segunda-feira, 8 de junho de 2015

EDUARDO R. SAGUIER | Auge y caida de los imperios amerindios e ibéricos y de las naciones latinoamericanas



El autor ha trabajado en este guión con un grupo muy sustancioso de coautores: Guillermo Delgado-P., Jesús Díaz-Caballero, Jorge Majfud Albernaz, Joaquin E. Meabe, Leonardo Favio Osorio Bohórquez, y Tristan Platt. Igual ha qué hacer referencia a tantos estimados colaboradores, sin los cuales el trabajo no podría alcanzar su cuerpo final: Diego Abente Brun, Jose Antonio Aguilar Rivera, Maya Aguiluz Ibargüen, Marcos Alexandre Arraes, Tomás José Barrientos Quezada, Dante Barrientos-Tecun, William H. Beezley, María Bertely Busquets, Graciela Chamorro, Luis Chesney Lawrence, Francisco Colom González, Olivier Compagnon, Ival de Assis Cripa, Romain Cruse, Enrique Normando Cruz, Maribel de la Cruz Vergara, Gabriela Dalla-Corte Caballero, Héctor Díaz-Polanco, Erika Denise Edwards, João Feres Júnior, David William Foster, Yamid Galindo Cardona, Eder Gallegos, Enrique García Barthe, Carlos Garrido Castellano, John Gledhill, Sergio Alberto González Miranda, Jorge Ramón González Ponciano, Alfonso González Ramírez, Teodoro Hampe Martínez, Manuel Hernández González, Christine Hünefeldt Frode, Takeshi Inomata, Rafael R. Ioris, Maximiliano Korstanje, Protasio Paulo Langer, Rafael Lara-Martínez, Lucas Lixinski, Bruce Mannheim, María Cristina Manzano-Munguía, Maria N. Marsilli, Jaime Marroquín Arredondo, Luz Adriana Maya Restrepo, Juan Méndez Avellaneda, Natalia Moragas Segura, Zulema Moret, Paulina Numhauser Bar Magen, Miguel Pérez, Pedro Pérez Herrero, Max Maranhao Piorsky Aires, Patrick Puigmal, Carlos Jesús Recio Dávila, Carlos Arturo Reina Rodríguez, Germán A. de la Reza, Eddy Walter Romero Meza, Christoph Rosenmüller, Luis Salas Almela, Alex Schlenker, Nicolas Shumway, David Mauricio Solodkow, Tomas Straka, Jean-Pierre Tardieu, Hernán M. Venegas Delgado, Carlos M. Vilas, Carlos H. Waisman, y Raquel Z. Yrigoyen Fajardo.

INTRODUCCIÓN | Nos hemos propuesto sugerir la elaboración de una serie audiovisual histórica de alcance continental, a encarar por una organización con acceso a archivos gráficos y sonoros, que abarque la historia de América Latina desde las etapas anteriores a la conquista europea hasta la misma actualidad, y que apunte a contribuir a su futura integración política y a superar el estancamiento actual en los estudios latinoamericanistas.
Dicho estancamiento se extiende a sus sedes latinoamericanas, cautivas en gran parte de mandarinatos académicos problemáticos, que han infundido el miedo a discrepar, y donde escasean los recursos culturales y los archivos gráficos y sonoros, prolifera la corrupción y la endogamia, y se cultiva una dependencia al Banco Mundial/BID. También se extiende el estancamiento a las sedes del llamado Primer Mundo, donde a pesar de ser USA una sociedad transida por el racismo y un estado complicado en crímenes de guerra (reconocidos por su propio Senado), paradójicamente cuenta en sus universidades con mayores grados de excelencia y libertad académica que en el resto del mundo. Paralelamente, uno de los órganos más claves para la investigación histórica y cultural, como es el National Endowment for the Humanities (NEH) se encuentra a merced de las mayorías circunstanciales del Senado norteamericano.
Sin embargo, estas universidades norteamericanas reproducen en gran medida, en el área de los estudios latinoamericanos, la división regional tradicional en estados-naciones, y la producción intelectual limitada a compartimentos estancos, lo cual determina que el conocimiento de su historia y su cultura se vuelva cada vez más incomprensible, y se sabotee el trabajo colectivo. Esta producción historiográfica revela también una crisis cada vez más acentuada de los saberes humanísticos y científicos por la resistencia a la utilización de formatos digitales en red y de lenguajes audiovisuales. Esa misma resistencia, que había observado el astrónomo Galileo con respecto al uso del telescopio, se repite hoy al extremo de quedar los humanistas y científicos aislados en una insularidad asépticamente sellada de “nichos claustrofóbicos”, propia de aquellos que al padecer deformaciones profesionales son cultores del statu quo curricular y de sospechosos mandarinatos académicos (inflación de poder en el vínculo pedagógico), y reacios a las perspectivas holísticas, a la conectividad colaborativa, y a la ampliación innovadora -más allá de los dominios propios- de las fronteras del conocimiento (Ortoleva, 1999).
En el caso latinoamericano, amén de recurrir a inapelables imágenes, colores, ritmos, sonidos y metáforas, de inexcusable referencia alegórica y programática, tenemos necesidad de indagar el origen de todos aquellos traumas colectivos o complejos de inferioridad (étnica, territorial, económica, cultural, lingüística, política o militar), y pautas de culpabilidad (miedo, depresión, apatía, vergüenza y humillación) crónicamente transferibles a diferentes chivos expiatorios. Pese a su heterogeneidad, el origen de estos traumas (conquistas, guerras, dictaduras, magnicidios, particiones, ostracismos, irredentismos, cesaro-papismos, sumas de poder público, anexionismos, estados-libres asociados, narco-guerras), y sus diversas y numerosas supervivencias, fueron comunes a todas nuestras naciones, en especial el impacto de las globalizaciones, colapsos imperiales, guerras europeas (guerras de religión, guerras dinásticas, guerras napoleónicas, guerra de crimea, guerra franco-prusiana y guerras mundiales), particiones y transferencias geográfico-territoriales,y cambios de políticas comerciales derivadas de ellas. Es sabido que las guerras interrumpían el tráfico marítimo y comercial, cortando de manera efectiva los vínculos entre los puertos coloniales y los peninsulares, elevando el riesgo y encareciendo el seguro marítimo.
Pero también debemos plantear todos aquellos temas silenciados por la historiografía tradicional americanista (mandarinatos, teocracias, talasocracias, estados-tapones, blanqueamientos raciales, señoríos cocaleros, pogroms, etc.); replantear aspectos fundamentales que hasta hoy han sido ignorados (traumas derivados del colapso imperial, de las particiones territoriales, y del negacionismo); tener en cuenta que existen distintas narrativas escritas desde diferentes orígenes nacionales, étnicos, lingüísticos, y de clase, y desde diferentes aproximaciones de orden artístico y/o científico; y transmitir un argumento o pensamiento central que reconozca la existencia en el pasado histórico de acontecimientos que fueron traumáticos (globalizaciones, colapso imperial y particiones y transferencias territoriales), y no obstante ello existe la voluntad política de subsanar las secuelas o supervivencias de los mismos, a la luz de paradigmas más realistas y abarcadores, y sin que ello suponga tomar un partido sectario en materia ideológica, epistémica o metodológica.
El análisis historiográfico no debe partir de interpretaciones lineales, gradualistas o etapistas del proceso histórico propias de un pensamiento funcionalista (Halperín Donghi, Cortés Conde) ni de las secuelas corporativas y centralistas como lo fueron las interpretaciones dependentistas (Wiarda-Véliz), sino de aquella que pone el eje en agentes motores del proceso histórico como lo fueron las guerras, los cambios de políticas comerciales, los colapsos imperiales y coloniales, las particiones y transferencias político-territoriales, y las narco-guerras verdaderas causantes de traumas colectivos (etnocidios), y no meros agentes pasivos. Tampoco el replanteo historiográfico debe ser estático ni victimizante, tomando como chivo expiatorio de la crisis exclusivamente a las metrópolis imperiales. Este análisis debe distinguir claramente las nociones de colonialismo y de colonia (Osterhammel, Stuchtey), así como diferenciar la condición de colonialidad (la que se mantiene en el tiempo) de la noción histórica de colonialismo aplicable exclusivamente al período de dominación ibérica, con sus diferentes períodos, como es instrumentado en el Proyecto Modernidad/Colonialismo, acuñado por Aníbal Quijano.
Tampoco este replanteo debe contar con contenidos re-creacionistas o restauracionistas, típicos del pensamiento reaccionario que trata al pasado histórico como si fuera un objeto inerte y pasivo, susceptible de ser recuperado políticamente (Kracauer-Zermeño), tal como está siendo experimentado en el Levante/Oriente Medio por el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS), pero enmascarado tras la tradición cesaro-papista y el mito salvífico del Califato Islámico. El Califato desapareció después de haber sido eliminado el sultanato, pero no por obra de la Paz de Versalles sino por la revolución secularizadora de KemalAtaturk (1922). Este último mito tiene un distante aire de familia con el mito mesiánico andino de “buscar un Inca” que restituya una edad de oro perdida, indagado entre otros por Flores Galindo.
Por el contrario, en nuestro emprendimiento intelectual destinado a superar el creciente proceso de periferización y crisis de identidad provocado por la tercera globalización y el agotamiento institucional de los estados-naciones (incapaces de afrontar los desafíos de la narco-política, y la narco-guerra),y pretendemos gestar un proyecto político-cultural común. Este proyecto debe ser ajeno a toda sospecha de hegemonía euro-céntrica u occidentalizadora, o de nostalgia restauradora de una perdida “edad de oro”, o de tragedia vaticinadora de eventos apocalípticos (catastróficos o conspirativos), o de patriarcalismo, bajo una única óptica masculina y en desmedro de una visión femenina.
Pero sobre todo, pretendemos promover la idea motora de acelerar la unidad latinoamericana tomando América Latina como si fuera un continente, pero con un proyecto común que debe ser impulsado desde abajo por los partidos políticos y los movimientos sociales de todos los países y por sus representantes parlamentarios, que tienda conformar coaliciones inter-estados destinadas a ampliar las libertades públicas, eliminar la pobreza, y avanzar las fronteras del conocimiento artístico y científico del mundo, y acabar con la peste del narcotráfico, que amenaza la salud física y moral del mundo.
A semejanza de la noción de Unidad Europea (UE), la latinoamericana debe arrancar de la experiencia plural e interdisciplinaria de siglos de historia muy anteriores a la conquista ibérica. También debe evitar -a diferencia de la Unidad del África sub-sahariana, o la del Maghreb, o la del Medio Oriente- copiar la ceguera del sectarismo economicista, prevaleciente en tiempos de la descolonización africana (Nkrumah) y, por el contrario, seguir los parámetros propuestos por instituciones pioneras tales como la Asociación Internacional Arte Sin Fronteras (São Paulo, Brasil).

OBJETIVO DE LA INVESTIGACIÓN | Este emprendimiento está dirigido en principio a los grupos dirigentes, en especial a la intelectualidad, y a los estudios latinoamericanistas de todo el mundo, a los dirigentes de los partidos políticos, y a las comunidades judiciales, diplomáticas y universitarias, para que unidos encaren la elaboración de una agenda y un protocolo para poner en marcha un proyecto común de combate contra la tercera globalización y el conjunto de traumas culturales y políticos que los tiene desde antaño postergados (TPC). Este conjunto de traumas se reducen al cesarismo bonapartista y patriarcal (hombres providenciales e infalibles), al sectarismo economicista, al aislacionismo (diplomático y cultural), al pretorianismo militar, al corporativismo patrimonialista (clerical, sindical), al clientelismo electoralista, al analfabetismo funcional (digital), a la endogamia institucional (docente, empresaria), al irredentismo espacial (territorial), al restauracionismo o reconstruccionismo nostálgico-político, y al negacionismo de los crímenes de lesa humanidad (desaparecidos y narcotráfico).
Esta propuesta debe estar fundada en una selección significativa de innumerables links y videos, cuyos argumentos se tomarán de libros y artículos de diversos autores, y debería estar reflejada en escenas secuenciadas, no necesariamente lineales, y estimuladas por un repertorio de unidades narrativas, correspondientes a diferentes períodos de la historia latino-americana (antigüedad, modernidad, contemporaneidad); a diversas formas de gobierno (teocracia, monarquía, imperio, talasocracia, república, cesaro-papismo, aristocracia, democracia, estado fallido, narco-estado); a diferentes ficciones orientadoras (comunidades imaginadas, indigenismos históricos: incaísmo, aztequismo), a distintas unidades políticas (civilizaciones, culturas, virreinatos, estados-naciones, provincias, departamentos); a diversos procesos violentos (conquistas, guerras, particiones, rebeliones, ostracismos, providencialismos, conspiraciones, magnicidios, suicidios, etnocidios, ecocidios, necro-políticas, narco-guerras, etc.); a una variedad de mecanismos apaciguadores (abdicaciones, renunciamientos, armisticios, tratados, etc.), y a distintas regiones y naciones del espacio latinoamericano, en su compleja diversidad económica (minera, agrícola, ganadera, industrial, forestal, etc.), socio-étnica (indígena, africana, mestiza, mulata, europea, etc.), comunicacional (impresa, radial, televisiva) y geográfica (siringales en la amazonía, pampa gaucha y llanera, litoral rioplatense, archipiélago caribeño o antillano, costa peruana, mundo andino, mediterraneidad o insularidad paraguaya, meseta centroamericana, etc.).
Su selección debe ser intensamente discutida y el borrador resultante debe ser permanentemente editado, como lo hemos venido haciendo hasta el presente, con gran ayuda de Internet, del Google, de Wikipedia y de Academia.edu (y eventualmente una red digital colectiva o sitio web al estilo de wikipedia), que nos ha permitido asociar en esta empresa a multitud de colegas de distintas partes del mundo y de diversas disciplinas científicas, a quienes se les pidió opinar sobre sus temas preferidos, incorporando incluso las opiniones de aquellos que no habiendo aceptado adherirse contribuyeron con sus críticas al mejoramiento del Proyecto.
Por último, la compilación de textos deberá ser interpretada, y reformulada con entrevistas, reportajes, ilustraciones (antropología visual), lírica (Canto General de Pablo Neruda por Theodorakis y Farantouri, Canción con todos, Misa criolla), melodías, coreografías, una serie de videos semejante a la que con fines celebrativos se tituló AmericaS (1990-1992), basada en el libro de Peter Winn del mismo título: AmericaS: The Changing Face of LatinAmerica and the Caribbean, así como escenografías estéticamente diseñadas para la peculiaridad de cada episodio histórico, y dobladas a todas las lenguas amerindias posibles.

LA IDEA MOTORA Y LA TRAMA DEL RELATO AUDIOVISUAL | La idea motora que anima este proyecto común de unidad latinoamericana es el combate a esos viejos “huevos de la serpiente” (globalizaciones, motines militares, golpes de estado, aventurerismos, auto-golpes, sumas de poder público) y a sus secuelas y supervivencias constituidas por el conjunto de traumas políticos y culturales largamente incubados (TPC). El huevo de la serpiente es una metáfora literaria, de origen shakesperiano, retomada por las teorías del trauma colectivo (Kühner-Romero Villa), y también por el cineasta Bergman, alrededor de un reptil que simboliza la potencialidad del mal con su eterna metamorfosis o camuflaje de piel, y cuyos huevos incubados es preciso eliminarlos antes que eclosionen.
Por otro lado, el combate a que hacemos referencia está centrado alrededor de una secuencia histórica de acontecimientos concretos previa y correctamente fechados, y dialécticamente contrastados con una secuencia discursivo-racional interna “…que se ha venido desarrollando desde la disolución de las formas amerindias de vida hasta la identificación con un concepto abstracto, fundamentalmente externo, muchas veces trascendente de independencia y modernización” (Cripa).
Esta periodización, en su compleja escenificación, comprende un friso múltiple, con cuatro (4) actos sucesivos (en un espacio de tiempo de larga duración), y sus respectivas transiciones, etapas o cortes cronológicos, gobernados por sus respectivas lógicas, muy distintas unas de otras. Estas transiciones corresponden a la periodización histórica de la antigüedad anterior a la conquista europea y a las distintas variantes de un concepto de modernidad mucho más abarcador, que incluye la modernidad amerindia, la renacentista, la barroca, la ilustrada, la liberal, la romántica, la positivista, la bonapartista y la neoliberal, sugeridas por Nathan Wachtel, Enzo Traverso, Jesús Díaz-Caballero, Joaquín E. Meabe, Tristan Platt y Eric Voegelin, con sus sucesivos huevos de serpiente y sus respectivos teorizadores (Burke, De Bonald, de Maistre, Schmitt, Gentile, Kissinger), y a las recientes propuestas teóricas formuladas por Osterhammel (colonialismo), por Tomás Pérez Vejo (estado-nación) y por María Victoria Crespo (dictadura). Estos cuatro actos sucesivos se desplegarán en:

a) un planteo inicial de la trama, que comprenda la época antigua, considerando este momento como el de las sociedades indianas y sus consecuentes desarrollos que se remontan al momento del poblamiento del continente cuyos orígenes cronológicos en el Pleistoceno están en discusión (de 10 a 60 milenios) y la conformación de las sociedades originarias continentales, incluyendo fenómenos de modernidad autóctona. Para ello se considerará no tan solo las denominadas zonas nucleares (Mesoamérica y mundo andino) sino incorporar al estudio una visión holística del pasado indiano prehispánico dando visibilidad a aquellas sociedades que tradicionalmente se han visto como secundarias en la historiografía más tradicional (Moragas Segura). Específicamente, grupos indianos de las “tierras bajas de Sudamérica” entre ellos los tupí y los guaraníes, para quienes existen sobradas evidencias del intercambio con los Incas (Perusset).

b) un nudo crítico y traumático, que alteró profundamente el mundo amerindio, que corresponde al período colonial y a la lógica cultural del colonialismo y la modernidad renacentista, que comprende la monarquía universal, la amalgama del absolutismo, el barroco, y el mercantilismo, y que abarca la primera globalización, expresada en el descubrimiento, y la partición de América entre los dos imperios pre-westfalianos y renacentistas (Partición Papal y Tratado de Tordesillas, 1494).Este descubrimiento estuvo seguido por la conquista, la colonización y la llamada evangelización, la unión de las dos coronas castellana y lusitana (1580-1640); proseguida por la expulsión de los portugueses de las ciudades hispano-americanas (a raíz de la Rebelión de Portugal), y la partición de los dominios ibéricos (1640); culminada en la Paz de Westfalia y el Tratado de Münster (1648), el apogeo jesuítico, el sistema mercantilista de Utrecht, la emergencia de imperios comerciales y marítimos, la pérdida española del monopolio comercial con Indias, y la penetración esclavista inglesa (1715-1740); la expulsión de los jesuitas (1759-1767), la incidencia jansenista, la nociva secuela de una más intensa partición político-administrativa del espacio colonial con la Real Ordenanza de Intendentes (1782), y las insurrecciones indianas y las narrativas proféticas y milenaristas (1782-1808).

c) un nudo secundario o de transformación, que enmarcado en la época liberal ilustrada y en la simbiosis de republicanismo, romanticismo y librecambio -correspondiente a la segunda guerra civil europea, a las derivaciones de la Paz de Viena y a la diplomacia de Metternich (1815)- impulsó un independentismo que acentuó la partición política del continente. Estas particiones generaron los correspondientes providencialismos regionales, los estados-tapones, el capitalismo comercial de librecambio, los procesos asimiladores forzados y las luchas fratricidas de liberales contra conservadores, que no acabaron con la colonialidad cultural; receptaron los impactos de las guerras europeas (Guerras napoleónicas, Guerra de Crimea, Guerra Franco-Prusiana y Guerras Mundiales), y provocaron una segunda globalización, que en el mundo andino agudizó el colonialismo interno y la opresión del indiano al someter a los originarios como siervos de haciendas; y en la pampa, la sabana y los litorales latinoamericanos incitaron a emprender nuevas conquistas de territorios y recursos indígenas (Yrigoyen Fajardo). Esta misma opresión que se da en los Andes se da también en las tierras bajas de la Amazonía, entre muy diversos grupos de originarios, “…quienes comienzan a ver afectada su forma de vida en comunidad por la intercesión de distintas ordenanzas regladas por los “nuevos” estados nacionales” (Perusset).

y d) un desenlace final, dramático y criminal, donde prevalecen las políticas extractivistas y de partición geo-política, de articulación de bonapartismo, modernismo y proteccionismo, y de sometimiento intelectual al Banco Mundial, que abarca la época correspondiente a la tercera guerra civil europea con sus dos Guerras Mundiales; las derivaciones de la Paz de Versalles (1918) y de los Acuerdos de Yalta (1945); la extinción de la Guerra Fría con la Caída del Muro de Berlín (1989), y sus efectos en el Consenso de Washington (1994); la tercera globalización, el derrumbe del Muro del Caribe y el eventual levantamiento del Bloqueo a Cuba (2014); y con la emergencia de un terrorismo global y un narco-populismo que contamina las instituciones republicanas, degrada los niveles de vida democrática y amenaza con una tercera guerra mundial.

