El autor ha trabajado en este
guión con un grupo muy sustancioso de coautores: Guillermo Delgado-P., Jesús Díaz-Caballero, Jorge Majfud Albernaz, Joaquin E. Meabe, Leonardo Favio
Osorio Bohórquez, y Tristan Platt. Igual
ha qué hacer referencia a tantos estimados colaboradores, sin los cuales el trabajo
no podría alcanzar su cuerpo final: Diego
Abente Brun, Jose Antonio Aguilar Rivera, Maya Aguiluz Ibargüen, Marcos Alexandre
Arraes, Tomás José Barrientos Quezada, Dante Barrientos-Tecun, William H. Beezley,
María Bertely Busquets, Graciela Chamorro, Luis Chesney Lawrence, Francisco Colom
González, Olivier Compagnon, Ival de Assis Cripa, Romain Cruse, Enrique Normando Cruz, Maribel de la Cruz Vergara, Gabriela Dalla-Corte Caballero,
Héctor Díaz-Polanco, Erika Denise Edwards, João Feres Júnior, David William Foster, Yamid Galindo
Cardona, Eder Gallegos, Enrique García Barthe, Carlos Garrido Castellano, John Gledhill, Sergio Alberto González Miranda, Jorge Ramón González
Ponciano, Alfonso González Ramírez, Teodoro Hampe Martínez, Manuel Hernández González,
Christine Hünefeldt Frode, Takeshi Inomata, Rafael R. Ioris, Maximiliano Korstanje,
Protasio Paulo Langer, Rafael Lara-Martínez, Lucas Lixinski, Bruce Mannheim, María Cristina Manzano-Munguía, Maria N. Marsilli,
Jaime Marroquín Arredondo, Luz Adriana Maya Restrepo, Juan Méndez Avellaneda, Natalia Moragas Segura, Zulema Moret, Paulina Numhauser Bar Magen, Miguel Pérez, Pedro Pérez
Herrero, Max Maranhao Piorsky Aires, Patrick Puigmal, Carlos Jesús Recio Dávila, Carlos Arturo Reina Rodríguez, Germán
A. de la Reza, Eddy Walter Romero Meza, Christoph Rosenmüller, Luis Salas Almela, Alex Schlenker, Nicolas Shumway,
David Mauricio Solodkow, Tomas Straka, Jean-Pierre Tardieu, Hernán M. Venegas Delgado,
Carlos M. Vilas, Carlos H. Waisman, y Raquel Z. Yrigoyen Fajardo.
INTRODUCCIÓN | Nos hemos propuesto sugerir la elaboración de una serie audiovisual histórica
de alcance continental, a encarar por una organización con acceso a archivos gráficos
y sonoros, que abarque la historia de América Latina desde las etapas anteriores
a la conquista europea hasta la misma actualidad, y que apunte a contribuir a su
futura integración política y a superar el estancamiento actual en los estudios
latinoamericanistas.
Dicho estancamiento se extiende a
sus sedes latinoamericanas, cautivas en gran parte de mandarinatos académicos problemáticos,
que han infundido el miedo a discrepar, y donde escasean los recursos culturales
y los archivos gráficos y sonoros, prolifera la corrupción y la endogamia, y se
cultiva una dependencia al Banco Mundial/BID. También se extiende el estancamiento
a las sedes del llamado Primer Mundo, donde a pesar de ser USA una sociedad transida
por el racismo y un estado complicado en crímenes de guerra (reconocidos por su
propio Senado), paradójicamente cuenta en sus universidades con mayores grados de
excelencia y libertad académica que en el resto del mundo. Paralelamente, uno de
los órganos más claves para la investigación histórica y cultural, como es el National
Endowment for the Humanities (NEH) se encuentra a merced de las mayorías circunstanciales
del Senado norteamericano.
Sin embargo, estas universidades norteamericanas
reproducen en gran medida, en el área de los estudios latinoamericanos, la división
regional tradicional en estados-naciones, y la producción intelectual limitada a
compartimentos estancos, lo cual determina que el conocimiento de su historia y
su cultura se vuelva cada vez más incomprensible, y se sabotee el trabajo colectivo.
Esta producción historiográfica revela también una crisis cada vez más acentuada
de los saberes humanísticos y científicos por la resistencia a la utilización de
formatos digitales en red y de lenguajes audiovisuales. Esa misma resistencia, que
había observado el astrónomo Galileo con respecto al uso del telescopio, se repite
hoy al extremo de quedar los humanistas y científicos aislados en una insularidad
asépticamente sellada de “nichos claustrofóbicos”, propia de aquellos que al padecer
deformaciones profesionales son cultores del statu quo curricular y de sospechosos
mandarinatos académicos (inflación de poder en el vínculo pedagógico), y reacios
a las perspectivas holísticas, a la conectividad colaborativa, y a la ampliación
innovadora -más allá de los dominios propios- de las fronteras del conocimiento
(Ortoleva, 1999).
En el caso latinoamericano, amén de
recurrir a inapelables imágenes, colores, ritmos, sonidos y metáforas, de inexcusable
referencia alegórica y programática, tenemos necesidad de indagar el origen de todos
aquellos traumas colectivos o complejos de inferioridad (étnica, territorial, económica,
cultural, lingüística, política o militar), y pautas de culpabilidad (miedo, depresión,
apatía, vergüenza y humillación) crónicamente transferibles a diferentes chivos
expiatorios. Pese a su heterogeneidad, el origen de estos traumas (conquistas, guerras,
dictaduras, magnicidios, particiones, ostracismos, irredentismos, cesaro-papismos,
sumas de poder público, anexionismos, estados-libres asociados, narco-guerras),
y sus diversas y numerosas supervivencias, fueron comunes a todas nuestras naciones,
en especial el impacto de las globalizaciones, colapsos imperiales, guerras europeas
(guerras de religión, guerras dinásticas, guerras napoleónicas, guerra de crimea,
guerra franco-prusiana y guerras mundiales), particiones y transferencias geográfico-territoriales,y
cambios de políticas comerciales derivadas de ellas. Es sabido que las guerras interrumpían
el tráfico marítimo y comercial, cortando de manera efectiva los vínculos entre
los puertos coloniales y los peninsulares, elevando el riesgo y encareciendo el
seguro marítimo.
Pero también debemos plantear todos
aquellos temas silenciados por la historiografía tradicional americanista (mandarinatos,
teocracias, talasocracias, estados-tapones, blanqueamientos raciales, señoríos cocaleros,
pogroms, etc.); replantear aspectos fundamentales que hasta hoy han sido
ignorados (traumas derivados del colapso imperial, de las particiones territoriales,
y del negacionismo); tener en cuenta que existen distintas narrativas escritas desde
diferentes orígenes nacionales, étnicos, lingüísticos, y de clase, y desde diferentes
aproximaciones de orden artístico y/o científico; y transmitir un argumento o pensamiento
central que reconozca la existencia en el pasado histórico de acontecimientos que
fueron traumáticos (globalizaciones, colapso imperial y particiones y transferencias
territoriales), y no obstante ello existe la voluntad política de subsanar las secuelas
o supervivencias de los mismos, a la luz de paradigmas más realistas y abarcadores,
y sin que ello suponga tomar un partido sectario en materia ideológica, epistémica
o metodológica.
El análisis historiográfico no debe
partir de interpretaciones lineales, gradualistas o etapistas del proceso histórico
propias de un pensamiento funcionalista (Halperín Donghi, Cortés Conde) ni de las
secuelas corporativas y centralistas como lo fueron las interpretaciones dependentistas
(Wiarda-Véliz), sino de aquella que pone el eje en agentes motores del proceso histórico
como lo fueron las guerras, los cambios de políticas comerciales, los colapsos imperiales
y coloniales, las particiones y transferencias político-territoriales, y las narco-guerras
verdaderas causantes de traumas colectivos (etnocidios), y no meros agentes pasivos.
Tampoco el replanteo historiográfico debe ser estático ni victimizante, tomando
como chivo expiatorio de la crisis exclusivamente a las metrópolis imperiales. Este
análisis debe distinguir claramente las nociones de colonialismo y de colonia (Osterhammel,
Stuchtey), así como diferenciar la condición de colonialidad (la que se mantiene
en el tiempo) de la noción histórica de colonialismo aplicable exclusivamente al
período de dominación ibérica, con sus diferentes períodos, como es instrumentado
en el Proyecto Modernidad/Colonialismo,
acuñado por Aníbal Quijano.
Tampoco este replanteo debe contar
con contenidos re-creacionistas o restauracionistas, típicos del pensamiento reaccionario
que trata al pasado histórico como si fuera un objeto inerte y pasivo, susceptible
de ser recuperado políticamente (Kracauer-Zermeño), tal como está siendo experimentado
en el Levante/Oriente Medio por el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS), pero
enmascarado tras la tradición cesaro-papista y el mito salvífico del Califato Islámico.
El Califato desapareció después de haber sido eliminado el sultanato, pero no por
obra de la Paz de Versalles sino por la revolución secularizadora de KemalAtaturk
(1922). Este último mito tiene un distante aire de familia con el mito mesiánico
andino de “buscar un Inca” que restituya una edad de oro perdida, indagado entre
otros por Flores Galindo.
Por el contrario, en nuestro emprendimiento
intelectual destinado a superar el creciente proceso de periferización y crisis
de identidad provocado por la tercera globalización y el agotamiento institucional
de los estados-naciones (incapaces de afrontar los desafíos de la narco-política,
y la narco-guerra),y pretendemos gestar un proyecto político-cultural común. Este
proyecto debe ser ajeno a toda sospecha de hegemonía euro-céntrica u occidentalizadora,
o de nostalgia restauradora de una perdida “edad de oro”, o de tragedia vaticinadora
de eventos apocalípticos (catastróficos o conspirativos), o de patriarcalismo, bajo
una única óptica masculina y en desmedro de una visión femenina.
Pero sobre todo, pretendemos promover
la idea motora de acelerar la unidad latinoamericana tomando América Latina como
si fuera un continente, pero con un proyecto común que debe ser impulsado desde
abajo por los partidos políticos y los movimientos sociales de todos los países
y por sus representantes parlamentarios, que tienda conformar coaliciones inter-estados
destinadas a ampliar las libertades públicas, eliminar la pobreza, y avanzar las
fronteras del conocimiento artístico y científico del mundo, y acabar con la peste
del narcotráfico, que amenaza la salud física y moral del mundo.
A semejanza de la noción de Unidad
Europea (UE), la latinoamericana debe arrancar de la experiencia plural e interdisciplinaria
de siglos de historia muy anteriores a la conquista ibérica. También debe evitar
-a diferencia de la Unidad del África sub-sahariana, o la del Maghreb, o la del
Medio Oriente- copiar la ceguera del sectarismo economicista, prevaleciente en tiempos
de la descolonización africana (Nkrumah) y, por el contrario, seguir los parámetros
propuestos por instituciones pioneras tales como la Asociación Internacional Arte Sin Fronteras (São Paulo, Brasil).
OBJETIVO DE LA INVESTIGACIÓN | Este emprendimiento está dirigido en principio a los grupos dirigentes, en especial
a la intelectualidad, y a los estudios latinoamericanistas de todo el mundo, a los
dirigentes de los partidos políticos, y a las comunidades judiciales, diplomáticas
y universitarias, para que unidos encaren la elaboración de una agenda y un protocolo
para poner en marcha un proyecto común de combate contra la tercera globalización
y el conjunto de traumas culturales y políticos que los tiene desde antaño postergados
(TPC). Este conjunto de traumas se reducen al cesarismo bonapartista y patriarcal
(hombres providenciales e infalibles), al sectarismo economicista, al aislacionismo
(diplomático y cultural), al pretorianismo militar, al corporativismo patrimonialista
(clerical, sindical), al clientelismo electoralista, al analfabetismo funcional
(digital), a la endogamia institucional (docente, empresaria), al irredentismo espacial
(territorial), al restauracionismo o reconstruccionismo nostálgico-político, y al
negacionismo de los crímenes de lesa humanidad (desaparecidos y narcotráfico).
Esta propuesta debe estar fundada
en una selección significativa de innumerables links y videos, cuyos argumentos
se tomarán de libros y artículos de diversos autores, y debería estar reflejada
en escenas secuenciadas, no necesariamente lineales, y estimuladas por un repertorio
de unidades narrativas, correspondientes a diferentes períodos de la historia latino-americana
(antigüedad, modernidad, contemporaneidad); a diversas formas de gobierno (teocracia,
monarquía, imperio, talasocracia, república, cesaro-papismo, aristocracia, democracia,
estado fallido, narco-estado); a diferentes ficciones orientadoras (comunidades
imaginadas, indigenismos históricos: incaísmo, aztequismo), a distintas unidades
políticas (civilizaciones, culturas, virreinatos, estados-naciones, provincias,
departamentos); a diversos procesos violentos (conquistas, guerras, particiones,
rebeliones, ostracismos, providencialismos, conspiraciones, magnicidios, suicidios,
etnocidios, ecocidios, necro-políticas, narco-guerras, etc.); a una variedad de
mecanismos apaciguadores (abdicaciones, renunciamientos, armisticios, tratados,
etc.), y a distintas regiones y naciones del espacio latinoamericano, en su compleja
diversidad económica (minera, agrícola, ganadera, industrial, forestal, etc.), socio-étnica
(indígena, africana, mestiza, mulata, europea, etc.), comunicacional (impresa, radial,
televisiva) y geográfica (siringales en la amazonía, pampa gaucha y llanera, litoral
rioplatense, archipiélago caribeño o antillano, costa peruana, mundo andino, mediterraneidad
o insularidad paraguaya, meseta centroamericana, etc.).
Su selección debe ser intensamente
discutida y el borrador resultante debe ser permanentemente editado, como lo hemos
venido haciendo hasta el presente, con gran ayuda de Internet, del Google, de Wikipedia
y de Academia.edu (y eventualmente una red digital colectiva o sitio web al estilo
de wikipedia), que nos ha permitido asociar en esta empresa a multitud de colegas
de distintas partes del mundo y de diversas disciplinas científicas, a quienes se
les pidió opinar sobre sus temas preferidos, incorporando incluso las opiniones
de aquellos que no habiendo aceptado adherirse contribuyeron con sus críticas al
mejoramiento del Proyecto.
Por último, la compilación de textos
deberá ser interpretada, y reformulada con entrevistas, reportajes, ilustraciones
(antropología visual), lírica (Canto
General de Pablo Neruda por Theodorakis y Farantouri, Canción con todos, Misa criolla), melodías, coreografías, una serie
de videos semejante a la que con fines celebrativos se tituló AmericaS (1990-1992), basada en el
libro de Peter Winn del mismo título: AmericaS: The Changing Face of LatinAmerica and the Caribbean,
así como escenografías estéticamente diseñadas para la peculiaridad de cada episodio
histórico, y dobladas a todas las lenguas amerindias posibles.
LA IDEA MOTORA Y LA TRAMA DEL RELATO
AUDIOVISUAL | La idea motora que anima este proyecto
común de unidad latinoamericana es el combate a esos viejos “huevos de la serpiente”
(globalizaciones, motines militares, golpes de estado, aventurerismos, auto-golpes,
sumas de poder público) y a sus secuelas y supervivencias constituidas por el conjunto
de traumas políticos y culturales largamente incubados (TPC). El huevo de la serpiente
es una metáfora literaria, de origen shakesperiano, retomada por las teorías del
trauma colectivo (Kühner-Romero Villa), y también por el cineasta Bergman, alrededor
de un reptil que simboliza la potencialidad del mal con su eterna metamorfosis o
camuflaje de piel, y cuyos huevos incubados es preciso eliminarlos antes que eclosionen.
Por otro lado, el combate a que hacemos
referencia está centrado alrededor de una secuencia histórica de acontecimientos
concretos previa y correctamente fechados, y dialécticamente contrastados con una
secuencia discursivo-racional interna “…que se ha venido desarrollando desde la
disolución de las formas amerindias de vida hasta la identificación con un concepto
abstracto, fundamentalmente externo, muchas veces trascendente de independencia
y modernización” (Cripa).
Esta periodización, en su compleja
escenificación, comprende un friso múltiple, con cuatro (4) actos sucesivos (en
un espacio de tiempo de larga duración), y sus respectivas transiciones, etapas
o cortes cronológicos, gobernados por sus respectivas lógicas, muy distintas unas
de otras. Estas transiciones corresponden a la periodización histórica de la antigüedad
anterior a la conquista europea y a las distintas variantes de un concepto de modernidad
mucho más abarcador, que incluye la modernidad amerindia, la renacentista, la barroca,
la ilustrada, la liberal, la romántica, la positivista, la bonapartista y la neoliberal,
sugeridas por Nathan Wachtel, Enzo Traverso, Jesús Díaz-Caballero, Joaquín E. Meabe,
Tristan Platt y Eric Voegelin, con sus sucesivos huevos de serpiente y sus respectivos
teorizadores (Burke, De Bonald, de Maistre, Schmitt, Gentile, Kissinger), y a las
recientes propuestas teóricas formuladas por Osterhammel (colonialismo), por Tomás
Pérez Vejo (estado-nación) y por María Victoria Crespo (dictadura). Estos cuatro
actos sucesivos se desplegarán en:
a) un planteo inicial de la trama, que
comprenda la época antigua, considerando este momento como el de las sociedades
indianas y sus consecuentes desarrollos que se remontan al momento del poblamiento
del continente cuyos orígenes cronológicos en el Pleistoceno están en discusión
(de 10 a 60 milenios) y la conformación de las sociedades originarias continentales,
incluyendo fenómenos de modernidad autóctona. Para ello se considerará no tan solo
las denominadas zonas nucleares (Mesoamérica y mundo andino) sino incorporar al
estudio una visión holística del pasado indiano prehispánico dando visibilidad a
aquellas sociedades que tradicionalmente se han visto como secundarias en la historiografía
más tradicional (Moragas Segura). Específicamente, grupos indianos de las “tierras
bajas de Sudamérica” entre ellos los tupí y los guaraníes, para quienes existen
sobradas evidencias del intercambio con los Incas (Perusset).
b) un nudo crítico
y traumático, que alteró profundamente el mundo amerindio, que corresponde al período
colonial y a la lógica cultural del colonialismo y la modernidad renacentista, que
comprende la monarquía universal, la amalgama del absolutismo, el barroco, y el
mercantilismo, y que abarca la primera globalización, expresada en el descubrimiento,
y la partición de América entre los dos imperios pre-westfalianos y renacentistas
(Partición Papal y Tratado de Tordesillas, 1494).Este descubrimiento estuvo seguido
por la conquista, la colonización y la llamada evangelización, la unión de las dos
coronas castellana y lusitana (1580-1640); proseguida por la expulsión de los portugueses
de las ciudades hispano-americanas (a raíz de la Rebelión de Portugal), y la partición
de los dominios ibéricos (1640); culminada en la Paz de Westfalia y el Tratado de
Münster (1648), el apogeo jesuítico, el sistema mercantilista de Utrecht, la emergencia
de imperios comerciales y marítimos, la pérdida española del monopolio comercial
con Indias, y la penetración esclavista inglesa (1715-1740); la expulsión de los
jesuitas (1759-1767), la incidencia jansenista, la nociva secuela de una más intensa
partición político-administrativa del espacio colonial con la Real Ordenanza de
Intendentes (1782), y las insurrecciones indianas y las narrativas proféticas y
milenaristas (1782-1808).
c) un nudo secundario
o de transformación, que enmarcado en la época liberal ilustrada y en la simbiosis
de republicanismo, romanticismo y librecambio -correspondiente a la segunda guerra
civil europea, a las derivaciones de la Paz de Viena y a la diplomacia de Metternich
(1815)- impulsó un independentismo que acentuó la partición política del continente.
Estas particiones generaron los correspondientes providencialismos regionales, los
estados-tapones, el capitalismo comercial de librecambio, los procesos asimiladores
forzados y las luchas fratricidas de liberales contra conservadores, que no acabaron
con la colonialidad cultural; receptaron los impactos de las guerras europeas (Guerras
napoleónicas, Guerra de Crimea, Guerra Franco-Prusiana y Guerras Mundiales), y provocaron
una segunda globalización, que en el mundo andino agudizó el colonialismo interno
y la opresión del indiano al someter a los originarios como siervos de haciendas;
y en la pampa, la sabana y los litorales latinoamericanos incitaron a emprender
nuevas conquistas de territorios y recursos indígenas (Yrigoyen Fajardo). Esta misma
opresión que se da en los Andes se da también en las tierras bajas de la Amazonía,
entre muy diversos grupos de originarios, “…quienes comienzan a ver afectada su
forma de vida en comunidad por la intercesión de distintas ordenanzas regladas por
los “nuevos” estados nacionales” (Perusset).
y d) un desenlace
final, dramático y criminal, donde prevalecen las políticas extractivistas y de
partición geo-política, de articulación de bonapartismo, modernismo y proteccionismo,
y de sometimiento intelectual al Banco Mundial, que abarca la época correspondiente
a la tercera guerra civil europea con sus dos Guerras Mundiales; las derivaciones
de la Paz de Versalles (1918) y de los Acuerdos de Yalta (1945); la extinción de
la Guerra Fría con la Caída del Muro de Berlín (1989), y sus efectos en el Consenso
de Washington (1994); la tercera globalización, el derrumbe del Muro del Caribe
y el eventual levantamiento del Bloqueo a Cuba (2014); y con la emergencia de un
terrorismo global y un narco-populismo que contamina las instituciones republicanas,
degrada los niveles de vida democrática y amenaza con una tercera guerra mundial.
MODERNIDADES AMERINDIAS, GUERRAS CIVILIZATORIAS,
ETNOCIDIOS, DESASTRES ECOLÓGICOS, METEOROLÓGICOS Y TELÚRICOS, Y ARTICULACIONES ETNOGEOGRÁFICAS
(CARIBEÑAS, POLINÉSICAS, SIBERIANAS, AMAZÓNICAS, ASIÁTICAS Y AFRICANAS) | Desde el proceso de colonización
del continente durante el pleistoceno (época geológica que arranca desde hace más
de diez mil años), tratamos una serie de unidades narrativas que operan como un planteo inicial
del inmenso drama histórico latinoamericano, en seis (6) articulaciones geográficas
prehistóricas, y en cinco (5) articulaciones históricas correlativas, dominadas
principalmente por las guerras internas y secundariamente por los desastres ecológicos,
meteorológicos y telúricos como lo revelan las estelas y las representaciones iconográficas
de escenas bélicas.
En principio, se dieron seis (6) articulaciones
etnogeográficas prehistóricas: la caribeña, la polinésica, la siberiana, la asiática,
la amazónica y la africana. La articulación caribeña o antillana se produce con
las migraciones de los arawak desde el río Orinoco al mar Caribe (saladoides o cultura
cerámica), y entre ellos la de los taínos a Puerto Rico (Borinquen), a la Hispaniola,
y a Cuba, donde se mezclan con los indios Caribes.
Se ha sostenido la existencia de una
tecnología marítima prehispánica para la ruta comercial costera y de cabotaje, que
conectó los mundos mesoamericanos con las costas del mundo andino, que va de Tehuantepec
a Chincha, y que explicaría el contacto intercultural que existió para el desarrollo
del maíz (Melgar Tisoc).
La articulación polinésica se habría
comprobado mediante restos lingüísticos y vestigios arqueológicos encontrados en
la Isla Moche (frente a la provincia de Arauco en Chile). Y la articulación amazónica
opera en toda la extensión fronteriza de Brasil y Maranhao. Así como Murra inauguró
el estudio del control vertical de los pisos ecológicos, es preciso rastrear también
la articulación de las tierras altas andinas con las tierras bajas de la amazonía
venezolana, colombiana, ecuatoriana, peruana, boliviana y paraguaya (Vallvé). Estas
últimas, conjuntamente con la Amazonía brasilera, quedaron mitificadas en lo que
se dio en llamar “gran vacío amazónico” (Santos Granero), y fosilizadas en una temporalidad
ahistórica (Saignes), que recién muy últimamente lo han tratado de revertir los
estudios de etnohistoria, especialmente los dirigidos a las etnias bisagra que operaban
bélica y económicamente entre el mundo andino y la amazonia.
Por último, la articulación africana
y/o polinésica sería la más antigua de todas pues se remontaría según arqueólogos
brasileros a sesenta milenios (ver Serra da Capivaraen Piauí). Pero si el origen
del género humano en la estepa etíope se remonta a más de dos millones de años,
quiere decir entonces que los descendientes de ese mismo ser humano habrían demorado
un millón novecientos mil años en llegar a América. Por cierto, estas diferencias
son muy difíciles de sostener.
