La objetualidad tiene siempre una respuesta para todo. De hecho la ciencia procura
que las respuestas estén al alcance de la mano por medio de la tecnología. Así es
como llegamos a escuchar la música en un aparato de sonido, vemos mediante un aparato
de imágenes, degustamos a través de un aparato de sabores y amamos maquinadamente.
La realidad de los objetos, de ese polo oscuro de la vida que son objetos, nos impone
una condición de esclavos objetivos. Y en esa tiniebla, nos brota la insatisfacción:
deseamos más (incluso más objetos), cosas que la vida externa no puede darnos ni
ofrecernos. En esa atmósfera de insatisfacciones, buscamos soñar, poseer a voluntad
los objetos, los cuerpos, en el sueño. André Bretón ha sintetizado el sentir de
la modernidad, extendido ahora hasta la denominada postmodernidad: "El hombre,
soñador sin remedio, al sentirse cada día más descontento de su sino, examina con
dolor los objetos". Es entonces cuando voltea al paraíso perdido de la infancia,
tierra sin compromisos ni deberes, esplendor de la facilidad y meollo del psicoanálisis.
Rilke le recomendaba al joven Kappus que recurriera a su infancia para abastecerse
de poesía. Huidobro señala igualmente ese reino aislado, esa tierra robinsoniana
"sin leyes ni abdicación ni compromiso". Mas la infancia, como todo lo
del tiempo, no dura. Bretón atisba el camino: "Aquella imaginación que no reconocía
límite alguno, ya no puede ejercerse sino dentro de los límites fijados por las
leyes de un utilitarismo convencional; la imaginación no puede cumplir mucho tiempo
esta función subordinada, y cuando alcanza aproximadamente la edad de veinte años
prefiere, por lo general, abandonar al hombre a su destino de tinieblas".
Los locos, "víctimas de su imaginación", dejan
de andar sueltos por la vida. Sin embargo la locura, como imperio de la inutilidad
de la imagen, no es apta para la poesía. Los locos no introducen la imaginación
en la realidad: viven una realidad imaginaria, y por tanto ajena, enajenada. Pero
la poesía, en tanto instauración del orden imaginario en los terrenos de lo objetual,
es una tarea revolucionaria de regeneración de lo que el utilitarismo empirista
ha echado a perder. La poesía se emparenta con la locura; o mejor dicho utiliza
el recurso de la locura, el razonamiento de los locos, para lograr su objetivo disgregador
de una materialidad fétida. Pero el poeta no es un enajenado, aunque muy bien puede
ser un loco. Sobre todo un loco en el sentido que Bretón apunta: en que hace poco
caso de las reconvenciones de la sociedad. La locura del poeta, como la del visionario,
como la de Colón, descubre un continente en compañía de una parranda de locos, pero
con "frutos reales y duraderos".
Por otra parte, asistimos al realismo. El espectáculo
que nos ofrece el realismo es deplorable: como si no fuese suficiente con la presencia
del objeto, de suyo aplastadora del ánimo, el realismo quiere que el objeto también
impere en el arte. Platón sería ayudado por muchos espíritus nobles para expulsar
a los realistas de la república ideal. Incluso alguno propondría vigilar la entrada
con una espada de fuego, ingenioso mecanismo por el cual se quemaría toda obra poética
que pretendiera duplicar la feroz indiferencia de los objetos. Bretón tuvo la fortuna
de no sobrevivir hasta los días de la novela histórica, que se solaza no sólo con
su triste figura de ser creíble, sino que cifra sus fechas y datos, teniendo como
un dechado de arte el haber recurrido "directamente a los archivos y fuentes
originales". La novela histórica tiene el encanto de la mascarilla fúnebre.
Pero la poesía ocupada de los objetos, esa que "se alimenta incesantemente
de las noticias periodísticas", es, sin duda, realista. El autor de catálogo,
el que suma las descripciones sin que acontezca cosa alguna, es, sin duda, realista.
Bretón ataca esas "superposiciones de imágenes de catálogo". El remedio
para el utilitarismo y el realismo es el silencio. Curioso es que en ello coincidan
con el maestro Eckhart. Bretón propina esta frase: "Quiero que la gente se
calle tan pronto deje de sentir".
El problema fundamental en el proceder poético consiste
en que ya tenemos mucho pasto en el cerebro: hay paja de todo tipo, cosas conocidas
que se acumulan como los trebejos en el desván del cuerpo. Y cada nuevo conocimiento
se anuda a los demás en terrible cadena hasta que nuestra experiencia presente,
incluso una experiencia de placer real, se convierte en una figuración de experiencias
previas. Todo está enlazado en la tragedia de lo que ya sabemos, de lo-ya-conocido.
Es que "la insoportable manía de equiparar lo desconocido a lo conocido, a
lo clasificable, domina los cerebros".
Una parte crucial es el hecho de que los objetos, y
con ello los objetos experimentados en tanto que ya
son experimentados, detienen la primicidad de la experiencia imaginaria,
o al menos imaginativa. "El solo hecho de que un acto sea glosado determina
que, en cierto modo, ese acto deje de producirse". El referente nulifica la
fuerza poética. Y como una sociedad fincada en la ciencia requiere imponer su lógica
sobre todas las conciencias, "se ha llegado a proscribir todos aquellos modos
de investigación que no se conformen a los usos imperantes".
