Entre la
múltiple obra de Carmen Santos (San José, Costa Rica, 1925-2002) –dibujos,
cuadros de mediano y gran formato, esculturas y objetos artísticos– hay que
mencionar también la obra gráfica y la siderurgia.
Carmen era una creadora innata. No tenía método de trabajo,
ni utilizaba “maquetas” para organizar su creación; podía pasar de la
elaboración de una pieza de orfebrería, a la creación de un “imponente”
polímero blanco con listones negros, o una pieza “objetual” trabajada con
resinas y metales. Su campo de acción era amplio y en diversos ámbitos. Desde
el inicio de nuestra amistad, vislumbré y pude conocer su labor infatigable.
Con ella, –felizmente– coincidí desde 1986. Poco a poco,
establecimos un puente creativo, un diálogo abierto y objetivo. Fueron años de
intensa labor, de mutuas colaboraciones y de análisis permanente. En más de una ocasión, me reveló como trabajó
con grandes privaciones, y en espacios improvisados, en su aprendizaje, y
posteriormente, en su desarrollo en Nueva York; sin embargo, se mantuvo fiel a
su propia producción y esas desventajas, acaso, si se notan en sus creaciones.
Santos, construyó un
lenguaje propio, con retazos de memoria, lúdico y simbólico, de grafismos
dominantes. Su pintura es como un vasto amanecer auroral, una iluminación de
territorios inexplorados, brochazos cósmicos, trazos poéticos, informales,
automáticos.
Carmen Santos, en su
permanencia en La Gran Manzana,
investigó con profundidad las técnicas con el polvo de mármol y los residuos
orgánicos minerales. En sus creaciones,
destacan las superficies irregulares, los planos matéricos y las lajas y
senderos ceremoniales, las láminas de pedrería, los vastos desiertos polares,
los glaciares, la simbología mesoamericana.
En alguna de nuestras conversaciones me confesó, que al
“destaparse” la Segunda Guerra Mundial y al permanecer en La Gran Manzana, el gobierno de los Estados Unidos, convocó al
pueblo a colaborar de todos los modos posibles. Ella, sin conocer el oficio de
enfermera, se alistó en uno de los hospitales de la Metrópoli; con rapidez pasó
de asistente de enfermera, a enfermera titular.
Durante jornadas extenuantes, fue salpicada por la desazón y la
angustia, el dolor y la desesperanza. Los heridos y los fallecidos, de las
batallas atroces, llegaban por centenares a los hospitales de la ciudad.
Testigos confiables, aseguran que Carmen, destacó en el oficio de enfermera.
Conociendo sus dotes de gran humanista, no es para nada gratuito, ese
testimonio.
Después de la guerra, Carmen se acopló al contexto neoyorquino.
Su pintura se reafirmó y optó por las formas geométricas abstractas. Sus
grandes formatos –especies de lápidas impregnadas de manchas–, nunca llegan a
un final previsto, están en continuo cambio. Son metáforas de la libertad
creativa y un “modo personal” de percibir la realidad.
Durante varias temporadas participó en exposiciones y
exhibiciones individuales y colectivas en La
Gran Manzana. En ellas, subrayó su
obra de vanguardia y despuntó por su sello personal en su indumentaria y su
amplia cultura universal.
A finales de los cincuentas, Carmen Santos, se trasladó a
Ciudad de México. Como muchos
“andariegos y exiliados” del siglo XX, encontró en la capital mexicana, una
buena acogida y mucha solidaridad de colegas y artistas de México y otras
nacionalidades.
Hay que imaginarse a Carmen integrada al medio artístico
azteca de esos años. Su creación, se emparentaba con las nuevas tendencias que
se alejaban de la huella de los “Tres Muralistas”; es decir, los integrantes de
la Generación de la Ruptura (José
Luis Cuevas, Manuel Felgueréz, Gironella y Vicente Rojo, entre otros).
Sus ensambles, sus obras matéricas y texturadas, sus
fusiones siderúrgicas, calzaban certeramente con lo que alentaba la nueva
sensibilidad mexicana.
Durante los años que habitó en la “Ciudad de los Palacios” tuvo
una gran interacción y reciprocidad con diferentes maestros mexicanos y
extranjeros refugiados en México. Con muchos de ellos expuso de un modo
colectivo, pintura, escultura y obra gráfica. Incluso fue la ganadora unánime
de una Bienal de Pintura donde
participó lo más representativo de la onda plástica mexicana. Ese período de
Carmen Santos fue muy intenso, sin embargo, existen unos baches profundos en
los que se pierden sus huellas y sendas creativas.
[Carmen Santos es una de esas creadoras de “gran estatura” que
se mantienen invisibilizadas; “¡parece increíble!” que a estas alturas del
siglo XXI no existan catálogos impresos o digitales sobre su obra de
vanguardia. Ni se diga, una eficaz difusión internacional, o una exposición
retrospectiva en México, y Nueva York donde desplegó su obra más audaz, o en
San José, donde su impronta y aportes los rastreamos en muchos de los pintores
contemporáneos costarricenses. Los curadores –esa extraña fauna– o los “críticos
de bataclán” no se preocupan por su obra; más bien, siempre escriben sobre las
mismas mediocridades, con sus palabras huecas y mercantiles. Eso es alarmante.
