Todo artista tiene una escena de iniciación, un momento en donde
considera que comenzó su amor particular por alguna disciplina. Propongamos la escena,
entonces: un chico entrando en los difíciles años de la adolescencia se encuentra,
casi por casualidad, con un disco que le llama poderosamente la atención. En la
portada hay alguien que se parece a un “científico loco” concentrado en producir
música. El preadolescente (¿podemos usar esta extrañísima palabra?) cuenta el dinero
de su bolsillo y ve que no llega al total de la placa, 5,95 dólares. Sin embargo,
el dueño del local decide vendérselo de todos modos, aclarando que “ese disco lo usamos aquí para mostrar a los clientes
el sonido hi-fi, y nadie se compra un disco usado. Si tienes tanto interés, te lo
dejo por 3,75 dólares”. No tenía ni idea del rol fundamental que ese placa,
en las manos de esa persona, iba a tener.
El chico llega a su casa, coloca la compra
en el precario tocadiscos Decca: lee el título con extrañeza, The Complete Works of Edgar Varèse, vol. I.
El disco gira y sale un sonido extraño, una combinación inusual de sirenas, rugidos
de león, tambores… Algo que espanta a la madre y fascina desde ese momento y para
siempre al joven Frank Zappa (1940-1993), totalmente comprometido con la obra de
Edgar Varèse (1883-1965), responsable de haber desarrollado el concepto de música
concreta de Pierre Schaeffer. En “Ionisation”, la primera pieza que el “tierno”
muchacho de nuestra historia escuchó aquella tarde -interrumpiendo los ritos de
la madre a la hora de planchar la ropa-, percibimos algo que luego será el sello
distintivo de las composiciones del propio Zappa: el tratamiento de la música como
algo concreto, que puede ser medido, y en donde cada uno de los sonidos tiene una
forma material que puede ser interrumpida, intervenida y “pesada” dentro de cualquier
obra. ¿No sentimos eso cuando escuchamos Freak
Out! (1966) o Sheik Yerbouti (1979)?
La densidad musical no es sólo una metáfora rápida para hablar de lo complejo de
estos discos, sino que es algo real, efectivo, y que le sirvió al compositor de
estas y muchas, muchísimas placas más como un norte al que seguir: experimentar,
innovar y profundizar el estilo, a contracorriente de cualquier tipo de expectativa
económica (muchas veces, a su pesar).
La reciente distribución de la traducción
de 2014 del libro La verdadera historia de
Frank Zappa, una suerte de autobiografía escrita a dos manos, nos permite meternos
de lleno en su mundo, con su historia, sus opiniones sobre ciertas contingencias
y su estilo, con las elecciones artísticas que ha tomado y con las consecuencias
que esas decisiones implicaron. Sumada a la aparición, el año pasado, del documental
“Eat That Question”, cinta que recoge diferentes entrevistas y apariciones del músico
en la televisión, bien podemos decir que contamos con material suficiente como para
volver sobre el último músico que alguna vez, realmente, importó.
Frank Vincent Zappa Jr. fue el primer hijo
de una pareja bastante pobre de Baltimore, Maryland. Bien se puede decir, el resultado
de un encuentro de tradiciones y costumbres intrigantes: por el lado de la madre,
francés e italiano; por el lado paterno, greco-árabe. El padre del querido Frank
pasó por diferentes trabajos, desde maestro de historia hasta conejillo de indias
de experimentos de las fuerzas militares norteamericanas. Las relaciones del joven
Zappa con la experimentación y la sensación de peligro constante ya estaba instalada
en esos primeros años, viviendo en “barrios” militares en donde obligaban a cada
familia residente a tener a disposición máscaras de gas en caso de que, por una
de esas fatales casualidades del destino, algo del gas mostaza que se producía en
las inmediaciones del complejo de casas se fugara de las fábricas.
La historia de Zappa, en su niñez, por momentos,
parece la de un norteamericano Silvio Astier: fascinado con los experimentos científicos,
pasaba sus tardes combinando químicos de la más diversa especie, o explotando recipientes
de mercurio que su padre traía del trabajo como pequeño presente para los niños.
En la escuela, fue expulsado por colocar una bomba casera en el colegio, y hasta
fue sometido a un tratamiento con radio (elemento químico un millón de veces más
radioactivo que el uranio) para tratar su sinusitis. Recuerda el biografiado que,
a veces, salían con el auto del padre a perseguir camiones de transporte de verdura
con la esperanza de que se caiga alguna lechuga o repollo para hacer, luego, una
abundante sopa. Así estaban las cosas.
