FM | Háblame un poco de tus
recuerdos de los cambios de sitio: Desde Hungría hasta México. No se trata de
narrar la cronología de eses cambios, sino de decirme algo que está por detrás
de lo visible. De alguna manera ellos fueron definiendo tu visión de mundo.
Algunas cosas en particular seguro fueron las más decisivas.
SW | Nací en una familia judía.
Estoy hablando de un judaísmo cultural, no religioso. Mi padre era ateo. Mi
madre se convirtió al catolicismo, pero nunca fue practicante. Me crié en la
religión católica que abandoné cuando, a mis dieciocho años, se promulgó un
dogma y yo decidí que no podía creer en algo simplemente porque fuera
obligatorio. Durante mi niñez sentí alrededor mío la persecución de los judíos.
De hecho debo mi vida (ya lo he mencionado) a Raoul Wallenberg quien me sacó,
junto a mi hermano y mis padres, de la fila de gente que fue llevada al
exterminio. De alguna manera este hecho me hizo sentir que yo no era húngara, o
por lo menos no tan húngara como los
otros húngaros. Cuando aún niña, mi confesor me explicó que no debía mencionar
que era judía. Creo que lo hizo por mi
bien, para protegerme, pero el resultado fue que me sentí extranjera en mi
propia patria.
Mis padres decidieron emigrar cuando el comunismo estaliniano húngaro,
bajo el régimen de Rákosi, declaró la guerra a la burguesía. Yo tenía entonces
once años y medio. Por parte de padre vengo de una familia que se estableció en
la burguesía asimilada en un esforzado proceso de doscientos años.
Al inicio de la emigración vivimos tres meses en Verona, Italia, en
casa de una hermana de mi madre; al ser apátridas mis padres tuvieron que hacer
los trámites para que pudiéramos “existir” legalmente, esa fue la razón de
nuestra larga estancia.
Mi familia emigró a Buenos Aires donde vivía un hermano de mi padre.
En Buenos Aires pasé los años de mi adolescencia; fui a la escuela primaria y
luego a una escuela técnica donde me gradué de Técnico en Cerámica. También en
Buenos Aires conocí a José Hausner, el padre de mi hija Beatriz. Nos casamos
cuando yo tenía diecinueve años y él treinta.
Por mi relación con José Hausner me mudé a Santiago de Chile. Ahí
nacieron mis tres hijos: Beatriz y Alejo, con José, y más tarde Javier, con
Ludwig. Beatriz y Alejo eran niños cuando me separé de José.
Conocí a Ludwig en la Escuela de Medicina de la U. de Chile, en
Santiago. Por su influencia dejé la medicina investigativa que había elegido
seguir en vez de la plástica. Ludwig organizó mi primera exposición individual.
Tres años más tarde se mudó a vivir conmigo.
Por Ludwig Zeller conocí más a fondo el surrealismo. Él estaba muy
sumergido en esta corriente de arte y pensamiento. Inundó mis estantes con
libros de surrealistas, poetas en su mayoría, algunos de los cuales había
heredado de miembros de la Mandrágora o de personas como Rosamel del Valle.
Juntamos una gran cantidad de libros muy especializados, unos mil quinientos
volúmenes que debimos dejar en Chile y que, junto con nuestros papeles, se
perdieron durante el periodo del golpe militar de Chile.
Durante mis estudios en la Escuela Nacional de Cerámica de Buenos
Aires ya había asistido a cinco años de clase de historia del arte. Nuestro
profesor tocó el tema del surrealismo. Recuerdo que nos presentó un cuadro de
Dalí en que se ve a un personaje de espaldas, viéndose en un espejo, también de
espaldas. El profesor nos habló de la sensación onírica del cuadro, y de la
intención del surrealismo de incorporar la realidad del sueño a la realidad
diurna.
Durante nuestra vida en Santiago, después que Ludwig se mudó a vivir
conmigo, no nos separamos nunca por más de una hora o dos. Vivíamos muy unidos.
Trabajábamos juntos. Era tan natural como comer en la misma mesa.
