domingo, 12 de fevereiro de 2017

DANIEL ARELLA | La memoria táctil del poeta venezolano Alfredo Silva Estrada


Así como el Chino Valera Mora, Alfredo Silva Estrada componía sus poemas de memoria. Lo imagino respirando en la oscuridad de su apartamento, hilvanando la irradiación de los versos bajo los párpados silenciosos. El poema cuando se escribe en la memoria no posee testigos todavía, no ha nacido aún, permanece en lo nunca proyectado, se adhiere a la piel anterior que incendia la luz con su imagen oscura, no definida, bordeando el nacimiento de lo esperado en la angustia.  Como diría el mismo poeta: “Viene un denso silencio traicionado.” Se trata de un poema que está en patencia, prefigurado a su parto, que se inicia desde otro impulso más sosegado, afinando con el ritmo interior de la voz imaginante de la memoria su vaivén promisorio, su espacio para fructificar.
No es lo mismo componer un poema directamente sobre la página que en la memoria. El poema directo en la página es simultáneo a la urgencia o a la acción del devenir expresivo. Cuando resulta heredero de lo mediúmnico, de la confesión de la primera palabra, el poema se escribe –como diría Nietzsche- para deshacernos del pensamiento.  Son dos clases de poemas distintos; el de la página es posterior al de la memoria, cuando se compone desde este bautizo misterioso.  El poema de la memoria surge en el orden silábico de su aparición. La imagen resuena en su devenir que traduce la emoción de la expresión recóndita. El poema habita en su redondez, digámoslo así, dentro de nosotros, sólo allí completado –gaseosa heráldica del mantra- puede ser escrito, antes no; debe primero arder la noche del verdadero comienzo. Después transcrito cede a la edición, al equilibrante blanco de las trasposiciones, a la poda, al traspaso, a las cuestiones de escultura, pero cuando el poeta compone de memoria por filiación oscura, existe una voz imantada que no reclama su expresión, sino es dada por el silencio depurado del espíritu. 
Alfredo Silva Estrada adviene en su obra el discurrir de una voz que apenas varía a lo largo de sus poemarios, se sostiene como un río vertical:  De la Casa Arraigada (1953), Cercos (1953), Integraciones-De la Unidad en Fuga (1962); Del traspaso (1962); Literales (1963); Lo Nunca proyectado (1964); Transverbales I, II, III, IV (1967-1972); Acercamientos (Obra poética 1952-1967); Los Moradores (1975); Contra el Espacio Hostil (1979); Variaciones sobre reticuláreas (1979); Los Quintetos del círculo (1978), Dedicación y ofrendas; De bichos exaltado, Por los respiradores del día y En un momento dado (1998), Al través (2000), hasta sus últimos poemas inéditos publicados por Chefi Borzachini [1] en una revisión antológica  crítica que aborda la biografía literaria del poeta, e incluye entrevistas, poemas de la adolescencia, y un conjunto de ensayos sobre su poesía de la mano de Ludovico Silva, Eugenio Montejo, Rafael Castillo Zapata , Esdras Parra, Oscar Rodríguez Ortiz, Luis Alberto Crespo, Andrée Chedid , Humberto Díaz Casanueva, Fernand Verhesen,  entre otros destacados ensayistas y poetas.
No intentaré aquí una degradación discursiva sobre el eje de su poética, o una rememoración crítica u homenajeante, sino que transcribiré algunos fragmentos de mi cuaderno de lectura sobre su libro, Los Quintetos del círculo, [2] libro que a mi modo de ver encarna ese ideal por cubrir el movimiento traslúcido de la presencia que se desborda más allá de lo representado, pero ahora desde la textura imaginante de su lenguaje como sinfonía sensual del ser. Es sabido que antes de la aparición de este poemario, el poeta venía atravesando un período de mudez agónica que le duró varios años, como confiesa en una entrevista: “Se originaron en un brote totalmente espontáneo: después de cierta etapa de silencio y de angustia, un buen día, como una afirmación de vida, “brotó” el primer poema. Se fue escribiendo en mi memoria, antes de que yo lo levara al papel. Cuando esto ocurrió me di cuenta de que tenía cinco estrofas, cada uno de cinco versos y que las relaciones entre estos eran absolutamente intercambiables: cada verso se irradiaba hacia todos los otros en una integración que casi parecía haber sido preconcebida. Y entonces todo fue como si ese primer poema me retara, me pidiera una estructura de tremenda exigencia”. (Chefi Borzacchini, p. 106).  Los Quintetos del Círculo abren con esta danza imantada:

Desde el fondo
Con la sed de advenir

ESTE CÍRCULO
algo que en sí mismo no servía para nada
congregándose ahora
girando
en la fidelidad sostenida al fondo
a la sorpresiva irradiación del eje
hasta el desborde
entre los vagos límites de tu visión.





En los territorios de las páginas de Los Quintetos del Círculo se engranan las mismas palabras dislocadas en distintos ensambles. Variaciones del infinito parpadean el lenguaje su constelación de movimiento aunado. La obsesión resonante del eco blanco desbordado se escalona a través de toda la sinfonía del Enser: “materia fiel al fondo” , “allí donde concluyen los imanes en la sed de dispersión”, “proyección del origen con terror a ocultarse”, “donde se hunden los imanes latentes”, “el roce vuelto pensamiento abarca”, “girante imagen del posible centro”, “entre visión plenando el infinito cotidiano”, “SER EL AFUERA Y EL ADENTRO DE ESTA LUZ”, “EXISTES PORQUE EXISTE EL PENSAMIENTO VUELTO ROCE”, “con las formas ahondadas en sed de dispersión”, “latencia de lo cotidiano en lo infinito”, “CELEBRA SU IMPERFECCIÓN HASTA EL DESBORDE”, “posible imagen del centro móvil”, “la luz en este círculo/ habita lentamente su horizonte”, entre otras sutiles variaciones. Reiterando los sustantivos y adjetivos privilegiados: círculo, luz, abismo, pensamiento, roce, superficie, eje, imanes, infinito, adentro/ afuera, realidad, fruto, ceniza, sí mismo, nada, enser, visión, límites, ser, imperfecto; los mismos verbos: celebrar, continuar, confluir, irradiar, proyección, contemplar, existir, recrear, ser, girar. Lo que me recuerda una observación reveladora que hace Stefan Sweig en La lucha contra el demonio, cuando interpreta al poeta alemán Friedrich Hölderlin, destacando la penuria de su propio lenguaje. Comparándolo con su contemporáneo más amenazante, Goethe, los poemas de Hölderlin eran pobres de lenguaje, siempre repetían las mismas palabras, pero en disposiciones jamás alcanzadas por ningún otro poeta en lengua germana, que aprehendían al ser en su decir esencial. La “estructura de tremenda exigencia” –como diría el poeta Silva Estrada— de Los Quintetos del Círculo, exploran esta terrible exactitud de nombrar el movimiento sensual del ser que desvela la memoria pujante, pero estructurándose verso a verso como si se tratara de un rubik de esfera. De allí proviene justamente el sortilegio de la memoria que se enlaza con el encabalgamiento de los versos resonando para movilizar el centro girante de la voz. El verso más importante que se repite con más frecuencia, además de ser el único de índole biográfica del conjunto, es el que permite el origen motor de las persecuciones rítmicas:

algo que en sí mismo no servía para nada 

Aquí hace mención al círculo, por supuesto, pero pienso que también a la condición de la víspera del poeta antes de la construcción de esa sinfonía del Enser que son Los Quintetos del Círculo, esa noche oscura del alma que antecede a una gran creación. Recordemos el período de agónica afasia del poeta que un día estalló en este infinito concertarte, salvándolo del peligro de un mutismo mortal.  Oscar Rodríguez Ortiz en el prólogo a la edición de Monte Ávila Editores de Los Quintetos, penetra en el sentido crucial de su composición que “parecieran provenir de una “crisis de la forma”, de esa categoría abstracta en la que se produce una de las imágenes poéticas del autor. (…) Hay en su producción un ingrediente alucinante y una intuición aleatoria: la unión entre las partes causada por el “hechizo” que el poeta no puede racionalizar, impulso y arrebato del sentido engendrado por la subordinación de la forma. Un más allá mental percibe en el delirio y en la contemplación, en lo estático de la espera y en el flujo desconocido de lo interno.  (“Descripción de un arraigo. Acercamientos a la poesía de Alfredo Silva Estrada).                                    
La memoria delirando en la entrevisión se desliza así entre los pliegues de la inmensidad. Lo que desaparece, el ser, tatuado en la luz de la música, entreabre la imposibilidad de lo inmóvil, destellando, dentro de sí y desde la jauría de las palabras, “el desocultamiento de las formas cotidianas”, abriendo el círculo de la existencia hacia la frontera donde trasluce el infinito con su mirar de eje sorpresivo. Lo latente que se anula, regresa, resucita, indaga, penetra, desborda, inaugura un cuerpo dilatado por la perfección que el silencio prodiga en el dolor, un dolor que la memoria traduce a la forma que le corresponde para ser liberada.
Silva Estrada logra en su imaginar resonante lo que la música cristaliza: traslucir el movimiento temporal, la transición desmedida del cuerpo vacío que nace vaciándose en sus límites oscuros, velados por la luz que la invade, savia que asciende y desciende las articulaciones del lenguaje.  En los siguientes versos de la última parte del poema de los quintetos, subrayado en negrita, se concretiza la fuga de lo mirado trascendente:

Rozar fruto y ceniza en el desborde de lo real
       en la bloqueada dispersión
recrear esta luz pensante de la imagen
en el adentro y el afuera de este círculo imantado
atravesar con el trazo de la mano la entrevisión
en torno al centro del aire que gira lentamente
dentro del horizonte desde siempre habitado
por esa sed del fondo ya advenido
celebrar las superficies imperfectas del círculo
en la plena irradiación de la existencia
volver enser latente
algo que en sí mismo no servía para nada
y ahora es esta proyección del origen
anulando el terror de la nada
y trayendo sobre tierra tangible
EL ABISMO

No asoma la imagen, la metáfora falsearía (humanamente) lo que el tacto del sentir prístino revela en su caricia. El ojo blanqueado en su padecer de orillas —se transforma en lo mirado haciéndose piel, posibilidad infinita del espacio engendrado. —La lectura del poema es una experiencia desnuda con la nada que se revela en movimiento ahondando el ser. Radiografía de la inmensidad de ese acontecimiento: nombrar es un respirar todo el fondo que adviene en sola imagen.
La poesía indaga con el sonido hueco del lenguaje preciso, la belleza sin ornamento: el ser mirado desde las hendijas de la luz. Si el devenir de lo mirado en su esencia desparecido cubriendo un decir blanco, parpadeando desde los ángulos infinitos, mereciera por el vértigo asombrado de la piel del logos, con estremecimiento, un temblor, la página es sed, se desvaría intacto, el movimiento del profundo amanecer de la caricia que se improvisa, gélida, traslúcida, detrás y delante, del aire riguroso, la verdad de lo solo. El angustiante murmurar blanco de los abismos como la cola de una serpiente marina hundiéndose por última vez dentro del agua. “Quinteto cuarto”:

este centro posible centro girante imaginado
tu ojo lo recrea
ALLÍ DONDE CONFLUYEN LA IMPERFECCIÓN
Y LA PERFECCIÓN DE LO COTIDIANO INFINITO
lento horizonte adviniendo
          desde el fondo de la visión
desde el fondo sediento de habitar el ser y en el enser

algo que no servía para nada ahora se desborda en sí mismo
anulando la nada entre muy vagos límites.

