Artaud solía decir que el surrealismo no había sido para él más que una
especie de magia. Así, señalaba la caída del surrealismo como sistema o
revolución al mismo tiempo que insistía en la legitimidad de la aventura
surrealista, en el valor de la investigación y el resplandor de la poesía
surrealista. Si el surrealismo sobrevive la capitulación en el campo de la
política de algunos de sus más destacados representantes, es sin duda alguna en
virtud del tremendo impacto de su presencia renovadora en los medios europeos,
al establecer “la poesía como acción mágica, como mito y como medio de
conocimiento” (Juan-Eduardo Cirlot, Introducción al Surrealismo,
Madrid, 1953). Es, pues, a partir del surrealismo que la poesía adquiere
dimensiones de misterio que sobrepasan fácilmente los límites del simbolismo,
en tanto que la relación entre el hombre y la realidad es sometida a examen
minucioso y replanteada en sus verdaderos términos creando así un nuevo mundo
poético que, mal que pese a Breton, encuentra su propia expresión en lo formal
con sólo seguir el rastro, y las señales visibles que van quedando en el
camino, de los miembros más prominentes del movimiento a través de sus
escritos. En efecto, la obra de Breton, Tzara, Soupault, Péret, Aragon, Desnos,
Artaud, Eluard crea, mal que pese a los teóricos del movimiento, un modo de
expresión poética, una poética surrealista. Después de todo, no importa que el
surrealismo se haya prostituido escandalosamente al situarse ideológicamente al
servicio de la revolución; esto significa apenas que el papel histórico que el
surrealismo desempeñará no será, ni con mucho, el de medio o vehículo para
cambiar la vida o transformar el mundo, como soñaron algunos, sino, por el
contrario, que el surrealismo será reconocido a la larga como visión original
del mundo, como aventura del espíritu que se realiza plenamente y culmina en el
reino de la poesía, como experiencia única del hombre ante el proceso cargado
de misterios de la creación artística, como hazaña individual capaz de instalar
al hombre en el umbral mismo de lo maravilloso a través de la experiencia
insólita suscitada por la palabra en el contexto singular del poema.
No sólo en
Europa renace la poesía por medio del surrealismo. También en América se
observa cómo la expresión poética se renueva en la obra de César Moro, Rosamel
del Valle, Humberto Díaz Casanueva, Jorge Cáceres, Emilio Adolfo Westphalen,
Enrique Molina. No cabe duda que el surrealismo es la presencia dominante en la
nueva poesía americana. De Enrique Gómez-Correa a Marco Antonio Montes de Oca,
de Orlando Vallejo a José Carlos Becerra, de Octavio Paz a José A. Baragaño el
rostro de la poesía va adquiriendo rasgos más y más definidos dentro del ámbito
surrealista. Aldo Pellegrini (Antología
de la poesía viva latinoamericana, Barcelona, 1966) escribe:
“El surrealismo ofrece a los nuevos poetas el privilegio de una deslumbradora
libertad de expresión, el incentivo de la imagen insólita, y su permanente
carácter experimental.” Así es que la poética surrealista, a pesar de Breton,
queda establecida definitivamente, poética que no hubiera nacido sino a través
de la revolución tremenda del espíritu creador que el surrealismo representara
en sus comienzos, cuando quería ser visión del mundo más qué modo de expresión,
pero que luego trasciende su razón de ser para quedar como elemento original
del poema, como palabra cifrada, como clave esotérica, como escritura memorable
de lo maravilloso.