Cuando la situación política chilena se radicalizó nos atacó el
partido comunista. Los socialistas se aliaron con los comunistas para que
Allende ganara la elección. No teníamos un respaldo fijo en lo político y los
miembros conocidos que eran miembros del Partido tampoco nos apoyaron. Éramos
muy activos y mucha gente nos conocía. El ambiente se hizo irrespirable. Al
ganar Allende perdimos de un día al otro los trabajos con que nos ganábamos la
vida, dos de Ludwig, dos míos. Con tres hijos menores y un adolescente cerca
nuestro, y habiendo vivido siempre al día, no nos parecía quedar más opción que
irnos. Anteriormente, durante un largo viaje que hicimos de Santiago a
Antofagasta en un Citroen de dos caballos de fuerza, habíamos ponderado adónde
podríamos ir (Australia o Canadá). Cuando llegó el momento, optamos por Canadá.
Yo fui de adelantada. Me siguió Ludwig con Javier de dieciocho meses. Unos
meses más tarde llegaron Beatriz y Alejo.
Viví veinticuatro años continuados en Canadá. (Había vivido once años
en Hungría, ocho en Argentina, doce en Chile.) Es un país que a mí me gusta.
Como soy europea con formación en Buenos Aires, una ciudad muy cosmopolita,
como Toronto, me agrada, me siento en mi casa ahí. El clima no me molesta.
Hungría también tiene inviernos fríos. El inglés que ya traía (mis padres, buenos
burgueses húngaros estimaban que era imprescindible que una mujer bien educada
hablara varias lenguas, por lo que tuve que aprender a hablar inglés y
francés), lo pude perfeccionar en el ambiente anglófono de Ontario. Los
primeros tiempos en Canadá fueron muy duros. Trabajé en lo que encontraba, a
sueldo mínimo, trepando unos centavos por hora de un trabajo al siguiente. Eso
durante cuatro años. Luego, con ayuda de una mujer que se compadeció de mi
situación, encontré un puesto en la Escuela de Artes Visuales de una
universidad técnica que se llamaba Sheridan College. Estuve ahí veinte años
como docente. Tenía muy buen sueldo, por lo que pudimos vivir con bastante
holgura, a pesar de que nuestra economía nunca avanzaba porque invertíamos todo
en los hijos, en las ediciones de Oasis Publications y en los frecuentes viajes
a Estados Unidos y a Europa a través de los cuales pudimos hacer muchos
contactos.
Durante veintitrés años Ludwig vivió desdichado en Toronto. No se
podía ajustar al mundo anglo, a pesar de que es un entusiasta lector de la
literatura de esa cultura (poetas como Eliot, Pound, Sitwell y otros los conocí
por intermedio de Ludwig, quien los leía en traducción al castellano).
Por el interés de Ludwig de vivir en un lugar de habla hispana, y por
no haber podido encontrar nada que pudiéramos financiar en España, iniciamos en
1988 el primero de ocho viajes por tierra desde Toronto hasta Oaxaca (y siete
de vuelta). Esas fueron vivencias extraordinarias. Manejaba yo. Son 5000
kilómetros. Nos demorábamos siete días en ello.
También hemos viajado mucho en auto dentro de México; Ludwig se mudó a
Oaxaca a fines de 1992 y vivió ahí por su cuenta durante todo 1993. Yo estaba
cómoda en Toronto, pero cedí a las invitaciones de Ludwig y en mayo de 1994,
tras renunciar a mi cargo en la universidad y dejar la casa que tenía en el
centro de Toronto, me mudé para vivir con él en Oaxaca.
Durante el levantamiento popular de Oaxaca, en 2006, tomé conciencia
del hecho de que hay en mi interior una sombra causada por el temor, terror
incluso, en que vivían los adultos a mi alrededor durante la Segunda Guerra
Mundial. Es algo que está ahí y que no tiene forma.
En Oaxaca, un lugar hasta hace poco totalmente aislado del mundo y del
resto de México, hay mucho recelo, mucho temor inconsciente ante todo lo que
viene de fuera. No dudo de que los oaxaqueños tienen sus razones. Pero a mí me
afecta este constante bombardeo de “usted no es de aquí”. Toronto es un lugar
en que la gran mayoría de la gente son recién llegados, y como nadie “es de ahí”,
el problema de ser de fuera no existe. Otro factor que me afecta es que en
Toronto está más avanzada la liberación femenina, lo que facilita la vida de
las mujeres viejas como la que soy.