MODERNIDADES AMERINDIAS, GUERRAS CIVILIZATORIAS, ETNOCIDIOS, DESASTRES ECOLÓGICOS, METEOROLÓGICOS Y TELÚRICOS, Y ARTICULACIONES ETNOGEOGRÁFICAS (CARIBEÑAS, POLINÉSICAS, SIBERIANAS, AMAZÓNICAS, ASIÁTICAS Y AFRICANAS) | Desde el proceso de colonización del continente durante el pleistoceno (época geológica que arranca desde hace más de diez mil años), tratamos una serie de unidades narrativas que operan como un planteo inicial del inmenso drama histórico latinoamericano, en seis (6) articulaciones geográficas prehistóricas, y en cinco (5) articulaciones históricas correlativas, dominadas principalmente por las guerras internas y secundariamente por los desastres ecológicos, meteorológicos y telúricos como lo revelan las estelas y las representaciones iconográficas de escenas bélicas.
En principio, se dieron seis (6) articulaciones etnogeográficas prehistóricas: la caribeña, la polinésica, la siberiana, la asiática, la amazónica y la africana. La articulación caribeña o antillana se produce con las migraciones de los arawak desde el río Orinoco al mar Caribe (saladoides o cultura cerámica), y entre ellos la de los taínos a Puerto Rico (Borinquen), a la Hispaniola, y a Cuba, donde se mezclan con los indios Caribes.
Se ha sostenido la existencia de una tecnología marítima prehispánica para la ruta comercial costera y de cabotaje, que conectó los mundos mesoamericanos con las costas del mundo andino, que va de Tehuantepec a Chincha, y que explicaría el contacto intercultural que existió para el desarrollo del maíz (Melgar Tisoc).
La articulación polinésica se habría comprobado mediante restos lingüísticos y vestigios arqueológicos encontrados en la Isla Moche (frente a la provincia de Arauco en Chile). Y la articulación amazónica opera en toda la extensión fronteriza de Brasil y Maranhao. Así como Murra inauguró el estudio del control vertical de los pisos ecológicos, es preciso rastrear también la articulación de las tierras altas andinas con las tierras bajas de la amazonía venezolana, colombiana, ecuatoriana, peruana, boliviana y paraguaya (Vallvé). Estas últimas, conjuntamente con la Amazonía brasilera, quedaron mitificadas en lo que se dio en llamar “gran vacío amazónico” (Santos Granero), y fosilizadas en una temporalidad ahistórica (Saignes), que recién muy últimamente lo han tratado de revertir los estudios de etnohistoria, especialmente los dirigidos a las etnias bisagra que operaban bélica y económicamente entre el mundo andino y la amazonia.
Por último, la articulación africana y/o polinésica sería la más antigua de todas pues se remontaría según arqueólogos brasileros a sesenta milenios (ver Serra da Capivaraen Piauí). Pero si el origen del género humano en la estepa etíope se remonta a más de dos millones de años, quiere decir entonces que los descendientes de ese mismo ser humano habrían demorado un millón novecientos mil años en llegar a América. Por cierto, estas diferencias son muy difíciles de sostener.
Posteriormente, y ya en la época histórica, se dieron una serie de etapas, las de la cultura Chinchorro en la costa norte de Chile (4000-2000 BC), la civilización maya en mesoamérica desde su preclásico medio y tardío (1000 BC-AD 250) cuando sus características culturales se destacan; y las altas culturas del horizonte temprano Quimbaya, Muisca y Chavín en la costa y sierra colombiana y peruana y en la meseta alto-peruana que habrían operado como la modernidad de su tiempo (1500-200 BC). A ello le sigue en el horizonte medio la innovadora cultura Huari-Tiahuanaco (200-1100 AD) y en la frontera con la Amazonía la cultura Chachapoyas. Durante el horizonte temprano se desarrollaron también importantes culturas como la Mochica con su secuencia cerámica de cinco fases; la de Nasca, con sus antaras (flautas) de cerámica con un cromatismo de hasta una docena de sonidos diferentes; y en el intermedio tardío la de Chimú, con su culto dedicado a la luna “porque consideraban que era más poderosa que el sol puesto que alumbraba de noche, por su influencia sobre el crecimiento de las plantas y su utilización como marcador del tiempo”. Posteriormente se desarrolló el imperio Inca que conquistó todos los territorios que había sido del Imperio Huari y que pasaron a denominar Tawantinsuyo. El avance o conquista de los Incas “…no fue un proceso de incorporación de territorios, sino una progresiva inserción de pueblos, donde la definición de dominio no era tanto la suma de tierras, como la de la fuerza de trabajo de la comunidad, cuyo censo era el factor central de la sumisión” (Hampe Martínez). Tristan Platt sostiene que quizás habría que consolidar la idea de una modernidad amerindia particularmente impulsada por los Incas y sus conquistas, pues sin ellos no se habría podido imaginar un virreinato del Perú.
De manera semejante, imaginar un virreinato como el de Nueva España, requiere tomar en consideración a través de numerosas ruinas arqueológicas, la modernidad que significó, en el período post-clásico, la cultura mexica (azteca); y la triple alianza conformada por México-Tenochtitlan (de filiación étnica nahua), Tetzcuco (de filiación acolhua) y Tlacopan (de tradición otomí) [herederas del período clásico cuando habían reinado las culturas totonaca (El Tajín) y zapoteca (Monte Albán); y en el mismo post-clásico la cultura tolteca (Tula) heredera de la teotihuacana. Y todas estas culturas últimas también fueron modernidades legatarias a su vez del período pre-clásico, cuando amén de la maya se había instalado la cultura olmeca (San Lorenzo Tenochtitlan), y la de Cuicuilcocon sus modernidades en materia arquitectónica y cerámica escultórica, y las interpretaciones de sus lenguajes gestuales y corporales.
La cultura teotihuacana tuvo a su vez sus nexos con la cultura maya, de la cual fue beneficiaria en el pre-clásico tardío, luego durante el clásico temprano extendió su influencia hacia el área maya, y recíprocamente el auge de la civilización maya clásica y su globalización debe su emergencia al colapso teotihuacano (Izquierdo-Egea). Por último, el colapso maya con su larga decadencia y oscuro final, han exigido recurrir a los avances de la arqueología y la epigrafía para “…contemplarlo desde una distancia cada vez menor, de modo que aquellos fenómenos generales como el colapso se han descompuesto en historias particulares” (Ciudad Ruiz/Lacadena/Adánez/Iglesias), que han servido para el análisis de la geografía sagrada (manantiales, cuevas, templos, plazas), de la indumentaria y de la dieta alimenticia, como vestigios de la crisis que llevó al cataclismo final.
Debido a esos permanentes ajustes y alianzas de rituales, dinastías y linajes, terminó por predominar la hipótesis de la guerra intestina y prolongada que duró casi tres siglos (VII DC al IX DC); y que se libraba por la primacía en la competencia mercantil y simbólica, por el control de espacios estratégicos y de lugares sagrados (cuevas, manantiales). El comercio en objetos suntuarios (obsidiana, jade, plumas de quetzal, conchas de moluscos), dependía del control de los ríos (navegados en canoas), en especial del curso fluvial La Pasión/Usumacinta (Demarest, Barrientos, Fahsen) o del curso del río Motagua (Ashmore). En estas guerras rivalizaban entre sí ciudades como Tamarindito y Dos Pilas en Petexbatun(Valdés);o Ceibal y Dos Pilas (Fahsen); o Piedras Negras y Yaxchilán en el Usumacinta (Miller); o Uaxactun y Tikal (Webster); o Palenque (Chiapas) y Calakmul; o Quirigua y Copán en el curso del río Motagua (Van Cleve); o Tikal (Dos Pilas) y Calakmul (Grube), con ciudades como Machaquilá acorralada en medio de estas últimas y obligada a trasladarse buscando zonas más guarnecidas. U otras ciudades que operaban como observatorios astronómicos como las de Caracol y Chichen Itzá en el Yucatán.
Amén de las ruinas arqueológicas, en materia de cultura escrita, del post-clásico maya (900-1450 AC) datan los glifos y códices que se refieren a secuencias dinásticas y a predicciones astronómicas, relativas a eclipses lunares y ciclos planetarios. Se sospecha que entre todos ellos -cuatro códices mixtecos, tres códices mayas y siete códices del grupo Borgia- la copia de época (Códice de Dresden) existente en una colección de Viena (cuyo origen se remonta a una posible donación de Hernán Cortés a Carlos V) llegó durante el Renacimiento a conocimiento de Brahe, de Kepler y de astrónomos jesuitas, y que por tanto su lectura y parciales desciframientos podrían haber contribuido al origen de la astronomía y de la ciencia modernas. Más aún, la ciencia moderna está estrechamente vinculada al conocimiento que los indianos de la Amazonía tenían y tienen del uso de plantas medicinales. Y con referencia a la etnografía, Jaime Marroquín Arredondo demuestra en su último libro Diálogos con Quetzalcóatl: humanismo, etnografía y ciencia (1492-1577) “que la llamada Revolución Científica tiene evidentes orígenes en las historias etnográficas y naturales compuestas por los humanistas españoles y nahuas en México-Nueva España durante el siglo XVI, quienes intentaron incorporar la ciencia y la ética mesoamericanas a la filosofía natural y moral de Occidente”.
De la época histórica que corresponde a la era cristiana rescatamos los manuscritos mayas conocidos como el Popol Vuh, con sus calendarios de ceremonias y rituales; el Rabinal Achí, drama dinástico expresado por medio de máscaras, danza, teatro y música; y los libros de Chilam Balam, de profecías retrospectivas, correspondientes a las poblaciones del Yucatán en donde fueron escritos; así como también las culturas mesiánicas prehispánicas de Huitzilopochtli y Quetzalcoatl/Viracocha. La profecía de esta última habría correspondido a Tomás, el único apóstol de Cristo que fue a Oriente y que desde la India llegó a América (cf. el Sermón Guadalupano de Fray Servando Teresa de Mier, y las rutas de intercambio cultural de larga distancia en Golte), y también al país de Cipango y del Preste Juan, rememorado por Marco Polo, con sus relatos y la cartografía pertinente (Per Totum Circulum, 1440; Zeitz,1470; Henricus Martellus, 1489). La existencia de Cipango habría estado en conocimiento de Colón, referencia que se confirmaría con los últimos hallazgos arqueológicos de Walter Alba sobre la cultura moche, en especial la del Señor de Sipán, hipotéticamente procedentes de China continental.

IMPACTO DE LA MONARQUÍA UNIVERSAL Y DE LAS GUERRAS RELIGIOSAS Y DINÁSTICAS EUROPEASY ARTICULACIÓN DE ABSOLUTISMO, BARROCO Y MERCANTILISMO | La era colonial, nudo traumático o punto crucial de quiebra, puso en condición subalterna a todos los pueblos originarios, fijó las fronteras territoriales entre jurisdicciones diversas -dado el principio del utipossidetis iure ("como poseías así
poseerás")- en forma casi definitiva, y subordinó la cultura, la política y la economía, antes autárquicas, a una amalgama de absolutismo, barroco, y mercantilismo, que debe importar permanentemente los avances intelectuales del centro, y exportar sus recursos naturales al exterior (Yrigoyen Fajardo). Debemos incluir entonces la lógica humanista importada, pues la supuesta universalidad de la monarquía hispánica como tercera Roma (heredada del Sacro Imperio Romano-Germánico) se debió especular en disputa con el Zarismo ruso, que la había heredado del Imperio Bizantino, cuando la caída de Constantinopla (Voegelin), y por cierto no en disputa con el Imperio Chino ni con el Otomano. En ese sentido, el canonista Palacios Rubios discutió la profecía bíblica del Libro de Daniel acerca de España como la quinta y última monarquía universal del mundo (luego de Asiria, Persia, Grecia y Roma), y la teoría opuesta al universalismo del escolástico Vázquez de Menchaca, que posteriormente influyera en las doctrinas del internacionalista Hugo Grocio, que llevaron a la Paz de Westfalia (Salinas Araneda).
Este nudo traumático, extremamente anacrónico, no se redujo solo a la conquista ibérica, pues incluyó una compleja combinación de etapas y acontecimientos muy distintos entre sí que se sucedieron e influyeron mutuamente. Dicha combinación comprendió el impacto de las guerras religiosas y dinásticas europeas, la recepción del renacimiento y el barroco, la sucesiva hegemonía de colonizadores portugueses, ingleses, franceses, holandeses y jesuitas; de funcionarios jansenistas; y de colonizadores daneses y suecos.
Para analizar entonces el orden colonial ibérico, debemos desagregarlos en seis (6) etapas sucesivas: la del descubrimiento (1492), conquista (1519-1580) y primera guerra civil (1537); la de la primera globalización de la Unión de las dos Coronas, presencia portuguesa, francesa y holandesa en ciudades y puertos y capitalismo comercial de guerra (1580-1640); la de la expulsión de comerciantes portugueses a raíz de la Rebelión de Portugal, y capitalizada por el apogeo jesuítico (1640-1700); la del sistema mercantil de Utrecht, la penetración esclavista inglesa y la pérdida española del monopolio comercial de Indias (1715-1756); la de la Expulsión Jesuítica, la incidencia jansenista y las particiones ilustradas (1759-1782);y la de la recolonización borbónica, las insurrecciones indianas de Túpac Katari y Túpac Amaru II y las contradictorias narrativas proféticas, milenaristas e indigenistas (1782-1808).

DESCUBRIMIENTO (1492), PARTICIÓN PAPAL (1493), CONQUISTA IBÉRICA (1519-1580), PRIMERA GUERRA CIVIL (1537) Y EMBRUJAMIENTO AURÍFERO AMAZÓNICO (1560) | Primero debemos tratar el descubrimiento, conquista, y colonización de América; y a su “evangelización”, por parte de dos imperios pre-westfalianos aunque renacentistas, hijos del Tratado de Tordesillas (1494) y de la Partición Papal entre España y Portugal (1493). Este tratado, formulado a semejanza del Tratado de Alcaçobas (1479),y que fuera cuestionado por los monarcas de Francia (Francisco I y Enrique IV) mantuvo al continente partido al medio, en dos espacios geográficos separados, cuyos límites territoriales se perfeccionaron recién con el Tratado de Madrid (1750). A la ocupación territorial de América debe sumarse el Océano Pacífico con las Filipinas, como fruto de numerosas expediciones (Magallanes, Elcano), y que fueron incorporadas a la corona hispana y gobernadas desde el Virreinato de Nueva España, y específicamente desde el puerto de Acapulco (1565-1821).
En principio, debemos encarar el mesianismo de las sociedades que creían en la profecía de un rey-dios redentor, como el de Federico Barbarossa en el Sacro Imperio Germánico (siglo XII), o el sebastianismo en Portugal (siglo XVI), o como Quetzalcoatl en México, un dios barbado y blanco que vendría de oriente a redimirlos, o como el del Inkarri en Perú. Estos mitos mistifican los huesos de los últimos emperadores Incas (Túpac Amaru) y Aztecas (Cuauhtemoc) como regeneradores de cuerpos que en un futuro “regresarán y serán millones”. Para comprender estos imperativos míticos engendradores de secuelas traumáticas debemos advertir y conocer que en estas sociedades operaban procesos inmigratorios históricos (los Aztecas procedían de la Baja California; y los Pipil, que poblaron Centroamérica, provenían de México), procesos beligerantes asimétricos (guerras civiles), catástrofes telúricas (terremotos, huracanes, tsunamis, ver Schwartz), catástrofes biológicas (pestes, plagas, epidemias), y procesos criminales de estado (ejecución de Túpac Amaru I, Cuauhtémoc, Antequera,Túpac Amaru II, Tiradentes, Murillo).
También se dieron procesos asimilatorios forzosos de corte lingüístico y cosmológico de unas etnías sobre otras (quechuización incaica de los cañaris, aymarización de los uros, nahuatizacion de Centroamérica, araucanización de los pampas, mayanización de los kiché, guaranización de los chané-arawak, castellanización de los indianos andinos y mesoamericanos, lusitanización de la amazonia brasilera, etc.). Como los españoles que conquistaron Centro América iban acompañados de los tlaxcaltecas -enemigos de los mexicas- asimilaron la lengua que se hablaba en lo que hoy es El Salvador al prestigio de la suya, llamada por los cronistas náhuatl-mexicano. Esa lengua, llamada nahuatl-pipil, la percibieron como un dialecto inferior, casi de niños, una de las traducciones de “pipil” (Lara-Martínez). Y en materia lingüística y beligerante, en la Guerra del Chaco, la tropa hablaba diferentes lenguas pues según de qué bando se tratara “…usaban el aymara, el quechua o el guaraní para salvar el pellejo o deslizar información confidencial” (Urzagasti).
Luego, debemos conocer los incas de Vilcabamba, o Imperio Neoinca de Vilcabamba (1537-1572), correspondiente a los cuatro monarcas sucesores de Atahualpa pero herederos de Huayna Cápac, que se enfrentaron al desmantelamiento que los conquistadores españoles y sus aliados andinos (chachapoyas, huaylas, huancas y cañaris) hicieron del Imperio inca. Se cree que el mito del Paitití y su persistente búsqueda, semejante a la de El Dorado (Jiménez de Quesada, Belalcazar, Aguirre), obedece a tesoros ocultados en la Amazonía peruana por los Incas de Vilcabamba (Neuenschwander Landa y Deyermenjian).
Entre otros mitos y falsedades, existieron mitos fundacionales o arquetípicos como el de los héroes, con todo lo sombrío que pueden devenir, que en México, según sostiene el psicoanalista Juan Miguel Zunzunegui, incubaron choques emocionales (traumas) que fueron transferidos desde los individuos hacia la sociedad toda (traumas colectivos) y también transmitidos de una generación a otra (traumas inter-generacionales). Estos traumas generados por mitos y falsedades pueden funcionar como inconsciente o memoria colectiva de una población o como versiones oficiales de la historia, y pueden con el tiempo llegar a desatar polarizaciones político-militares trágicas. En tal caso, deben ser puestos en tela de juicio pues “…pueden llegar a servir para alimentar el odio y la desigualdad” (Kühner-Romero Villa).
Para explicar entre otros el choque emocional y las falsedades de la conquista, tanto la de los mundos andino, mesoamericano y amazónico, como la del mundo del litoral fluvial (Paraguay, Río de la Plata), y el mundo del litoral marítimo (Brasil, Caribe), es preciso acudir a sus secuelas traumáticas tales como los complejos de humillación y conciencia de inferioridad nacional y/o militar, y los síntomas de culpa, depresión, apatía y vergüenza (observables en los hijos de sus víctimas: los indios o los esclavos negros). Estas aclaraciones son oportunas, pues al momento de ese acontecimiento asimétrico que fue la conquista ibérica, Zunzunegui sostiene que no existía lo que se conoce como México, sino que eran distintas ciudades-estados o reinos -en mutua guerra fratricida- como el azteca, el tlaxcalteca, el chichimeca, el zapoteca, y el totonaca. Al muy sugerente razonamiento de Zunzunegui podemos añadir que previo a la conquista, en el Petén, tampoco existía la civilización maya, sino ciudades-estado enfrentadas entre sí(Dos Pilas, Tikal, Uaxctun, Calakmul, Cancuén, Aguateca, Tamarindito, Palenque, Caracol, Mirador, Copan, Chalchuapa, Piedras Negras, Seibal, Machaquilá, El Pato, Chichen Itzá). Y que al momento de la conquista tampoco se conocía lo que primero fue el Perú, luego el Río de la Plata, y más tarde la Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay; tampoco lo que primero fue la Nueva Granada y luego se conoció como Colombia, Ecuador, Venezuela y Panamá; tampoco lo que fue una gobernación general subordinada al Portugal para administrar todo el Brasil que estaba dividido en doce capitanías hereditarias comunicadas entre sí sólo por vía marítima y luego se conoció como Brasil; y mucho menos aún lo que muy luego, a partir del emperador Maximiliano de Habsburgo, se conoció como América Latina (Filippi). El Perú estaba conformado por el poderoso estado Inca, pero también al norte por los reinos Chachapoyas, y en el actual Ecuador por los Cañaris, Caranquis y Cayambis, los últimos en resistir la invasión inca; y al centro por los reinos Huaylas y Huancas (Valle del Mantaro). El Río de la Plata estaba constituido entonces por regiones autónomas entre sí, tales como Cuyo poblada por los indios Huarpes, Tucumán poblada por Diaguitas y Calchaquíes, y ambas bandas del Río de la Plata por los Charrúas. La Nueva Granada estaba constituida por regiones tales como Santa Marta, Cartagena y Popayán, pobladas las dos primeras por indios tayronas y muiscas, de la familia lingüística chibcha; y por la Isla Margarita, poblada por los guaiqueríes, y que en 1739 dejó de pertenecer a la Real Audiencia de Santo Domingo. Por último, Venezuela que pertenecía a la Real Audiencia de Santo Domingo, estaba poblada por indios taynos.
Algo semejante a México ocurre en los mundos andino y amazónico con los mitos de la conquista del Perú y de El Dorado (Paitití), pues pese a la ideología maoísta y polpotiana del fundador de Sendero Luminoso (Abimael Guzmán), su imaginario restaurador habría emanado parcialmente del mito andino del Inkarri. También este mito tiene su aire de familia con el de la restauración dinástica del Imperio de Iturbide por parte de Maximiliano de Austria y el conservadorismo monárquico mexicano, o con la restitución de la legislación de Indias pretendida en el Río de la Plata dos décadas después de la Revolución de Mayo por el “Restaurador de las Leyes” Juan Manuel de Rosas y su fuerza de choque denominada La Mazorca. Sin embargo, la recreación del Tawantinsuyo (unión de los cuatro suyos, territorios del imperio incaico) buscada en el siglo XVIII por los hermanos Katari, y enarbolar hoy públicamente la wiphala (bandera-emblema del mismo) tendría una dimensión distinta al mito del Inkarri, y se acercaría más a un esfuerzo de recuperación de la historia desde una perspectiva indiana, lo cual tiene una tradición intelectual que se remonta a la insurrección Katarista de 1781, a la frustrada insurrección de Pedro Murillo en el Alto Perú (1809), a la Guerra Federal del Norte en Bolivia que transfirió la capital desde Sucre a La Paz (1898-1899),y más próximamente, a los comienzos del siglo XX, cuando tras medio siglo de activismo intelectual aymara la Rosca Minera fue finalmente destronada del poder (Platt, Waskar Ari).
Este mito también se da en el Paraguay, donde la conquista es caracterizada por una amalgama hispano-guaraní destinada a defenderse de los ataques de los indios del Chaco paraguayo (Guaycurúes, Payaguás). Dicho mito fue para algunos el “paraíso de Mahoma” o “fiesta de la exogamia” (Kahle, 2005); para Bartomeu Meliá una serie de levantamientos proféticos de los chamanes guaraníes contra los encomenderos criollos (1556-1616); y para Creydt (2007), una explotación de la fuerza de trabajo de la mujer indiana, donde la poligamia fue “…una relación impuesta por la necesidad de convertir a las mujeres indígenas y a sus cuñados en siervos agrícolas” (Castells, 2011). Y también se da en el caso del Caribe, el Brasil y el Río de la Plata, donde habría habido un poblamiento sin servilismo indígena -porque la misma había sido previamente extinguida- pero con explotación de enormes masas de esclavos procedentes de África, con comerciantes portugueses articulados en red con los enclaves mineros de México, el Perú y Chile, y con las corambres de la Banda Oriental, muy lejos de ser algo semejante a la conquista que sufrieron los guaraníes en Paraguay, y más lejos aún de la que sufrieron los quechuas y aymaras en la conquista del Perú. Esta diferencia y aparente docilidad de la mano de obra esclava con respecto a la mano de obra indígena, obedecería a que el acto originario de esclavización se había producido lejos en el espacio geográfico, allende el Atlántico, en el continente africano, y como fruto en principio de guerras inter-tribales (G. Freyre).
La crisis de la conquista se agudiza con las guerras civiles entre los propios conquistadores (1537), entre los partidarios del rey de España y sus virreyes (La Gasca), y los conquistadores que desafiaban su poder (Gonzalo Pizarro), lo que provocó en estos últimos, derrotados en la pelea, un inicial complejo de inferioridad de origen geográfico. Esta crisis vino a reproducir las crisis que se dieron en forma de guerras intestinas entre ciudades-estado que destruyeron civilizaciones enteras, de las cuales fue un paradigma el colapso de la civilización maya en Mesoamérica. Con el tiempo el complejo de inferioridad provocado por la derrota militar se volvió para los criollos en una suerte de trauma colectivo, que tuvo sus primeros exilados en Garcilaso de la Vega, caído en desgracia por la persecución del Virrey Toledo, quien venía combatiendo cruelmente a los Incas de Vilcabamba (1572) y al patriotismo criollo fundacional de los derrotados en las guerras civiles del Perú y sus herederos (Díaz-Caballero).En la Amazonía, Lope de Aguirre y sus seguidores conocidos como los Marañones, y que habían participado de la guerra civil en diferentes bandos, se embarcaron en 1560 en piraguas bajando dicho río hasta alcanzar el Amazonas, para recorrerlo hasta su desembocadura a lo largo de mil quinientas leguas, y luego recalar en la Isla Margarita, donde ejecutó a su gobernador y se rebeló contra Felipe II (Uslar Pietri, Otero Silva). Después de esta trágica experiencia, las autoridades del Perú prohibieron incursionar en el piedemonte andino, para ulteriormente recabar el auxilio de los Jesuitas. Y en Mesoamérica, si bien no hubo guerra civil, si hubo desavenencias jurisdiccionales, que se expresaron en los traslados que sufrió la Real Audiencia de los Confines, de Guatemala a Tierra Firme (Panamá), y viceversa.
El estudio de estos mitos, falsedades y traumas fueron formulados en varias etapas consecutivas (últimamente una corriente de pensamiento conocida como la “nueva historia de la conquista” integrada por Florine Assilbergs y Michael R. Oudijk, ha revisado la obra de Bernal Díaz del Castillo), la del utopismo milenarista franciscano del “buen salvaje” con su pastoral cristiana y su recuperación del mundo cultural indiano (Lascasianismo); la de las alianzas inter-étnicas de indianos con españoles para conquistar otras etnias rivales y el rol de los indios-amigos; la de la reducción de los indianos a "pueblos de indios"; y la de las mujeres indias y los señores de la coca (Numhauser).
En medio de este conflictivo contexto se da la colonización del Paraguay, del Oriente de Charcas (Santa Cruz de la Sierra) y del Río de la Plata (Buenos Aires), que procede en gran parte desde el mismo interior del espacio colonial, desde la Asunción del Paraguay y desde Charcas, pues la metrópoli española estaba inmersa en la defensa militar de sus flotas de galeones en el mar caribe, y la metrópoli portuguesa inmersa en la defensa de Rio de Janeiro esporádicamente ocupada por los hugonotes franceses (1555-58). Dicha colonización se hizo con visiones y ordenanzas superpuestas, pues la legislación que llega al Brasil portugués y al Río de la Plata español se acata (o no) de muy distinta manera. Lo mismo sucede con los jesuitas del Brasil, México y Río de la Plata (Perusset).
Para esta primera etapa del largo y conflictivo período colonial, seleccionamos una larga serie de discursos que se siguen unos a otros, el pensamiento reaccionario y mesiánico que impregnó a los monarcas indianos (Atahualpa-Moctezuma) y que los entregó impotentes a la conquista española acelerando el colapso de las culturas mesoamericanas y andinas; y la lógica del discurso milenarista que tiene sus orígenes en discursos pre-renacentistas (Joaquín de Fiore), en teologemas y mitemas cosmogónicos mayas, chavines, moches, incas, aztecas, y mapuches (e.g.: Quetzalcoatl/Wira-Kocha), y en profetismos mesiánicos tupí-guaraníes (Tierra sin Mal). También le siguió la lógica represiva e inquisitorial de la extirpación de idolatrías o “lógica de las hogueras”(curanderismo, hechicería, brujería, chamanismo, vaticinios, veneración de momias ancestrales, culto de los espíritus serranos), y asimismo la del miedo a la excomunión, mecanismo represivo que era manipulado por los obispos para mantener dominadas a las feligresías locales. De igual forma seleccionamos una larga serie de episodios como la extinción de la población aborigen caribeña, el feminismo indígena en la conquista (Malinche); y las negociaciones culturales que produjeron un sincretismo entre las culturas indianas, europeas y africanas.

