El dolor en la
poética vallejiana es una congoja profunda, permanente, es como si la pena
hubiera anidado en sus palabras quedándose ovillada y palpitante en esa
redondez obscura de las vocales graves. El dolor en su poesía se vuelve añejo,
es un dolor en perfecto equilibrio: nace y agoniza a un mismo tiempo porque es
eterno, como él mismo, alguna vez lo expresó: “ Se dirá que tenemos/ en uno de
los ojos mucha pena/ y también en el otro, mucha pena/ y en los dos, cuando
miran, mucha pena…/ Entonces…! Claro!… Entonces…! ni palabra!”
Hablar del dolor
existencial es hablar de los golpes en la vida, del sufrimiento que sobrellevan
a cuestas los crucificados del alma y no hay imagen que simbolice más
perfectamente el cúlmen del sufrimiento humano que la figura de Cristo, ese
Cristo doliente clavado en la cruz de la desesperanza, como la imagen viva de
la orfandad y el abandono en el dolor. Un hombre abolido en su dolor,
entregándose a él con los brazos abiertos, fundiéndose con el sufrir, aceptando
la pena en total desamparo, solo, olvidado de Dios: "!Dios mio! ¡Dios mio! ¿Por qué me has
abandonado? ". No hay exclamación más humana que ésta que surge de la boca
de Cristo, como un reproche, como una queja callada, como un cuestionamiento
silencioso, con ese desconcierto de quien ignora la razón de tanta pesadumbre,
igual que César Vallejo cuando exclama: "Hay golpes en la vida, tan
fuertes…Yo no sé! / Golpes como del odio Dios:/ como si ante ellos la resaca de
todo lo vivido se empozara en alma…Yo no sé! ".
A través de sus palabras
Cristo manifiesta su incertidumbre y la angustia de estar vivo afrontando su
destino. Por un instante se ha quedado solo, desolado, desconsolado en la
orfandad de su propia existencia sosteniendo sobre si todo el peso de la carga
existencial, igual que cualquier hombre,
exactamente igual que el último de los
hombres, debatiéndose en la miseria de ser
tan sólo, para decirlo en las palabras del poeta: "un triste barro
pensativo" a cuestas con su destino.
En la poesía de Vallejo
se percibe la tétrica oscuridad del dolor que es la tragedia de la vida y la
necesidad vehemente, que en ocasiones se vuelve reclamo, de tener la
certidumbre de un Dios tangible e inmediato, un Dios de carne y hueso que sepa
del dolor de la existencia, que tenga la estatura del sufrimiento, que sea su
semejante, su prójimo, su hermano.
Vallejo abraza en su
poesía al hombre que es su hermano en el dolor y en este dolor abraza la figura
de Cristo que es el cúlmen del dolor humano, el símbolo perfecto e inmaculado
del hombre abatido en el dolor. Cristo crucificado es para el poeta la llaga eterna de la existencia. De ahí su
reiteración alusiva y metafórica a la figura de Cristo como símbolo.
La poesía de Vallejo, me
atrevo a decir, es en buena medida
cristocéntrica, aun cuando no se haga alusión abierta a través de las
metáforas. La figura de Cristo permea la mayor parte de su obra poética.
En este trabajo se
exploran muy brevemente tres vertientes del discurso cristocéntrico en la
poética vallejiana, donde la figura de
Cristo es filtrada a la luz de tres facetas centrales: la de orador, la de
revolucionario y la de símbolo del género humano; realizando para ello, un
recorrido instantáneo por los poemarios de: Los
heraldos negros, Poemas en prosa,
Poemas humanos y España aparta de mi este cáliz con la intención de identificar las
coordenadas medulares de su cartografía literaria.
La presente exposición
representa una síntesis cuyos fragmentos han sido seleccionados de un texto de
mayor envergadura.
La religiosidad de César
Vallejo manifestada en su poética es compleja y
desde su primer poemario Los
heraldos negros existen, aunque en forma incipiente, una serie de símbolos
religiosos ligados al catolicismo y que posteriormente habrán de convertirse en
la parte medular de su obra literaria a través de una traspolación de índole
metafórica. La inclinación del poeta hacia la religión católica tiene sus
raíces en el ámbito familiar en el que se crió, nieto de sacerdotes por parte
de padre y madre; el catolicismo es para él de un acendramiento profundo, es
algo más que una religión, un estigma, un sino con el que cargara toda su vida;
es como su segunda piel, es su propia existencia (diversas cartas y documentos
personales así lo manifiestan).
El ímpetu religioso que
contiene su poesía le imprime una vibración vigorosa y rítmica a su poética
donde el erotismo y lo místico se entremezclan a veces de manera irreverente
por la carga de furor que conllevan las palabras.
En el discurso
vallejiano la figura de Cristo se levanta como la imagen con la que se
identifica el poeta, es quizá el alter
ego llevado al plano de la poética y esto se manifiesta a través de una
serie de alusiones metafóricas. En el desarrollo de la obra literaria se pueden
detectar las diversas etapas que establecen el paulatino acercamiento con el símbolo anhelado. Estos primeros
acercamientos empiezan a manifestarse desde su primer poemario. Sirven de
ilustración algunos fragmentos de poesías que integran Los heraldos negros.