El modo privilegiado de la investigación poética es,
según Bretón, el sueño. La tercera parte de la vida, al menos, está poblada de sueño.
Mas al despertar se cree que el mundo objetual tiene valor, por lo que el sueño
"al igual que la noche, se considera irrelevante". Invirtiendo la perspectiva
común, el sueño es continuo y la vigilia resulta ser una "interferencia"
del estado normal, es decir del estado de sueño. El sueño, a diferencia de la vigilia,
es satisfactorio. Lo que angustia al envuelto en pesadillas es la relación que
él cree que su sueño guarda con la vigilia: considera que es preciso despertar para
interrumpir el sueño. Y en efecto, al despertar, eso es lo que hace. Sin embargo,
no se puede negar que, como interferencia o como sea, la objetualidad también está
poblando el universo. No se trata, al igual que en el caso ya mencionado de la locura,
de vivir solamente sueños. No es la poesía la locura ni tampoco es el sueño; si
así fuera, cualquier hijo de vecina enloquecido o soñando sería poeta. Prueba en
contrario es que no lo son. La poesía, pues, no es la locura sino la irrupción de
elementos de locura en una realidad avasallada a los objetos. La poesía, de modo
semejante, no es el sueño sino la irrupción del sueño en la trivialidad de la vigilia.
La locura y el sueño son los factores de lo maravilloso, de lo que no es vigilia
utilitaria. Al decir de Bretón, "solamente lo maravilloso es bello". La
existencia de una objetualidad y de una, digámosle así, oniricidad, conforman una realidad más
amplia que cualquiera de ellas por separado. Esa vastedad es la suprarrealidad o
surrealidad, mezcla, amplitud y tolerancia de los sectores opuestos de la parcialidad.
Los locos y los soñadores no son poetas, pero los poetas
usan del sueño y la locura para su vida poética. ¿Por qué es así? Ciertamente porque
ni los locos ni los que sueñan acceden a la expresión de su maravillamiento a voluntad,
por su solo deseo. Y este elemento es el central: el deseo, la manera decidida de
hacer de las maravillas una presencia entre la objetualidad, o dicho de otro modo,
la violentación del orden de la cordura y la vigilia por el deseo maravilloso. No
se refiere a una burda eroticidad desbocada, que ya bastante comprometida está con
el mundo de los objetos, con el comercio y la propaganda materialista. El deseo
maravilloso se acerca más al Fiat,
al "hágase tu voluntad", a la potencia de la creación implantando un mundo
maravilloso en las tierras baldías de un mundo denominado eufemísticamente "real".
La relación de la vida y la poesía en términos del surrealismo
es encomiable. Desnos, quien es al parecer de Bretón el más surrealista de todos,
"lee en sí mismo como en un libro abierto, y no se preocupa por retener las
hojas que el viento de su vida se lleva". Pero Desnos, como oralista o poeta
bucal, no deja rastros de una poesía escrita. Está en el mismo plano que Pitágoras
o Sócrates ante sus discípulos: yo hablo de los mundos ideales en los que habito,
vosotros escribid itinerarios para que un día vengan a visitar el prado supraceleste
los afortunados adheridos a vuestras misteriosas páginas. Desnos discurre poesía,
o mejor aún dice los poemas en su estatuto aéreo, en el puro viento efímero que
rechaza todo legado a una posteridad tanto más estúpida cuanto más sólidamente real.
La poesía se vive. Y se vive en el deseo, que es la transición de una irrealidad
dentro de una realidad. O si se prefiere, de una realidad mayor en una menor, por
lo que la presión ejercida sobre esta última acaba por hacerla fracturar. Caber
lo mayor en lo menor, el arte del surrealismo.
Cuando Bretón, tras haber preparado a su lector, llama
a cuentas un texto denominado Secretos
del arte mágico del surrealismo, aconseja prescindir del genio y talento propios
"y del genio y talento de los demás". Ese arte mágico tiene remedios para
no aburrirse en sociedad, hacer discursos, escribir falsas novelas, tener éxito
con una mujer ocasional y finalmente contra la muerte. Algunas cosas que se pueden
hacer son: dar respuestas marginales, trasladar la ausencia de razón a la razón,
mirar lo otro, sentirse dominado por una relación imperceptible entre las cosas
divergentes.
Concluyamos que el surrealismo deja campo ancho a la
poesía al señalar lo irrazonable de la razón, aunque otros como Reverdy propongan
instaurar la razón de lo no razonable. Para Bretón, hay materia suficiente en el
deseo, el sueño y la locura para un poema. Con ello se "revive exaltadamente
la mejor parte de su infancia [del espíritu]". Conforme la realidad se muestra
en su belleza, está en un estado maravillante. Cuando la falta de objetualidad es
maravillante o cuando un objeto determinado se asocia a elementos no objetuales
pero igualmente maravillantes, se tiene casi un poema. Cada cual aduce sus maneras:
"Vivir y dejar de vivir son soluciones imaginarias. La existencia está en otra
parte".
Benjamin Valdivia (Aguascalientes, México, 1960). Doutor em Filosofia e
Educação. Trabalhou em universidades no Canadá, Estados Unidos, Espanha e México.
É membro correspondente da Academia Mexicana da Língua. Publicou poesia, novela,
conto, teatro, ensaio e traduções por diversas editoras no México e em outros países.
Contato: b_valdivia@hotmail.com.
Nenhum comentário:
Postar um comentário