PRIMERA GLOBALIZACIÓN, UNIÓN DE LAS DOS CORONAS, PRESENCIA PORTUGUESA EN CIUDADES Y PUERTOS, CAPITALISMO COMERCIAL DE GUERRA Y MOVIMIENTOS MIGRATORIOS FORZADOS (1580-1640) | Debemos encarar ahora la etapa de una primera globalización, correspondiente a la Unión de las dos Coronas, castellana y lusitana (1580-1640), cuando por la muerte sin dejar descendencia del último rey portugués, el rey de España Felipe II, por ser hijo de madre portuguesa, asume también la corona de Portugal. Una vez producida la unión de las dos coronas, formulada a imagen y semejanza de la unión dinástica de la corona de Castilla y Aragón, el capitalismo comercial de guerra y la primera globalización, de matriz mercantilista, encontraron un espacio más auspicioso para su expansión a escala global, inaugurando para ello una instrumentación crediticia de larga distancia (fiado de Castilla), pero que encontró su punto final con la Guerra de los Treinta Años y la Rebelión de Portugal (1640).
En las ciudades íbero-orientales como Manila (Filipinas), Macao (China), y Goa (India); en los puertos íbero-africanos (pertenecientes a reinos e imperios esclavistas y matriarcales enfrentados en cruentas guerras tribales); en las ciudades hispano-americanas cabeceras y/o portuarias (Acapulco, Veracruz, Panamá, El Callao/Lima, Guayaquil, Cartagena, La Habana, Santo Domingo, La Guaira/Caracas, Buenos Aires, Valparaíso, Bahía, Rio de Janeiro), y en los puertos fluviales del interior de ríos y afluentes como el Amazonas (Iquitos, Manaos), y el Río de la Plata (Asunción, Santa Fe, Corrientes), los comerciantes portugueses pudieron comerciar indiscriminadamente, como ocurrió con el Galeón de Manila, y convivir socialmente, al extremo de producirse en ese transcurso numerosísimos matrimonios cruzados, incluso con marranos confesos.
En los puertos íbero-africanos los comerciantes portugueses se proveían de negros Hausa (norte de Nigeria y sureste de Níger, animistas escasamente convertidos al Islam), Songhai (Rio Níger), Fulani (limítrofes al Fouta Djallon y al Macina, Guinea, enemigos de los Hausa), Mandingas (de Guinea, descendientes del Imperio de Mali, muchos convertidos al Islam), y Mbundu o Bantú y Benguelas (Luanda, Angola). Esa expansión del capitalismo comercial de guerra y de los movimientos migratorios forzados (Beckert) hizo que a través del comercio triangular de larga distancia se expandiera también la explotación minera de plata en Perú y Alto Perú, y que el pillaje de los pueblos indianos por españoles y criollos se diferenciara según su diversa inserción económico-social en el espacio colonial.
En ese capitalismo comercial de guerra descolló la revolución inglesa, que operó la primera transición del feudalismo al capitalismo e ideó el sistema mercantilista isabelino, cuyo primer teorizador fue Thomas Mun. La etapa se inauguró con la I Guerra Anglo-Española (1585-1604), un conflicto de la Inglaterra de Isabel I contra la España de Felipe II, que se desató en solidaridad con la centenaria Guerra de Flandes por independizarse de los Habsburgo españoles (1568-1648), y que consistió en una piratería bucanera contra la Flota de Indias, liderada por Francis Drake y John Hawkins, en la década del 1590, y que concluyó en el Tratado de Londres entre Jacobo I y Felipe III (1604).Firmado el Tratado de Paz, las hostilidades se continuaron disfrazadas de maniobras de contrabando, con su principal teatro de operaciones en las costas occidentales de La Española, donde la mayor parte de su producción agraria o de vituallas era adquirida por piratas franceses, ingleses y holandeses. Para combatir ese asedio, Felipe III implementó las denominadas Devastaciones de Osorio, consistentes en una orden dirigida al gobernador en 1605 de despoblar la parte occidental de la isla y trasladarla en forma forzosa hacia la parte cercana a Santo Domingo. Fracasada esta estrategia de tierra de nadie, Felipe III instrumentó con los Países Bajos el Tratado de Amberes, que plasmó la Tregua de los Doce Años (1609-1621), y que significó el principal interregno en la Guerra de los Ochenta Años o Guerra de Flandes (1568-1648).
[]También se desató en el Caribe-cuando aún regía la Unión peninsular de las dos coronas, durante el reinado de Felipe III y su valido el Duque de Lerma- la guerra contra Francia, que se extendió al nordeste brasilero, pues el estado de Maranhão con Pará y Ceará y con San Luis de capital (en homenaje a Luis XIII), vecinos a las Guayanas francesas, cayeron bajo dominio galo en 1612.Estos territorios fueron recuperadas por los portugueses tres años más tarde, en 1615, para luego separarse del resto de las capitanías Brasileras en 1622, división administrativa que había caído en desuso al producirse la unión de las dos Coronas en 1580.
Más luego, en 1621, como la tregua no resultó, una vez fallecido Felipe III, su hijo Felipe IV y su valido el Conde-Duque de Olivares rompieron el Tratado de Amberes con los holandeses, que eran los principales distribuidores de azúcar en toda Europa, y ordenaron cerrarles todos los puertos caribeños y brasileños. De resultas de esa prohibición, los holandeses primero en 1624 y luego bajo el liderazgo del Príncipe Nassau en 1630 ocuparon varias ciudades productoras de azúcar (comenzando con Recife y Sergipe), y en ellas aplicaron una revolucionaria política de tolerancia religiosa, aunque incursionaron en políticas comerciales monopólicas que tergiversaban su pregonada política de libertad de los mares. El periodo de la Unión de Coronas (1580-1640) podría incorporar entonces algún tipo de reflexión estructural referida a los grandes trajines mercantilistas de la llamada primera globalización, “teniendo en cuenta los múltiples comercios transoceánicos atlánticos y pacíficos, que hicieron que buena parte de la plata americana terminara pagando manufacturas asiáticas, al tiempo que América terminaba recibiendo un aporte demográfico forzado por medio del tráfico de esclavos” (Salas Almela).
Amén del comercio activo portugués, en ese período se generalizaron los renacimientos artísticos, literarios, jurídicos y lingüísticos, tales como el sincretismo del barroco lusitano (manierista) con el barroco americano (cuzqueño, quiteño); el régimen plantocrático en el Caribe (código negro); la alternancia entre criollos y peninsulares en los cargos capitulares; y la proliferación de dialectos como el paisa y el pastuso en Colombia; el créole en Haití (con influencias de la lengua wolof); el pipil en Centroamérica; el caipira, el fluminense y el gaúcho en Brasil; y el papiamento en el Caribe (donde las palabras portuguesas obedecen a los judíos sefaradies procedentes del nordeste brasilero).
Entre las políticas demográficas, se generalizaron las migraciones forzadas garifunas (etnia caribe-yoruba); la resistencia afro-americana a la esclavitud en palenques y quilombos del Caribe, Brasil y costa del Perú (cimarronismo o maroons); la servidumbre registrada en el Caribe (indentured servants); y la ofensiva bandeirante paulista para cazar esclavos indianos (colonos mamelucos). Estos últimos, a diferencia de los colonos norteamericanos (vaqueros-cowboys) que en las colonias de Nueva Inglaterra migraron al oeste de la cordillera de los apalaches eliminando a los indios sin que nadie los defendiera (F. J. Turner); no pretendió cruzar la pampa y los Andes y llegar al Océano Pacífico por la fuerte resistencia ofrecida por el régimen teocrático-militar de las Misiones Jesuíticas, y porque su interés colonizador se reducía a la esclavización de la mano de obra indígena y no a su eliminación total.

PARTICIÓN DE LOS DOMINIOS IBÉRICOS, EXPULSIÓN DE PORTUGUESES, APOGEO JESUÍTICO Y BALCANIZACIÓN DEL MOSAICO CARIBEÑO (1640-1715) | Más luego, el nudo colonial adquiere su rol más traumático, cuando acabada laGuerra de los Treinta Años (1618-1648), se asiste a la agonía del Imperio Español y a la emergencia de imperios comerciales y marítimos (talasocracias), que se preparan para disputar los despojos marginales del imperio español en cruentas rivalidades y guerras mutuas (Inglaterra, Provincias Unidas de los Países Bajos). La razón de la rebelión portuguesa remontaba su origen a la quiebra fiscal ocasionada por la Guerra de Flandes, a las pérdidas territoriales producidas en Brasil a manos holandesas, y al peligro de perder el resto de sus posesiones en Asia y África (Schaub).
La Rebelión de Portugal y la expulsión de los comerciantes portugueses determinaron que España recuperara el monopolio comercial con sus colonias americanas, para sus navíos de registro. A la vieja usanza de la expatriación de moros y judíos, Felipe IV ordenó que todos los comerciantes portugueses enclavados en las ciudades y puertos hispano-americanos e hispano-asiáticos fueran inmediatamente expulsados, provocando en los vecindarios y familiares a ellos ligados un trauma inescrutable. Entre la población portuguesa abundaban numerosos judíos y conversos. Avni reconoce la presencia en Brasil para toda la época colonial de sólo un millar de judaizantes. Para el caso de Bahía, sobre un total de varios centenares de cristianos nuevos, sólo un centenar fueron acusados en la Inquisición de criptojudíos (Avni).
Años más tarde, producida la Paz de Westfalia (1648) y la Revocación del Edicto de Nantes (1685), la Contra-Reforma y su intolerancia religiosa comenzó a enseñorearse en las colonias caribeñas así como el apogeo de las prácticas sincréticas del barroco jesuítico (sonoras y gráficas), con las influencias flamencas, italianas y moriscas (escuelas Quiteña, Cuzqueña y Limeña). En materia económica se produjo una profunda recesión comercial, y una tremenda reducción de la producción de plata. Y en materia militar se desataron eventos bélicos que acentuaron un capitalismo comercial de guerra y la emergencia de los citados imperios marítimos, tales como la Guerra Franco-Española (1635-1659), la II Guerra Anglo-Española (1655-1660), entre España y el Commonwealth inglés dirigido por Oliver Cromwell, y las tres Guerras Anglo-Holandesas que amén del Mar del Norte y el Canal de la Mancha, también tuvieron como teatro de operaciones las Islas de Barlovento en el Mar Caribe.
En efecto, una vez derrotados los Habsburgo españoles en la Guerra de Flandes y alcanzada en Europa continental la Paz de Westfalia y el Tratado de Münster (1648) se suscitó una rivalidad marítima y comercial entre dos potencias (Inglaterra, Países Bajos) que eran protestantes y republicanas, y una tercera que era Francia y que aún no había revocado el Edicto de Nantes. Por un lado Inglaterra, defendía su monopolio en el tráfico marítimo con sus colonias americanas y caribeñas mediante las Actas de Navegación (1651), y la Staple Act (1663), que exigía que los productos ingleses fueren transportados exclusivamente en barcos ingleses. En el lado opuesto, las Provincias Unidas de los Países Bajos venia de resistir exitosamente la ofensiva militar y naval de España y de pregonar como reivindicación universal la libertad de los mares, pues a partir de Tordesillas España se había adueñado del Mar del Sud (Océano Pacífico), y también del Mar Caribe (Mare Clausum).
Esta guerra marítima se materializó en tres distintas etapas, durante la segunda mitad del siglo XVII. La primera vez la libraron las Provincias Unidas de los Países Bajos contra el Commonwealth inglés, cuando Cromwell era Lord Protector (Revolución de los Santos), y se libró entre 1652 y 1654. El Commonwealth había triunfado en la guerra civil inglesa (1642-1651), al extremo de ejecutar a Carlos I, y salir airosa en el Mar del Norte y también en el Caribe. Luego de intentar desembarcar en Santo Domingo terminó arrebatándole a España las Islas de Jamaica y Caimán (en las Antillas Mayores) facilitando así la emisión de patentes de corso a favor de los bucaneros de la Isla de Tortuga (norte de Haití) con los que atacar las Flotas de Galeones, y también la de asegurar la provisión de puertos donde reducir los botines de guerra. Fue entonces que en Jamaica se fundó Port Royal, puerto intermedio entre España y Panamá, desde el cual Henry Morgan atacó Portobelo y Maracaibo. Apodada la Sodoma del Caribe, medio siglo más tarde, en 1692, fue destruida por un terremoto, al que siguió la peste.
La guerra la desató Inglaterra por segunda vez, entre 1665 y 1667, en ocasión del incendio de Londres (1666), y con Carlos II de monarca constitucional, y fue contra los Países Bajos aliados a Dinamarca y a Francia. Luis XIV venía de asumir la mayoría de edad con la muerte del Regente Cardenal Mazarino, en 1661, y se proponía encarar una política exterior muy beligerante. En esta oportunidad, la guerra se extendió a las Islas de Barlovento, en las Antillas Menores (Antigua, Barbuda, Montserrat), cuyo status final culminó en el Tratado de Breda (1667). Y en islas como la de Saint Christophe (o St. Kitts), donde el dominio se compartía entre ingleses y franceses católicos, enfrentados a los hugonotes que colonizaron Haití.
Cuatro años después del Tratado de Breda, en 1671, Dinamarca adquirió de manos españolas la isla de Santo Tomás, en las Antillas menores, al este de Puerto Rico, poblada de borícuas, conocida desde entonces como Saint Thomas o Indias Occidentales Danesas, y hoy como Islas Vírgenes (adquiridas por USA en 1917). En esas islas, Dinamarca jugaba un rol neutral, favoreciéndose entonces del comercio ilegal que provenía de los puertos españoles. Y la tercera vez, entre 1672 y 1674, cuando las Provincias Unidas amén de pelearse con Luis XIV en la denominada Guerra Franco-Holandesa, también le declaró la guerra a Inglaterra, con quien en un armisticio acordó un histórico trueque, pasando la colonia de Nueva York a manos inglesas, y Surinam en las Guayanas al dominio holandés.
En lo que a España y sus colonias
se refiere,estas guerras culminaron una vez fallecido Felipe IV, y con Juan de Austria de Príncipe regente del menor Carlos II el hechizado, con la isla de Jamaica y las Islas Caimán registradas como definitiva propiedad inglesa, por el Tratado de Madrid (1670). Este tratado extendió a Inglaterra los mismos privilegios mercantiles que se habían concedido previamente a los Países Bajos por el Tratado de Münster, el que había sido parte de la Paz de Westfalia (1648). Pero en su artículo tercero, los firmantes se comprometían a “suspender y abstenerse de todo robo, presa, lesión, injurias y daños, por tierra o mar, en cualquier parte del mundo; poner un alto a la piratería, por lo que los piratas, ya conocidos como “Baymen” (ingleses y escoceses), se vieron obligados a dedicarse a nuevos oficios; España reconoce la soberanía británica sobre los territorios que a la fecha estuviesen poseídos por súbditos ingleses en América e Indias Occidentales y, a su vez, en cuanto a Belice [Honduras Británica], Inglaterra promete no pretender más tierras americanas” (Ríos Navarro y Camacho de la Vega).
Por el contrario, la pérdida territorial del nordeste de Brasil a manos holandesas fue reconquistado luego de la Rebelión de Portugal (1640), una vez iniciada la insurrección pernambuquense -aprovechando que los Países Bajos se hallaban entregados en una sostenida guerra con Inglaterra- por una armada integrada por tropa y marinería carioca y paulista, y que se terminó de consumar a posteriori de la Guerra de los Treinta Años (1648-55). De resultas de la Reconquista numerosos judíos sefardíes fueron expulsados de Recife y Pernambuco refugiándose algunos en los dominios británicos de las Antillas Mayores (Jamaica, Barbados) y del archipiélago de las Bahamas (1655), y otros colaboraron en la consolidación de Nueva Amsterdam, hoy Nueva York.
Producida entonces la emergencia en la corona portuguesa de la Casa de Braganza (1640), la división político-administrativa entre los dominios castellanos y lusitanos se acentuó a niveles inauditos. En Brasil, recién a fines del siglo XVII las Capitanías se pudieron reagrupar, subordinándose a los Gobernadores nombrados por el rey de Portugal. Pero a principios del siglo siguiente, habiendo la corona portuguesa tomado partido por Inglaterra en la Guerra de Sucesión de España (1700-1713), e íntimamente conectada a la explotación del oro de Mina Gerais, celebraron entre ambas el Tratado de Methuen (1703). Asimismo se tendió a una mayor centralización político-administrativa, con Brasil y Maranhão reagrupados, y recién una vez reunificado Brasil las capitanías dejaron de ser hereditarias y se pudo erigir entonces el Virreinato (1720). La capital del estado de Maranhão dejó de ser San Luis y en 1737 pasó a ser Belén.
También la Revocación del Edicto de Nantes (1685) desató la expulsión de los hugonotes de las Antillas Menores francesas (Martinique, Guadeloupe) y de la Guayana francesa (Cayenne) y provocó su fuga a las colonias inglesas del Caribe (Jamaica, Caimán, Barbados, Bermudas, Bahamas, Nassau) y a la colonia afrikáner de El Cabo en Sudáfrica (1685).La cesión a manos de Francia de la parte occidental de La Española, que pasó a denominarse St. Domingue (Haití) y a convertirse en una vasta plantación esclavista, que había sido colonizada por franceses hugonotes antes de la Revocación del Edicto de Nantes (1685), condicionó la partición política del archipiélago caribeño y antillano entre diversas metrópolis imperiales (Tratado de Rijswijk, 1697). Esta adquisición territorial francesa en el Caribe hizo que Francia demandara una enorme masa de esclavos, para lo cual creó el Asiento Francés imponiéndolo en toda la América española durante el transcurso de la Guerra de Sucesión de España (1705-1712). Paralelamente despojó a los portugueses del mismo Asiento donde habían gobernado los últimos años del siglo XVII (1696-1701). El Tratado de Asiento francés (1705-1712) había privilegiado el comercio con puertos franco-africanos (Saint Louis, Senegal) proveedores de negros de las etnias Akan y Wolof y otras procedentes del Imperio Ashanti (1696-1701).
Y en materia educativa, la Compañía de Jesús aprovechó el desplazamiento de la hegemonía portuguesa para crear numerosos colegios a lo largo de todo el espacio colonial. En la Nueva Granada fundó su primer colegio en Cartagena en 1605; en la Nueva España el Colegio de San Ildefonso en 1618; y en el Virreinato del Perú, el Colegio Real de San Martín, principal colegio de laicos de los jesuitas, fue fundado en 1582; en la gobernación de Córdoba, creó el Colegio de Monserrat en 1680; y en Brasil, en la Colonia del Sacramento, fundada por los portugueses en la Banda Oriental en 1680, los jesuitas portugueses crearon también una iglesia-colegio.

