Susana
Wald, nacida en Budapest, Hungría, apátrida tras escapar --terminada la Segunda
Guerra Mundial-- del régimen comunista al lado de sus padres, hija adoptiva de
Buenos Aires y luego de Santiago de Chile y otra vez desterrada, esta vez por
voluntad propia a Toronto, Canadá, ante la llegada del comunismo al poder en
ese país sudamericano, vive desde hace más de 20 años en Oaxaca, México.
En octubre del 2014 tuve la oportunidad de conocerla y ver de
cerca algunas de sus principales obras, pertenecientes a las muy diversas
etapas de su trayectoria artística. Pude así fortalecer mi creencia de que, tras
la partida de Leonora Carrington en el 2011, Susana Wald queda como la surrealista
viva más importante, aunque insuficientemente conocida.
Al familiarizarme con algunos de los más dramáticos pasajes
de su existencia, incluida la niñez durante la invasión de Hungría por los
alemanes, los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y la persecución de los
judíos, le pregunté si le interesaba que escribiera su biografía, con la intención
de difundir por el mundo los pasajes de su conmovedora y admirable vida, así
como la búsqueda interior a través de su obra artística.
Luego de cinco meses de entrevistas, finalmente me puse a
escribir el libro titulado: “EL PUENTE del Danubio a Monte Albán”, que
esperamos se publique como parte de las celebraciones de sus ochenta años de
vida en diciembre del 2017.
Seis semanas después de la última entrevista, la pintora me
escribió para anunciarme que viajaría a San Miguel de Allende en México, para
asistir a la inauguración de ”Ciclos”, en la galería Noel Cayetano, una
exposición del Colectivo Arte Guenda, grupo de mujeres artistas al que pertenece
Wald.
Según pude apreciar en las tres piezas que hasta entonces
desconocía, la pintora conjunta gran parte de su esencia pictórica, como si
estuviera cerrando pequeños círculos dentro del gran círculo de su larga trayectoria
artística, aunando elementos que aparecen y reaparecen en su trabajo total,
tales como la dualidad femenina; el erotismo; las espirales; el agua y su rico
colorido donde casi nunca faltan el rojo predominante, el verde, azul y
amarillo, conviviendo en una turbulencia armónica, no siempre del agrado de
quienes no conocen su trayectoria, su filosofía y su manera de vivir y entender
el surrealismo, que al paso de los tiempos se ha ido distanciando de los
clásicos, como corresponde a todo buen explorador e investigador.
La obra de Susana Wald es incómoda, especialmente para los hombres,
ya que en sus pinceles siempre está presente la mujer que defiende estoicamente
lo femenino y la igualdad ante un mundo dictado por los varones. Pero su obra
también es perturbadora para las mujeres que se conforman con habitar abnegadamente,
sin quejas ni cambios, ese mundo masculino.
El trabajo artístico de Wald es congruente con su actitud en
la vida. Presume orgullosa de nunca haberse “vendido” ni hacer concesiones en
lo que considera esencial, ni siquiera en los momentos más difíciles, cuando
tuvo que emigrar una y otra vez acosada por el destino, o cuando pasó hambres
para que sus hijos comieran, condición que finalmente la llevaría a encontrarse
con ella misma, en la frialdad climatológica y el pragmatismo social de Canadá,
siempre fiel a sus creencias y al amor que profesa a su maestro y compañero, el
también surrealista, poeta y collagista chileno, Ludwig Zeller.
Es importante aclarar que esa fidelidad debe entenderse no
como un valor moral esclavo y juez del bien y el mal, sino como una
perseverancia afectiva de sus sentimientos, creencias, necesidades artísticas y
vitales, que encontraron enmarcamiento en un surrealismo vívido y vivido con
entrega absoluta a partir de su encuentro con Zeller, aunque ya desde antes y
sin saberlo lo profesara y que se evidencia en la obra total de la artista,
desde sus tempranos trabajos en cerámica, una vez que superó la influencia en
boga del cubismo dictador de aquella época.
