Jorge Valero
La poesía
de Jorge Valero ha sostenido, a través de los años, un expresivo diálogo con la
naturaleza, con los mitos grecolatinos y los que reafirman la visión de su
tierra natal. Es la suya una obra poética que funde armoniosamente sus
experiencias humanas en una poesía abierta siempre a la inteligencia y al
esplendor. En este contexto poético Las quimeras del hidalgo subrayan la
expresión mítica de esos pueblos antiguos y modernos, estableciendo un
encuentro entre el pasado y la transitoriedad del ser sobre la tierra, en un
lenguaje en el que el sentido de la vida en el tiempo adquiere un significado
más pleno por la dimensión misma de la palabra que revela la luz de lo nombrado
en relación de quien la nombra. Y para esto el poeta entrega su yo a la
libertad del acto creativo explorando poéticamente ese basto mundo mítico,
religioso y amoroso que nos revela su obra.
Por eso, no es de extrañar que nos presente también la vida y el tiempo
como reflexión y conocimiento del ser a través de la poesía. Este sentir es el
que debemos esperar de un verdadero poeta cuyo objetivo no es documentar el
pasado, ni hacer de éste el tema central de su obra, sino cantar la vida misma
en su propio transcurrir y extraer de aquella expresión del pasado una visión
más humana del mundo. Me parece que este es uno de los objetivos de las varias
facetas de su poesía. Por ello, las subdivisiones que hayamos en Las quimeras del hidalgo no se darán
como fronteras diferenciadoras de enfoques literarios o estructurales del
libro, sino como partes de un todo donde el poema mismo reclama su propia
individualidad y sus propias resonancias culturales y estéticas.
Siguiendo estos conceptos, detengámonos por un momento en el
título del libro y veamos la palabra “quimera” como ilusión o
expectativa de algo (en este caso la perfección de la vida misma) proyectada
aquí como un deseo imposible de realizar. Por otro lado, el vocablo “hidalgo”,
representativo de la nobleza en el contexto social de la Edad Media o el
Renacimiento, supone aquí un valor ético y una convicción moral y estética ante
la vida. Conceptos que, desde este punto de vista, influirán en la percepción
de esta visión lírica y en todo aquello que distinga la vida del hablante
respecto a su propia realidad creativa. De ahí que esta poesía no esté
orientada solamente por el conocimiento de los mitos y leyendas antiguas, sino
por una concepción de la vida frente aquellos acontecimientos y creencias que
susciten un mayor entendimiento del mundo. En este sentido el concepto del amor
y la vida, del tiempo y la sustancia misma de la muerte, sostendrá el andamiaje
de cada uno de los textos. Pero lo que se exprese en ellos contendrá un
equilibrio entre lo real y lo fantástico, dejando siempre al descubierto una
expresiva gratitud hacia la vida y el amor que ésta irradia. Desde el comienzo
mismo de la lectura, dos epígrafes llaman nuestra atención por el sentido que
reflejan sobre estas composiciones. El primero: la vida como una infundada
inmortalidad (Popol Vuh); y el otro: la ilusoria imagen del ser en busca de
semejanzas con su creador (Jorge Valero). Por ello resulta oportuno señalar,
antes de seguir adelante, que el epígrafe: “Hidalgo soy / con penas y todo, /
en la niebla del tiempo”, colocado en el apartado “Ladrón de fuego”, nada tiene
que ver con el concepto de hidalguía que señalé anteriormente, pues lo que aquí
encierra la palabra es la relación del hablante con la poesía y las fuentes de
inspiración (culturales, míticas, históricas y estéticas) que influyen en la
creación de esta obra.
En “Ladrón de fuego”, el sentido purificador del fuego
implica una actitud que trasciende la intimidad del yo lírico y retiene su
realidad frente al tiempo. Por eso, la visión del entorno que se prolonga en
este espacio poético proyectará la vida como transitoriedad: “Me embriagan las
huellas del pasado en el crepúsculo de los años” (p. 5) dice en este verso,
para luego subrayar: “Un rumor de deseos pasta en la vigilia del tiempo y a la
vuelta del / alba se congregan las quimeras” (p. 6). Y más adelante, en el
poema “Muerte” volvemos a encontrar este sentimiento de la temporalidad de la
vida: “…El campanario del tiempo es un murmullo que / bosqueja la inevitable
oquedad” (p. 19) dice, implicando así esa sensación de lejanía y caducidad en
el sonido agudo del “campanario” que recuerda el breve paso del hombre por la
vida. Y es que en esta poesía el perfil ilusorio de las cosas se mostrará no
como una angustiosa preocupación, sino como el reconocimiento de una realidad
ineludible. No obstante, esta relación con el tiempo no es para evocar el
doloroso tránsito del ser por el mundo, sino para centrar la visión de ese
mundo mítico como una evocación de la vida en el tiempo. En este contexto
aparecerán pensamientos, nombres mitológicos y de escritores que suman sus
voces a la concepción del tiempo y de la vida: Zeus, Ovidio, Esquilo,
Pitágoras, Séneca; y, por ejemplo, alusiones al Cantar de los cantares, la Eneida
o las Flores del mal de Charles
Baudelaire que sugieren el conocimiento y la inclinación de este autor por
espacios temporales y literaturas tan diferentes como la latina y la romántica
evocadas en este mismo apartado.