SISTEMA MERCANTILISTA DE UTRECHT, PENETRACIÓN ESCLAVISTA INGLESA Y FRACASO HISPÁNICO EN EL MONOPOLIO COMERCIAL CON INDIAS (1715-1756) | El nudo traumático colonial persiste con la expansión del capitalismo comercial de guerra debido a la paz internacional alcanzada en Utrecht (1713), que benefició a los imperios marítimos europeos (Gran Bretaña, Países Bajos). Este intrincado y traumático nudo se aceleró con las sucesivas crisis comerciales desplegadas en todo el espacio colonial. La ofensiva inglesa en pos de alcanzar su status de imperio marítimo se materializó indistintamente con la piratería, el asedio armado (Cartagena), los tratados comerciales (Methuen y Asiento de Inglaterra), el contrabando, o en última instancia la conquista militar (Buenos Aires, Montevideo).
A cambio de concesiones dinásticas, Gran Bretaña se aseguró las rutas marítimas y los rincones neurálgicos del mundo (Peñón de Gibraltar, Menorca, Isla de San Cristóbal o St. Kitts en las Antillas Menores), y generó el sistema mercantilista de Utrecht, donde logró sustituir el desacreditado y aleatorio asalto a las Flotas de Galeones con el Tratado de Asiento de esclavos (o Real Asiento de Inglaterra).Esta sustitución quebró el monopolio comercial de España con sus colonias americanas otorgándole la exclusividad a Inglaterra, y correspondiéndole a su aliado Portugal la legitimidad de la Colonia del Sacramento, un puerto libre ubicado en la Banda Oriental (Río de la Plata).Desde que despojara a España de la isla de Jamaica, Inglaterra se había visto acuciada por la necesidad de esclavos y de empresarios esclavistas para lo cual llevó al Caribe colonos escoceses y creó el Asiento de Inglaterra, el cual vino a sustituir al Asiento francés (1705-1712). Esto trajo como consecuencia privilegiar el comercio esclavo con puertos anglo-africanos (Lagos en Nigeria, y Accra en Ghana), proveedores de negros Igbo (Dahomey, río Calabar, Benin), Yorubas (Nigeria), Akan (Ghana), y Chamba (Kamerun).
A lo largo de casi medio siglo, el Sistema mercantilista de Utrecht -que acordaba a Gran Bretaña la exclusividad en el comercio con Indias- fue violentamente revisado e interrumpido en tres oportunidades por expresiones de mercantilismo colbertiano. Su teatro de operaciones en América fueron las posesiones españolas en el mar Caribe y sus costas e islas aledañas, y el gerenciamiento recayó en la Compañía de los Mares del Sud (South Sea Company) que venía de operar en la Isla de Jamaica, su cuartel general. La primera vez ocurrió con motivo de desavenencias dinásticas en la Guerra de la Cuádruple Alianza seguida por el crash especulativo o estallido de la pompa conocido como la South Sea Bubble o Burbuja de los Mares del Sud (1718-20); y la segunda con la III Guerra Anglo-Española (1727-1729). Esta III Guerra consistió en un fallido intento británico de atacar y capturar Portobelo (ubicado sobre el Caribe en el extremo oriental del Istmo panameño) y un frustrado conato español de recuperar el Peñón de Gibraltar, que había sido cedido en la Paz de Utrecht (1713). Es en esta oportunidad que Felipe V ordena fundar Montevideo, para contrarrestar la presencia portuguesa en la Colonia del Sacramento que traficaba mercadería inglesa producto del Tratado de Methuen(1726). Al cabo de un par de años, los millares de soldados británicos, la mayoría escoceses diezmados en el Caribe por la malaria, determinaron un retorno al statu quo ante bellum en el Tratado de Sevilla (1729).
La tercera interrupción y revisión del Sistema de Utrecht, que buscaba recuperar el monopolio español del comercio de Indias, ocurre una década más tarde con la Guerra del Asiento, llamada por los ingleses Guerra de la Oreja de Jenkins, y conocida en el Caribe como Guerra de Italia, por haber ingresado España en la Guerra de Sucesión de Austria (1739-1748) en alianza con Francia y Prusia contra la coalición de Gran Bretaña, Austria y las Provincias Unidas, y tener su principal campo de batalla en el norte de Italia (Parma, Lombardía). Y en la América ibérica después del Tratado de Methuen, los más significativos teatros de operaciones fueron las ciudades-fortaleza de Veracruz, San Juan de
Puerto Rico,
La Habana, Santiago de Cuba, La Guaira, Montevideo, Buenos Aires, Valparaíso, El Callao, Guayaquil, Acapulco, y Cartagena de Indias. Esta última era la conexión necesaria con la ciudad-fortaleza de Portobelo, en el litoral Caribe, y esta con la de Panamá, ubicadas en el recientemente creado Virreinato de Nueva Granada, la que fue sitiada en 1741 desde el mar por una inmensa armada británica, y en el que la flota del Almirante Vernon fue totalmente derrotada (1741).
Este régimen mercantilista de Utrecht influyó en las cortes virreinales dando lugar a las prácticas sincréticas del arte barroco, en sus variantes rococó y churrigueresca; y las intrigas palaciegas que derivaron en procesos insurreccionales. Los insurrectos proliferaron, como el caso de los Mascates y Emboabas en Brasil, inducidos por la proliferación de garimpeiros debido a las explotaciones auríferas de Mina Gerais (1707-10); y el de los Vegueros en Cuba provocado por la reciente instauración del Estanco del Tabaco que fijaba precios oficiales a la hoja y sus derivados (1723). La insurrección de los Comuneros del Paraguay (y la ejecución de su líder José de Antequera y Castro por la Inquisición de Lima con su secuela traumática en la conciencia histórica del pueblo paraguayo), fue también provocada por la adopción del Estanco del Tabaco y fue aplastada militarmente con la concurrencia de tropas indianas ordenada por el Gobernador de Buenos Aires y comandadas por los Jesuitas de las Misiones (1717-35).
Las necesidades de defensa militar convirtieron a las autoridades coloniales en grandes empleadores de mano de obra calificada (Solano D.). Los trabajos de construcción y mantenimiento de obras portuarias para la defensa (baluartes, murallas, barcos, cañones, cureñas, careneros, astilleros, muelles, municiones, refacción de uniforme y calzado, etc.), concentraban cantidades de trabajadores libres, jornaleros, esclavos y presidarios. Estos trabajadores se desagregaban en numerosas especialidades tales como alarifes, herreros, canteros, tejeros, ladrilleros, torneros, ebanistas, carpinteros de ribera, calafates, armeros, cerrajeros, aserradores, fundidores, faroleros, hojalateros, marineros, remeros, patronos de botes, y muchos otros en un sistema jerárquico coronado por ingenieros militares y sobrestantes de las obras reales. Además, las necesidades de defensa militar ofrecieron a los trabajadores libres como mecanismo de inclusión social a las milicias” (Solano D.).
Finalmente, las Flotas de Galeones se liquidaron en 1737 y el Asiento de Inglaterra para el tráfico de esclavos alcanzó su culminación en la Paz de Aix-la-Chapelle/Aquisgrán (1748), que puso fin a la Guerra de Sucesión de Austria. Pero debido al continuo avance del imperio comercial inglés (que a la sazón estaba viviendo los prolegómenos de la Revolución Industrial), mediante los llamados navíos de permiso que transportaban mercaderías desde Cádiz pero en realidad procedentes de los talleres londinenses, y dada la permanente ofensiva ideológica del jansenismo y del colbertismo, se generaron entre España y Portugal políticas de mutuo apoyo, para sobrellevar la penetración mercantil inglesa y para en forma recíproca acordar en territorio americano una política de demarcaciones territoriales. Las fronteras limítrofes en el territorio sudamericano se perfeccionaron entonces con el Tratado de Madrid o Tratado hispano-portugués de Límites (1750), que afectó al Paraguay y su población guaraní pues perdió definitivamente su litoral marítimo (el Guayrá) y sus enclaves en el Mato Groso (Cubayá e Itatín), que fueron cedidos al Brasil portugués a cambio de la Colonia del Sacramento, en la Banda Oriental, con tremendas secuelas irredentistas que resucitaron un siglo más tarde.
Entre otras secuelas de este lastimoso tratado, se precipitó una resistencia indígena, apoyada por los Jesuitas en la llamada Guerra Guaranítica (1753-56), derivando en un posterior éxodo forzoso de los Siete Pueblos Orientales de la margen derecha del Río Uruguay a su margen izquierda. Finalmente, de resultas de esta cruenta guerra, impulsada desde Buenos Aires y Salvador de Bahía, y del terremoto de Lisboa (1755) -que enfrentó al Ministro Pombal con la Compañía de Jesús (P. Malagrida)- se produjo la expulsión de los jesuitas de toda la América colonial (de Brasil en 1759, y de la América hispánica ocho años después, en 1767).
En cuanto a la relación de los Jesuitas con la esclavitud de los negros africanos, acabaron por aceptarla tal como era para poder transformarla desde dentro. Pero el mejor trato que solían impartirles en materia de dieta, indumentaria, salud, normas de trabajo, recompensas (“horas extras”), protección de los lazos matrimoniales y familiares, reconocimiento de sus linajes, reticencia a venderlos, responsabilidades que les conferían, y formación técnica y artística que les deparaban, los diferenciaron radicalmente del común de los esclavos. Para Tardieu, todo da a entender que los jesuitas tenían una visión prospectiva de la esclavitud, pues -al no ignorar que un día más o menos lejano se acabaría- estaban preparando a los esclavos para una futura integración social. Es muy significativo “que estos mismos esclavos criollizados, después de la expulsión, se hayan rebelado contra la administración de las Temporalidades (organismo que reemplazó a la Compañía de Jesús) por romper ésta con las normas jesuíticas, tanto en Ecuador como en Perú y el Río de la Plata” (Tardieu).

EXPULSIÓN JESUÍTICA DE LOS DOMINIOS IBÉRICOS (1759-1767), Y PARTICIONES ILUSTRADAS | En el orden colonial, el nudo traumático del capitalismo comercial de guerra se profundizó con la incidencia ideológica del Jansenismo (una variante del catolicismo agustiniano y del absolutismo monárquico, perseguida por Luis XIV), y su secuela más inmediata la de reforzar para el caso de los corsarios el monopolio estatal-colonial de la legítima, y para el caso de los Jesuitas su expulsión de toda la América ibérica, portuguesa y española, lo que provocó en las familias criollas a ellos vinculadas por lazos de sangre un trauma colectivo difícil de imaginar y digerir (1759-67).
Dicha expulsión generó a su vez en el Brasil las llamadas Reformas
Pombalinas que proclamaron un cambio geopolítico, pues la capital del Virreinato de Brasil se trasladó de Salvador de Bahía a
Río de Janeiro (1763). Este cambio geopolítico obedeció al impacto de los Emboabas (portugueses que vinieron con la fiebre del oro), pues era necesario amparar los nuevos yacimientos de Minas Gerais, desplazando del foco de interés a los bandeirantes del sur paulista y riograndense, por cuanto esta frontera había quedado definitivamente asegurada con la firma del Tratado de Madrid (1750) y con el traslado exitoso de los Siete Pueblos Orientales luego de la Guerra Guaranítica.
Al ingresar España en la Guerra de los Siete Años (1756-1763), en la que devino la IV Guerra Anglo-Española (1761-1763), se permitió a Inglaterra el corte de madera en la Bahía de Honduras y costa de Campeche, y se generaron las sucesivas pérdidas y devoluciones de la Colonia del Sacramento de manos hispanas a lusitanas; y los puertos de La Habana y Manila de manos inglesas a españolas, pero a cambio de la cesión de La Florida junto con los territorios al este y sureste del Misisipi (Mobile y Pensacola).En islas como las de Dominica y Grenada, en las Antillas Menores, su status final pasó del dominio francés al británico, a cambio de la cesión total de Quebec, decretado recién con la Paz de Paris (1763).Pero como los holandeses, los daneses y los franceses comerciaban entre sí y con las colonias españolas mediante el sistema de los puertos libres, Gran Bretaña decidió en 1766 modificar las Actas de Navegación y dictar el Free Port Act, mediante el cual las actividades comerciales podían ser llevadas a cabo legalmente desde puertos libres con las colonias francesas y españolas (Nadine Hunt).
En la América española las Reformas de Carlos III, semejantes a la reformas pombalinas, generaron particiones político-territoriales en una numerosa cantidad de virreinatos, capitanías e intendencias con el objeto de frenar la amenaza de la penetración anglo-sajona (el Virreinato de Nueva Granada y el nuevo Virreinato del Río de la Plata diseñado por Carlos III incluía los territorios del Golfo de Guinea en África occidental que antes habían sido portugueses). Estas particiones y traslados de dominio tuvieron efectos desiguales según cual fuere la jurisdicción beneficiada o perjudicada. En el caso del Perú, la escisión del Virreinato del Río de la Plata lo perjudicó por cuanto le amputó la Audiencia de Charcas, actual Bolivia. Con la creación de la Real Audiencia de Caracas en 1786, la Real Audiencia de Santo Domingo perdió su anclaje en el continente. Los traslados de ciudades también obedecían a razones de índole telúrica, pues con motivo del terremoto y erupción volcánica de julio de 1773, la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala fue trasladada tres años después a la Nueva Guatemala de la Asunción, sita a sólo cincuenta kilómetros de distancia pero alejada de la zona sísmica.
En este proceso de particiones, traslados y redimensionamientos geográfico-políticos existió una contribución propiamente hispana a la ilustración europea, pues ante la persistente ausencia de una reforma académica en las universidades españolas, en las situaciones críticas de la defensa militar amén de los artesanos arriba detallados se echó mano en las academias militares (Cádiz y Barcelona) a una instrucción técnico-científico donde se tenían planes de estudios que contemplaban las nuevas corrientes de pensamiento ilustrado. Es por ello que el aumento de la presencia militar tanto en los virreinatos tradicionales (el novohispano y el peruano) como en los más recientes virreinatos de Nueva Granada (Cartagena de Indias, Maracaibo) y del Río de la Plata (Fuerte de Montevideo), y en las capitanías generales (Valparaíso, La Guaira), significó una avanzada de ciencia ilustrada y una “militarización de la ciencia”, en la que se consolidó poco a poco una comunidad severamente jerarquizada y estatalizada y un camino particular para la ilustración hispana (Gallegos).
Entre otros cambios también se registró el absolutismo monárquico en materia económica (mercantilismo francés o colbertiano), eclesiástica (patronato) y militar (academias), la introducción del neoclásico europeo adaptado a Indias, la persistente y contradictoria introducción de la Ilustración Europea con la creación de los Colegios Reales ilustrados, las fracturas intelectuales provocadas por la caída en desgracia del Jesuitismo (Peralta y Barnuevo en Perú), y la obstinada censura oficial de la prensa ilustrada y sus luchas por las libertades de pensamiento y conciencia (el despotismo asiático o cesaropapismo se caracteriza por la no separación de iglesia y estado y el endiosamiento del monarca como había ocurrido en el Egipto faraónico).

RECOLONIZACIÓN BORBÓNICA, INSURRECCIONES INDIANAS DE TÚPAC KATARI Y TÚPAC AMARU II,Y NARRATIVAS PROFÉTICAS, MILENARISTAS E INDIGENISTAS (1782-1808) | Por último, debemos sumar las secuelas traumáticas producidas por la práctica del mercantilismo colbertiano español (José de Campillo), representado en la práctica por las migraciones de comerciantes vascos y catalanes, por el reparto forzoso de mercancías europeas a las comunidades indianas (ayllus) y por la erradicación compulsiva de mano de obra. Los indios Huarpes de Cuyo fueron enviados acollarados en el siglo XVI a los centros mineros de Chile (Jara); de igual forma en las Misiones Jesuíticas los indios guaraníes y minuanes eran cazados en el siglo XVII por los bandeirantes paulistas para llevarlos esclavos al Brasil; y en la Nueva España los prisioneros indios del noroeste novohispano en el siglo XVIII eran transportados con cadenas y como esclavos a La Habana (Venegas Delgado-Valdés Dávila).
También debemos tomar en consideración, como otra de sus secuelas traumáticas, el control militar de los territorios para la circulación de mercancías, y para evitar pérdidas territoriales, gestándose un profundo proceso recolonizador, denominado de recolonización borbónica. Cuando por el Tratado de Aranjuez (1779), hijo del Pacto de Familia, España se solidariza con Francia en la Guerra de Independencia de EEUU (1777-83),se suscitó el mismo incidente en la Colonia del Sacramento, que era un puerto libre. En el norte de las Antillas menores, la isla de San Bartolomé, vecina a St. Kitts, fue cedida por Francia a Suecia en virtud de los acuerdos complementarios del Tratado de Versalles (1785),a cambio de derechos portuarios en Gotemburgo (Suecia),y desde entonces, a semejanza de las Indias Occidentales Danesas, se mantuvo neutral en cuanta guerra existió, hasta ser de vuelta adquirida por Francia en 1877.
La más importante fuente de ingresos de las islas que se mantenían neutrales era el comercio intérlope o de tránsito. Las mercaderías llegadas a los puertos neutrales, procedentes de la región, eran en su mayor parte reembarcadas a otras islas vecinas del Caribe, a los Estados Unidos, a Europa o a las colonias iberoamericanas, entre ellas la Colonia del Sacramento. Aparte del cobro de derechos portuarios, que incluían tarifas de trasbordo, los comerciantes, armadores y calafateadores se beneficiaban con los contratos de transporte, puesto que una carga que se trasbordaba en el puerto era considerada primero "desembarcada" y luego "embarcada" (Vidales).
Al provocar la guerra un alza de la presión fiscal (alcabala), se precipitaron en Perú y el Alto Perú las insurrecciones indianas, verdaderas revoluciones desde abajo, frustradas por una represión sanguinaria (Túpac Katari y Túpac Amaru II, gran lector de Garcilaso), y en la Nueva Granada la Rebelión Comunera (1781). Una década más tarde, en 1792, con motivo de las Guerras provocadas por la Revolución Francesa, Portugal elevó también la presión fiscal, generando en Brasil la Inconfidencia mineira liderada por Tiradentes (1792); y en las Islas de Sotavento (Antillas Menores del Caribe) la pérdida a manos inglesas de Trinidad-Tobago (1797), ratificada en la Paz de Amiens (1802), islas que antes habían pertenecido a la Capitanía General de Venezuela, y por ende habían sido parte de la Real Audiencia de Santo Domingo. Y en 1795, por el Tratado de Basilea, la parte española de la isla de Santo Domingo pasó a poder de Francia, y una década más tarde, en 1806, Buenos Aires intentó ser infructuosamente conquistada por tropas británicas procedentes de El Cabo (Sudáfrica).
Por otro lado, también se dieron políticas sociales, pues se registró la formación de la plebe y el mestizaje forzoso entre el criollo y el indio (cholo, gaucho, roto), una estructura esclavista y estamental y la reafirmación de los prejuicios étnicos con la instrumentación de la limpieza de sangre.
Por último, se registraron también las contradictorias narrativas proféticas y milenaristas que venían a repudiar la cultura del Barroco, tales como la del domínico mexicano desterrado y convertido al jansenismo Fray Servando Teresa de Mier y la del jesuita chileno expulso Manuel Lacunza; el discurso poético latino Rusticatio Mexicana del jesuita guatemalteco expulso Rafael Landívar; el discurso indigenista emancipador del jesuita exilado Juan Pablo Viscardo y Guzmán; y el discurso incaísta liberador de Francisco Miranda, legatario del incaísmo ilustrado francés de Quesnay (Díaz-Caballero).

GUERRAS NAPOLEÓNICAS, COLAPSO DEL IMPERIO ESPAÑOL, REVOLUCIONES DESDE ARRIBA Y ABAJO, PARTICIONES INDEPENDENTISTAS Y AMALGAMA DE ROMANTICISMO, LIBRECAMBIO Y REPUBLICANISMO SECULARIZADOR (1808-1820) | La época revolucionaria independentista, otro crucial nudo histórico (pero secundario en importancia con respecto a la conquista, la colonización y la evangelización) se inició con el levantamiento esclavo en Haití (1792), cuya situación de peligro incidió para que la Real Audiencia de Santo Domingo se trasladara en 1799 a Cuba. Y luego se siguió con el impacto de las guerras napoleónicas, que transformaron el Virreinato del Brasil, de mera colonia al status político de reino, debido a la transferencia forzosa de la corte real portuguesa desde Lisboa a Rio de Janeiro (1808).
A esta última transformación cosmético-burocrática le siguieron el colapso del imperio español, provocado por la acefalia forzosa que significaron las abdicaciones de Carlos IV y su hijo Fernando VII, presos en Bayona; y por las revoluciones de independencia propiamente dichas (1810-1824), derivadas de la Segunda Guerra Civil Europea o guerra napoleónica (1789-1815). Su campo de lucha por la identidad se trasladó desde el Caribe a los mundos rioplatense, andino y mesoamericano, donde se libraban los comienzos de una amalgama de romanticismo, republicanismo secularizador y librecambio comercial. Este último vino a consolidar imperios mercantiles y marítimos (Gran Bretaña), y una revolución industrial en Europa que introdujo la mecanización en los procesos productivos y que sustituyó el capitalismo comercial de guerra librado en el Mar del Norte y el Mar Caribe, durante un largo siglo, desde la Paz de Westfalia (1648) hasta la Paz de Aquisgrán (1748), por el denominado imperialismo de librecambio, que permitió el reparto de áreas de influencia entre los Estados Unidos y las potencias Europeas, aunque con las limitaciones de la Doctrina Monroe suspendidas por la Guerra de Secesión.
Estas revoluciones acabaron con un fenómeno contradictorio, llamado Antiguo Régimen, una simbiosis de absolutismo, de barroco y de mercantilismo, donde el primero consistía de una sociedad estamental, etnocéntrica, clerical, corporativa, esclavista e inquisitorial, y un estado monárquico con legitimidad dinástica. Si bien acabaron con el Antiguo Régimen y con el imperio Español a su vez dieron lugar a una partición territorial y política (mucho más acentuada que las que produjeron la partición Papal de 1493, la expulsión de los portugueses, y la expulsión jesuítica), a efímeras propuestas restauradoras ofrecidas al Carlotismo y a la monarquía incaica (1816); a la expulsión de vecinos y comerciantes españoles, vascos y catalanes ligados con las autoridades reales descabezadas (1813); a un reparto geográfico de áreas de influencia, y a un persistente proceso de colonialidad cultural alentado por la recepción del romanticismo europeo, no superado con el patriotismo criollo de la independencia; y a un agudizado colonialismo interno que se manifestó en todo el espacio latinoamericano con muy distintas intensidades. Muy probablemente, el rechazo del Congreso independentista de Tucumán (1816) a un monarca de estirpe incaica, con argumentos de corte etnocéntrico expresados por un congresal porteño (Anchorena), y el rechazo del Cuzco como capital de la nueva nación americana, fueron decisivos para la deserción de los representantes de las provincias arribeñas y la consiguiente secesión del Alto Perú (luego de la emancipación paraguaya fue la segunda partición del espacio Rioplatense), lo que auguraba mayor descomposición y futuros separatismos (Díaz-Caballero).
Las revoluciones de independencia pasaron a estar hegemonizadas primero por la lógica iluminista y su mito del estado-nación moderno, sucesor del cuerpo patrimonial del estado absolutista; y luego por ficciones orientadoras románticas (romántico americano) y por programas reformistas liberales (benthamianos), verdaderas articulaciones de constitucionalismo, anticlericalismo y librecambio. Estas ficciones y programas estuvieron ligadas a la invención de una "nación primordial" americana, que fue fuente de inspiración para innovar en materia de “símbolos nacionales, y recurso retórico de negociación simbólica con la tradición dinástica incaica y las masas indígenas” (Díaz-Caballero). Paralelamente, el proceso independentista estuvo centrado en la transición de la plebe, compuesta de súbditos “hijos de un monarca” a la de pueblo compuesta por ciudadanos “hermanos de una nación” (Pérez Vejo), e involuntariamente dio lugar al anidamiento de sucesivos “huevos de serpiente”. Estos últimos santuarios estuvieron alimentados por los discursos recolonizadores de la restauración conservadora (Burke, De Bonald, y de Maistre) que se propalaron en el Congreso de Viena interpretados por el Canciller Metternich (1815-1820).
Si bien estos discursos recolonizadores post-napoleónicos no tuvieron el mismo impacto traumático que los que generaron la conquista y la partición de América (Ginés de Sepúlveda-Bartolomé de las Casas), o los discursos separatistas-mesiánicos (Sebastianismo) de la Rebelión portuguesa (1640), o los discursos Jansenistas que provocaron la expulsión Jesuítica (1767) y la partición del espacio latinoamericano (1782), fueron reiteradamente citados en las nuevas repúblicas por los mentores intelectuales del conservadorismo reaccionario (Bernardo Berro en el Río de la Plata, García Moreno en Ecuador, Lucas Alamán en México, Mariano Ospina en Colombia, Rafael Carrera en Guatemala, Portales en Chile, Luz y Caballero y García Menocal  en Cuba).

