La literatura
hispanoamericana del siglo XX cuenta entre sus creadores a Eunice Odio,
costarricense de nacimiento, nacionalizada mexicana. La sensibilidad de su
pluma nos legó una obra de una complejidad disfrazada de inocente fluidez, que
a partir de 1974 ha generado estudios desde diversos ángulos. El creciente
interés por la obra de esta autora radica no sólo en la belleza de sus
creaciones, sino en el mito. Esta invención la entendemos no como la creación
deliberada de una mentira, sino como el resultado de una axiología firme que la
vuelve una incomprendida aún entre sus conocidos, axiología por medio de la
cual es posible rastrear su estereotipo mítico. La búsqueda del estereotipo con
el cual identificar a la autora y no a uno de sus personajes es por lo que se
toma como objeto de estudio su “Epistolario”, género que debe su verosimilitud
al presupuesto de una intención comunicativa (sin perder de vista los episodios
creativos estéticos en él contenidos) entre interlocutores manifiestos.
El
epistolario de Eunice refleja un espacio mítico-religioso en el que se instaura
la culpa por medio de una simbología del mal. En este espacio se revela un ser
en lucha continua, no sólo en defensa propia, sino en defensa de los que la
rodean. El espacio horizontal en el que establece relaciones terrenales se ve
afectado por imágenes que revelan un espacio vertical, imágenes ascensionales
cuya herramienta por excelencia, según Gilbert Durand, es el ala, que también
encontramos en el texto. Lo anterior nos crea la paradoja del desmitilogizador
que se mitologiza al tomar una postura y responsabilidad propias ante la vida y
sus significados, al devorar las imágenes —incluso la del invisible aire— para
poder después ofrecerlo como dádiva a sus amigos más queridos.
La
relación mito-literatura no es nueva, si bien resurge con el modernismo. Su
vinculación por medio de ritos mágicos obedece más a una cuestión práctica en
el pasado primitivo del hombre donde mito y rito son inseparables. En el siglo
XX, sin embargo, cumple más frecuentemente una función interpretativa que nos
lleva a la localización de un imaginario colectivo o incluso, específicamente,
a un estereotipo localizable. Paul Ricoeur, en Finitud y culpabilidad, retoma
los distintos mitos que por medio de una simbología del mal rigen la vida del
hombre gracias a la instauración gradual de la culpabilidad. Al provenir
nuestra autora de un medio profundamente religioso podríamos pensar
inmediatamente en relacionarla con el mito cristiano.
Este
discurso religioso sí está presente a lo largo del epistolario en la presencia
de santos, Biblia y oraciones, pero sólo como una música de fondo que la
acompaña a lo largo de su vida. La verdadera balada cantada por Dios la
descubre en 1965, en su adultez, tomando como guía la cronología epistolar que
marca la carta 18 con fecha de 1º de mayo de 1967, de donde se extrae la
siguiente cita:
Mucho se dice —y hasta se
escriben buenas obras de teatro, Las criadas, por ejemplo—, que Dios no nos
responde, que no dice nada. Y yo he creído eso hasta hace dos años, en que, un
buen día, descubrí que Dios nos está cantando una balada continua; y que lo que
sucede es que nosotros no la oímos. Eso es todo
(Von Mayer).
Eunice
Odio fue un ser que se construyó a sí mismo, un ser destinado a mostrar a los
demás lo que no ven, para lo que se convierte desde su infancia en una
observadora voraz, vagabunda en el mundo, lectora incansable, amante del ser
humano. Parafraseándola diremos: quiere encontrar a Dios. La cercanía temprana
al conocimiento no fue un evento armonioso para la pequeña Eunice. Una tensión
entre su padre, que la deja en libertad, y su madre, que intenta detenerla, la
dotó de entendimiento e intuición, elementos que, según Descartes y Kant, se
sintetizan en la luz de la imaginación. Pero el conocimiento de esta luz trae
consigo una dolorosa carnalidad, la percepción de un mundo oscuro con seres
dolientes a los que intenta salvar con su capacidad de amar y de crear,
dotándolos de una existencia poética y, en algunos casos, una dulce partida:
Un mes después —como a
fines de julio— […] lo vi exactamente como en mi cuento, hecho un ovillo,
tirado en un montón de basura, ya envuelta en el trozo de yute. Me detuve un
momento con el corazón oprimido […] Subí por mi inefable elevador, con la
imagen de Pedro tirado […] ¿Cómo es posible que un hombre tan hermoso, tan
dulce, tan bueno y tan pobrecito, esté allí tirado, hecho un mortal ovillo
[como tu larva de mariposa, Eunice!