¡Luna! Corona de una testa inmensa,
---------------------------------------------
Roja corona de un Jesús que piensa
---------------------------------------------
¡Luna! y a fuerza de volar en vano
te holocaustas en ópalos dispersos:
tú eres tal vez mi corazón gitano
que vaga en el azul llorando versos.
Aquí el poeta nos
describe la luna como esa gran corona que ciñe la cabeza del Universo, pero
después esa misma corona se torna roja sobre la cabeza de Cristo que se vuelve
uno con el Universo, para concluir diciendo que la luna se abisma en la negrura
del infinito, como su corazón doliente que vaga en el azul de ese Universo.
Podríamos concluir que esa corona que ciñe la cabeza de Cristo es el corazón
del poeta y aun cuando no lo afirma porque utiliza una hipótesis metafórica,
existe la intención de vincular simbólicamente, una parte de su ser físico con
la figura de Cristo a través de la corona de espinas que representa la
crucifixión. En otro poema titulado "Nervazón de angustia" se lee:
!Desclávame mis clavos oh nueva madre mía!
En este verso no existe
ya la intención velada sino que lo dice abiertamente: "desclávame mis
clavos". Más adelante, en "El poeta a su amada" expresa:
Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso.
Aquí retorna a fusionar
parte de su ser físico con elementos que simbolizan la crucifixión. En este
caso, son sus labios los que se transforman en el madero, anteriormente era su
corazón la corona de espinas.
La recurrencia en torno
a Cristo en la poética vallejiana se plantea desde dos ámbitos estrechamente
unidos: el real y el metafísico. En el primero la intención es voluntaria y
consciente y se establece en el tema o argumento que desarrolla en el poema:
amor, sufrimiento, soledad, injusticia social, muerte. Y en el segundo, de
índole espiritual y subjetiva, la intención es involuntaria, subconsciente y
subyace en el fondo del discurso manifestándose
paulatinamente en el tratamiento del discurso a lo largo de su obra
poética en conjunto.
En diversas ocasiones
este autor se reveló también como un extraordinario crítico de arte. Los textos
en que aborda el análisis literario reflejan su profundidad intelectual y una
manifiesta preocupación por el compromiso que debe asumir el artista en
relación con el momento histórico y cultural que le haya tocado vivir, ya que
la obra de creación, dice Vallejo,
incidirá tarde o temprano en la evolución social.
En un artículo publicado
en 1929 por un periódico de Lima, refiriéndose a la estrecha correspondencia
que existe entre el autor y su obra, el poeta expresa: "¿Existe un
sincronismo absoluto entre la obra y la vida del autor?. Menester sería carecer
de toda facultad de examen, para afirmar que la obra de arte es una cosa y la
vida del autor es otra…El artista…concatena las inquietudes sociales, ambientes
y las suyas propias individuales, no para devolverlas tal como las absorbió,
sino para convertirlas en puras esencias revolucionarias de su espíritu,
distintas en la forma e idénticas en el fondo a las materias primas absorbidas.
Estas esencias transmutadas pasan a ser, en el seno objetivo de la obra,
gérmenes sutiles y sugestiones complejas de excitación social transformadora…
La correspondencia entre la vida individual y social del artista y su obra es,
pues, fatal y ella se opera consciente o subconscientemente y aun sin que lo
quiera el artista"
La lucidez de Vallejo
para reconocer que en la obra de creación se develan los laberintos obscuros
del subconsciente nos demuestra su racionalidad para asumir su compromiso no
sólo artístico sino existencial. Volviendo sobre el discurso poético y su
recurrencia a utilizar emblemas católicos en la poesía, y que se proyecta a
través de las metáforas como un anhelo o el reflejo de una aspiración espiritual
de fusionar su ser físico a la figura de Cristo, obedece quizá, aunque parezca
aventurado decirlo, tanto a sus convicciones de carácter político, como a su
creencia religiosa. Y en este sentido ¿qué puede significar Cristo para
Vallejo? ¿qué simboliza?
Hay que distinguir
primero entre lo que representa la figura de Cristo, como personaje puramente
histórico, y Cristo en tanto símbolo religioso concebido de esta manera en sus
dos concepciones: el Cristo inmanente y el Cristo trascendente.
César Vallejo se
distinguió siempre por sus ideas revolucionarias y su postura política. El
anticonformismo que demuestran sus escritos socio-políticos, plasman su
ideología y sus expectativas por habitar un mundo en donde debe imperar la
justicia y la equitativa distribución de la riqueza, un mundo donde exista la
convivencia armónica y el respeto a los derechos humanos, en el que hambre y la
miseria puedan ser simples estados de ánimo. Y así, como en un primer momento
se promulgó a favor del régimen comunista impuesto en Rusia a raíz de la
revolución, cuyos acontecimientos siguió muy de cerca, pues en el comunismo
cifraba sus anhelos de advenimiento del reino social deseado, aunque después se
mostrara reacio ante la conducta stalinista, cuya administración no obedecía al
programa social propuesto por la doctrina de Marx y Lenin. Así también, el
Cristo histórico se le ofrece como un estandarte de transformación social. Al
margen de su connotación dogmática Cristo fue un líder, un revolucionario de su
tiempo que resquebrajó las estructuras sociales y religiosas, y modificó el
pensamiento de su época con su filosofía. Cristo en su tiempo, al igual que el
poeta, pugnaba por la justa distribución de la riqueza, por el amor entre los
seres humanos, por la libertad y la igualdad de derechos y por una renovación
existencial.