IMPACTO DE LA SANTA ALIANZA (METTERNICH) Y LOS HUEVOS DE SERPIENTE (1815-1820) | La declaración y guerra de independencia de México (Plan de Iguala de Iturbide, 1820) y las victorias independentistas de Bolívar en América del Sur (Junín, Ayacucho) fueron posibles por la crisis de la restauración absolutista de Fernando VII (1814-1820) ocasionada por la rebelión liberal de Riego (1820), mitos heroicos que encubrieron una verdadera guerra civil, que no alcanzó a ser guerra de liberación nacional o revolución desde abajo. Estas guerras prosiguieron con numerosos otros traumas políticos y culturales (TPC), y también con un guerrerismo más limitado y específico, con intentos frustrados de integración y de restauración Carlotista, y con la incubación local del primer “huevo de la serpiente” (como secuelas de la Santa Alianza).
Por el contrario, en Brasil, la revolución de independencia o Grito de Ipiranga (1822) es caracterizada como una revolución independentista desde arriba, pues Pedro I la declaró como rechazo al reclamo de las Cortes portuguesas, que exigían que Brasil retornara a su status de colonia, y ese rechazo no supuso esfuerzo bélico alguno, como en el resto de Ibero-américa. En el Perú, luego de la Rebelión de Riego en Cádiz (1820), el ejército realista quedó mortalmente dividido, factor que explica el triunfo de Sucre y Bolívar en Junín y Ayacucho, pues mientras la oficialidad de Pedro Olañeta en el Alto Perú se pronunció contra Riego, la que estaba al mando del Virrey del Perú José de la Serna se declaró a favor del llamado Trienio Liberal (interregno de Fernando VII gobernado con la Constitución de Cádiz de 1812, posterior al sexenio absolutista pero anterior a la llamada década ominosa). Y en los confines del hinterland hispano-americano, aparte de la guerra regular, la conciencia de inferioridad militar para una guerra convencional desató guerras partisanas como la Guerra de las Republiquetas en el Alto Perú liderada por Juana Azurduy de Padilla (1813-1821) o la Guerra Gaucha en Salta encabezada por Martín Güemes (1817-1824), o la Guerra Artiguista en la Banda Oriental (1815-1820).
Los “huevos de serpiente” autóctonos fueron en el Río de la Plata el Motín o pronunciamiento del Ejército del Norte en Arequito (Santa Fé), cuyos amotinados se negaron a reprimir el populismo agrario del Artiguismo y su guerra partisana en la Banda Oriental, provocando la caída del Directorio, con cabecera en Buenos Aires, y la disolución de las Provincias Unidas del Río de la Plata (1820). En México, el huevo de la serpiente fue el Plan de Casa Mata, conspiración militar auspiciada por republicanos y por monárquicos partidarios de convocar a un miembro de la casa de Borbón, llamados borbonistas, que derroca al emperador Iturbide y por ende disuelve la unión de México y Centroamérica (1823).
Y en el Perú, el renunciamiento de San Martín en Guayaquil (1822) abortó cualquier asomo de guerra civil. Esto le permitió a Bolívar luego del triunfo de Ayacucho (1824) y vencido Riego y el Trienio Liberal en España por las tropas francesas al mando del Conde de Angulema (1823), intentar enfrentar a la Santa Alianza (Rusia, Prusia y Austria) y sus aliados (Fernando VII y la década ominosa), confederando a las nuevas repúblicas. La política confederativa se pronunció primero por la Gran Colombia (Audiencia de Quito, Nueva Granada y Capitanía de Venezuela) y por el Gran Perú (Alto y Bajo Perú). Pero luego de la batalla de Ayacucho (1824), y para evitar que un Gran Perú pudiera competir con la Gran Colombia, Bolívar y Sucre optan por hacer del Alto Perú la república de Bolivia (1825), con capital en Chuquisaca (Sucre). Finalmente, la utopía confederativa, en parte inspirada en los escritos del hondureño José Cecilio del Valle, se resuelve con la convocatoria del congreso anfictiónico (Panamá, 1826), que fracasó debido a la ausencia de Chile y las Provincias Unidas del Río de la Plata. Si nos atenemos a Germán A. de la Reza, los tratados de unión y liga de la Gran Colombia de 1821 a 1826 (con Chile, Perú, México y Centroamérica) y el Congreso de Panamá y Tacubaya (1826-1828) también se malograron. Posteriormente, la Gran Colombia entra en disolución, y en Venezuela se afirma el caudillismo militar de José Antonio Páez, aliado a los residuos del Mantuanismo. Y asimismo, fracasaron la propuesta mexicana de integración o "Pacto de Familia" (1831-1842), y el Congreso de Lima (1847-1848).
Estos primeros huevos de serpiente, propios del período que tiene su origen durante las guerras napoleónicas, desatan una serie de motines y pronunciamientos militares en cascada (con efecto dominó) que generaron en la esfera política líderes mesiánico-populistas y cesarismos providenciales (Rodríguez de Francia en Paraguay, Santa-Anna en México, Rosas en el Río de la Plata, Páez en Venezuela, García Moreno en Ecuador, etc.), que a su vez se expresaron en múltiples particiones territoriales, bloqueos marítimos de las potencias europeas, guerras de resistencia liberal, y traumáticas represiones políticas (censuras, persecuciones, ostracismos, exilios, destierros, torturas, fusilamientos y éxodos), con sucesivas sub-guerras separatistas, intestinas, partisanas, irredentistas, centralizadoras y anexionistas, y penosas intervenciones y derrotas militares con tropas irregulares extranjeras y con potencias ajenas al espacio latinoamericano.
En sentido opuesto, el que Brasil, luego de su independencia con el Grito de Ipiranga, careciera de un proceso de guerra civil ni sufriera partición territorial alguna, salvo la pérdida de la provincia Cisplatina (Uruguay) y la muy circunscripta y frustrada rebelión riograndense, se habría debido a que no tuvo un “huevo de la serpiente”. Esta carencia se produjo porque la legitimidad imperial -puesta tempranamente en tela de juicio por la Confederação do Equador (1824)- se mantuvo incólume, merced a la abdicación de Pedro I, en 1831, en su hijo de cinco años de edad, Pedro II, a cargo entonces de un regente tenuemente inclinado al liberalismo (padre Diogo Feijó primero y el pernambucano Marqués de Olinda después). Fue en esa época, que la expansión del cultivo del café exigió la radicación de capitales europeos y la innovadora expansión ferroviaria, que revolucionó las comunicaciones hasta entonces hegemonizadas por el tráfico marítimo.
En el Río de la Plata, reconstruido el estado central con una asamblea constituyente, se impulsó un movimiento irredentista con la Guerra de las Provincias Unidas contra el Imperio del Brasil, por la independencia de la Banda Oriental o Guerra Cisplatina (1826-28). Esta última estuvo invadida por un ejército portugués que a la sazón, luego del triunfo de Tacuarembó sobre las tropas irregulares de Artigas (1820), se hallaba profundamente dividido entre los monárquicos partidarios de la independencia de Brasil y los liberales portugueses opuestos a ella. Dicha guerra tuvo un trámite problemático derivado de la superioridad naval de Brasil (que tenía bloqueado el puerto de Buenos Aires), y de la rotunda oposición de Simón Bolívar a participar de la misma (Masonería mediante), y un final inesperado por la resultante geopolítica que generó dos estados más debilitados e impotentes. Las Provincias Unidas del Río de la Plata, habían perdido al Paraguay, al Alto Perú y a la Banda Oriental. Con la pérdida del Alto Perú, las Provincias Unidas habían también perdido la Casa de Moneda ubicada en Potosí, que acuñaba la pieza metálica circulante; y con la Banda Oriental había perdido la región productora de cueros para el mercado mundial. Pese a sus pérdidas territoriales y a sus infortunios políticos, las Provincias Unidas lograron recuperarse y pudieron construir un imaginario político romántico (Shumway). Bolivia y Paraguay se transformaron en enclaves mediterráneos. Ambos con salidas litorales, Paraguay al Atlántico, y Bolivia al Pacífico. Y la Banda Oriental se transformó en la República Oriental del Uruguay, un estado-tapón entre Brasil y las Provincias Unidas, con fronteras impuestas exógenamente por un tratado internacional firmado en Río de Janeiro, alimentado por la histórica regla del “Divide y Reinarás”, y que desató un complejo de inferioridad territorial (paicito) que perduró en el tiempo (Convención Preliminar de Paz firmada en Río de Janeiro, 1828).
Amén de la desmonetización del mercado interno en los espacios andino y litoraleño producido por la caída de la producción de plata en el Alto Perú -que alimentó una crisis estructural que recién a fines de siglo fue sustituida por el auge del estaño- se registraron también secuelas políticas traumáticas como nuevas guerras separatistas que debilitaron a los estados residuales que resultaron de las mismas. Entre ellas: la partición de Centroamérica a raíz del derrocamiento de Iturbide como emperador de México (1823), la formación y crisis de la República Federal de Centroamérica (1824), y la frustrante guerra por la unidad centroamericana liderada por Francisco Morazán (1826-1829). Asimismo, la guerra entre la Gran Colombia y el Perú en 1828 por la amazonía y el territorio ecuatoriano; las posteriores guerras separatistas y de partición del Ecuador y Venezuela contra la Gran Colombia, de la cual resultó Ecuador como un estado-tapón, flanqueado por Colombia y Perú (1829); y la fracasada guerra de los “Farrapos” o Republicanos Riograndenses contra la monarquía imperial y esclavista del Brasil (1835-45) personificada entonces en su Regente (Marqués de Olinda) y producida una década después de la Guerra Cisplatina, y de haber ocurrido la derrota de Ituzaingo o Batalha do
Passo do Rosário (1826).
En sentido contrario, el Mariscal Santa Cruz quiso reconstruir el Gran Perú -que Bolívar había creado y posteriormente disuelto- consagrando en Tacna luego de un intenso proceso de guerra fratricida (Orbegoso, Salaberry) la Confederación Perú-Boliviana (1837). Para dar solvencia a su proyecto confederativo, Santa Cruz tuvo que encarar una Guerra defensiva contra el Ejército Restaurador de Chile comandado por el Ministro Portales; y paralelamente contra la Confederación Argentina liderada por Rosas (1836-39). Erosionada la Confederación por la ofensiva chilena, cuatro años después le siguió una guerra separatista encarada por una Bolivia afín al liberalismo (Ballivián) contra un Perú conservador (Gamarra), poniéndose así término a la Confederación Perú-Boliviana (Batalla de Ingavi, 1841).
En materia de guerras intestinas de liberales contra conservadores, derivadas de la crisis abierta en 1820, éstas tuvieron un leitmotiv común que atravesó la totalidad de los territorios latino-americanos, tal como en la guerra de independencia de Dominicana frente a los Haitianos (1844), y en la Guerra Grande entre Blancos y Colorados en la República Oriental del Uruguay, en el Sitio Grande de Montevideo, bautizada por Alejandro Dumas como la “Troya de América” (1839-51), donde participaban los unitarios argentinos y los republicanos riograndenses en apoyo al liberalismo uruguayo (Colorados de Rivera), y el ejército Rosista en apoyo al conservadorismo oriental (Blancos de Oribe).
Estas guerras civiles, las intestinas, las partisanas, las secularizadoras, las federales, las anexionistas, las irredentistas, las centralizadoras y las separatistas, se extendieron hasta los inicios de las respectivas modernizaciones nacionales, las que vinieron a combatir -con suerte diversa- los referidos traumas políticos y culturales (TPC). Pero en este complejo conjunto de traumas y falsedades no debemos subestimar el rol victimizante que para estas identidades políticas desataron el filibusterismo de las intervenciones milicianas irregulares (William Walker), las derrotas militares convencionales y las anexiones territoriales. Estas políticas expansionistas de Destino Manifiesto (antesala del Big Stick) fueron: a) en el caso de México, la guerra con Estados Unidos y el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1846-48), que provocaron la pérdida de inmensos territorios (Arizona, Texas, California); b) en el caso del Río de la Plata, el extravío forzoso de las Islas Malvinas (1836); y c) en el caso de Nicaragua y la costa de la Mosquitía, el aventurerismo filibustero de William Walker, que a imagen y semejanza del caso texano respondía al expansionismo esclavista de los estados del sur norteamericano, los mismos que una década antes habían derrotado a México y amenazado su anexión a un EEUU ante-bellum (ver Víctor Hugo Acuña Ortega) y que provocaron entre Gran Bretaña y los Estados Unidos la firma del Tratado Clayton-Bulwer (1850) y más adelante la Guerra Nacional de Nicaragua, o Guerra Nacional Centroamericana, con su instrumento militar, el Ejército Aliado Centroamericano (1856-1860).

SEGUNDA GLOBALIZACIÓN, MODERNIDAD LIBERAL, Y CENTRALIZACIÓN DE ESTADOS-NACIONES (1854-1889) | Para la época de la modernidad liberal, ocurrida en la segunda mitad del siglo XIX, que arranca con la Guerra de Crimea (a posteriori de la guerra del opio en China), la del estado gendarme o mínimo (W. Bagehot, 1867, traducción de 1902) cuando prevalece la lógica liberal del equilibrio de poder, de desamortización de bienes de manos muertas (Cruz Vergara), de progresiva instauración de instituciones republicanas y parlamentarias, del estado como monopolio de la violencia legítima, y de libre expansión de la sociedad civil y de separación entre lo público y lo privado (o red de asociaciones representativas de intereses y valores), se libraba una segunda globalización y los inicios de un capitalismo industrial colonialista que vino a sustituir el capitalismo comercial de librecambio, pero que finalmente alcanzó su culminación con la eclosión de la Primera Guerra Mundial (1914). En esta época prevalece la construcción de estados modernos aunque venían subsistiendo las secuelas traumáticas producidas por las particiones territoriales, las expulsiones, las proscripciones políticas, y las ciudadanías restringidas de mujeres, indígenas y analfabetos, marginados de representación alguna (Yrigoyen Fajardo).
Las guerras civiles acotadas a determinadas naciones operaron como prolongación del nudo secundario (revolución de independencia), en un proceso de larga duración, que tuvo su partida de bautismo con la primera crisis de los modernos estados-naciones derivada de los discursos recolonizadores de la Santa Alianza (Burke, De Bonald, de Maistre). En el Río de la Plata, la guerra civil tuvo un par de antecedentes en el fracaso del Plan de Operaciones ideado por Mariano Moreno (1811), y en el repudio del Congreso de Tucumán (1816) a la monarquía constitucional incaica (Díaz-Caballero). Estos discursos convalidados por Metternich y sus aliados (Fernando VII y herederos) desataron conatos recolonizadores encabezados por los movimientos legitimistas (o de legitimismo dinástico), que se vieron frustrados por las políticas del Ministro Inglés George Canning y por la Doctrina geopolítica impulsada por el presidente Monroe (1823).
Sin embargo, en la mayoría de los casos, con excepción de la guerra de independencia de Cuba y Puerto Rico (Grito de Lares), iniciada en 1868, estas guerras civiles se redujeron a conflictos de naturaleza irredentista (territorial o de límites), o economicista por el control de ciertos recursos naturales (palo de tinte o de campeche, canela, nuez moscada, madera preciosa,quina, guano, henequén, salitre, caucho, petróleo, coca) como en el de Bolivia en su guerra con Chile, que le provocó el desmembramiento de la salida al mar (1879); o político-militares por el control de vías navegables, como en el de Colombia cuando la intervención norteamericana le ocasionó la pérdida del Istmo Panameño (1903), cuyas principales víctimas económicas fueron las poblaciones indianas y los puertos de Cartagena de Indias y Punta Arenas (Chile).
Las guerras centralizadoras o de anexión fueron conocidas con diferentes eufemismos que ocultaban en los derrotados la influencia de ideologías revolucionarias bastante “modernas” (Gledhill), como la “Guerra de Castas” en Yucatán-México (1843-1847), la guerra de “Pacificación de la Araucanía” en Chile (1860-83), y la “Conquista del Desierto” en Argentina (1879-80). No deben dejar de mencionarse los delitos de lesa humanidad acontecidos en dichos conflictos, tales como el saqueo de riquezas culturales (Biblioteca Nacional de Lima por parte del ejército chileno en la Guerra del Pacífico).

IMPACTO DE LA GUERRA DE CRIMEA, LUCHA DE LIBERALES CONTRA CONSERVADORES Y REVOLUCIONES DESDE ARRIBA (1854-1869) | Posteriormente, debilitada la diplomacia de Metternich por la Revolución de 1848 y por el nacimiento de la I Internacional (que se desplegó en todas las capitales europeas), y vencidas sus políticas conservadoras por el fracaso militar en la Guerra de Crimea, donde a raíz de la derrota de Rusia y su Santa Alianza a manos de la coalición de Francia, el Piamonte y Gran Bretaña, convocada en defensa de un alicaído Imperio Otomano (1854), tomaron incremento las políticas centralizadoras y de revolución desde arriba, de Napoleón III (Francia), de Bismark (Prusia), y de Cavour (Piamonte), con sus consecuentes derivaciones en América Latina.
Esta lógica discriminatoria y expansionista inaugurada con la Guerra de Crimea -que se destacó en la historia por inaugurar el telégrafo, el fotoperiodismo, y el vapor como recursos bélicos y la enfermería de Florence Nightingale que inspiró la fundación de la Cruz Roja- perduró con acontecimientos guerreros y con sus derivaciones culturales, en numerosos países de América Latina, en especial en México, Guatemala, Cuba, Venezuela, Colombia, Ecuador y Argentina. En efecto, la Guerra de Reforma o Guerra de los Tres Años de los liberales contra los conservadores en México consagró la separación de la iglesia y el estado (1859-61) luego de la derrota sufrida con Estados Unidos (1846-48) y legitimó el liderazgo republicano del zapoteca ilustrado Benito Juárez. A consecuencia de esta cruenta Guerra de Reforma que padeció México (1859-61), Napoleón III, en consonancia con el papado, el clero católico y los conservadores mexicanos, extendió su influencia imponiendo como emperador a Maximiliano de Habsburgo, sin la anuencia de su primo hermano el emperador de Brasil, a la sazón atareado en la guerra de la Triple Alianza contra el Mariscal Solano López (1863). Siete años más tarde, en Guatemala, los liberales liderados por Miguel García Granados y Justo Rufino Barrios, tras recibir ayuda de guerra del liberalismo mexicano (a cambio de los territorios de Chiapas, Campeche y Soconusco) invadieron Guatemala, derrocaron al Mariscal Cerna e impusieron la Reforma Liberal de 1871.
Estas rivalidades también se extendieron a los países del Caribe, Sudamérica y el Cono Sur, pues en Cuba y Puerto Rico se desató la Guerra de emancipación (1868); y en Venezuela la Guerra Federal de liberales contra conservadores, que comenzó con la conspiración liberal conocida como la Galipanada (1858) y el luctuoso triunfo de Ezequiel Zamora y culminó con el Tratado de Coche (1863). En Ecuador, a raíz de la ofensiva del ex presidente Juan José Flores, García Moreno impulsó en 1859 un proyecto de protectorado monárquico que remitió al canciller de Francia. Y en Colombia, la Guerra civil de 1860 a 1862 fue un conflicto en el que el partido liberal -que apoyaba las políticas federalistas- enfrentó al gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez. Encabezados por el general Tomás Cipriano de Mosquera (el equivalente a Mitre en Colombia) los jefes liberales entraron victoriosos a la capital, afirmando la fuerza de los poderes regionales en contra del centralismo, enfrentamiento que quedó congelado en el tiempo y recién se intentó dirimir a fines de siglo en la Guerra de los Mil Días (1899-1902).
Por último, la Guerra del Estado de Buenos Aires contra la Confederación Argentina (1859-62) luego de la derrota del restauracionismo Rosista (1852), consagró el rol decisivo de Bartolomé Mitre y su programa de gobierno republicano, representativo y federal. La posterior guerra de la Triple Alianza (Argentina, Brasil y Uruguay) contra el Paraguay de Solano López (1865-70) está inscripta en esta guerra fratricida de liberales contra conservadores y a la campaña internacional por la libertad de ríos y estuarios, continuadora de la antigua gesta holandesa por la libertad de los mares. Paraguay inició la guerra primero ocupando los fuertes de Coimbra y Corumbá en el Alto Paraguay (Mato Grosso), territorios ubicados en la margen sur del río Apa que habían sido perdidos en la Guerra de las Naranjas (1802), y luego invadió la provincia de Corrientes (Argentina). Y también obedece al mandato expansionista paraguayo, herido en su identidad desde hacía un siglo (Tratado de Madrid, 1750) por la pérdida de su litoral marítimo (Guayrá) y de parte del Mato Grosso (Cubaia e Itatín), sustraídos por obra del Tratado de Madrid (1750). Solano López, que no reconocía el principio del utipossidetis iure, pretendía compensar la mediterraneidad o insularidad territorial del Paraguay anexando la Banda Oriental, cuyo gobierno del partido Blanco había sido desplazado por los Colorados de Venancio Flores. Pese a estos procesos centralizadores, las propuestas de integración continental fracasaron, tal como se dio primero con el Tratado Continental de Santiago (entre Chile, Ecuador y Perú, 1856), y luego con el Segundo Congreso de Lima, conocido como el “último eslabón de la anfictionía” (1864-1865).
También la España moderna (Isabel II, hija de Fernando VII), preservando su status colonizador sobre Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Marruecos y la Guinea Ecuatorial (que había pertenecido al Virreinato del Río de la Plata), pretendió incrementarlos incursionando en políticas expansionistas e irredentistas sobre el Perú, Chile y México. A raíz de las Islas Chincha se desató la Guerra Hispano-Sudamericana (1864); como consecuencia de la campaña española que pretendía recuperar México, desembarcó en Tampico (Tamaulipas, 1829); y de resultas de la guerra de independencia que se libró en Santo Domingo contra la dominación haitiana, España logró anexar la República Dominicana, evitando su caída a manos de aventureros norteamericanos como había ocurrido antes en Nicaragua (1864).


Entre las derivaciones culturales de estas guerras federales recuperamos la memoria del rol piamontés o prusiano (centripetante) de determinados enclaves políticos para producir las centralizaciones o revoluciones desde arriba de los estados-naciones y fundar desde una prolongada lucha mitos románticos de origen (civilización o barbarie) así como la memoria de aquellas injerencias que tuvieron impactos determinantes en materia cultural, social y política. Entre ellas, las intervenciones federales para imponer regímenes republicanos de gobierno (constitucionalismo liberal) y para expandir mediante guerras de anexión y crímenes de guerra -a expensas de las poblaciones originarias- las fronteras geográficas de los modernos estados-nación. Asimismo, la imposición de políticas sociales, consistentes en la eliminación de los pueblos de indios, y la parcelación de las tierras colectivas, para que cada indígena se volviera ciudadano y propietario, y en la práctica las tierras que fueron de los indígenas pasaran a engrosar las haciendas de los criollos, una suerte de "comunidades cautivas", y los indianos se volvieran siervos de hacienda, debiendo pagar al nuevo patrón parte de sus cosechas para poder quedarse en sus antiguas tierras (Yrigoyen Fajardo).
De igual manera, ciertos enclaves políticos instrumentaron políticas asimiladoras de corte demográfico para imponer el blanqueamiento racial u homogeneización étnica (cholificación o ladinización). En el Caribe, Brasil, Venezuela, la costa peruana, y en general en toda la América Latina, estas políticas se practicaron con diferentes intensidades para apagar la memoria del estigma racial y el recuerdo oprobioso de la esclavitud. En esta política llegó a incurrir el dictador Dominicano Rafael Trujillo con la política migratoria que aplicó al admitir a todos aquellos que querían ingresar a USA y fueron impedidos por exceder las cuotas por nacionalidades, incluida la población hebrea. También se instrumentaron políticas educativas de castellanización u homogeneización lingüística, que pretendieron acentuar la forzada agonía o extinción de las lenguas indígenas, muy difíciles de erradicar debido a la naturaleza matriarcal de sus sociedades.
Por otro lado, estos enclaves implementaron políticas elitistas para la producción de profesionales susceptibles de convertirse en los cuadros más especializados del estado. Entre dichos manejos de estado, se destacaron la políticas científicas para la promoción de las profesiones liberales (medicina, abogacía, ingeniería); políticas estéticas para la promoción de las artes (literatura, música, plástica, dramaturgia, coreografía, y arquitectura); y políticas culturales para el ejercicio de las libertades de imprenta y de prensa (con sus corresponsales en el interior y sus distintas variantes de un periodismo étnico y de clase o prensa obrera y prensa de colectividades). Y en ese mismo sentido de reclutamiento elitista, también se dieron incorporaciones sacrificadas y pioneras de inmigrantes y profesionales europeos en industrias incipientes y academias etnocentradas (1852-1914); sobre-oferta de profesionales liberales (Mi Hijo el Dotor); y políticas secularizadoras (laicas y socio-darwinistas) en la conformación de las instituciones del imaginario moderno (justicia, gerencias bancarias, rectorados y cátedras universitarias, bibliotecas públicas, museos, conservatorios, monumentos históricos, vestigios arqueológicos, hospitales, manicomios y cárceles).

