En distintas oportunidades, especialmente en mi
libro Plumas de Afrodita (2004),
publicado en Lima, he sostenido que las verdaderas fundadoras de la poesía
moderna del Perú escrita por mujeres eran Magda Portal, la luchadora social y
feminista convencida, celebrada por José Carlos Mariátegui en sus Siete ensayos de interpretación de la
realidad peruana (1928), y Blanca Varela, que se ha impuesto desde hace
mucho tiempo ya como una de las más notables exponentes de la poesía
continental, con una expresión lírica intensamente humana, un lenguaje depurado
y contundente, y una plasticidad de las imágenes que remiten a las mejores
técnicas pictóricas. Una creadora que ha logrado fundir las tres máximas voces
fundadores de la poesía moderna del Perú escrita por varones. Me refiero a José
María Eguren, Cesar Vallejo y Martín Adán.
La trayectoria poética de Blanca Varela es un caso único en el Perú y
América Latina: la de una poeta cuya escritura se inscribe en el marco de un
proceso dialéctico de superación permanente de las contradicciones individuales
y colectivas. Esas mismas que afectan al ser humano en su doble condición de
ser sexual y socialmente determinado en el seno de un grupo culturalmente
organizado alrededor de un sistema de valores propios, sometido a una serie de
tabúes y reglas éticas, obligaciones y prohibiciones que rigen las relaciones
intersubjetivas.
En 1986, Blanca Varela me confiaba:
A partir del momento
en que la mujer se pone a hacer algo fuera de lo que la sociedad creada lo
exige como mujer: ser esposa y madre, ya empieza a ser independiente. En ese
sentido, yo siempre me he sentido una mujer muy liberada. Si he aceptado aparentemente
una vida burguesa, es simplemente porque era el sitio donde me había tocado
vivir y en el que yo podía mirar las cosas; pero siempre las he criticado,
siempre las he objetado y esto desde un principio, desde mis primeros poemas.
Primero hay exploración de mi propio ser […] Después salvo el mundo, de alguna
manera; salvo a los otros. [1]
Y ahondando la confesión, la poeta peruana agregaba elocuentemente:
Tenemos resumida en estas palabras buena parte de la trayectoria vital y
poética de Blanca Varela y de su búsqueda identitaria. Bajo la influencia
estética de Octavio Paz, en los inicios de su carrera literaria, Blanca Varela,
en efecto, se expresa en un yo poética masculino o indiferenciado, como sucede
en varios poemas de Ese puerto existe
(1949–1959), su primer libro. Esa tentativa de hacer una poesía “asexuada”,
según su propia expresión, revela meridianamente una voluntad, consciente o no,
de competir con el varón en el campo estético, mucho más que en el de las
reivindicaciones de género, aunque estas afloren tempranamente en su obra,
detrás del inconformismo de sus versos.
Desde este punto de vista, no puedo sino suscribir la interesante
interpretación que hace Luce Irigaray del fenómeno de identificación de la
mujer con lo masculino, como sucede en los primeros textos de Blanca Varela. La
psicoanalista y feminista francesa afirma, entre otras cosas:
Toda teoría del
“sujeto” siempre habrá sido apropiada en “masculino”. Al sujetarse a ella, la
mujer renuncia a pesar suyo de la especificidad de su relación a lo imaginario.
Reubicándose ella misma en ese discurso cuando pretende identificarse “como” un
sujeto masculino. ¿Un “sujeto” que se buscaría como “objeto” (materno-femenino)
perdido? [3]
Progresivamente, en los libros siguientes: Luz de día (1963), Valses y
otras falsas confesiones (1971), Canto
villano (1978), Otros poemas
(1983), Ejercicios materiales (1993),
El libro de barro (1994) y Concierto animal (1999), hasta el último
El falso teclado (2001), [4] Blanca Varela irá abandonando esta
postura desidentificadora y estetizante, para asumir una creación que parte de
su condición de mujer. De esta manera, logra expresar en forma directa,
sincera, y conflictiva, a la vez, “la especificidad de su relación a lo
imaginario”, para decirlo precisamente con palabras de Luce Irigaray.
“Antes usaba algunas máscaras ―dice Blanca Varela en una entreviste
concedida a Patrick Rosas, en 1999―. Pero en mis últimos poemas creo que ya no
lo hago. Se han unido el yo poético y el yo personal. Soy la misma persona. Me
he aceptado.” [5]
El yo poético será entonces un yo clara y definidamente femenino. A
través de él, la poeta irá abordando algunas experiencias propias de la mujer
como la maternidad, el parto y la relación madre-hijos, por ejemplo. A partir
de ese momento, Blanca Varela nos ofrece, en correspondencia con esos temas
recurrentes, una reflexión en profundidad sobre el cuerpo abordado en una
triple dimensión: material, espiritual y sagrada.
