Entre el 5 y el 8 de noviembre del 2008 se realizó el XVI Festival de Poesía de Rosario, en Argentina. En aquella
ocasión, además de las lecturas de poesía de los poetas participantes, se
propició un debate acerca de las implicaciones de la coexistencia de la
escritura poética y la práctica crítica, entre los escritores invitados que
ejercían habitualmente ambos roles. La profesora Mónica Bernabé, quien actuara
como coordinadora y moderadora de tal actividad, formuló una posterior
entrevista donde se recogieron las reflexiones de los participantes. A
continuación presentamos la que le fuera hecha al poeta, ensayista y profesor
universitario venezolano, Arturo Gutiérrez Plaza.
1. ¿Por qué escribo? | La escritura, al menos la
que encaro como emprendimiento literario, responde a una pregunta siempre
postergada, desplazada, desconocida. Es la respuesta a una interrogación apenas
intuida desde la escritura misma. Surge como indagación en el misterio de eso
que llamamos realidad, siendo ella parte sustancial de tal enigma. La pasión de
la que nace también se aleja de las explicaciones derivadas de la conciencia
volitiva, se impone como necesidad, como imperativo consustancial a la vida. Si
en el orden fisiológico pudiéramos afirmar que comemos o respiramos para no
morir, por instinto antes que por voluntad, la escritura literaria, junto al
amor, son respuestas que la vida se da a sí misma: exigencias que la vida nos impone
para saber que vivimos, que hemos vivido, o mejor, que aún seguimos vivos.
Hablo de mi experiencia. En lo que toca a la escritura poética, en particular,
tal exigencia responde además a una convicción, la de que hoy en día, si algo
ha de ser la poesía, las raras veces que verdaderamente la hallamos, es
comunicación esencial. Para la inmensa mayoría, naturalmente, esto suena hueco. El ruido que
nos rodea y moldea, la preeminencia de las convenciones exteriores, la
inmediatez y la superficialidad hacen residual todo llamado o reclamo
espiritual, y por ende toda posibilidad de diálogo con nosotros mismos: estadio
necesario y germen de la verdadera aproximación al otro. Concebir la palabra
como puente hacia el asombro, hacia la duda y hacia el misterio luce como una
tarea de incierta pertinencia, no sólo en los predios del ciudadano que de
ordinario llamamos común, sino incluso en los círculos cercanos al saber
elitesco, propio de los espacios universitarios y académicos. Una concepción plagada
de viejos clichés, que entiende la poesía como el reducto privilegiado de la
sensiblería, el decorado verbal y la irrefrenable espontaneidad hace aún más
cuesta arriba la comprensión del fenómeno poético. Por otra parte, resulta de
difícil aceptación en el seno de una cultura de masas, llamada ahora
globalizada, acostumbrada a la sobreestimación del espectáculo y la fama como
valores rectores, asimilar que el lugar de ésta ha de ser siempre el margen, lo
reducido, lo subterráneo. Octavio Paz, al referirse a ella, decía: "hoy es
ceremonia en las catacumbas, rito en el desierto urbano, fiesta en un sótano,
revelación en un supermercado". "En la poesía encontramos -afirmaba María
Zambrano- directamente al hombre concreto, individual", nunca al
hombre-masa. Por eso, se trata de una comunicación que principia habitando una
soledad y termina acompañando a otra. Es el diálogo entre dos solitarios: un
hombre y otro hombre. No puede ser de manera distinta. No hay modo de hablar
con un tú sin aprender primero a hablar con nosotros mismos, y eso no parece
tarea fácil en tiempos donde la soledad es anatema, anomalía o rareza
indeseable. Hoy vivimos, más bien, un tipo de soledad masificada, colectiva,
uniforme, compacta. Una soledad light,
desprovista de conciencia, distraída y aturdida, patética y anónima,
competitiva y repetitiva. Una soledad que nos distancia de nosotros mismos y
donde la poesía no pasa de ser un slogan
publicitario con escasos lectores. En tiempos como
los que vivimos, a veces pareciera que la labor del poeta respondiera más bien
al deseo de dejar testimonios de un oficio inútil, para el estudio de futuros
antropólogos y arqueólogos, acuciosos excavadores de las ruinas del porvenir.