IMPACTO DE LA GUERRA FRANCO-PRUSIANA, PROGRAMAS SECULARIZADORES (1870-1889), Y ETNOCIDIO CAUCHERO (1880-1912) | Ocurrida la derrota de Francia en la Guerra Franco-Prusiana (Sedan, 1870), con la caída de Napoleón III, la Comuna de París, y el surgimiento de la III República (Thiers), el impacto en Latinoamérica fue altamente sugerente, alcanzando a Centroamérica, al Cono Sur, incluido Chile, pero también a Colombia, Venezuela y luego a Bolivia.
En Centroamérica, Guatemala con su presidente Justo Rufino Barrios habían intentado imponer sus políticas liberales expansionistas invadiendo El Salvador y Honduras en 1876 para luego en abril llegar a un Acuerdo de Paz en Chalchuapa (Guatemala), ratificado por una Junta de Notables en Santa Ana (El Salvador) y elegir []para presidente a Rafael Zaldívar; y en Honduras a Marco Aurelio Soto. Pero no conforme con los resultados obtenidos, ocho años después, en 1884, Barrios intentó emular a Morazán restableciendo las Provincias Unidas de Centroamérica con el apoyo de El Salvador y Honduras. Pero el salvadoreño Zaldívar abandonó la unión con el respaldo de México y Estados Unidos. Estos últimos temían las reformas liberales y la competencia de un estado fuerte en América Central, por lo que siguiendo la regla del “Divide y Reinarás” boicotearon a Barrios. El presidente guatemalteco Barrios había emprendido una campaña militar para restablecer por la fuerza la unidad centroamericana. Pero Costa Rica, El Salvador y Nicaragua se aliaron para oponerse a las pretensiones de Barrios. Para concretar sus planes, Barrios invadió El Salvador en marzo de 1885. Sin embargo, la intentona fracasó pues Barrios murió sorpresivamente en la Batalla de Chalchuapa.
En el caso del Cono Sur el partido liberal mitrista en Argentina (admirador de Gambetta y de Cavour) fue militarmente derrotado a manos del autonomismo nacional conservador o roquista (1874), aconteciendo lo que metafóricamente se denominó la “Muerte de Buenos Aires”; y seis años después le siguió la Guerra por la Federalización de Buenos Aires (1880) bajo el liderazgo de Julio A. Roca, que consagró -a posteriori y a imitación del México de Juárez-un programa centralizador de modernidad temprana, de separación de la iglesia y el estado, de laicismo en la educación pública, de autonomía en la educación universitaria, de secularización en materia de registros civiles (nacimientos, matrimonios y defunciones), de inmigración masiva europea, y de paz armada con Brasil y Chile (Abrazo del Estrecho), pero que no tuvo en consideración la suerte y el destino de las comunidades originarias militarmente vencidas.
En Chile, su ejército tempranamente prusianizado se convirtió luego del triunfo en la Guerra del Pacífico (1879) en exportador de misiones militares al Ecuador, Colombia, El Salvador, Venezuela y Nicaragua. Con la Guerra del Pacífico, de Chile contra Perú y Bolivia, la conciencia de inferioridad militar hizo que Bolivia retirara su ejército del frente por la Quebrada de Camarones (1879). En Venezuela, la prusianización del ejército fue alentada bajo el influjo de la germanofilia de Guzmán Blanco, líder del liberalismo amarillo o "Hegemonía Guzmancista" (1877-88). Efectos semejantes se dieron en México, que ante la inminencia de la ofensiva prusiana en Europa, el ejército francés fue repatriado por orden de Napoleón III, para luego producirse la caída del liberalismo Juarista y su reemplazo por un conservadorizado Porfiriato.
Y en el caso de Colombia, las fuerzas del radicalismo liberal se enfrentaron en 1884 al presidente Rafael Núñez, quien desde el poder vino a defender las posturas conservadoras. El triunfo militar del gobierno sirvió de pretexto para que el presidente Núñez anunciara el fin de la vigencia de la Constitución de 1863, inspirada en el radicalismo liberal. Se lanza entonces una profunda reforma que concluyó con la adopción de una nueva constitución en 1886 (Vélez Ocampo).
El triunfo de las políticas conservadoras y expansionistas en América Latina sirvieron como uno de los precedentes para que quince años después, Alemania (Bismark), Francia e Inglaterra desataran la segunda globalización, que se expresó en una política colonialista, la partición o reparto del África Subsahariana (Conferencia de Berlín, 1884) entre los cinco imperios post-westfalianos (Alemania, Francia, Bélgica, Gran Bretaña, Italia). Otro cuarto de siglo más tarde las potencias aliadas (Entente) triunfantes en la primera Guerra Mundial (Francia-Inglaterra-EEUU-Italia) ampliaron la segunda globalización pues lograran la fragmentación de los imperios Otomano y Austro-Húngaro con el Tratado de Versailles (1918), repartiéndose sus colonias en África y Asia Menor, lo cual posteriormente vino a desatar la Segunda Guerra Mundial.
Como derivación política de la Segunda Globalización, del Congreso de Berlín (1884) y de la Partición (Reparto) del África Subsahariana se registraron en el Caribe (Cuba, Puerto Rico, Haití, República Dominicana), en Centroamérica (Nicaragua-Honduras) y en el sudeste asiático (Filipinas), sucesivas y crónicas ocupaciones y anexiones norteamericanas, producto de su victoria en la Guerra con España o Guerra Hispano-Americana (1898), del “derecho legal” a intervenir (Enmienda Platt, 1901), de la diplomacia de la cañonera (gunboat) o “Big Stick” de Teddy Roosvelt (1898-1902, 1916-24, 1926), y de la más prosaica adquisición venal a los dinamarqueses de las Islas Vírgenes (1917). Estas políticas intervencionistas se las disimuló primero mediante el discurso del “panamericanismo” (Lixinski), materializado en repetidas Conferencias Panamericanas (1889-1910). Luego, durante la presidencia de Cleveland en USA, Venezuela esgrimió la Doctrina Monroe para frenar la expansión británica en la Guayana, exigiendo infructuosamente que la frontera se estipulara en el río Esequibo (1895). Más tarde, Roosevelt aplicó la política del Buen Vecino (1933), heredera del Destino Manifiesto y antesala de la Alianza para el Progreso, política que alcanzó su institucionalización, en 1948,con la Organización de los Estados Americanos (OEA).
Pero tampoco el interior amazónico del continente sudamericano estuvo ajeno a esta corriente expansionista. La Guerra del Acre o del Caucho entre Bolivia y Brasil (1899-1903), originada en un tratado firmado por el presidente boliviano Mariano Melgarejo, conocido como Tratado Muñoz-Neto (1867), se precipitó por la Revolução Acreana de colonos y siringueros brasileros (mecanismo semejante al que apelaron los colonos tejanos para quedarse con Texas), que concluyó merced a la conciencia de inferioridad militar, que hizo que Bolivia aceptara finalmente un armisticio (1903).
Esta guerra había sido precipitada por el boom del caucho (látex o leche maldita) en el mercado mundial, producto del descubrimiento del proceso de vulcanización, que se manifestó en todo el piedemonte andino (Manaos y Belem do Pará en Brasil, Loreto y Madre de Dios en Perú, Pastaza en Ecuador, Beni en Bolivia), manipulado por empresarios inescrupulosos, desplazando a la quina (cascarilla o cinchona), e iniciándose en la década del sesenta del siglo XIX. La explotación perduró hasta los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial, en que estalló un gran escándalo en la justicia de Iquitos con trascendencia en el periodismo mundial por el trato inhumano brindado a los indios (1907-14), a lo que inmediatamente le siguió la sustitución por plantaciones en Malasia. Con la segunda guerra mundial aconteció una breve resurrección.
La fiebre cauchera incidió negativamente en el ecosistema volviéndolo insustentable, y en cuanto a las estructuras culturales, demográficas y sociales, provocó un etnocidio en diversos grupos étnicos.En Perú, estos pueblos de indios fueron los aguarunas y huambisas, de la cuenca del río Marañón (cuya naciente se halla en la Cordillera de Huayhuash), y la nación de los piros y tribus de los mayorumas (ríos Yaquerana, Yavarí, Gálvez y Blanco, en la provincia de Maynas, departamento Loreto), de loscocamas (Ucayali y Huallaga), capanaguas (río Mague colateral de Atanoa), y cashibos (ríos Aguaytía, San Alejandro, Shamboyacu, Sungaroyacu y afluentes del río Pachitea, que es a su vez afluente del Ucayali)en la cuenca del Madre de Dios (Perú).También fueron la nación de los záparos (río Pastaza, afluente del Marañón por la margen izquierda), En Ecuador, fueron los ashuar o jívaros. En Bolivia, losaraona en el río Orthon, y los ashaninka o campas en el Acre. Y en el caso de Colombia, los pueblos afectados fueron los sibundoy, los uitoto (La Chorrera, asiento de la Casa Arana), yukunasy matapis (cuenca de Mirití-Paraná, afluente del Caquetá), tanimucas yletuamas (orillas de los ríos Guacayá, Popeyacáy bajo Apaporis, departamento del Amazonas), y los tukanos (parientes de los ticuna de la Amazonía brasilera), corejuales, sionas, tamas, boros y macaguajes, en los departamentos de Caquetá y Putumayo, frontera con Ecuador y Perú, “…próximos a la extinción por el etnocidio de empresas caucheras, petroleras y coqueras y la presencia de agentes de cambio externos, comerciantes y grupos armados tanto legales como ilegales” (Marín Silva).
Las poblaciones sobrevivientes de la hecatombe cauchera en Colombia fueron desplazadas por la Casa Arana hacia el departamento Loreto (Perú), en tiempos de la República Aristocrática de Piérola, dejando despoblados enormes territorios localizados en el actual departamento del Amazonas (Pineda Camacho 2005). Un etnocidio semejante al de Colombia ocurrió en el departamento de Madre de Dios por obra de Carlos F. Fitzcarrald López, legendario empresario peruano, ligado al boliviano Nicolás Suárez, que inspiró al cineasta alemán Werner Herzog. Fitzcarraldo había zarpado de Iquitos en 1894 río arriba en una embarcación denominada Contamana con la paradójica promesa de retornar a Iquitos, pero desde el puerto de Manaos, ubicado río abajo del Amazonas. Para realizar esta hazaña fluvial sin precedentes debían buscar un istmo o varadero entre dos ríos paralelos que pudieran ser atravesados por tierra, y de esta forma poder bajar hasta Manaos por otro río más al este, siendo estos ríos paralelos el Serjali y el Caspajali. Luego de remontar el Ucayali, en dirección al Urubamba, se sale desde la margen derecha del río Serjali(afluente del
Mishagua y este del Ucayali),con la embarcación por tierra y sobre rodillos, atravesando un trayecto de doce kilómetros, para ir a morir en la margen derecha del Caspajali (afluente del Manú, este del Madre de Dios, y este del Madeira), a trescientos metros sobre el nivel del mar. Muy posteriormente este istmo fue surcado por una vía férrea.
De todos estos casos históricos recuperamos una veintena de unidades narrativas que operan como nudo secundario del drama histórico iniciado con la conquista europea, y prolongado con la expulsión de los portugueses (1640), la expulsión jesuítica (1767), y las particiones provocadas por las guerras independentistas, y cuyos estereotipos inferiorizantes en la conciencia colectiva se perpetuaron a lo largo de la Pax Britannica (siglo XIX) hasta los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

CRISIS COMPLEMENTARIA DEL ESTADO-NACIÓN MODERNO Y CONTRADICCIONES CON EL DISCURSO MODERNIZADOR (1889-1918) | Más luego, las elites liberales dominantes en América Latina entran en una crisis complementaria, producto de elementos externos (intervención norteamericana en Cuba y anexión de Puerto Rico), e internos derivados del triunfante discurso regeneracionista y precursor del modernismo (Nuestra América de Martí, y Horas de Lucha de González Prada), que las fractura políticamente y da lugar a una numerosa serie de reformas: a) en materia económica y social, el abolicionismo esclavo en Brasil, el constitucionalismo social, el reformismo anti-rentista georgiano, y el desarrollo ferroviario; b) en materia política la ampliación de la ciudadanía (mujeres, analfabetos, indígenas); c) en materia pedagógica el auge del normalismo, el multilingüismo, y la reforma universitaria; y d) en materia cultural y artística el auge del incaísmo modernista andino (Aguirre Morales), el impresionismo, el simbolismo, y el modernismo arielista (Darío, Rodó), que reaviva el sueño bolivariano, con la resistencia al Monroísmo ("América para los americanos"), y con la defensa del derecho de autodeterminación de los pueblos (Perera San Martín).
Para su análisis recuperamos una larga serie de eventos violentos que se contradicen con los discursos modernizadores del positivismo tales como las insurrecciones populares, los golpes de estado, las revoluciones y guerras campesinas, la resistencia indiana por la tierra y la resistencia obrera en las ciudades y la resistencia a las intervenciones norteamericanas (pérdida del Istmo Panameño por parte de Colombia), lo que permite ampliar la ciudadanía, y la democracia; y dar lugar al constitucionalismo social, y las reformas agrarias y sociales del siglo XX.
Entre las insurrecciones populares, la Revolución del 90 en Argentina y el rol intelectual de Leandro Alem, derrotada merced a la superioridad militar que confirió al oficialismo el control de las comunicaciones ferroviarias; la Revolución Liberal, encabezada por el General José Santos Zelaya en León, Nicaragua (1893), la Revolución Liberal acaudillada por Eloy Alfaro en Ecuador (1895); la Revolución de Blancos contra Colorados en la República Oriental del Uruguay y el liderazgo campesino de Aparicio Saravia (1904); y la insurrección Radical de 1905 en Argentina, que consagró el liderazgo urbano y ciudadano de Hipólito Yrigoyen con su consigna del abstencionismo revolucionario. Entre los golpes de estado, el golpe militar republicano en Brasil contra la monarquía imperial, en 1889, reaccionó contra la abolición de la esclavitud que había sido proclamada por Pedro II un año antes (1888), como reflejo de la guerra de secesión en USA, y trajo como efecto no querido una sangrienta represión contra la Rebelión de Canudos (1897); y en Chile el golpe contra Balmaceda y la sublevación de la Armada que logró implantar la República Parlamentaria (1891-1925).
Entre las guerras civiles, la Guerra Federal boliviana armada por los liberales de La Paz, aliados a los intereses del estaño y al ejército aymara de Pablo Zárate Willka (que ya revelaba la presencia de un activismo intelectual indiano), contra los conservadores del sur (o Sucre), antiguos productores de plata (1898-1899); y en Colombia la Guerra de los Mil Días (un trienio) de liberales contra conservadores (1899-1902), continuación de las Guerras Civiles de 1860-62y de 1884-85, conflicto que quedó suspendido por la insurrección separatista panameña. Dicha insurrección derivó en la intervención norteamericana que le ocasionó a Colombia el desmembramiento o pérdida del Istmo Panameño (1903), y cuyas principales víctimas económicas fueron los puertos de Cartagena de Indias (Colombia) y Punta Arenas (Chile). Y en Venezuela, Cipriano Castro había encabezado la Revolución Liberal Restauradora que derrocó a Guzmán Blanco (1899), pero un par de años más tarde, Manuel Antonio Matos, el líder del liberalismo amarillo (guzmancista) lideró la Revolución Libertadora contra Castro (1901-1903). Estas sucesivas guerras y contra-guerras agobiaron las cuentas fiscales e incrementaron una deuda externa que desató un Bloqueo marítimo encabezado por las naciones acreedoras Europeas (Inglaterra, Alemania, Italia, 1902-03). Y entre las revoluciones campesinas, la Revolución desatada en México contra el Unicato científico-positivista del Porfiriato que le costó la vida a Francisco Madero, y la guerra popular que encararan el precoz indigenismo de Emiliano Zapata y el caudillismo social de Pancho Villa, derrotado -ferrocarriles mediante- por los constitucionalistas de Álvaro Obregón (1910-20).
Estas cruentas rupturas políticas persuadieron a las elites opositoras del Cono Sur de la inutilidad de persistir con estrategias de resistencia beligerante, tal como se estaban experimentando en México, y las indujo a negociar los contenidos modernizadores de nuevas leyes electorales (Ley Sáenz Peña, 1912; Ley constitucional del Colegiado, 1918), reformas intelectuales y morales en los ámbitos universitarios (1906, 1918), e innovaciones artísticas herederas del impresionismo, como el muralismo mexicano (Orozco, Siqueiros, Rivera).
Por último, las elites liberales dominantes en América Latina entran en una tercera crisis, producto de la primera guerra mundial, de un severo antagonismo entre las posturas guerreristas del rupturismo y las pacifistas del neutralismo, entre cuyas secuelas se encontraba el proceso de Reforma Universitaria de 1918, que presagiaba en sus consignas políticas el futuro abismo que traería el bonapartismo.

GUERRAS MUNDIALES, REVOLUCIONES DESDE ARRIBA, SIMBIOSIS DE BONAPARTISMO, PROTECCIONISMO Y MODERNISMO, Y ACTIVISMO INTELECTUAL INDIANO(1930-1960) | La crisis y el fracaso del cosmopolitismo liberal provocaron la reacción de un modernismo novomundista, representado por lo que se dio en llamar la Generación del 900, y un abrupto tránsito a una simbiosis de bonapartismo político y de dirigismo y proteccionismo económico. La gestación de esta amalgama acabó con diferentes regímenes políticos, que correspondieron a la etapa de la Tercera Guerra Civil Europea, con su Primera Guerra Mundial (1914-18) y las conflictivas derivaciones de la Paz de Versalles (1918).
Dichos regímenes, desplazados simultáneamente, con sus profundas diferencias, fueron el Porfirismo y su legitimación por el “cesarismo espontáneo” de Justo Sierra en México (1880-1910); el Gomecismo y su justificación por el “cesarismo democrático” de Laureano Vallenilla Lanz en Venezuela (1908-1935); la República Parlamentaria en Chile (1891-1925); el Cabrerismo de Estrada Cabrera en Guatemala, ilustrado con las pesadillas de Asturias (1898-1920), el Oncenio de Leguía y la autocracia representativa en el Perú, que vino a sustituir a la República Aristocrática de Piérola, y que estuvo combatida por Haya de la Torre (APRA) y por Mariátegui (1919-1930); el Yrigoyenismoen Argentina combatido por el socialismo de Juan B. Justo, la democracia progresista de Lisandro de la Torre, y una escisión del Radicalismo conocida con el apelativo de Anti-personalista (1916-30); la denominada República Velha, espacio político liderado por el coronelismo (1889-1930) en Brasil; el régimen liberal de los barones del estaño o Rosca Minera (Patiño, Hochschild, Aramayo) en Bolivia (1899-1921); y el placismo o civilismo plutocrático liberal en Ecuador, combatido por el alfarismo de Eloy Alfaro (1912-1925).
El abrupto tránsito al bonapartismo o revolución desde arriba, acontecido en la posguerra de la Primera Guerra Mundial (1914-18), con el colapso de los imperios Austro-Húngaro y Otomano, y el reparto de sus territorios entre las potencias modernas triunfantes fue alimentado inicialmente por un capitalismo industrial de guerra y por las rivalidades políticas en los países latinoamericanos entre los rupturistas partidarios de la Entente y los neutralistas reacios a tomar partido alguno. Más luego, las propuestas bonapartistas se aceleraron por los discursos de la reacción conservadora con motivo de la Revolución Rusa (Gentile, Schmitt), internalizados en los versos de poetas latinoamericanos laureados (Lugones, Santos Chocano, Bilac), y materializados en golpes de estado y revueltas militares como el Tenentismo (1922) y la Columna Prestes (1925) (ver Compagnon). Más precisamente, la oración poética de Leopoldo Lugones en Lima, en el centenario de la batalla de Ayacucho, titulada “la hora de la espada” (1924), incubó un segundo “huevo de la serpiente”: el golpe de 1929 en Perú de Sánchez Cerro contra Leguía y el golpe de 1930 de Uriburu contra Yrigoyen en Argentina.
Esta incubación dio lugar en ciertos casos a políticas propias de la sociedad de bienestar o revolución desde arriba (Estado Novo), a una cinematografía histórico-patriótica (Cuartarolo), y a una música popular autóctona difundida radiofónicamente (que en la década del 20 fue el tango, en las décadas del 30 y 40 fueron los corridos mexicanos, y en la década del 60 fue la cumbia colombiana). Pero en otros casos más funestos dio lugar a una serie de golpes en cascada tales como el de Orellana Contreras en Guatemala en 1930, de Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador en 1931, de Marmaduke Grove en Chile en 1932, de Gabriel Terra en Uruguay en 1933, y contra Hernán Siles en Bolivia en julio de 1930, y contra Arosemena en Panamá en 1931. También dieron lugar a un conjunto de traumas tales como la reviviscencia mesiánico-populista que tomara cuerpo en el mito redentorista del hombre providencial (cesarismo personalista), la concepción patrimonialista del poder, la propaganda facciosa en los círculos mediáticos, el pretorianismo castrense y el paramilitarismo de fuerzas de choque, y la extinción de la esfera pública democrática y parlamentaria y de la periodicidad de los cargos públicos.
No obstante, aquellos países en donde no se produjeron golpe de estado, por estar ocupados por potencias extranjeras o por estar sujetos a dictaduras militares, las contradicciones se acumularon y años más tarde en oportunidad de la II Guerra Mundial y su pre-guerra estallaron violentamente mediante suicidios (Brum en Uruguay en 1933), magnicidios (Gaitán en Colombia en 1948), insurrecciones populares (Bogotazo), guerras económico-fronterizas manipuladas por las corporaciones internacionales (Standard Oil-Royal Dutch), y rivalidades políticas entre aliadófilos y germanófilos, que vino a sustituir la anterior rivalidad entre rupturistas y neutralistas. Los casos de resistencia o insurrección popular fueron el de Nicaragua, en oportunidad de la ocupación norteamericana, la que fue encabezada por César Augusto Sandino (1927-1933); el de El Salvador en oportunidad de la resistencia contra la dictadura martinista (Hernández Martínez) que fue liderada por Farabundo Martí (1932); el de Puerto Rico con la Masacre de Ponce (1937) y la larga prisión y calvario de Pedro Albizu Campos (1937-1947); el del Paraguay en la resistencia contra Higinio Morínigo (1940-1948); el de Bolivia, con las Masacres de Catavi y Siglo XX (1941-42); el de Costa Rica, que en su lucha contra el fraude desató una segunda república (1948); el de Puerto Rico, con la revuelta Jayuya en la guerra del partido nacionalista (Albizu Campos, 1950), a la que le siguió la política del Bootstrap (“Operación Manos a la Obra”), una suerte de maquila pionera; y el de Colombia, cuando el asesinato de Eliécer Gaitán, que generó una pueblada conocida como el Bogotazo en 1948 (durante el gobierno de Ospina Pérez), y una postergada guerra entre Liberales y Conservadores que duró una década conocida como La Violencia (1946-58), reedición aún más sangrienta que la anterior Guerra de los Mil Días acontecida a comienzos del siglo. A La Violencia en Colombia -y para poner fin a la misma- le sucedió un pacto de coalición entre los liberales y los conservadores con la denominación de Frente Nacional. Dicho pacto consistió en alternarse en el poder dividiéndose los cargos por igual. Pero ello suscitó una sorda resistencia social que se expresó finalmente en forma de guerrilla y narcotráfico.
Asimismo, cuando las contradicciones se acumularon y los recursos naturales se valorizaron en el mercado mundial, las rivalidades fronterizas e inter-imperialistas se acentuaron y alcanzaron a estimular la acción guerrera e irredentista de regímenes bonapartistas y nacionalistas, que desbordaron los principios de la diplomacia, tales como el Uti Possidetis Iure ("como poseías así
poseerás") y que culminaron en procesos revolucionarios. Por los intereses en juego, los casos del Magdalena medio, de la Amazonía y del Chaco Boreal fueron las más relevantes, pues en ocasión del crack bursátil de 1929, el mundo andino ve desplomarse el precio del estaño en el mercado mundial pero simultáneamente descubre petróleo.
La London Petroleum Company descubre petróleo en Perú, y la Standard Oil en Barrancabermeja (Colombia) y en la zona occidental del Chaco Boreal. Interesado el presidente boliviano Daniel Salamanca por alcanzar como única puerta de salida de su producción petrolífera el litoral fluvial del río Paraguay desata una guerra de conquista con el país vecino que culmina en un armisticio, acelerado por el crecimiento en Europa de la amenaza nazi.
Patrocinada por la Standard Oil y pese a la conducción militar de oficiales alemanes (Hans Kundt), Bolivia fue derrotada en la guerra, derivando políticamente en la Revolución nacionalista de 1952, encabezada por la oficialidad veterana, las milicias mineras, obreras y campesinas, y liderada intelectualmente por Montenegro, Paz Estenssoro y Siles Suazo. Esta revolución debe reconocer una tradición indiana que arranca desde comienzos del siglo XX con cincuenta años de activismo intelectual entre los Curacas y Alcaldes Mayores Particulares (AMP), red de intelectuales indianos que agrupaba alrededor de medio millar de integrantes inicialmente liderados por Gregorio Titiriku (Platt, Waskar Ari).
Mientras que Paraguay -que venía de perder territorios en la Guerra de la Triple Alianza- gobernado por la elite liberal y digitada por la petrolera inglesa Royal Dutch Shell, y pese a su participación victoriosa, derivó políticamente en su post-guerra, en 1936, en una revolución social-demócrata conocida como Febrerista (revisionista de la figura de Solano López), pero cuyo corolario final entre 1940 y 1948 fue la dictadura de Higinio Morínigo a la que le siguió a partir de 1954 la larga dictadura de Stroessner (Guevara-Hernández).
También se dio el caso de los conflictos que tuvo el Perú, primero con Colombia (1932-33) por la ciudad de Leticia y la cuenca del río Putumayo, antiguos baluartes del boom cauchero y hoy del boom cocalero, ubicados en la entonces Comisaría colombiana del Amazonas (corredor geográfico o trapecio amazónico entre Perú y Brasil), que favoreció al Perú por su conexión ribereña con la ciudad de Iquitos (capital provincial de Maynas y luego de Loreto), y que terminó con la ratificación del Tratado Salomón-Lozano de 1922. Colombia venía de perder hacía treinta años el Istmo panameño y no estaba dispuesta a ceder más territorio. Y en segundo lugar, esta ratificación dio lugar a su vez, una década más tarde, al conflicto que Perú mantuvo con Ecuador, conocido como Guerra del Cenepa, en la cordillera del Cóndor (límite entre Perú y Ecuador), por el dominio de las provincias de Tumbes, Jaén y Maynas (1941-1942), reincidiendo en 1981 y 1995, la última vez con el escándalo de la compra de armas argentinas por parte de Ecuador, y de la que resultó procesado y detenido el ex presidente Menem.