El conocimiento fragmentario que tenemos de la obra de CS es un mal sabor
incesante; nos queda como recurso –casi vacuo– el “clamoreo” de que al menos
exista en la red una página o web site
dedicado a esta notable (noble) artista valiente y rupturista. Sin embargo, no
podemos obviar el extraordinario dossier que
le dedica la revista Matérika www.revistamaterika.com, en la edición
#10, y que se constituye –hoy ,
por hoy– en lúcido y bien cuidado material gráfico, visual y poético sobre su genuina
creación].
Algunas de sus participaciones en eventos artísticos en el
Distrito Federal:
Primera
Bienal Interamericana de Pintura y Grabado, Museo Nacional de Bellas Artes,
1958;
Primer Salón
Nacional de Pintura, Museo Nacional de Arte Moderno, 1958;
Segunda
Bienal Interamericana, Museo Nacional de
Bellas Artes, 1960;
México
presenta: Cien años de pintura francesa y Cien años de pintura mexicana, Museo Nacional de Bellas
Artes, 1962.
En ciertas ocasiones, entre café y café, o alrededor de una
sobremesa, Carmen Santos, me refirió algunos interesantes episodios. Recuerdo,
cuando en una tarde penetrante, me habló de Vicente Rojo, de Vladi, de Carlos Mérida, y Rufino Tamayo, entre otros. Expresó que tuvo la suerte de encontrar
personas (artistas) muy afables y llenos de gran sensibilidad artística. Santos, les tenía gran agradecimiento y
además valoraba a algunos, por ser
excelentes creadores y por ser “exiliados políticos”, que encontraron asilo en
México, al escapar, de los horrores del
franquismo español y de otras dictaduras latinoamericanas. Carmen Santos, vivió
su exilio voluntario.
Carmen, transitó por la senda de la escultura en metal. Sus
obras fundidas en metales, son admirables y lúdicas. Son fusiones de un soporte
impecable. En más de una ocasión, la observé, trabajando con el soplete y la
fibra de vidrio, (en su taller de Escazú); esos, eran instantes prodigiosos. En Nueva York, Ciudad
de México y San José, hay evidencias de su trabajo: murales forjados en metal y
fibra de vidrio; o las afamadas “Lámparas
Santos”, impecables artefactos artísticos… Un día de tantos, nuestra artista,
me obsequió una lámpara maravillosa…
A mediados de los
noventas, Carmen Santos, se evaporó del medio artístico costarricense. No se le
volvió a ver en los “vernissages”, las tertulias, el teatro, los restaurantes
de San José y Escazú, o en compañía de
su amiga la cantante Julita Cortés, que la visitaba después de realizar sus
giras internacionales con los “Machucambos”.
A nosotros, nos extrañaba la ausencia de sus composiciones,
sus últimas obras “blanquecidas”, con enormes soportes y densas capas de óleo y
acrílico. Su conversación poetizada y
sus anécdotas salpicadas de la “Estética del tocador”.
El artista Mario Maffioli, organizó en 1998, la muestra Abstracción en Costa Rica, en la Galería Andrómeda; trabajamos con un
equipo muy profesional y uno de los requerimientos y proyecciones fue invitar a
Carmen Santos, como una iniciadora y gestora de ese movimiento artístico en el
país.
Después de muchos intentos y búsquedas infructuosas, una voz
amiga, nos “sopló” donde la podíamos hallar.
Esa faena le insufló a Carmen Santos, un segundo aire. La
invitamos a participar de las ediciones gráficas del Taller de la imaginación, y durante un extenso año, nuestra
artista, participó de un modo activo: creó un portafolio de Obra Gráfica, y
compartió su conocimiento, con artistas amigos, el editor y el maestro
impresor.
Sus creaciones en la técnica de la Serigrafía, las puedo analizar como ejercicios llenos de soltura y
poesía. Son desplazamientos atmosféricos, viajes astrales, homenajes simbólicos
al metate, a la grafía ancestral mesoamericana.
Por mi mente, desfilan esas creaciones compensadas, dinámicas,
sobrevuelos líricos, ofrendas a la naturaleza, al paso existencial del ser humano,
por la tierra y el espacio. ¡Habitantes del Cosmos!
La última vez que vi a Carmen (antes de su despedida final)
fue en una amplia avenida josefina. La observé ascendiendo a un automóvil azul
en marcha, acompañada de dos mujeres muy bien ataviadas. Carmen, firme en su faz y su atuendo:
sombrero de ala ancha, huipil blanco con incrustaciones en jade, falda larga y
negra, y un conjunto de abalorios y sortijas de pura platería…
¡Adeus, amiga!
ALFONSO PEÑA (Costa Rica,
1950). Narrador, editor, collagista. En colaboración con la artista Amirah
Gazel, organizó la expo surrealista internacional Las llaves del deseo, 2016,
primera en Centroamérica. Página
ilustrada con obras de Carmen Santos (Costa Rica), artista invitado de esta
edición de ARC.
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Agulha Revista de
Cultura
Fase II | Número 22 |
Dezembro de 2016
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editor assistente | MÁRCIO SIMÕES
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revisão de textos & difusão |
FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FEDERICO RIVERO SCARANI | MILENE MORAES
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