"Me viene, hay
días, una gana ubérrima, política/ de querer, de besar al cariño en su dos
rostros…" escribe Vallejo en su afán de abrazar al hombre en sus dos
caras: ángel y demonio; igual que Cristo cuando expresa: “no he venido a llamar
a los justos sino a los pecadores” (Marcos 2:17). Esta afinidad de aspiraciones
social y ontológica viene a desembocar en una afinidad que tal vez intensifica
la atracción que ejerce el Cristo-personaje sobre Vallejo-hombre. Por otra
parte, Cristo fue un innovador, un vanguardista, un orador excepcional cuya
palabra era una espada peligrosa, cualidades que pueden cautivar todavía más al
Vallejo-escitor, ya que se vinculan a su trabajo literario y a su compromiso
con el arte.
El instrumento de
trabajo de un poeta es precisamente la palabra y a través de la obra de
creación, se puede, según Vallejo, modificar la sociedad. De aquí que en la
figura de Cristo pueda descubrir analogías y expectativas que estrechan, quizá
cada vez más, su identificación, pues de ser sólo un símbolo se convierte en un
ser tangible y terreno, menos etéreo y más accesible a su condición humana.
La repercusión
metafísica de Cristo en la vida de Vallejo encuentra sus raíces en su educación
familiar. Su madre influirá en su formación católica, forjándole esa
personalidad introspectiva con tendencia mística que lo caracterizó. Por ello,
el emblema de la cruz y el momento de la crucifixión tienen para este escritor
connotaciones de índole sobrenatural. Vallejo era, según se percibe en algunas
comunicaciones epistolares, de temperamento supersticioso, lo que tal vez
agudizaba su inseguridad y su angustia existencial. Vallejo se sentía, de algún
modo, un ser predestinado, un hombre marcado por un sino fatídico al que no
podía escapar: "Yo nací un día que Dios estuvo enfermo…grave" habrá de escribir en un poema, y es que quizá
este temor ontológico, que además se acendra en lo religioso, era la tragedia
que estribaba en su incapacidad para descubrir cuál era su verdadera misión en
la vida, por qué y para qué había nacido. La única seguridad que tal vez poseía
era la certidumbre de su dolor existencial, quizá por ello poco a poco se llega
a convencer de que el sufrimiento es su destino (los múltiples fragmentos de cartas
que recopila Angel Flores en su obra, son una muestra de ello). Esta percepción
proyectada al plano poético se manifiesta como ese profundo dolor que
trasciende los límites de su identidad y que abraza en su propia agonía
existencial, el dolor de todo ser
viviente. Cristo crucificado simboliza
el cúlmen del dolor y el máximo grado de sumisión ante el sufrimiento que pueda
experimentar un hombre. Vallejo ve en
Cristo al hombre que sobrelleva a cuestas el peso del dolor humano y para
ambos; el primero a través de su vida
ejemplar y su martirio; el segundo, en su obra poética asume el dolor
y el sufrimiento como la vía a través de la cual se puede elevar el espíritu
por encima de sí mismo y como el único camino hacia la redención.
Los clavos, la cruz, la
corona de espinas representan a Cristo doliente y por lo mismo, ejercen sobre
Vallejo la atracción de un imán que lo
jala poderosamente hacia su centro. La mayor parte del discurso vallejiano es
cristocéntrico aun cuando en algunas poesías no se haga referencia a algún
símbolo religioso, es la figura de Cristo la que subyace en el fondo de los
poemas.
Vallejo transita en Los heraldos negros entre fusionarse
abiertamente con la figura de Cristo o únicamente establecer algunas analogías
que lo unan a él a través de los signos que identifican la crucifixión.
Refiriéndose a la
analogía en la poesía, Octavio Paz en Los
Hijos del Limo expresa que: "la poesía es una de las manifestaciones
de la analogía; las rimas y las aliteraciones, las metáforas y las metonimias,
no son sino modos de operación del pensamiento analógico…"
Y el escritor Saúl
Yurkievich, en su artículo “César Vallejo en vivo y en vilo”, nos manifiesta:
“Vallejo sitúa su poesía en ese punto interno donde mundo y mente se topan y
entraman; se coloca como locutor lírico en esa instancia subjetiva donde se
produce la intersección e interpretación entre la experiencia exterior y la
íntima…se ubica en ese cruce donde la alteridad que aliena tropieza y contiende
con toda la carga del sujeto deseante y doliente que busca personal
conciliación con lo que de fuera y de dentro lo desasosiega”.
Para Vallejo Cristo
simboliza pues, a la humanidad doliente, al hombre que sufre, el que se entrega
con la perfección que requiere el amor de humanidad, no el amor humano, sino de
humanidad, ese amor del hombre por el hombre que no guarda para sí mismo nada y
encuentra la elevación del espíritu y el perfeccionamiento al fraccionarse en
todos y cada uno de sus semejantes, sus hermanos, y esto es precisamente a lo que
aspira en su analogía poética, ya que en la figura de Cristo confluye, pues,
esa autoanulación en el dolor por amor a la humanidad. Cristo es el símbolo que
amalgama al género humano, así es como
lo presenta en su poesía. Cristo para Vallejo no es la divinidad sino el hijo
del hombre, el hombre-Dios. Cuando el poeta se refiere a Dios como el Absoluto,
su discurso cambia. Dios siempre será una entidad superior inaccesible,
misteriosa y autónoma a la cual Vallejo se somete a veces con rebeldía y otras
con resignación. En Dados eternos
escribe:
Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!
