Se dice que un
genio manifiesta ciertos estados de locura, más en una sociedad neurótica
en estados autodestructivos del alma, no todo enajenado es un genio. Esas manifestaciones
son fuerzas de una gran energía creativa, estados
anímicos que conllevan a actos destructivos y creativos, a una devastación
tortuosa y sombría, melancólica o festiva, producto de la incomprensión
de sus medio, de grandes faltantes de pares con los cuales puedan compartir sus
sueños. Es el origen del numen imaginativo, presencia de una originalidad que junta
lo artístico y lo científico, abriendo caminos nuevos y trasformando su realidad
en preguntas siempre inéditas.
Juego deslizante de insatisfacciones, de acrobacias
espirituales, de búsquedas incesantes, del sentido del movimiento y del color, hay
en esos seres hay una duda gigantesca, la enorme soledad de un diálogo con el universo,
en pleno sentido de lo diverso y lo expansivo, la lucidez y la oscuridad, el encantamiento
y la esperanza al lado de impenetrables socavones de desesperanza y desaliento.
De ahí que los genios sean propensos
también a actos desaforados, a tratamientos con la droga y el licor, medidas extremas
para saciar la sed de sus permanentes búsquedas.
La imagen nacida en el siglo XIX, como
en el artista y el genio creador del romanticismo, lo muestra como un ser sumido
en complejas imágenes, en desafueros profundos, en largas noches de insomnios, extravagantes,
solitarias, individuales, libertarias, trashumantes, entregado a sus actos con una
pasión inédita, buscador de sí mismo en el pozo de la humanidad entera. Asimilado
a un neurótico, o a un ser que alivia su neurosis en el arte y en la ciencia como
bálsamo de invenciones y de propuestas casi Prometeicas, buscadores del fuego en
medio de las oscuridades más aciagas.
Más esas fuerzas pueden caer en estados
de pesimismo y abandono, en un tóxico sentimiento de desaparición y dejadez, mientras
que su condición no se pueda manifestar en su esplendor, así sus obras tengan eco
posible, la soledad se hace un tormento y sus delirios fantasmas que lo acometen
como un irredento en medio de una sociedad que trafica, burla y excluye a la genialidad
en cerrojos, vigilancias y ordenamientos que desgastan y arruinan la libre expresión
de sus talentos.
Ejemplos abundan, como Beethoven y
esa paulatina sordera que le dejaba ratos de furia y tormentosos dolores de cabeza,
la locura de Nietzsche entre la sífilis y la incomprensión social, la psicosis maniaco
depresivo de Allan Poe, que nos dejó grandes relatos entre la bruma de la soledad y los misterios más abismales de un
ser humano, sediento de ebriedad y de poemas. El gran borracho de la literatura,
no sólo es el personaje del Cónsul en la novela Bajo el Volcán, Geoffery Firnin,
sino su creador Malcom Lowry, un autor que tenía como ideal de vida la taberna y
como condición humana la bebida, insondable ser de las botellas, otra forma de genialidad
muy diferente a la de Aladino. Van Gogh, alucinado
del amarillo y de la fuerza de la luz, termina en un manicomio, tal como lo escribe
otro loco genial, Artaud, en “Vangh, el suicidado por la sociedad”, nos deja una
vida extraña, caótica, profundamente sincera y consecuente con su estética.
Hemingway, un hombre de grades extremos
y pasiones, desde el boxeo y la caza mayor, el toreo y la fuerza casi arrasadora,
junto con una sempiterna embriaguez que lo llevo hasta la experiencia de cazarse
así mismo con su escopeta preferida, deja una obra sobria, precisa, hecha de un
método de contar donde parece no haber botella alguna, pero si un deseo de aventura
y una búsqueda por relatar lo diferente, la relación entre masa e individuo , cercano
a la idea romántica de arte total, donde cuerpo y mente se encuentran para vivir
el acto con todos los sentidos y en todos los sentidos.
Mozart descabellado, irónico, audaz
para su época, también fue melancólico y depresivo en sus momentos álgidos. Nerval
delirante, Sorel Kierkegard desgarrador, se atreve a dejarnos dos extraños y bellos
libros, “El concepto de angustia” y “ El tratado de la desesperación”, Pascal deja
sus aforismos, dentelladas escépticas sobre el mundo, Isadore Duchase, con sus cantos
terribles, donde lo horrido y lo cruento, la orfandad y el miedo, la desolación
y la angustia se convierten en hechos poéticos sin precedentes, son las palabras
de un desquiciamiento donde se desnuda el alma de la humanidad, sus truculencias
y sus extrañas formas de amar.
No es extraño que un personaje de novela
como Roskolnikov, se sintiera predestinado y genial y se comparara con Napoleón,
apareciendo uno de los tantos arquetipos de locura de la Modernidad, más era su
creador, Dostoievski un gran atormentado, entre la dipsomanía y la angustia, bebedor
incesante, escritor compulsivo. Nos deja una obra profunda de los estudios de la
psicología de los seres humanos, como si él retomara las voces de los que nunca
hablan, de los miles de seres anónimos que luchan, aman y se expresan en delirios
y fantasmas, convirtiendo su existencia en algo singular aún en medio de la soledad
y el exilio.
