El más
reciente libro de Lourdes Vázquez, Un
enigma esas muñecas (Madrid: Ediciones Torremozas, 2015), contiene una
variedad de temas que se diversifican presentando diferentes sentidos a la
mirada del lector. Son composiciones que nos sitúan frente a los recuerdos y las
experiencias más íntimas de la vida. El hablante poético hablará en torno a
esas experiencias que condicionan y reflejan sus propias particularidades en el
poema. Por eso al situarnos frente a la imagen que sugiere el título podríamos
intentar desentrañar el enigma que estas
muñecas refieren, si en realidad evocan algún enigma. Ver en ellas posiblemente
no un concepto de la frivolidad de la vida, sino la chispa de aquel primer
fulgor de la niñez que creíamos eterno.
Hay que señalar primeramente que los poemas de este libro no
siguen ningún patrón métrico, ni se ajustan a ninguna rima en particular. Son composiciones
que fluyen libremente siguiendo siempre un concepto lineal dentro de un marco
narrativo. Hay también varios textos en
prosa, pero la mayoría son estrictamente poemas que ofrecen una visión clara y
directa de la vida. Y de esto es lo que
se trata. De crear una imagen fiel de la realidad con todas sus altas y bajas en
el ámbito de todas sus manifestaciones: la niñez y la adultez, el amor y la
soledad, la vida y la muerte, la distancia y el silencio frente al desengaño de
una realidad que desgarra los más nobles sentimientos. Todas estas situaciones están
presentes en la estructura narrativa del libro y en el enigma que sugieren esas muñecas. Intuyo, sin embargo, que el
título no es más que un disfraz, un subterfugio para proyectar una visión más
profunda de esas vivencias de las que está hecha la vida y el de una realidad con
la que todos, hasta cierto punto, podríamos identificarnos. Al adentrarnos en la
lectura, los poemas no solo irán revelándonos la distancia que media entre el
asunto de uno y otro, sino también la conciencia y disposición del hablante
respecto a sus propias experiencias y relaciones humanas. Esto en lo que
concierne al contexto y sentido poético del lenguaje, ya que nada en esta
escritura está predeterminado. Es
decir, las ideas buscarán su propio curso apoyándose en menor o mayor grado en
los elementos que sintetizan el asunto del poema. De ahí la variedad de
referentes y aspectos que presentan la imagen de esas muñecas. Imagen que se irá
diluyendo a través del texto para reaparecer en la página 59 y cerrar como un
círculo la estructura del libro y la voz que en él se materializa.
En el primer poema (“Viento, tú”) y el que aparece en la
página 27 (“Suite Nº.2”), se establece una especie de paralelismo no en su forma
exterior, sino en lo que está implícito en la imagen de la Isla, ya sea como paisaje
o recreación de esa memoria que se funde en el pasado:
Isla.
Una isla existe donde anidan las tórtolas
y los viejos caminan con paso ligero
a la misa del amanecer.
Han llegado las algas a la costa,
los niños juguetean con la paz singular del día
y el platanal se yergue derecho como un pene florecido.
Una pareja sentada en las escalinatas de la iglesia
espera que el sol los abofetee,
una muchacha reparte migas de pan
a las palomas de la plaza,
y yo pido permiso para tocar tu piel tan negra
como mi vasija de barro,
tus ojos transparentes como el
fondo de un mar virgen.
Isla.
Línea imaginaria en centro del globo: viento, tú.
Punto en la oscuridad del océano.
Sueño de mellizos muertos.
Una sospecha.
Si bien este poema toma como epígrafe un verso del poeta
Clemente Soto Vélez, que ve en el viento un ideal de libertad y esperanza, en
Vázquez responde más concretamente a una realidad y a un sentimiento que se
originan en el pasado. Es decir, de una visión
que no surge de su experiencia inmediata, sino de lo que ya existía en la
memoria como revelación y esencia del ser; en otras palabras, de las vivencias
y de las cosas que impactaron la adolescencia del hablante lírico. Esa isla con sus plazas lejanas y niños que
juegan, y ancianos que caminan al mediodía, y palomas que revolotean; y esa
pareja en las escalinatas de la iglesia o esa muchacha que pide tocar un cuerpo
moreno como la primera insinuación de un ideal amoroso, reconstruirán la
geografía de ese pasado y de una isla cuyo entorno salvará las distancias de
esa línea imaginaria que cierra el poema. Otro es el sentido que revela “Suite
Nº. 2”. Este texto también se inscribe en un contexto geográfico y se enlaza al
anterior por los elementos y referencias que configuran su estructura. No hay
dificultad para establecer las referencias sólo que ahora el tono es irónico y
el lenguaje mismo se convierte en una burla provocada por lo contemplado:
Un extravagante pavo real se pasea
sin ser perturbado. Mis primas
y yo de la mano
recorremos sonriendo aquel cuadro
de frente a un valle habitado por
vacas,
de frente a una iglesia antiquísima,
de frente a un colegio de monjas de clausura.