Hay, como conocerán los que hayan leído la poesía de Jorge
Valero, un tono celebratorio que contiene además una forma de conocimiento del
mundo. No una forma idealista de ver la realidad, sino más bien de impregnar la
poesía de aquellas experiencias que hacen de la vida una satisfacción plena y
armoniosa con el cosmos. Pienso que en cierto sentido la obra de Valero recibe
y comparte lo que la gratitud de ese conocimiento del mundo le ha otorgado: la
realidad del entorno inmediato y del pasado, el conocimiento de los clásicos y
la modernidad, el amor en sus manifestaciones más humanas y solidarias, la
capacidad de contemplar y transformar aquello que la naturaleza misma le revela
en su más íntima expresión. De ahí que sus poemas contengan ese matiz
celebratorio que despierta en el lector una especie de recogimiento interior
que surge, en parte, de los mismos temas que trata. En “Esplendor de
jardineros” encontramos poemas que manifiestan este sentido. De ahí que los
conceptos que abren este apartado (esplendor / jardín) lleven implícitos esa
gratitud que la literatura reclama como conciencia y revelación del mundo:
“Auspicioso el legado que nos guía por el gran universo de la palabra”, señala
en el poema “Ruta de poetas”, (p. 36). Y
ciertamente, ésta será la intuición que guíe las coordenadas que ramifican la
estructura del libro. Pero todo será dicho a la luz del lenguaje como
espiritualidad e iluminación del ser, y de una intuición que busca revelar la
reconciliación del ser con su entorno. Y en efecto, la mayor parte de estas composiciones
está impregnada de esta actitud. Por eso mostrará siempre ese énfasis como
ocurre, por ejemplo, en el poema “El curandero de las piedras”, (pp. 43-47),
cuyo contenido contiene un profundo sentido religioso:
[…]
En la pirámide del Ande, que asciende
desde las oquedades de la
tierra feraz, el artista de mi lar
amansa sus criaturas en los jardines de la fe:
Cantan sus espíritus
El lenguaje de las odas
Y el universo que ríe
Se eleva triunfante
Con el despertar
De las piedras
Escucho prendado
Sus almas en fuga
¡No profanemos
La obra de Dios!
La poesía de Jorge Valero contiene una concepción humanista
del mundo, una fe que reconoce en todas las manifestaciones de la vida una
relación con la realidad inmediata y con aquella que recrea la intuición a
través de la historia. Por eso toda criatura del universo, aun lo inanimado
proyectará una claridad más nítida y armoniosa con el cosmos. Es decir, cada
materia y organismo de la naturaleza (animales, piedras, plantas, montañas,
ríos y cielos), retendrá una expresión de grandeza en todo lo que el texto
evoque. La mirada irá siempre más allá de lo contemplado y de las cosas que
aparecen ocultas, pero infieren la noción de belleza que las envuelven. Y es
que la poesía misma parece desbordarse sobre la vida terrenal, allí donde lo
nombrado adquiere una profunda dimensión espiritual. Un lugar inefable donde el
tiempo fluye en consonancia con la visión que hace posible la intensidad de
este universo: “Aferrado al conjuro de la noche escucho extasiado las letanías
del / tiempo”, (p. 47) señala en este verso. De ese “conjuro de la noche” se
proyectará el sentido que ilumina y alberga la condición “mística” y solidaria
que refleja esta poesía:
Alabanzas
Al que dona sin recibir recompensa
Al que ofrenda su purpúreo corazón
Al que invita a comer los frutos del
bien
Al que ilumina los caminos de la
especie
Al que conjura las sombras de la muerte
Al que alumbra con sentencias del vivir
Al que predica desde el púlpito de la
sencillez
Al que sana con su verbo los vestigios
del dolor
Al que divulga verdades como prodigios
del cielo
Al que ofrenda buenas obras con bendito
proceder
Al que escucha la palabra en la ermita
del sufriente
Al que canta en comunión con la heredad
desheredada
Al que siembra la esperanza en los
predios del azar
¡Alabemos, sí. Alabemos la bondad de su
fuego inextinguible!