Fragmentos
como éste refuerzan la presencia de una simbología del mal en la conciencia de
la autora y, a la vez, una constante tensión entre esta simbología y su
capacidad de raciocinio, ya que en su mente no es posible que se “castigue” a
un ser que no ha cometido falta alguna. Pero aquí encontramos también la idea
de la esperanza en la muerte, un mortal ovillo es transformado en una larva de
mariposa, y esto nos remite a la imagen de las alas. Sabemos, sin embargo, que
en el cuento referido por la autora, el personaje (Pedro) muere y, en su
epistolario, Eunice lamenta que esto no pueda ser de otra manera desde un punto
de vista lógico.
Evidencia de lo que Ricoeur llama el símbolo del cuerpo esclavizado. Lo encontramos en pasajes como este pensamiento de gran consuelo, donde Eunice escucha su voz hablando del hombre que nunca pecó, que murió y vivió en el estercolero, tocado por la Gracia. Y por eso ahora está en la región de la luz, y es libre y brillante, lo mismo que el Gran Aire. Ahora es feliz donde todo es limpio e incorruptible. De acuerdo con Ricoeur, en el símbolo de un ser pecador el cuerpo es ofrecido como servidumbre. Aun sin una mención explícita podemos identificar la salvación sólo después de la muerte. No es necesaria una enumeración exhaustiva de los elementos que instauran esta simbología no creada por Eunice, sino asimilada y expresada por ella. Aquí cabe retomar los símbolos ascensionales, en la cita el aire aire como vehículo de la simbología del vuelo, puesto en el mismo nivel de la ascensión (Durand), el acceso a la región de la luz donde Pedro alcanzó la libertad. Con Ricoeur podemos agregar que es “la libertad del cautiverio”.
Volviendo
a esa tensión entre simbología del mal y raciocinio (despertar de conciencia),
la aparente contradicción ideológica en el epistolario se entiende si tomamos
en cuenta que este ser humano vive y se mueve en un mundo de instituciones que
la rigen. La vemos buscando iglesias, comprando santos, pero mantiene una
libertad individual en el estricto sentido, es decir, su interior es afectado
pero no sometido. Eunice es una especie de Prometeo: “Yo me opuse a que los
mortales, aplastados, bajaran al Hades […] Logré que los mortales no previeran
la muerte con horror […] les entregué el fuego” (Esquilo). Si Prometeo robó el
fuego —elemento caro a los hombres—, Eunice se apropió la palabra y la volvió
poesía: “aprendí a leer en dos días. Y ahí mismo se me abrió un mundo nuevo que
me transformó total y radicalmente” (Von Mayer). Si con el fuego Prometeo
regaló el desarrollo humano, Eunice renuncia a un simbólico Nirvana. Con la
palabra aspira a la libertad, a la luz:
El poeta no debe quererse
tanto que aspire a cosas […] como el Nirvana. ¿Qué le quedaría entonces para
dar al hombre?, ¿y cuál si no ese es el oficio y la obligación indeclinable del
poeta? ¿Cuál si no darle sus bienes a la criatura humana? […]. La poesía […]
puede abrir un camino de perfección.