En la noche se puede escuchar el eco del canto del ave,
mientras expande su cortinaje de plumas
en saludo a la luna o a las
gotas frías
o al viento o a los
murciélagos
o a los sonidos de la noche.
O vaya usted a saber.
Nadie nunca se atrevió a molestar aquel animal.
Nadie nunca cuestionó cómo llegó hasta nosotros.
Nadie nunca indagó cómo desapareció.
Nadie recuerda la historia.
La descripción nos permite ver lo que acontece en el poema: hay
una plaza, un pavo real, un valle habitado por vacas, una iglesia antiquísima y
en todo este ambiente, un hablante poético que observa junto a sus primas
“aquel cuadro”. Claro que las relaciones entre la mirada y el escenario evocado
hacen de ese pavo real la figura
central del texto. Y, por supuesto, se habla en sentido figurado, ya que el pavo
real no es más que una imagen de ese hombre que vanidosamente exagera sus
atributos físicos. El tono burlón del lenguaje enfatiza el contenido y la naturaleza
cómica del ambiente: “plaza”, valle”, “primas y yo lírico”, “monjas de
clausura”, “pavo real”, “vacas”, “canto de aves” y “murciélagos”. Todas estas
imágenes se contraponen proyectando un sentido pueril y ridículo de las
acciones del sujeto central del texto: “En las noches se puede escuchar el eco
del canto del ave, / mientras expande su cortinaje de plumas / en saludo a la
luna…” La frase: “O vaya usted a saber” trivializa la memoria misma de esa
experiencia. El paralelismo de los
últimos versos apoyado en el recurso anafórico consigue anular la imagen misma
de ese “pavo real” que dio vida al poema. Desparece de la mirada y de la
historia del hablante, se esfuma como la artificiosa imagen cromática de sus
alas:
Nadie nunca se atrevió a molestar aquel animal.
Nadie nunca cuestionó cómo llegó hasta nosotros.
Nadie nunca indagó cómo desapareció.
Nadie recuerda su historia.
Pero el amor no es un juego oculto para crear el sentido que
experimentamos en algunos textos. El encanto sombrío de lo que pudo ser, surge como
reproche o consolación de ese momento fugaz que en el amor parece ser eterno. Y
por lo que representa para la vida misma esa presencia que se desvanece como
una hoja llevada por el viento. Y es que en la poesía de Lourdes Vázquez hay a
veces un vacío inesperado que nace del fondo de las cosas: el cuestionamiento
de la propia realidad frente al sentido del amor y vida: “Ahora me asusto
cuando te tengo de frente. / Eres como un extraño que se asoma a mi ventana. /
Un niño que llora en la falda de una desconocida”, dice; para luego resumir en
los últimos versos no la insatisfacción o la añoranza de ese recuerdo, sino la ilusión
que justifica esa ausencia:
Más te prefiero lejano y torpe para así
poder atraer la gracia del descanso
y de paso soñar con acústicas limpias
que me ayuden a enmendar lo que queda.
En el poema el amor que se muestra y oculta ronda la
conciencia y despierta de improviso arraigándose a la voz que lo restituye a la
penumbra de la soledad. Allí donde la felicidad y las ilusiones nacen y desaparecen
como un ciervo herido bajo las sombras de la noche o como la ola que ya no regresa
y deja su presencia sobre la arena húmeda. Y todo por la imagen viva y lejana del
amor, pues no es posible ir en contra de la realidad cuando las palabras
susurran lo que calla la mirada. Por eso en la poesía de Lourdes Vázquez se
funde el peso de pasado con un presente cuyo escenario de situaciones siempre
nos conducirá a la reflexión de aquello que dejó su huella imperecedera. En
este sentido los sucesos del pasado no serán simplemente una expresión de sus
experiencias más próximas, porque en esa imagen emotiva discurre el propio ser del
hablante poético frente a los recuerdos que iluminan su mundo interior. Esa
evocación siempre justificará su modo de ser y su postura irónica ante los convencionalismos
sociales. Lo que se expresa en el poema se dice desde la perspectiva de un yo que
ha vivido lo suficiente como para colocarse objetivamente a la distancia y
arrojar todas sus cartas sobre la mesa. Es decir, de quien puede juzgar la
realidad de la vida sin necesidad de transformarla o atribuirle matices
engañosos. De ahí que el lenguaje que recrea la intensidad de esa experiencia
haga de la palabra misma la confesión de su intimidad.
EL VIAJE
No basta con adquirir
un par de maletas de cuero rojo
en una tienda exótica del sur.