Posteriormente, y ya en la época histórica,
se dieron una serie de etapas, las de la cultura Chinchorro en la costa norte de
Chile (4000-2000 BC), la civilización maya en mesoamérica desde su preclásico medio
y tardío (1000 BC-AD 250) cuando sus características culturales se destacan; y las
altas culturas del horizonte temprano Quimbaya, Muisca y Chavín en la costa y sierra
colombiana y peruana y en la meseta alto-peruana que habrían operado como la modernidad
de su tiempo (1500-200 BC). A ello le sigue en el horizonte medio la innovadora
cultura Huari-Tiahuanaco (200-1100 AD) y en la frontera con la Amazonía la cultura
Chachapoyas. Durante el horizonte temprano se
desarrollaron también importantes culturas como la Mochica con su secuencia cerámica
de cinco fases; la de Nasca, con sus antaras
(flautas) de cerámica con un cromatismo de hasta una docena de sonidos diferentes;
y en el intermedio tardío la de Chimú, con su culto dedicado
a la luna “porque consideraban que era más poderosa que el sol puesto que alumbraba
de noche, por su influencia sobre el crecimiento de las plantas y su utilización
como marcador del tiempo”. Posteriormente se desarrolló el imperio Inca que conquistó todos
los territorios que había sido del Imperio Huari y que pasaron a denominar Tawantinsuyo.
El avance o conquista de los Incas “…no fue un proceso de incorporación de territorios,
sino una progresiva inserción de pueblos, donde la definición de dominio no era
tanto la suma de tierras, como la de la fuerza de trabajo de la comunidad, cuyo
censo era el factor central de la sumisión” (Hampe Martínez). Tristan Platt sostiene
que quizás habría que consolidar la idea de una modernidad amerindia particularmente
impulsada por los Incas y sus conquistas, pues sin ellos no se habría podido imaginar
un virreinato del Perú.
De manera semejante, imaginar un virreinato
como el de Nueva España, requiere tomar en consideración a través de numerosas ruinas
arqueológicas, la modernidad que significó, en el período post-clásico, la cultura
mexica (azteca); y la triple alianza conformada por México-Tenochtitlan (de filiación étnica
nahua), Tetzcuco (de filiación acolhua) y Tlacopan (de tradición otomí)
herederas del período clásico cuando
habían reinado las culturas totonaca (El Tajín) y zapoteca (Monte Albán); y en el mismo post-clásico la cultura
tolteca (Tula) heredera de la teotihuacana. Y todas estas culturas últimas también
fueron modernidades legatarias a su vez del período pre-clásico, cuando amén de
la maya se había instalado la cultura olmeca (San Lorenzo Tenochtitlan), y la de
Cuicuilcocon sus modernidades en materia arquitectónica y cerámica escultórica,
y las interpretaciones de sus lenguajes gestuales y corporales.
La cultura teotihuacana tuvo a su vez
sus nexos con la cultura maya, de la cual fue beneficiaria en el pre-clásico tardío,
luego durante el clásico
temprano extendió su influencia hacia el área
maya, y recíprocamente el auge de la civilización maya clásica y su globalización
debe su emergencia
al colapso teotihuacano (Izquierdo-Egea). Por último, el colapso maya con su
larga decadencia y oscuro final, han exigido recurrir a los avances de la arqueología y la epigrafía para “…contemplarlo desde una
distancia cada vez menor, de modo que aquellos fenómenos generales como el colapso
se han descompuesto en historias particulares” (Ciudad Ruiz/Lacadena/Adánez/Iglesias),
que han servido para el análisis de la geografía sagrada (manantiales, cuevas, templos,
plazas), de la indumentaria y de la dieta alimenticia, como vestigios de la crisis
que llevó al cataclismo final.
Debido a esos permanentes ajustes
y alianzas de rituales, dinastías y linajes, terminó por predominar la hipótesis
de la guerra intestina y prolongada que duró casi tres siglos (VII DC al IX DC);
y que se libraba por la primacía en la competencia mercantil y simbólica, por el
control de espacios estratégicos y de lugares sagrados (cuevas, manantiales). El
comercio en objetos suntuarios (obsidiana, jade, plumas de quetzal, conchas de moluscos),
dependía del control de los ríos (navegados en canoas), en especial del curso fluvial
La Pasión/Usumacinta (Demarest, Barrientos, Fahsen) o del curso del río Motagua
(Ashmore). En estas guerras rivalizaban entre sí ciudades como Tamarindito y Dos
Pilas en Petexbatun(Valdés);o Ceibal y Dos Pilas (Fahsen); o Piedras Negras y Yaxchilán en el Usumacinta (Miller); o Uaxactun y
Tikal (Webster); o Palenque (Chiapas) y Calakmul; o Quirigua y Copán en el curso
del río Motagua (Van
Cleve); o Tikal (Dos Pilas) y Calakmul (Grube), con ciudades
como Machaquilá acorralada en medio de estas últimas y obligada a trasladarse buscando
zonas más guarnecidas. U otras ciudades que operaban como observatorios astronómicos
como las de Caracol y Chichen Itzá en el Yucatán.
Amén de las ruinas arqueológicas,
en materia de cultura escrita, del post-clásico maya (900-1450 AC)
datan los glifos y códices que se refieren a secuencias dinásticas y a predicciones
astronómicas, relativas a eclipses lunares y ciclos planetarios. Se sospecha que
entre todos ellos -cuatro códices mixtecos, tres códices mayas y siete códices del grupo Borgia- la copia de época
(Códice de Dresden) existente
en una colección de Viena (cuyo origen se remonta a una posible donación de Hernán
Cortés a Carlos V) llegó durante el Renacimiento a conocimiento de Brahe, de Kepler
y de astrónomos jesuitas, y que por tanto su lectura y parciales desciframientos
podrían haber contribuido al origen de la astronomía y de la ciencia modernas. Más
aún, la ciencia moderna está estrechamente vinculada al conocimiento que los indianos
de la Amazonía tenían y tienen del uso de plantas medicinales. Y con referencia
a la etnografía, Jaime Marroquín Arredondo demuestra en su último libro Diálogos con Quetzalcóatl: humanismo, etnografía
y ciencia (1492-1577) “que la llamada Revolución Científica tiene evidentes
orígenes en las historias etnográficas y naturales compuestas por los humanistas
españoles y nahuas en México-Nueva España durante el siglo XVI, quienes intentaron
incorporar la ciencia y la ética mesoamericanas a la filosofía natural
y moral de Occidente”.
De la época histórica que corresponde
a la era cristiana rescatamos los manuscritos mayas conocidos como el Popol Vuh, con sus calendarios de ceremonias y rituales; el Rabinal Achí, drama dinástico expresado por medio de máscaras,
danza, teatro y música; y los libros de Chilam Balam, de profecías retrospectivas, correspondientes a las poblaciones del
Yucatán en donde fueron escritos; así como también las culturas mesiánicas
prehispánicas de Huitzilopochtli y Quetzalcoatl/Viracocha. La profecía de esta última
habría correspondido a Tomás, el único apóstol de Cristo que fue a Oriente y que
desde la India llegó a América (cf. el Sermón Guadalupano de Fray Servando Teresa
de Mier, y las rutas de intercambio cultural de larga distancia en Golte), y también
al país de Cipango y del Preste Juan, rememorado por Marco Polo, con sus relatos
y la cartografía pertinente (Per Totum
Circulum, 1440; Zeitz,1470; Henricus Martellus, 1489). La existencia
de Cipango habría estado en conocimiento de Colón, referencia que se confirmaría
con los últimos hallazgos arqueológicos de Walter Alba sobre la cultura moche, en
especial la del Señor de Sipán, hipotéticamente procedentes de China continental.
IMPACTO DE LA MONARQUÍA UNIVERSAL
Y DE LAS GUERRAS RELIGIOSAS Y DINÁSTICAS EUROPEASY ARTICULACIÓN DE ABSOLUTISMO,
BARROCO Y MERCANTILISMO | La era colonial,
nudo traumático o punto crucial de quiebra, puso en condición subalterna a todos
los pueblos originarios, fijó las fronteras territoriales entre jurisdicciones diversas
-dado el principio del utipossidetis iure ("como poseías así poseerás")- en forma casi definitiva, y subordinó la cultura, la política
y la economía, antes autárquicas, a una amalgama de absolutismo, barroco, y mercantilismo,
que debe importar permanentemente los avances intelectuales del centro, y exportar
sus recursos naturales al exterior (Yrigoyen Fajardo). Debemos incluir entonces
la lógica humanista importada, pues la supuesta universalidad de la monarquía hispánica
como tercera Roma (heredada del Sacro Imperio Romano-Germánico) se debió especular
en disputa con el Zarismo ruso, que la había heredado del Imperio Bizantino, cuando
la caída de Constantinopla (Voegelin), y por cierto no en disputa con el Imperio
Chino ni con el Otomano. En ese sentido, el canonista Palacios Rubios discutió la
profecía bíblica del Libro de Daniel acerca de España como la quinta y última monarquía
universal del mundo (luego de Asiria, Persia, Grecia y Roma), y la teoría opuesta
al universalismo del escolástico Vázquez de Menchaca, que posteriormente influyera
en las doctrinas del internacionalista Hugo Grocio, que llevaron a la Paz de Westfalia
(Salinas Araneda).
Este nudo traumático, extremamente
anacrónico, no se redujo solo a la conquista ibérica, pues incluyó una compleja
combinación de etapas y acontecimientos muy distintos entre sí que se sucedieron
e influyeron mutuamente. Dicha combinación comprendió el impacto de las guerras
religiosas y dinásticas europeas, la recepción del renacimiento y el barroco, la
sucesiva hegemonía de colonizadores portugueses, ingleses, franceses, holandeses
y jesuitas; de funcionarios jansenistas; y de colonizadores daneses y suecos.
Para analizar entonces el orden colonial
ibérico, debemos desagregarlos en seis (6) etapas sucesivas: la del descubrimiento
(1492), conquista (1519-1580) y primera guerra civil (1537); la de la primera globalización
de la Unión de las dos Coronas, presencia portuguesa, francesa y holandesa en ciudades
y puertos y capitalismo comercial de guerra (1580-1640); la de la expulsión de comerciantes
portugueses a raíz de la Rebelión de Portugal, y capitalizada por el apogeo jesuítico
(1640-1700); la del sistema mercantil de Utrecht, la penetración esclavista inglesa
y la pérdida española del monopolio comercial de Indias (1715-1756); la de la Expulsión
Jesuítica, la incidencia jansenista y las particiones ilustradas (1759-1782);y la
de la recolonización borbónica, las insurrecciones indianas de Túpac Katari y Túpac
Amaru II y las contradictorias narrativas proféticas, milenaristas e indigenistas
(1782-1808).
DESCUBRIMIENTO (1492), PARTICIÓN PAPAL
(1493), CONQUISTA IBÉRICA (1519-1580), PRIMERA GUERRA CIVIL (1537) Y EMBRUJAMIENTO
AURÍFERO AMAZÓNICO (1560) | Primero debemos tratar el descubrimiento,
conquista, y colonización de América; y a su “evangelización”, por parte de dos
imperios pre-westfalianos aunque renacentistas, hijos del Tratado de Tordesillas
(1494) y de la Partición Papal entre España y Portugal (1493). Este tratado, formulado
a semejanza del Tratado de Alcaçobas (1479),y que fuera cuestionado por los monarcas
de Francia (Francisco I y Enrique IV) mantuvo al continente partido al medio, en
dos espacios geográficos separados, cuyos límites territoriales se perfeccionaron
recién con el Tratado de Madrid (1750). A la ocupación territorial de América debe
sumarse el Océano Pacífico con las Filipinas, como fruto de numerosas expediciones
(Magallanes, Elcano), y que fueron incorporadas a la corona hispana y gobernadas
desde el Virreinato de Nueva España, y específicamente
desde el puerto de Acapulco (1565-1821).
En principio, debemos encarar el mesianismo
de las sociedades que creían en la profecía de un rey-dios redentor, como el de
Federico Barbarossa en el Sacro Imperio Germánico (siglo XII), o el sebastianismo
en Portugal (siglo XVI), o como Quetzalcoatl en México, un dios barbado y blanco
que vendría de oriente a redimirlos, o como el del Inkarri en Perú. Estos mitos
mistifican los huesos de los últimos emperadores Incas (Túpac Amaru) y Aztecas (Cuauhtemoc)
como regeneradores de cuerpos que en un futuro “regresarán y serán millones”. Para
comprender estos imperativos míticos engendradores de secuelas traumáticas debemos
advertir y conocer que en estas sociedades operaban procesos inmigratorios históricos
(los Aztecas procedían de la Baja California; y los Pipil, que poblaron Centroamérica,
provenían de México), procesos beligerantes asimétricos (guerras civiles), catástrofes
telúricas (terremotos, huracanes, tsunamis, ver Schwartz), catástrofes biológicas
(pestes, plagas, epidemias), y procesos criminales de estado (ejecución de Túpac
Amaru I, Cuauhtémoc, Antequera,Túpac Amaru II, Tiradentes, Murillo).
También se dieron procesos asimilatorios
forzosos de corte lingüístico y cosmológico de unas etnías sobre otras (quechuización
incaica de los cañaris, aymarización de los uros, nahuatizacion de Centroamérica,
araucanización de los pampas, mayanización de los kiché, guaranización de los chané-arawak,
castellanización de los indianos andinos y mesoamericanos, lusitanización de la
amazonia brasilera, etc.). Como los españoles que conquistaron
Centro América iban acompañados de los tlaxcaltecas -enemigos de los mexicas- asimilaron
la lengua que se hablaba en lo que hoy es El Salvador al prestigio de la suya, llamada
por los cronistas náhuatl-mexicano. Esa lengua, llamada nahuatl-pipil, la percibieron
como un dialecto inferior, casi de niños, una de las traducciones de “pipil” (Lara-Martínez).
Y en materia lingüística y beligerante, en la Guerra del Chaco, la tropa hablaba
diferentes lenguas pues según de qué bando se tratara “…usaban el aymara, el quechua
o el guaraní para salvar el pellejo o deslizar información confidencial” (Urzagasti).
Luego, debemos conocer los incas de
Vilcabamba, o Imperio Neoinca de Vilcabamba (1537-1572), correspondiente
a los cuatro monarcas sucesores de Atahualpa pero herederos de
Huayna Cápac, que se enfrentaron
al desmantelamiento que los conquistadores españoles y sus aliados andinos (chachapoyas,
huaylas, huancas y cañaris) hicieron del Imperio inca. Se cree que el
mito del Paitití y su persistente búsqueda, semejante a la de El Dorado (Jiménez
de Quesada, Belalcazar, Aguirre), obedece a tesoros ocultados en la Amazonía peruana
por los Incas de Vilcabamba (Neuenschwander Landa y Deyermenjian).
Entre otros mitos y falsedades, existieron
mitos fundacionales o arquetípicos como el de los héroes, con todo lo sombrío que
pueden devenir, que en México, según sostiene el psicoanalista Juan Miguel Zunzunegui,
incubaron choques emocionales (traumas) que fueron transferidos desde los individuos
hacia la sociedad toda (traumas colectivos) y también transmitidos de una generación
a otra (traumas inter-generacionales). Estos traumas generados por mitos y falsedades
pueden funcionar como inconsciente o memoria colectiva de una población o como versiones
oficiales de la historia, y pueden con el tiempo llegar a desatar polarizaciones
político-militares trágicas. En tal caso, deben ser puestos en tela de juicio pues
“…pueden llegar a servir para alimentar el odio y la desigualdad” (Kühner-Romero
Villa).
Para explicar entre otros el choque
emocional y las falsedades de la conquista, tanto la de los mundos andino, mesoamericano
y amazónico, como la del mundo del litoral fluvial (Paraguay, Río de la Plata),
y el mundo del litoral marítimo (Brasil, Caribe), es preciso acudir a sus secuelas
traumáticas tales como los complejos de humillación y conciencia de inferioridad
nacional y/o militar, y los síntomas de culpa, depresión, apatía y vergüenza (observables
en los hijos de sus víctimas: los indios o los esclavos negros). Estas aclaraciones
son oportunas, pues al momento de ese acontecimiento asimétrico que fue la conquista
ibérica, Zunzunegui sostiene que no existía lo que se conoce como México, sino que
eran distintas ciudades-estados o reinos -en mutua guerra fratricida- como el azteca,
el tlaxcalteca, el chichimeca, el zapoteca, y el totonaca. Al muy sugerente razonamiento
de Zunzunegui podemos añadir que previo a la conquista, en el Petén, tampoco existía
la civilización maya, sino ciudades-estado enfrentadas entre sí(Dos Pilas, Tikal, Uaxctun, Calakmul,
Cancuén, Aguateca,
Tamarindito, Palenque, Caracol, Mirador, Copan, Chalchuapa, Piedras Negras, Seibal, Machaquilá,
El Pato, Chichen Itzá). Y que al momento de la conquista tampoco se conocía
lo que primero fue el Perú, luego el Río de la Plata, y más tarde la Argentina,
Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay; tampoco lo que primero fue la Nueva Granada
y luego se conoció como Colombia, Ecuador, Venezuela y Panamá; tampoco lo que fue
una gobernación general subordinada al Portugal
para administrar todo el Brasil que estaba dividido en doce capitanías hereditarias comunicadas entre
sí sólo por vía marítima y luego se conoció como Brasil; y mucho menos aún lo que
muy luego, a partir del emperador Maximiliano de Habsburgo, se conoció como América
Latina (Filippi). El Perú estaba conformado por el poderoso estado Inca, pero también
al norte por los reinos Chachapoyas, y en el actual Ecuador por los Cañaris, Caranquis
y Cayambis, los últimos en resistir la invasión inca; y al centro por los reinos
Huaylas y Huancas (Valle del Mantaro). El Río de la Plata estaba constituido entonces
por regiones autónomas entre sí, tales como Cuyo poblada por los indios Huarpes,
Tucumán poblada por Diaguitas y Calchaquíes, y ambas bandas del Río de la Plata
por los Charrúas. La Nueva Granada estaba constituida por regiones tales como Santa
Marta, Cartagena y Popayán, pobladas las dos primeras por indios tayronas y muiscas,
de la familia lingüística chibcha; y por la Isla Margarita, poblada por los guaiqueríes, y que en 1739 dejó de
pertenecer a la Real Audiencia de Santo Domingo. Por último, Venezuela
que pertenecía a la Real Audiencia de Santo Domingo, estaba poblada por indios taynos.
Algo semejante a México ocurre en
los mundos andino y amazónico con los mitos de la conquista del Perú y de El Dorado
(Paitití), pues pese a la ideología maoísta y polpotiana del fundador de Sendero
Luminoso (Abimael Guzmán), su imaginario restaurador habría emanado parcialmente
del mito andino del Inkarri. También este mito tiene su aire de familia con el de
la restauración dinástica del Imperio de Iturbide por parte de Maximiliano de Austria
y el conservadorismo monárquico mexicano, o con la restitución de la legislación
de Indias pretendida en el Río de la Plata dos décadas después de la Revolución
de Mayo por el “Restaurador de las Leyes” Juan Manuel de Rosas y su fuerza de choque
denominada La Mazorca. Sin embargo, la recreación del Tawantinsuyo
(unión de los cuatro suyos, territorios del imperio incaico) buscada en el
siglo XVIII por los hermanos Katari, y enarbolar hoy públicamente la wiphala
(bandera-emblema del mismo) tendría una dimensión distinta al mito del Inkarri,
y se acercaría más a un esfuerzo de recuperación de la historia desde una perspectiva
indiana, lo cual tiene una tradición intelectual que se remonta a la insurrección
Katarista de 1781, a la frustrada insurrección de Pedro Murillo en el Alto Perú
(1809), a la Guerra Federal del Norte en Bolivia que transfirió la capital desde
Sucre a La Paz (1898-1899),y más próximamente, a los comienzos del siglo XX, cuando
tras medio siglo de activismo intelectual aymara la Rosca Minera fue finalmente
destronada del poder (Platt, Waskar Ari).
Este mito también se da en el Paraguay,
donde la conquista es caracterizada por una amalgama hispano-guaraní destinada a
defenderse de los ataques de los indios del Chaco paraguayo (Guaycurúes, Payaguás).
Dicho mito fue para algunos el “paraíso de Mahoma” o “fiesta de la exogamia” (Kahle,
2005); para Bartomeu Meliá una serie de levantamientos proféticos de los chamanes guaraníes contra los
encomenderos criollos (1556-1616); y para Creydt (2007), una explotación de la fuerza
de trabajo de la mujer indiana, donde la poligamia fue “…una relación impuesta por
la necesidad de convertir a las mujeres indígenas y a sus cuñados en siervos agrícolas”
(Castells, 2011). Y también se da en el caso del Caribe, el Brasil y el Río de la Plata, donde
habría habido un poblamiento sin servilismo indígena -porque la misma había sido
previamente extinguida- pero con explotación de enormes masas de esclavos procedentes
de África, con comerciantes portugueses articulados en red con los enclaves mineros
de México, el Perú y Chile, y con las corambres de la Banda Oriental, muy lejos
de ser algo semejante a la conquista que sufrieron los guaraníes en Paraguay, y
más lejos aún de la que sufrieron los quechuas y aymaras en la conquista del Perú.
Esta diferencia y aparente docilidad de la mano de obra esclava con respecto a la
mano de obra indígena, obedecería a que el acto originario de esclavización se había
producido lejos en el espacio geográfico, allende el Atlántico, en el continente
africano, y como fruto en principio de guerras inter-tribales (G. Freyre).
La crisis de la conquista se agudiza
con las guerras civiles entre los propios conquistadores (1537), entre los partidarios
del rey de España y sus virreyes (La Gasca), y los conquistadores que desafiaban
su poder (Gonzalo Pizarro), lo que provocó en estos últimos, derrotados en la pelea,
un inicial complejo de inferioridad de origen geográfico. Esta crisis vino a reproducir
las crisis que se dieron en forma de guerras intestinas entre ciudades-estado que
destruyeron civilizaciones enteras, de las cuales fue un paradigma el colapso de
la civilización maya en Mesoamérica. Con el tiempo el complejo de inferioridad provocado
por la derrota militar se volvió para los criollos en una suerte de trauma colectivo,
que tuvo sus primeros exilados en Garcilaso de la Vega, caído en desgracia por la
persecución del Virrey Toledo, quien venía combatiendo cruelmente a los Incas de
Vilcabamba (1572) y al patriotismo criollo fundacional de los derrotados en las
guerras civiles del Perú y sus herederos (Díaz-Caballero).En la Amazonía, Lope de
Aguirre y sus seguidores conocidos como los Marañones, y que habían participado
de la guerra civil en diferentes bandos, se embarcaron en 1560 en piraguas bajando
dicho río hasta alcanzar el Amazonas, para recorrerlo hasta su desembocadura a lo
largo de mil quinientas leguas, y luego recalar en la Isla Margarita, donde ejecutó
a su gobernador y se rebeló contra Felipe II (Uslar Pietri, Otero Silva). Después
de esta trágica experiencia, las autoridades del Perú prohibieron incursionar en
el piedemonte andino, para ulteriormente recabar el auxilio de los Jesuitas. Y en
Mesoamérica, si bien no hubo guerra civil, si hubo desavenencias jurisdiccionales,
que se expresaron en los traslados que sufrió la Real Audiencia de los Confines,
de Guatemala a Tierra Firme (Panamá), y viceversa.
El estudio de estos mitos, falsedades
y traumas fueron formulados en varias etapas consecutivas (últimamente una corriente
de pensamiento conocida como la “nueva historia de la conquista” integrada por Florine
Assilbergs y Michael R. Oudijk, ha revisado la obra de Bernal Díaz del Castillo),
la del utopismo milenarista franciscano del “buen salvaje” con su pastoral cristiana y su recuperación
del mundo cultural indiano (Lascasianismo); la de las alianzas
inter-étnicas de indianos con españoles para conquistar otras etnias rivales y el
rol de los indios-amigos; la de la reducción de los indianos a "pueblos de
indios"; y la de las mujeres indias y los señores de la coca (Numhauser).
En medio de este conflictivo contexto
se da la colonización del Paraguay, del Oriente de Charcas (Santa Cruz de la Sierra)
y del Río de la Plata (Buenos Aires), que procede en gran parte desde el mismo interior
del espacio colonial, desde la Asunción del Paraguay y desde Charcas, pues la metrópoli
española estaba inmersa en la defensa militar de sus flotas de galeones en el mar
caribe, y la metrópoli portuguesa inmersa en la defensa de Rio de Janeiro esporádicamente
ocupada por los hugonotes franceses (1555-58). Dicha colonización se hizo con visiones
y ordenanzas superpuestas, pues la legislación que llega al Brasil portugués y al
Río de la Plata español se acata (o no) de muy distinta manera. Lo mismo sucede
con los jesuitas del Brasil, México y Río de la Plata (Perusset).