Cada verso nombra para desaparecer y ver por un instante el destello del ser. No son imágenes que pueden ser imaginadas o figuradas imposiblemente en la imaginación como la imagen surrealista y su alianza insólita de distintos planos de realidad, no; sino tocadas por una mirada táctil que a la vez oye y se silencia dejándose habitar: la memoria resonante de su don: ver con el oír del tacto. La imagen por así decirlo no posee límites que la corten y la separen de lo inteligible, sino que ensancha sus aberturas cubriendo lo pensante de un espacio que se desborda.
La poesía es un tacto pensante. No es pensamiento todavía que se asume en sí mismo en la distancia del objeto que es pensado mientras aquí habita la caricia que revela la idea de lo tocado: como el agua que se escribe sola cuando se le hunde la piel deletreada. Esta fuga implícita de la sinestesia, lo que se desplaza entre los intersticios del poema es un mecanismo complejo del blancor que intenta explicar el poeta y ensayista venezolano, Eugenio Montejo: “El poema está y no está en el espacio de la palabra escrita. Es decir: la poesía no es un arte puramente visual. Por mucho que amenos y cuidemos el espacio sobre la página, mucho que el poema dependa de este espacio visual, la realidad del poema (lo que el poema es) no se agota en este aspecto visual, la realidad del poema (lo que el poema es) no se agota en este aspecto. También: el poema está y no está en la duración de la lectura. Es decir, la poesía no es puramente auditiva. El poema, no es simplemente, una sucesión en el tiempo, ni un fenómeno de emisión sonora. La realidad sonora del poema no es todo el poema. La identidad del lenguaje y del pensamiento determina la difícil sensualidad de la poesía. Cierto es que la poesía entra por los sentidos. Pero, podría decirse también, que la poesía es, en cierto modo, la menos sensual de las artes, o, acaso, la de la sensualidad más sutil. Ambigua. O fugazmente ambigua. Ni en el espacio ni en el tiempo. O en ambos a la vez. Y diciendo a los sentidos que la captan que ella está en otro sitio. La memoria lo sabe”. (Eugenio Montejo: “Alfredo Silva Estrada” (Entrevista), Papel Literario de El Nacional. Caracas, 22 de diciembre de 1968)
No encuentro en la poesía venezolana un lenguaje que enuncie desde la imagen especular los silencios o espacios vacíos de la sintaxis, inédito misterio desbordándose. Recorre con el movimiento temprano que se desolculta, fijando un concepto que no es concepto, sino melodía vidente, vectores rumorosos como las flores que tocaría el viento detrás de la eternidad. Para culminar estas breves notas transcribiré una pregunta de mi cuaderno que le hice en su momento a una lectura temprana de la poesía de Silva Estrada:

¿Quién aquí nadando en el tuétano de la espera
al íngrimo asedio de la vertiente oscura
en reflujo vertical se acerca
muriendo hacia el centro justo
se hunde en la fuga
                               y penetra
en el
 MUDO DOMINO DE LA MATERIA ÚNICA?

NOTAS
1. Chefi Borzachini. Acercamientos a Alfredo Silva Estrada. Caracas: Grupo Editorial Eclepsidra, 2005.
2. Alfredo Silva Estrada. Los Quintetos del Círculo /Variaciones sobre Reticulareas. Caracas: Monte Ávila Editores, 1982.



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DANIEL ARELLA (Venezuela, 1988). Escritor, poeta y guionista. Dirigió el  programa radial El tufo del bardo (Ecos 93.9FM) en el 2008, dedicado a la antipsiquiatría, la literatura y el jazz. Ganó el Premio DAES de literatura en la modalidad cuento (ULA), 2009. Página ilustrada con obras de los niños mágicos del Arte Amigo (Costa Rica), artistas invitados de esta edición de ARC.

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Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 23 | Janeiro de 2017
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