quinta-feira, 15 de outubro de 2015

FLORIANO MARTINS | Susana Wald y su itinerario de sueños


El itinerario vital de Susana Wald empieza con su nacimiento en Budapest, en 1937. Ya en 1949 la familia emigra a Buenos Aires, ciudad en que crece la artista, estudiando en la Escuela Nacional de Cerámica, y participando en cinco exposiciones colectivas. Con 20 años de edad cambia de país una vez más, llegando a Santiago de Chile, donde residirá por 13 años. Es una etapa fundamental en su vida, por la confluencia de la intensidad de sus actividades artísticas y el encuentro con otro artista, Ludwig Zeller, con quien comparte amor e inquietudes estéticas. La resultante es impresionante, con la realización de diseños para más de cien cubiertas de libros, la creación de murales en cerámica y, sobre todo, la fundación de Casa de la Luna, centro cultural y café, que funda y dirige con Ludwig Zeller, en la calle Villavicencio 349, y que incluye la publicación de una revista homónima.
Este importante punto de confluencia de las artes en Santiago nace en 1968, y de inmediato se destaca por la organización de un gran número de exposiciones de artistas, ciclos de conferencias, happenings, presentaciones de otras expresiones artísticas, como el cine y la música experimental. El ambiente político que corre paralelo a las actividades artísticas trata de entrometerse y generar situaciones incómodas a la pareja Wald-Zeller, alcanzando un punto en que la mejor estrategia es anticipar el desastre y salir de Chile, lo que hacen en 1970. Pero antes de salir, en ese mismo año, Susana Wald y Ludwig Zeller realizan una gran exposición dedicada al surrealismo, en la Universidad Católica. El evento reúne obras de importantes artistas del surrealismo, pero lo que llama la atención es el grado de provocación del happening de inauguración, llamado “El entierro de la castidad en la Universidad Católica”, que obliga a todos los presentes a dejar afuera sus zapatos, pues en la sala principal hay una inmensa pintura en el suelo, hecha por Susana Wald, Valentina Cruz (1938) y Viterbo Sepúlveda (1935-1974), al que Ludwig Zeller agrega senos femeninos de espuma de goma.
La residencia siguiente de Susana Wald es Toronto, la más grande ciudad de Canadá. Es un cambio con muy intenso grado de desafío, que al mismo tiempo conlleva la perspectiva de una internacionalización de su trabajo, en particular su actuación en la promoción cultural, las cubiertas e ilustraciones de libros y las traducciones. Sobre las traducciones, ella misma recuerda: “Mi trabajo de traducción nace de la necesidad de Ludwig de hacerse entender en Canadá. Fui su intérprete simultánea. También traducía para él, ya en Chile, cuando necesitaba leer un texto en francés o inglés. Leímos juntos de esta forma muchos libros. Traduje a Jaguer, Eluard y Péret, a Zeller mismo.” Con cuatro años en Toronto la pareja trata de fundar una nueva casa editorial, Oasis Publications, que se dedica a la producción de decenas de libros, catálogos y panfletos, incluso tratando de presentar poetas chilenos al lector en inglés. Oasis es también un espacio de realizaciones de exposiciones, y allí son difundidas las obras plásticas de nombres canadienses y de muchos otros países. En 1974, es invitada a participar de las celebraciones de los 50 años del Primer Manifiesto del Surrealismo, en la Universidad de Pennsylvania, Estados Unidos. Por la puerta del surrealismo empiezan los viajes y el año siguiente Susana Wald está en París, donde se pliega al movimiento Phases, gracias al descubrimiento de Edouard Jaguer (1924-2006), poeta y crítico francés involucrado con una nueva fase del surrealismo. Sobre las exposiciones de surrealistas europeos tiene muy buenas palabras de cariño: “Estas exposiciones nacieron de nuestro entusiasmo por el Movimiento Phases, y como cosa recíproca con éste. Hicimos una exposición de Phases en general, y otras de gente como Suzanne Besson, muy amiga de los Jaguers, Marie Carlier, Philip West, Eugenio Granell, Guy Roussille y John Schlechter Duvall. Éstos tres últimos vinieron a sus exposiciones en Canadá que se realizaron en la Galerie Manfred, en la ciudad de Dundas, a unos 70 km de Toronto.”