Sin embargo, tal evidencia, la de su inutilidad, es quizás la mayor garantía de
su permanencia y extraña primacía. Ajena, no por voluntad sino por su propia
naturaleza, a las disposiciones del mercado, instancia sustituta de las
antiguas cortes y de los predios del poder eclesiástico donde se debatían las
plumas de los poetas y versificadores del pasado, su relegación deriva por
persistencia en religación: en el acto de (re)ligar, de (re)unir al hombre con
las preguntas esenciales. En tal medida, se trata de una experiencia religiosa,
en el ámbito más radical del término. No como ritual para convocar la
aceptación de preceptivas dogmáticas, ni prédicas dispuestas para imponer
sucedáneas verdades sancionadas por diversas formas de institucionalidad, a lo
largo de la historia. Esta aseveración no supone tampoco la asunción de un
lenguaje solemne, grandilocuente o hermético, como los modos de expresión
verbal más cónsonos con la gravedad de tales asuntos. La oscuridad no está
casada con la profundidad, pues la inmanencia del misterio no se disimula ni
sustituye con máscaras. El mismo Lezama Lima, cultor hermético por excelencia,
se preguntaba “¿Qué es lo difícil? ¿lo sumergido, tan solo, en las maternales
aguas de los oscuro? De “difícil claridad”, para referirse a la poesía de
Góngora, hablaba Dámaso Alonso. Y aunque acuñaba la frase aludiendo a las
estratagemas poéticas del poeta cordobés, vale la pena hacer uso de ella para
los efectos aquí apuntados. Creo, además, que la sensibilidad y la inteligencia
pueden y deben pactar con la emotividad y la ironía. Al fin de cuentas esta
última ‒como he dicho en otro lado‒ “no es asunto de
elección”: “Es una imposición de la realidad que acosa al lenguaje”. Y si el
misterio no es exclusivo privilegio de las sombras, tampoco es ajeno a lo
cotidiano, a lo aparentemente efímero o insignificante. Y si esto es verdad
para referirnos al misterio que rodea las cosas del mundo, “la realidad”, es
también respecto del lenguaje, que es parte de ella y participa de él. Tal vez
el mejor modo que tengo de decirlo, sea de nuevo recurriendo a alguna nota
surgida previamente a éstas. En aquella ocasión, así como ahora, me tracé como
propósito lograr: “Un lenguaje que encubra (y descubra) sin hacerse
notar, que oculte (y revele) con sigilo. Un arte de lo mínimo (o con una m menos, de lo nimio), tras el cual
surja, sin excesos, la afirmación del enigma”. Por eso escribo.
2. Reflexiones en torno a convivencia
de la creación poética y la crítica e investigación universitarias:
MB | ¿En qué aspecto y de qué modo influye el ejercicio de la crítica
literaria en su escritura poética? ¿existe alguna contradicción entre la
práctica de poesía y la de la crítica poética? ¿qué tipo de complementación
pueden establecer?
AGP | Si se tratara de interpelar a la poesía por su naturaleza, creo que
ésta bien podría afirmar que es ante todo una respuesta a una pregunta que el
mismo poeta desconoce y que sólo empieza a vislumbrar desde la hechura misma
del poema. Pues al ocurrir la experiencia poética, concurren y se aglutinan, a
modo de síntesis, palabras, intuiciones, sensaciones, ideas, ritmos, sonidos e
inexplicables asociaciones que se constituyen, a través del poema, en
presencias que ayudan a abonar el camino hacia las preguntas esenciales. El
poema, al indagar en su origen, se interpela a sí mismo, escrutando en el
misterio de las causas y consecuencias de las cosas, pero sobre todo en el
misterio del lenguaje, cuya existencia tampoco es producto de una pregunta
previa y conscientemente formulada.