En "Los anillos
fatigados" se lee:
La primavera vuelve, vuelve y se irá. Y Dios
curvado en tiempo, se repite y pasa, pasa
a cuestas con la espina dorsal del Universo.
Estos poemas que poseen
una gran carga de recriminación (en especial los primeros anotados) establecen
la desesperanza y el afán del poeta por asirse al Dios generador de vida y
artista supremo del Universo y, al mismo tiempo, nos devuelven la conciencia
que tiene el autor de su incapacidad para alcanzar a esa entidad superior que
escapa a su comprensión y lo ubica por consecuencia, ante sí como ser inferior,
vulnerable y confuso. Dios es esa entidad Todopoderosa y Omnipresente que
descarga su furia contra el hombre castigándolo por su incapacidad para dejar
de ser un “barro pensativo” de ahí el verso brutal de : “golpes como del odio de
Dios” que abre prácticamente una herida
metafísica sobre la hoja de papel, y es
que sólo Dios puede odiar con tanta
Omnipotencia y salir impune para seguir castigando al hombre hasta reventarle
el lomo con los latigazos del dolor existencial. Son pocos los poemas donde se
aborda a Dios como tema central, pero en esos pocos versos se pueden apreciar
una serie de estados anímicos contradictorios y complejos. El poeta pasa de la
rebeldía a la sumisión, de la blasfemia al arrepentimiento, y del reto abierto
a la compasión. Primero se enfrenta a Dios y le cuestiona su abandono y su
silencio, le recrimina su indiferencia y lo enfrenta inquiriéndolo a través de
un duelo verbal en donde las palabras son saetas amargas que intentan herir al
oponente: "Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,/ como en un condenado,
/Dios mío, prenderás todas tus velas,/ y jugaremos con el viejo
dado…" Ese viejo dado, que rueda
por el infinito y que no es otro que la tierra, como el poeta lo señala versos
más abajo, establece su reclamo para con
un Dios que se nos presenta en el poema como un creador indiferente, un
irresponsable jugador de oficio que ha tomado el Universo como una mesa de
juego sobre la cual ha echado la creación en un lance y se divierte con el
azar. Pero después, como si se sintiera culpable por su osadía, intenta una
reconciliación con Dios, en el poema que coincidentemente se titula “Dios”,
expresa:
Oh, Dios mío, recién a ti me llego
hoy que amo tanto en esta tarde; hoy
que en la falsa balanza de unos senos
mido y lloro una frágil creación.
Y tú, cuál llorarás…tú, enamorado
de tanto enorme seno girador…
Yo te consagro Dios, porque amas tanto;
porque jamás sonríes; porque siempre
debe dolerte mucho el corazón.
"Yo te consagro
Dios, porque amas tanto…", escribe Vallejo y algunos afirman que en esta
expresión se infiere un gesto inaudito de soberbia por parte del poeta, ya que
sólo considerándose por encima de Dios se puede tener la osadía de consagrarlo.
Sin embargo, este verso puede ser
analizado bajo otra perspectiva, si consideramos que el único capaz de
consagrar a Dios sin que su acto implique una blasfemia es el sacerdote ungido
desde lo alto con la investidura que le permite realizar este acto ritual
trascendente en la celebración eucarística,
pero además el sacerdote es al mismo tiempo el depositario de la
Palabra, el mensajero del Evangelio, el custodio del Verbo Divino. Por ello,
examinando lo anterior, es posible establecer alguna analogía con el ejercicio
poético, ya que el poeta es, aunque en otro sentido, depositario de la palabra
que es verbo, palabra viva a la cual invoca en el momento del acto de creación.
En este sentido, me parece que el verso vallejiano se aleja de connotaciones
que impliquen la intencionalidad arrogante que se le ha adjudicado algunas
veces, en cambio considero que se acerca más a la autoafirmación de la
condición de poeta que en el instante supremo del acto de creación reconoce a
la Divinidad a la que alude consagrándola no con el orgullo banal de quien se
cree superior, sino con el gozo reverencial del poeta que invoca la palabra.
Por otra parte, Vallejo consagra a Dios porque ama, como para confirmarnos que
sólo es posible la sublimación a través del dolor, pues quien ama hasta el
dolor puede ser perdonado y absuelto incluso de los actos más bárbaros, quien
se duele y muere de amor se redime y se consagra hasta tocar la esencia divina,
pues sólo un Dios puede amar perfectamente, y quien ama hasta el dolor agónico
trasciende los límites de su condición humana, quien ama expone su corazón; es
más, lo entrega y al entregarlo se está dando por completo, pues el corazón es
el espacio vital del ser humano, el lugar donde se libran las pasiones, la zona
donde se ubican sus dos esencias: la luminosidad y las tinieblas, aunque después
el poeta termine por reconocerse como
"un triste barro pensativo" cuyo amargo destino es seguir sufriendo.