En su materialidad, el cuerpo es la marca de la temporalidad. En su
espiritualidad es conciencia de la existencia. En su dimensión sagrada es
Poesía, o sea, fusión de lo material y de lo espiritual en la trascendencia.
Así, en “Dama de blanco”, de Falso
teclado, bien dice Varela:
El poema es mi cuerpo
Esto es la poesía
La carne fatigada el sueño
El sol atravesando desiertos.
En la última etapa de su madurez poética, lo más sobresaliente de la
obra de Blanca Varela es que trasciende el género para abordar el tema de lo
humano en su doble dimensión material y espiritual, de reunión de lo masculino
y de lo femenino como constituyentes de una totalidad única e indivisible, la
conciliación identitaria del cuerpo físico y de su aprehensión espiritual. Es,
efectivamente, la aceptación de la dualidad del ser humano: “Extrañeza de la
propia mano, la que toco. La ajena mía. Eso existe. Zona inexplorada de la
carne íntima. Otra tierra en la tierra”, como escribe en El libro de barro, luego de señalar: “todo nos une y nos separa”.
La relación madre-hijos, por ejemplo, que constituye una de las claves
de la manera como se expresa poéticamente la especificidad de la relación de la
poeta a su imaginario, parte de una reflexión propia, individual, sobre el
cuerpo de la madre que nutre y cobija a los hijos y que, en la línea de
Vallejo, la poeta expresa en términos imprecatorios contra la creación divina
en varios poemas de Valses y otros falsas
confesiones y de Ejercicios
materiales.
En “Vals del ángelus”, por ejemplo, extraordinario poema que pertenece
al primer libro, exclama Blanca Varela:
Ve lo que has hecho
de mí, la santa más pobre del museo, la de la última sala, junto a las
letrinas, la de la herida negra como un ojo bajo el seno izquierdo.
Ve lo que has hecho
de mí, la madre que devora sus crías, la que traga sus lágrimas y engorda, la
que debe abortar en cada luna, la que sangra todos los días del año.
[…]
Ve lo que has hecho
de mí.
Aquí estoy por tu
mano en esta ineludible cámara de tortura, guiándome con sangre y con gemidos,
ciega por obra y gracia de tu divina baba.
Mira mi piel de santa
envejecida al paso de tu aliento, mira el tambor estéril de mi vientre que sólo
conoce el ritmo de la angustia, el golpe sordo de tu vientre que hace silbar al
prisionero, al feto, a la mentira.
Escucha las trompetas
de tu reino. Noé naufraga cada mañana, todo mas es terrible, todo sol es de
hielo, todo cielo es de piedra.
¿Qué más quieres de
mí?
Con la imagen del espejo que cierra el poema, Blanca Varela reúne lo
humano y lo divino, lo terrenal y lo trascendental: “tu imagen en el espejo de
la feria me habla de una terrible semejanza”. Como en “Los dados eternos” (de Los heraldos negros), de César Vallejo,
la desdivinización de Dios se traduce por la inversión del postulado cristiano.
No es el hombre (o la mujer en el caso de Blanca Varela) quien está hecho a
imagen y semejanza de Dios, sino dios profanado, con el empleo de la minúscula
como sucede siempre en Varela, quien está hecho a imagen y semejanza del
hombre. [6] Así lo confirma
explícitamente la poeta en El libro de
barro, escribiendo:
Entre otras cosas
dios está allí, sentado a la diestra de sí mismo. Confundida en el trébol su
mano me salva de las llamas.
Dios está allí porque
lo creo a imagen y semejanza mía. Pobre mujer de cabellos tristes que se quita
la maldad a puñados y se lava mil veces y es ella misma la mancha indeleble en
la hoja del cuchillo.
“Vals del ángelus” es, probablemente, uno de los poemas más logrados,
más bellos y contestatarios de toda la poesía vareliana; el que mejor expresa
la utopía individual y colectiva, social y genérica de Blanca Varela; el que
mejor funde lo sagrado y lo profano, el grito y la plegaria, ritmo y lenguaje.
Las palabras “putas” de Octavio Paz, dinamitadas y recompuestas, desconstruidas
y reconstruidas, “chillas” [7] y
terminan “deponiendo las armas” hasta ser el poema “una sola palabra entretejida,
un resplandor implacable que avanza”, [8]
como el río de Octavio Paz.