Una crítica poética, entendida como mero recetario de “aplicaciones”
teóricas que disecan o utilizan el poema como objeto o testimonio, para afirmar
lo que se quería decir desde antes y desde afuera del poema, no facilita, por
supuesto, ni la lectura del poema ni el proceso de creación poética, cuando el
poeta es quien hace las veces de ese disecador. Distinto es el caso del crítico
practicante, como lo llamara Eliot, que en tanto poeta y crítico busca entablar
un diálogo enriquecedor con el poema, también en procura de alcanzar algunas de
sus claves, pero ya no desde afuera del texto sino con él y desde él. Aquí sí
estaríamos hablando de una labor en la que la crítica y la poesía actúan de
modo simbiótico, pues en ambos actos las preguntas y las respuestas inherentes
a ambas se formulan desde un plano común: el de la creación. Creo que sólo desde
esta perspectiva la crítica poética puede conjugarse y enriquecer la tarea del
poeta. Es desde ese plano que he procurado, mayormente, actuar en el campo
crítico. Por supuesto, no siempre con fortuna.
MB | ¿Cómo funciona la “crítica poética” aplicada para leer a los poetas
coetáneos? ¿es posible efectuar un ejercicio crítico riguroso y ecuánime cuando
se reseña o se presenta la obra de los poetas amigos? ¿Es posible separar entre
crítica literaria y alianza amistosa? ¿entre la profesión de crítico y la presentación
del libro de un autor perteneciente al staff del diario, editorial o
universidad para la que uno trabaja?
AGP | En primer lugar tendría que decir que me produce incomodidad el verbo
“aplicar”, referido al ejercicio de la crítica poética. Me parece que su uso
esconde un viejo complejo frente a las llamadas ciencias exactas o,
precisamente, aplicadas o experimentales. Como si el poema fuera un objeto
físico que tuviera que comportarse de una determinada manera ante un
determinado estímulo. El término me recuerda los experimentos que hacíamos en
la secundaria cuando nos explicaban cómo debería moverse una bola en la mesa de
billar al aplicarle una fuerza con determinado ángulo. En estos casos, incluso,
no se hablaba de aplicación de teorías sino de fuerzas, las cuales habrían de entenderse
a su vez como categorías básicas para la formulación de diversas teorías que
estudian la interacción de los cuerpos en el espacio-tiempo. De cualquier modo,
admitiendo la laxitud del lenguaje, podríamos entonces pensar en una “crítica
poética” que se aplica (como si fuera una fuerza) sobre los poemas (como si
fueran objetos) de los poetas contemporáneos. Creo que si se trata de una
crítica que aspira a ser objetiva, supuesto sobre el que se argumenta su
parentesco con la ciencia, no habría ninguna diferencia entre la “aplicación”
que de ésta se haga a un poeta coetáneo y amigo o a otro que no lo sea. Sin
embargo, el problema no estriba, como es obvio, en la pretendida rigurosidad de
la “aplicación” crítica, sino en la disposición que exista o no de hacer de la
crítica un ejercicio ético. Lo cual supone, por supuesto, entender que la
poesía y la amistad son cosas distintas y que una actuación crítica honesta con
el poema del amigo es el mejor homenaje que desde la crítica se le puede hacer
a la amistad. Cuando más allá de esta posible relación afectiva se involucran
otro tipo de condicionantes pasamos a un terreno diferente, en el que entran en
juego las variables implicadas en lo que Bordieu denominara los “campos literarios”.
Esos espacios donde interactúan distintas fuerzas y relaciones de poder en la
búsqueda de la obtención del mayor “capital simbólico”, dentro del marco de la
institucionalidad en la que actúan los poetas, en este caso. Aquí también el
deber ético debería ser el principio rector del ejercicio crítico. Sin embargo,
como sabemos, esto que es fácil decirlo no siempre resulta tan simple hacerlo.
De allí nace con frecuencia la farsa de la crítica complaciente y celebratoria,
que nunca deja de estar a la orden de día, pero que a pocos verdaderamente
engaña.
MB | El formato paper, el
formato tesis, altamente codificado, el informe de investigación científica, el
informe de avance, la exigencia de una conclusión y de demostración de
aplicabilidad del trabajo realizado en el ámbito académico ¿atentan contra el
ejercicio de la crítica de poesía? ¿hacen de la relación entre poesía y crítica
una antípoda a secas? ¿Hasta qué punto el ejercicio de la docencia
universitaria afecta la relación que establecemos con la poesía?