El discurso vallejiano
plantea pues, una dicotomía entre Cristo y Dios ¿cómo puede entonces concebirse
la existencia de una propuesta mística? Y de haberla ¿cómo se nos presenta?
Para César Vallejo
Cristo es el hombre-Dios y su figura es el símbolo perpetuamente latente del
dolor humano, de ese dolor existencial que el poeta experimenta en carne
propia. La figura de Cristo en la poesía es transmutada al género humano, ya
que precisamente Cristo es el hijo del hombre, símbolo de la humanidad. Tal vez
por esto Vallejo escribe en Los heraldos
negros (título que además anticipa el presagio tenebroso y fatídico de la
existencia): "Son las caídas hondas de los cristos del alma" , porque
él ve en cada hombre a Cristo en la medida en que el dolor existencial habita
en cada uno, identificándose de esta manera con cada ser humano. Cristo es el
símbolo del dolor no sólo físico sino espiritual y en espíritu Cristo habita en
cada hombre a través de la tristeza, de la angustia, del desconsuelo. La fe, la
seguridad, la confianza que experimenta el poeta en Cristo como analogía
simbólica, es también su creencia en el hombre, es una fe que trasciende el
sentido de creencias en un conjunto de afirmaciones teológicas. Su fe es
activa, es una confianza absoluta en la naturaleza humana. Su fe está cifrada
en la esperanza, en la humanidad y en el dolor compasivo que se sufre al
reconocerse en otros "barros pensativos" y de
esta manera el dolor es trascendente:
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae
perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar…
Escribe el poeta en Los nueve monstruos ante lo irremediable
del sufrimiento , pero aun en la desesperación cabe al menos la esperanza, la
oración o la súplica es el lamento que surge de lo más profundo del alma para
implorar un poco de compasión por el que sufre, pues el que ora quiere ser
reconocido y consolado, por eso levanta el corazón esperanzado como una
ofrenda, ya que es lo único que posee, pero esta esperanza es tan sólo un
precario paliativo, es apenas una tregua, un consuelo instantáneo dentro de la
enormidad de la agonía existencial. El dolor acendrado del poeta, el
sufrimiento acérrimo que experimenta sobrepasa su propia limitación de ser, el
dolor es tan profundo que de tanto dolerle la existencia anhela ser uno con el
dolor para dejar de sentirlo, ser la esencia del dolor y anonadarse en él hasta
abatirse es quizá su mayor esperanza y hay momento en que toca el fondo del
dolor mismo. Tal vez por esto en “Voy a hablar de la esperanza” nos expresa: Yo no sufro este dolor como César Vallejo.
Yo no me duelo ahora como artista, como hombre
ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico,
como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César
Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo
sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no
fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro solamente.
Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. Más adelante,
en este mismo poema asistimos como lectores a un parto tenebroso donde el poeta
ha engendrado el dolor y lo da a luz en un extraño alumbramiento metafísico: ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo?
Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros
que algunas aves raras ponen del viento.
El misticismo, la
espiritualidad en la poética de César Vallejo se encuentra en un dolor de
índole universal e infinito que sólo es
retenido a penas y simbolizado en la
figura de Cristo, y que apenas logra contenerse en el endeble dique de la
palabra; y como ese anhelo de abandono
en el sufrimiento que se percibe en el plano poético como la vehemencia de
perseguir al hombre por ser su semejante en la miseria de existir, en ese dolor
de ser. No obstante, como expresa Miguel de Unamuno en El sentimiento trágico de la vida:
“del fondo de esta miseria surge
vida nueva, y sólo apurando las heces del dolor espiritual puede llegarse a
gustar la miel del pozo de la copa de vida…” Por eso, tal vez, quien busca fervientemente
al Cristo inmanente termina por
encontrar el Cristo trascendente, pues en
alguna ocasión Cristo expresó: Yo
soy el camino, la verdad y la vida…”
En el tercer poemario de
César Vallejo Poemas en prosa que
contiene diecinueve poesías escritas entre 1924 y 1929, un hálito de amargura
pero también de intensa vitalidad transita por sus versos. Los símbolos
católicos y la alusión a Cristo han desaparecido de su discurso poético. Esta
ausencia de emblemas religiosos igualmente se registra en el libro posterior Poemas humanos quizá porque las analogías y los
acercamientos metafóricos con la figura de Cristo han sido traspolados al plano
poético de una manera distinta. Ahora la voz del poeta adquiere en sus versos
un tono viril y vigoroso y un sentido de prédica evangélica permea su poesía,.
y de este modo, a través de su discurso se revela ante el hombre presentándose
como el poseedor de una Verdad Trascendente, es como si de algún modo asumiera
lo trágico de su destino y en esta aceptación encontrara la fuerza y la vitalidad para afrontarlo hasta en sus
últimas consecuencias. De allí que el discurso adquiera un tono enérgico y
sonoro:
Me dirijo, en esta forma, a las individualidades
colectivas, tanto como a las colectividades individuales y a los que, entre
unas y otras, yacen marchando al son de las fronteras o, simplemente, marcan el
paso inmóvil en el borde del mundo.
