segunda-feira, 31 de agosto de 2015

FLORIANO MARTINS | La frontera inquietante de la crítica


En el ámbito de una crítica de la poesía hispanoamericana, algunos libros deben ya ser considerados como esenciales a una comprensión del género, libros cuya acción crítica establece un foco de reflexión y correspondencia entre las diversas poéticas que se siguen fundando en este territorio. En este sentido es que se puede citar algunos títulos de la obra crítica de Octavio Paz,  tales como Las peras del olmo (1957), Cuadrivio (1965) y Puertas al campo (1966), volúmenes en que es posible señalar un sistema de diálogos dentro de los límites de la creación poética en Hispanoamérica, constituyendo así, en palabras del mismo Paz, un amplio y notable “campo de afinidades y oposiciones”. Con igual intensidad y poder de revelación podemos citar Fundadores de la nueva poesía latinoamericana (Barral, Barcelona, 1971), del argentino Saúl Yurkievich, La máscara, la transparencia (Monte Avila, Caracas, 1975), del venezolano Guillermo Sucre y Catorce poetas hispanoamericanos de hoy (Providence College, Rhode Island, 1984), este último una compilación de textos críticos sobre algunos poetas hispanoamericanos realizada por los chilenos Pedro Lastra y Luis Eyzaguirre.
Además de estos podemos contar también con otras obras importantes, aunque no se detengan especificamente en el universo de la poesía hispanoamericana: Descripciones (Monte Avila, Caracas, 1983), del venezolano Juan Liscano, Hispanoamérica: mito y surrealismo (Procultura, Bogotá, 1986), del colombiano Carlos Martín, Gravitaciones y tangencias (Colmillo Blanco, Lima, 1988), del peruano Javier Sologuren. Tales libros — y algunos otros pueden naturalmente ser aqui incluídos — se aventuran a nutrir perfiles y raíces, lenguaje y movimiento, de una esfera literaria que se va insinuando, en cuerpo y alma, en la medida en que se toca su centro incandescente, su magma voraz.

Una vez firmada como algo no esporádico, expuesto a lo efímero de las circunstancias, e insinuando ya un cuerpo de intenciones, la poesía hispanoamericana se impone entonces más allá de sus fronteras, sea por la residencia de algunos de sus poetas en países europeus y en los Estados Unidos, o por la sensibilidad y seriedad del trabajo de algunos críticos e traductores. El hecho es que esta poesía puede ser hoy observada a la luz de su real condición: no como el discurso ordinario de un lenguaje impuesto, sino como la intensa y determinada búsqueda de fundación de una realidad que se caracterice por la multiplicidad de lenguajes, incorporación voraz (sin embargo jamás aleatoria) de signos, conceptos, formas, creencias — desdoblamiento continuo de sentidos, destrucción y correspondencia de las significaciones. Vallejo, Huidobro, Borges. Lezama, Paz, Rojas. Montejo, Pacheco, Kozer. El balance de un siglo de poesía en Hispanoamérica sorprenderá a todos por su vitalidad, multiplicidad, frescura e transbordamiento. Hay, por lo tanto, una clara urgencia en la tejedura de este inventario.