Para esta primera etapa del largo
y conflictivo período colonial, seleccionamos una larga serie de discursos que se
siguen unos a otros, el pensamiento reaccionario y mesiánico que impregnó a los
monarcas indianos (Atahualpa-Moctezuma) y que los entregó impotentes a la conquista
española acelerando el colapso de las culturas mesoamericanas y andinas; y la lógica
del discurso milenarista que tiene sus orígenes en discursos pre-renacentistas (Joaquín
de Fiore), en teologemas y mitemas cosmogónicos mayas, chavines, moches, incas,
aztecas, y mapuches (e.g.: Quetzalcoatl/Wira-Kocha), y en profetismos mesiánicos
tupí-guaraníes (Tierra sin Mal). También le siguió la lógica represiva e
inquisitorial de la extirpación de idolatrías o “lógica de las hogueras”(curanderismo, hechicería, brujería,
chamanismo, vaticinios, veneración de momias ancestrales, culto de los espíritus
serranos), y asimismo la del miedo a la excomunión, mecanismo represivo que era manipulado
por los obispos para mantener dominadas a las feligresías locales. De igual forma
seleccionamos una larga serie de episodios como la extinción de la población aborigen
caribeña, el feminismo indígena en la conquista (Malinche); y las negociaciones
culturales que produjeron un sincretismo entre las culturas indianas, europeas y
africanas.
PRIMERA GLOBALIZACIÓN, UNIÓN DE LAS
DOS CORONAS, PRESENCIA PORTUGUESA EN CIUDADES Y PUERTOS, CAPITALISMO COMERCIAL DE
GUERRA Y MOVIMIENTOS MIGRATORIOS FORZADOS (1580-1640) | Debemos encarar
ahora la etapa de una primera globalización, correspondiente a la Unión de las dos
Coronas, castellana y lusitana (1580-1640), cuando por la muerte sin dejar descendencia
del último rey portugués, el rey de España Felipe II, por ser hijo de madre portuguesa,
asume también la corona de Portugal. Una vez producida la unión de las dos coronas,
formulada a imagen y semejanza de la unión dinástica de la corona de Castilla y
Aragón, el capitalismo comercial de guerra y la primera globalización, de matriz
mercantilista, encontraron un espacio más auspicioso para su expansión a escala
global, inaugurando para ello una instrumentación crediticia de larga distancia
(fiado de Castilla), pero que encontró su punto final con la Guerra de los Treinta
Años y la Rebelión de Portugal (1640).
En las ciudades íbero-orientales como
Manila (Filipinas), Macao (China), y Goa (India); en los puertos íbero-africanos
(pertenecientes a reinos e imperios esclavistas y matriarcales enfrentados en cruentas
guerras tribales); en las ciudades hispano-americanas cabeceras y/o portuarias (Acapulco,
Veracruz, Panamá, El Callao/Lima, Guayaquil, Cartagena, La Habana, Santo Domingo,
La Guaira/Caracas, Buenos Aires, Valparaíso, Bahía, Rio de Janeiro), y en los puertos
fluviales del interior de ríos y afluentes como el Amazonas (Iquitos, Manaos), y
el Río de la Plata (Asunción, Santa Fe, Corrientes), los comerciantes portugueses
pudieron comerciar indiscriminadamente, como ocurrió con el Galeón de Manila, y
convivir socialmente, al extremo de producirse en ese transcurso numerosísimos matrimonios
cruzados, incluso con marranos confesos.
En los puertos íbero-africanos los
comerciantes portugueses se proveían de negros Hausa (norte de Nigeria
y sureste de Níger, animistas escasamente convertidos al Islam), Songhai (Rio Níger), Fulani (limítrofes al Fouta
Djallon y al Macina, Guinea, enemigos
de los Hausa), Mandingas (de Guinea,
descendientes del Imperio de Mali, muchos convertidos al Islam), y Mbundu o Bantú
y Benguelas (Luanda, Angola). Esa expansión del capitalismo comercial de guerra
y de los movimientos migratorios forzados (Beckert) hizo que a través del comercio
triangular de larga distancia se expandiera también la explotación minera de plata
en Perú y Alto Perú, y que el pillaje de los pueblos indianos por españoles y criollos
se diferenciara según su diversa inserción económico-social en el espacio colonial.
En ese capitalismo comercial de guerra
descolló la revolución inglesa, que operó la primera transición del feudalismo al
capitalismo e ideó el sistema mercantilista isabelino, cuyo primer teorizador fue
Thomas Mun. La etapa se inauguró con la I Guerra Anglo-Española (1585-1604), un conflicto
de la Inglaterra de Isabel I contra la España de Felipe II, que se desató en solidaridad
con la centenaria Guerra de Flandes por independizarse de los Habsburgo españoles
(1568-1648), y que consistió en una piratería bucanera contra la Flota de Indias,
liderada por Francis Drake y John Hawkins, en la década del 1590, y que concluyó
en el Tratado de Londres entre Jacobo I y Felipe III (1604).Firmado el Tratado de
Paz, las hostilidades se continuaron disfrazadas de maniobras de contrabando, con
su principal teatro de operaciones en las costas occidentales de La Española, donde
la mayor parte de su producción agraria o de vituallas era adquirida por
piratas franceses, ingleses y holandeses. Para combatir ese
asedio, Felipe III implementó las denominadas Devastaciones de Osorio, consistentes en
una orden dirigida al gobernador en 1605 de despoblar la parte occidental de la
isla y trasladarla en forma forzosa hacia la parte cercana a Santo Domingo. Fracasada esta estrategia
de tierra de nadie, Felipe III instrumentó con los Países Bajos el Tratado de Amberes,
que plasmó la Tregua de los Doce Años (1609-1621), y que significó el principal
interregno en la Guerra de los Ochenta Años o Guerra de Flandes (1568-1648).
También se desató en el Caribe-cuando aún regía la Unión
peninsular de las dos coronas, durante el reinado de Felipe III y su valido el Duque
de Lerma- la guerra contra Francia, que se extendió al nordeste brasilero, pues
el estado de Maranhão con Pará y Ceará y con San Luis de capital (en homenaje a
Luis XIII), vecinos a las Guayanas francesas, cayeron bajo dominio galo en 1612.Estos
territorios fueron recuperadas por los portugueses tres años más tarde, en 1615,
para luego separarse del resto de las capitanías Brasileras en 1622, división administrativa
que había caído en desuso al producirse la unión de las dos Coronas en 1580.
Más luego, en 1621, como la tregua
no resultó, una vez fallecido Felipe III, su hijo Felipe IV y su valido el Conde-Duque
de Olivares rompieron el Tratado de Amberes con los holandeses, que eran los principales
distribuidores de azúcar en toda Europa, y ordenaron cerrarles todos los puertos
caribeños y brasileños. De resultas de esa prohibición, los holandeses primero en
1624 y luego bajo el liderazgo del Príncipe Nassau en 1630 ocuparon varias ciudades
productoras de azúcar (comenzando con Recife y Sergipe), y en ellas aplicaron una
revolucionaria política de tolerancia religiosa, aunque incursionaron en políticas
comerciales monopólicas que tergiversaban su pregonada política de libertad de los
mares. El periodo de la Unión de Coronas (1580-1640) podría incorporar entonces
algún tipo de reflexión estructural referida a los grandes trajines mercantilistas
de la llamada primera globalización, “teniendo en cuenta los múltiples comercios
transoceánicos atlánticos y pacíficos, que hicieron que buena parte de la plata
americana terminara pagando manufacturas asiáticas, al tiempo que América terminaba
recibiendo un aporte demográfico forzado por medio del tráfico de esclavos” (Salas
Almela).
Amén del comercio activo portugués,
en ese período se generalizaron los renacimientos artísticos, literarios, jurídicos
y lingüísticos, tales como el sincretismo del barroco lusitano (manierista) con
el barroco americano (cuzqueño, quiteño); el régimen plantocrático en el Caribe
(código negro); la alternancia entre criollos y peninsulares en los cargos capitulares;
y la proliferación de dialectos como el paisa y el pastuso en Colombia; el créole
en Haití (con influencias de la lengua wolof); el pipil en Centroamérica; el caipira,
el fluminense y el gaúcho en Brasil; y el papiamento en el Caribe (donde las palabras
portuguesas obedecen a los judíos sefaradies procedentes del nordeste brasilero).
Entre las políticas demográficas,
se generalizaron las migraciones forzadas garifunas (etnia caribe-yoruba); la resistencia
afro-americana a la esclavitud en palenques y quilombos del Caribe, Brasil y costa
del Perú (cimarronismo o maroons); la servidumbre registrada en el Caribe
(indentured servants); y la ofensiva bandeirante paulista para cazar esclavos
indianos (colonos mamelucos). Estos últimos, a diferencia de los colonos norteamericanos
(vaqueros-cowboys) que en las colonias de Nueva Inglaterra migraron al oeste de
la cordillera de los apalaches eliminando a los indios sin que nadie los defendiera
(F. J. Turner); no pretendió cruzar la pampa y los Andes y llegar al Océano Pacífico
por la fuerte resistencia ofrecida por el régimen teocrático-militar de las Misiones
Jesuíticas, y porque su interés colonizador se reducía a la esclavización de la
mano de obra indígena y no a su eliminación total.
PARTICIÓN DE LOS DOMINIOS IBÉRICOS,
EXPULSIÓN DE PORTUGUESES, APOGEO JESUÍTICO Y BALCANIZACIÓN DEL MOSAICO CARIBEÑO
(1640-1715) | Más luego, el nudo colonial adquiere su rol más traumático,
cuando acabada laGuerra de los Treinta Años (1618-1648), se asiste a la agonía del
Imperio Español y a la emergencia de imperios comerciales y marítimos (talasocracias),
que se preparan para disputar los despojos marginales del imperio español en cruentas
rivalidades y guerras mutuas (Inglaterra, Provincias Unidas de los Países Bajos).
La razón de la rebelión portuguesa remontaba su origen a la quiebra fiscal ocasionada
por la Guerra de Flandes, a las pérdidas territoriales producidas en Brasil a manos
holandesas, y al peligro de perder el resto de sus posesiones en Asia y África (Schaub).
La Rebelión de Portugal y la expulsión
de los comerciantes portugueses determinaron que España recuperara el monopolio
comercial con sus colonias americanas, para sus navíos de registro. A la vieja usanza
de la expatriación de moros y judíos, Felipe IV ordenó que todos los comerciantes
portugueses enclavados en las ciudades y puertos hispano-americanos e hispano-asiáticos
fueran inmediatamente expulsados, provocando en los vecindarios y familiares a ellos
ligados un trauma inescrutable. Entre la población portuguesa abundaban numerosos
judíos y conversos. Avni reconoce la presencia en Brasil para toda la época colonial
de sólo un millar de judaizantes. Para el caso de Bahía, sobre un total de varios
centenares de cristianos nuevos, sólo un centenar fueron acusados en la Inquisición
de criptojudíos (Avni).
Años más tarde, producida la Paz de
Westfalia (1648) y la Revocación del Edicto de Nantes (1685), la Contra-Reforma
y su intolerancia religiosa comenzó a enseñorearse en las colonias caribeñas así
como el apogeo de las prácticas sincréticas del barroco jesuítico (sonoras y gráficas),
con las influencias
flamencas, italianas y moriscas (escuelas Quiteña, Cuzqueña y Limeña). En materia económica
se produjo una profunda recesión comercial, y una tremenda reducción de la producción
de plata. Y en materia militar se desataron eventos bélicos que acentuaron un capitalismo
comercial de guerra y la emergencia de los citados imperios marítimos, tales como
la Guerra Franco-Española
(1635-1659), la II Guerra Anglo-Española (1655-1660), entre España y el Commonwealth inglés dirigido por Oliver Cromwell,
y las tres Guerras Anglo-Holandesas que amén del Mar del Norte
y el Canal de la Mancha, también tuvieron como teatro de operaciones las Islas de
Barlovento en el Mar Caribe.
En efecto, una vez derrotados los
Habsburgo españoles en la Guerra de Flandes y alcanzada en Europa continental la
Paz de Westfalia y el Tratado de Münster (1648) se suscitó
una rivalidad marítima y comercial entre dos potencias (Inglaterra, Países Bajos)
que eran protestantes y republicanas, y una tercera que era Francia y que aún no
había revocado el Edicto de Nantes. Por un lado Inglaterra, defendía
su monopolio en el tráfico marítimo con sus colonias americanas y caribeñas mediante
las Actas de Navegación (1651), y la Staple Act (1663), que exigía que los productos
ingleses fueren transportados exclusivamente en barcos ingleses. En el lado opuesto,
las Provincias Unidas de los Países Bajos venia de resistir exitosamente la ofensiva
militar y naval de España y de pregonar como reivindicación universal la libertad
de los mares, pues a partir de Tordesillas España se había adueñado del Mar del
Sud (Océano Pacífico), y también del Mar Caribe (Mare Clausum).
Esta guerra marítima se materializó
en tres distintas etapas, durante la segunda mitad del siglo XVII. La primera vez
la libraron las Provincias Unidas de los Países Bajos contra el Commonwealth
inglés, cuando Cromwell era Lord Protector (Revolución de los Santos), y se libró
entre 1652 y 1654. El Commonwealth
había triunfado en la
guerra civil inglesa (1642-1651), al extremo de ejecutar a Carlos I, y salir airosa en
el Mar del Norte y también en el Caribe. Luego de intentar desembarcar en Santo
Domingo terminó arrebatándole a España las Islas de Jamaica y Caimán (en las Antillas
Mayores) facilitando así la emisión de patentes de corso a favor de los bucaneros
de la Isla de Tortuga (norte de Haití) con los que atacar las Flotas de Galeones,
y también la de asegurar la provisión de puertos donde reducir los botines de guerra. Fue entonces que
en Jamaica se fundó Port Royal, puerto intermedio entre España y Panamá, desde el
cual Henry Morgan atacó Portobelo y Maracaibo. Apodada la Sodoma del Caribe, medio
siglo más tarde, en 1692, fue destruida por un terremoto, al que siguió la peste.
La guerra la desató Inglaterra por segunda
vez, entre 1665 y 1667, en ocasión del incendio de Londres (1666), y con Carlos
II de monarca constitucional, y fue contra los Países Bajos aliados a Dinamarca
y a Francia. Luis XIV venía de asumir la mayoría de edad con la muerte del Regente
Cardenal Mazarino, en 1661, y se proponía encarar una política exterior muy beligerante.
En esta oportunidad, la guerra se extendió a las Islas de Barlovento,
en las Antillas Menores (Antigua, Barbuda,
Montserrat), cuyo status final culminó en el Tratado de Breda (1667). Y en islas
como la de Saint Christophe (o St. Kitts), donde el dominio se compartía entre ingleses
y franceses católicos, enfrentados a los hugonotes que colonizaron Haití.
Cuatro años después del Tratado de Breda,
en 1671, Dinamarca adquirió de manos españolas la isla
de Santo Tomás, en las Antillas menores, al este de Puerto Rico, poblada de borícuas,
conocida desde entonces como Saint Thomas o Indias Occidentales Danesas, y hoy como
Islas Vírgenes (adquiridas por USA en 1917). En esas islas, Dinamarca jugaba un
rol neutral, favoreciéndose entonces del comercio ilegal que provenía de los puertos
españoles. Y la tercera vez,
entre 1672 y 1674, cuando las Provincias Unidas amén de pelearse con Luis XIV en
la denominada Guerra Franco-Holandesa, también le declaró la guerra a Inglaterra,
con quien en un armisticio acordó un histórico trueque, pasando la colonia de Nueva
York a manos inglesas, y Surinam en las Guayanas al dominio holandés.
En lo que a España y sus colonias se refiere,estas guerras culminaron
una vez fallecido Felipe IV, y con Juan de Austria de Príncipe regente del menor
Carlos II el hechizado, con la isla de Jamaica y las Islas Caimán registradas como
definitiva propiedad inglesa, por el Tratado de Madrid (1670). Este tratado extendió a Inglaterra los mismos privilegios
mercantiles que se habían concedido previamente a los Países Bajos por el Tratado
de Münster, el que había sido parte de la Paz de Westfalia (1648). Pero en su artículo
tercero, los firmantes se comprometían a “suspender y abstenerse de todo robo, presa,
lesión, injurias y daños, por tierra o mar, en cualquier parte del mundo; poner
un alto a la piratería, por lo que los piratas, ya conocidos como “Baymen” (ingleses
y escoceses), se vieron obligados a dedicarse a nuevos oficios; España reconoce
la soberanía británica sobre los territorios que a la fecha estuviesen poseídos
por súbditos ingleses en América e Indias Occidentales y, a su vez, en cuanto a
Belice [Honduras Británica], Inglaterra promete no pretender más tierras americanas”
(Ríos Navarro y Camacho de la Vega).
Por el contrario, la pérdida territorial
del nordeste de Brasil a manos holandesas fue reconquistado luego de la Rebelión
de Portugal (1640), una vez iniciada la insurrección pernambuquense -aprovechando
que los Países Bajos se hallaban entregados en una sostenida guerra con Inglaterra-
por una armada integrada por tropa y marinería carioca y paulista, y que se terminó
de consumar a posteriori de la Guerra de los Treinta Años (1648-55). De resultas
de la Reconquista numerosos judíos sefardíes fueron expulsados de Recife y Pernambuco
refugiándose algunos en los dominios británicos de las Antillas Mayores (Jamaica,
Barbados) y del archipiélago de las Bahamas (1655), y otros colaboraron en la consolidación
de Nueva Amsterdam, hoy Nueva York.
Producida entonces la emergencia en
la corona portuguesa de la Casa de Braganza (1640), la división político-administrativa
entre los dominios castellanos y lusitanos se acentuó a niveles inauditos. En Brasil,
recién a fines del siglo XVII las Capitanías se pudieron reagrupar, subordinándose
a los Gobernadores nombrados por el rey de Portugal. Pero a principios del siglo
siguiente, habiendo la corona portuguesa tomado partido por Inglaterra en la Guerra
de Sucesión de España (1700-1713), e íntimamente conectada a la explotación del
oro de Mina Gerais, celebraron entre ambas el Tratado de Methuen (1703). Asimismo
se tendió a una mayor centralización político-administrativa, con Brasil y Maranhão
reagrupados, y recién una vez reunificado Brasil las capitanías dejaron de ser hereditarias
y se pudo erigir entonces el Virreinato (1720). La capital del estado de Maranhão
dejó de ser San Luis y en 1737 pasó a ser Belén.
También la Revocación del Edicto de
Nantes (1685) desató la expulsión de los hugonotes de las Antillas Menores francesas
(Martinique, Guadeloupe) y de la Guayana francesa (Cayenne) y provocó su fuga a
las colonias inglesas del Caribe (Jamaica, Caimán, Barbados, Bermudas, Bahamas,
Nassau) y a la colonia afrikáner de El Cabo en Sudáfrica (1685).La cesión a manos
de Francia de la parte occidental de La Española, que pasó a denominarse St.
Domingue (Haití) y a convertirse en una vasta plantación esclavista, que había
sido colonizada por franceses hugonotes antes de la Revocación del Edicto de Nantes
(1685), condicionó la partición política del archipiélago caribeño y antillano entre
diversas metrópolis imperiales (Tratado de Rijswijk, 1697). Esta adquisición
territorial francesa en el Caribe hizo que Francia demandara una enorme masa de
esclavos, para lo cual creó el Asiento Francés imponiéndolo en toda la América española
durante el transcurso de la Guerra de Sucesión de España (1705-1712). Paralelamente
despojó a los portugueses del mismo Asiento donde habían gobernado los últimos años
del siglo XVII (1696-1701). El Tratado de Asiento francés (1705-1712) había privilegiado
el comercio con puertos franco-africanos (Saint Louis, Senegal) proveedores de negros
de las etnias Akan y Wolof y otras procedentes del Imperio Ashanti (1696-1701).
Y en materia educativa, la Compañía
de Jesús aprovechó el desplazamiento de la hegemonía portuguesa para crear numerosos
colegios a lo largo de todo el espacio colonial. En la Nueva Granada fundó su primer
colegio en Cartagena en 1605; en la Nueva España el Colegio de San Ildefonso en
1618; y en el Virreinato del Perú, el Colegio Real de San Martín, principal colegio de laicos de los jesuitas,
fue fundado en 1582; en la gobernación de Córdoba, creó el Colegio de Monserrat
en 1680; y en Brasil, en la Colonia del Sacramento, fundada por los portugueses
en la Banda Oriental en 1680, los jesuitas portugueses crearon también una iglesia-colegio.
SISTEMA MERCANTILISTA DE UTRECHT,
PENETRACIÓN ESCLAVISTA INGLESA Y FRACASO HISPÁNICO EN EL MONOPOLIO COMERCIAL CON
INDIAS (1715-1756) | El nudo traumático colonial persiste
con la expansión del capitalismo comercial de guerra debido a la paz internacional
alcanzada en Utrecht (1713), que benefició a los imperios marítimos europeos (Gran
Bretaña, Países Bajos). Este intrincado y traumático nudo se aceleró con las sucesivas
crisis comerciales desplegadas en todo el espacio colonial. La ofensiva inglesa
en pos de alcanzar su status de imperio marítimo se materializó indistintamente
con la piratería, el asedio armado (Cartagena), los tratados comerciales (Methuen
y Asiento de Inglaterra), el contrabando, o en última instancia la conquista militar
(Buenos Aires, Montevideo).
A cambio de concesiones dinásticas,
Gran Bretaña se aseguró las rutas marítimas y los rincones neurálgicos del mundo
(Peñón de Gibraltar, Menorca, Isla de San Cristóbal o St. Kitts en las Antillas
Menores), y generó el sistema mercantilista de Utrecht, donde logró sustituir el
desacreditado y aleatorio asalto a las Flotas de Galeones con el Tratado de Asiento
de esclavos (o Real Asiento de Inglaterra).Esta sustitución quebró el monopolio
comercial de España con sus colonias americanas otorgándole la exclusividad a Inglaterra,
y correspondiéndole a su aliado Portugal la legitimidad de la Colonia del Sacramento,
un puerto libre ubicado en la Banda Oriental (Río de la Plata).Desde que despojara
a España de la isla de Jamaica, Inglaterra se había visto acuciada por la necesidad
de esclavos y de empresarios esclavistas para lo cual llevó al Caribe colonos escoceses
y creó el Asiento de Inglaterra, el cual vino a sustituir al Asiento francés (1705-1712).
Esto trajo como consecuencia privilegiar el comercio esclavo con puertos anglo-africanos
(Lagos en Nigeria, y Accra en Ghana), proveedores de negros Igbo (Dahomey, río Calabar,
Benin), Yorubas (Nigeria), Akan (Ghana), y Chamba (Kamerun).
A lo largo de casi medio siglo, el
Sistema mercantilista de Utrecht -que acordaba a Gran Bretaña la exclusividad en
el comercio con Indias- fue violentamente revisado e interrumpido en tres oportunidades
por expresiones de mercantilismo colbertiano. Su teatro de operaciones en América
fueron las posesiones españolas en el mar Caribe y sus costas e islas aledañas,
y el gerenciamiento recayó en la Compañía de los Mares del Sud (South Sea Company)
que venía de operar en la Isla de Jamaica, su cuartel general. La primera vez ocurrió
con motivo de desavenencias dinásticas en la Guerra de la Cuádruple Alianza seguida por el crash
especulativo o estallido de la pompa conocido como la South Sea Bubble
o Burbuja de los Mares del Sud (1718-20); y la segunda con la III Guerra Anglo-Española (1727-1729).
Esta III Guerra consistió en un fallido intento británico de atacar y capturar Portobelo
(ubicado sobre el Caribe en el extremo oriental del Istmo panameño) y un frustrado
conato español de recuperar el Peñón de Gibraltar, que había sido cedido en la Paz
de Utrecht (1713). Es en esta oportunidad que Felipe V ordena fundar Montevideo,
para contrarrestar la presencia portuguesa en la Colonia del Sacramento que traficaba
mercadería inglesa producto del Tratado de Methuen(1726). Al cabo de un par de años,
los millares de soldados británicos, la mayoría escoceses diezmados en el Caribe
por la malaria, determinaron un retorno al statu quo ante bellum en el Tratado
de Sevilla (1729).
La tercera interrupción y revisión del
Sistema de Utrecht, que buscaba recuperar el monopolio español del comercio de Indias,
ocurre una década más tarde con la Guerra del Asiento, llamada por los ingleses Guerra
de la Oreja de Jenkins, y conocida en el Caribe como Guerra de Italia, por haber
ingresado España en la Guerra de Sucesión de Austria (1739-1748) en alianza con
Francia y Prusia contra la coalición de Gran Bretaña, Austria y las Provincias Unidas,
y tener su principal campo de batalla en el norte de Italia (Parma, Lombardía). Y en la América ibérica después del Tratado
de Methuen, los más significativos teatros de operaciones fueron las ciudades-fortaleza
de Veracruz, San Juan de Puerto Rico, La Habana, Santiago
de Cuba, La Guaira, Montevideo, Buenos Aires, Valparaíso, El Callao, Guayaquil,
Acapulco, y Cartagena de Indias.