(“Algo te identifica”)
Esta estrofa de un
temple vital ofrece analogías con la voz de un líder que pretende sacudir y
despertar la conciencia social de los hombres, lo que nos lleva a recordar la
faceta revolucionaria bajo la cual se concibe también al Cristo histórico. Más
adelante, en el poema “Lomo de las Sagradas Escrituras”, expresa:
Hasta París ahora vengo a ser hijo. Escucha
Hombre, en verdad te digo que eres el hijo del
Eterno
pues para ser hermano tus brazos son escasamente
iguales
y tu malicia para ser padre, es mucha.
En buena medida los
versos anteriores nos enfrenta a una revelación: la autoridad de la voz que se
dirige al hombre para hablarle, no como
su semejante sino a partir de una jerarquía distinta. Su fuerza y el impacto
verbal de apotegma se ve reforzado por el contenido de la sentencia en donde el
tono de prédica sorprende por la semejanza que ofrece la estructura de los
versos con el discurso evangélico. Además nos permite apreciar cómo el poeta se
autoreconoce como “el hijo del Hombre”. El contenido de la estrofa está animado
por un temple de enseñanza que ofrece analogías con la figura de Cristo en su
faceta de Profeta y Maestro. Pero nada tan cercano a la dicción del Evangelio
en el “Sermón de la montaña”, que el poema “Traspié entre dos estrellas”:
!Amado sea aquel que tiene chinches
el que lleva zapato roto bajo la lluvia
el que vela el cadáver de un pan con dos
cerillas
!Amado sea
el que tiene hambre o sed, pero no tiene
hambre con qué saciar toda su sed
ni sed con qué saciar todas sus hambres!
Por otra parte, en el
Evangelio según San Mateo (5:3-6 ) puede leerse:
“Jesús subió al monte y
se sentó. Sus discípulos se le acercaron y él comenzó a enseñarles diciendo:
Dichosos los que reconocen su necesidad
espiritual, pues el reino de Dios les pertenece.
Dichosos los que están tristes, pues Dios les
dará consuelo.
Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer lo
que Dios exige, pues El hará que se
cumplan sus deseos…
Más adelante, en “Me
viene, hay días, una gana ubérrima” el
poeta exclama:
!Ah querer éste, el mío, éste, el mundial
interhumano y parroquial, provecto!
Me viene a pelo,
desde el cimiento, desde la ingle pública,
y, viniendo de lejos, da ganas de besarle
la bufanda al cantor,
y al que sufre, besarle en su sartén,
al sordo, en su rumor craneano, impávido;
al que me da lo que olvidé en mi seno,
en su Dante, en su Chaplín, en sus hombros.
Las dos poesías antes
citadas ilustran lo que podríamos llamar ese “Sermón de las Bienaventuranzas”,
ese evangelio vallejiano donde el autor de Poemas
humanos a través de las palabras, al igual que Cristo en sus parábolas,
abraza y consuela al hombre en la pena, en el sufrimiento y dolor de la
existencia.
El amor del poeta hacia
el hombre es un amor político, es una amor social en donde el individuo es
considerado como parte de una colectividad. La “ingle pública” es la metáfora,
y el símbolo de la humanidad doliente, el espacio tangible donde caen
hondamente los cristos del alma. El poeta se conduele del hombre desde un “otro
colectivo” que lo remite a la miseria de la condición humana. De la misma
manera, se puede recordar, que cuando Cristo se dirige al hombre lo hace
considerándolo desde un “yo” integrado a una comunidad. Esta concepción del
autor de Poemas en prosa, por otra
parte muy Paulina, ya que San Pablo en una de las cartas dirigida a los
Romanos, escribe: “De la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero
no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos,
somos un cuerpo en Cristo “ (Rom.12-14), así del mismo modo, aunque, claro, el apóstol se refiere a la Iglesia como el
cuerpo místico de Cristo, el poeta extiende esta concepción hacia toda la
humanidad.
El género humano no sólo
simboliza sino que prácticamente integra el cuerpo de Cristo, así se presenta
en su poética. Por ello es que la humanidad puede obrar el mayor de los milagros: la resurrección. De esta
manera, es posible asistir de nueva cuenta a la resurrección de Lázaro, pero un
Lázaro que en el plano poético se manifiesta como el hombre nuevo, resucitado
al clamor de una humanidad unida en el dolor compasivo:
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: “!No mueras, te amo tanto!”
Pero el cadáver !ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitieron:
!No nos dejes! !Valor! !Vuelve a la vida!
Pero el cadáver !ay! siguió muriendo (…)
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver, triste,
emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
El misticismo poético de
Vallejo manifestado en las configuraciones metafóricas de su discurso se
expresa como un amor doloroso al reconocerse en los hombres que son sus
hermanos, sus semejantes y a quienes siente palpitar bajo su piel desde su
sufrimiento. De esta manera él constituye con los otros y en los otros un ser
colectivo. Por esto, tal vez, las diferencias sociales y la diversidad de
credos son abolidas en su poesía, donde un hálito de amargura alienta las
palabras porque en el discurso poético Vallejo se prolonga y se perpetúa en el
género humano. Este anhelo de comunión espiritual que se percibe en los poemas,
quizá tenga alguna analogía con lo que nos expresa Miguel de Unamuno en El sentimiento trágico de la vida donde
dice: Y si doloroso es tener que dejar de
ser un día, más doloroso sería acaso seguir siendo siempre uno mismo, y no más
que uno mismo, sin poder ser a la vez otro, sin poder ser a la vez todo lo
demás, sin poder serlo todo.