AGP | La crítica poética desde formatos “codificados” puede aportar otro
tipo de conocimiento sobre el poema, sólo útil e importante cuando el
crítico-investigador posee el talento necesario para ello. Esta crítica puede
brindar lecturas que abordan ángulos de la obra desde diversas perspectivas,
como por ejemplo, la sociológica, la histórica, la psicológica, la filológica o
las de los llamados estudios culturales, de género, o poscoloniales, entre
muchos otros. Se trata de un tipo de aproximación al texto dirigida ya no tanto
por la intuición y la sensibilidad poética del crítico-creador, como por la
rigurosidad analítica y la eficaz articulación teórica del
crítico-investigador. En raras ocasiones, el poeta convive con fortuna con este
tipo de crítica, que exige por lo general, si se permite el término, una actitud epistemológica distinta,
habitualmente ajena a la de la creación poética. Sin embargo, no son pocos los
casos en que las realidades laborales y específicamente las determinantes del
mercado académico contemporáneo obligan al poeta a jugar ambos roles. Los
cuales, aunque trata de desempeñar del mejor modo, no siempre lo logra. Frecuentemente
en su aproximación a esta forma de crítica subyace un dejo de escepticismo ante
sus pocas capacidades para efectuarla a cabalidad o la escasa confianza que le
merecen los resultados que dicho ejercicio intelectual arroja.
No creo que la docencia universitaria, en sí misma, afecte negativamente
la relación del lector o el crítico con la poesía. Diría más bien que la
enseñanza de la literatura y la poesía en particular, ejercida por un
profesorado insensible e incapaz de leer verdaderamente un poema más allá de la
identificación de sus características formales más superficiales, no puede sino
aportarle al estudiante rechazo, aburrimiento y desidia por la poesía.
Situación que lamentablemente pareciera cada vez más generalizada desde la
primaria hasta la universidad.
MB | ¿Es posible distinguir la crítica de la preferencia personal?
AGP | Sí. Debería ser posible si estamos verdaderamente hablando de
crítica.
MB | A la hora de escribir poesía, los poetas estudiados ¿sirven como
referentes literarios? ¿Sintió o siente que profundizar en el conocimiento de
los maestros interfiere en el ejercicio de la escritura poética a la manera de
“angustia de las influencias” tal como la denominó H. Bloom?
AGP | En la escritura poética el conocimiento que se tenga de la tradición
literaria de la que uno proviene y de otras de las que se alimenta, más que
interferir promueve un diálogo necesario, sin el cual es imposible participar
de la literatura, entendida como un sistema de relaciones (y no una simple
acumulación) en el que la obra propia eventualmente habrá de insertarse. Por
supuesto, esto no responde a un deseo programático forzado, sino a la inercia
natural de todo sistema artístico, en el que históricamente se establecen
alianzas, pasos de continuidad, juegos de semejanzas y también rechazos,
enfrentamientos y oposiciones. No existe la obra poética virgen e
incontaminada, a menos que haya sido fecundada por un inesperado Espíritu
Santo, en la más absoluta soledad, sin lecturas y sin lectores.
MB | Hasta hace poco tiempo, la comunidad poética tanto como el campo
literario estaba sujeto a la publicación de libros. Hoy la cuestión se ha
modificado sustancialmente por una suerte de expansión del campo a través de la
práctica de lectura de poesía en eventos, ferias y festivales, bares y
librerías, a través de la emergencia de innumerables editoriales alternativas y
artesanales y básicamente a través de los sitios destinados a poesía en la web
¿Cómo funciona actualmente la cuestión del “valor literario”, es decir, de la
“calidad” en un presente marcado por diseminación del campo de la poesía? ¿Ha
modificado en algo a la práctica poética la posibilidad de su escritura y difusión
en la web y en los blogs personales? ¿cómo se distingue hoy entre la buena y la
mala poesía?
AGP | Ciertamente, más allá de las lecturas en eventos, ferias, festivales,
bares o librerías, que de uno u otro modo han existido siempre y que son parte
de la tradición literaria y del accionar del poeta en el espacio público, las
posibilidades que la web e Internet ofrecen han cambiado radicalmente las formas de difusión y promoción de la
poesía, creando un efecto de “visibilidad inmediata” y de “interacción
globalizada” que altera de modo sustancial la relación del poeta con sus
lectores. Si bien son evidentes las bondades que esta tecnología ofrece, en
tanto fuerza “democratizadora” que permite desechar las alcabalas tradicionales
que rigen la institucionalidad literaria (premios, editoriales, imprentas,
costos de impresión y promoción, etc.), por otra parte, ella potencia también
la difusión generalizada de la mediocridad, impulsada por la ilusión de la fama
instantánea, valor consustancial a los tiempos que corren, y al cual sucumben
con mayor frecuencia las generaciones más jóvenes que entienden que sin tal
visibilidad no existe su obra. La cual, en lugar de estar sometida a la
maduración y el rigor que toda empresa artística exige, se rinde ante la
tentación de la inmediatez.