Toronto y surrealismo significan la llave de un mundo relleno de viajes, contactos, publicaciones, eventos, traducciones, nuevas técnicas como el grabado en metal y la litografía, las pinturas acrílicas sobre telas en gran formato, más viajes, el registro fotográfico de todo, hasta que su vida es tomada por el azar objetivo de nuevo vértigo: México, precisamente Oaxaca. Ahora la imposición del destino no está en salir, sino en entrar. México es la yema, la manera como el espejo en que esta mujer se interroga a sí misma. Más que México, algo muy especial en México: la presencia insospechada de esa parte de la cultura mexicana en la vida de Susana Wald. Hasta allí ha llegado, una vez más, con Ludwig Zeller. Pero llegan en tiempos cósmicos distintos, no por desacuerdos, sino por fuente de alimentación del espíritu. Es que Oaxaca significa para Susana Wald un renacimiento, o más simplemente la eclosión de un ser que hace tiempo estaba en su silencioso periodo de incubación. Un viaje por la iconografía de esta mujer lleva a la constatación de que en Oaxaca fue tomada por los dioses de la plenitud. Allí está Susana Wald como jamás estuvo en parte alguna. Es como se concluye su itinerario vital, no con el ciclo natural de nacimiento-muerte, sino con el marco del nacimiento y su enclave en el ambiente que mejor lo define.
Los puntos cardinales de su trayectoria señalan que en 1994 comienza su estadía en Oaxaca. Es un tema delicado, porque Oaxaca no es liberación. Susana Wald no ha llevado una vida ilícita en su espíritu o de retención del alma. Pero algo se mueve en la vida de uno como la indicación de una zambullida, retrato o espejismo, la lectura mágica de un ángulo, palabra o susurro, algo que nos lleve a un grado muy curioso de intimidad con nosotros. Así está la vida, en su esencialidad, que puede pasar años sin presentarse a nadie. Podemos averiguar el tema bajo la aguja de la definición estética. Hay artistas que toman largo tiempo en descubrir su propia voz; otros que están como mágicamente determinados por esa varita, desde el primer boceto… Aquí no tratamos de eso, de variaciones o acomodaciones estéticas. Una mirada a las cerámicas y dibujos de Susana Wald desde la Escuela Nacional de Cerámica atestigua la naturaleza erótica que busca, por lo menos, una relectura respecto a los estereotipos. Ya se sabe que Susana no es una seguidora. El desnudo y la carga de seducción del lenguaje, en ella —no importa que hablemos de cerámica, grabados, pintura, dibujos—, apuntan en la dirección contraria a lo permisible. Los conceptos cambian de actuación en cada época o sitio en que se instalan. La afirmación estética en Susana Wald no contesta el ambiente natural de los conceptos, sino a su manipulación, los arreglos forzados en nombre de una moral que son la confirmación de una ausencia total de moral.
¿Qué fue hecho de un mundo orientado por la ética y la estética? Todas las revoluciones del siglo XX no han cambiado algunas cosas de sitio. La respiración, el sueño, el deseo, la adivinanza, la perspectiva de un mundo futuro. Todo esto actúa en la formación de un ser múltiple, cambiable con los acentos de la cultura, así que el mundo perfecto parece ser el mundo sin reglas, o con reglas naturales de supervivencia. Sin embargo, hoy sufrimos un espacio con determinación de modos de supervivencia, ajenos a la característica de cada ser viviente, animal, vegetal, mineral. Hay una clase instalada determinada a exigir los modos de participación de todos, para quien los modos clásicos de restricción ya perdieron su fuerza. La división del mundo entre zonas de interés de la ciencia, la religión, el arte, eso ya no funciona. El agregado llamado de cuarto poder, que es la prensa, tampoco actúa ya aisladamente como una fuente de energía que puede cambiar lo que sea. El discurso, el manejo de la lengua, en su sentido más retórico, pegado a la fiebre de desgracia espiritual, descreencia de todo, uno que no sabe nada que hacer de sí, en la escuela, con su novia, su empleo, lo que quiere seguir en la vida, dónde vive, cómo vive, todo es un hueco en el alma, no hay nada en lo íntimo del hombre contemporáneo, fue vaciado de todo.