Esta última era la conexión necesaria con la ciudad-fortaleza de Portobelo, en el
litoral Caribe, y esta con la de Panamá, ubicadas en el recientemente creado Virreinato
de Nueva Granada, la que fue sitiada en 1741 desde el mar por una inmensa armada
británica, y en el que la flota del Almirante Vernon fue totalmente derrotada (1741).
Este régimen mercantilista de Utrecht
influyó en las cortes virreinales dando lugar a las prácticas sincréticas del arte
barroco, en sus variantes rococó y churrigueresca; y las intrigas palaciegas que
derivaron en procesos insurreccionales. Los insurrectos proliferaron, como el caso
de los Mascates y Emboabas en Brasil, inducidos por la proliferación
de garimpeiros debido a las explotaciones auríferas de Mina Gerais (1707-10);
y el de los Vegueros en Cuba provocado por la reciente instauración del Estanco
del Tabaco que fijaba precios oficiales a la hoja y sus derivados (1723). La insurrección
de los Comuneros del Paraguay (y la ejecución de su líder José de Antequera y Castro
por la Inquisición de Lima con su secuela traumática en la conciencia histórica
del pueblo paraguayo), fue también provocada por la adopción del Estanco del Tabaco
y fue aplastada militarmente con la concurrencia de tropas indianas ordenada por
el Gobernador de Buenos Aires y comandadas por los Jesuitas de las Misiones (1717-35).
Las necesidades de defensa militar
convirtieron a las autoridades coloniales en grandes empleadores de mano de obra
calificada (Solano D.). Los trabajos de construcción y mantenimiento de obras portuarias
para la defensa (baluartes, murallas, barcos, cañones, cureñas, careneros, astilleros,
muelles, municiones, refacción de uniforme y calzado, etc.), concentraban cantidades
de trabajadores libres, jornaleros, esclavos y presidarios. Estos trabajadores se
desagregaban en numerosas especialidades tales como alarifes, herreros, canteros,
tejeros, ladrilleros, torneros, ebanistas, carpinteros de ribera, calafates, armeros,
cerrajeros, aserradores, fundidores, faroleros, hojalateros, marineros, remeros,
patronos de botes, y muchos otros en un sistema jerárquico coronado por ingenieros
militares y sobrestantes de las obras reales. Además, las necesidades de defensa
militar ofrecieron a los trabajadores libres como mecanismo de inclusión social
a las milicias” (Solano D.).
Finalmente, las Flotas de Galeones
se liquidaron en 1737 y el Asiento de Inglaterra para el tráfico de esclavos alcanzó
su culminación en la Paz de Aix-la-Chapelle/Aquisgrán (1748), que puso fin a la
Guerra de Sucesión de Austria. Pero debido al continuo avance del imperio comercial
inglés (que a la sazón estaba viviendo los prolegómenos de la Revolución Industrial),
mediante los llamados navíos de permiso que transportaban mercaderías desde Cádiz
pero en realidad procedentes de los talleres londinenses, y dada la permanente ofensiva
ideológica del jansenismo y del colbertismo, se generaron entre España y Portugal
políticas de mutuo apoyo, para sobrellevar la penetración mercantil inglesa y para
en forma recíproca acordar en territorio americano una política de demarcaciones
territoriales. Las fronteras limítrofes en el territorio sudamericano se perfeccionaron
entonces con el Tratado de Madrid o Tratado hispano-portugués de Límites (1750),
que afectó al Paraguay y su población guaraní pues perdió definitivamente su litoral
marítimo (el Guayrá) y sus enclaves en el Mato Groso (Cubayá e Itatín), que fueron
cedidos al Brasil portugués a cambio de la Colonia del Sacramento, en la Banda Oriental,
con tremendas secuelas irredentistas que resucitaron un siglo más tarde.
Entre otras secuelas de este lastimoso
tratado, se precipitó una resistencia indígena, apoyada por los Jesuitas en la llamada
Guerra Guaranítica (1753-56), derivando en un posterior éxodo forzoso de los Siete
Pueblos Orientales de la margen derecha del Río Uruguay a su margen izquierda. Finalmente,
de resultas de esta cruenta guerra, impulsada desde Buenos Aires y Salvador de Bahía,
y del terremoto de Lisboa (1755) -que enfrentó al Ministro Pombal con la Compañía
de Jesús (P. Malagrida)- se produjo la expulsión de los jesuitas de toda la América
colonial (de Brasil en 1759, y de la América hispánica ocho años después, en 1767).
En cuanto a la relación de los Jesuitas
con la esclavitud de los negros africanos, acabaron por aceptarla tal como era para
poder transformarla desde dentro. Pero el mejor trato que solían impartirles en
materia de dieta, indumentaria, salud, normas de trabajo, recompensas (“horas extras”),
protección de los lazos matrimoniales y familiares, reconocimiento de sus linajes,
reticencia a venderlos, responsabilidades que les conferían, y formación técnica
y artística que les deparaban, los diferenciaron radicalmente del común de los esclavos.
Para Tardieu, todo da a entender que los jesuitas tenían una visión prospectiva
de la esclavitud, pues -al no ignorar que un día más o menos lejano se acabaría-
estaban preparando a los esclavos para una futura integración social. Es muy significativo
“que estos mismos esclavos criollizados, después de la expulsión, se hayan rebelado
contra la administración de las Temporalidades (organismo que reemplazó a la Compañía
de Jesús) por romper ésta con las normas jesuíticas, tanto en Ecuador como en Perú
y el Río de la Plata” (Tardieu).
EXPULSIÓN JESUÍTICA DE LOS DOMINIOS
IBÉRICOS (1759-1767), Y PARTICIONES ILUSTRADAS | En el orden colonial,
el nudo traumático del capitalismo comercial de guerra se profundizó con la incidencia
ideológica del Jansenismo (una variante del catolicismo agustiniano y del absolutismo
monárquico, perseguida por Luis XIV), y su secuela más inmediata la de reforzar
para el caso de los corsarios el monopolio estatal-colonial de la legítima, y para
el caso de los Jesuitas su expulsión de toda la América ibérica, portuguesa y española,
lo que provocó en las familias criollas a ellos vinculadas por lazos de sangre un
trauma colectivo difícil de imaginar y digerir (1759-67).
Dicha expulsión generó a su vez en
el Brasil las llamadas Reformas Pombalinas que proclamaron un cambio geopolítico, pues la capital del Virreinato
de Brasil se trasladó de Salvador de Bahía a Río de Janeiro (1763). Este cambio geopolítico obedeció al impacto de los
Emboabas (portugueses que vinieron con la fiebre del oro), pues era necesario
amparar los nuevos yacimientos de Minas Gerais, desplazando del foco de interés
a los bandeirantes del sur paulista y riograndense, por cuanto esta frontera había
quedado definitivamente asegurada con la firma del Tratado de Madrid (1750) y con
el traslado exitoso de los Siete Pueblos Orientales luego de la Guerra Guaranítica.
Al ingresar España en la Guerra de los
Siete Años (1756-1763), en la que devino la IV Guerra Anglo-Española (1761-1763),
se permitió a Inglaterra el corte de madera
en la Bahía de Honduras y costa de Campeche,
y se generaron las sucesivas pérdidas y devoluciones de la Colonia del Sacramento
de manos hispanas a lusitanas; y los puertos de La Habana y Manila de manos inglesas
a españolas, pero a cambio de la cesión de La Florida junto con los territorios
al este y sureste del Misisipi (Mobile y Pensacola).En islas como las de Dominica y Grenada,
en las Antillas Menores, su status final pasó del dominio francés al británico,
a cambio de la cesión total de Quebec, decretado recién con la Paz de Paris (1763).Pero como los holandeses, los daneses
y los franceses comerciaban entre sí y con las colonias españolas mediante el sistema
de los puertos libres, Gran Bretaña decidió en 1766 modificar las Actas de Navegación
y dictar el Free Port Act, mediante el cual las actividades comerciales podían
ser llevadas a cabo legalmente desde puertos libres con las colonias francesas y
españolas (Nadine Hunt).
En la América española las Reformas
de Carlos III, semejantes a la reformas pombalinas, generaron particiones político-territoriales
en una numerosa cantidad de virreinatos, capitanías e intendencias con el objeto
de frenar la amenaza de la penetración anglo-sajona (el Virreinato de Nueva Granada
y el nuevo Virreinato del Río de la Plata diseñado por Carlos III incluía los territorios
del Golfo de Guinea en África occidental que antes habían sido portugueses). Estas
particiones y traslados de dominio tuvieron efectos desiguales según cual fuere
la jurisdicción beneficiada o perjudicada. En el caso del Perú, la escisión del
Virreinato del Río de la Plata lo perjudicó por cuanto le amputó la Audiencia de
Charcas, actual Bolivia. Con la creación de la Real Audiencia de Caracas en 1786,
la Real Audiencia de Santo Domingo perdió su anclaje en el continente. Los traslados
de ciudades también obedecían a razones de índole telúrica, pues con motivo del
terremoto y erupción volcánica de julio de 1773, la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala fue trasladada tres
años después a la Nueva Guatemala de la Asunción, sita a sólo cincuenta
kilómetros de distancia pero alejada de la zona sísmica.
En este proceso de particiones, traslados
y redimensionamientos geográfico-políticos existió una contribución propiamente
hispana a la ilustración europea, pues ante la persistente ausencia de una reforma
académica en las universidades españolas, en las situaciones críticas de la defensa
militar amén de los artesanos arriba detallados se echó mano en las academias militares
(Cádiz y Barcelona) a una instrucción técnico-científico donde se tenían planes
de estudios que contemplaban las nuevas corrientes de pensamiento ilustrado. Es
por ello que el aumento de la presencia militar tanto en los virreinatos tradicionales
(el novohispano y el peruano) como en los más recientes virreinatos de Nueva Granada
(Cartagena de Indias, Maracaibo) y del Río de la Plata (Fuerte de Montevideo), y
en las capitanías generales (Valparaíso, La Guaira), significó una avanzada de ciencia
ilustrada y una “militarización de la ciencia”, en la que se consolidó poco a poco
una comunidad severamente jerarquizada y estatalizada y un camino particular para
la ilustración hispana (Gallegos).
Entre otros cambios también se registró
el absolutismo monárquico en materia económica (mercantilismo francés o colbertiano),
eclesiástica (patronato) y militar (academias), la introducción del neoclásico europeo
adaptado a Indias, la persistente y contradictoria introducción de la Ilustración
Europea con la creación de los Colegios Reales ilustrados, las fracturas intelectuales
provocadas por la caída en desgracia del Jesuitismo (Peralta y Barnuevo en Perú),
y la obstinada censura oficial de la prensa ilustrada y sus luchas por las libertades
de pensamiento y conciencia (el despotismo asiático o cesaropapismo se caracteriza
por la no separación de iglesia y estado y el endiosamiento del monarca como había
ocurrido en el Egipto faraónico).
RECOLONIZACIÓN BORBÓNICA, INSURRECCIONES INDIANAS DE TÚPAC KATARI Y TÚPAC AMARU II,Y NARRATIVAS PROFÉTICAS,
MILENARISTAS E INDIGENISTAS (1782-1808) | Por último, debemos
sumar las secuelas traumáticas producidas por la práctica del mercantilismo colbertiano
español (José de Campillo), representado en la práctica por las migraciones de comerciantes
vascos y catalanes, por el reparto forzoso de mercancías europeas a las comunidades
indianas (ayllus) y por la erradicación compulsiva de mano de obra. Los indios
Huarpes de Cuyo fueron enviados acollarados en el siglo XVI a los centros mineros
de Chile (Jara); de igual forma en las Misiones
Jesuíticas los indios guaraníes y minuanes eran cazados en el siglo XVII por los
bandeirantes paulistas para llevarlos esclavos al Brasil; y en la Nueva España los
prisioneros indios del noroeste novohispano en el siglo XVIII eran transportados
con cadenas y como esclavos a La Habana (Venegas Delgado-Valdés
Dávila).
También debemos tomar en consideración,
como otra de sus secuelas traumáticas, el control militar de los territorios para
la circulación de mercancías, y para evitar pérdidas territoriales, gestándose un
profundo proceso recolonizador, denominado de recolonización borbónica. Cuando por
el Tratado de Aranjuez (1779), hijo del Pacto de Familia, España se solidariza con
Francia en la Guerra de Independencia de EEUU (1777-83),se suscitó el mismo incidente
en la Colonia del Sacramento, que era un puerto libre. En el norte de las Antillas
menores, la isla de San Bartolomé, vecina a St. Kitts, fue cedida por Francia a
Suecia en virtud de los acuerdos
complementarios del Tratado de Versalles (1785),a cambio de derechos portuarios
en Gotemburgo (Suecia),y desde entonces, a semejanza de las Indias Occidentales
Danesas, se mantuvo neutral en cuanta guerra existió, hasta ser de vuelta adquirida
por Francia en 1877.
La más importante fuente de ingresos de las islas que se mantenían
neutrales era el comercio intérlope o de tránsito. Las mercaderías llegadas a los
puertos neutrales, procedentes de la región, eran en su mayor parte reembarcadas
a otras islas vecinas del Caribe, a los Estados Unidos, a Europa o a las colonias
iberoamericanas, entre ellas la Colonia del Sacramento. Aparte del cobro de derechos
portuarios, que incluían tarifas de trasbordo, los comerciantes, armadores y calafateadores
se beneficiaban con los contratos de transporte, puesto que una carga que se trasbordaba
en el puerto era considerada primero "desembarcada" y luego "embarcada"
(Vidales).
Al provocar la guerra un alza de la
presión fiscal (alcabala), se precipitaron en Perú y el Alto Perú las insurrecciones
indianas, verdaderas revoluciones desde abajo, frustradas por una represión sanguinaria
(Túpac Katari y Túpac Amaru II, gran lector de Garcilaso), y en la Nueva Granada
la Rebelión Comunera (1781). Una década más tarde, en 1792, con motivo de las Guerras
provocadas por la Revolución Francesa, Portugal elevó también la presión fiscal,
generando en Brasil la Inconfidencia mineira liderada por Tiradentes (1792);
y en las Islas de Sotavento (Antillas Menores del Caribe) la pérdida a manos inglesas
de Trinidad-Tobago (1797), ratificada en la Paz de Amiens (1802), islas que antes
habían pertenecido a la Capitanía General de Venezuela, y por ende
habían sido parte de la Real Audiencia de Santo Domingo. Y en 1795, por el Tratado
de Basilea, la parte española de la isla de Santo Domingo pasó a poder de Francia,
y una década más tarde, en 1806, Buenos Aires intentó ser infructuosamente conquistada
por tropas británicas procedentes de El Cabo (Sudáfrica).
Por otro lado, también se dieron políticas
sociales, pues se registró la formación de la plebe y el mestizaje forzoso entre
el criollo y el indio (cholo, gaucho, roto), una estructura esclavista y estamental
y la reafirmación de los prejuicios étnicos con la instrumentación de la limpieza
de sangre.
Por último, se registraron también
las contradictorias narrativas proféticas y milenaristas que venían a
repudiar la cultura del Barroco, tales como la del domínico mexicano
desterrado y convertido al jansenismo Fray Servando Teresa de Mier y la del jesuita
chileno expulso Manuel Lacunza; el discurso poético latino Rusticatio Mexicana del jesuita guatemalteco
expulso Rafael Landívar; el discurso indigenista emancipador del jesuita exilado
Juan Pablo Viscardo y Guzmán; y el discurso incaísta liberador de Francisco Miranda,
legatario del incaísmo ilustrado francés de Quesnay (Díaz-Caballero).
GUERRAS NAPOLEÓNICAS, COLAPSO DEL
IMPERIO ESPAÑOL, REVOLUCIONES DESDE ARRIBA Y ABAJO, PARTICIONES INDEPENDENTISTAS
Y AMALGAMA DE ROMANTICISMO, LIBRECAMBIO Y REPUBLICANISMO SECULARIZADOR (1808-1820)
| La época revolucionaria independentista, otro crucial nudo histórico (pero secundario
en importancia con respecto a la conquista, la colonización y la evangelización)
se inició con el levantamiento esclavo en Haití (1792), cuya situación de peligro
incidió para que la Real Audiencia de Santo Domingo se trasladara en 1799 a Cuba.
Y luego se siguió con el impacto de las guerras napoleónicas, que transformaron
el Virreinato del Brasil, de mera colonia al status político de reino, debido a
la transferencia forzosa de la corte real portuguesa desde Lisboa a Rio de Janeiro
(1808).
A esta última transformación cosmético-burocrática
le siguieron el colapso del imperio español, provocado por la acefalia forzosa que
significaron las abdicaciones de Carlos IV y su hijo Fernando VII, presos en Bayona;
y por las revoluciones de independencia propiamente dichas (1810-1824), derivadas
de la Segunda Guerra Civil Europea o guerra napoleónica (1789-1815). Su campo de
lucha por la identidad se trasladó desde el Caribe a los mundos rioplatense, andino
y mesoamericano, donde se libraban los comienzos de una amalgama de romanticismo,
republicanismo secularizador y librecambio comercial. Este último vino a consolidar
imperios mercantiles y marítimos (Gran Bretaña), y una revolución industrial en
Europa que introdujo la mecanización en los procesos productivos y que sustituyó
el capitalismo comercial de guerra librado en el Mar del Norte y el Mar Caribe,
durante un largo siglo, desde la Paz de Westfalia (1648) hasta la Paz de Aquisgrán
(1748), por el denominado imperialismo de librecambio, que permitió el reparto de
áreas de influencia entre los Estados Unidos y las potencias Europeas, aunque con
las limitaciones de la Doctrina Monroe suspendidas por la Guerra de Secesión.
Estas revoluciones acabaron con un
fenómeno contradictorio, llamado Antiguo Régimen, una simbiosis de absolutismo,
de barroco y de mercantilismo, donde el primero consistía de una sociedad estamental,
etnocéntrica, clerical, corporativa, esclavista e inquisitorial, y un estado monárquico
con legitimidad dinástica. Si bien acabaron con el Antiguo Régimen y con el imperio
Español a su vez dieron lugar a una partición territorial y política (mucho más
acentuada que las que produjeron la partición Papal de 1493, la expulsión de los
portugueses, y la expulsión jesuítica), a efímeras propuestas restauradoras ofrecidas
al Carlotismo y a la monarquía incaica (1816); a la expulsión de vecinos y comerciantes
españoles, vascos y catalanes ligados con las autoridades reales descabezadas (1813);
a un reparto geográfico de áreas de influencia, y a un persistente proceso de colonialidad
cultural alentado por la recepción del romanticismo europeo, no superado con el
patriotismo criollo de la independencia; y a un agudizado colonialismo interno que
se manifestó en todo el espacio latinoamericano con muy distintas intensidades.
Muy probablemente, el rechazo del Congreso independentista de Tucumán (1816) a un
monarca de estirpe incaica, con argumentos de corte etnocéntrico expresados por
un congresal porteño (Anchorena), y el rechazo del Cuzco como capital de la nueva
nación americana, fueron decisivos para la deserción de los representantes de las
provincias arribeñas y la consiguiente secesión del Alto Perú (luego de la emancipación
paraguaya fue la segunda partición del espacio Rioplatense), lo que auguraba mayor
descomposición y futuros separatismos (Díaz-Caballero).
Las revoluciones de independencia
pasaron a estar hegemonizadas primero por la lógica iluminista y su mito del estado-nación
moderno, sucesor del cuerpo patrimonial del estado absolutista; y luego por ficciones
orientadoras románticas (romántico americano) y por programas reformistas liberales
(benthamianos), verdaderas articulaciones de constitucionalismo, anticlericalismo
y librecambio. Estas ficciones y programas estuvieron ligadas a la invención de
una "nación primordial" americana, que fue fuente de inspiración para
innovar en materia de “símbolos nacionales, y recurso retórico de negociación simbólica
con la tradición dinástica incaica y las masas indígenas” (Díaz-Caballero). Paralelamente,
el proceso independentista estuvo centrado en la transición de la plebe, compuesta
de súbditos “hijos de un monarca” a la de pueblo compuesta por ciudadanos “hermanos
de una nación” (Pérez Vejo), e involuntariamente dio lugar al anidamiento de sucesivos
“huevos de serpiente”. Estos últimos santuarios estuvieron alimentados por los discursos
recolonizadores de la restauración conservadora (Burke, De Bonald, y de Maistre)
que se propalaron en el Congreso de Viena interpretados por el Canciller Metternich
(1815-1820).
Si bien estos discursos recolonizadores
post-napoleónicos no tuvieron el mismo impacto traumático que los que generaron
la conquista y la partición de América (Ginés de Sepúlveda-Bartolomé de las Casas),
o los discursos separatistas-mesiánicos (Sebastianismo) de la Rebelión portuguesa
(1640), o los discursos Jansenistas que provocaron la expulsión Jesuítica (1767)
y la partición del espacio latinoamericano (1782), fueron reiteradamente citados
en las nuevas repúblicas por los mentores intelectuales del conservadorismo reaccionario
(Bernardo Berro en el Río de la Plata, García Moreno en Ecuador, Lucas Alamán en
México, Mariano Ospina en Colombia, Rafael Carrera en Guatemala, Portales en Chile,
Luz y Caballero y García Menocal en Cuba).
IMPACTO DE LA SANTA ALIANZA (METTERNICH)
Y LOS HUEVOS DE SERPIENTE (1815-1820) | La declaración y
guerra de independencia de México (Plan de Iguala de Iturbide, 1820) y las victorias
independentistas de Bolívar en América del Sur (Junín, Ayacucho) fueron posibles
por la crisis de la restauración absolutista de Fernando VII (1814-1820) ocasionada
por la rebelión liberal de Riego (1820), mitos heroicos que encubrieron una verdadera
guerra civil, que no alcanzó a ser guerra de liberación nacional o revolución desde
abajo. Estas guerras prosiguieron con numerosos otros traumas políticos y culturales
(TPC), y también con un guerrerismo más limitado y específico, con intentos frustrados
de integración y de restauración Carlotista, y con la incubación local del primer
“huevo de la serpiente” (como secuelas de la Santa Alianza).
Por el contrario, en Brasil, la revolución
de independencia o Grito de Ipiranga (1822) es caracterizada como una revolución
independentista desde arriba, pues Pedro I la declaró como rechazo al reclamo de
las Cortes portuguesas, que exigían que Brasil retornara a su status de colonia,
y ese rechazo no supuso esfuerzo bélico alguno, como en el resto de Ibero-américa.
En el Perú, luego de la Rebelión de Riego en Cádiz (1820), el ejército realista
quedó mortalmente dividido, factor que explica el triunfo de Sucre y Bolívar en
Junín y Ayacucho, pues mientras la oficialidad de Pedro Olañeta en el Alto Perú
se pronunció contra Riego, la que estaba al mando del Virrey del Perú José de la
Serna se declaró a favor del llamado Trienio Liberal (interregno de Fernando VII
gobernado con la Constitución de Cádiz de 1812, posterior al sexenio absolutista pero anterior a
la llamada década ominosa). Y en los confines
del hinterland hispano-americano, aparte de la guerra regular, la conciencia
de inferioridad militar para una guerra convencional desató guerras partisanas como
la Guerra de las Republiquetas en el Alto Perú liderada por Juana Azurduy
de Padilla (1813-1821) o la Guerra Gaucha en Salta encabezada por Martín
Güemes (1817-1824), o la Guerra Artiguista en la Banda Oriental (1815-1820).
Los “huevos de serpiente” autóctonos
fueron en el Río de la Plata el Motín o pronunciamiento del Ejército del Norte en
Arequito (Santa Fé), cuyos amotinados se negaron a reprimir el populismo agrario
del Artiguismo y su guerra partisana en la Banda Oriental, provocando la caída del
Directorio, con cabecera en Buenos Aires, y la disolución de las Provincias Unidas
del Río de la Plata (1820). En México, el huevo de la serpiente fue el Plan de Casa
Mata, conspiración militar auspiciada por republicanos y por monárquicos partidarios
de convocar a un miembro de la casa de Borbón, llamados borbonistas, que
derroca al emperador Iturbide y por ende disuelve la unión de México y Centroamérica
(1823).
