de esta edición de ARC.


Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 11 | Junho de 2015
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