Necesario cambio de párrafo porque el tema es el más complejo en nuestra entrada en el siglo XXI. Susana Wald tiene su lectura, yo tengo la mía. Aquí importa solamente la suya. Como avanza con su obra buscando un tipo muy singular de recuperación de la fuerza erótica del ser. Primeramente su comprensión del arquetipo femenino y el abismo entre éste y la realidad de la mujer. El abismo entre la esfera mágica del símbolo y la violencia sufrida por ella en la esfera humana. Sin embargo, la opción de Susana Wald como artista no es por un arte de lamentación o incluso de acusación. En su conciencia impera la necesidad de la afirmación de lo erótico y la recuperación de una vida propia. En su obra la figura femenina está en permanente correspondencia, sensible e incitante, con su personificación en escenarios de fábulas, mitologías, ciencia-ficción, leyendas, sin faltar la penetrante presencia del humor, como en la serie “La mujer de…”, en que juega con los diversos estilos de objeto en que la mujer fue convertida, variables de acuerdo con la mirada de su hombre, sea un músico, un sultán, un coleccionista, un cortador de vidrios, un jardinero etc. Es curioso, porque cuando hablo con ella sobre el surrealista Edouard Jaguer, recuerda lo que sigue: “Lo he visitado once veces en su departamento de París. Fue muy cordial desde el primer momento. Fue un amigo verdadero hasta el momento en que vio mis cuadros de la serie ‘La Mujer de…’ Creo que no le gustó su tono feminista. Yo no era feminista entonces, esa serie me nació de un ánimo de broma, pero ahora considero que Jaguer tenía razón en lo de feminista. A mi vez resiento que después de eso no me incluyó en sus publicaciones. A Ludwig lo mantuvo en su movimiento hasta el final.” Respeto su opinión, pero no me parece haber ningún acento feminista en esta serie, por lo menos en el mismo sentido prejuicioso como lo entendía el francés. El surrealismo ha ayudado en la expansión de la visión de mundo de muchos, del arte en particular, pero no se puede olvidar que el prejuicio es parte de la vida humana, algo de lo que muchos artistas —incluso surrealistas— no supieron librarse. De todos modos, reproduzco la palabra final de Susana Wald sobre este tema: “Creo que a Jaguer no le gustaron mis imágenes no porque entendiera que trataban de problemas de lo femenino, sino porque no entendía esos problemas. Yo en esa época no tenía ninguna sensación de que lo mío fuera feminista. Eso vino mucho más tarde.”
En la serie “La Mujer de…” se puede encontrar el humor más refinado, no solamente en la obra de Susana Wald, pero en la lectura del arquetipo femenino destacadamente en las sociedades contemporáneas. La mujer presente en la mitología, con sus diferenciaciones de personalidad, sus impulsos, afectos, aspectos intelectuales y morales, ahora los tienen embrutecidos por la configuración subyugadora de su pareja ideal. No hay más la Magna Mater, no hay más Helena o Eva, sino la mujer de. Además, el alto voltaje estético de esa pintura atestigua percepción y sensibilidad de esta mujer que no es propiamente feminista, sino femenina, dotada de una mezcla de clarividencia, sensualidad y visión crítica del mundo que permiten llegar a una serie como esta que es la urdidura o marinar de símbolos que son el retrato más perfecto de nuestra realidad. La resultante no podría ser otra que un manjar salpicado de humor.
En la pintura de Susana Wald el cuerpo es el elemento visible central. La materialidad del cuerpo, su expresión clásica, el cuidado con las formas, el conocimiento de sus ángulos, sus trazos físicos… No hay abstracción en su pintura y el paisaje es parte de la composición de un ambiente en que el cuerpo, la figura, es su esencia. En la serie de los huevos, que destacamos en este libro, el paisajismo es el escenario de actuación del carácter figurativo sugestivo del huevo. Igual que el paisaje o la abstracción, el cuerpo es un relato. No importa en qué tiempo, relato de la memoria o del deseo, de lo real o soñado, vivido o imaginado. Cuando el cine y la novela destacan en su abertura que están basados en hechos reales es como falsear la realidad del hecho artístico. La imaginación, el sueño, el deseo, son partes expresivas y decisivas de la existencia humana, y la realidad sería otra sin la presencia de tales elementos. No solamente el arte, pero igual la ciencia y la religión, lo mismo que todos los mecanismos de manipulación de la existencia, están basados en la realidad de esos elementos. Cuando el arte se aleja de esa comprensión lo que resulta es el tipo más despreciable de decoración.