Y en el Perú, el renunciamiento de
San Martín en Guayaquil (1822) abortó cualquier asomo de guerra civil. Esto le permitió
a Bolívar luego del triunfo de Ayacucho (1824) y vencido Riego y el Trienio Liberal
en España por las tropas francesas al mando del Conde de Angulema (1823), intentar
enfrentar a la Santa Alianza (Rusia, Prusia y Austria) y sus aliados (Fernando VII
y la década ominosa), confederando a las nuevas repúblicas. La política confederativa
se pronunció primero por la Gran Colombia (Audiencia de Quito, Nueva Granada y Capitanía
de Venezuela) y por el Gran Perú (Alto y Bajo Perú). Pero luego de la batalla de
Ayacucho (1824), y para evitar que un Gran Perú pudiera competir con la Gran Colombia,
Bolívar y Sucre optan por hacer del Alto Perú la república de Bolivia (1825), con
capital en Chuquisaca (Sucre). Finalmente, la utopía confederativa, en parte inspirada
en los escritos del hondureño José Cecilio del Valle, se resuelve con la convocatoria
del congreso anfictiónico (Panamá, 1826), que fracasó debido a la ausencia de Chile
y las Provincias Unidas del Río de la Plata. Si nos atenemos a Germán A. de la Reza,
los tratados de unión y liga de la Gran Colombia de 1821 a 1826 (con Chile, Perú,
México y Centroamérica) y el Congreso de Panamá y Tacubaya (1826-1828) también se
malograron. Posteriormente, la Gran Colombia entra en disolución, y en Venezuela
se afirma el caudillismo militar de José Antonio Páez, aliado a los residuos del
Mantuanismo. Y asimismo, fracasaron la propuesta mexicana de integración o "Pacto
de Familia" (1831-1842), y el Congreso de Lima (1847-1848).
Estos primeros huevos de serpiente,
propios del período que tiene su origen durante las guerras napoleónicas, desatan
una serie de motines y pronunciamientos militares en cascada (con efecto dominó)
que generaron en la esfera política líderes mesiánico-populistas y cesarismos providenciales
(Rodríguez de Francia en Paraguay, Santa-Anna en México, Rosas en el Río de la Plata,
Páez en Venezuela, García Moreno en Ecuador, etc.), que a su vez se expresaron en
múltiples particiones territoriales, bloqueos marítimos de las potencias europeas,
guerras de resistencia liberal, y traumáticas represiones políticas (censuras, persecuciones,
ostracismos, exilios, destierros, torturas, fusilamientos y éxodos), con sucesivas
sub-guerras separatistas, intestinas, partisanas, irredentistas, centralizadoras
y anexionistas, y penosas intervenciones y derrotas militares con tropas irregulares
extranjeras y con potencias ajenas al espacio latinoamericano.
En sentido opuesto, el que Brasil,
luego de su independencia con el Grito de Ipiranga, careciera de un proceso de guerra
civil ni sufriera partición territorial alguna, salvo la pérdida de la provincia
Cisplatina (Uruguay) y la muy circunscripta y frustrada rebelión riograndense, se
habría debido a que no tuvo un “huevo de la serpiente”. Esta carencia se produjo
porque la legitimidad imperial -puesta tempranamente en tela de juicio por la Confederação
do Equador (1824)- se mantuvo incólume, merced a la abdicación de Pedro I, en
1831, en su hijo de cinco años de edad, Pedro II, a cargo entonces de un regente
tenuemente inclinado al liberalismo (padre Diogo Feijó primero y el pernambucano
Marqués de Olinda después). Fue en esa época, que la expansión del cultivo del café
exigió la radicación de capitales europeos y la innovadora expansión ferroviaria,
que revolucionó las comunicaciones hasta entonces hegemonizadas por el tráfico marítimo.
En el Río de la Plata, reconstruido
el estado central con una asamblea constituyente, se impulsó un movimiento irredentista
con la Guerra de las Provincias Unidas contra el Imperio del Brasil, por la independencia
de la Banda Oriental o Guerra Cisplatina (1826-28). Esta última estuvo invadida
por un ejército portugués que a la sazón, luego del triunfo de Tacuarembó sobre
las tropas irregulares de Artigas (1820), se hallaba profundamente dividido entre
los monárquicos partidarios de la independencia de Brasil y los liberales portugueses
opuestos a ella. Dicha guerra tuvo un trámite problemático derivado de la superioridad
naval de Brasil (que tenía bloqueado el puerto de Buenos Aires), y de la rotunda
oposición de Simón Bolívar a participar de la misma (Masonería mediante), y un final
inesperado por la resultante geopolítica que generó dos estados más debilitados
e impotentes. Las Provincias Unidas del Río de la Plata, habían perdido al Paraguay,
al Alto Perú y a la Banda Oriental. Con la pérdida del Alto Perú, las Provincias
Unidas habían también perdido la Casa de Moneda ubicada en Potosí, que acuñaba la
pieza metálica circulante; y con la Banda Oriental había perdido la región productora
de cueros para el mercado mundial. Pese a sus pérdidas territoriales y a sus infortunios
políticos, las Provincias Unidas lograron recuperarse y pudieron construir un imaginario
político romántico (Shumway). Bolivia y Paraguay se transformaron en enclaves mediterráneos.
Ambos con salidas litorales, Paraguay al Atlántico, y Bolivia al Pacífico. Y la
Banda Oriental se transformó en la República Oriental del Uruguay, un estado-tapón
entre Brasil y las Provincias Unidas, con fronteras impuestas exógenamente por un
tratado internacional firmado en Río de Janeiro, alimentado por la histórica regla
del “Divide y Reinarás”, y que desató un complejo de inferioridad territorial (paicito)
que perduró en el tiempo (Convención Preliminar de Paz firmada en Río de Janeiro,
1828).
Amén de la desmonetización del mercado
interno en los espacios andino y litoraleño producido por la caída de la producción
de plata en el Alto Perú -que alimentó una crisis estructural que recién a fines
de siglo fue sustituida por el auge del estaño- se registraron también secuelas
políticas traumáticas como nuevas guerras separatistas que debilitaron a los estados
residuales que resultaron de las mismas. Entre ellas: la partición de Centroamérica
a raíz del derrocamiento de Iturbide como emperador de México (1823), la formación
y crisis de la República Federal de Centroamérica (1824), y la frustrante
guerra por la unidad centroamericana liderada por Francisco Morazán (1826-1829).
Asimismo, la guerra entre la Gran Colombia y el Perú en 1828 por la amazonía y el
territorio ecuatoriano; las posteriores guerras separatistas y de partición del
Ecuador y Venezuela contra la Gran Colombia, de la cual resultó Ecuador como un
estado-tapón, flanqueado por Colombia y Perú (1829); y la fracasada guerra de los
“Farrapos” o Republicanos Riograndenses contra la monarquía imperial y esclavista
del Brasil (1835-45) personificada entonces en su Regente (Marqués de Olinda) y
producida una década después de la Guerra Cisplatina, y de haber ocurrido la derrota
de Ituzaingo o Batalha do Passo do Rosário (1826).
En sentido contrario, el Mariscal
Santa Cruz quiso reconstruir el Gran Perú -que Bolívar había creado y posteriormente
disuelto- consagrando en Tacna luego de un intenso proceso de guerra fratricida
(Orbegoso, Salaberry) la Confederación Perú-Boliviana (1837). Para dar solvencia
a su proyecto confederativo, Santa Cruz tuvo que encarar una Guerra defensiva contra el Ejército Restaurador de Chile comandado por
el Ministro Portales; y paralelamente contra la Confederación
Argentina liderada por Rosas (1836-39). Erosionada la Confederación por la ofensiva
chilena, cuatro años después le siguió una guerra separatista encarada por una Bolivia
afín al liberalismo (Ballivián) contra un Perú conservador (Gamarra), poniéndose
así término a la Confederación Perú-Boliviana (Batalla de Ingavi, 1841).
En materia de guerras intestinas de
liberales contra conservadores, derivadas de la crisis abierta en 1820, éstas tuvieron
un leitmotiv común que atravesó la totalidad de los territorios latino-americanos,
tal como en la guerra de independencia de Dominicana frente a los Haitianos (1844),
y en la Guerra Grande entre Blancos y Colorados en la República Oriental del Uruguay,
en el Sitio Grande de Montevideo, bautizada por Alejandro Dumas como la “Troya de
América” (1839-51), donde participaban los unitarios argentinos y los republicanos
riograndenses en apoyo al liberalismo uruguayo (Colorados de Rivera), y el ejército
Rosista en apoyo al conservadorismo oriental (Blancos de Oribe).
Estas guerras civiles, las intestinas,
las partisanas, las secularizadoras, las federales, las anexionistas, las irredentistas,
las centralizadoras y las separatistas, se extendieron hasta los inicios de las
respectivas modernizaciones nacionales, las que vinieron a combatir -con suerte
diversa- los referidos traumas políticos y culturales (TPC). Pero en este complejo
conjunto de traumas y falsedades no debemos subestimar el rol victimizante que para
estas identidades políticas desataron el filibusterismo de las intervenciones milicianas
irregulares (William Walker), las derrotas militares convencionales y las anexiones
territoriales. Estas políticas expansionistas de Destino Manifiesto (antesala del Big Stick) fueron: a) en el
caso de México, la guerra con Estados Unidos y el Tratado de Guadalupe
Hidalgo (1846-48), que provocaron la pérdida de inmensos territorios (Arizona, Texas,
California); b) en el caso del Río de la Plata, el extravío forzoso de las Islas
Malvinas (1836); y c) en el caso de Nicaragua y la costa de la Mosquitía, el aventurerismo
filibustero de William Walker, que a imagen y semejanza del caso texano respondía
al expansionismo esclavista de los estados del sur norteamericano, los mismos que
una década antes habían derrotado a México y amenazado su anexión a un EEUU ante-bellum
(ver Víctor Hugo Acuña Ortega) y que provocaron entre Gran Bretaña y los Estados Unidos
la firma del Tratado Clayton-Bulwer (1850) y más adelante la Guerra Nacional
de Nicaragua, o Guerra Nacional Centroamericana,
con su instrumento militar, el Ejército Aliado Centroamericano (1856-1860).
SEGUNDA GLOBALIZACIÓN, MODERNIDAD
LIBERAL, Y CENTRALIZACIÓN DE ESTADOS-NACIONES (1854-1889) | Para la época de
la modernidad liberal, ocurrida en la segunda mitad del siglo XIX, que arranca con
la Guerra de Crimea (a posteriori de la guerra del opio en China), la del estado
gendarme o mínimo (W. Bagehot, 1867, traducción de 1902) cuando prevalece la lógica
liberal del equilibrio de poder, de desamortización de bienes de manos muertas (Cruz
Vergara), de progresiva instauración de instituciones republicanas y parlamentarias,
del estado como monopolio de la violencia legítima, y de libre expansión de la sociedad
civil y de separación entre lo público y lo privado (o red de asociaciones representativas
de intereses y valores), se libraba una segunda globalización y los inicios de un
capitalismo industrial colonialista que vino a sustituir el capitalismo comercial
de librecambio, pero que finalmente alcanzó su culminación con la eclosión de la
Primera Guerra Mundial (1914). En esta época prevalece la construcción de estados
modernos aunque venían subsistiendo las secuelas traumáticas producidas por las
particiones territoriales, las expulsiones, las proscripciones políticas, y las
ciudadanías restringidas de mujeres, indígenas y analfabetos, marginados de representación
alguna (Yrigoyen Fajardo).
Las guerras civiles acotadas a determinadas
naciones operaron como prolongación del nudo secundario (revolución de independencia),
en un proceso de larga duración, que tuvo su partida de bautismo con la primera
crisis de los modernos estados-naciones derivada de los discursos recolonizadores
de la Santa Alianza (Burke, De Bonald, de Maistre). En el Río de la Plata, la guerra
civil tuvo un par de antecedentes en el fracaso del Plan de Operaciones ideado por Mariano Moreno (1811), y en el repudio
del Congreso de Tucumán (1816) a la monarquía constitucional incaica (Díaz-Caballero).
Estos discursos convalidados por Metternich y sus aliados (Fernando VII y herederos)
desataron conatos recolonizadores encabezados por los movimientos legitimistas (o
de legitimismo dinástico), que se vieron frustrados por las políticas del Ministro
Inglés George Canning y por la Doctrina geopolítica impulsada por el presidente
Monroe (1823).
Sin embargo, en la mayoría de los
casos, con excepción de la guerra de independencia de Cuba y Puerto Rico (Grito
de Lares), iniciada en 1868, estas guerras civiles se redujeron a conflictos de
naturaleza irredentista (territorial o de límites), o economicista por el control
de ciertos recursos naturales (palo de tinte o de campeche, canela, nuez moscada, madera preciosa,quina, guano, henequén,
salitre, caucho, petróleo, coca) como en el de Bolivia en su guerra con Chile, que
le provocó el desmembramiento de la salida al mar (1879); o político-militares por
el control de vías navegables, como en el de Colombia cuando la intervención norteamericana
le ocasionó la pérdida del Istmo Panameño (1903), cuyas principales víctimas económicas
fueron las poblaciones indianas y los puertos de Cartagena de Indias y Punta Arenas
(Chile).
Las guerras centralizadoras o de anexión
fueron conocidas con diferentes eufemismos que ocultaban en los derrotados la influencia
de ideologías revolucionarias bastante “modernas” (Gledhill), como la “Guerra de
Castas” en Yucatán-México (1843-1847), la guerra de “Pacificación de la Araucanía”
en Chile (1860-83), y la “Conquista del Desierto” en Argentina (1879-80). No deben
dejar de mencionarse los delitos de lesa humanidad acontecidos en dichos conflictos,
tales como el saqueo de riquezas culturales (Biblioteca Nacional de Lima por parte
del ejército chileno en la Guerra del Pacífico).
IMPACTO DE LA GUERRA DE CRIMEA, LUCHA
DE LIBERALES CONTRA CONSERVADORES Y REVOLUCIONES DESDE ARRIBA (1854-1869) | Posteriormente,
debilitada la diplomacia de Metternich por la Revolución de 1848 y por el nacimiento
de la I Internacional (que se desplegó en todas las capitales europeas), y vencidas
sus políticas conservadoras por el fracaso militar en la Guerra de Crimea, donde
a raíz de la derrota de Rusia y su Santa Alianza a manos de la coalición de Francia,
el Piamonte y Gran Bretaña, convocada en defensa de un alicaído Imperio Otomano
(1854), tomaron incremento las políticas centralizadoras y de revolución desde arriba,
de Napoleón III (Francia), de Bismark (Prusia), y de Cavour (Piamonte), con sus
consecuentes derivaciones en América Latina.
Esta lógica discriminatoria y expansionista
inaugurada con la Guerra de Crimea -que se destacó en la historia por inaugurar
el telégrafo, el fotoperiodismo, y el vapor como recursos bélicos y la enfermería
de Florence Nightingale que inspiró la fundación de la Cruz Roja- perduró con acontecimientos
guerreros y con sus derivaciones culturales, en numerosos países de América Latina,
en especial en México, Guatemala, Cuba, Venezuela, Colombia, Ecuador y Argentina.
En efecto, la Guerra de Reforma o Guerra de los Tres Años de los liberales contra
los conservadores en México consagró la separación de la iglesia y el estado (1859-61)
luego de la derrota sufrida con Estados Unidos (1846-48) y legitimó el liderazgo
republicano del zapoteca ilustrado Benito Juárez. A consecuencia de esta cruenta
Guerra de Reforma que padeció México (1859-61), Napoleón III, en consonancia con
el papado, el clero católico y los conservadores mexicanos, extendió su influencia
imponiendo como emperador a Maximiliano de Habsburgo, sin la anuencia de su primo
hermano el emperador de Brasil, a la sazón atareado en la guerra de la Triple Alianza
contra el Mariscal Solano López (1863). Siete años más tarde, en Guatemala, los
liberales liderados por Miguel García Granados y Justo Rufino Barrios, tras recibir ayuda de guerra del
liberalismo mexicano (a cambio de los territorios de Chiapas, Campeche y Soconusco)
invadieron Guatemala, derrocaron al Mariscal Cerna e impusieron la Reforma Liberal de 1871.
Estas rivalidades también se extendieron
a los países del Caribe, Sudamérica y el Cono Sur, pues en Cuba y Puerto Rico se
desató la Guerra de emancipación (1868); y en Venezuela la Guerra Federal de liberales
contra conservadores, que comenzó con la conspiración liberal conocida como la Galipanada
(1858) y el luctuoso triunfo de Ezequiel Zamora y culminó con el Tratado de Coche
(1863). En Ecuador, a raíz de la ofensiva del ex presidente Juan José Flores, García
Moreno impulsó en 1859 un proyecto de protectorado monárquico que remitió
al canciller de Francia. Y en Colombia, la Guerra civil de 1860 a 1862 fue un conflicto
en el que el partido liberal -que apoyaba las políticas federalistas- enfrentó al
gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez. Encabezados por
el general Tomás Cipriano de Mosquera (el equivalente
a Mitre en Colombia) los jefes liberales entraron victoriosos a la capital, afirmando
la fuerza de los poderes regionales en contra del centralismo, enfrentamiento
que quedó congelado en el tiempo y recién se intentó dirimir a fines de siglo en
la Guerra de los Mil Días (1899-1902).
Por último,
la Guerra del Estado de Buenos Aires contra la Confederación Argentina (1859-62)
luego de la derrota del restauracionismo Rosista (1852), consagró el rol decisivo
de Bartolomé Mitre y su programa de gobierno republicano, representativo y federal.
La posterior guerra de la Triple Alianza (Argentina, Brasil y Uruguay) contra el
Paraguay de Solano López (1865-70) está inscripta en esta guerra fratricida de liberales
contra conservadores y a la campaña internacional por la libertad de ríos y estuarios,
continuadora de la antigua gesta holandesa por la libertad de los mares. Paraguay
inició la guerra primero ocupando los fuertes de Coimbra y Corumbá en el Alto Paraguay
(Mato Grosso), territorios ubicados en la margen sur del río Apa que habían sido
perdidos en la Guerra de las Naranjas (1802), y luego invadió la provincia de Corrientes
(Argentina). Y también obedece al mandato expansionista paraguayo, herido en su
identidad desde hacía un siglo (Tratado de Madrid, 1750) por la pérdida de su litoral
marítimo (Guayrá) y de parte del Mato Grosso (Cubaia e Itatín), sustraídos por obra
del Tratado de Madrid (1750). Solano López, que no reconocía el principio del utipossidetis
iure, pretendía compensar la mediterraneidad o insularidad territorial del Paraguay
anexando la Banda Oriental, cuyo gobierno del partido Blanco había sido desplazado
por los Colorados de Venancio Flores. Pese a estos procesos centralizadores, las
propuestas de integración continental fracasaron, tal como se dio primero con el
Tratado Continental de Santiago (entre Chile, Ecuador y Perú, 1856), y luego con
el Segundo Congreso de Lima, conocido como el “último eslabón de la anfictionía”
(1864-1865).
También la España moderna (Isabel
II, hija de Fernando VII), preservando su status colonizador sobre Cuba, Puerto
Rico, Filipinas, Marruecos y la Guinea Ecuatorial (que había pertenecido al Virreinato
del Río de la Plata), pretendió incrementarlos incursionando en políticas expansionistas
e irredentistas sobre el Perú, Chile y México. A raíz de las Islas Chincha se desató
la Guerra Hispano-Sudamericana (1864); como consecuencia de la campaña española
que pretendía recuperar México, desembarcó en Tampico (Tamaulipas, 1829); y de resultas
de la guerra de independencia que se libró en Santo Domingo contra la dominación
haitiana, España logró anexar la República Dominicana, evitando su caída a manos
de aventureros norteamericanos como había ocurrido antes en Nicaragua (1864).
Entre las derivaciones culturales
de estas guerras federales recuperamos la memoria del rol piamontés o prusiano (centripetante)
de determinados enclaves políticos para producir las centralizaciones o revoluciones
desde arriba de los estados-naciones y fundar desde una prolongada lucha mitos románticos
de origen (civilización o barbarie) así como la memoria de aquellas injerencias
que tuvieron impactos determinantes en materia cultural, social y política. Entre
ellas, las intervenciones federales para imponer regímenes republicanos de gobierno
(constitucionalismo liberal) y para expandir mediante guerras de anexión y crímenes
de guerra -a expensas de las poblaciones originarias- las fronteras geográficas
de los modernos estados-nación. Asimismo, la imposición de políticas sociales, consistentes
en la eliminación de los pueblos de indios, y la parcelación de las tierras
colectivas, para que cada indígena se volviera ciudadano y propietario, y en la
práctica las tierras que fueron de los indígenas pasaran a engrosar las haciendas
de los criollos, una suerte de "comunidades cautivas", y los indianos
se volvieran siervos de hacienda, debiendo pagar al nuevo patrón parte de sus cosechas
para poder quedarse en sus antiguas tierras (Yrigoyen Fajardo).
De igual manera, ciertos enclaves
políticos instrumentaron políticas asimiladoras de corte demográfico para imponer
el blanqueamiento racial u homogeneización étnica (cholificación o ladinización).
En el Caribe, Brasil, Venezuela, la costa peruana, y en general en toda la América
Latina, estas políticas se practicaron con diferentes intensidades para apagar la
memoria del estigma racial y el recuerdo oprobioso de la esclavitud. En esta política llegó a incurrir el dictador Dominicano Rafael
Trujillo con la política migratoria que aplicó al admitir a todos aquellos que querían
ingresar a USA y fueron impedidos por exceder las cuotas por nacionalidades, incluida
la población hebrea. También se instrumentaron políticas educativas de castellanización
u homogeneización lingüística, que pretendieron acentuar la forzada agonía o extinción
de las lenguas indígenas, muy difíciles de erradicar debido a la naturaleza matriarcal
de sus sociedades.
Por otro lado, estos enclaves implementaron
políticas elitistas para la producción de profesionales susceptibles de convertirse
en los cuadros más especializados del estado. Entre dichos manejos de estado, se
destacaron la políticas científicas para la promoción de las profesiones liberales
(medicina, abogacía, ingeniería); políticas estéticas para la promoción de las artes
(literatura, música, plástica, dramaturgia, coreografía, y arquitectura); y políticas
culturales para el ejercicio de las libertades de imprenta y de prensa (con sus
corresponsales en el interior y sus distintas variantes de un periodismo étnico
y de clase o prensa obrera y prensa de colectividades). Y en ese mismo sentido de
reclutamiento elitista, también se dieron incorporaciones sacrificadas y pioneras
de inmigrantes y profesionales europeos en industrias incipientes y academias etnocentradas
(1852-1914); sobre-oferta de profesionales liberales (Mi Hijo el Dotor); y políticas secularizadoras
(laicas y socio-darwinistas) en la conformación de las instituciones del imaginario
moderno (justicia, gerencias bancarias, rectorados y cátedras universitarias, bibliotecas
públicas, museos, conservatorios, monumentos históricos, vestigios arqueológicos,
hospitales, manicomios y cárceles).
IMPACTO DE LA GUERRA FRANCO-PRUSIANA,
PROGRAMAS SECULARIZADORES (1870-1889), Y ETNOCIDIO CAUCHERO (1880-1912) | Ocurrida la derrota
de Francia en la Guerra Franco-Prusiana (Sedan, 1870), con la caída de Napoleón
III, la Comuna de París, y el surgimiento de la III República (Thiers), el impacto
en Latinoamérica fue altamente sugerente, alcanzando a Centroamérica, al Cono Sur,
incluido Chile, pero también a Colombia, Venezuela y luego a Bolivia.
En Centroamérica, Guatemala con su
presidente Justo Rufino Barrios habían intentado imponer sus políticas liberales
expansionistas invadiendo El Salvador y Honduras en 1876 para luego en abril llegar
a un Acuerdo de Paz en Chalchuapa (Guatemala), ratificado por una Junta de Notables
en Santa Ana (El Salvador) y elegir para presidente a Rafael Zaldívar; y en Honduras
a Marco Aurelio Soto. Pero no conforme
con los resultados obtenidos, ocho años después, en 1884, Barrios intentó emular
a Morazán restableciendo las Provincias Unidas de Centroamérica con el apoyo de
El Salvador y Honduras. Pero el salvadoreño
Zaldívar abandonó la unión
con el respaldo de México y Estados Unidos.
Estos últimos temían las reformas liberales y la competencia de un estado fuerte
en América Central, por lo que siguiendo la regla del “Divide y Reinarás” boicotearon
a Barrios. El presidente guatemalteco Barrios había emprendido una campaña militar
para restablecer por la fuerza la unidad centroamericana. Pero Costa Rica, El Salvador y Nicaragua se aliaron para
oponerse a las pretensiones de Barrios. Para concretar sus planes, Barrios invadió
El Salvador en marzo de 1885.
Sin embargo, la intentona fracasó pues Barrios murió sorpresivamente en la Batalla de Chalchuapa.
En el caso del Cono
Sur el partido liberal mitrista en Argentina (admirador de Gambetta y de Cavour)
fue militarmente derrotado a manos del autonomismo nacional conservador o roquista
(1874), aconteciendo lo que metafóricamente se denominó la “Muerte de Buenos Aires”;
y seis años después le siguió la Guerra por la Federalización de Buenos Aires (1880)
bajo el liderazgo de Julio A. Roca, que consagró -a posteriori y a imitación del
México de Juárez-un programa centralizador de modernidad temprana, de separación
de la iglesia y el estado, de laicismo en la educación pública, de autonomía en
la educación universitaria, de secularización en materia de registros civiles (nacimientos,
matrimonios y defunciones), de inmigración masiva europea, y de paz armada con Brasil
y Chile (Abrazo del Estrecho), pero que no tuvo en consideración la suerte y el
destino de las comunidades originarias militarmente vencidas.