En todo caso, más allá de tales virtudes y peligros de la llamada red, la calidad de la poesía se sigue
distinguiendo del mismo modo que se ha distinguido siempre. Asunto, por lo
demás, como sabemos desde antaño, nada fácil, y que frecuentemente también se
toma su tiempo. El necesario para disuadir al ejercicio crítico de los
espejismos que muchas veces crean la fama o la popularidad, tantas veces
condicionada por factores que poco tienen que ver con el verdadero valor
artístico de la obra poética.
MB | Las innovaciones tecnológicas y la expansión sin precedentes de la
industria cultural modificaron notablemente nuestras formas de leer y de percibir
el mundo ¿cómo impactan esos cambios en el lenguaje poético? Cuáles son los
límites actuales de la poesía? ¿cuáles los de la literatura?
AGP | La poesía y la literatura siempre han cambiado en sintonía con los
cambios de la sociedad que las produce. Cada sociedad posee un lenguaje que
expresa las nuevas realidades y prácticas sociales, comunicativas y perceptivas
que se dan en ella. Hoy vivimos uno de esos momentos históricos en que la
relación del hombre con las palabras se ve sometida a inéditas
transformaciones. Se habla de que hemos dejado atrás la era alfabética para
internarnos en un mundo, básicamente, audiovisual. Esto es una verdad a medias.
Nunca las cosas son tan simples. ¿Acaso el mismo Internet y luego la telefonía celular no han incrementado diversas
prácticas textuales a través de los “emails”, el “chateo” y el llamado
“texting”, por ejemplo? Hoy en día nos enfrentamos a nuevas modalidades de
lenguaje escrito, cuyas consecuencias e incidencias en el campo artístico aún
no vislumbramos cabalmente. Sin embargo, es bueno recordar que la poesía ha
existido siempre, desde antes de la palabra escrita. No ha habido ninguna
civilización que no la haya cultivado. Lo cual nos habla de que su existencia
está íntimamente ligada con aspectos raigales de la condición humana, al
parecer inmutables históricamente en sus rasgos esenciales. Hace un tiempo
escribí un breve texto, donde intentaba reflexionar sobre algunos aspectos de
este fenómeno. Me valdré de él para añadir a la pregunta formulada, nuevas
interrogantes, como única posibilidad de respuesta:
“La idea de la palabra ya estaba en el jeroglifo. Mucho
después estuvo en la palabra escrita, donde regida por el alfabeto, fue
enmascarada, contenida, regulada y compartida. Allí residió también la
representación gráfica de su sonoridad. Ahora, en un mundo audiovisual, donde
impera una nueva modalidad de analfabetismo, la palabra escrita se siente en
desventaja, desprotegida, ante las nuevas formas mutantes de los olvidados jeroglifos
prehistóricos. Formas más audaces, configuradas por tecnologías que crean
imágenes plásticas y sonoras, virtuales, múltiples y cambiantes, en continuo
desplazamiento. Ante tan imprevisto reencuentro ¿hacia dónde mutará la palabra
escrita? ¿Sabrá renacer de la imagen y del silencio?”.
MÓNICA BERNABÉ
(Argentina). Doctora en Literatura, trabaja en la Universidad Nacional de
Rosario. Este material que publicamos fue enviado por Arturo Gutiérrez Plaza.
Contacto: arturogutierrezplaza@gmail.com. Página ilustrada con obras de J. Karl Bogartte (Estados Unidos),
artista invitado de esta edición de ARC.
Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 11 | Junho de 2015
editor geral | FLORIANO MARTINS | arcflorianomartins@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
equipe de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FLORIANO MARTINS
GLADYS MENDÍA | LUIZ LEITÃO | MÁRCIO SIMÕES
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