La hondura de su amor
por los “crucificados del alma” se traduce en un eterno desesperarse, en una
infinita condolencia, es la desnudez de su propio espíritu, es la tragedia de
su vida. En su amor no hay cuestionamientos, hay entrega. Su alma y su corazón
se desbordan generosos por las galerías de su poesía en un intento de
proporcionar consuelo a todo ser viviente. La obra poética de Vallejo es un
testimonio de amor y de fe en la humanidad, independientemente de la
configuración que adopte en el discurso.
En lo que respecta a su
vida personal, el dolor de su tragedia existencial se agudiza en 1936 cuando se
entera de que ha estallado la Guerra Civil en España. Este acontecimiento
irrumpe violentamente en el ánimo del poeta, quien había establecido un
estrecho vínculo con los intelectuales españoles. Por esto, se dispone a viajar
inmediatamente a ese país y mientras tanto reanuda su militancia socialista;
ayuda a formar Comités de Defensa de la República y escribe artículos en favor
de la causa revolucionaria. A finales de 1936 ingresa a España donde
permanecerá el tiempo suficiente para experimentar el horror de la guerra; a su
regreso y en el transcurso de 1937 se dedica a escribir el poemario España aparta de mi este cáliz, que
junto con Poemas en prosa y Poemas
humanos serán publicados después de su muerte gracias a la intervención de
su esposa Georgette.
Durante 1937 sólo vivirá
en función de los sucesos en España y para apoyar la causa revolucionaria, pero
¿qué puede significar este país para un hombre que como Vallejo muere
pronunciando su nombre? Tal vez, en una primera instancia, la guerra civil se le planteara como la posibilidad más
cercana de transformación social y de instauración de un régimen más justo,
aunque obtenido a costa del dolor, de la muerte y del sufrimiento, pero sólo a
través de ello, según los conceptos que nos devuelve su poesía y algunos actos
de su vida, se puede llegar a resurgir de las tinieblas y ver la luz de una humanidad más perfecta. Por otra
parte, el poeta se siente vinculado con España a través del lenguaje y la
cultura . En aquella península posee amigos intelectuales que comparten su
postura política y su preocupación de artista. El reconocimiento y gratitud que
el poeta rinde a España por su
aportación a la cultura universal es también un canto donde reconoce sus
vínculos intelectuales y sociales con ese país del cual ha abrevado parte de su
ser intelectual:
El mundo exclama: “!Cosas de españoles!”
Y es verdad. Consideremos
durante una balanza, a quema ropa,
a Calderón, dormido sobre la cola de un anfibio
muerto
o a Cervantes, diciendo: “Mi reino es de este
mundo,
pero también del otro”…
Contemplemos a Goya de hinojos
y rezando ante un espejo…
El atentado contra la
cultura llevado a cabo en España es una manera de acrecentar la desesperanza,
pero además España es un escenario dantesco, ya que es lugar donde se está manifestando cruentamente
la tragedia existencial. En España están cayendo hondamente los “cristos del
alma”; es el país donde de algún modo, el hombre está unido en una causa común,
en un deseo compartido por todos con tal vehemencia que no importa sufrir por
ello e incluso morir, ya que existe un ideal que trasciende al ser individual
para convertirlo en un sólo ser social en el que no cabe el egoísmo.
Padre polvo, compuesto de hierro
Dios te salve y te dé forma de hombre,
padre polvo que marchas ardiendo.
Padre polvo, sandalia del paria,
Dios te salve y jamás te desate,
padre polvo, sandalia del paria
Estas estrofas que
integran Redoble fúnebre a los escombros
de Durango nos ilustran hasta qué punto el poeta concibe a
España como el sitio donde puede resurgir el nuevo ser humano. De aquí
que aluda metafóricamente al Génesis, pues como la Biblia lo explica
Adán fue formado con barro por el Artesano Divino, y de esta manera, del mismo polvo que es el origen, puede moldear
nueva vida. Por ello, no es fortuito que
en el poema nombre a Dios abiertamente como el dador de vida. En este caso, hay
una súplica que es el anhelo basado en la esperanza de vida : “Dios te salve y
te de forma de hombre”, que imploran al alfarero para que forme al nuevo ser
con el polvo trágico que asciende de los escombros de la guerra. Por otra
parte, en la antigua Roma (en la época de Jesucristo), lo que establecía la
diferencia entre un esclavo y un hombre libre, era precisamente el uso de la
sandalia. Cuando un hombre dejaba de ser esclavo podía calzarse esta prenda e
incorporarse a la sociedad adquiriendo todos los derechos de cualquier
ciudadano, que antes le habían sido negados por su condición marginal. En este sentido, la alusión a la sandalia
dentro del poema viene a enfatizar el anhelo de libertad y la posibilidad de la
creación de un hombre libre de opresiones y de injusticia social. En el
discurso el poeta hace hincapié en “sandalia del paria” y enseguida agrega:
“Dios te salve y jamás te desate”.