Se entiende entonces que quienes se detuvieron a ver los
últimos tres trabajos de Wald en la galería de San Miguel y que no conocían la
trayectoria de la pintora, no hayan detectado en sus espirales la energía
interior de la artista, la que envuelve a los personajes dando paso al discurso
del subconsciente.
Ciertamente, cada subconsciente encierra sus propios
misterios y sería absurdo afirmar que el trabajo interior de Wald es un espejo
de toda la humanidad, pero sí es un buen ejemplo de cómo encontrar a través del
arte y la creación, una ruta para que el espectador pueda dialogar con su universo
interior.
Conociendo la trayectoria pictórica de Wald, el espectador
podrá tener preferencia por alguna de sus etapas, como también sucede con
Picasso: Hay quienes prefieren la época Azul, la Rosa, la Negra, la Tauromaquia
o tal vez el Cubismo.
He aquí algunas de las etapas de la pintora:
EL SURREALISMO CLÁSICO | La serie a la que pertenece el cuadro “Ceremonias oníricas”
en colores suaves, junto con la titulada “Mirages” o
Espejismos, realizadas ambas en colaboración con Zeller, en mi opinión
conforman su parte más cercana al surrealismo clásico, como el de Dalí, por
mencionar un ejemplo, aunque nada tenga que ver con el “Divino” catalán.
En los Mirages, firmados en colaboración WZ (Wald-Zeller) se
puede ver con claridad la imaginación de su maestro. La pintora amplía los
horizontes y las posibilidades de su compañero, al pintar con exactitud lo que
el poeta y collagista ve en sueños y en vigilia. Con ella, Zeller rompe la
barrera que lo limita a recortar los grabados para componer sus collages y abre
las alas de la imaginación, al enriquecerse con la habilidad técnica y creativa
de la pintora. Así, juntos alcanzan en colaboración, la libertad más sublime
con sus creaciones.
Por otra parte, la serie a la que pertenece “Ceremonias oníricas”,
también la realizó en colaboración con Zeller y es el puente desde el que Wald
se lanza a volar, abriendo sus grandes alas. A partir de entonces muestra una
voz propia y mayor libertad en los trazos. Su mensaje surrealista se vuelve mucho
más personal: Un ángel está a punto de clavar al vuelo una larguísima vara
picuda en el estómago de un hombre semidesnudo, que espera el sacrificio ante
la presencia de dos mujeres, una desnuda y la otra vestida hasta la cabeza,
ésta última sujeta un gran ojo, mientras que la desnuda colabora en el rito
extraño, estirando su mano izquierda de donde emana un humo marrón que podría
ser perfumado. Un pez de entrañas mecánicas adorna misteriosamente un muro roto
que separa a los personajes de un desierto pedregoso, ante un cielo azul tenue
de testigo. Para realizar el rito, las mujeres sacerdotisas se sirven de
extrañas herramientas mecánicas muy del estilo de los collages de Zeller. Una
hoja de papel tirada en el suelo con la inscripción ZW 81, da un giro al orden
de las firmas y corrobora la colaboración y complicidad de la pareja en la
obra.
EL EROTISMO | En lo particular siento especial atracción por la pintura
erótica de Wald, debido a su manera tan personal, humorística, atrevida e
incluso explícita de abordar el tema sexual, como es el caso de “La cabina de
ejercicios espirituales” y “Teoría del conocimiento” entre otros, en los que el
colorido que utiliza es distinto a la mayor parte de su obra, digamos que más
onírico, más clásico y también más fresco. En esas piezas tempranas el rojo aún
no existe, al igual que en las obras de colaboración con Zeller.
Los tonos de su erotismo temprano desconocen aún el poder de
la combinación de colores por descubrir y los viste de pasteles, de tonos
suaves y opacos, todavía oníricos y, aunque esta serie ya no se dio en
colaboración con su compañero entrañable, Wald reconoce que esa obra erótica la
hizo por insistencia de Zeller.
