La fascinación de los surrealistas por el arte y los mitos americanos se
encuentra documentada en todos los libros que tratan sobre ese movimiento.
México en particular fue un país de elección, tanto por su cultura aborigen
como por la riqueza de sus artes populares. El humor mexicano –el humor
negro exaltado por André Breton como una de las fuentes del surrealismo se
encuentra vivo en sus mejores manifestaciones artísticas. Baste con citar el
nombre de José Guadalupe Posada para no tener que insistir más sobre el tema.
De ahí entonces que los poetas y artistas que siguieron las pautas del autor
de Nadja, se fijaran en ese país como un sito que ya había sido
soñado tanto por el Aduanero Rousseau como por Rimbaud y Apollinaire.
En 1936 Antonin Artaud va en busca de los
poderes perdidos pero aún latentes, en el país de los Taraumaras, no sin antes
dar una serie de conferencias en Ciudad México. A raíz de la Segunda Guerra
Mundial numerosos surrealistas fueron a carenar a la capital azteca,
siguiéndoles los pasos a los republicanos españoles que encontraron acogida por
el gobierno de ese país. De esa manera Benjamín Péret, Remedios Varo, Leonora
Carrington, Luis Buñuel, Wolfgang Paalen, Alice Rahon, y Esteban Francés
encontraron refugio y a la vez renovadoras fuentes de inspiración poética. Pero
antes en 1938, le había tocado a André Breton hacer su peregrinaje a las
tierras surcadas por culturas ancestrales y más tarde por una revolución
social de profundos alcances, aunque eventualmente frustrada.
La visita de Breton y su esposa Jacqueline a
México se prolongó desde su llegada a Veracruz el 18 de abril de 1938 y su
partida por ese mismo puerto el 1 de agosto de ese año. Los pormenores de la
estancia del poeta en ese país le brindaron a Fabienne Bradu la oportunidad
para escribir su libro. Otros dos: uno dedicado a Benjamín Péret y el otro a
Antonin Artaud, publicados con fechas anteriores, comenzaron una trilogía que
arroja luz sobre la presencia de estos poetas dentro de un contexto político y
cultural que no siempre les fue favorable. En el caso particular que nos ocupa,
el de André Breton estuvo lleno de incidentes.
Breton va a México con dos propósitos
principales en mente: el de entrar en contacto con un país que poseía para él
todos los ingredientes de lo maravilloso, y el de conocer a León Trotsky que se
encontraba asilado, víctima de la feroz persecución que Stalin desató contra él
y que terminara con su asesinato. Fabienne Bradu va relatando minuciosamente, y
con acopio de datos, todos los contratiempos que Breton sufriera durante su
visita, promovidos en gran medida, por la consigna de los comunistas de
sabotear sus comparecencias en distintas instituciones culturales. La escritora
no escatima citas periodísticas para ilustrar la furia y los malos entendidos a
los que fue objeto el poeta francés. A pesar de ello, también subraya el
recibimiento positivo que gozara por parte de algunos intelectuales y políticos
mexicanos entre ellos el de Diego Rivera, Luis Cardozo y Aragón, Carlos
Pellicer, Salvador Novo, Manuel Alvarez Bravo y Xavier Villaurrutia entre los
más notables. Uno de los episodios que más revuelo causó: la presentación
del Perro Andaluz de Buñuel y Dalí, es relatado por la autora
como ejemplo de la incomprensión y mala fe que prevaleció entre los intelectuales
de tendencia estalinista, y otros que simplemente no entendían nada del arte de
vanguardia.
Los relatos que hace la autora de los encuentros
entre Trotski y Breton, que han dado motivos a tantas especulaciones, son
esclarecedores de las distancias y acercamientos entre ambos. Era imposible
dada la tendencia de Breton de “dejar una ventana abierta hacia el más allá”
como Trostski le amonestara, que ambos llegaran a un acuerdo absoluto. A pesar
de ello la conducta del creador del ejército rojo y la del surrealismo se
mantuvo dentro de un nivel de mutuo respeto. Ese respeto y la necesidad de
encarar los retos que tanto el estalinismo como el fascismo y el nazismo
presentaban en su momento, los llevó a redactar un manifiesto Por un
arte revolucionario independiente donde se defendía la absoluta
libertad del artista para crear sin las coacciones de los poderes establecidos.
Ese manifiesto quedó como un ejemplo de la historia intelectual de una época
convulsa y a punto de ser engullida en otra guerra mundial.
El libro de Fabienne Bradu representa una labor
investigativa de importancia para la historia intelectual de esa época y del
surrealismo en particular. En el mismo se reproducen textos de conferencias que
Breton dictara en diversas instituciones y que no son fáciles de encontrar.
Todo esto y mucho más convierte a André Breton en México (Fondo
de Cultura Económica, Colección “Vida y Pensamiento de México”, 2012) en un
libro de lectura aconsejable.
Carlos
M. Luis (Cuba, 1932-2013). Poeta, ensayista y artista
plástico. Ha dirigido en su país al Museo Cubano. Son libros suyos de
ensayo: Tránsito de la mirada (1991) y El oficio de la
mirada (1998). Esta reseña fue originalmente publicada en El
Nuevo Herald, “Artes y Letras”. Miami, 13/10/2012..
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