“Recuerdo que en España”,
escribió Octavio Paz en el Laberinto de
la soledad, “durante la guerra, tuve la revelación de “otro hombre” y de
otra clase de soledad: ni cerrada, ni maquinal, sino abierta a la
trascendencia. Sin duda la cercanía de la muerte y la fraternidad de las armas
producen, en todos los tiempos y en todos los países, una atmósfera propicia a
lo extraordinario, a todo aquello que sobrepasa la condición humana y rompe el
círculo de la soledad que rodea a cada hombre…en aquellos rostros había algo
como una desesperación esperanzada…No he visto después rostros parecidos…”
Por otra parte, Miguel
de Unamuno en El sentimiento trágico de
la vida, nos dice: “los hombres se aman con amor espiritual cuando han
sufrido juntos un mismo dolor, cuando araron…la tierra pedregosa uncidos al
mismo yugo de un dolor común. Entonces se conocieron y se sintieron y se
consintieron en su común miseria, se compadecieron y se amaron” Y es que tal vez, el abrazo espiritual con
otro ser sólo pueda lograrse por medio del dolor, pues no hay cáliz más amargo
ni vínculo que estreche más las almas que el sentimiento compartido.
“No hay algo más pesado
que la compasión” expresa Milán Kundera en La
insoportable levedad del ser,
“ni siquiera el propio dolor es tan pesado como el dolor sentido con alguien,
por alguien, para alguien, multiplicado por la imaginación, prolongado en mil
ecos”
Las citas anteriores nos
acercan a la percepción del dolor a través de esa experiencia abierta a lo extraordinario que se vive en
una situación de guerra donde la muerte
acecha a cada instante y donde, en
ocasiones, hasta un segundo de la vida de alguien depende del acto o el gesto
solidario del compañero. Por esto, me parece que Vallejo experimenta la
compasión en España. Com-padece a su hermano en la miseria de ser hombre.
Com-padece: padece en comunión, siente espiritualmente el dolor de aquellos que
están sufriendo un dolor que también es suyo. En España están matando al
hombre, lo están crucificando:
!Onzas de Sangre,
metros de sangre, líquidos de sangre,
sangre a caballo, a pie, mural, sin diámetro,
sangre de cuatro en cuatro, sangre de agua
y sangre muerta de la sangre viva!
Nos exclama Vallejo
desde “Batallas”, para hundirnos en este desbordante río sanguíneo que adquiere
connotaciones místicas, vinculado al símbolo eucarístico que nos recuerda la
inmolación de Cristo derramando hasta la última gota de su sangre para la
redención del hombre. En estos versos, el autor de Poemas humanos parece gritarnos hasta qué punto en España, los
“cristos” caen abatidos en el dolor de la existencia, ese dolor que de algún
modo, lo aniquila a él también hasta dejar de ser “un triste barro pensativo”
para ser otro con otros y con todos: uno solo.
En ese mismo poema versos más abajo exclama:
!Extremeño, dejásteme
verte desde este lobo, padecer,
pelear por todos y pelear
para que el individuo sea un hombre,
para que los señores sean hombres,
para que todo el mundo sea un hombre
y para que hasta los animales sean hombres
Y así continúa el poema
hasta llevar todo lo creado a esa unicidad en donde el hombre se levanta siendo
uno Solo, con esa nueva dignidad humana que abarca y trasciende la creación
entera.
En su poesía Vallejo
trasciende, pues, su identidad aislada
al fraccionarse y multiplicarse en el dolor con otros, como la vivencia trágica
y profunda del cúlmen del dolor humano. El cáliz es la guerra en la cual ese
dolor (que ha imaginado y perseguido afanosamente a través de las palabras, y
que presintió en su vigilia existencial) se materializa en el horror de la
muerte que arrastra sangre de inocentes. En España probablemente el poeta pudo
experimentar finalmente ese dolor que tritura el espíritu: el dolor del hombre
por el hombre, el amor de humanidad.
César Vallejo muere un
viernes de abril de 1938, con su último aliento exclama: “!España!, !España!”,
tal vez para apurar el cáliz hasta la última gota, tal vez al experimentar el
cúlmen del dolor humano logró acercarse
al símbolo de la humanidad doliente: el
Cristo trascendente en el amor. Quizá pudo entrever “los misterios del
Universo” cuando dijo: “cualquiera que
sea la causa que defender ante Dios
después de la muerte, tengo un defensor. Dios”
César Vallejo muere un
viernes Santo, un viernes de dolor, un viernes de luto, un viernes de
crucifixión. Su lucha existencial había terminado:
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin
que él les haga nada;
le daban
duro con un palo y duro
también
con una soga; son testigos
los días
jueves y los huesos húmeros,
la
soledad, la lluvia, los caminos…
(“Piedra Negra sobre
Piedra Blanca”)
César Vallejo ha muerto.
Ahora duerme en el clavo ardiente de sus versos y se ahonda en el corazón de
los que comen “el pan nuestro de cada día”: los poetas.
AGLAE
MARGALLI (México).
Poeta, ensayista, periodista. Es conductora y co-guionista del programa de
televisión De Letra en Letras. Síntesis del ensayo presentado en el Segundo
Encuentro Literario “Vallejo y su tierra”, realizado en la población de
Santiago del Chuco, Perú (tierra del
poeta) del 23 al 27 de julio de 2001 y organizado por el Instituto del Libro y
la Lectura de Perú. Página ilustrada com obras de Franz
von Stuck (Alemanha, 1863-1928), artista convidado desta edição de ARC.
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Agulha Revista de
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Fase II | Número 17 |
Junho de 2016
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