En Chile, su ejército tempranamente
prusianizado se convirtió luego del triunfo en la Guerra del Pacífico (1879) en
exportador de misiones militares al Ecuador, Colombia, El Salvador, Venezuela y
Nicaragua. Con la Guerra del Pacífico, de Chile contra Perú y Bolivia, la conciencia
de inferioridad militar hizo que Bolivia retirara su ejército del frente por la
Quebrada de Camarones (1879). En Venezuela, la prusianización del ejército fue alentada
bajo el influjo de la germanofilia de Guzmán Blanco, líder del liberalismo amarillo
o "Hegemonía Guzmancista" (1877-88). Efectos
semejantes se dieron en México, que ante la inminencia de la ofensiva prusiana en
Europa, el ejército francés fue repatriado por orden de Napoleón III, para luego
producirse la caída del liberalismo Juarista y su reemplazo por un conservadorizado
Porfiriato.
Y en el caso de Colombia, las fuerzas
del radicalismo liberal se enfrentaron en 1884 al presidente Rafael Núñez, quien
desde el poder vino a defender las posturas conservadoras. El triunfo militar del gobierno sirvió
de pretexto para que el presidente Núñez anunciara el fin de la vigencia de la Constitución
de 1863, inspirada en el radicalismo liberal. Se lanza entonces una profunda reforma
que concluyó con la adopción de una nueva constitución en 1886 (Vélez Ocampo).
El triunfo de las políticas conservadoras
y expansionistas en América Latina sirvieron como uno de los precedentes para que
quince años después, Alemania (Bismark), Francia e Inglaterra desataran la segunda
globalización, que se expresó en una política colonialista, la partición o reparto
del África Subsahariana (Conferencia de Berlín, 1884) entre los cinco imperios post-westfalianos
(Alemania, Francia, Bélgica, Gran Bretaña, Italia). Otro cuarto de siglo más tarde
las potencias aliadas (Entente) triunfantes en la primera Guerra Mundial (Francia-Inglaterra-EEUU-Italia)
ampliaron la segunda globalización pues lograran la fragmentación de los imperios
Otomano y Austro-Húngaro con el Tratado de Versailles (1918), repartiéndose sus
colonias en África y Asia Menor, lo cual posteriormente vino a desatar la Segunda
Guerra Mundial.
Como derivación política de la Segunda Globalización, del Congreso de Berlín
(1884) y de la Partición (Reparto) del África Subsahariana se registraron en el
Caribe (Cuba, Puerto Rico, Haití, República Dominicana), en Centroamérica (Nicaragua-Honduras)
y en el sudeste asiático (Filipinas), sucesivas y crónicas ocupaciones y anexiones
norteamericanas, producto de su victoria en la Guerra con España o Guerra Hispano-Americana
(1898), del “derecho legal” a intervenir (Enmienda Platt, 1901), de la diplomacia
de la cañonera (gunboat) o “Big Stick” de Teddy Roosvelt (1898-1902,
1916-24, 1926), y de la más prosaica adquisición venal a los dinamarqueses de las
Islas Vírgenes (1917). Estas políticas intervencionistas se las disimuló primero
mediante el discurso del “panamericanismo” (Lixinski), materializado en repetidas
Conferencias Panamericanas (1889-1910). Luego, durante la presidencia de Cleveland
en USA, Venezuela esgrimió la Doctrina Monroe para frenar la expansión británica
en la Guayana, exigiendo infructuosamente que la frontera se estipulara en el río
Esequibo (1895). Más tarde, Roosevelt aplicó la política del Buen Vecino
(1933), heredera del Destino Manifiesto y antesala de la Alianza para
el Progreso, política que alcanzó su institucionalización, en 1948,con la Organización
de los Estados Americanos (OEA).
Pero tampoco el interior amazónico del continente sudamericano estuvo ajeno
a esta corriente expansionista. La Guerra del Acre o del Caucho entre Bolivia y
Brasil (1899-1903), originada en un tratado firmado por el presidente boliviano
Mariano Melgarejo, conocido como Tratado Muñoz-Neto (1867), se precipitó
por la Revolução Acreana de colonos y siringueros brasileros (mecanismo semejante
al que apelaron los colonos tejanos para quedarse con Texas), que concluyó merced
a la conciencia de inferioridad militar, que hizo que Bolivia aceptara finalmente
un armisticio (1903).
Esta guerra había sido precipitada
por el boom del caucho (látex o leche maldita) en el mercado mundial, producto
del descubrimiento del proceso de vulcanización, que se manifestó en todo el piedemonte
andino (Manaos y Belem do Pará en Brasil, Loreto y Madre de Dios en Perú, Pastaza
en Ecuador, Beni en Bolivia), manipulado por empresarios inescrupulosos, desplazando
a la quina (cascarilla o cinchona), e iniciándose en la década del sesenta del siglo
XIX. La explotación perduró hasta los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial,
en que estalló un gran escándalo en la justicia de Iquitos con trascendencia en
el periodismo mundial por el trato inhumano brindado a los indios (1907-14), a lo
que inmediatamente le siguió la sustitución por plantaciones en Malasia. Con la
segunda guerra mundial aconteció una breve resurrección.
La fiebre cauchera incidió negativamente
en el ecosistema volviéndolo insustentable, y en cuanto a las estructuras culturales,
demográficas y sociales, provocó un etnocidio en diversos grupos étnicos.En Perú, estos pueblos
de indios fueron los aguarunas
y huambisas, de la cuenca del río Marañón (cuya naciente se halla en la Cordillera
de Huayhuash), y la nación de los
piros y tribus de los mayorumas (ríos Yaquerana, Yavarí, Gálvez y Blanco, en la provincia de Maynas,
departamento Loreto), de loscocamas (Ucayali y Huallaga), capanaguas (río Mague colateral de Atanoa), y cashibos (ríos Aguaytía, San Alejandro, Shamboyacu, Sungaroyacu y afluentes
del río Pachitea, que es a su vez afluente del Ucayali)en la cuenca del Madre de Dios (Perú).También fueron la nación
de los záparos (río Pastaza, afluente del Marañón por la margen
izquierda), En Ecuador, fueron los ashuar o jívaros. En Bolivia,
losaraona en el río Orthon, y los ashaninka o campas en el Acre. Y en el caso de Colombia, los pueblos
afectados fueron los sibundoy, los uitoto (La Chorrera, asiento de la Casa Arana),
yukunasy matapis (cuenca de Mirití-Paraná, afluente del Caquetá), tanimucas yletuamas (orillas de los ríos Guacayá, Popeyacáy bajo Apaporis, departamento del Amazonas), y los tukanos (parientes
de los ticuna de la Amazonía brasilera), corejuales, sionas, tamas, boros y macaguajes,
en los departamentos de Caquetá y Putumayo,
frontera con Ecuador y Perú, “…próximos a la extinción por el etnocidio de empresas
caucheras, petroleras y coqueras y la presencia de agentes de cambio externos, comerciantes
y grupos armados tanto legales como ilegales” (Marín Silva).
Las poblaciones sobrevivientes de
la hecatombe cauchera en Colombia fueron desplazadas por la Casa Arana hacia el
departamento Loreto (Perú), en tiempos de la República Aristocrática de Piérola,
dejando despoblados enormes territorios localizados en el actual departamento del
Amazonas (Pineda Camacho 2005). Un etnocidio semejante al de Colombia ocurrió en
el departamento de Madre de Dios por obra de Carlos F. Fitzcarrald López, legendario
empresario peruano, ligado al boliviano Nicolás Suárez, que inspiró al cineasta
alemán Werner Herzog. Fitzcarraldo había zarpado de Iquitos
en 1894 río arriba en una embarcación denominada Contamana con la paradójica promesa
de retornar a Iquitos, pero desde el puerto de Manaos, ubicado río abajo del Amazonas.
Para realizar esta hazaña fluvial sin precedentes debían buscar un istmo o varadero
entre dos ríos paralelos que pudieran ser atravesados por tierra, y de esta forma
poder bajar hasta Manaos por otro río más al este, siendo estos ríos paralelos el
Serjali y el Caspajali. Luego de remontar el Ucayali, en dirección al Urubamba,
se sale desde la margen derecha del río Serjali(afluente del Mishagua y este del Ucayali),con la embarcación por tierra y sobre
rodillos, atravesando un trayecto de doce kilómetros, para ir a morir en la margen
derecha del Caspajali (afluente del Manú, este del Madre de Dios, y este del Madeira), a trescientos metros sobre el nivel del mar. Muy posteriormente
este istmo fue surcado por una vía férrea.
De todos estos casos históricos recuperamos
una veintena de unidades narrativas que operan como nudo secundario del drama histórico
iniciado con la conquista europea, y prolongado con la expulsión de los portugueses
(1640), la expulsión jesuítica (1767), y las particiones provocadas por las guerras
independentistas, y cuyos estereotipos inferiorizantes en la conciencia colectiva
se perpetuaron a lo largo de la Pax Britannica (siglo XIX) hasta los prolegómenos
de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
CRISIS COMPLEMENTARIA DEL ESTADO-NACIÓN
MODERNO Y CONTRADICCIONES CON EL DISCURSO MODERNIZADOR (1889-1918) | Más luego, las elites
liberales dominantes en América Latina entran en una crisis complementaria, producto
de elementos externos (intervención norteamericana en Cuba y anexión de Puerto
Rico), e internos derivados del triunfante discurso regeneracionista y precursor del
modernismo (Nuestra América
de Martí, y Horas de Lucha
de González Prada), que las fractura políticamente y da lugar a una numerosa serie
de reformas: a) en materia económica y social, el abolicionismo esclavo en Brasil,
el constitucionalismo social, el reformismo anti-rentista georgiano, y el desarrollo
ferroviario; b) en materia política la ampliación de la ciudadanía (mujeres, analfabetos,
indígenas); c) en materia pedagógica el auge del normalismo, el multilingüismo,
y la reforma universitaria; y d) en materia cultural y artística el auge del incaísmo
modernista andino (Aguirre Morales), el impresionismo, el simbolismo, y el modernismo
arielista (Darío, Rodó), que reaviva el sueño bolivariano, con la resistencia al
Monroísmo ("América para los americanos"), y con la defensa del derecho
de autodeterminación de los pueblos (Perera San Martín).
Para su análisis recuperamos una larga
serie de eventos violentos que se contradicen con los discursos modernizadores del
positivismo tales como las insurrecciones populares, los golpes de estado, las revoluciones
y guerras campesinas, la resistencia indiana por la tierra y la resistencia obrera
en las ciudades y la resistencia a las intervenciones norteamericanas (pérdida del
Istmo Panameño por parte de Colombia), lo que permite ampliar la ciudadanía, y la
democracia; y dar lugar al constitucionalismo social, y las reformas agrarias y
sociales del siglo XX.
Entre las insurrecciones populares,
la Revolución del 90 en Argentina y el rol intelectual de Leandro Alem, derrotada
merced a la superioridad militar que confirió al oficialismo el control de las comunicaciones
ferroviarias; la Revolución Liberal, encabezada por
el General José Santos Zelaya en León, Nicaragua
(1893), la Revolución Liberal acaudillada por Eloy Alfaro en Ecuador (1895); la
Revolución de Blancos contra Colorados en la República Oriental del Uruguay y el
liderazgo campesino de Aparicio Saravia (1904); y la insurrección Radical de 1905
en Argentina, que consagró el liderazgo urbano y ciudadano de Hipólito Yrigoyen
con su consigna del abstencionismo revolucionario. Entre los golpes de estado, el
golpe militar republicano en Brasil
contra la monarquía imperial, en 1889, reaccionó contra la abolición de la esclavitud
que había sido proclamada por Pedro II un año antes (1888), como reflejo de la guerra
de secesión en USA, y trajo como efecto no querido una sangrienta represión contra
la Rebelión de Canudos (1897); y en Chile el golpe contra Balmaceda y la sublevación
de la Armada que logró implantar la República Parlamentaria (1891-1925).
Entre las guerras civiles, la Guerra
Federal boliviana armada por los liberales de La Paz, aliados a los intereses del estaño y
al ejército aymara de Pablo Zárate Willka (que ya revelaba la presencia de un activismo
intelectual indiano), contra los conservadores del sur (o Sucre), antiguos productores de plata (1898-1899); y en Colombia la Guerra
de los Mil Días (un trienio) de liberales contra conservadores (1899-1902), continuación
de las Guerras Civiles de 1860-62y de 1884-85, conflicto que quedó suspendido por
la insurrección separatista panameña. Dicha insurrección derivó en la intervención
norteamericana que le ocasionó a Colombia el desmembramiento o pérdida del Istmo
Panameño (1903), y cuyas principales víctimas económicas fueron los puertos de Cartagena
de Indias (Colombia) y Punta Arenas (Chile). Y en Venezuela, Cipriano Castro había
encabezado la Revolución Liberal Restauradora que derrocó a Guzmán Blanco (1899),
pero un par de años más tarde, Manuel Antonio Matos, el líder del liberalismo amarillo
(guzmancista) lideró la Revolución Libertadora contra Castro (1901-1903). Estas
sucesivas guerras y contra-guerras agobiaron las cuentas fiscales e incrementaron
una deuda externa que desató un Bloqueo marítimo encabezado por las naciones acreedoras
Europeas (Inglaterra, Alemania, Italia, 1902-03). Y entre las revoluciones campesinas,
la Revolución desatada en México contra el Unicato científico-positivista del Porfiriato
que le costó la vida a Francisco Madero, y la guerra popular que encararan el precoz
indigenismo de Emiliano Zapata y el caudillismo social de Pancho Villa, derrotado
-ferrocarriles mediante- por los constitucionalistas de Álvaro Obregón (1910-20).
Estas cruentas rupturas políticas
persuadieron a las elites opositoras del Cono Sur de la inutilidad de persistir
con estrategias de resistencia beligerante, tal como se estaban experimentando en
México, y las indujo a negociar los contenidos modernizadores de nuevas leyes electorales
(Ley Sáenz Peña, 1912; Ley constitucional del Colegiado, 1918), reformas intelectuales
y morales en los ámbitos universitarios (1906, 1918), e innovaciones artísticas
herederas del impresionismo, como el muralismo mexicano (Orozco, Siqueiros, Rivera).
Por último, las elites liberales dominantes
en América Latina entran en una tercera crisis, producto de la primera guerra mundial,
de un severo antagonismo entre las posturas guerreristas del rupturismo y las pacifistas
del neutralismo, entre cuyas secuelas se encontraba el proceso de Reforma Universitaria
de 1918, que presagiaba en sus consignas políticas el futuro abismo que traería
el bonapartismo.
GUERRAS MUNDIALES, REVOLUCIONES DESDE
ARRIBA, SIMBIOSIS DE BONAPARTISMO, PROTECCIONISMO Y MODERNISMO, Y ACTIVISMO INTELECTUAL
INDIANO(1930-1960) | La crisis y el fracaso del cosmopolitismo
liberal provocaron la reacción de un modernismo novomundista, representado por lo
que se dio en llamar la Generación del 900, y un abrupto tránsito a una simbiosis
de bonapartismo político y de dirigismo y proteccionismo económico. La gestación
de esta amalgama acabó con diferentes regímenes políticos, que correspondieron a
la etapa de la Tercera Guerra Civil Europea, con su Primera Guerra Mundial (1914-18)
y las conflictivas derivaciones de la Paz de Versalles (1918).
Dichos regímenes, desplazados simultáneamente, con sus profundas diferencias,
fueron el Porfirismo y su legitimación por el “cesarismo espontáneo” de Justo
Sierra en México (1880-1910); el Gomecismo y su justificación por el “cesarismo
democrático” de Laureano Vallenilla Lanz en Venezuela (1908-1935); la República
Parlamentaria en Chile (1891-1925); el Cabrerismo de Estrada Cabrera en Guatemala, ilustrado
con las pesadillas de Asturias (1898-1920), el Oncenio de Leguía y la autocracia
representativa en el Perú, que vino a sustituir a la República Aristocrática
de Piérola, y que estuvo combatida por Haya de la Torre (APRA) y por Mariátegui
(1919-1930); el Yrigoyenismoen Argentina combatido por el socialismo de Juan
B. Justo, la democracia progresista de Lisandro de la Torre, y una escisión del
Radicalismo conocida con el apelativo de Anti-personalista (1916-30); la
denominada República Velha, espacio político
liderado por el coronelismo (1889-1930) en Brasil; el
régimen liberal de los barones del estaño o Rosca Minera (Patiño,
Hochschild, Aramayo) en Bolivia (1899-1921); y el placismo o civilismo plutocrático liberal en Ecuador,
combatido por el alfarismo de Eloy Alfaro (1912-1925).
El abrupto tránsito al bonapartismo
o revolución desde arriba, acontecido en la posguerra de la Primera Guerra Mundial
(1914-18), con el colapso de los imperios Austro-Húngaro y Otomano, y el reparto
de sus territorios entre las potencias modernas triunfantes fue alimentado inicialmente
por un capitalismo industrial de guerra y por las rivalidades políticas en los países
latinoamericanos entre los rupturistas partidarios de la Entente y los neutralistas
reacios a tomar partido alguno. Más luego, las propuestas bonapartistas se aceleraron
por los discursos de la reacción conservadora con motivo de la Revolución Rusa (Gentile,
Schmitt), internalizados en los versos de poetas latinoamericanos laureados (Lugones,
Santos Chocano, Bilac), y materializados en golpes de estado y revueltas militares
como el Tenentismo (1922) y la Columna Prestes (1925) (ver Compagnon).
Más precisamente, la oración poética de Leopoldo Lugones en Lima, en el centenario
de la batalla de Ayacucho, titulada “la hora de la espada” (1924), incubó un segundo
“huevo de la serpiente”: el golpe de 1929 en Perú de Sánchez Cerro contra Leguía
y el golpe de 1930 de Uriburu contra Yrigoyen en Argentina.
Esta incubación dio lugar en ciertos
casos a políticas propias de la sociedad de bienestar o revolución desde arriba
(Estado Novo), a una cinematografía histórico-patriótica (Cuartarolo), y
a una música popular autóctona difundida radiofónicamente (que en la década del
20 fue el tango, en las décadas del 30 y 40 fueron los corridos mexicanos, y en
la década del 60 fue la cumbia colombiana). Pero en otros casos más funestos dio
lugar a una serie de golpes en cascada tales como el de Orellana Contreras en Guatemala
en 1930, de Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador en
1931, de Marmaduke Grove en Chile en 1932,
de Gabriel Terra en Uruguay en 1933, y contra Hernán Siles en Bolivia en julio de
1930, y contra Arosemena en Panamá en 1931. También dieron lugar a un conjunto de
traumas tales como la reviviscencia mesiánico-populista que tomara cuerpo en el
mito redentorista del hombre providencial (cesarismo personalista), la concepción
patrimonialista del poder, la propaganda facciosa en los círculos mediáticos, el
pretorianismo castrense y el paramilitarismo de fuerzas de choque, y la extinción
de la esfera pública democrática y parlamentaria y de la periodicidad de los cargos
públicos.
No obstante, aquellos países en donde
no se produjeron golpe de estado, por estar ocupados por potencias extranjeras o
por estar sujetos a dictaduras militares, las contradicciones se acumularon y años
más tarde en oportunidad de la II Guerra Mundial y su pre-guerra estallaron violentamente
mediante suicidios (Brum en Uruguay en 1933), magnicidios (Gaitán en Colombia en
1948), insurrecciones populares (Bogotazo), guerras económico-fronterizas manipuladas
por las corporaciones internacionales (Standard Oil-Royal Dutch), y rivalidades
políticas entre aliadófilos y germanófilos, que vino a sustituir la anterior rivalidad
entre rupturistas y neutralistas. Los casos de resistencia o insurrección popular
fueron el de Nicaragua, en oportunidad de la ocupación norteamericana, la que fue encabezada por César Augusto Sandino
(1927-1933); el de El Salvador en oportunidad de la resistencia contra la dictadura
martinista (Hernández Martínez) que fue liderada por Farabundo Martí (1932); el
de Puerto Rico con la Masacre de Ponce (1937) y la larga prisión y calvario de Pedro
Albizu Campos (1937-1947); el del Paraguay en la resistencia contra Higinio Morínigo
(1940-1948); el de Bolivia, con las Masacres de Catavi y Siglo XX (1941-42); el
de Costa Rica, que en su lucha contra el fraude desató una segunda república (1948);
el de Puerto Rico, con la revuelta Jayuya en la guerra del partido nacionalista
(Albizu Campos, 1950), a la que le siguió la política del Bootstrap (“Operación Manos a la Obra”), una suerte de
maquila pionera; y el de Colombia, cuando el asesinato de Eliécer Gaitán, que generó
una pueblada conocida como el Bogotazo en 1948 (durante el gobierno de Ospina Pérez),
y una postergada guerra entre Liberales y Conservadores que duró una década conocida
como La Violencia (1946-58), reedición aún más sangrienta que la anterior
Guerra de los Mil Días acontecida a comienzos del siglo. A La Violencia
en Colombia -y para poner fin a la misma- le sucedió un pacto de coalición entre
los liberales y los conservadores con la denominación de Frente Nacional. Dicho
pacto consistió en alternarse en el poder dividiéndose los cargos por igual. Pero
ello suscitó una sorda resistencia social que se expresó finalmente en forma de
guerrilla y narcotráfico.
Asimismo, cuando las contradicciones
se acumularon y los recursos naturales se valorizaron en el mercado mundial, las
rivalidades fronterizas e inter-imperialistas se acentuaron y alcanzaron a estimular
la acción guerrera e irredentista de regímenes bonapartistas y nacionalistas, que
desbordaron los principios de la diplomacia, tales como el Uti Possidetis Iure
("como poseías así poseerás") y que culminaron en procesos revolucionarios. Por los intereses
en juego, los casos del Magdalena medio, de la Amazonía y del Chaco Boreal fueron
las más relevantes, pues en ocasión del crack bursátil de 1929, el mundo andino
ve desplomarse el precio del estaño en el mercado mundial pero simultáneamente descubre
petróleo. La London Petroleum
Company descubre petróleo en Perú, y la Standard Oil
en Barrancabermeja (Colombia) y en la zona occidental del Chaco Boreal. Interesado el presidente
boliviano Daniel Salamanca por alcanzar como única puerta de salida de su producción
petrolífera el litoral fluvial del río Paraguay desata una guerra de conquista con
el país vecino que culmina en un armisticio, acelerado por el crecimiento en Europa
de la amenaza nazi.
Patrocinada por la Standard Oil y
pese a la conducción militar de oficiales alemanes (Hans Kundt), Bolivia fue derrotada
en la guerra, derivando políticamente en la Revolución nacionalista de 1952, encabezada
por la oficialidad veterana, las milicias mineras, obreras y campesinas, y liderada
intelectualmente por Montenegro, Paz Estenssoro y Siles Suazo. Esta revolución debe
reconocer una tradición indiana que arranca desde comienzos del siglo XX con cincuenta
años de activismo intelectual entre los Curacas y Alcaldes Mayores Particulares
(AMP), red de intelectuales indianos que agrupaba alrededor de medio millar de integrantes
inicialmente liderados por Gregorio Titiriku (Platt, Waskar Ari).
Mientras que Paraguay -que venía de
perder territorios en la Guerra de la Triple Alianza- gobernado por la elite liberal
y digitada por la petrolera inglesa Royal Dutch Shell, y pese a su participación
victoriosa, derivó políticamente en su post-guerra, en 1936, en una revolución social-demócrata
conocida como Febrerista (revisionista de la figura de Solano López), pero cuyo
corolario final entre 1940 y 1948 fue la dictadura de Higinio Morínigo a la que
le siguió a partir de 1954 la larga dictadura de Stroessner (Guevara-Hernández).
También se dio el caso de los conflictos
que tuvo el Perú, primero con Colombia (1932-33) por la ciudad de Leticia y la cuenca del
río Putumayo, antiguos baluartes
del boom cauchero y hoy del boom cocalero, ubicados en la entonces Comisaría colombiana del Amazonas (corredor geográfico
o trapecio amazónico entre Perú y Brasil), que favoreció al Perú por su conexión
ribereña con la ciudad de Iquitos (capital provincial de Maynas y luego de Loreto), y que terminó
con la ratificación del Tratado Salomón-Lozano de 1922. Colombia
venía de perder hacía treinta años el Istmo panameño y no estaba dispuesta a ceder
más territorio. Y en segundo lugar, esta ratificación dio lugar a su vez, una década
más tarde, al conflicto que Perú mantuvo con Ecuador, conocido como Guerra del Cenepa,
en la cordillera del Cóndor (límite entre Perú y Ecuador), por el dominio de las
provincias de Tumbes, Jaén y Maynas (1941-1942), reincidiendo en 1981 y 1995, la
última vez con el escándalo de la compra de armas argentinas por parte de Ecuador,
y de la que resultó procesado y detenido el ex presidente Menem.