PROTOTIPOS DE CESARISMOS PROVIDENCIALES Y MODERNIDADES TARDÍAS EFÍMERAS | Los diferentes prototipos de hombres providenciales con sus profundas diferencias para diversos períodos de sus respectivas actuaciones, se dieron en una docena de casos, tales como los personalismos providenciales y paternalistas de Ibáñez del Campo en Chile (1927-31 y 1952-58); de Getulio Vargas y su Estado Novo en Brasil (1930-54) -que entró en crisis y tuvo una segunda etapa populista cuando ingresó al frente aliado en la guerra mundial; de José María Velazco Ibarra en Ecuador (1934-60). También se dieron los personalismos castrenses de José Ubico en Guatemala (1931-1944), de Fulgencio Batista en Cuba (1952-1958), de Gustavo Rojas Pinilla en Colombia (1953-57), y de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela (1953-1958). El bonapartismo personalista de Lázaro Cárdenas en México con su indigenismo encarado por intelectuales mestizos y su solidaridad con los exiliados españoles y rusos (1934-40), fue caracterizado por Trotszky como el de un bonapartismo sui generis (Tortorella). También se dieron los personalismos con aparatos paramilitares secretos o escuadrones de la muerte incorporados como sicarios y fuerzas de choque (para el control de la calle), el de Carías Andino con la Mancha Negra en Honduras (1936-1948); el de Anastasio Somoza García con las turbas de
“La Colacha
” en Nicaragua (
1937-1947 y 1950-1956); el de François Duvalier con sus Tonton Macoute en Haití (1957-71).
Por último, se dieron los personalismos genocidas, tales como el de Alfredo Stroessner en Paraguay (1954-89),acusado de un genocidio selectivo y de haber colaborado con la Operación Cóndor (1975-1980); el del decano de los dictadores y gendarme del “patio trasero” norteamericano generalísimo Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana (1930-61), acusado de la Masacre de Parsley, cuando fue diezmada la población haitiana localizada en la frontera con la República Dominicana (1937), complicado en el asesinato del dictador guatemalteco Castillo Armas, el mismo que había derrocado a Arbenz (1954), y en el atentado contra el presidente de Venezuela Rómulo Betancourt a quien le quemaron las manos (1960);y el de Juan Domingo Perón en Argentina, quien hospedó al nazismo residual, alentó desde su germanofilia la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), cuya consigna de lucha era “haga patria mate un judío” (1946-1955), y en su tercer y último gobierno ordenó las matanzas de la Triple A (1974). En todos estos casos, el desenlace fue cruento, con insurrección militar y participación civil; y en el caso de Somoza Debayle (h) su caída fue precipitada por el saqueo oficial de la ayuda prestada por el gobierno norteamericano para paliar las secuelas del terremoto de 1972. El caso de la guerra partisana en Cuba contra Batista (Fidel Castro, 1959-2014) fue de tal dimensión que el Che Guevara llegó a formular una teoría del foco insurreccional, como puntapié inicial del proceso revolucionario, formulación que más tarde lo llevó a una derrota mortal en Bolivia (1967), y que tuvo sus emuladores a lo largo y ancho de todo el continente, con iguales trágicos resultados (Tupamaros, ERP, ELN, FARC).
Esta docena de casos de personalismos providenciales -entre paternalistas, vitalicios, dinásticos, paramilitares y genocidas- colapsaron en los albores de la Alianza para el Progreso (1960), nueva versión de la política del Buen Vecino (F. D. Roosevelt), dando lugar a una suerte de modernidades culturales tardías (reformismo de Arbenz en Guatemala, desarrollismo de Frondizi en Argentina y de Kubitschek, Quadros y Goulart en Brasil); a ensayos de integración y cooperación económica y social o industrialización por sustitución de importaciones, ejemplificados en el Pacto Andino o Acuerdo de Cartagena (Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y Perú); al despertar de un realismo mágico y macondista en el arte, la literatura y la geografía (Volek-Maya Restrepo); y a la presencia de una ciencia funcionalista que comulgaba en el pasaje de las etapas (feudalismo-capitalismo), los despegues socio-económicos (Dobb, Baran, Sweezy-Rostow) y la historia social (Braudel y la escuela de los Annales), con la consiguiente subestimación de la historia política y militar (como en la Historia contemporánea de América Latina de Halperín Donghi).
Estas modernidades tardías resultaron efímeras pues luego volvieron con más vigor los burocratismos autoritarios y genocidas. En Colombia, el Proyecto Educativo y Cultural de la República Liberal (1930-1946), contemplaba la presencia activa del arte cinematográfico (Galindo Cardona). Y en el Brasil, el modernismo tardío de las décadas 1940s/50s/60s, al decir de Rafael R. Ioris, sobresalió en los campos de la arquitectura, la literatura (poesía), y las artes visuales (pintura y producción cinematográfica),así como en la intelectualidad pública, tal como la expresada en el Instituto Superior de Estudos Brasileiros (ISEB).
Para todo ello recobramos un número de unidades narrativas vinculadas primero con el miedo, luego con la censura, más luego con la lógica disuasoria del terror y de las guerras partisanas y sucias (Guevara) y aventuras irredentistas (Malvinas/Falklands), y finalmente con los incendios de archivos y museos (Archivo de la Curia en Argentina), con el saqueo de yacimientos arqueológicos y paleontológicos (huaqueo), y con la expurgación de bibliotecas y editoriales (Castillo Armas en Guatemala).

TERCERA GLOBALIZACIÓN, CAÍDA DEL MURO, EXTINCIÓN DEL SOCIALISMO REAL, TERRORISMO GLOBAL, SOMETIMIENTO INTELECTUAL AL BANCO MUNDIAL Y NUEVA PARTICIÓN DEL ESPACIO LATINOAMERICANO (1989) | En la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, con las derivaciones de los Acuerdos de Yalta (1945), con el fracaso de las modernidades tardías y en medio de la descolonización de Asia y África y de la Guerra Fría y como reacción a la Revolución Cubana (1959), aconteció un golpe militar en Brasil contra Joao Goulart (1964) que incubó un tercer “huevo de la serpiente”.
Con este golpe de estado en Brasil reaparecieron una serie de golpes en cascada (efecto dominó), pero en una versión mucho más aterradora que en el primero y el segundo “huevo de la serpiente”, ocurridos en 1820 y 1930. Este nuevo golpe se alimentó de la Doctrina de la Seguridad Nacional (contaminada de Maccartismo), impuesta desde los Estados Unidos por J. F. Kennedy, sus inmediatos sucesores (Johnson, Nixon), y la hegemonía intelectual y política de Henry Kissinger, con sus recetas represivas como la Matanza de Tlatelolco en México (1968), el Plan Cóndor en el Cono Sur (1975-77) y la Operación Charlie en Centroamérica (1989), así como interregnos populistas penetrados por fuerzas de choque (Triple A en Argentina) o guerras partisanas y sucias (Guerra del Fútbol entre los cuscatlecos o guanacos de El Salvador y los catrachos de Honduras en 1969), sumas de poder público o auto-golpes (Bordaberry en Uruguay, 1973; Fujimori en Perú, 1992), y pretorianismos crecientemente genocidas y narco-dependientes (Castelo Branco y Costa e Silva en Brasil, Velazco Alvarado en Perú, Banzer en Bolivia, Pinochet en Chile, Ongania y Videla en Argentina, Ríos Montt en Guatemala, Noriega en Panamá, etc.).
Producido el fin de la Guerra Fría, y creada la Unidad Europea (UE), con la Caída del Muro de Berlín (1989) se afianzaron los regímenes democráticos, el constitucionalismo social y el multiculturalismo, que dieron fuerza a un indigenismo integracionista, pero las cicatrices de la segunda globalización y del reparto de los imperios pre-westfalianos Austro-Húngaro y Otomano entre las potencias europeas triunfantes quedaban aún en pié a pesar del proceso descolonizador promovido por las Naciones Unidas. Sin embargo, la concertación del Consenso de Washington (1994) promovió como respuesta traumática a la Guerra Fría un discurso idealizador de una tercera globalización y una persistente erosión de las soberanías nacionales, que vaciaron las recuperadas democracias parlamentarias y las independencias de los países descolonizados de Asia y África. Esta erosión las encaminó a ser meras democracias delegativas, abriendo la irrupción de situaciones beligerantes como las del narcotráfico y el terrorismo internacional, que pudieron inaugurar su presencia, la primera en Colombia (Medellín) y luego en México (cartel de Sinaloa),y la segunda en Argentina con graves y traumáticas secuelas que amenazan con una tercera guerra mundial (AMIA, 1994). En este enrarecido gatopardismo político, los partidos populistas de Latinoamérica cayeron en el transformismo neoliberal, es decir se dejaron cooptar como en los casos del Menemismo del PJ en Argentina, del Gonismo del MNR de Sánchez de Losada en Bolivia, y del Salinismo del PRI en México
En la trama del transformismo neoliberal se destacaron las políticas de sometimiento intelectual y de colonialismo contemporáneo, que en modo alguno estuvieron contrarrestadas por proyectos políticos comunes, es decir por sistemas científicos, universitarios, judiciales, sanitarios y comunicacionales a escala continental o latinoamericana (el ensayo de canal televisivo latinoamericano se ha reducido a una mera propaganda política). En Buenos Aires, en 1996, se exhibió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA un mural satírico acompañado por una parodia de reminiscencias bíblicas, de autores anónimos, que ilustran la resistencia al mandarinato académico
durante la etapa de sometimiento intelectual al Banco Mundial (que vino a sustituir a la UNESCO luego de producido el Consenso de Washington).
Entre otras políticas, si bien en México tuvo lugar el nacimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en Bolivia y Ecuador se adoptó un constitucionalismo plurinacional con autodeterminación, territorio, nuevas formas de democracia participativa y comunitaria, y nuevos derechos, como el derecho al agua, y el reconocimiento a su identidad originaria, en la nueva Constitución boliviana no se ha evidenciado ningún reconocimiento de los ayllus, verdaderos herederos de los pueblos que fueron invadidos en el siglo XVI (T. Platt). Más allá de la herencia caudillista del siglo XIX, en Argentina, Venezuela y Guatemala los parlamentos republicanos se transformaron en “escribanías”, los poderes judiciales en “patios traseros”, las universidades en meros reproductores de conocimientos gestados en las metrópolis centrales, y la investigación científica a manos de mandarinatos académicos locales que monopolizan el mercado editorial, y se subordinan a las complicidades con el Banco Mundial, y que reparte sus fondos entre sus paniaguados locales en lugar de destinarlos al desarrollo de la infraestructura científica (bibliotecas, laboratorios, centros de cómputos, museos, archivos, etc.). Las “democracias delegativas” se caracterizaron por estar profundamente penetradas por el terrorismo internacional (AMIA), resabios incurables de la segunda globalización, e inficionadas por la criminalidad organizada del narcotráfico (Escobar Gaviria primero en Colombia y el Chapo Guzmán después en México) y sus secuelas de estupor, miedo, y terror, y por una simultánea entrega vergonzante a los dictados eficientistas y cientificistas del Banco Mundial en materia de educación superior e investigación científica.
Por otro lado, debido a la creciente imposición de áreas de libre comercio, la tercera globalización concluyó por desatar nuevamente la estrategia de partición geopolítica y por dinamitar la retórica y fetichizada unidad latinoamericana, conocidas como “patria grande”, y en el litoral del Pacífico concretado en el llamado Pacto Andino. Desde que se concertó la Cumbre de Miami en 1994, el Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), como una prolongación del Panamericanismo y de la OEA, y luego el Área Asia-Pacífico (APEC), han venido divorciando a México y Centroamérica primero, y a los países del Mundo Andino después, de toda aspiración de unidad con aquellos países de la América del Sur y el Caribe que miran al Atlántico, con las consiguientes particiones territoriales y secuelas debilitadoras en sus imaginarios culturales y en sus relaciones políticas, diplomáticas y comunicacionales. Secuelas y particiones muy semejantes a las producidas en el siglo XV por el Donativo Papal que practicó la partición de América (parecida a su vez a los Donativos otorgados por los Papas a los emperadores Constantino y Carlomagno en los siglos VI y IX), en el siglo XVII por la expulsión de los portugueses (1640), en el siglo XVIII por la expulsión jesuítica (1767), y en el siglo XIX por la particiones independentistas, producto del colapso de los imperios ibéricos.
Una década más tarde, en 2007, el ALCA (que incluye a México) y la Alternativa Bolivariana para América Latina y El Caribe (ALBA) se enfrentaron entre sí, con gran perjuicio para la identidad de México, Centroamérica, y los países del ALBA, al extremo de reducir la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y el Parlamento del MERCOSUR (Parlasur) a ficciones ceremoniales y burocráticas. Pero la vocación anti-imperialista del ALBA devino en un populismo fundamentalista y en un pretorianismo mesiánico (chavismo), que alienta las políticas extractivistas y la subordinación a estados teocráticos (Irán) y a nuevas metrópolis imperiales (China), ahoga la independencia de la justicia y censura las libertades públicas (de pensamiento, de prensa y de investigación), y por consiguiente viene contaminando con dosis de miedo la creatividad cultural y científica.
En la síntesis, que opera como desenlace final, tratamos de recuperar textos, imágenes y sonidos que puedan representar las escenas más traumáticas del modelo civilizatorio actual. Todos los avances en cuanto a reformas constitucionales pluralistas y del derecho internacional, que reconocen los derechos indígenas, se han visto eclipsados por políticas extractivistas y autoritarias, que se han dedicado a reprimir a los movimientos que rechazan la explotación de los recursos minerales no renovables existentes en territorios comunitarios (Yrigoyen Fajardo).