Hay que agregar también que es en Oaxaca donde pude por fin llegar a
tener una casa propia, plantar un jardín y rodearme de cosas y personas que me
alientan y me asisten para mi trabajo interior y mi labor artística.
Las cosas decisivas:
Mi mudanza de Buenos Aires a Santiago, con José Hausner. Fui entusiasta
de Chile. Busqué y obtuve la nacionalidad chilena.
Mi encuentro con Ludwig Zeller, que cambió mi vida y dio dirección a
mi vocación artística.
Nuestra emigración a Canadá, y mi vida en Toronto donde obtuve la
nacionalidad canadiense.
Mi mudanza a México donde vivo gozando de lo que me rodea, al tiempo
que añoro la vida de Toronto.
En cuanto a mi visión del mundo: Lo veo en crisis. La parte buena de
eso es que toda crisis es también una oportunidad. Existe la oportunidad ahora,
según lo veo, de hacer cambios en el mundo. Es posible salir de la maraña y
llegar a una vida más positiva, más sana, más libre y más vital. Lucho por
manifestar esto en mi obra.
FM | Antes de conocer a
Zeller, ¿trabajabas solamente con cerámica?
SW | En cerámica y en dibujo. Siempre he trabajado en
dibujo. Me apasiona y tengo talento para ello. Mi primera exposición individual
(la que me organizó Ludwig) fue de dibujos (a los que nadie prestó atención) y
de cerámicas (que se vendieron en su casi totalidad).
Por circunstancias muy largas de enumerar, en 1998 me quedé sin taller
de cerámica y comencé a elaborar mirages
con Ludwig. De esa actividad pasé a la pintura. Ahora, sin taller cerámico
(carísimo de montar), pero con un buen taller de pintura, me dedico a pintar,
dibujar y hago grabados en el taller Bambú, de un amigo, Abraham Torres.
También juego con la idea de volver a la escultura en barro. El año pasado hice
ya algunas piezas en el taller de Adán Paredes, un amigo que vive en el Valle
de Oaxaca. Ese taller me queda lejos, pero me atrae. Haciendo escultura
experimento un estado de completa beatitud.
FM | Casa de la Luna en Chile, Oasis
Publications en Canadá, Vaso Comunicante en México. Dame pistas
de las relaciones entre esas actividades siempre tan intensas.
SW | Las tres editoriales y todo
el trabajo que ellos requerían eran debidos al impulso y creatividad de Ludwig.
Y las tres tienen como característica que no los llevaba solo, sino que se
apoyaba en mi colaboración. En Vaso
Comunicante hay algún artículo que he propuesto yo. Todo lo demás es
siempre propuesta de Ludwig.
FM | Explícame un poco qué
fue esa pintura sobre el piso en una sala de la Universidad Católica, y háblame
también de la exposición en sí.
SW | Este sería un relato
larguísimo. En breve: Alumnos de Rodolfo Opazo, un pintor chileno amigo,
vinieron con él a visitarnos y a pedir ayuda para hacer una exposición de
surrealismo en la Universidad Católica de Chile, en Santiago. Durante la
discusión de qué se podía hacer para obligar al público a involucrarse en la
actividad surreal yo propuse que hiciéramos una pintura en el piso y que
dijéramos a los asistentes que, habiendo una obra de arte en el piso, debían
quitarse los zapatos para entrar en la sala. Para mí esto era normal. Yo hacía
murales cerámicos que siempre se armaban en el piso. Se lograron los permisos y
a las seis de la tarde anterior a la inauguración Viterbo Sepúlveda, Valentina
Cruz y yo nos inclinamos sobre el piso y con la ayuda de alumnos de Bellas
Artes de la U. Católica logramos completar el trabajo para las seis de la
mañana. Ludwig Zeller hizo un enorme recorte de un falo que subía al muro y
Viterbo pintó en el piso los testículos correspondientes. Yo hice una figura
femenina algo sentimental; Viterbo, el mejor pintor de los tres, pintó
elementos de aspecto corporal que amarraban el todo.