Al
igual que Prometeo, Eunice sufre un castigo por la trasgresión, ambos son lo
que Ricoeur llama el inocente-culpable. Prometeo es víctima de la cólera de
Zeus, pero a la vez es culpable de robo; Eunice es víctima de la oscuridad que
percibe en el hombre, pero es culpable por buscar con ansia el conocimiento que
le revele ese sufrimiento, lo que la coloca en un plano perceptual horizontal,
completamente terrenal, pero también en uno vertical en el que luchan la luz
(arriba) y la oscuridad (abajo). Prometeo calla el secreto de la caída de Zeus
como muestra de un poder residual; Eunice posee ese poder también residual en
forma de conocimiento que libera un poco su ciervo-arbitrio, una liberación que
inicia en su niñez cuando, debido a sus escapadas, su madre la golpea y
posteriormente la interroga. Al castigo físico ella responde con el castigo
moral del silencio, es la venganza de Prometeo basada en un poder de
conocimiento que se guarda para sí; Prometeo espera la caída de Zeus, Eunice
provoca la angustia de su madre. Ese silencio se repetirá en el futuro, pero
ahora el oyente es Dios o el arcángel Miguel:
Estaba sentada, me sentía
totalmente abandonada de Dios y de los hombres. Puse velas e iba a rezar mis
oraciones de siempre […] pero, de pronto, decidí que estaba resentida con la
Divinidad, con el Arcángel Miguel […] Y que no iba a rezar ni a prender velas
“porque no tenía ganas”.
En
ese deambular temprano y en soledad, en el que Eunice persistió por tres años
(de los cuatro a los siete), sin saberlo se estaba apropiando de su lugar en el
mundo, siguiendo las máximas filosóficas de Marx o Kierkegaard (Guerrero),
quienes afirman que la filosofía debe ayudar a poner las cosas en su sitio, que
la persona se conozca a sí misma y se tome en serio y que tenga pasión en su
vida. Esta pasión será una constante en la vida de la autora, quien defenderá
ese carácter contra Olga Kochen ante la propuesta de buscar la paz a través del
yoga. Eunice se niega, lo que ella busca es conmover con su poesía “las
entrañas del hombre”.
Kierkegaard
(Guerrero) arroja mayor luz para entender la formación del carácter de Eunice
como ser humano responsable de sí, al afirmar que los estadios vividos como
seres existenciales son independientes de la edad, época, lugar o cualquier
otra circunstancia extrínseca del ser humano. Kierkegaard nos habla también de
esa naturaleza inocente en la infancia capaz de albergar la fantasía. De
acuerdo con este filósofo, el niño no puede distinguir entre el bien y el mal,
por lo que el mal pasa para él desapercibido. Demostramos esta visión con la
imagen que Eunice niña nos ofrece de las mujeres de cabezas enlutadas y faldas
largas a las que sigue hacia la prohibida procesión, mujeres que llaman su
atención pues “parecían hormiguitas de vacaciones” (Von Mayer). Esta aparente
ignorancia o desinformación sobre el mal que se asimila, cobra tributo en la
edad adulta, Kierkegaard intentó explicarlo al asegurar que la angustia tiene su
raíz en acontecimientos de la infancia:
En el concepto de la
angustia se aborda con detenimiento la noción de la inocencia con frecuentes
referencias a la infancia. La inocencia se basa en ese estado de ensoñación del
espíritu que lo mantiene lejos de la conciencia de su propia constitución
dialéctica, alejado también del ejercicio de su libertad y, por ende, de la
culpa […] El niño enfrenta al mundo de una forma infantil por medio de la
fantasía […] puede dejar entrar, a su modo, la angustia que está presente en
todo el hombre, con la invención de cosas monstruosas o enigmáticas y con el
característico afán de aventuras.