Contra lo que destruye la vida, se alza la voz del poeta en
la solidaridad mística por las carencias y el dolor del prójimo. Y en efecto,
la poesía de Jorge Valero estará siempre a merced de ese hallazgo que resguarda
la vida del vacío que pueda ensombrecerla. Para este propósito el yo lírico
insistirá siempre en ofrecer una vía esperanzadora que reconcilie el ser humano
con la creación. Este sentimiento esperanzador
no es nuevo en Valero, pues es uno de los rasgos que caracteriza su
escritura, y habla de un modo muy suyo de mirar la vida. En otras palabras, ver
mucho más allá de lo que pueda revelar la razón. Esta actitud ofrecerá un
optimismo en el porvenir y en la visión que caracteriza esta escritura: “Se
abre paso la poesía entre la tortuosa maraña de la oquedad humana. Es optimismo
del porvenir que prefigura la divinidad de la especie”. (p. 50). Sobre estas manifestaciones la poesía fluirá
como un reflejo del mundo en íntimo diálogo con el entorno. Pero hay también
otros motivos que distinguen estas composiciones, y nos dan la medida de lo que
se dice respecto a la transparencia y evocación del tiempo. Un tiempo que
parece consumirlo todo y señalar, como un arco en el horizonte, la frágil
realidad de la existencia, como se nos advierte en el apartado, “Los espejos
del sol”:
La gota viajera predice la brisa
mirando extasiada la sombra
del humo. Huye chispeando entre
cantatas de lluvia. En la orilla del tiempo
impregna su velo con eco de lágrima.
(“Gota
viajera”, p. 53)
Pero este concepto del tiempo reflejará además un sentido
cambiante y transformador. Para ello el yo poético tendrá a su disposición una
naturaleza que adquirirá connotaciones de la belleza e interioridad del ser,
como advertimos en el siguiente verso: “El traje de la naturaleza cambia a cada
instante como renace la fe en el alma del hombre”. (p. 57). Ciertamente esta fe hay que verla como el reconocimiento de la armonía que emana de
ese mundo ideal: “La belleza me ha cubierto con sus alas.” (p. 59), dice en
este verso. De este modo la belleza nos descubre el lado oculto de un mundo que
se corresponde con la voz del yo lírico no sólo en la visión del pasado, sino
también en cada momento que el hablante particulariza la imagen del tiempo: “El
tiempo es refugio de ilusiones trepidantes” (p. 62) reitera, para resaltar
luego aquello que ha quedado como un instante de reflexión. Y motivos tales
como: el tiempo, mitos, tradiciones, belleza, solidaridad, conocimiento,
esperanza, naturaleza, lenguaje y silencio, proyectarán también distintas
referencias revertidas de una imagen más profunda del mundo. Por eso, en el
cuarto apartado (“Tañer el silencio”) los elementos de la naturaleza serán
―como hemos visto― portadores de sensaciones que parecen contrarrestar el
lenguaje del silencio. ¿No ofrece ya una sensación ambigua la idea de tañer el silencio? Sorprende, pues, esta
forma de aprehender la realidad del silencio. En otras palabras, el silencio
genera un puente de correspondencias entre la sensibilidad del hablante y lo
que la palabra poética pueda sugerir como conocimiento y revelación del mundo:
“…Los fulgores del viento estrenan en silencio sus espejos” (p. 70). Pero puede
decirse que estos fulgores representan
una visión variable del mundo en su tránsito de una imagen a otra.
Sin embargo, las secciones del libro no se opondrán entre sí
pues serán guiadas por conceptos e imágenes que se entrelazan y relacionan. No
es de extrañar por lo tanto que en este lenguaje abunden nombres y conceptos
mitológicos, y un léxico que va desde lo más ínfimo (hormigas, luciérnagas,
arañas) hasta lo más fantástico e irreal (faunos, ninfas, duendes, unicornios),
por ejemplo. Y, como si el hablante pintara un cuadro del ambiente, una y otra
vez la palabra reflejará distintas capas de ese imaginario: “Purpúrea es la luz
de la palabra que se refleja en esmalte de colores” (p. 87), nos dice. Y más
adelante: “Mucho decimos con poemas en las palpitaciones del existir” (p. 103).
Es decir, la palabra le devuelve un sentido humano a las cosas, pero un sentido
que surge de la poesía misma como eje el central de la vida. En efecto, esto es
lo que se percibe en Las quimeras del
hidalgo, y en la voz que en él habla a través del tiempo:
Preñada de luces la estancia destella
al amparo del pájaro celeste. Se
acuna silente en el umbral del poema,
henchida cabalga en
ramilletes de perpetuidad.
(“Aurora”, p.