Breton mismo,
en su obra, confirma la evolución del surrealismo de sistema de vida o teoría
del mundo a modo de expresión poética y medio de investigación de la realidad a
través de la tarea creadora. A medida que escribe, así que pasan los años y el
oficio de poeta se le impone más íntimamente hasta llegar a identificarse con
él de manera casi total, se observa con claridad cómo el poeta le va ganando la
partida al reformador, cómo el visionario político —o social, que es lo mismo—
va cediendo sitio al vidente que escribe poemas; cómo, en fin, el redactor de
manifiestos, autor de artículos, exégeta del movimiento surrealista devenido
orador o conferencista, le abre paso al poeta, al investigador meticuloso de la
realidad poética a través de la palabra, esto es, del poema. He aquí que
Enrique Molina, acaso el más importante poeta latinoamericano, ha seleccionado
y traducido magistralmente algunos poemas de Breton (André Breton,Antología Poética, Ediciones
del Mediodía, Buenos Aires, 1969) que ilustran bellamente el proceso de su
poesía, de las enumeraciones mágicas de La unión libre:
Mi mujer con cabellera
de incendio de bosque
Con
pensamientos de relámpagos de color
Con talle de
reloj de arena
Mi mujer con
talle de nutria entre los dientes del tigre
A través de
los poemas memorables de El revólver de
cabellos blancos, a la poesía fundamental de Pleno margen:
Yo no soy
para los adeptos
Jamás habité
en el lugar llamado El Criadero de las Ranas
La lámpara de
mi corazón echa a andar y enseguida le da hipo la proximidad de los atrios
Siempre he
sido atraído por aquello que no se precavía
Un árbol elegido
por la tempestad
El barco de
fulgores conducido por un grumete
El edificio
con sólo la mirada fija del lagarto y mil vegetaciones
Ahí está el
Breton más importante, ahí está lo esencial de la poesía del creador de Nadja,
capitán del surrealismo y cazador incesante de mitos que, al acometer la poesía
furiosamente para destruir sus fronteras y establecer el caos, termina
paradójicamente por enunciar y edificar un modo de expresión y una poética
surrealista que sobreviven en las zonas más ricas de la poesía contemporánea.
Creo que el
misterio de la creación poética, el proceso que sitúa el oficio de poeta por
encima del empeño revolucionario, se hace más visible aún en la obra de Tzara.
De los Veinticinco poemas (1918) a El
fruto permitido (1956)
se extiende toda una vida de poeta que se debate penosamente entre el llamado
de la rebeldía y el hechizo del orden, entre la vocación política descaminada y
la misión esencial del que escribe poesía. Nada más apropiado que una antología
de sus poemas (Tristán Tzara, Poemas, traducción, selección
y prólogo de Fernando Millán, Alberto Corazón, Editor, Madrid, 1969) para
observar cómo la poesía se hace cada vez más trascendente, cómo la tarea del
poeta anula los sueños del anarquista de los días de Dadá, cómo se afina el
instrumento poético hasta llegar a ofrecer líneas memorables por su candidez,
como:
vamos siempre
más lejos hacia atrás
en Zurich en
la bruma de la adolescencia
me veo nacer
en la luz de huevo
oh mis
jóvenes años
la guerra
hacía proezas la carretera volvía en redondo
yo daba
vueltas salvaje disco sin canción
alrededor de
mí la vida daba vueltas batiendo el ala
era yo león
en jaula o gorrión de los bosques
( En alta
llama, 1955)
He aquí,
pues, que el poeta ofrece su testimonio como un inocente que reflexiona sobre
los actos de su vida. Ya puede examinar su pasado en perspectiva. Más tarde,
sin embargo, recuerda que la poesía también es misterio y que la palabra sirve
para evocar la magia de los sueños:
una lengua
olvidada se agarrado a la pendiente de tu recuerdo
llevando una
larga cola detrás de ella
nada está
inmóvil nada nos sorprende
ni la amistad
de la memoria ni el dulzor del olvido
( El fruto permitido, 1956)
Así Breton
como Tzara empiezan a escribir poesía como si quisieran destruirla. Se
entretienen absurdamente en la aventura política, en un ámbito en que la
creación poética se hace imposible al no existir la libertad individual. Pero,
al fin y al cabo, se salvan en virtud de lo que aparentemente más detestaban,
esto es, el arte de escribir poemas que tan bien conocían, el modo de expresión
poética que inauguraron y que les sobrevivirá eternamente.
Union City,
New Jersey, verano de 1970.
Antología Poética. André Breton. Traducción y selección de Enrique Molina. Ediciones del Mediodía. Buenos Aires, 1969.
Poemas. Tristan
Tzara. Traducción, selección y prólogo de Fernando Millán. Alberto Corazón,
Editor. Madrid, 1969.
Vicente Jiménez (Cuba, 1936). Ensayista. Reside en Miami Beach, Florida. Tiene en preparación
el libro Las claves
prometidas: proyección del surrealismo en la poesía cubana contemporánea. Esta reseña fue publicada
originalmente en la revista Alacrán Azul , Año 1, No. 2, Miami, 1971. Página
ilustrada com obras de Francis Picabia (França, 1879-1953).
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