Sin embargo, hay una segunda fase erótica ataviada con mayor
colorido y que me cautivó desde la visita inicial que hice a la pintora. Cuando
vi el cuadro titulado, “El secreto de las hermanas”, sentí que algo se movió
dentro de mí. Me pareció como si yo fuera uno de los tres personajes y todos a
la vez.
Percibí el llamado de la sensualidad desde el primer
momento. Los rostros de los personajes pueden parecer técnicamente estirados y
sin expresión, pero si se miran con detenimiento, transmiten al ojo atento una
invitación a la sensualidad, no necesariamente al sexo. Dicho de otra manera,
es algo así como un retrato inquietante de la sensualidad del subconsciente.
La insistencia de su compañero y cómplice para que siguiera
explorando el erotismo, sirvió para que encontrara el rojo característico de su
evolución, como en la “Joya invisible”, donde ese rojo resalta la profundidad
sexual de una mujer desnuda frente a un espejo y ante un hombre muy parecido a
Zeller.
LA MUJER DE… | En su exitosa serie “La mujer de…”, surge una vez más el
desasosiego de la pintora que ve en las mujeres a seres convertidos en objetos
de uso exclusivo, mimetizadas en el oficio de su amo, con el sexo al aire y
cuerpo de mueble para ser usadas como sillas, objetos de trabajo o instrumentos
sexuales.
Encontramos en esa serie exhibida en la XLII Bienal de
Venecia en 1986, su queja despiadada y sarcástica denunciando el rol que juegan
las señoras, por ejemplo en “La mujer del albañil”, un torso femenino con el
pecho desnudo y los brazos cruzados con estructura de mueble, tal vez de madera,
que sirve para sostener herramientas de construcción. En lugar de cabeza tiene
una gran vagina enmarcada sobre la pared.
Otro ejemplo, “La mujer fiel”, una silla con respaldo de
espinazo femenino y asiento de nalgas redondeadas con el sexo vuelto hacia
abajo, silencioso y siempre listo para ser
usado sin aviso previo.
Esa crítica severa al “uso” de las mujeres por los hombres y
a la abnegación femenina, se irá desentrañando constantemente y sin tregua,
hasta llegar a los últimos trabajos mostrados en San Miguel de Allende, en los
que las féminas ya no son objetos y se muestran solidarias y casi
autosuficientes, al menos sin varones que las domestiquen.
LAS VENTANAS | Una parte de la serie “Ventanas” acontece justo durante una
crisis de pareja que la distancia de Zeller. Una buena terapia debió ser, el
reencontrarse con la pintura para tratar de olvidarlo.
Surgen entonces personajes misteriosos con títulos irónicos
e incluso sarcásticos tales como: “Comunicación a ciegas”, donde dos mujeres
están unidas por una gran melena de ojos, pero no se miran. Otro cuadro llamado,
“Para comerte mejor”, muestra a una mujer semidesnuda acechada por la cabeza de
un lobo feroz y por las miradas de hombres lujuriosos atrás de ella. La mujer
los mira de reojo resignada. “La gallina degollada”, “La cabeza del lobo
pregunta” y otros títulos irónicos, conforman esa muy interesante época de la
trayectoria de Wald.
Otra ventana que me impactó y que está impregnada de
misterio y sarcasmo fue “El Poseso y sus fantasmas”. El rojo se apodera de la
obra en complicidad con el azul y amarillo. El guerrero del escudo en forma de
calendario azteca en llamas, observa a sus fantasmas tras la ventana, o tal vez
a las imágenes del subconsciente y las afronta no sin temor, protegiéndose de
manera irreverente con un amuleto que no se sabe si es una Virgen de Guadalupe
o una vagina.
LAS DUALIDADES | Sus dualidades femeninas las ha explorado sin tregua y son
resultado también de sus introspecciones, de su inquietud y ratificación de la
igualdad femenina con la masculina, a pesar de la mujer misma y sus ataduras.