Las obras expuestas en Surrealismo
en Chile fueron buenas, importantes. Dos enormes telas de Matta, cosas de
Zañartu, Antúnez, Cruz y bastantes otros. Dibujos míos. Era tiempo de campaña
electoral y colgamos un maniquí con el bando como “presidenciable”. Había obras
de presos de la cárcel, piezas tridimensionales. En la inauguración
participaron unas modelos vistiendo creaciones de un modisto famoso, muy
espectaculares. También se presentó un acto, un happening, llamado “El entierro
de la castidad en la Universidad Católica”. A mí me tocó anunciarlo, en medio
del silencio espectral en que cayó el abundantísimo público parado sin calzado,
en pleno invierno, entre pausas de la música electrónica clásica.
FM | ¿Cómo entiendes la
relación de tu obra con el surrealismo? Y luego el movimiento Phases.
¿Secuencia o consecuencia del surrealismo?
SW | Los dibujos que he hecho
desde 1963 han sido surrealistas incluso sin yo proponérmelo. Sentía la
libertad de hacerlos como quisiera, y me salieron surrealistas. Me parecen
inaceptables los dogmatismos, incluso dentro del surrealismo. No los acepto y
no me doblego. En esto choqué incluso con algunos de los surrealistas de París,
como Gérard Legrand. Que mi obra la consideren surrealista o no, no me importa.
¡Lo es! El automatismo, sea de quien sea, está cargado de elementos que nacen
de la educación, y del fondo cultural del que se viene. Mi manera de crear
puede partir del automatismo, como es el caso de mi serie de “La selva oscura”.
En esta modalidad trato de mantener la imagen lo más posible, y cuando surge de
forma imperiosa algo “reconocible”, lo realzo y lo desarrollo. Otro modo en que
trabajo es que me mantengo atenta a imágenes que surgen justo antes de dormir
(la mayor parte de las veces) o en medio del sueño (menos). Me arrastro hacia
un lápiz y dibujo sobre lo que sea un garabato para acordarme de lo que vi.
Luego desarrollo esa imagen, como en el caso de los huevos, dándoles un aspecto
tal que sean creíbles como una realidad, usando todos los recursos que se me
ocurren, incluso creando mises en scène
con paños y objetos varios. Estas modalidades me parece que me relacionan con
el surrealismo. Lo que también me relaciona es ver la obra de otros
surrealistas que me agradan, y leer poesía y textos que me acercan al
surrealismo. El relato de sueños también me interesa.
A través de Ludwig Zeller me he conectado no sólo al surrealismo, sino
también a la psicología. Me interesa más que nada la psicología profunda
jungiana. En esa área hay grandes contribuciones de mujeres, sobre todo en los
últimos treinta años.
Por una recomendación que le hiciera Aldo Pellegrini, Ludwig Zeller ha
propuesto que nos pusiéramos en contacto con Edouard Jaguer, el líder del
Movimiento Phases. Participamos en Phases en forma muy activa. Hemos organizado
exposiciones, publicamos obra de otros participantes de Phases. Nuestra
relación con Jaguer se quebró sobre un asunto que le mencionamos. Después de
eso Jaguer siguió publicando obra de Ludwig, pero no mía.
Me ha sucedido esto con Jaguer y otra persona. Como he actuado siempre
de intérprete simultánea de Ludwig, me atribuyen cosas que dice él y que no les
gustan y luego se distancian de mí. En cambio con él no se pelean, porque tiene
una carácter de oro, cosa que heredaron sus dos hijos que también son
encantadores de serpientes.
Considero a Phases dentro del surrealismo. La controversia entre
Jaguer y Breton está en que Breton no admitía el abstraccionismo. Pero puedo
decir que a mi ver Jaguer ha sido un fiel y devoto surrealista. Por eso creo
que Phases es secuencia del surrealismo. Es también una expresión del surrealismo
tras los estragos de la Segunda Guerra, mientras que el movimiento de Breton es
típico de entreguerras.
FM | El trabajo a cuatro
manos con LZ – dibujos, pinturas, collages –, ¿qué agrega a tu plástica?