CRÍMENES DE ESTADO, ECOCIDIOS COCALEROS Y MINEROS, NARCO-POPULISMOS Y LUCHA CONTINENTAL CONTRA ENEMIGOS DE LA HUMANIDAD | A semejanza del boom cauchero, la fiebre cocalera también incidió negativamente en la totalidad del sistema, pues viene deteriorando no solo la ecología y el medio ambiente de su espacio productivo, sino que también viene golpeando la demografía y envileciendo la política y la sociedad.
Esta hecatombe cocalera -comparable con el inicio del "boom" de los pesticidas agrícolas a nivel mundial (Urrelo Guerra)-ha generado en el mundo andino un inmenso deterioro ecológico, que se manifiesta en deforestación de bosques vírgenes, en erosión y agotamiento del suelo, en eliminación de microflora, flora y fauna, en deslizamientos aluvionales de lodo y piedra, y en contaminación de pesticidas y sus residuos en las cuencas de numerosos ríos, que al degradarloscon metales pesados procedentes de los biocidas o precursores químicos(plomo, arsénico,cadmio, antimonio, mercurio, cromo, efedrina)amenazan la subsistencia del mundo andino y hacen que la producción de la hoja de coca para fines ilícitos sea política, económica y agronómicamente insustentable (Urrelo Guerra)
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Sin embargo, a pesar del deterioro ecológico, el rendimiento de la coca por hectárea en Perú sigue siendo muy alto. En los valles de la cordillera oriental, el rendimiento de la coca es de dos a tres toneladas de hoja de coca por hectárea según la zona, equivalentes a seis kilos de pasta básica por hectárea (en el VRAEM vale mil dólares el kilo o seis mil dólares por hectárea, y en Brasil cinco veces más). El cultivo se extiende en la totalidad peruana desde las cien mil hectáreas en 1960 hasta las doscientas cincuenta mil en 1990, y para toda la Amazonía se estima una extensión del orden de las setecientas mil hectáreas, equivalentes a unos cuatro mil millones de dólares (Urrelo Guerra), cuya producción puesta en Brasil alcanza una suma cinco veces mayor, en el orden de los veinte mil millones de dólares. Desde las zonas de sembradío, la hoja de coca pasa a multitud de laboratorios rústicos, denominados pozas de maceración, distribuidos en territorios geográficamente afines (en especial la provincia de La Mar, Ayacucho, donde fueron destruidos también otro medio centenar de narco-pistas), y desde donde a su vez sale en forma de pasta base de cocaína (PBC), a razón de un kilo por cada trescientos
kilogramos de hojas de coca, o en algunos casos en forma de clorhidrato de cocaína (HCl), negocio que alcanza el orden de los veinte mil millones de dólares anuales, de los cuales en Perú sólo queda la vigésima parte.
El boom cocalero también generó un deterioro poblacional pues desplazó ingentes masas de pequeños agricultores y jornaleros aumentando enormemente, en la nueva frontera narco-agrícola, la presión demográfica. Los pobladores colombianos del trapecio amazónico (caqueteños), y los intereses sobrevivientes de la crisis de los carteles de Medellín y Cali, que fueron militarmente derrotados en la última década del siglo XX por el Plan Colombia (con asistencia norteamericana durante el gobierno de Pastrana), provocó el desplazamiento de los pobladores colombianos con sus cultivos, desde la región de Leticia hacia el llamado “Trapecio Amazónico”, en la triple frontera de Perú, Colombia y Brasil; hacia el Alto Huallaga que nace en la cordillera central (Nudo de Pasco, donde convergen las tres cadenas cordilleranas) y baña el Valle de Huánuco (desaguando en el río Marañón por su margen derecho luego de cruzar el Pongo de Aguirre); y hacia el Valle de Apurimac (VRAEM), en la frontera del Perú con Bolivia, donde hasta ahora han venido siendo destruidas con explosivos medio centenar de pistas clandestinas de aterrizaje, muchas de las cuales se han vuelto a rehabilitar, y que fueran construidas con maquinaria pesada de los municipios lindantes.
Los índices más altos de cocalización en el Perú pasaron a estar en trece zonas cocaleras, en especial los departamentos de La Libertad, Loreto, Pasco, Amazonas y Madre de Dios (con su población de Puerto Maldonado en la frontera con Bolivia), alcanzando altos grados de desplazamiento laboral, debido a la represión del narcotráfico, semejante a los desplazamientos ocasionados en el pasado decimonónico por la hecatombe cauchera. Este proceso de cocalización alcanzó incluso a las asociaciones religiosas y a las etnias indígenas, como la Asociación Evangélica de la “Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal” (AEMINPU), una secta de origen peruano, y a la etnia evangélica Tikuna, parienta de los tukanos brasileros, específicamente en una localidad denominada Caballococha, cuya salida aérea de la pasta básica refinada transcurre hacia Surinam, en las confluencias del Orinoco.
Las rutas del narco-tráfico en América Latina toman diferentes direcciones según cual fuere el destino final de la mercancía. La vieja ruta del narco-tráfico va de Colombia a Estados Unidos transportada por el cartel del Pacífico o Sinaloa, que utiliza narco-submarinos que bordean la costa marítima; y el cartel del Golfo, luego de los Zetas, cuya mercancía viene de Panamá; cruza por Costa Rica y Honduras donde el valor de la misma redondea los mil millones de dólares anuales; baja por los ríos La Pasión y Usumacinta en el Petén de Guatemala, donde su valor alcanza los dos mil millones de dólares anuales; y llega a México, donde duplica su valor a cuatro mil millones de dólares; y desde donde cruza la frontera norteamericana a un mercado de más de veinte millones de consumidores adictos a valores inverosímiles (Pérez Ventura).
Y las nuevas rutas de la cocaína -de acuerdo con Adriana Rossi, especialista en narcotráfico e investigadora de la Universidad Nacional de Rosario (UNR)- van desde Colombia y Perú, que son productores y también refinadores, pasando por Bolivia, Paraguay y Brasil, hacia la costa occidental de África, y de allí hacia Europa; y también por Argentina y Uruguay, desde donde pasa al África y de ahí hacia Europa y Asia (Rossi). Mientras México se encuentra demasiado cerca de los Estados Unidos y de su poder disuasorio, para Juan Federico, periodista de La Voz del Interior y autor del libro "Drogas, cocinas y fierros", Argentina y Paraguay se hallan próximas geográficamente a los países donde se cultiva y elabora la pasta base de cocaína (Perú-Bolivia). En particular, Argentina posee “…una industria química muy desarrollada; controles aduaneros y puertos marítimos y aéreos vulnerables; y periódicas crisis económicas, con su correlato de desempleo y deserción temprana de la educación formal, que deja un ejército de mano de obra barata -y desesperada- a disposición de los narcotraficantes” (Federico).
La ruta narco del sur está también condicionada por el trayecto de los ríos y la labor experta de los diferentes transportistas (narco-pilotos, narco-lancheros, pontoneros). En Madre de Dios, la ruta narco está en el trayecto que tiene su nacimiento en los intrincados valles del río Huallagas, en la cordillera central; y de los ríos Mántaro y Apurímac (afluentes del río Ucayali en la Cordillera Oriental), y desde cuyo epicentro prolongan su curso de agua hasta la región del Beni en la Amazonía boliviana. Entre Perú y Bolivia la ruta narco prolonga su puerta de salida con “narco-vuelos” para llegar a los espacios rioplatenses (Córdoba, Rosario, Buenos Aires), campas (Santa Cruz de la Sierra) y paraguayos, y desde ahí al Brasil, haciendo escalas y aterrizando en diversas estancias. Un estanciero puede lograr hasta veinte mil dólares por cada cargamento aterrizado exitosamente en su campo. Esta ruta en Perú ha sido declarada por Humala recientemente zona de exclusión aérea, con obligación de reportarse, donde vuelan narco-avionetas de matrícula boliviana procedentes de Beni y Santa Cruz, un verdadero puente aéreo o epidemia de narco-vuelos de hasta trece vuelos diarios, y donde un piloto
cobra por vuelo entre diez y veinte mil dólares. El tráfico aéreo se da durante las mañanas, entre las seis y las once, y en cada vuelo se transportan hasta 350 kilos de cocaína (diciembre, 2014). En solo una zona del VRAE (Valle de los ríos Apurimac y Ene), con cálculos conservadores de siete vuelos al día, a trescientos kilos por viaje, los siete días a la semana, se exportan alrededor de sesenta toneladas mensuales.
Pero cuando prevalece la exclusión aérea decretada por el gobierno peruano los narcos usan la vía acuática y el trabajo de los narco-lancheros y pontoneros. Debido a un antecedente trágico en que murieron dos norteamericanos de una misión religiosa, según el parlamentario Carlos Tubino, vicealmirante retirado con experiencia en selva, Estados Unidos ejerce presión sobre el gobierno peruano para que no se efectúe ningún tipo de derribo de aeronaves. El medio fluvial es más peligroso y lento, pues se hace a través de pontones y chatas barcazas o chimbas, y para casos urgentes en motonaves fluviales, que cruzan y navegan en tiempo de lluvias ríos turbulentos como el Madre de Dios; y cursos de agua más mansos como el Beni, el Manurimi y el Manupare así como ríos brasileros, paraguayos y argentinos, en botes deslizadores de aluminio, impulsados por ventiladores de aire (carentes de quilla). Todo ello para poder exportar la pasta base y para importar los precursores químicos necesarios para procesarla, que alcanzan en cantidad el orden de las treinta mil toneladas anuales (Williams Farfán).
A diferencia de los carteles colombianos, los carteles mexicanos en el Perú (últimamente el de Sinaloa, que desplazó a los carteles de Tijuana y Juárez) gestionan la mercancía, llevan el control y encadenamiento comercial y verifican sólo la calidad del producto, quedando para las firmas locales peruanas y bolivianas las tareas de refinamiento, cuyos precursores químicos son importados desde Argentina por los mismos que exportan la pasta base (ácido muriático y sulfúrico, cloruro de sodio, hidróxido de calcio, efedrina, acetona y gasolina o kerosene). En el Valle del Huallaga, las huestes residuales de ex organizaciones subversivas, como Sendero Luminoso y el MRTA se dividieron las áreas de narco-cultivos. Amén de la tradicional producción de hoja de coca en los Yungas de La Paz (que poseen catorce alcaloides), en Bolivia los cultivos se han extendido al valle del Chapare (norte de Cochabamba), preferible por los narcos debido al más alto contenido de alcaloides (17 alcaloides), que consume menos precursores químicos. Pero en esta última región, la producción de la hoja de coca no sería para el consumo popular tradicional, pues el mayor tamaño de sus hojas no la habilitaría. Las campañas oficiales para promover cultivos alternativos a la hoja de coca (café, cacao, palmito, palma aceitera, arroz, algodón) fracasaron en Perú y Bolivia estrepitosamente, pues al ser el jornal de la coca mucho más alto desplazó la mano de obra distorsionando todo el mercado laboral rural (Luna Amancio, Niezen).
Como parte del control territorial inicial para establecer su actividad en una zona determinada los narcos llevan adelante lo que se llaman crímenes predatorios. Lo que está en disputa en la etapa predatoria es la conquista efectiva y monopólica de un territorio determinado. Este territorio suele ser “…una entidad física concreta, delimitada, específica y de dimensiones oscilantes. En ese territorio el crimen organizado se comportará políticamente, es decir estatalmente. Será territorial, monopólico, estable y coactivo” (Emmerich-Rubio). Las redes de los narco-carteles disputan ese liderazgo territorial en verdaderas narco-guerras, para la cual multiplican sus estrategias y logísticas con narco-pistas, arsenales con armamento de última generación, laboratorios de clorhidrato de cocaína, y estructuras de lavado de dinero, que ocultan la participación de dirigentes políticos, agentes de inteligencia, barrabravas, caciques indígenas, narco-jueces, narco-terratenientes, industriales farmacéuticos y de droguerías, burócratas sindicales y empresarios de fachada. Sin embargo, para algunos analistas, en esta ruta no existen carteles sino intrincadas redes de clanes familiares locales. El escritor y periodista Malcolm Beith confirmó que en México los clanes familiares más afamados fueron los de Arellano Félix, del cartel de Tijuana, en Baja California; y el de los Beltrán Leyva, del cartel de Culiacán, en Sinaloa. El sociólogo y especialista en narcotráfico Jaime Antezana reveló que en Bolivia existen una veintena de clanes peruanos en proceso de convertirse en cárteles, entre ellos los Tibenqui, los Flores Villar y los Huamán Tineo; y en la Chiquitanía boliviana, entre Corumbá y San Matías, frontera con Brasil, existe el clan de los Rosales Suárez, vinculados con los narcos paraguayos y brasileros y con estrechos lazos con la justicia camba (santacruceña), y que se caracterizan por usar narco-avionetas, forradas con papel carbónico para que no sean detectadas por los radares.
El cuartel general de los narco-carteles muda repetidamente su asiento físico entre diversos países vecinos según fuere el peso de sus respectivos aparatos represivos buscando siempre el lugar más seguro para desplegar su liderazgo. Todos estos países encuentran a sus fuerzas represivas (Sedronar en Argentina, Senad en Paraguay, Dirandro en Perú, DIRAN o Dirección de Antinarcóticos en Colombia, Direção Nacional Antinarcóticos en Brasil, División Antidrogas en México, y Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico o FELCN en Bolivia) profundamente divididas por mutuas y justificadas desconfianzas e intereses contrapuestos en materia de información(oficiales de enlace), inteligencia (padrones), contra-inteligencia, radarización, zonas de exclusión aérea, e incautaciones de cargas, aviones y lanchas. En esta amarga división nunca se ha observado un interés de la DEA norteamericana por intentar unificar la lucha anti-narcótico. Por este motivo, el fenómeno del narcotráfico, según Martin Jelsma, politólogo neerlandés especializado en políticas internacionales sobre drogas, no se puede comprender ni encarar desde una perspectiva exclusivamente nacional o local. Es necesario establecer entre ellas un vínculo -como se hizo en su momento con la Guerra del Opio en China- con las condiciones continentales e internacionales que permiten su supervivencia y expansión (Emmerich, Rubio).
En contraposición con los narco-carteles colombianos que tenían presencia en el norte argentino desde la década de 1990, para Álvaro Sierra Restrepo, periodista y conferencista colombiano en temas de drogas ilícitas, el cartel de Sinaloa inició una clara expansión geográfica en la producción de drogas y metanfetaminas a partir de la prohibición en México para importar efedrina (2007). La razón de que los carteles mexicanos busquen hacer negocios en sud-América, Centroamérica y el sudeste asiático (Hong Kong) obedece a una lógica de diversificación de posiciones y de minimización de riesgos, además de aprovechar la efedrina y la pseudo-efedrina de la industria farmacéutica argentina. Bajo esta lógica empresarial no sólo se ha establecido una incipiente base patrimonial y productiva del cartel de Sinaloa en el noroeste argentino sino que también hay atisbos de presencia de los Zetas en Córdoba y Santa Fe. Sin embargo, en materia de lógica empresarial, a diferencia de las tesis revisionistas de José Luis Velasco (2005), el ex guerrillero salvadoreño y politólogo en Oxford Joaquín Villalobos (2010) sostiene que los narcotraficantes son "criminales y no empresarios" y entre ellos la competencia se resuelve “…a través de la violencia y no vía publicidad, calidad de los productos y juicios mercantiles” (Pereyra, 2012). No obstante la crítica de Villalobos, el Cartel de Sinaloa en México logró sobrevivir a la guerra contra al narcotráfico del presidente Felipe Calderón (del Partido Acción Nacional, 2006-2012) y al apresamiento del Chapo Guzmán (2014) invirtiendo grandes sumas de dinero, en personal, armas y equipamiento satelital (Ravelo, 2010), y llevando parte de sus empresas a Guatemala, Hong-Kong, Bolivia y Argentina, “…donde gracias a distintas complicidades logró preservar tanto su dominio en México como la expansión de sus fronteras al sur, ya que el principal principio de sobrevivencia del narcotráfico en un país fronterizo con Estados Unidos es no presionar sobre el monopolio estadounidense” (Emmerich, Rubio).
Otro factor clave en esa expansión geográfica y cambios de ruta de los narco-carteles ha sido también para Hernán Blanco, funcionario argentino de la Secretaría de la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar) la restricción en la exportación de precursores químicos a países productores de la hoja de coca, como Bolivia, Perú o Colombia, que disparó las instalaciones de cocinas de cocaína en las urbes próximas a la industria química del Narcosur (como se conoce a los países del cono sur). Esta restricción exportadora se produjo a raíz de la Convención de las Naciones Unidas contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas (Viena, 1988). Según Ricardo Soberón Garrido, jurista peruano fundador y ex-director del
Centro de Investigación “Drogas y Derechos Humanos” (CIDDH),la vinculación entre precursores químicos y la elaboración de cocaína es tan estrecha que los productores y traficantes respondieron a la prohibición de importar mudando la elaboración a países más próximos al origen geográfico de la producción química. En consecuencia, los laboratorios de cocaína (conocidos como “cocinas”) proliferaron en Argentina entre 1992 y 2003 cuando las autoridades allanaron una docena de pequeños laboratorios, pero sólo el año siguiente de 2004 encontraron una veintena de narco-cocinas, incluyendo uno capaz de manufacturar 660 libras anuales, de acuerdo a datos del Transnational Institute (Guy Taylor, 2008).
Amén del deterioro ecológico y demográfico, el narcotráfico también ha degradado la sociedad, la política, la justicia y la seguridad, pues lo que se observa en dichas esferas es un acelerado ritmo de corrupción. En el entramado social rural ha generado prostitución, explotación infantil y una desarticulación de los procesos sociales y familiares de las comunidades (Plan de Manejo Ambiental del Perú). En materia política, mientras el sociólogo paraguayo José Carlos Rodríguez, Investigador del Centro de Documentación y Estudios (CDE), sostiene que la complicidad de políticos con el narcotráfico genera una fractura de estado porque las estructuras delictivas se estarían convirtiendo en un doble poder o un poder paralelo al oficial. Por otro lado, la politóloga guatemalteca Gloria Álvarez revela la íntima relación que retroalimenta la narco-política con el populismo y descubre secuelas en la indiferencia para con la independencia de la justicia y para con la libertad de pensamiento crítico. Y el escritor e investigador policial mexicano Julio Ceballos Alonso concluye que esta íntima relación lleva inexorablemente a una suerte de narco-populismo en el que están comprometidos tanto México como Colombia.
Estas incriminaciones se pueden corroborar analizando como financian sus campañas los partidos políticos populistas. Pero no solo corrompen las campañas electorales sino también las instituciones republicanas. En México, los nexos con los narcotraficantes han alcanzado a alcaldes (Chávez, Karrum Cervantes, Oseguera Solorio), gobernadores (Villanueva Madrid, Rodríguez Reyna), generales (Gutiérrez Rebollo), procuradores (Salvatti), y diputados (Martínez Pasalagua). En Brasil, las intercepciones de las conversaciones entre miembros del Primer Comando de la Capital (PCC), que se encuentran detenidos en presidios paulistas y sus socios de afuera, revelan que los líderes de la organización delictiva contemplaron “entrar en la vida política” con candidatos a diputados no fichados como aliados de esa organización. Por otro lado, en Perú, el presidente Alán García antes de dejar el poder firmó narco-indultos beneficiando a numerosos condenados por “Tráfico Ilícito de Drogas” (TID), y luego en 2014 el Ministro del Interior Daniel Urresti denunció una lista de un centenar de candidatos políticos vinculados con el tráfico (identificados por la División de Operaciones Antidrogas o Dirandro). Como réplica, Alan García le ha contestado al presidente Ollanta Humala que “…no debe escabullirse de sus cobros a los ‘narco-aviones’” (Monzón K.). En Bolivia, el general René Sanabria Oropeza era el jefe del Centro de Inteligencia y Generación de Información (Cigein) del Ministerio de Gobierno, pero al ser aprehendido en Panamá por agentes de la DEA (Agencia Antidrogas Estadounidense) tuvo que acogerse al silencio ante la evidencia de las investigaciones y fue conducido a Miami. Y al narco-amauta Valentín Mejillones, el que entregó el bastón de mando a Evo Morales y que participó en los actos de ceremonia de Ollanta en el Perú, se le descubrió que en su domicilio funcionaba una fábrica de cristalización. En Paraguay, las intercepciones al celular del narco Carlos Antonio “Capilo” Caballero, a las que accedió el diario ABC Color, revelan mensajes de texto intercambiados con el abogado y hoy día diputado colorado Bernardo Villalba. “Capilo” Caballero es considerado el principal importador de cocaína de Bolivia (clan de los Rosales Suárez) y proveedor de droga a Jarvis Chimenes Pavão, célebre narcotraficante brasileño ligado al Primer Comando Capital (PCC) y al Comando Vermelho, ambos del Brasil. A este diputado Villalba hay que agregar sus correligionarios los legisladores del Departamento San Pedro de Ycuamandiyú Freddy D’Ecclesiis Giménez (hermano del narco Raúl y con un tío y un primo condenados por narcotráfico) y Marcial Lezcano Paredes, defensor del narco Carlos Rubén Sánchez Garcete (detenido por la Secretaría Antidroga o Senad), extraditable al Brasil, diputado suplente por el Partido Colorado representando al Departamento de Amambay (frontera con Brasil), y estrechamente vinculados el ex edil de Capitán Bado Celso Vásquez (propietarios de campos donde aterrizan narco-avionetas procedentes de Bolivia), y a Luis Carlos Da Rocha, alias “Cabeça Branca” (Cabeza Blanca), principal narcotraficante Brasilero. Amambay es una localidad paraguaya que se asemeja cada vez más a Juárez o Tijuana pues mueve más de cien millones de dólares por mes en el narco.
En Colombia, cuando la campaña del presidente Ernesto Samper, en agosto de 1994, el candidato conservador Andrés Pastrana acusó al entonces presidente César
Gaviria de ocultar la existencia de narco-casetes y finalmente los dio a conocer probando los contactos entre el cartel de Cali (Rodríguez Orejuela) y la campaña presidencial de Samper, en un célebre caso que se denominó “Proceso 8000”. La investigación del Congreso para determinar si el Presidente estaba enterado de las contribuciones concluyó en 1995 decidiendo que no había mérito para llamarlo a juicio. En enero de 1996 el ministro de defensa Fernando Botero fue arrestado y pronto declaró que Samper “estaba enterado de las contribuciones financieras, pero una segunda investigación en el Comité de Acusaciones de la Cámara de Representantes, que se practicó ese mismo año, llegó a la misma conclusión”. No obstante, la integridad del gobierno de Samper quedó irremediablemente manchada (J. O. Melo). Más recientemente, con posterioridad a la desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y superada la etapa de la narco-política, el proceso entró a conocerse como el de la "para-política" pues reveló la existencia “…de alianzas entre grupos de narcotraficantes, paramilitares y dirigentes políticos de diverso nivel: alcaldes locales, gobernadores regionales y congresistas” (Vargas Velásquez). Entre ellos, el primo del presidente y senador nacional Mario Uribe Escolar. En Honduras, para el ex ministro del Interior Víctor Meza, la mezcla entre narcotraficantes, funcionarios corruptos y políticos inescrupulosos está en el meollo de la llamada “narco-política”. De la misma forma que el tráfico de drogas produce y reproduce narcotraficantes, según Meza también genera narco-políticos (los llamados narco-diputados, narco-alcaldes), narco-empresarios, narco-pilotos, narco-banqueros, narco-policías y narco-jueces. Es lo que ya algunos llaman la “narcotización” del sistema político e institucional de un país, y de todo el espacio latinoamericano (Meza), el cual requiere para su eliminación una unidad de mando a escala continental.
Y en Argentina (la llamada ruta blanca de la cocaína), la complicidad del poder político con el narcotráfico ha crecido en la década kirchnerista en forma exponencial, a tal extremo que el ex titular de la Sedronar José Ramón Granero fue judicialmente procesado por tráfico de efedrina en conexión con funcionarios de la Presidencia, los hermanos Zacarías, y el caso del Tesorero del Partido Justicialista Héctor Capaccioli, encabezando la campaña política del Frente para la Victoria y recaudando contribuciones de manos de los laboratorios y de los importadores de efedrina, lo que hace pensar que nos hallamos frente a una nueva variante de narco-populismo, que se diferencia del de Colombia y México por estar más centralizado (ver Lucas Schaerer).
Los principales beneficiarios del narcotráfico en Argentina son según Adriana Rossi: en primer lugar, los agentes económicos, ya que “…en Argentina hay lavado de dinero, y ese dinero dinamiza algunos sectores, por ejemplo, el de la construcción, como sucede en el caso de la ciudad de Rosario donde hay mecanismos que facilitan el lavado debido a la introducción subrepticia de capitales”, que, evidentemente, movilizan el comercio y el sector de la construcción. Y en segundo lugar, son los agentes de las fuerzas del orden como la Policía, que “…están atravesados por el narcotráfico y amparan el negocio, y eventualmente participa del mismo, recibiendo las coimas del narcotráfico, además de las coimas de la trata de personas. Eso hace que haya hechos de violencia que la policía no frena, creando una situación de desestabilización muy grave" (Rossi).
En materia de procesamiento y elaboración de narcóticos, un estudio del Transnational Institute, del 2008, que investiga la insólita expansión del “paco” en Buenos Aires y Montevideo, advertía que: “…mientras antes el clorhidrato de cocaína, procedente principalmente de Bolivia, entraba en Argentina por la frontera noroeste para llegar a los puertos del Atlántico, donde era embarcado para su exportación, actualmente lo que ingresa por la frontera es la pasta básica que luego es procesada en laboratorios clandestinos ubicados en el país y convertida en cocaína” (Guy Taylor, 2008).Al producirse entonces el clorhidrato de cocaína en el Gran Buenos Aires se generan residuos que pasan a ser parte de la pasta base, el famoso “paco”. Según el informe “Centros de Procesamiento Ilícito de Estupefacientes en Argentina” de la Sedronar, las múltiples narco-cocinas detectadas en el país son utilizadas para el estiramiento o cristalización de estupefacientes y no para la producción de metanfetaminas o drogas sintéticas. En la ciudad de Córdoba, en Argentina, las denuncias que recaen en la Justicia Federal indican que operan al menos “siete grandes cocinas de pasta base y clorhidrato de cocaína”, donde según Juan Federico, el periodista de La Voz del Interior (Córdoba), ya estaría operando el cartel mexicano de Sinaloa, una mafia con conexiones en el exterior y en Buenos Aires, donde la guerra se ha iniciado entre los grupos étnico-nacionales, peruanos y paraguayos. Los carteles en Argentina no tienen laboratorios propios, por lo que tercerizan la producción a laboratorios clandestinos o narco-cocinas que se quedan con el 20% de la producción, más el residuo conocido como “paco” (pasta base de cocaína). La producción de cocaína en estos laboratorios no podría hacerse si estuviera disponible en venta minorista determinados precursores como el ácido sulfúrico, el ácido clorhídrico, la efedrina y el éter o acetona que son necesarios para separar la cocaína de la pasta base.
En efecto, en Argentina, si bien no hay producción de narco-cultivos existe refinación de cocaína a partir de pasta base, y este procedimiento de fraccionamiento o estiramiento
puede repetirse varias veces, según la calidad que se busque para el producto final. Por eso se están multiplicando las “cocinas” de droga, laboratorios artesanales para la producción local y el consumo interno. En esas cocinas la cocaína se produce a partir de pasta base, y también se “estira”, es decir, se prepara para el consumo aquella cocaína que llega en estado puro, mediante el agregado de anestésicos sintéticos (novocaína, xilocaína, manitol, cafeína, etc.). Sin embargo, en Rosario no hay grandes laboratorios: “Las cocinas artesanales se encuentran más en el Gran Buenos Aires o cerca de las fronteras”. Entrevistado por Deutsche Welle, Edgardo Buscaglia, investigador de la Universidad de Columbia (Nueva York), y presidente del Instituto de Acción Ciudadana de México, explicó que la estructura de las redes criminales que operan en Argentina se ha diversificado. "No es solo el narcotráfico. Se trata de franquicias de grupos criminales que se han asentado en Argentina, tanto grupos asiáticos, con base en Guandong, China, como grupos latinoamericanos con base patrimonial en México, así como otros de El Líbano, que operan con impunidad en Argentina y se dedican al narcotráfico y a la trata de personas, al tráfico de armas, al tráfico ilegal de explotación minera, al contrabando de flora y fauna y al establecimientos de bases patrimoniales comprando tierras, que son algunos de los 17 delitos económicos detectados" (Buscaglia).
En el caso argentino, los nuevos fenómenos predatorios de guerra de bandas “suelen involucrar a barras bravas de los equipos locales de fútbol, personajes altamente visibles que actúan en los niveles gerenciales del crimen organizado, con fuertes apoyos institucionales a nivel nacional y oficial” (Emmerich-Rubio). Por tratarse del cruce de diversas conexiones internacionales y tener acceso a una amplia hidrovía fluvial, Rosario resulta un punto geográfico estratégico. La provincia de Santa Fe tiene una veintena de puertos privados y media docena públicos. “Aquí confluyen carreteras con conexiones internacionales a Bolivia y Paraguay; porque cuenta con varios puertos privados en la orilla del río Paraná, indispensables para exportar la droga al exterior”. La narco-guerra que se desarrolla en Rosario consiste en el enfrentamiento entre la banda de Los Monos contra la banda de Los Garompas, conflicto vinculado a la interna de las barras bravas de los clubes de fútbol locales, Newells y Rosario Central. (Emmerich, Rubio).
Por último, como corolario póstumo de esta saga criminal, una muestra de la lógica de horror y locura crecientemente imperante en gran parte de Latinoamérica, devenida en la práctica en una confederación de estados fallidos, de narco-estados y de una necro-política (Mbembe), con el descalabro de la solidaridad internacional en la tragedia telúrica haitiana (2010), con la reciente desaparición de medio centenar de estudiantes normalistas en Ayotzinapa (México, 2014), que reproduce en escala macabra el holocausto de Tlatelolco (1968), y con el crimen de estado del Fiscal Nisman en Argentina (2015), lo que viene a hipertrofiar la desnaturalización del estado moderno como monopolizador de la violencia legítima y su creciente sustitución por extraterritoriales máquinas de guerra, dolosamente enhebradas en red, que amenazan desatar una tercera guerra mundial (Guedillo Cruz).
Recapitulando la larga lista de traumas, frustraciones y sucesivas reacciones y “huevos de serpiente”, debemos concluir en la necesidad de recabar planteos de unidad latinoamericana, que superen los meridianos de partición (Tordesillas), las zonas francas (Pacto Andino), las apuestas institucionales (CELAC), los acuerdos comerciales (Asia-Pacífico, CAN), los ejes geo-políticos (ABC, ABV), y los cónclaves presidenciales (Unasur). En las sesiones parlamentarias del Mercosur no están representados los pueblos y naciones originarias, y los representantes elegidos no lo son por elección directa (Parlasur), y sus fueros amagan oficiar como mero santuario para que los funcionarios de mandato cumplido incursos en corrupción eludan el accionar de los poderes judiciales nacionales. No obstante, si bien el Mercosur y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) contemplan la existencia de un parlamento, aún no han pensado en un poder judicial a escala latinoamericana, pues en el marco de la IV Cumbre de Presidentes de Poderes Judiciales del Unasur, realizada en Cartagena (Colombia), en 2013, los magistrados latinoamericanos amén de discutir la separación entre los poderes Judicial y Ejecutivo han reiterado un llamado a la integración para la discusión de temas jurídicos, y se llegó incluso a plantear un Tribunal Regional, pero sólo para dirimir cuestiones de Derechos Humanos, y no para plantear por ejemplo el ecocidio minero de la Amazonía ecuatoriana perpetrado por las multinacionales petroleras como Chevron-Texaco.

Finalmente, estos planteos de unidad deben poner fin a los repetidos “huevos de serpiente” (motines, golpes de estado y auto-golpes) y al conjunto de traumas políticos y culturales (TPC), y sus supervivencias; a tantas conquistas, guerras, particiones, dictaduras, magnicidios, ostracismos, ecocidios, etnocidios, suicidios y sicariatos (orquestados por servicios de inteligencia subordinados a facciones políticas); a tanto crimen organizado (íntimamente vinculado a intereses transnacionales); a tantos hábitos de atraso, abismos de ignorancia, complejos de inferioridad, y sumisiones a las prácticas banco-mundialistas; y a tanta indiferencia histórica respecto a los pueblos indianos que con notables divergencias de intensidad ya lleva casi cinco siglos; y deben ofrecer un nuevo imaginario identitario que incluya a los hasta hoy excluidos y democratice e higienice el modelo civilizatorio vigente, por demás agotado, y brinde una esperanza de paz y prosperidad espiritual y material a la inmensa masa de paisanos que desde el Río Bravo hasta los confines de la Patagonia pueblan las tierras de la América Latina.

EDUARDO R. SAGUIER (Argentina). Autor de libros como Genealogía de la tragedia argentina Auge y colapso de un fragmento de estado o la violenta transición de un orden imperial-absolutista a un orden nacional-republicano (1600-1912) (2007); Un Debate Inconcluso en América Latina. Cuatro siglos de lucha en el espacio colonial Peruano y Rioplatense y en la Argentina Moderna y Contemporánea (1600-2000) (2004); y La Nomenklatura Académica en la Cultura Argentina (era M-K). Examen de las principales pistas en la novela negra de las ciencias y las humanidades criollas (2009). Proyecto elevado, en noviembre de 2014, al National Endowment for the Humanities (NEH), y a la Latin American Studies Association (LASA), con imágenes y sonido. Contacto: saguiere@ssdnet.com.ar. Página ilustrada con obras de J. Karl Bogartte (Estado Unidos), artista invitado de esta edición de ARC.


Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 11 | Junho de 2015
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Um comentário:

  1. Para divulgação do roteiro que ficou muito interessante e no qual tive o prazer de participar!

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