Entre los nombres que han mostrado un empeño sincero en la difusión de esta poesía se encuentra el del crítico español Jorge Rodríguez Padrón (Las Palmas de Gran Canaria, 1943-), una de las voces más pertinentes y experimentadas de la crítica literaria en los dias de hoy. Su claro interés por la poesía hispanoamericana cuenta ya con más de dos décadas y se multiplica en una infinidad de artículos y ensayos incluídos en innumerables publicaciones. En tal sentido, anotemos un poco su trajectoria.
En 1973 se edita un volumen titulado Tres poetas contemporáneos: Valery, Pavese, Paz, en el que se pueden averiguar las interrelaciones existentes entre la obra de estos tres notables poetas, la “preocupación por los límites, por la aventura creadora que los tres llevan a término, o que para los tres resulta ser eje de su esfuerzo creador”, conforme palabras del mismo Rodríguez Padrón en entrevista que le hice (Andrómeda # 27, San José, Costa Rica, 1989).
Luego en seguida publicaria Octavio Paz (Ediciones Júcar, Madrid, 1975), un extenso y esclarecedor estudio sobre la obra del poeta mexicano, primer ensayo de conjunto sobre este poeta publicado en España, donde es posible situar con más nitidez su defensa de la crítica como una arriesgada aventura exploratoria en los subterráneos del lenguaje, “una penetración intensa en la realidad formal, intrínseca e inherente a la expresión literaria”. Este volúmen crítico de Jorge Rodríguez Padrón está además amparado por una rica iconografía y una excelente, aunque reducida, selección de poemas de Octavio Paz.
En los años siguientes proliferan los artículos (aún no reunidos en libro), así como la preparación de una monumental Antología de poesía hispanoamericana 1915-1980 (Espasa-Calpe, Madrid, 1984), volúmen abierto por un largo estudio preliminar, que se configura como una singular puerta de acceso al universo transbordante de la poesía hispanoamericana — recordemos que Puerta lateral era exactamente el título previsto por el autor, no habiendo sido posible por meras circunstancias editoriales. En él podemos disponer de una riquísima gama de perplejidades y desacuerdos, las venas multifacéticas de esta poesía allí caracterizadas por la “escritura conflictiva” de Juan Liscano, las personas épicas de Alvaro Mutis, el “delicado ejercicio de despojamiento verbal” de Juan Gelman, la “escritura plural y digresiva” de José Kozer, entre otros. Tal vez falte al libro una referencia directa a la corriente surrealista de esta poesía, antecipada en parte por la obra de los chilenos Rosamel del Valle y Humberto Díaz-Casanueva y continuada por la experiencia vertiginosa de autores como Enrique Molina, Emilio Adolfo Westphalen, Enrique Gómez-Correa, y más recientemente, Ludwig Zeller. No obstante, es posible entrever la defensa de Jorge Rodríguez Padrón, la misma que Lezama Lima, por un barroquismo como espejo ideal de la expresión americana, tanto por el transbordamiento formal como por la “fiesta de los sentidos”. Tal vez por esta óptica se pueda comprender mejor la obra del boliviano Jaime Sáenz, del colombiano Jorge Gaitán Durán y de la argentina Olga Orozco, para citar apenas algunos. De cualquier modo, la importancia del trabajo de Rodríguez Padrón consiste en la difusión, ya en aquella ocasión emergente, de una “realidad poética” ejemplificada por un “cuerpo de doctrinas” (recuriendo a la expresión de Paz) consciente y de acentuada relevancia, lo que significava decir que el autor cumplió con su deber sagrado: crear posibilidades de diálogos entre las culturas, desvelando nuevos caminos y alertando sobre los límites que deben ser ultrapasados.

En el desdoblamiento de su obra crítica Jorge Rodríguez Padrón prosigue en busca de elucidación (y consecuente difusión) de los caminos (laberinto flamante) de la poesía hispanoamericana. Se sigue un intenso período de lecturas, teniendo siempre en cuenta: la lectura como celebración del diálogo incesante entre las obras, la amplia conjunción de voces que se fijan (y también se disuelven) en cada encuentro, la plena comunión de signos que revelan las secretas (invisibles) puentes que nos dan acceso a una otra realidad. Impulsionado por el agon de ese flujo de lecturas, reflexión y revelación de escrituras que abren uno (y otro más siempre) abanico de indagaciones, Rodríguez Padrón se dedica a una serie de ensayos, nuevamente sobre la poesía hispanoamericana (para él la poesía española no puede prescindir de la lectura de esta otra poesía), reunidos en un libro titulado Del ocio sagrado (Libertarias/Prodhurfi, Madrid, 1991). Se trata de una nueva visión suya de la escritura poética, como también de su oficio como crítico.