SW | La insistencia de trabajar en colaboración
partió de Zeller, como lo he expresado en un ensayo que hice recientemente en
inglés y que se va a publicar en Canadá. El ejercicio me ha resultado una
delicia. Esa sensación no desaparece ahora tampoco. Tanto a Zeller como a mí
nos resulta una situación lúdica que da sorpresas y resultados graciosos. Y es
importante para mí que fue por medio de los mirages
y de los tropiezos al producirlos hasta 1979 (cuando tuvimos nuestra gran
exposición en la Art Gallery of Hamilton), fue por esos tropiezos que aprendí a
pintar y a entender los problemas que implica la aplicación de pintura a una
superficie plana, problemas muy distintos a los que se presentan en la cerámica
en que se usan vidriados y media el trabajo del fuego. Lo que los mirages me han agregado es el placer de
compartir una obra con otra persona con quien tengo una afinidad. Recientemente
he trabajado a cuatro manos con Deborah Barnett, una pintora amiga de Toronto.
FM | ¿Desde dónde surge
Susana Wald? Pienso en el complejo o delicado tema de las influencias, que no
tiene que ver necesariamente con la plástica.
SW | Vengo de una familia culta,
lectora, con gusto por el debate, interesada en aspectos muy variados de lo
cultural. Mi madre era pianista, graduada en el Conservatorio de Budapest,
alumna de Kodály y Bartók. Mi padre desde pequeña me llevaba al circo, al
zoológico, a la ópera y también al Museo de Bellas Artes de Budapest. Jorge, mi
padre, también me leía poesía y me regalaba libros de poetas clásicos de
Hungría como János Arany. Con mi madre iba a conciertos, semanalmente. En mi
vida en Buenos Aires recorría las galerías de arte (había más de cien) en forma
regular. Iba a museos. Llegué tarde a la escuela primaria (durante la Guerra no
había clases), pero aprendí a leer y escribir con delicia y mis padres me
tuvieron abastecida, durante mi niñez, de libros en húngaro y castellano y
revistas como el Billiken, de Argentina. No recuerdo haber pasado un día de mi
vida de joven ni actual sin leer. Leí el Martín Fierro por primera vez en
húngaro. Leía a Géza Gárdonyi, Julio Verne, a Stevenson, y más tarde a Borges,
a medida que salían sus libros, así como a Sartre, a Butor y una enormidad de
otros autores. En la Alianza Francesa de Buenos Aires me metí en un curso de
teatro y participé en el montaje de obras de Cocteau. Anteriormente, en
Budapest, participé en un coro a cinco voces (tengo buen oído y buena voz).
Quise aprender a bailar (era delgada y muy flexible), pero no se dio la cosa.
La redacción la aprendí desde el húngaro, en quinta de la primaria, y luego
desde el inglés, por intervención de un maestro de quinto año, en el Instituto
Argentino-Británico, apasionado por el tema. Me interesa en especial el ensayo,
y gozo mucho cuando un texto está bien escrito. Me interesan todas las artes y
las ciencias exactas, la tecnología, la ingeniería, también la historia, la
geografía, la historia natural, la medicina y la psicología.
FM | Finalmente
tu inquietud nómada te lleva a Oaxaca, sitio en que de algún modo se revela el
espacio más tranquilo para tu creación. ¿Cómo fue el traslado?
SW | He
llegado por primera vez a Oaxaca en 1988. Desde esa fecha hice ocho viajes por
tierra para venir a esta ciudad. Eran periodos de diez semanas de estadía.
Desde el primer viaje hice contacto con escritores y artistas. En mayo de 1994,
en el séptimo viaje, me mudé con todas mis cosas cargadas en dos camionetas
(vine con dos choferes extra para turnarnos en las manejadas).
Tenía mucha energía, mucho entusiasmo y
estaba muy puesta en hacer todo lo que pudiera ayudar a Ludwig a salir de
Toronto. Yo me sentía y sigo sintiéndome bien ahí. Soy muy adaptable, me puedo
ajustar a los lugares más distintos, puedo hacerme entender por gentes muy
diversas.
Entre 1975 y 1986 íbamos a Europa una
vez al año, en general durante seis semanas. Primero a Francia, luego a Francia
y España. En España buscábamos incluso un lugar donde vivir. Para 1986 España y
toda Europa se hicieron demasiado caros para nosotros. Uno de mis colegas en la
universidad había venido a México por tierra para un sabático y me habló de su
viaje. Empezamos a jugar con la idea de hacer nuestras vacaciones en México. Yo
trabajaba los semestres de otoño y de verano y tenía doce semanas de tiempo,
nueve de vacaciones, dos del tiempo entre Navidad y Año Nuevo y una semana de
vacación en marzo. Mi hija Beatriz vino a México a una conferencia, llegó a
Oaxaca, le encantó. Nos visitó Álvaro Mutis en Toronto y también nos recomendó
Oaxaca.