No basta encerrarse ahí dentro
para que me tiren en alguna estación
de tren o en el recoveco de un oscuro
aeropuerto y alguien nos recoja:
a mí y a mi corazoncito asustado.
No basta, porque la vida es más compleja,
las circunstancias más recónditas,
la cotidianidad más ágil,
la existencia más placentera,
más repleta de jirafas danzantes,
de arroces y de leches, de lloros y risas,
más amplia que las olas y el vuelo de la ballena,
más sublime que la risa de los niños.
Ciertamente el viaje
tiene mucho que revelar de esas experiencias en que los más débiles van
despojándose de su personalidad para adaptarse a otro ambiente y a las circunstancias
de ese viaje, si éste fuera el caso del poema. Pero en ningún sentido lo es. El
viaje, imaginario o real, es una metáfora de la vida reflejada aquí en su más
cruda realidad: la soledad y el abandono. Aquello que lejos del ámbito familiar
traza otro horizonte desconocido. Aquello que desde el exilio o la lejanía
ahonda en la historia personal y colectiva para darse cuenta que más allá del
abandono existe otra realidad. Y como sugiere el poema: la conciencia misma de
la soledad o el amor, del exilio o la muerte, del placer o el dolor remiten a
otro paisaje porque siempre “la vida es más compleja / las circunstancias más
recónditas”. Y en efecto, nada en el
horizonte de ese vivir basta para
expresar el enigma de la existencia ni la distancia entre la vida y la muerte.
Ni las palabras bastarán para expresar el destino, ni los obstáculos que surgen
en ese espacio cotidiano donde las cosas parecen adquirir otro sentido. Por eso
la ironía transforma esa cotidianidad impregnándola a veces de un matiz irreal
como si mirásemos un paisaje fantástico: “la existencia más placentera, / más
repleta de jirafas danzantes, / de arroces y de leches, de lloros y risas, /
más amplia que las olas y el vuelo de la ballena, / más sublime que la risa de
los niños”. En otras palabras, todo lo que se siente, toda la interioridad de
ese mundo que configura la existencia del poeta no basta para expresar las
experiencias que acontecen más allá de nuestra percepción humana. De ahí esa sensación
de insuficiencia que proyecta la imagen del “viaje” como si éste abriera una
herida para dejar ver lo que hay en el fondo del ser. Las cosas que en ese
espacio cotidiano semejan un acto de consumación y desamparo. Otras
composiciones mostrarán también la particularidad de este sentimiento: “...Pero
la vida es por demás compleja. Para decir que a veces entro en una dimensión
hecha de tierra y raíces en la que me veo libre de tanta veneración y de frente
a la estufa hiervo un té sazonado con perfumes exóticos y una gotita de
cianuro” (p. 24). Esta misma complejidad de la vida se transfiere al poema
proyectando una secuencia de acciones que se superponen creando un sentido casi
surrealista de lo que en él acontece. El derrumbamiento del mundo industrial
moderno, con todo lo que significa su abismal desconcierto, penetra el texto descubriendo
la ironía de ese “tiempo” y de ese “espacio”, y de esa relación que transgrede
la realidad. La combinación del “té” y la “gotita de cianuro” en su sentido
connotativo, conlleva otra percepción de lo que allí ocurre: “puentes
abismales”, “criaturas acuáticas”, “banquete macabro”, “alma escurridiza”,
“ríos y quebradas”, “tornillos”, “cilindros”, “energía”, “puertas”,
“pasajeros”, “pavimento”, “té”; todas estas referencias intensifican el texto pero
empañan su total aprehensión. Y aunque el poema abre con un sentimiento amoroso
(“me enamora mi marido”), este sentimiento acaba desviándose hacia un vacío
existencial. Este sentir caracteriza también la atmósfera de otros poemas. Pero
la poesía de Lourdes Vázquez no pretende ser una poesía cerrada o hermética. Al
contrario, rehúye de todo hermetismo aunque en algunos casos el lenguaje mismo toma
otros matices. Es decir, se aparta de lo que a primera vista parecía sugerir una
visión natural y pasa a convertirse en una visión adolorida y caótica de la
realidad. Este sentimiento lo experimentamos en el poema en prosa “Pastoral”
(p. 23), cuyo contenido revela todo lo contrario a la visión de mundo que
caracteriza este tipo de literatura. En este texto la visión de las cosas proyectará
una particular reacción entre lo que se ve y se siente. Y acabará reduciendo la
figura del hablante poético a un ser diminuto, casi abstracto frente la
imponente arquitectura del paisaje:
Es la composición del humo que dispersan las torres.
Son sus olores tóxicos. Es la arquitectura industrial que nos
hace enanitos ante el esplendor de tubos, cilindros, calderos,
esferas, fuegos ácidos y vapores del demonio.