PROTOTIPOS DE CESARISMOS PROVIDENCIALES
Y MODERNIDADES TARDÍAS EFÍMERAS | Los diferentes prototipos de hombres
providenciales con sus profundas diferencias para diversos períodos de sus respectivas
actuaciones, se dieron en una docena de casos, tales como los personalismos providenciales
y paternalistas de Ibáñez del Campo en Chile (1927-31 y 1952-58); de Getulio Vargas
y su Estado Novo en Brasil (1930-54) -que entró en crisis y tuvo una segunda
etapa populista cuando ingresó al frente aliado en la guerra mundial; de José María
Velazco Ibarra en Ecuador (1934-60). También se dieron los personalismos castrenses
de José Ubico en Guatemala (1931-1944), de Fulgencio Batista en Cuba (1952-1958),
de Gustavo Rojas Pinilla en Colombia (1953-57), y de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela
(1953-1958). El bonapartismo
personalista de Lázaro Cárdenas en México con su indigenismo encarado por intelectuales
mestizos y su solidaridad con los exiliados españoles y rusos (1934-40), fue caracterizado
por Trotszky como el de un bonapartismo sui generis (Tortorella). También
se dieron los personalismos con aparatos paramilitares secretos o escuadrones de
la muerte incorporados como sicarios y fuerzas de choque (para el control de la
calle), el de Carías Andino con la Mancha Negra en Honduras (1936-1948);
el de Anastasio Somoza García con las turbas de “La Colacha” en Nicaragua (1937-1947 y 1950-1956); el de François
Duvalier con sus Tonton Macoute en Haití (1957-71).
Por último, se dieron los personalismos
genocidas, tales como el de Alfredo Stroessner en Paraguay (1954-89),acusado de
un genocidio selectivo y de haber colaborado con la Operación Cóndor (1975-1980);
el del decano de los dictadores y gendarme del “patio trasero” norteamericano generalísimo
Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana (1930-61), acusado de la Masacre
de Parsley, cuando fue diezmada la población haitiana localizada en la frontera
con la República Dominicana (1937), complicado en el asesinato del dictador guatemalteco
Castillo Armas, el mismo que había derrocado a Arbenz (1954), y en el atentado contra
el presidente de Venezuela Rómulo Betancourt a quien le quemaron las manos (1960);y
el de Juan Domingo Perón en Argentina, quien hospedó al nazismo residual, alentó
desde su germanofilia la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), cuya consigna
de lucha era “haga patria mate un judío” (1946-1955), y en su tercer y último gobierno
ordenó las matanzas de la Triple A (1974). En todos estos casos, el desenlace fue
cruento, con insurrección militar y participación civil; y en el caso de Somoza
Debayle (h) su caída fue precipitada por el saqueo oficial de la ayuda prestada
por el gobierno norteamericano para paliar las secuelas del terremoto de 1972. El
caso de la guerra partisana en Cuba contra Batista (Fidel Castro, 1959-2014) fue
de tal dimensión que el Che Guevara llegó a formular una teoría del foco insurreccional,
como puntapié inicial del proceso revolucionario, formulación que más tarde lo llevó
a una derrota mortal en Bolivia (1967), y que tuvo sus emuladores a lo largo y ancho
de todo el continente, con iguales trágicos resultados (Tupamaros, ERP, ELN, FARC).
Esta docena de casos de personalismos
providenciales -entre paternalistas, vitalicios, dinásticos, paramilitares y genocidas-
colapsaron en los albores de la Alianza para el Progreso (1960), nueva versión de
la política del Buen Vecino (F. D. Roosevelt), dando lugar a una suerte de
modernidades culturales tardías (reformismo de Arbenz en Guatemala, desarrollismo
de Frondizi en Argentina y de Kubitschek, Quadros y Goulart en Brasil); a ensayos
de integración y cooperación económica y social o industrialización
por sustitución de importaciones, ejemplificados en el Pacto Andino o Acuerdo de Cartagena
(Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y Perú); al despertar de
un realismo mágico y macondista en el arte, la literatura y la geografía
(Volek-Maya Restrepo); y a la presencia de una ciencia funcionalista que comulgaba
en el pasaje de las etapas (feudalismo-capitalismo), los despegues socio-económicos
(Dobb, Baran, Sweezy-Rostow) y la historia social (Braudel y la escuela de los Annales), con la consiguiente subestimación
de la historia política y militar (como en la Historia contemporánea de América Latina de Halperín Donghi).
Estas modernidades
tardías resultaron efímeras pues luego volvieron con más vigor los burocratismos
autoritarios y genocidas. En Colombia, el Proyecto
Educativo y Cultural de la República Liberal (1930-1946), contemplaba la presencia
activa del arte cinematográfico (Galindo Cardona). Y en el Brasil,
el modernismo tardío de las décadas 1940s/50s/60s, al decir de Rafael
R. Ioris, sobresalió en los campos de la arquitectura, la literatura (poesía), y las
artes visuales (pintura y producción cinematográfica),así como en la intelectualidad
pública, tal como la expresada en el Instituto
Superior de Estudos Brasileiros (ISEB).
Para todo ello recobramos un número
de unidades narrativas vinculadas primero con el miedo, luego con la censura, más
luego con la lógica disuasoria del terror y de las guerras partisanas y sucias (Guevara)
y aventuras irredentistas (Malvinas/Falklands), y finalmente con los incendios de
archivos y museos (Archivo de la Curia en Argentina), con el saqueo de yacimientos
arqueológicos y paleontológicos (huaqueo), y con la expurgación de bibliotecas y
editoriales (Castillo Armas en Guatemala).
TERCERA GLOBALIZACIÓN, CAÍDA DEL MURO,
EXTINCIÓN DEL SOCIALISMO REAL, TERRORISMO GLOBAL, SOMETIMIENTO INTELECTUAL AL BANCO
MUNDIAL Y NUEVA PARTICIÓN DEL ESPACIO LATINOAMERICANO (1989) | En la posguerra
de la Segunda Guerra Mundial, con las derivaciones de los Acuerdos de Yalta (1945),
con el fracaso de las modernidades tardías y en medio de la descolonización de Asia
y África y de la Guerra Fría y como reacción a la Revolución Cubana (1959), aconteció
un golpe militar en Brasil contra Joao Goulart (1964) que incubó un tercer “huevo
de la serpiente”.
Con este golpe de estado en Brasil
reaparecieron una serie de golpes en cascada (efecto dominó), pero en una versión
mucho más aterradora que en el primero y el segundo “huevo de la serpiente”, ocurridos
en 1820 y 1930. Este nuevo golpe se alimentó de la Doctrina de la Seguridad Nacional
(contaminada de Maccartismo), impuesta desde los Estados Unidos por J. F. Kennedy,
sus inmediatos sucesores (Johnson, Nixon), y la hegemonía intelectual y política
de Henry Kissinger, con sus recetas represivas como la Matanza de Tlatelolco en
México (1968), el Plan Cóndor en el Cono Sur (1975-77) y la Operación Charlie en
Centroamérica (1989), así como interregnos populistas penetrados por fuerzas de
choque (Triple A en Argentina) o guerras partisanas y sucias (Guerra del Fútbol
entre los cuscatlecos o guanacos de El Salvador y los catrachos de
Honduras en 1969), sumas de poder público o auto-golpes (Bordaberry en Uruguay,
1973; Fujimori en Perú, 1992), y pretorianismos crecientemente genocidas y narco-dependientes
(Castelo Branco y Costa e Silva en Brasil, Velazco Alvarado en Perú, Banzer en Bolivia,
Pinochet en Chile, Ongania y Videla en Argentina, Ríos Montt en Guatemala, Noriega
en Panamá, etc.).
Producido el fin de la Guerra Fría,
y creada la Unidad Europea (UE), con la Caída del Muro de Berlín (1989) se afianzaron
los regímenes democráticos, el constitucionalismo social y el multiculturalismo,
que dieron fuerza a un indigenismo integracionista, pero las cicatrices de la segunda
globalización y del reparto de los imperios pre-westfalianos Austro-Húngaro y Otomano
entre las potencias europeas triunfantes quedaban aún en pié a pesar del proceso
descolonizador promovido por las Naciones Unidas. Sin embargo, la concertación del
Consenso de Washington (1994) promovió como respuesta traumática a la Guerra Fría
un discurso idealizador de una tercera globalización y una persistente erosión de
las soberanías nacionales, que vaciaron las recuperadas democracias parlamentarias
y las independencias de los países descolonizados de Asia y África. Esta erosión
las encaminó a ser meras democracias delegativas, abriendo la irrupción de situaciones
beligerantes como las del narcotráfico y el terrorismo internacional, que pudieron
inaugurar su presencia, la primera en Colombia (Medellín) y luego en México (cartel
de Sinaloa),y la segunda en Argentina con graves y traumáticas secuelas que amenazan
con una tercera guerra mundial (AMIA, 1994). En este enrarecido gatopardismo político,
los partidos populistas de Latinoamérica cayeron en el transformismo neoliberal,
es decir se dejaron cooptar como en los casos del Menemismo del PJ en Argentina,
del Gonismo del MNR de Sánchez de Losada en Bolivia, y del Salinismo del PRI en
México
En la trama del transformismo neoliberal se
destacaron las políticas de sometimiento intelectual
y de colonialismo contemporáneo, que en modo alguno estuvieron contrarrestadas por
proyectos políticos comunes, es decir por sistemas científicos, universitarios,
judiciales, sanitarios y comunicacionales a escala continental o latinoamericana
(el ensayo de canal televisivo latinoamericano se ha reducido a una mera propaganda
política). En Buenos Aires, en 1996, se exhibió en la Facultad de Filosofía y Letras
de la UBA un mural satírico acompañado por una parodia de reminiscencias bíblicas,
de autores anónimos, que ilustran la resistencia al mandarinato académico durante la etapa de sometimiento intelectual al Banco Mundial (que vino a
sustituir a la UNESCO luego de producido el Consenso de Washington).
Entre otras políticas, si bien en México tuvo lugar el nacimiento del Ejército
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en Bolivia y Ecuador se adoptó un constitucionalismo
plurinacional con autodeterminación, territorio, nuevas formas de democracia participativa
y comunitaria, y nuevos derechos, como el derecho al agua, y el reconocimiento a
su identidad originaria, en la nueva Constitución boliviana no se ha evidenciado
ningún reconocimiento de los ayllus, verdaderos herederos de los pueblos
que fueron invadidos en el siglo XVI (T. Platt). Más allá de la
herencia caudillista del siglo XIX, en Argentina, Venezuela y Guatemala los parlamentos
republicanos se transformaron en “escribanías”, los poderes judiciales en “patios
traseros”, las universidades en meros reproductores de conocimientos gestados en
las metrópolis centrales, y la investigación científica a manos de mandarinatos
académicos locales que monopolizan el mercado editorial, y se subordinan a las complicidades
con el Banco Mundial, y que reparte sus fondos entre sus paniaguados locales en
lugar de destinarlos al desarrollo de la infraestructura científica (bibliotecas,
laboratorios, centros de cómputos, museos, archivos, etc.). Las “democracias delegativas”
se caracterizaron por estar profundamente penetradas por el terrorismo internacional
(AMIA), resabios incurables de la segunda globalización, e inficionadas por la criminalidad
organizada del narcotráfico (Escobar Gaviria primero en Colombia y el Chapo Guzmán
después en México) y sus secuelas de estupor, miedo, y terror, y por una simultánea
entrega vergonzante a los dictados eficientistas y cientificistas del Banco Mundial
en materia de educación superior e investigación científica.
Por otro lado, debido a la creciente
imposición de áreas de libre comercio, la tercera globalización concluyó por desatar
nuevamente la estrategia de partición geopolítica y por dinamitar la retórica y
fetichizada unidad latinoamericana, conocidas como “patria grande”, y en el litoral
del Pacífico concretado en el llamado Pacto Andino. Desde que se concertó la Cumbre
de Miami en 1994, el Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), como una prolongación
del Panamericanismo y de la OEA, y luego el Área Asia-Pacífico (APEC), han venido
divorciando a México y Centroamérica primero, y a los países del Mundo Andino después,
de toda aspiración de unidad con aquellos países de la América del Sur y el Caribe
que miran al Atlántico, con las consiguientes particiones territoriales y secuelas
debilitadoras en sus imaginarios culturales y en sus relaciones políticas, diplomáticas
y comunicacionales. Secuelas y particiones muy semejantes a las producidas en el
siglo XV por el Donativo Papal que practicó la partición de América (parecida a
su vez a los Donativos otorgados por los Papas a los emperadores Constantino y Carlomagno
en los siglos VI y IX), en el siglo XVII por la expulsión de los portugueses (1640),
en el siglo XVIII por la expulsión jesuítica (1767), y en el siglo XIX por la particiones
independentistas, producto del colapso de los imperios ibéricos.
Una década más tarde, en 2007, el
ALCA (que incluye a México) y la Alternativa Bolivariana para América Latina y El
Caribe (ALBA) se enfrentaron entre sí, con gran perjuicio para la identidad de México,
Centroamérica, y los países del ALBA, al extremo de reducir la Unión de Naciones
Sudamericanas (Unasur) y el Parlamento del MERCOSUR
(Parlasur) a ficciones ceremoniales y burocráticas. Pero la vocación anti-imperialista
del ALBA devino en un populismo fundamentalista y en un pretorianismo mesiánico
(chavismo), que alienta las políticas extractivistas y la subordinación a estados
teocráticos (Irán) y a nuevas metrópolis imperiales (China), ahoga la independencia
de la justicia y censura las libertades públicas (de pensamiento, de prensa y de
investigación), y por consiguiente viene contaminando con dosis de miedo la creatividad
cultural y científica.
En la síntesis, que opera como desenlace
final, tratamos de recuperar textos, imágenes y sonidos que puedan representar las
escenas más traumáticas del modelo civilizatorio actual. Todos los avances en cuanto
a reformas constitucionales pluralistas y del derecho internacional, que reconocen
los derechos indígenas, se han visto eclipsados por políticas extractivistas y autoritarias,
que se han dedicado a reprimir a los movimientos que rechazan la explotación de
los recursos minerales no renovables existentes en territorios comunitarios (Yrigoyen
Fajardo).
CRÍMENES DE ESTADO, ECOCIDIOS COCALEROS
Y MINEROS, NARCO-POPULISMOS Y LUCHA CONTINENTAL CONTRA ENEMIGOS DE LA HUMANIDAD
| A
semejanza del boom cauchero, la fiebre cocalera también incidió negativamente en
la totalidad del sistema, pues viene deteriorando no solo la ecología y el medio
ambiente de su espacio productivo, sino que también viene golpeando la demografía
y envileciendo la política y la sociedad.
Esta hecatombe cocalera -comparable con el inicio del "boom" de los pesticidas agrícolas a nivel mundial
(Urrelo Guerra)-ha generado en el mundo andino un inmenso deterioro ecológico,
que se manifiesta en deforestación de bosques vírgenes, en erosión y agotamiento
del suelo, en eliminación de microflora, flora y fauna, en deslizamientos aluvionales
de lodo y piedra, y en contaminación de pesticidas y sus residuos en las cuencas
de numerosos ríos, que al degradarloscon
metales pesados procedentes de los biocidas o precursores químicos(plomo, arsénico,cadmio, antimonio, mercurio, cromo, efedrina)amenazan la subsistencia del mundo andino y hacen que la producción
de la hoja de coca para fines ilícitos sea política, económica y agronómicamente
insustentable (Urrelo Guerra).
Sin embargo, a pesar del deterioro ecológico,
el rendimiento de la coca por hectárea en Perú sigue siendo muy alto. En los valles
de la cordillera oriental, el rendimiento de la coca es de dos a tres toneladas de hoja de coca por hectárea según la zona, equivalentes
a seis kilos de pasta básica por hectárea (en el VRAEM vale mil dólares el kilo
o seis mil dólares por hectárea, y en Brasil cinco veces más). El cultivo se extiende
en la totalidad peruana desde las cien mil hectáreas en 1960 hasta las doscientas
cincuenta mil en 1990, y para toda la Amazonía se estima una extensión del orden
de las setecientas mil hectáreas, equivalentes a unos cuatro mil millones de dólares
(Urrelo Guerra), cuya producción puesta en Brasil alcanza una suma cinco veces mayor,
en el orden de los veinte mil millones de dólares. Desde las zonas de sembradío,
la hoja de coca pasa a multitud de laboratorios rústicos, denominados
pozas de maceración, distribuidos en territorios geográficamente afines (en
especial la provincia de La Mar, Ayacucho, donde fueron destruidos también otro
medio centenar de narco-pistas), y desde donde a su vez sale en forma de pasta base
de cocaína (PBC), a razón de un kilo por cada trescientos kilogramos de hojas de coca, o en algunos casos en
forma de clorhidrato de cocaína (HCl), negocio que alcanza el orden de los veinte
mil millones de dólares anuales, de los cuales en Perú sólo queda la vigésima parte.
El boom cocalero también generó un deterioro
poblacional pues desplazó ingentes masas de pequeños agricultores y jornaleros aumentando
enormemente, en la nueva frontera narco-agrícola, la presión demográfica. Los pobladores
colombianos del trapecio amazónico (caqueteños), y los intereses sobrevivientes
de la crisis de los carteles de Medellín y Cali, que fueron militarmente derrotados
en la última década del siglo XX por el Plan Colombia (con asistencia norteamericana
durante el gobierno de Pastrana), provocó el desplazamiento de los pobladores colombianos
con sus cultivos, desde la región de Leticia hacia el llamado “Trapecio Amazónico”,
en la triple frontera de Perú, Colombia y Brasil; hacia el Alto Huallaga que nace
en la cordillera central (Nudo de Pasco, donde convergen las tres cadenas cordilleranas)
y baña el Valle de Huánuco (desaguando en el río Marañón por su margen derecho luego
de cruzar el Pongo de Aguirre); y hacia el Valle de Apurimac (VRAEM), en la frontera
del Perú con Bolivia, donde hasta ahora han venido siendo destruidas con explosivos
medio centenar de pistas clandestinas de aterrizaje, muchas de las cuales se han
vuelto a rehabilitar, y que fueran construidas con maquinaria pesada de los municipios
lindantes.
Los índices más altos
de cocalización en el Perú pasaron a estar en trece zonas cocaleras, en especial
los departamentos de La Libertad, Loreto, Pasco, Amazonas y Madre de Dios (con su población de Puerto Maldonado en la frontera con Bolivia),
alcanzando altos grados de desplazamiento laboral, debido a la represión del narcotráfico,
semejante a los desplazamientos ocasionados en el pasado decimonónico por la hecatombe
cauchera. Este proceso de cocalización alcanzó incluso a las asociaciones religiosas
y a las etnias indígenas, como la Asociación Evangélica de la “Misión Israelita del Nuevo
Pacto Universal” (AEMINPU), una secta de origen peruano, y a la
etnia evangélica Tikuna, parienta de los tukanos brasileros, específicamente en
una localidad denominada Caballococha, cuya salida aérea de la pasta básica refinada
transcurre hacia Surinam, en las confluencias del Orinoco.
Las rutas del narco-tráfico en América Latina
toman diferentes direcciones según cual fuere el destino final de la mercancía.
La vieja ruta del narco-tráfico va de Colombia a Estados Unidos transportada por
el cartel del Pacífico o Sinaloa, que utiliza narco-submarinos que bordean la costa
marítima; y el cartel del Golfo, luego de los Zetas, cuya mercancía viene de Panamá;
cruza por Costa Rica y Honduras donde el valor de la misma redondea los mil millones
de dólares anuales; baja por los ríos La Pasión y Usumacinta en el Petén de Guatemala,
donde su valor alcanza los dos mil millones de dólares anuales; y llega a México,
donde duplica su valor a cuatro mil millones de dólares; y desde donde cruza la
frontera norteamericana a un mercado de más de veinte millones de consumidores adictos
a valores inverosímiles (Pérez Ventura).
Y las nuevas rutas de la cocaína -de acuerdo
con Adriana Rossi, especialista en narcotráfico e investigadora de la Universidad
Nacional de Rosario (UNR)- van desde Colombia y Perú, que son productores y también
refinadores, pasando por Bolivia, Paraguay y Brasil, hacia la costa occidental de
África, y de allí hacia Europa; y también por Argentina y Uruguay, desde donde pasa
al África y de ahí hacia Europa y Asia (Rossi). Mientras México se encuentra demasiado
cerca de los Estados Unidos y de su poder disuasorio, para Juan Federico, periodista de La Voz del Interior
y autor del libro "Drogas, cocinas y fierros", Argentina y Paraguay
se hallan próximas geográficamente a los países donde se cultiva y elabora la pasta
base de cocaína (Perú-Bolivia). En particular, Argentina posee “…una industria química
muy desarrollada; controles aduaneros y puertos marítimos y aéreos vulnerables;
y periódicas crisis económicas, con su correlato de desempleo y deserción temprana
de la educación formal, que deja un ejército de mano de obra barata -y desesperada-
a disposición de los narcotraficantes” (Federico).
La ruta narco del
sur está también condicionada por el trayecto de los ríos y la labor experta de
los diferentes transportistas (narco-pilotos, narco-lancheros, pontoneros). En Madre
de Dios, la ruta narco está en el trayecto que tiene su nacimiento en los intrincados
valles del río Huallagas, en la cordillera central; y de los ríos Mántaro y Apurímac
(afluentes del río Ucayali en la Cordillera Oriental), y desde cuyo epicentro prolongan
su curso de agua hasta la región del Beni en la Amazonía boliviana. Entre Perú y
Bolivia la ruta narco prolonga su puerta de salida con “narco-vuelos” para llegar
a los espacios rioplatenses (Córdoba, Rosario, Buenos Aires), campas (Santa Cruz
de la Sierra) y paraguayos, y desde ahí al Brasil, haciendo escalas y aterrizando
en diversas estancias. Un estanciero
puede lograr hasta veinte mil dólares por cada cargamento aterrizado exitosamente
en su campo. Esta
ruta en Perú ha sido declarada por Humala recientemente zona de exclusión aérea,
con obligación de reportarse, donde vuelan narco-avionetas de matrícula boliviana
procedentes de Beni y Santa Cruz, un verdadero puente aéreo o epidemia de narco-vuelos
de hasta trece vuelos diarios, y donde un piloto cobra por vuelo entre diez y veinte mil dólares. El tráfico aéreo
se da durante las mañanas, entre las seis y las once, y en cada vuelo se transportan
hasta 350 kilos de cocaína (diciembre, 2014). En solo una zona del VRAE (Valle de
los ríos Apurimac y Ene), con cálculos conservadores de siete vuelos al día, a trescientos
kilos por viaje, los siete días a la semana, se exportan alrededor de sesenta toneladas
mensuales.
Pero cuando prevalece
la exclusión aérea decretada por el gobierno peruano los narcos usan la vía acuática
y el trabajo de los narco-lancheros y pontoneros. Debido a un antecedente trágico
en que murieron dos norteamericanos de una misión religiosa, según el parlamentario Carlos Tubino, vicealmirante
retirado con experiencia en selva, Estados Unidos ejerce
presión sobre el gobierno peruano para que no se efectúe ningún tipo de derribo
de aeronaves. El
medio fluvial es más peligroso y lento, pues se hace a través de pontones y chatas
barcazas o chimbas, y para casos urgentes
en motonaves fluviales, que cruzan y navegan en tiempo de lluvias ríos turbulentos
como el Madre de Dios; y cursos de agua más mansos como el Beni, el
Manurimi y el Manupare así como ríos
brasileros, paraguayos y argentinos, en botes deslizadores de aluminio, impulsados por ventiladores
de aire (carentes de quilla). Todo ello para poder exportar la pasta base y para
importar los precursores químicos necesarios para procesarla, que alcanzan en cantidad
el orden de las treinta mil toneladas anuales (Williams Farfán).