Primer movimiento del crítico: abandono, dejarse tocar por la aventura, celebrarla en su entraña, abismarse en sus insinuaciones. Solamente entonces comienzan a tomar cuerpo las figuras de su discurso, iluminaciones resultantes de una entrega total. Ir a buscar el sentido más allá de todo sentido, por detrás de la trama verbal con que el texto nos seduce. Ejercicios de reconocimiento: reflejos y transparencias. Desafío constante al cuerpo del lenguaje, a la sombra inquietante de su propio deseo, desafio a la escritura para que esta se muestre como tejedora de su propia crítica. Esta me parece la visión con que Rodríguez Padrón busca provocar un diálogo entre crítica y creación poética, diálogo de incensantes sorpresas alcanzadas en sus centellas de atracción y repulsión.

Del ocio sagrado nos trae nuevamente a la escena las voces inconfundibles de poetas como Jorge Luis Borges, José Lezama Lima, Octavio Paz, Gonzalo Rojas, Javier Sologuren, Alvaro Mutis, Roberto Juarroz y José Kozer, esta vez podiéndose detener con todo el espíritu (una meditación) sobre la poética de cada uno, confirmándolas y hasta revelándoles algunas insospechables galerias. Trátese de abordar la escritura como reescritura constante en Borges, de señalar un erotismo transbordante y ceremonial en el principio de las imágenes en Lezama Lima, de apuntar a una recuperación reflexiva y madura del surrealismo en la poesía de Javier Sologuren, o indicar la “serenidad contemplativa” que José Kozer aplica “al fervor sensual de una palabra desbordada” — la densa estructura crítica que sigue placenteramente erigiendo Rodríguez Padrón produce resonancias inquietantes, genera síntesis relucientes y singulares, a partir de su constelación de cuerpos disidentes y/o confluentes, teatro de signos esenciales, juego de propagaciones sucesivas que buscan “unidades y unidad”.
Y si Del ocio sagrado nos revela tanto acerca de poéticas ya consagradas, lo hace más aún al adentrar al territorio inóspito (¿ignorado por cuáles razones?) de la poesía del peruano José María Eguren — un visionario inolvidable que anticipa espacio y tiempo en el curso de las experiencias poéticas en Hispanoamérica, pleno y luminoso en su inquietud creadora —, de la paraguaya (aunque nacida en las Islas Canarias) Josefina Plá — cuya poética, elegíaca y metafísica, nos desafia a “desangrar hasta la última gota para poder resucitar”, teniendo, a ejemplo de Lezama Lima, la resurrección como una de las raíces de toda gran poesía —, y del nicaraguense Joaquín Pasos — igualmente elegíaco, la visceralidad de Pasos consiste paradoxalmente en su inocencia, poética erguida en la pureza y encantamiento de lo ignoto, la corredera irrefrenable del asombro ante lo desconocido. Estos tres ensayos asumen proporciones aún más instigantes y reveladoras en Del ocio sagrado exactamente por tratarse de estudios (zambullidas) acerca de obras de escasa difusión. Libro, sin duda, fundamental este de Jorge Rodríguez Padrón, al iluminar uno de los escenarios más vigurosos de la escritura poética contemporánea.

Determinado por lo mismo criterio, ha escrito aún dos otros volúmenes: Tentativas borgeanas (Editora Regional de Extremadura, Salamanca, 1989) y El pájaro parado/Leyendo a Emilio Adolfo Westphalen (Ediciones del Tapir, Madrid, 1992), libros en los cuáles es posible habitar las singularidades e revelaciones de dos escrituras poéticas de extrema importancia para los destinos de la poesía hispanoamericana. En Borges la poesía es constante recreación y mergullo infatigable en el laberinto de las culturas. Para Westphalen el poema es un milagro irrefutable entorno del cual se renueva el hombre, que torna posible la resurrección. Crítico reconocido por su profundidad y visión poética, Rodríguez Padrón señala con clareza los artificios y enigmas de esos dos notables poetas. Sobre el argentino subraya:

“Octavio Paz ha hablado de la creación poética como retorno al origen, como encuentro con la palabra pura e irrepetible. Borges escribe desde esa situación irrepetible, irreversible, y original también. Borges ha retornado al mundo primario donde las fronteras entre lo real y lo imaginario, entre lo posible y lo imposible, se han disuelto para siempre; donde las diferencias entre contrarios se anulan; y se anulan porque se dicen, porque se nos dicen”.

Y acerca del peruano considera:

“Todo en el poema, en la poesía de Emilio Adolfo Westphalen, es reflejo, espejo; tiene su doble en el objeto mirado, en el trazo verbal que lo incorpora: el verso en el otro verso, la palabra en la sucesión de formas que la acogen. No caber, pues, en un espacio determinado; alzar la voz como única esperanza de elevación, de arraigo en el desarraigo; debatirse en la queja, pero frente a uno mismo”.

La presencia de estes libros en el panorama cultural español es de gran importancia, tanto por una lectura más aclaratoria a cerca de los laberintos borgeanos, como también por el aspecto primordial — hasta entonces no se había tomado en consideración [1]— de tratarse aquí de la primera publicación crítica (todo un libro) entorno de la poesía del peruano Westphalen, sin duda alguna uno de los poetas fundamentales de la gran aventura poética hispanoamericana. Dos libros, pues, esenciales que lo destacan a su autor entre los críticos más reveladores de la actualidad.

En 1993 la poesía de lengua española recibe dos otros libros de Jorge Rodríguez Padrón: Paso sobre paso/1 & 2 (Cuadernos de Calandrajas, Toledo) y El sueño proliferante y otros ensayos (Universidad de Las Palmas de Gran Canaria). En sus páginas nuestro encuentro ahora es con poetas españoles e hispanoamericanos; se amplía el diálogo hasta el punto de la revelación acerca de las relaciones entre las dos instancias geográficas. Paso sobre paso es un libro mágico, dónde el crítico nos conduce por los pliegues de sus encuentros sugestivos con el poema mismo, y también con su autor (Gonzalo Rojas,  Ángel Crespo, Javier Sologuren, César Simón, Roberto Echavarren, entre otros). El libro desnuda la voz de algunos poemas y ofrece a su autor un espacio de consideraciones acerca de su interpretación crítica. Funda el instante revelador de un riquísimo diálogo: poema, autor, lector (crítico), todos reunidos entorno del fuego central de la poesía.
Por otro lado, El sueño proliferante abre la discusión acerca de las experiencias con el lenguaje poético llevadas a término en la extensión del idioma español, apunta confluencias, rompimientos y desencuentros, convivencias y ajenamientos entre la poesía hecha en España y su otro pólo, Hispanoamérica. No hay otro libro que fundamente tan bien tales relaciones, establecendo las causas y efectos de sus dominios. Allí la modernidad y las vanguardias han sido objeto de una lectura crítica y sus propuestas de diálogo. Con su voz también poética, el mismo Rodríguez Padrón señala, en el prólogo de este libro, acerca de los desdoblamientos posibles de la poesía de lengua española:

“Otra mirada, otras preguntas se reclaman con urgencia, y quizá sea éste el único mérito de las páginas que siguen: contribuir a proponer la una, arriesgarse a hacer las otras. Sólo a los poetas corresponde ver con nueva luz, dar con las respuestas que se solicitan”.