Baudelaire se acerca a los paraísos
artificiales y entre el vino y el hachis, palpita un poeta que apura abismos y observa
con un lujo estético profundo los cambios de su época, convirtiéndose en el príncipe
de los poetas de su tiempo. Holderin, pasó en su encierro de la Torre, un poeta
de manicomio y pluma esbelta. Nerval, Fijman, Varlaine, Rimbaud, Dylan Thomas, visitaron
los infiernos entre la demencia y el alcohol, sus obras son ricas en esa urticante
fiesta de los sentidos, en esa corrosiva manera de descomponer las normas, en ese
sensibilidad de apostarle a la vida abierta y vestida de una estética contundente,
algo cercano a la idea de poesía que tenía Dylan Thomas, poesía como orgiástica
y orgánica, unificadora y disolvente, de las anónimos y de los individuos, del mundo
y de los solitarios.
Scott Fitzgerald, un gran borracho
que perteneció a una generación desencantada de escritores, perseguidos o desterrados
voluntarios de Estados Unidos, va a Europa, escribe obras de gran audacia y sensibilidad,
pero ahogado en sus botellas vive y muere de una manera errática y desequilibrada.
No podemos olvidar, de nuevo a Malcon
Lowry y su mística por la bebida, más su obra de una inmensidad sobre el sentido
de los pasos de los seres sobre el Planeta Tierra. Richard Ford, Raymond Carver
y el genial Charles Bukowski, en una forma de vagabundeo citadino y anímico, bebieron
ríos de alcoholes y conocieron los bajos fondos de todas las cloacas de ciudad.
Bukowski se convierte en un héroe legendario
que pone el dedo en la llaga de la cultura decadente de una Norteamérica descreída
y opaca. Él con una fina ironía corre la piel mezquina de su época y desnuda hasta
el tuétano las condiciones sociales de desigualdad y segregación, la hipocresía
de las
dobles morales y la fustiga contra
los convencionalismos morales haciendo de su obra y de su biografía toda una leyenda
contestataria y libertaria.
En esa misma línea están todos los
grandes malditos de la literatura norteamericana, la famosa generación Beat, escritores
como Ginsberg, poeta y experimentador con todo tipo de alucinantes psicodélicas,
Jack Korouac, William Burroghs, toda una generación de vagabundos, de rebeldes contra
la guerra, de amorosos suicidas y eróticos libertarios, probaron el ácido lisérgico,
las bebidas y cócteles más inverosímiles, más su poesía y su narrativa perdura como
una muestra de una posición juvenil arrolladora, algo que marcó una época irreverente,
la gran sacudida del famoso “modo de vida americano” de posguerra, la cremosa idea
benigna de la familia Lassie y el gelatinoso mundo blanco del granjero limpio y
del Ku kus Klan de antorchas. Poetas que denunciaron la segregación, que se internaron
por filosofías orientales, por la mística de los chamanes, por el conocimiento del
mezcal como ebriedad “santa”. Ebrios como un gran pintor de Norteamérica Jackson
Pollock, que mueve los conceptos anquilosados del arte en Estados Unidos y se convierte
en una vanguardia reconocida a nivel mundial.
La presente muestra es una apología al desorden total de los sentidos, es abrir las puertas de la percepción con golpes de alaridos, redobles de murmullos, no podemos dejar de mostrar parte de una práctica artística y creativa de la humanidad, motor creativo de nuestras bases culturales, que ha estado rayada entre la fantasía, el delirio, la desmesura, la genialidad y la locura.
Que sea un motivo para beber de dichas
fuentes, conocer sus obras y sus vidas y acercarse a ese errático e intenso mundo
creativo.
LUIS FERNANDO
CUARTAS ACOSTA (Colombia). Poeta, gestor cultural, caminante, guía
de patrimonio cultural, historiador de la Universidad Nacional. Hace cuatro décadas
participa con John Sosa, en el proyecto Poesía al Aire Libre, posteriormente Revista Punto Seguido, incluyendo performance,
actividades tanto urbanas como rurales con la poesía, las artes escénicas y plásticas.
Trabaja el collage, y esculturas con materiales en desuso, ha recreado personas
históricos haciendo recorridos por la ciudad. Ha participado con Organización Caminera
de Antioquia en procesos de recuperación de antiguos caminos tanto prehispánicos
como coloniales. Contacto: ferrangato@gmail.com. Página ilustrada com obras de Nelson Screnci (Brasil),
artista convidado desta edição de ARC.
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Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 28 | Junho
de 2017
editor geral | FLORIANO MARTINS
| floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES
| mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO
MARTINS
revisão de textos & difusão
| FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
equipe de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FEDERICO RIVERO SCARANI | MILENE MORAES
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CNPJ 02.081.443/0001-80
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