En “Casa de cuervos”, de Ejercicios
materiales, otro de los poemas más fuertes e intensos en que se funden
protesta y emoción, Blanca Varela se interroga sobre la extraña dialéctica del
placer/dolor, acercamiento/alejamiento, presencia/ausencia, amor/odio. Una
dialéctica que determina la relación madre-hijos en el marco de la
reversibilidad entre lo propio y lo ajeno que surge de la experiencia
procreadora:
y tú mirándome
como si no me conocieras
marchándote
como se va la luz del mundo
sin promesas
y otra vez este prado
este prado de negro fuego abandonado
otra vez esta casa vacía
que es mi cuerpo
adonde no has de volver.
Esa relación, carnal y vital a la vez, en que se juntan lo material (el
cuerpo, como elemento nutricio encarnado por el “prado) y lo espiritual (la
conciencia del cuerpo con la presencia del absurdo metaforizada en la “casa
vacía”), lo sagrado y lo profano, se verá ensanchada en el último poema del
libro, titulado “Crónica”, a los niños del mundo, con la evocación de lo
sagrado ―desacralizado por el empleo de las minúsculas en la escritura de los
nombres propios―: “adán y eva, noé. abraham. david y jesucristo. / rancias
criaturas del museo del ánima” y con la presencia de lo profano: los monstruos
del hambre, la violencia y la guerra. Dicha relación tiene, por lo tanto, a
convertirse en relación emblemática individuo-cosmos.
Recordemos que el poema empieza y finaliza con la misma imagen y
expresión de la madre universal ambivalente, nutricia y castigadora, que, en su
delirio, retomando la frase del cronista Guamán Poma de Ayala sobre la
catequización de los indios en el momento de la colonización, amenaza con matar
a sus propios hijos: “a los palos los mataré niños míos”. [9] Esa madre universal que su compatriota Vallejo celebrara tan
bellamente en los trágicos y esperanzados versos de España, aparte de mí este cáliz. En el poema que cierra el libro,
exclama Vallejo:
¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra maestra con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!
[…]
…si la madre
España cae ―digo, es un decir―
Salid, niños del mundo: id a buscarla!… [10]
En la poesía de Varela, se da, a partir de una perspectiva propia de la
mujer, como en la poesía de su compatriota Vallejo a partir de su perspectiva
de varón, una reflexión sobre la existencia y el absurdo. Esta se traduce en un
cuestionamiento de la visión judeocristiana del mundo y del ser humano, y
desemboca en la reunión de la mujer y del hombre en el seno de la especie.
Blanca Varela cuestiona el marianismo y revalora los sentimientos de la
mujer negados por el judeocristianismo, que tan solo le asigna a la mujer el
rol de su esposa sumisa y madre dolora. “A mí lo que me desespera es el dolor
por el dolor”, me confiaba significativamente la poeta en 1986, antes de añadir:
“Hay que transformar el dolor, como en el caso del parto por ejemplo, en algo
positivo. Siempre he pensado que estoy dispuesta a pagar mi cuota de sacrificio
siempre y cuando eso no se pierda”. [11]
En el fondo, lo que procura hacer la poeta es darle a la maternidad esa
“dimensión espiritual” de que carece y a la cual se refiere Luce Irigaray en
tanto que forma de “guardar y cultivar una identidad femenina”. [12]
Así, con El libro de barro
aparece la serenidad de una mujer que ―igual que Vallejo― logra asumirse como
totalidad en el marco de una palabra que reúne ética y creación, y hace del
Arte, en la línea de Malraux, una forma de antidestino, una forma de recuperar
la belleza y la vida, más allá de la decrepitud y la muerte:
Llevar la decrepitud
como una flor. O como una corona. Es envidiable el otoño, la segura y hermosa
dignidad con que se acuestan las hojas de los árboles sobre la tierra.
Es envidiable el
invierno de esas latitudes donde la nieve y el silencio se parecen a la
sabiduría que nos reduce por su ausencia de sombra.
No en balde, en la mencionada entrevista de 1986, ya me declaraba Blanca
Varela que escribir poesía era para ella “una manera de vivir”. [13] Y esa manera de vivir se prolonga
naturalmente en la poesía, al convertirse el cuerpo, como sucede en el último
libro El falso teclado, en poema, es
decir, al hacer que la propia vida encarnada por el cuerpo permanezca viva en
el poema y alcance así la trascendencia del mito y de lo sagrado.