A diferencia de los carteles
colombianos, los carteles mexicanos en el Perú (últimamente el de Sinaloa, que desplazó
a los carteles de Tijuana y Juárez) gestionan la mercancía, llevan el control y
encadenamiento comercial y verifican sólo la calidad del producto, quedando para
las firmas locales peruanas y bolivianas las tareas de refinamiento, cuyos precursores
químicos son importados desde Argentina por los mismos que exportan la pasta base
(ácido
muriático y sulfúrico, cloruro de sodio, hidróxido de calcio, efedrina, acetona
y gasolina o kerosene). En el Valle del Huallaga, las huestes
residuales de ex organizaciones subversivas, como Sendero Luminoso y el MRTA se
dividieron las áreas de narco-cultivos. Amén de la tradicional producción de hoja
de coca en los Yungas de La Paz (que poseen catorce alcaloides), en Bolivia los
cultivos se han extendido al valle del Chapare (norte de Cochabamba), preferible por
los narcos debido al más alto contenido de alcaloides (17 alcaloides), que consume
menos precursores químicos. Pero en esta última región,
la producción de la hoja de coca no sería para el consumo popular tradicional, pues
el mayor tamaño de sus hojas no la habilitaría. Las campañas oficiales para
promover cultivos alternativos a la hoja de coca (café, cacao, palmito, palma aceitera,
arroz, algodón) fracasaron en Perú y Bolivia estrepitosamente, pues al ser el jornal
de la coca mucho más alto desplazó la mano de obra distorsionando todo el mercado
laboral rural (Luna Amancio, Niezen).
Como parte del control territorial inicial
para establecer su actividad en una zona determinada los narcos llevan adelante
lo que se llaman crímenes predatorios. Lo que está en disputa en la etapa predatoria
es la conquista efectiva y monopólica de un territorio determinado. Este territorio
suele ser “…una entidad física concreta, delimitada, específica y de dimensiones
oscilantes. En ese territorio el crimen organizado se comportará políticamente,
es decir estatalmente. Será territorial, monopólico, estable y coactivo” (Emmerich-Rubio).
Las redes de los narco-carteles disputan ese liderazgo territorial en verdaderas
narco-guerras, para la cual multiplican sus estrategias y logísticas con narco-pistas,
arsenales con armamento de última generación, laboratorios de clorhidrato de cocaína,
y estructuras de lavado de dinero, que ocultan la participación de dirigentes políticos,
agentes de inteligencia, barrabravas, caciques indígenas, narco-jueces, narco-terratenientes,
industriales farmacéuticos y de droguerías, burócratas sindicales y empresarios
de fachada. Sin embargo, para algunos analistas, en esta ruta no existen
carteles sino intrincadas redes de clanes familiares locales. El escritor y periodista
Malcolm Beith confirmó que en México los clanes familiares más afamados fueron los
de Arellano Félix, del cartel de Tijuana, en Baja California; y el de los Beltrán
Leyva, del cartel de Culiacán, en Sinaloa. El sociólogo y especialista en narcotráfico Jaime Antezana reveló que en Bolivia existen una
veintena de clanes peruanos en proceso de convertirse en cárteles, entre ellos los Tibenqui, los
Flores Villar y los Huamán Tineo; y en la Chiquitanía boliviana, entre Corumbá y San Matías, frontera con Brasil,
existe el clan de los Rosales Suárez, vinculados con los narcos paraguayos y brasileros
y con estrechos lazos con la justicia camba (santacruceña), y que se caracterizan
por usar narco-avionetas, forradas con papel carbónico para que no sean detectadas
por los radares.
El cuartel general de los narco-carteles
muda repetidamente su asiento físico entre diversos países vecinos según fuere el
peso de sus respectivos aparatos represivos buscando siempre el lugar más seguro
para desplegar su liderazgo. Todos estos países encuentran a sus fuerzas represivas
(Sedronar en Argentina, Senad en Paraguay, Dirandro en
Perú, DIRAN o Dirección de Antinarcóticos en Colombia, Direção Nacional Antinarcóticos en Brasil, División
Antidrogas en México, y Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico o FELCN en Bolivia) profundamente divididas por mutuas y justificadas desconfianzas
e intereses contrapuestos en materia de información(oficiales de enlace), inteligencia
(padrones), contra-inteligencia, radarización, zonas de exclusión aérea, e incautaciones
de cargas, aviones y lanchas. En esta amarga división nunca se ha observado un interés
de la DEA norteamericana por intentar unificar la lucha anti-narcótico. Por este
motivo, el fenómeno del narcotráfico, según Martin Jelsma, politólogo
neerlandés especializado en políticas internacionales sobre drogas, no se puede
comprender ni encarar desde una perspectiva exclusivamente nacional o local. Es
necesario establecer entre ellas un vínculo -como se hizo en su momento con la Guerra
del Opio en China- con las condiciones continentales e internacionales que permiten
su supervivencia y expansión (Emmerich, Rubio).
En contraposición con los narco-carteles
colombianos que tenían presencia en el norte argentino desde la década de 1990,
para Álvaro Sierra Restrepo, periodista y conferencista colombiano
en temas de drogas ilícitas, el cartel de Sinaloa inició una clara
expansión geográfica en la producción de drogas y metanfetaminas a partir de la
prohibición en México para importar efedrina (2007). La razón de que los carteles
mexicanos busquen hacer negocios en sud-América, Centroamérica y el sudeste asiático
(Hong Kong) obedece a una lógica de diversificación de posiciones y de minimización
de riesgos, además de aprovechar la efedrina y la pseudo-efedrina de la industria
farmacéutica argentina. Bajo esta lógica empresarial no sólo se ha establecido una
incipiente base patrimonial y productiva del cartel de Sinaloa en el noroeste argentino
sino que también hay atisbos de presencia de los Zetas en Córdoba y Santa Fe. Sin embargo, en
materia de lógica empresarial, a diferencia de las tesis revisionistas de José Luis
Velasco (2005), el ex guerrillero salvadoreño y politólogo en Oxford Joaquín Villalobos
(2010) sostiene que los narcotraficantes son "criminales y no empresarios"
y entre ellos la competencia se resuelve “…a través de la violencia y no vía publicidad,
calidad de los productos y juicios mercantiles” (Pereyra, 2012). No obstante la
crítica de Villalobos, el Cartel de
Sinaloa en México logró sobrevivir a la guerra contra al narcotráfico del presidente
Felipe Calderón (del Partido Acción Nacional, 2006-2012) y al apresamiento del Chapo Guzmán (2014) invirtiendo grandes
sumas de dinero, en personal, armas y equipamiento satelital (Ravelo, 2010), y llevando parte de sus empresas a Guatemala, Hong-Kong, Bolivia
y Argentina, “…donde gracias a distintas complicidades logró preservar tanto su
dominio en México como la expansión de sus fronteras al sur, ya que el principal
principio de sobrevivencia del narcotráfico en un país fronterizo con Estados Unidos
es no presionar sobre el monopolio estadounidense” (Emmerich, Rubio).
Otro factor clave en esa expansión geográfica
y cambios de ruta de los narco-carteles ha sido también para Hernán Blanco, funcionario
argentino de la Secretaría de la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar) la restricción
en la exportación de precursores químicos a países productores de la hoja de coca,
como Bolivia, Perú o Colombia, que disparó las instalaciones de cocinas de cocaína
en las urbes próximas a la industria química del Narcosur (como se conoce a los
países del cono sur). Esta restricción exportadora se produjo a raíz de la Convención de
las Naciones Unidas contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas (Viena, 1988). Según Ricardo Soberón Garrido, jurista peruano fundador y ex-director del Centro de Investigación “Drogas y Derechos Humanos” (CIDDH),la
vinculación entre precursores químicos y la elaboración de cocaína es tan estrecha
que los productores y traficantes respondieron a la prohibición de importar mudando
la elaboración a países más próximos al origen geográfico de la producción química.
En consecuencia, los laboratorios de cocaína (conocidos como “cocinas”) proliferaron
en Argentina entre 1992 y 2003 cuando las autoridades allanaron una docena de pequeños
laboratorios, pero sólo el año siguiente de 2004 encontraron una veintena de narco-cocinas,
incluyendo uno capaz de manufacturar 660 libras anuales, de acuerdo a datos del
Transnational Institute (Guy Taylor, 2008).
Amén del deterioro ecológico y demográfico,
el narcotráfico también ha degradado la sociedad, la política, la justicia y la
seguridad, pues lo que se observa en dichas esferas es un acelerado ritmo de corrupción.
En el entramado social rural ha generado prostitución, explotación infantil y una desarticulación de los
procesos sociales y familiares de las comunidades (Plan de Manejo Ambiental del
Perú). En materia política, mientras el sociólogo
paraguayo José Carlos Rodríguez, Investigador del Centro de Documentación y Estudios (CDE), sostiene que la complicidad
de políticos con el narcotráfico genera una fractura de estado
porque las estructuras delictivas se estarían convirtiendo en un doble poder o un
poder paralelo al oficial. Por otro lado, la politóloga guatemalteca Gloria Álvarez revela la íntima relación
que retroalimenta la narco-política con el populismo y descubre secuelas en la indiferencia
para con la independencia de la justicia y para con la libertad de pensamiento crítico.
Y el escritor e investigador policial mexicano Julio Ceballos Alonso concluye que
esta íntima relación lleva inexorablemente a una suerte de narco-populismo en el
que están comprometidos tanto México como Colombia.
Estas incriminaciones se pueden corroborar
analizando como financian sus campañas los partidos políticos populistas. Pero no
solo corrompen las campañas electorales sino también las instituciones republicanas.
En México, los nexos con los narcotraficantes han alcanzado a alcaldes (Chávez,
Karrum Cervantes, Oseguera Solorio), gobernadores (Villanueva Madrid, Rodríguez
Reyna), generales (Gutiérrez Rebollo), procuradores (Salvatti), y diputados (Martínez
Pasalagua). En Brasil, las intercepciones de las conversaciones
entre miembros del Primer Comando de la Capital (PCC), que se encuentran detenidos
en presidios paulistas y sus socios de afuera, revelan que los líderes de la organización
delictiva contemplaron “entrar en la vida política” con candidatos a diputados no
fichados como aliados de esa organización. Por otro lado, en Perú,
el presidente Alán García antes de dejar el poder firmó narco-indultos beneficiando
a numerosos condenados por “Tráfico Ilícito de Drogas” (TID), y luego en 2014 el Ministro
del Interior Daniel Urresti denunció una lista de un centenar de candidatos políticos
vinculados con el tráfico (identificados
por la División de Operaciones Antidrogas o Dirandro). Como réplica, Alan García le ha contestado
al presidente Ollanta Humala que “…no debe escabullirse de sus cobros a los ‘narco-aviones’”
(Monzón K.). En Bolivia, el
general René Sanabria Oropeza era el jefe del Centro de Inteligencia y Generación
de Información (Cigein) del Ministerio de Gobierno, pero al ser aprehendido en Panamá
por agentes de la DEA (Agencia Antidrogas Estadounidense) tuvo que acogerse al silencio
ante la evidencia de las investigaciones y fue conducido a Miami. Y al narco-amauta
Valentín Mejillones, el que entregó el bastón de mando a Evo Morales y que participó en los actos de ceremonia de Ollanta
en el Perú, se le descubrió que en su domicilio funcionaba una fábrica de cristalización.
En Paraguay,
las intercepciones al celular del narco Carlos
Antonio “Capilo” Caballero, a las que accedió el diario ABC Color, revelan mensajes
de texto intercambiados con el abogado y hoy día diputado colorado Bernardo Villalba.
“Capilo” Caballero es considerado el principal importador de cocaína de Bolivia
(clan de los Rosales Suárez) y proveedor de droga a Jarvis Chimenes Pavão, célebre
narcotraficante brasileño ligado al Primer Comando Capital (PCC) y al Comando Vermelho,
ambos del Brasil. A este diputado Villalba hay que agregar sus correligionarios
los legisladores del Departamento San Pedro de Ycuamandiyú Freddy
D’Ecclesiis Giménez (hermano del narco Raúl y con un tío y un primo condenados por narcotráfico) y Marcial Lezcano Paredes, defensor del narco Carlos Rubén
Sánchez Garcete (detenido por la Secretaría Antidroga o Senad), extraditable al
Brasil, diputado suplente por el Partido Colorado representando
al Departamento de Amambay (frontera con Brasil), y estrechamente vinculados
el ex edil de Capitán Bado Celso Vásquez (propietarios de campos donde aterrizan
narco-avionetas procedentes de Bolivia), y a Luis Carlos Da Rocha, alias “Cabeça
Branca” (Cabeza Blanca), principal narcotraficante Brasilero. Amambay es una localidad
paraguaya que se asemeja cada vez más a Juárez o Tijuana pues mueve más de cien
millones de dólares por mes en el narco.
En Colombia, cuando la campaña del presidente Ernesto
Samper, en agosto de 1994, el candidato conservador Andrés Pastrana acusó al entonces presidente César Gaviria de ocultar la existencia de
narco-casetes y finalmente los dio a conocer probando los contactos
entre el cartel de Cali (Rodríguez Orejuela) y la campaña presidencial de Samper,
en un célebre caso que se denominó “Proceso 8000”. La investigación del Congreso
para determinar si el Presidente estaba enterado de las contribuciones concluyó
en 1995 decidiendo que no había mérito para llamarlo a juicio. En enero de 1996
el ministro de defensa Fernando Botero fue arrestado y pronto declaró que Samper
“estaba enterado de las contribuciones financieras, pero una segunda investigación
en el Comité de Acusaciones de la Cámara de Representantes, que se practicó ese
mismo año, llegó a la misma conclusión”. No obstante, la integridad del gobierno
de Samper quedó irremediablemente manchada (J. O. Melo). Más recientemente, con posterioridad a la desmovilización de
las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y superada la etapa de la narco-política,
el proceso entró a conocerse como el de la "para-política" pues reveló
la existencia “…de alianzas entre grupos de narcotraficantes, paramilitares y dirigentes
políticos de diverso nivel: alcaldes locales, gobernadores regionales y congresistas”
(Vargas Velásquez). Entre ellos, el primo del presidente y senador nacional Mario
Uribe Escolar. En Honduras, para el ex ministro del Interior
Víctor Meza,
la mezcla entre narcotraficantes, funcionarios
corruptos y políticos inescrupulosos está en el meollo de la llamada “narco-política”.
De la misma forma que el tráfico de drogas produce y reproduce narcotraficantes,
según Meza también genera narco-políticos (los llamados narco-diputados, narco-alcaldes),
narco-empresarios, narco-pilotos, narco-banqueros, narco-policías y narco-jueces.
Es lo que ya algunos llaman la “narcotización” del sistema político e institucional
de un país, y de todo el espacio latinoamericano (Meza), el cual requiere para su
eliminación una unidad de mando a escala continental.
Y en Argentina (la llamada ruta blanca de la cocaína), la complicidad del poder político con el narcotráfico ha crecido
en la década kirchnerista en forma exponencial, a tal extremo que el ex titular de la Sedronar José Ramón Granero fue judicialmente procesado por tráfico de efedrina en conexión
con funcionarios de la Presidencia, los hermanos Zacarías, y el caso del Tesorero
del Partido Justicialista Héctor Capaccioli, encabezando la campaña política del
Frente para la Victoria y recaudando contribuciones de manos de los laboratorios
y de los importadores de efedrina, lo que hace pensar que nos hallamos frente a
una nueva variante de narco-populismo, que se diferencia del de Colombia y México
por estar más centralizado (ver Lucas Schaerer).
Los principales beneficiarios del narcotráfico
en Argentina son según Adriana Rossi: en primer lugar, los agentes económicos, ya
que “…en Argentina hay lavado de dinero, y ese dinero dinamiza algunos sectores,
por ejemplo, el de la construcción, como sucede en el caso de la ciudad de Rosario
donde hay mecanismos que facilitan el lavado debido a la introducción subrepticia
de capitales”, que, evidentemente, movilizan el comercio y el sector de la construcción.
Y en segundo lugar, son los agentes de las fuerzas del orden como la Policía, que
“…están atravesados por el narcotráfico y amparan el negocio, y eventualmente participa
del mismo, recibiendo las coimas del narcotráfico, además de las coimas de la trata
de personas. Eso hace que haya hechos de violencia que la policía no frena, creando
una situación de desestabilización muy grave" (Rossi).
En materia de procesamiento y elaboración
de narcóticos, un estudio del Transnational Institute, del 2008, que investiga
la insólita expansión del “paco” en Buenos Aires y Montevideo, advertía que: “…mientras
antes el clorhidrato de cocaína, procedente principalmente de Bolivia, entraba en
Argentina por la frontera noroeste para llegar a los puertos del Atlántico, donde
era embarcado para su exportación, actualmente lo que ingresa por la frontera es
la pasta básica que luego es procesada en laboratorios clandestinos ubicados en
el país y convertida en cocaína” (Guy Taylor, 2008).Al producirse entonces el clorhidrato
de cocaína en el Gran Buenos Aires se generan residuos que pasan a ser parte de
la pasta base, el famoso “paco”. Según el informe “Centros de Procesamiento Ilícito
de Estupefacientes en Argentina” de la Sedronar, las múltiples narco-cocinas detectadas
en el país son utilizadas para el estiramiento o cristalización de estupefacientes
y no para la producción de metanfetaminas o drogas sintéticas. En la ciudad de Córdoba,
en Argentina, las denuncias que recaen en la Justicia Federal indican que operan
al menos “siete grandes cocinas de pasta base y clorhidrato de cocaína”, donde según
Juan Federico, el periodista de La Voz del Interior (Córdoba), ya estaría operando el cartel
mexicano de Sinaloa, una mafia con conexiones en el exterior y en Buenos Aires,
donde la guerra se ha iniciado entre los grupos étnico-nacionales, peruanos y paraguayos. Los carteles en Argentina no tienen laboratorios propios, por
lo que tercerizan la producción a laboratorios clandestinos o narco-cocinas que
se quedan con el 20% de la producción, más el residuo conocido como “paco” (pasta
base de cocaína). La producción de cocaína en estos laboratorios no podría hacerse
si estuviera disponible en venta minorista determinados precursores como el ácido
sulfúrico, el ácido clorhídrico, la efedrina y el éter o acetona que son necesarios
para separar la cocaína de la pasta base.
En efecto, en Argentina, si bien no hay
producción de narco-cultivos existe refinación de cocaína a partir de pasta base,
y este procedimiento de fraccionamiento o estiramiento puede repetirse
varias veces, según la calidad que se busque para el
producto final. Por eso
se están multiplicando las “cocinas” de droga, laboratorios artesanales para la
producción local y el consumo interno. En esas cocinas la cocaína se produce a partir
de pasta base, y también se “estira”, es decir, se prepara para el consumo aquella
cocaína que llega en estado puro, mediante el agregado de anestésicos
sintéticos (novocaína, xilocaína, manitol, cafeína, etc.). Sin embargo, en Rosario no hay grandes laboratorios: “Las cocinas
artesanales se encuentran más en el Gran Buenos Aires o cerca de las fronteras”.
Entrevistado por Deutsche Welle,
Edgardo Buscaglia, investigador de la Universidad de Columbia (Nueva York), y presidente
del Instituto de Acción Ciudadana de México, explicó que la estructura de las redes
criminales que operan en Argentina se ha diversificado. "No es solo el narcotráfico.
Se trata de franquicias de grupos criminales que se han asentado en Argentina, tanto
grupos asiáticos, con base en Guandong, China, como grupos latinoamericanos con
base patrimonial en México, así como otros de El Líbano, que operan con impunidad
en Argentina y se dedican al narcotráfico y a la trata de personas, al tráfico de
armas, al tráfico ilegal de explotación minera, al contrabando de flora y fauna
y al establecimientos de bases patrimoniales comprando tierras, que son algunos
de los 17 delitos económicos detectados" (Buscaglia).
En el caso argentino, los nuevos fenómenos
predatorios de guerra de bandas “suelen involucrar a barras bravas de los equipos
locales de fútbol, personajes altamente visibles que actúan en los niveles gerenciales
del crimen organizado, con fuertes apoyos institucionales a nivel nacional y oficial”
(Emmerich-Rubio). Por tratarse del cruce de diversas conexiones internacionales
y tener acceso a una amplia hidrovía fluvial, Rosario resulta un punto geográfico
estratégico. La provincia de Santa Fe tiene una veintena de puertos privados y media
docena públicos. “Aquí confluyen carreteras con conexiones internacionales a Bolivia
y Paraguay; porque cuenta con varios puertos privados en la orilla del río Paraná,
indispensables para exportar la droga al exterior”. La narco-guerra que se desarrolla
en Rosario consiste en el enfrentamiento entre la banda de Los Monos contra la banda
de Los Garompas, conflicto vinculado a la interna de las barras bravas de los clubes
de fútbol locales, Newells y Rosario Central. (Emmerich, Rubio).
Por último, como corolario póstumo
de esta saga criminal, una muestra de la lógica de horror y locura crecientemente
imperante en gran parte de Latinoamérica, devenida en la práctica en una confederación
de estados fallidos, de narco-estados y de una necro-política (Mbembe), con el descalabro
de la solidaridad internacional en la tragedia telúrica haitiana (2010), con la
reciente desaparición de medio centenar de estudiantes normalistas en Ayotzinapa
(México, 2014), que reproduce en escala macabra el holocausto de Tlatelolco (1968),
y con el crimen de estado del Fiscal Nisman en Argentina (2015), lo que viene a
hipertrofiar la desnaturalización del estado moderno como monopolizador de la violencia
legítima y su creciente sustitución por extraterritoriales máquinas de guerra, dolosamente
enhebradas en red, que amenazan desatar una tercera guerra mundial (Guedillo Cruz).
Recapitulando la larga lista de traumas,
frustraciones y sucesivas reacciones y “huevos de serpiente”, debemos concluir en
la necesidad de recabar planteos de unidad latinoamericana, que superen los meridianos
de partición (Tordesillas), las zonas francas (Pacto Andino), las apuestas institucionales (CELAC), los acuerdos
comerciales (Asia-Pacífico, CAN), los ejes geo-políticos (ABC, ABV), y los cónclaves
presidenciales (Unasur). En las sesiones parlamentarias del Mercosur no están representados
los pueblos y naciones originarias, y los representantes elegidos no lo son por
elección directa (Parlasur), y sus fueros amagan oficiar como mero santuario para
que los funcionarios de mandato cumplido incursos en corrupción eludan el accionar
de los poderes judiciales nacionales. No obstante, si bien el Mercosur y la Unión
de Naciones Suramericanas (Unasur) contemplan la existencia de un parlamento, aún
no han pensado en un poder judicial a escala latinoamericana, pues en el marco
de la IV Cumbre de Presidentes de Poderes Judiciales del Unasur, realizada en Cartagena
(Colombia), en 2013, los magistrados latinoamericanos amén de discutir la separación
entre los poderes Judicial y Ejecutivo han reiterado un llamado a la integración
para la discusión de temas jurídicos, y se llegó incluso a plantear un Tribunal Regional,
pero sólo para dirimir cuestiones de Derechos Humanos, y no para plantear por ejemplo
el ecocidio minero de la Amazonía ecuatoriana perpetrado por las multinacionales
petroleras como Chevron-Texaco.
Finalmente, estos planteos de unidad
deben poner fin a los repetidos “huevos de serpiente” (motines, golpes de estado
y auto-golpes) y al conjunto de traumas políticos y culturales (TPC), y sus supervivencias;
a tantas conquistas, guerras, particiones, dictaduras, magnicidios, ostracismos,
ecocidios, etnocidios, suicidios y sicariatos (orquestados por servicios de inteligencia
subordinados a facciones políticas); a tanto crimen organizado (íntimamente vinculado
a intereses transnacionales); a tantos hábitos de atraso, abismos de ignorancia,
complejos de inferioridad, y sumisiones a las prácticas banco-mundialistas; y a
tanta indiferencia histórica respecto a los pueblos indianos que con notables divergencias
de intensidad ya lleva casi cinco siglos; y deben ofrecer un nuevo imaginario identitario
que incluya a los hasta hoy excluidos y democratice e higienice el modelo civilizatorio
vigente, por demás agotado, y brinde una esperanza de paz y prosperidad espiritual
y material a la inmensa masa de paisanos que desde el Río Bravo hasta los confines
de la Patagonia pueblan las tierras de la América Latina.
EDUARDO R. SAGUIER (Argentina). Autor de libros
como Genealogía de la tragedia
argentina Auge y colapso de un fragmento de estado o la violenta transición de un
orden imperial-absolutista a un orden nacional-republicano (1600-1912) (2007); Un Debate Inconcluso en América Latina. Cuatro
siglos de lucha en el espacio colonial Peruano y Rioplatense y en la Argentina Moderna
y Contemporánea (1600-2000) (2004); y La Nomenklatura Académica en la Cultura
Argentina (era M-K). Examen de las principales pistas en la novela negra de las
ciencias y las humanidades criollas (2009). Proyecto elevado, en noviembre de 2014, al National Endowment for the Humanities
(NEH), y a la Latin American Studies Association (LASA), con imágenes y sonido.
Contacto:
saguiere@ssdnet.com.ar. Página ilustrada con
obras de J. Karl Bogartte (Estado Unidos), artista invitado de esta edición de ARC.
Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 11 | Junho de 2015
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GLADYS MENDÍA | LUIZ LEITÃO | MÁRCIO SIMÕES
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Para divulgação do roteiro que ficou muito interessante e no qual tive o prazer de participar!
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