La fascinación por Varèse y el blues van
introduciendo a Zappa en una manera por demás particular de entender la música.
Ya comienza por esos tiempos a tocar diversos instrumentos, aunque se concentra
en la guitarra y tiene sus primeros recitales pagos. Es interesante ver cómo, a
lo largo de todo este primer momento profesional, el dinero que dice ganar en cada
recital va de los siete a los quince dólares, marcando otra fuerte idea dentro de
la mente del músico: no se puede ganar plata en este trabajo si se quiere mantener
cierto grado de compromiso con la composición. Tiempo después, sus muchos problemas
con los sindicatos o incluso con las campañas de censura impulsadas en el conservador
ambiente cultural norteamericano pondrán siempre por delante el problema de que,
de una manera u otra, el que pierde en el negocio de la música es el compositor,
quien siempre tiene que arriesgar su propio capital en proyectos que buscan trascender
el mero recital de rock. Bien podemos decir, en el caso de Zappa, los riesgos de
descubrir la pólvora.
Los encuentros entre nuestro “héroe” y la
ley han sido muy variados, pero quizás el primero es el que marca una desconfianza
con respecto al funcionamiento de las fuerzas de seguridad, la justicia y las instituciones
que lo acompañará a lo largo de toda su vida. Con la idea de hacer películas e incluso
producir bandas de sonido de filmes, Zappa abre como puede lo que él llamó “Estudio
Z”, un lugar destinado a convertirse en el lugar donde nacerían películas de muy
variada especie con decorados obtenidos por el propio Zappa de los estudios F.K.
Rocket de Hollywood. La policía considera que lo que allí se llevaba a cabo eran
películas pornográficas, por lo que, a través de un complejo operativo de espionaje,
le encargan una cinta con determinadas y muy específicas poses por algo de dinero
con el fin de probar lo que (ellos creían que) allí sucedía. Zappa toma el dinero
del policía encubierto y hace una cinta pseudo-pornográfica, con sonidos y efectos
visuales que dan la impresión de que dos o más personas participan del aparente
acto sexual filmado. El resultado es una acusación por haber hecho el material y
una condena de varios meses en la cárcel. Al salir de prisión, los Estudios Z estaban
totalmente destruidos, y el material grabado, perdido para siempre. Al poco tiempo,
sale el disco que cambiaría la historia de la música contemporánea y la vida del
propio Zappa, Freak Out!, el primero de
The Mothers of Invention. No por nada uno de los temas centrales de la placa es
“Who Is The Brain Police?”.
Revisar las letras de Zappa, como el mismo
dice, parece un ejercicio más humorístico que sublime, si seguimos encerrados, claro,
en la prejuiciosa lógica que separa lo gracioso de lo considerado arte por el simple
hecho de que nada tan bajo puede tener lugar en algo tan elevado. El centro de ese
humor es la sátira, y el objetivo de esa sátira es, la mayor parte de las veces,
el carácter mojigato y conservador de la sociedad norteamericana, aquello que pudo
encontrarse por primera vez en esos meses de prisión y que lo seguiría persiguiendo
a lo largo de toda su carrera. Habría que entender a esas “lyrics” como contrapuntos
de cierta ligereza frente a la música. Para Zappa, la letra empobrece la música,
pero la toma como una de las pocas concesiones a la industria musical. Por eso se
convierten en su herramienta más transparente: como la letra no es lo más relevante,
él la sobrecarga de referencias efectivas al sexo, a la política o a la religión.
Si hay una respuesta que bien puede sintetizar
ese cruce entre música y letra que la industria masiva de bienes culturales quiere
imponer es la que esgrime Zappa en la declaración frente al Congreso en 1985 con
motivo de la cruzada del PMRC (Parent’s Music Resource Center) contra lo que ellos
mismos denominaban “rock porno”. En los escasos diez minutos que tiene para declarar,
Zappa considera a toda la cuestión movida por una forma de censura previa que perjudica
directamente al compositor, ya que restringe su libertad creativa además de predisponer
a los oyentes a emitir juicios de valor antes de ponerse a escuchar seriamente cualquier
canción. “Hay discos buenísimos CON CANCIONES
SIN LETRAS que están al alcance de cualquiera con suficiente cabeza como para mirar
más allá del disco de platino que está de moda esa semana”, concluye Zappa.