Este paisaje contaminado constituirá una experiencia
desagradable y abrumadora. Una visión mecanizada y fría que refleja la
marginación del ser frente al mundo moderno. De ahí la angustiosa sensación que
caracteriza esta relación con el mundo exterior. Y es que en la poesía de
Lourdes Vázquez los actos cotidianos adquieren una profunda significación
frente a lo que siente y ve su mirada. Conforman un espacio donde se mueve su persona
poética y en el que se recogen todas esas experiencias dolorosas. Un ambiente que
la sobrecoge hiriendo su sensibilidad como si la conciencia de todo lo vivido
no fuera suficiente para expresar su ser. Estas experiencias penetran el lenguaje proyectando
un sentimiento de monotonía tan antagónico a su intimidad, donde los actos de
la cotidianidad representan un enorme peso emocional que le resta sentido a la
vida:
Precipitada se ocupa.
Sale al mercado, compra
y organiza las especias y alimentos
por tamaño, textura y color.
Prepara un menú exótico para volcarse
a la calle una vez más.
Adquiere una blusa, dos lápices de labios,
conversa con todo el que encuentra.
Regresa a la casa, se da un baño con
sales,
aceites y espumas.
Ahora el espejo, las cremas y polvos para la
piel.
Toda ella volcada en sí misma.
Desesperadamente ocupada
por tanto que hacer.
Y así sus días transcurren
empujando la oscuridad sutil,
la delicada sombra en el aire,
el ruido opaco del silencio.
El secreto que devora
a una pareja cuando no hay retorno.
No existe una felicidad total, ni aun la que intenta nombrar
la palabra cuando el paisaje decepciona la mirada. A cada paso se descubre el
desengaño que entrará en juego con el amor para explorar lo que persiste como una
pequeña luz contra la soledad. Aquello que late silencioso como algo que nunca
se materializó: “Aquí estoy con la fotografía de éste / el cual me inventé que
amaba / para huir del destino de las criaturas solitarias”, dice en el poema “Dos
clases de amores” (p. 37). La poeta escribe no para justificar la incomprensión,
ni para restituir el pasado, sino para discurrir silenciosa en esas situaciones
que marcaron su vida. Es en esos instantes de reflexión que la poesía dará un
giro hacia aquella imagen amorosa buscando lo que quedó en suspenso o sumido en
el tiempo: “Es la hora de la tristeza. Aquella sensación que queda / después de
la fuga de simpatías. Es cuando percibo la figura de alguien conocido.” (p. 49).
Pero esta percepción implica además la revelación que contiene ese pasado. De
ahí que, de una u otra forma, siempre se aludirá aquella experiencia que quedó
grabada como una incertidumbre de la vida misma. Y es a través de esas
experiencias que captamos, aunque sea fragmentariamente, los distintos
contornos de esta poesía. Y, en muchos de estos textos, son estas mismas
experiencias las que afirman la compleja realidad de la vida.
Hay también en Un
enigma, esas muñecas una mirada que nos descubre el entramado de los
formalismos y apariencias sociales. Esas posturas que reducen las relaciones
humanas a un sentimiento vano y de frivolidad. Los poemas “Rajaduras”, “La
manzana” y “Resaca nostálgica” contienen esta visión de las apariencias y reflejan,
como la mayoría de otras composiciones, esa angustia existencial que padece el
yo lírico. Y es que nada queda fuera de esa mirada que recoge las vivencias
cotidianas, los gestos y actitudes de aquellos que compartieron la vida del
hablante poético. Es pues la percepción de ese mundo tan distinto y complejo la
que quedará grabada en estos textos como la realidad de una memoria inconfundible.
Motivado por esta lectura transcribo los siguientes versos como una posible referencia
de lo que mi emoción ha vivido, para que el lector entre en este libro y vea
también que la vida no es sólo la vida, es algo más:
Distorsionada he visto las
cosas. Como colgantes que humedecen
la fatiga de las ruedas de los
coches o los mensajes escritos en los
vidrios con historias que se esfuman de solo mirarlas. O aquellos
tronos: demasiados tronos para una sociedad tan pequeña, tan llena
de arrugas, tan provocada de
dolores.
*****
DAVID CORTÉS CABÁN (Puerto Rico, 1952). Poeta, ensayista. Ha publicado los siguientes
libros: Poemas y otros silencios (1981), Al final de
las palabras (1985), Una hora antes (1990), El
libro de los regresos (1999), y Ritual de pájaros: Antología
personal 1981-2002 (2004). Fue cofundador de la revista Tercer
Milenio. Contacto: dcortes55@live.com. Página
ilustrada com obras de Arthur Bispo do Rosário (Brasil), artista convidado
desta edição de ARC.
Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 16 | Maio de 2016
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