Esa dualidad se encuentra por ejemplo en la ya mencionada
obra: “La joya invisible”, donde una mujer desnuda muestra su sexo ante un
espejo a un hombre sentado junto a ella. Muy cerca está también una mujer
pudorosamente cubierta hasta la cabeza, con la espalda doblada en actitud de
congoja y tal vez de desacuerdo.
Hasta ahí, en su mundo de dualidades femeninas, aparecen las
que son y existen como seres libres y las que se conforman con seguir siendo
las abnegadas sombras del mundo de los varones.
Pero sus dualidades también van evolucionando con el tiempo
y el trabajo. En otro de sus cuadros, “El secreto de las hermanas”, Wald nos muestra a una inquietante pareja
desnuda que se toca con suavidad, juntando sus vientres blandos. Ella posa uno
de sus senos carnosos sobre el brazo robusto de su compañero y monta en una
pierna del varón con los sexos juntos aunque ocultos. A su lado, una mujer
espía a la pareja tras una máscara, cubierta hasta la cabeza, aunque dejando un
hombro y una de sus piernas al descubierto. Arrodillada también en el agua,
toca delicadamente el brazo de la desnuda, como si quisiera sentir a través de
su tacto suave las vibraciones del amor, una escena que invita al disfrute de
la sensualidad.
Estos tres aspectos de la mujer libre, la pudorosa y la que
se ve tentada a probar, se va modificando en las exploraciones de la pintora,
hasta conformar a dos mujeres igualmente desnudas, sin varones de por medio,
que se miran de frente sin complejos, o pensando y pariendo a la mujer nueva,
como puede verse en las últimas obras expuestas en San Miguel.
LOS HUEVOS | Para comprender la existencia y exploración de los huevos en
la obra de Wald, habría que remontarse a los años sesenta, cuando dibujaba aves
con formas ovales. En 1964 hizo una exposición en Santiago de Chile en la que
aparecían esculturas de huevos gigantes en cerámica, simulando fisuras de las
que salían raíces y otros seres que se entrelazaban.
Pero la época que me parece más conmovedora y que a mi parecer
conforma la cúspide de la pintura surrealista Waldesiana, fue producida entre
1997 y el 2003, en la que explora a través de formas ovales, los más diversos
temas: “El origen de la piedra negra de la Ka´aba”, “Noche misteriosa”,
“Crisis”, “Melancolía”, “Viaje al fondo”, entre muchos más y que cierra
irreverente, con lo que parece ser una Virgen con cabeza de huevo sin rostro,
aunque con el resplandor, la luna menguante a sus pies y las estrellas en el
manto y cielo.
El huevo para Wald se convierte dramáticamente en personaje
que lo representa todo, como fuente inagotable del misterio de la creación y
reproducción, no sólo de las aves y reptiles, también de los mamíferos, de las
hembras y mujeres, de la imaginación, los sueños, la noche y el día, el equilibrio,
el tiempo, la vida y la muerte, la historia, la filosofía y el universo entero.
La pintora confiesa que no sabe a qué se debe su devoción
por los huevos, simplemente las imágenes le llegan, según explica, regaladas
como visiones, a veces cuando está por dormirse, otras en semi sueño y también
entremezclándose con situaciones sin relación aparente, durante la rutina de la
vigilia.
A mi parecer, Wald no se conforma con la libertad absoluta
que proporciona el Manifiesto Surrealista y va más allá todavía. La pintora
transgrede esa dimensión y, tal vez sin proponérselo, va conformando una
simbología que cobra cada vez más importancia en su obra, hasta simplificarse
en su más reciente trabajo, en el que reúne la dualidad femenina con las espirales
que se convierten en todo: en agua, en protección con peligro, en comprensión y
confusión, en lo que quiera el espectador, que para eso se abandonó la artista
a la “chispa” de la creación, que habría de dictarle lo que iba a pintar, para
que cada quien fuera libre de interpretarlo como quisiera, con el fin de encontrar
un camino a su propio subconsciente.
Es tal vez por esa transgresión por lo que la obra de Susana
se ha ido alejando cada vez más del surrealismo clásico, al utilizar sin
tapujos su infinita libertad para explorar el camino propio.