En diciembre de 1988 nos metimos en un
auto que entonces tenía y nos lanzamos al viaje. A mí me gusta manejar. Me
gusta ver lugares y gente. Me consuela la tierra y ver sus muchas formas. Los
viajes, pequeñas odiseas, duraban siete días. Tuvimos muchas aventuras, una en
Waco, Texas, mucho antes de que se hiciera famoso. Nos levantábamos temprano
cada día, al quebrar el alba o incluso antes y manejaba dos horas antes del
desayuno. Parábamos una hora para comer y descansar. Luego manejaba hasta la
una de la tarde. Parábamos otra hora para comer y descansar. Luego manejaba
hasta llegar a la ciudad adonde teníamos pensado llegar ese día. Partíamos del
invierno de Canadá, con nieve, frío, tormenta de nieve, manejo lento y pesado.
Íbamos derecho al sur, luego hacia el oeste, otra vez al sur. Para cuando
llegábamos a la región cercana a Memphis, sobre el Mississipi, estábamos fuera
de las zonas en que había helada, había un par de grados sobre cero y ya
podíamos tomar nuestro desayuno al aire libre en los lugares que hay en las
carreteras de EUA para descansar, con mesas, bajo árboles.
La mudanza a Oaxaca es un parteaguas.
Ya no trabajo en Sheridan College, a 43 kilómetros de mi casa, viajando en toda
clase de tiempo invernal que se da en Canadá, con responsabilidades muy fuertes
que da la docencia. En Toronto recién cuando dos de mis hijos ya se han ido de
casa y Ludwig se va a Oaxaca tengo durante un año un cuarto propio para pintar.
Entonces hago la serie de “Ventanas”. Luego en Oaxaca construyo una casa y
finalmente, desde 1997 tengo un taller amplio, luminoso, ajustado a mis
necesidades de pintora. La libertad de horarios y el espacio nuevo me permiten
hacer más del 60% de mi obra pictórica en este nuevo espacio cuya construcción
fue posible en gran parte a encargos de retratos que he pintado. Durante mi
vida mi obra sufre muchas interrupciones dadas mis obligaciones. Por ello hay
constantes comienzos. En mi taller de Huayapam comienzo de nuevo a pintar
partiendo de mecanismos automáticos. De ahí paso a la serie de huevos, hechos
enteramente en este nuevo taller. Así es el caso de “Viaje al fondo”, del 2002.
FM | El cuerpo es la
presencia visible central en tu obra. La materialidad del cuerpo supongo la
encuentres a través de modelos. Háblame un poco de tu relación con tus modelos
– aspecto siempre arriesgado por el azar de las emociones – y cómo llegas hasta
el cuerpo cierto para lo que planeas pintar.
SW | He tenido muy buena relación con varios de mis
modelos. Se convirtieron en amigas y amigos verdaderos. Nos veíamos con
frecuencia, yo daba clases de desnudo seis veces a la semana (tres horas cada
clase), en Sheridan College. Puedo nombrar a Kathy Brenner, Joel Porter, Anne
Kilpatrick y Trudy Binder, con quien mantengo contacto. Trudy es también
cantante en un grupo de rock, además enseña animación. En el cuadro alto, largo
y angosto “El Mar Interior”, aparece Trudy de espaldas y de frente, en un
espejo. También fue Trudy quien me posó para “La Mujer del Poeta”. Anne
Kilpatrick fue modelo para “Dar Cuerda a lo Imposible”. Con Joel Porter hice
los dibujos preparativos para los cuadros que derivan de mi serie de dibujos
eróticos del libro Ultramuebles de la
Pasión. Con Kathy hice muchos dibujos que aparecen en un libro único, Mujer en Sueño de Zeller, en la
colección de la Biblioteca de Referencias de Toronto. Llego a pintar con un
modelo u otro porque tienen formas que me parecen apropiadas, porque tengo
buena relación con ellos, porque son muy libres y tolerantes para el trabajo y
porque me aportan una cierta dinámica. Hay cuadros que surgen de dibujos por la
misma relación con ellos.