99)
En un sentido más amplio de la palabra, la poesía puede ser
entendida aquí como el reflejo de un universo que también contiene la imagen de
quien lo nombra (“Un hombre se acerca a su escurridiza imagen”), como subraya
este verso en la página 94. Así, puesto los ojos en la naturaleza y en el
lenguaje que la transforma, el sujeto lírico se ha movido hacia la abstracción
misma de esa “escurridiza imagen” inaprensible. Pero gracias a ella puede
evocar el pasado, y aquello que determina en la escritura su propia identidad.
Un mundo no solo hecho de instantes y memorias fugaces, sino también de
“esperanza y profecía” según precisa la evocación de la Iglesia de Santa Sofía,
en el poema “Al templo de la divina sabiduría” (p. 92).
El último apartado del libro, “El palpitar de los dioses”,
cierra esta visión poética. Nos deja
frente a una variedad de provocadoras y emotivas imágenes cuyas
particularidades parecen desbordar la visión misma que retiene el mensaje de
los textos, como ocurre en el siguiente poema:
El vestuario de la naturaleza muta a
cada hora
La tribu renace al despertar las
cosechas
Se emancipan los versos en el cristal
de los sueños
En la fiesta del Momoe manantiales
encantados entregan su tertulia
Y golondrinas declaman salmos de amor
Sopla el viento fuerte brisa en el
vitral de la esperanza
Y la luz del rocío esparce sus alas en
el panteón de la risa
Molinos de viento se divisan en el
horizonte que acoge en su seno
los pregones de sol
Albricias de fe cuando los dioses
tutelares celebran la época
de la restauración
(“Vitral de la
esperanza”, p. 105)
Pero lo que advierte la poesía de Valero se encuentra en la
felicidad que proclama el lenguaje como instrumento evocador de una realidad
que no responde a los lugares comunes de la vida diaria, sino a los de la
propia intuición creadora del poeta. Por eso la imaginación impregnada de
leyendas, lecturas y recuerdos, responde siempre al impulso creativo de esas
sensaciones. Todo como un gran mosaico representativo de aquello que ha
recogido el poeta en su percepción de la vida y a través del tiempo. No como
quien dice lo que ve, sino lo que siente e inquieta su espíritu. Por eso, más
cerca de los románticos por su visión del pasado, y de los modernistas por la
exuberancia verbal, insistente en pensar la poesía de un modo que revele lo
misterioso y lo espontáneo: “Contemplo extasiado la máscara del fundador de las
criaturas en su / periplo hacia la eternidad” (p. 126), nos revela en este verso.
De ahí que esa contemplación y ese éxtasis contengan también un enfoque de lo
sagrado, de ese sentimiento que nos comunica el latido y belleza del mundo.
Este sentir ya lo había asumido el poeta en el poema anterior al expresar (“Por
eso la palabra anuncia la conciencia del mundo”, p. 125) y que utilicé como
epígrafe al comienzo de esta reseña. Y no hay otra forma de anunciar esta conciencia del mundo, sino a través de
lo sensorial y visionario que hacen posible esta poesía.
En Las quimeras del
hidalgo “Se abre paso la poesía entre la tortuosa maraña de la oquedad
humana. / Es optimismo del porvenir que prefigura la divinidad de la especie”,
como ha señalado el sujeto lírico.
Ciertamente el mundo poético de Jorge Valero refleja una gama de
relaciones, y una conciencia solidaria del mundo en todas sus dimensiones
humanas: la poesía y el arte, la naturaleza y los mitos, la historia y la
tradición, el amor y el cuerpo, el tiempo y el espacio, la melodía y el
silencio. Lector: todo en este libro nos comunica un sentido de fe que resalta
los mitos y la vida como experiencia poética. Sí, la serena contemplación de la
vida como conocimiento y esperanza del ser en el mañana.
*****
DAVID CORTÉS CABÁN (Puerto Rico, 1952). Poeta, ensayista. Ha publicado los siguientes
libros: Poemas y otros silencios (1981), Al final de
las palabras (1985), Una hora antes (1990), El
libro de los regresos (1999), y Ritual de pájaros: Antología
personal 1981-2002 (2004). Fue cofundador de la revista Tercer
Milenio. Contacto: dcortes55@live.com.
Página ilustrada com obras de Franz von Stuck (Alemanha, 1863-1928), artista convidado desta edição de ARC.
Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 17 | Junho de 2016
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO
MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
equipe de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FLORIANO MARTINS
GLADYS MENDÍA | MÁRCIO SIMÕES
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FLORIANO MARTINS
GLADYS MENDÍA | MÁRCIO SIMÕES
os artigos assinados não refletem necessariamente
o pensamento da revista
os editores não se responsabilizam pela
devolução de material não solicitado
todos os direitos reservados © triunfo produções ltda.
CNPJ 02.081.443/0001-80
todos os direitos reservados © triunfo produções ltda.
CNPJ 02.081.443/0001-80
Nenhum comentário:
Postar um comentário