Susana Wald nunca volvió la mirada atrás, ni en su vida ni
en su obra y por eso su labor no se queda estancada en el pantano de la cómoda
repetición. Aunque sus elementos esenciales están siempre presentes, tienen un
desarrollo, una evolución, una exploración interior muchas veces dolorosa,
profundidad que como todo océano también tiene una superficie y que manifiesta
en la combinación de los colores fuertes, sin hacer concesiones al espectador,
una característica que siempre acompaña a la obra de Wald y que, tal vez sea
una de las razones por las que su trabajo no es para todo público y ésa
precisamente podría ser, al paso de los años, la razón de su trascendencia.
Estoy convencido de que la obra de Wald se adelantó a su tiempo.
No se le puede pedir a quien no conoce la trayectoria de
esta brillante expositora del surrealismo, que comprenda y mucho menos que
compre alguna de sus últimas obras expuestas en San Miguel, algo que tal vez
tiene sin cuidado a la artista, aunque se encuentre más que nunca, con
necesidades pecuniarias.
Susana Wald consigue juntar y aunar algunos de sus elementos
artísticos esenciales, en cada una de las tres obras expuestas en San Miguel,
aunque se echan de menos los huevos, el sarcasmo, la ironía y sus fantasmas.
Esas ausencias, a mi entender implican que su búsqueda no ha terminado y que
tal vez un día logrará juntar todos los elementos esenciales que ha explorado
en su carrera artística en un solo trabajo, para así cerrar el gran círculo y
plasmar lo que podría ser su obra pictórica maestra.
Ya sólo agregar como parte de la muy extensa trayectoria
artística de Wald, su iniciación a través de la cerámica que abandonó a su
llegada a Oaxaca, para dedicarse de lleno a la pintura. Destacar también sus
facetas de diseñadora, dibujante, retratista y muralista, su labor académica y
editorial, además de su obra literaria.
Para profundizar en la obra surrealista de Wald, el
espectador debe indagar en el mundo interior de Susana pintora, madre, maestra,
compañera y sobre todo MUJER DIGNA, que transmite esperanza a pesar de que
habitamos en un subconsciente colectivo muy poco inteligente, depredador,
bipolar y destructivo.
¿Resultado? Susana Wald expresa en el conjunto de su obra
pictórica, con mucha valentía y templanza, las huellas de sus aprendizajes
luego de vivir, agonizar, morir y renacer una y otra vez, de las crisis propias
de sus exploraciones del subconsciente y de las contradicciones encontradas
entre el cuerpo y el alma; los abusos primitivos y atávicos de la fuerza del
hombre contra la mujer; la búsqueda de la verdad en eterna lucha con las
apariencias y el conocimiento interior de su persona, víctima insurrecta de un
subconsciente colectivo bestialmente salvaje.
El trabajo pictórico de Susana Wald se encuentra en museos,
galerías, bibliotecas y colecciones privadas en al menos doce países: Alemania,
Argentina, Canadá, Chile, Estados Unidos de Norteamérica, España, Francia,
Israel, Italia, México y Portugal.
*****
Carlos
Ruvalcaba. Escritor y periodista mexicano, ha publicado sus libros en
España, Estados Unidos y México. Es autor de la biografía de Susana Wald. Ha
publicado artículos en periódicos y revistas de Madrid y San Sebastián, España;
Nueva York, Chicago y Los Ángeles en Estados Unidos; en la capital y diversas
ciudades mexicanas. Es autor de uno de los textos que aparecen en el catálogo
de la exposición en la Ciudad de México del pintor y escultor español Eduardo
Chillida Belzunce. Página ilustrada com obras de Susana Wald (Canadá).
Agulha
Revista de Cultura
Fase
II | Número 16 | Maio de 2016
editor
geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor
assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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& design | FLORIANO MARTINS
revisão
de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FLORIANO MARTINS
GLADYS MENDÍA | MÁRCIO SIMÕES
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