En El libro de barro,
retomando la esplendorosa imagen del arco y la flecha de Octavio Paz, Blanca
Varela fusiona en el espacio sagrado de la poesía y en la más pura tradición de
su amigo mexicano, en sinestésica unión, cuerpo y alma, música, colores, ritmos
y movimiento: “Ahora el cuerpo es un arco y la flecha el aliento que aspira su
forma. El corazón del eclipse, el viaje y el negro esplendor de la música
carnal allí adentro, en el hueso del alma”.
En el poema siguiente, pregunta: “¿Qué dice ese cuerpo inmóvil en su
movimiento? Está solo. / Digo isla y pienso en mar. Digo mar y pienso en isla.
¿Son lo mismo? / Se suceden vacío continuo y plenitud sin nombre”. ¿Qué mejores
y más sugerentes imágenes se pueden encontrar para expresar la desaparición de
las fronteras y de los límites que se da en la conciliación de los contrarios?
¿Para expresar la permanencia y trascendencia del hombre, la infinitud del
espacio y del tiempo en el espacio de lo sagrado?
Este peculiar y ambivalente acercamiento al cuerpo, donde se funden, en
un ritmo dinámico y vital de tensión y relajamiento, lo interior y lo exterior,
lo carnal y lo espiritual, lo físico y lo sensual, no tiene par en la poesía
peruana escrita por mujeres. Se va perfilando cada vez más netamente a lo largo
de una producción poética donde la experiencia individual se ve descontruida y
reconstruida por el proceso de “separación y regreso” de las palabras, como lo
llama Octavio Paz, [14] para revelar
el misterio de la condición humana de la mujer y convertirlo mediante la poesía
en condición divina de la especie.
De algún modo, la tentativa de Varela, como la de Vallejo, desde una
formulación distinta, es instalar, frente a la imperfección del mundo como
creación divina, la perfección del ser humano como creación propia de sí mismo.
[15]
La recurrencia de lo animal participa ciertamente de dicha utopía, como
interrogación de la poeta frente a la sobrevivencia de la barbarie primitiva, a
las manifestaciones de la violencia arcaica, como tentativa de distinguir lo
humano de lo animal, y la necesidad absoluta para el ser humano de alcanzar una
dimensión que supere definitivamente todas las remanencias violentistas y
bárbaras de su animalidad latente y acceda a lo sagrado. Bien lo subraya este
poema de Concierto animal:
del abismo que arroja al aire
esta última flor
trepo como la araña que soy
frágil y rencorosa
deseando tocar alguna luz
que endurezca mi corazón
el poema que cierra el libro constituye una verdadera arte poética de la
utopía vareliana. La metaforización del lenguaje en asociaciones impertinentes,
para decirlo con palabras del lingüista Jean Cohen, [16] entre lo animal y lo humano, la reversibilidad de lo animal y
de lo humano que estructura los versos, convierten definitivamente el espacio
del poema en espacio de lo sagrado:
el animal que se revuelca en barro
está cantando
amor gruñe en su pecho
y en sucia luz envuelto
se va de fiesta
de allí que el matadero
sea el arco triunfal
de esta aventura
y en astrosa apariencia
se oculten la salud y la armonía
y la negra avellana
sepulta en el gargüero
lance rayos azules a los vientos
engastado en la mugre
diamante singular astro en penumbra
encuentra y pierde a dios
en su pelambre
connubio de atragantada melodía
y agonía gozosa
se necesita el don
para entrar en la charca
Así se expresa la utopía de una creación que, merced al maravilloso
poder de la palabra hecha ritmo, pura cadencia musical, a su capacidad de
embrujamiento, convierte la ficción en realidad y la poesía en vida. Dándonos
así, a nosotros, lectores, la ilusión de vivir la utopía como realidad. Una ilusión
que bien merecía el galardón del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana,
que le ha sido otorgado a la poeta peruana en justa recompensa a más de medio
siglo de un quehacer poético en el que se conjugan, con acierto, ética y
creación, compromiso intelectual y rigor estético.