Cuando Susana Wald empieza a trabajar en colaboración con Ludwig Zeller —y aquí la palabra-llave encontrada inicialmente (espejismos) es emblemática de la relación— es como acoplar la fantástica realidad de dos planetas, casi diría en distintos sistemas. Pareja entrañable desde sus orígenes, había el amor, la pasión, el diapasón tomado por muchas fuerzas, pero cuando miramos el resultado de este encuentro estético es como comprender que el sueño corpóreo de uno estaba listo para mezclarse al cuerpo onírico del otro. Y fue lo que hicieron: Susana Wald ha dado más vigilia al collage de Ludwig Zeller, así como su collage ha dado más sueño a la pintura de ella. El libro Mirages, que hicieron juntos, es pura ciencia-ficción. Doble milagro: la carnalidad de la obra y la afinación. La obra en colaboración no es un contrato. Hay ambientes sociales que no permiten esa búsqueda de afinidades entre creadores. Es mejor que impere el ego y los artistas sean como dioses incomunicables entre ellos mismos. Por eso todo el palco, el sistema de gloria individual en que se ha convertido el ambiente artístico hace mucho. Susana Wald y Ludwig Zeller llamaron la atención por dos cosas muy curiosas: que el surrealismo estaba tomado de falsas liberaciones morales y que es posible crecer en la diferencia. Cuando miro una obra como “Ojo de dios volando sobre las llanuras de Saskatchewan”, de 1979, yo me siento feliz de comprobar que el arte puede hacer real el sueño de muchas cosas en la vida.
Pero nada que uno pueda decir de esa relación se acerca de la lectura entrañable de una confesión de la misma Susana Wald:

Siento que la relación que existe entre Ludwig Zeller y Susana Wald es una simbiosis. Hay veces que él provee lo onírico, en otras soy yo. Hay veces que yo proveo un entorno y él provee una realidad. (Eso de la realidad es por lo demás difícil de definir, creo que los humanos estamos tratando de intentar esa definición hace milenios). 
En una simbiosis creo que una parte asiste a la otra y viceversa. En todo caso nuestra relación es de tipo simbiótico y es muy compleja, además de que tiene facetas cambiantes al paso de los años. 
Zeller es poeta neto. Yo entiendo de poesía y entiendo lo poético. 
Zeller es también un profundo conocedor del mundo de las imágenes visuales y yo soy persona de la que surge lo interior en imágenes visuales. 
Zeller aporta el aire al fuego que hay en mí. Es por eso que se dan los incendios. Yo aporto a Zeller la humedad que necesita para apagar la sed en la que viven los que viven de aire. 
Ambos tendemos hacia la aventura de lo interior, a la búsqueda de nuevos horizontes adonde nos impulsa la misma fuerza superior a nosotros, esa fuerza que C. G. Jung llama el inconsciente colectivo.

La publicación reciente de un libro como Les ultrameubles de la passion (2010) es la ambientación de dibujos como los presentados en Mirages (1983), pues están fechados de 1980/81. Ahí están los espectros de su diálogo con el plan onírico de Zeller, el ropaje de sueños en que las formas se hacen como listas a cambios moleculares, el grado en que los muebles buscan adaptarse a la dinámica erótica de los cuerpos. Lo que importa aquí es decir que los dos artistas cruzaron el puente de la magia, que son un ejemplo magnífico de que la donación es parte decisiva de la relación entre el arte y la vida. La donación en su sentido de comprensión del otro, pero sin olvidarse del ambiente estético, porque no estamos aquí tratando de los trucos sociológicos. La obra de un artista es su visión particular del mundo, libre de fechas, condiciones políticas o morales, es como decir al mundo que las cosas están en tal estado que necesitan cuidado. Pero este sentido del arte se fue. El descubrimiento de que la mentira puede ser el mejor vehículo de dominio de la realidad, ha creado un mundo de farsa en que el arte aún no ha siquiera presentido su parcela de responsabilidad. Cómo debe actuar un artista en nuestro tiempo sigue siendo la incógnita. Mientras tanto, que de algo nos sirva la vida y la obra de Susana Wald.



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