Eunice
odiaba las biografías, poco sabemos de sus excursiones. Sin conocer el contexto
y sin la posibilidad de recuperarlo, sólo podemos desear que esta niña siempre
haya estado a salvo. De la mujer estadounidense en su epistolario dice:
“observa y saca conclusiones […] Niños solos (mejor decir solitarios), de todas
edades, en todas las calles […] ¿Por qué están solitos o solitarios? […] desde
hace 45 años aproximadamente, todos los niños de Estados Unidos han andado y
andan por ahí […]”. Esto fue escrito en 1965, lo que nos remite a la niñez de
Eunice a unos años de iniciar sus exploraciones. Si sus experiencias fueron
placenteras, ¿por qué le molestaría el deambular de los niños estadounidenses?
Esta pregunta podría tener una respuesta simple en el antifeminismo de Eunice,
o puede tener un origen del que únicamente puedo especular. A lo largo de la
historia literaria nos acercamos a los textos intentando disociar ficción de
realidad, buscamos indicios extra textuales o extra lingüísticos que nos lleven
a la vida íntima o social de un autor. Al encontrar estas referencias las
confrontamos con una cronología. Unimos dos elementos que, en el análisis, son
tratados como unidad cuando realmente sólo son trozos de una realidad desde el
punto de vista perceptual, irrecuperable. Sin embargo, gracias a una
recuperación axiológica logramos percibir ese gran amor que Eunice sintió por
la humanidad y que dejó como testimonio en sus obras, en un intento por acercar
lo terrenal y lo divino. Como último testimonio, quede aquí una carta dirigida
a Carlos Pellicer. Esta carta que resume todo lo que Eunice Odio se sentía
capaz de dar:
[…] voy a regalarle varias
cosas que me pertenecen: una gota de sol; un azul que encontré en la calle, la
segunda parte de una golondrina; el manto de un insecto del color del mundo;
varios sueños diamantinos multitudinarios […] un espejo en el que se mira el
cielo, una pátina de césped, un desplazamiento de mariposa, una cucharada de
golondrinas de Chichén Itzá; un gran río que corre al compás de los marinos y
los pescadores; un sonido tintineante de Raimundo Lulio; el corazón mío en el
momento en que se alegró, porque lo miraban; una mirada verde que fue al aire y
regresó al infinito; el sol del cielo y el del sonido […] el fondo de una perla
dinosaurio que es donde vamos a vivir y morir usted y yo, dentro de tres
árboles de años. Le doy una florecita de árbol potente y dulce. Le doy la vida
que ya no tienen sus abuelos y sus padres. Le regalo la sonrisa de una
bisabuela suya que usted no conoció. Le regalo una espuma que vi un día que ya
he perdido. Le doy mi amor fugitivo en los bosques; le cedo la mitad de una
criatura que no puede morir y que anda en la Tierra. Dirigida por el aire, le
doy un caballo que se soñó, un rocío que se alejó del tiempo y del espacio para
ser inmortal; mi cabeza desatada por el viento; mi alma vestida de cereza y con
gran afán de aventura; le regalo una calle de abril; un santo que se deshizo en
el viento; un niño que se construyó, ojo por ojo y diente por diente una vez
que lo nacieron; un duende que venía cuando iba, porque no le temía al milagro;
le regalo un vaso lleno de mariposas que no duermen jamás y que siempre andan
en manojos de árboles; una mujer que se perdió de súbito porque el aire la
quería y la miraban los cedros masculinos; y también le regalo una mujer
hallada en el fuego, a quien nadie pudo entender. Le doy el suelo donde se
juntan muchas flores irisadas y desnudas, tal como Dios las trajo al mundo; una
mano tendida en medio del mar y usted.
NOTA
Publicación original
en la revista Alforja # 47 (México,
2007).
*****
Organização a cargo de Floriano
Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado | Francisco
Zuñiga (Costa Rica, 1912-1998)
Agradecimentos especiais
a Alfonso Peña y Rima de Vallbona
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o
projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim
estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I
(1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA
HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I
(1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)
A Agulha Revista de
Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano
Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No
biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o
título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano
Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação
editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.
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Fue una sorpresa encontrar aquí mi texto. Muy honrada.
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