Digo “utopía” porque, como ya lo había hecho en su título de Valses y otras falsas confesiones, donde
el calificativo “falsas” aplicado a las confesiones despojaba la materia
poética de su ropaje real, con el título de su último libro El falso teclado, Blanca Varela, en la
línea de la teoría literaria de su amigo Mario Vargas Llosa sobre “la verdad de
las mentiras”, nos invita implícitamente a no confundir el espacio poético con
el espacio real, insistiendo en la ilusión que constituye toda creación. Si el
“teclado”, en efecto, es la metaforización de la creación poética, el
calificativo “falso” la ubica claramente como utopía en el campo de lo
imaginario y no de lo real. Si Blanca Varela se “reconoce” en sus poemas, si ha
aprendido a “aceptarse”, no por ello deja de confesar que “si fuera en la
realidad como su poesía, estaría en el manicomio”. [17]
Hermosa lección de lucidez y sabiduría que podemos comprobar también en
“Escena final”, de Ejercicios materiales,
poema que en su mismo ritmo fluido y sosegado trasunta equilibrio, paz y
serenidad:
soy un animal que no se resigna a morir
la eternidad es la oscura bisagra que cede
un pequeño ruido en la noche de la carne
soy la isla que avanza sostenida por la muerte
o una ciudad ferozmente cercada por la vida
o tal vez no soy nada
sólo el insomnio
y la brillante indiferencia de los astros
desierto destino
inexorable el sol de los vivos se levanta
reconozco esa puerta
no hay otra
hielo primaveral
y una espina de sangre
en el ojo de la rosa.
Estos versos serán mi conclusión. Pues, no encuentro mejores palabras
para traducir la trascendencia de una vida hecha poesía y de una poesía hecha
vida. Para subrayar la clarividencia de una creadora que, con la ambivalente y
recurrente imagen de la rosa ―”la
detestable perfección / de lo efímero”, que “infesta la poesía / con su arcaico perfume”, según la calificara en
Valses y otras falsas confesiones,
rosa humana y vegetal que reúne aquí ser humano y cosmos―, expresa toda la
belleza formal, la plenitud sensual y el contenido contestatario de sus versos
en que fusionan verdad y mentira, realidad y ficción, tiempo y eternidad.
NOTAS
1.
Forgues, Roland. Las poetas se desnudan.
Lima: Editorial El Quijote, 1991; p.84
2. Ibid.; p.85
3. Irigaray, Luce. Speculum de
l’autre femme. Paris: Editions de Minuit, 1974; p.165.
4. Estos
poemas han sido reunidos en el libro Donde
todo termina abre las alas. Poesía
reunida (1949-2000). Madrid: Ed.
Galaxia Gutenberg, 2001. Señalo, de paso, la salida reciente de la antología de
Blanca Varela (XVI Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana): Aunque cueste la noche. Edición e
introducción de Eva Guerrero Guerrero y selección de Ángel González Quesada.
Salamanca: Ed. Universidad de Salamanca, 2007.
5. Rosas, Patrick. “Hay que
vivir como si fuera el día definitivo (entrevista con Blanca Varela)”. Quehacer, N° 118, 1999, p.80.
6. En la segunda estrofa,
escribe Vallejo:
Dios
mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy
supieras ser Dios;
pero
tú, que estuviste siempre bien,
no
sientes nada de tu creación.
Y
el hombre sí te sufre: el Dios es él!
7. “Las palabras, de Puerta condenada.
8. “El río”, de La estación violenta.
9. Véase el origen del poema
en: Nuñez, Charo, Jorge Fondebrider y D.G. Helder. “Blanca Varela: “yo no
quiero ser un perro; lo fui un montón de años”. Diario de poesía, N° 33, Buenos Aires – Rosario, otoño de 1995.
10. Véase el análisis
detallado de este poema en mi libro La
espiga miliciana. Poesía de la Guerra Civil Española (Vallejo, Neruda, Guillén).
Lima: Editorial Horizonte, 1988.
11. Forgues, Roland. Las poetas se desnudan. Op. cit.; p.83.
12. Irigaray,
Luce. Je, tu, nous. Paris: Editions
Grasset, 1990; p.140.
13. Forgues,
Roland. Las poetas se desnudan. Op. cit.; p.84.
14. Paz, Octavio. El arco y la lira. México: Fondo de
Cultura Económica, 1986; p.39.
15. Remito, al respecto, a mi
libro Vallejo: dar forma a su destino
(Lima: Empresa Editora Amauta, 1999).
16. Cohen, Jean. Structure du langage poétique. París: Editions
Flammarion, 1966.
17. Núñez, Charo,
Jorge Fondebrider y D. G. Helder. Op.
cit.
*****
Organização
a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista
convidado | Fernando de Szyszlo (Peru, 1925)
Agradecimentos:
Hildebrando Perez Grande
Imagens ©
Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra
o projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim
estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS
NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)
A Agulha
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de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de
Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua
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