El contributo cultural de este crítico echa sus raíces todavía a través de la difusión de valores literarios de su propio país, sobretudo aquellos autores nacidos en las Islas Canarias, habendo preparado valiosas ediciones críticas de la obra de escritores tales como Domingo Rivera, Alfonso García Ramos y Arturo Azuela, merecendo especial destaque los volúmenes organizados para la Biblioteca Básica Canaria: No menor que el vacío (1988), de Luis Feria y Teoría de una experiencia (1989), de Eugenio Padorno, libros que han revelado admirables circunstancias de la poética de estes dos importantes poetas contemporáneos. Rodríguez Padrón fue también redactor de la revista grancanaria Fablas, experiencia llevada a término en los años setenta, acerca de la cual él mismo nos habla:

Fablas quiso ser, desde el comienzo de su andadura pública, un lugar de encuentro para escritores españoles (de las islas y de la Península) e hispanoamericanos; quiso ser un enclave similar, en lo literario, a lo que las islas Canarias han sido siempre, en lo geográfico y en lo cultural”,

y al fin constata que

“vista desde hoy, aquella empresa fue algo importante, tanto en las islas como fuera de ellas, y creo yo que cuantos trabajamos para la revista es ahora cuando empezamos a considerar esa importancia que, en los años de actividad editorial, no podíamos sospechar”.

El texto con que se inicia nuestra antología desvela una visión del crítico acerca de una situación común a la poesía atlántica — aspecto que engrandece la razón central del presente libro —, por su vez una escritura que en su raíz significa la disposición arriesgada por la constante aventura del lenguaje y la iluminación de los descubrimientos. “Vértices de una escritura atlántica”, que apunta algunas cuestiones esenciales de la poesía moderna de una determinada región, precisamente Canarias, Brasil e Hispanoamérica, es un pórtico fundamental de acceso a los despliegues críticos de Rodríguez Padrón. Este ensayo ha integrado una edición especial de la revista El Urogallo (Canarias, 1989), donde se muestra una serie de reflexiones sobre la cultura contemporánea de las Islas Canarias. También allí se publica un otro ensayo de Rodríguez Padrón: “Cinco propuestas para una nueva narrativa canaria”, donde observa con peculiar lucidez los despliegues esenciales de la narrativa en su rincón natal.
A partir de este revelador “Vértices de una escritura atlántica” tomamos la palabra de Rodríguez Padrón, su discurso verbal, como la iluminación de los caminos oscuros recurridos por la poesía española e hispanoamericana, sus rumbos existenciales y verbales, a través del encantamiento y sutileza de sus reflexiones. Hasta el momento en que presentamos un fragmento de su El barco de la luna, todavía inédito, donde valora, con notable propriedad, los orígenes barrocos de la poesía hispanoamericana y el “sentido gravitatorio” de la poesía escrita por mujeres (que no se debe confundir con la discutible poesía femenina) que, segun el mismo, “explica muy bien el signo de identidad fundamental de toda la poesía moderna en aquel continente”.
Al fin de nuestra jornada, de nuestra puerta lateral, una vez más la incontestable presencia de la voz crítica de Rodríguez Padrón: tres encuentros con el autor de este libro, diálogos al largo de unos años, que buscan aclarar unas cuestiones más ya largamente ofrecidas en las páginas de nuestra aventura crítica. Una vez más la confirmación de lo imprescindible que es la presentación de este crítico en el ámbito de su espacio natural de actuación reflejiva, o sea, la poesía en lengua española, sobremanera sus relaciones entre España e Hispanoamérica. Creemos, por tanto, que la suma de observaciones hechas aquí a respecto de Jorge Rodríguez Padrón, y también de su trayectoria crítica como una totalidad orgánica, precisa la esencialidad de una obra que sigue un curso abisal: agotar la voz en lo que se dice, tornar pleno el sentido, arrancando un otro sentido al sentido inaugural de todo aquello en que toca.


NOTA
Anterior a la publicación de El pájaro parado, es correcto señalar la existencia de una pequeña edición, con tiraje de cien ejemplares y escasa difusión, de EAW (Editorial “El café de nadie”. México. 1985), de Stefan Baciu, plaquette que recoge dos ensayos acerca del peruano.







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