FM | Háblame de la serie de
los huevos, ¿qué representa en tu obra, ¿cómo nace este símbolo etc.?
SW | En forma inconsciente,
desde los últimos años en que he estado en la Escuela Nacional de Cerámica (es
decir, el fin de mi adolescencia), he estado atraída a la idea del huevo. Por
ejemplo, hice una reducción de formas, al estilo picassiano, y encontré que los
cuerpos y cabezas de las aves se podían esquematizar como huevos unidos por
otras formas que daban alas, cola, cuello, etc. Eso ahora me parece algo
primitivo, pero verídico.
Luego, en mi segunda
exposición individual expuse esculturas cerámicas en forma de huevos, grandes,
como de cincuenta centímetros (no tengo fotos). Como otras piezas que expuse
entonces y que hablaban de un quiebre en mi vida, los huevos estaban partidos,
con fisuras, y de las partiduras salían formas que me parecían entonces de
llamas, pero que también se pueden asociar a lianas, culebras y otras cosas
ondulantes.
Y como trato de explicar
en el libro Susana Wald, en mis pinturas (y también dibujos y cerámicas)
aparecen huevos en forma espontánea durante todo mi quehacer artístico. Nunca
me he preguntado por qué. Durante el proceso de pintar 60 cuadros,
obsesivamente, uno tras otro, aparecían las imágenes de huevos en diversas
circunstancias, algunas muy sorprendentes. Las visiones de esas imágenes me
llegaban como flash mientras hacía algo, incluso mientras pintaba uno de ellos,
o en estado de semi-sueño. Ya bien entrado en el proceso comencé a investigar
sobre huevos, leía textos en que se mencionan, y descubrí que son símbolos de
resurrección. Me preguntaba entonces qué era lo que estaba volviendo a la vida
en esas imágenes de proporciones metafísicas, en esos huevos que no eran de
cosa alguna reconocible en la vida natural. Y mi conclusión fue que lo que
vuelve (en este tiempo de tanta turbulencia) es la exaltación de lo femenino,
lo que antes se veneraba en las imágenes de las diosas.
FM | Es muy rico lo que me dices
en nuestros cambios de correo, cuando hablas de la preparación de tu libro
Susana Wald (2003): “Debo
anotarte que hice yo misma el libro porque estaba desesperada de ver que
no había en mi entorno conciencia de la importancia de mi obra. No es que
quiera jactarme de algo. Siento que soy una médium, soy una herramienta de algo
mayor que yo, siento que en mi obra se manifiesta el inconsciente colectivo
–que yo considero enorme, una fuerza titánica–, y que es mi responsabilidad
ponerme a la tarea de salvar mi obra.”
Pocos artistas en nuestro tiempo tienen esa conciencia, y su postura está más
involucrada con la jactancia, con la floración desbordada del ego. Pero me gustaría aquí regresar a los huevos,
o mejor, a tu fuente simbólica. Visiones, premoniciones, en muchos casos los
símbolos son como elementos señalados por el sueño. ¿Qué relaciones podemos
destacar en relación a los sueños en tu creación?
SW | Los sueños y el entresueño
son estados en que aflora lo interior oculto. Siempre me han interesado. Anoto
sueños, y anoto imágenes que aparecen en sueños y entresueños, como ya te lo
mencionaba. Me interesan los sueños de otros también y los leo con pasión, así
como todo lo que encuentro sobre esta materia. Visiones puedo llamar a imágenes
que afloran mientras la atención está en otra cosa. Como trabajo desde imágenes
que me surgen de dentro y no por influencias formales y exteriores, se dan
premoniciones en mis cuadros. Hay uno, en la serie de Ventanas, que incluso
lleva el título Premonición, en que proyectado sobre manchas que hice en
pintura “apareció” un rostro olmeca. Un par de meses después, por un viaje que
antes no podía prever, tuve la oportunidad de estar en Villahermosa, en el
parque fundado por Pellicer en que están reunidas unas cabezas colosales. Fue
para mí un remezón interior darme cuenta que de alguna forma ya había estado
ahí. Esos remezones, estas conexiones y misteriosas manifestaciones son lo que
los surrealistas llaman “lo maravilloso”. Vivir abierta y atenta a ellas
conlleva cierto riesgo, pero da sensaciones de dicha muy especiales.
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