El resultado del operativo del PMRC, liderado por Tipper Gore, la esposa de Al Gore
(en ese momento, todavía senador de Tenesse), es la implantación de la etiqueta
“Parental Advisory: Explicit Content”, una marca que no ha hecho otra cosa que cumplir
con las advertencias de Zappa: construir una idea de censura previa que aumenta
el morbo en los consumidores y hace que ciertas placas de dudosa calidad artística
se vendan por millones sólo por el gusto de jugar con lo prohibido. Una nueva victoria
para el puritanismo norteamericano, un motivo más para que Zappa desprecie a una
industria preocupada por mantener la apariencia de una falsa moralidad.
Nadie tanto ni tan poco rockero como el
querido Frank. Cada una de las respuestas que da en las numerosas entrevistas del
documental “Eat That Question. Frank Zappa in His Own Words” (2016) lo muestran
distante, satírico, crítico pero no por eso menos puntual y menos claro en la manera
en la cual quiere presentarse. Pasa de las declaraciones de intención, como “yo siempre quise ser considerado un músico serio”
hasta ácidas observaciones como “creo que
nadie conoce al verdadero Frank Zappa, porque las entrevistas son una de las cosas
más anormales por las que una persona puede pasar; está a dos pasos de la Inquisición”.
Zappa pone en evidencia los mecanismos que sostienen la imagen de una “estrella
de rock”, desde lo aparatoso de la circulación de su figura por la televisión y
los diarios hasta la verdad del mundo de las giras y los recitales. Por ejemplo,
en su biografía encontramos varias anécdotas que lo muestran separado de los músicos
que buscan al final de cada recital “la gran mamada”, eso que parecería ser el motor
pulsional de los solos de guitarra. O recuerda aquella vez en la que fue con Eric
Clapton a ver a dos chicas que trabajaban haciendo réplicas de los miembros viriles
erectos de las estrellas del momento, como Hendrix, el cual estaba tan emocionado
con su réplica que termino manteniendo relaciones sexuales con ella. Y ni hablar
de su desprecio por los músicos de cámara, muchas veces más preocupados por cobrar
dinero asegurado por el sindicato o totalmente concentrados en la bebida disponible
en el bar más cercano antes que en la pieza a ensayar.
En La
verdadera historia de Frank Zappa, el músico muestra esa capacidad de desarmar
al mundo cultural norteamericano con dos comentarios al mismo tiempo que se presenta
como alguien preocupado por tener una familia sin necesariamente cumplir con sus
rituales, que se reconoce “conservador pragmático” y fuertemente ateo, que desconfía
de las bandas del momento y que considera que la música que hace es para unos pocos
privilegiados que van más allá de la “banda como mercancía”, eso que está impuesto
desde los Beatles y los Rolling Stones en adelante, ¿o ya nadie recuerda la paródica
tapa de We’re Only in It for The Money
(1967)? La distribución en Argentina de este libro de 1989 en su única versión en
castellano, con varias dificultades en la traducción (se llega hasta colocar que
Zappa “comió mierda” en un recital, desatendiendo los matices de la expresión “eat shit”), nos permite meternos en el tono
juguetón del músico para ponerlo, estrictamente, en el lugar que se merece. En la
línea de Stravinsky, Alban Berg, Arnold Schöenberg y Varèse, Frank Zappa fue, quizás,
el último compositor de vanguardia del siglo XX.
FERNANDO BOGADO (Argentina, 1984). Escritor, periodista y docente universitario de Teoría Literaria. Colabora
en Página/12, Le Monde Diplomatique y otros medios gráficos y online. Organiza desde
hace cinco años el ciclo Tercer Jueves donde se funden la poesía y la música. Produce
la columna de libros en Todo Tiene un Límite,
programa de FM Blue 100.7. En 2014, Nulú Bonsai publicó Jazmín paraguayo. Poesía 2014-2006, libro que reúne toda su obra poética.
Contacto: fernandobogado@outlook.com y http://www.fernandobogado.com/. Texto originalmente publicado en Radar Página|12 (Buenos Aires, 2017), aquí reproducido con autorización
del Autor. Página ilustrada com obras de
Joseph Cornell (Estados Unidos), artista convidado desta edição de ARC.
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Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 25 | Março de 2017
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS
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