Puede parecer oportunista realizar y presentar
una exposición cuyas obras hacen referencia a la Naturaleza en una época como
ésta en la que se reclama insistentemente una atención sobre ciertos aspectos
del medio natural por parte de unos movimientos políticamente correctos que se autodefinen como ecologistas.
Pero, es necesario deshacer de entrada los malentendidos que en ese sentido se
puedan generar con respecto a la intención y el contenido de la exposición ya
que las primeras incursiones artísticas de Fernando Casás en el ámbito de la
naturaleza son anteriores a la aparición en Eropa de estos grupos de presión.
Si
bien es cierto que Fernando Casás, marcado por su experiencia vital en Brasil,
es un hombre sensible a los abusos que el injustificado expansionismo provoca
sobre el medio natural -en este sentido, la esquilmación de la Amazonía es un
asunto que no puede dejar indiferente a nadie- no es menos verdad que el
sentido de su obra artística hay que desvincularlo de esos fenómenos de
reivindicación populista o de aquellos otros que hincan sus raíces en una
nostalgia sentimental. Hay que hacerlo porque si no trivializaremos unas obras
que pretenden abarcar un sentido más general y, a la vez, que son poseedoras de
un hálito más íntimo.
Más
general en tanto en cuanto las obras de Fernando Casás no pretenden servir como
elementos de denuncia de ese deterioro incontrolado del medio sino que surgen
como puntos de reflexión que son creados e mostrados como obras abstractas, por
tanto, sin posibilidad de vehicular un mensaje definido, y que atañen a la idea
de Naturaleza, que es un concepto que va más allá del ámbito de un paraje
determinado o, incluso, del conjunto del medio físico.
Por
otra parte, estas obras poseen un calado íntimo, no sólo porque han sido
gestadas por un artista, desde una experiencia personal, única, y a través de
un pensamiento particular, sino, sobre todo, porque se refieren a él mismo,
porque hablan de lo que Fernando Casás tiene también de naturaleza viviente,
actuante y pensante, de sus zozobras, de sus anhelos, y de sus dudas.
Se
da, por lo tanto, en estas obras una unión o, mejor, una tensión entre el
hombre (lo personal) y la Naturaleza (el cosmos), entre la ínfima intimidad y
la vastedad del universo. Toda obra de arte surge de una tensión o, mejor, es
un nudo de tensiones que provoca unas fuerzas que la mueven para convertirla en
algo dinámico y vivo, sacándola de la inercia que atenaza a todos aquellos
objetos que ocupan un lugar concreto y cumplen una función determinada.
Las
obras de Fernando Casás se presentan como fragmentos de naturaleza. Son troncos
de árbol, costras adheridas a las piedras o breves intervenciones con pigmentos
naturales sobre rocas que el oleaje del mar disuelve, parecen elementos que han
sido extraídos de su contexto natural, sin apenas alteración, puestos ante
nuestros ojos sin haber sufrido ese tipo de transformaciones que hace que
parezcan otra cosa que no son, como les sucede a las estatuas, que siendo
también troncos de árboles o piedras extraídas de las canteras, han sido
transformadas hasta conseguir la apariencia de figuras humanas. Aunque no lo
parezca, en las obras de Fernando Casás hay más elaboración que en muchas de
esas transfiguraciones que nos ofrece el arte tradicional, ya que estos restos
de naturaleza, que parece que sólo se muestran a sí mismos, surgen de una
acumulación determinada de tensiones que el artista conjuga.
La
relación que las obras de Fernando Casás establecen con la naturaleza no
depende de los materiales empleados, no depende de la utilización de árboles,,
carbón o tierra. En realidad, casi todas las obras de arte se construyen con
elementos naturales, un cuadro está conformado por un bastidor de madera sobre
el que se ha tensado un lienzo de lino, al cual se ha aplicado una pintura
realizada con pigmentos disueltos en aceite. La madera, el lino, los pigmentos
y el aceite son materiales que calificamos de naturales. Sin embargo, se puede argumentar que el resultado
final, el cuadro, es un objeto que jamás surgirá de la naturaleza, es decir,
sin que el hombre lo construya con su ingenio e industriosa habilidad, por eso
el cuadro adquiere un aspecto inequívocamente artificial y se puede cargar con
valores culturales, intencionales y emotivos, de tal manera que incluso llega a
ser algo más que un simple objeto artificial, convirtiéndose en algo exclusivo
y característico que categorizamos con el nombre obra de arte.
Si
contemplamos algunas obras de Fernando Casás como Ashé I, encontramos un conjunto de ramas que, siguiendo su
estructura natural, parecen no representar otra cosa que a sí mismas; en obras
como Caverna se nos
presenta un inmenso tocón de castaño, sin más alteración de su estructura
externa que haber sido fileteado en rodajas. Sin embargo, estos elementos de la
naturaleza que, con toda nitidez, reconocemos como ramas o troncos de árboles
han sufrido, como los materiales que conforman los cuadros, unas tremendas
transformaciones. Las ramas de Ashé
I han sido dispuestas de tal manera que sin perder el carácter
entrópico que les ha conferido su crecimiento arbóreo, caprichosamente
retorcidas por los propios procesos naturales, definen una figura geométrica en
su nuevo perímetro, una figura que nadie dudaría en reconocer como un círculo.
Por
su parte, Caverna se nos
presenta también con una apariencia de naturaleza extraída. Las vigorosas
raíces que se convierten en tronco de árbol se hacen evidentes a los ojos del
espectador, pero este fragmento de naturaleza ha sido seccionado siguiendo
tajos paralelos.
El
círculo y las líneas paralelas no corresponden al mundo de la naturaleza. No
quiero decir con esto que la naturaleza no sea capaz de producir formas
circulares ni disponga de elementos en líneas paralelas pero, en general, los
productos de la naturaleza se caracterizan por ser entes muy complejos que
responden a unas leyes en las que el azar y los tropismos generan fenómenos tan
individuales que resultan únicos. No existen dos piedras, dos células, dos
árboles, ni, por supuesto, dos hombres idénticamente iguales gracias a esa
irregularidad compleja, propia de lo natural.
Ante
esta apabullante complejidad irreducible, la inteligencia humana tiene la
necesidad de generar unos entres abstractos que se caracterizan por poseer una
identidad ideal. El círculo, el cuadrado o el triángulo equilátero, son
construcciones mentales ideales, imágenes artificiales que carecen de cualquier
realidad material, figuras que el hombre imagina y representa para reducir y
hacer comprensible la complejidad natural en la que él mismo se encuentra
inmerso. Esas figuras de la razón, esas geometrías que Platón, en el Filebo, ligaba a la perfección y al ideal de belleza, han
obsesionado al hombre hasta convertirse en la representación de su manera de
pensar característica.
Cuando
Fernando Casás utiliza las formas geométricas, y las utiliza en todas las obras
que componen esta exposición, está sometiendo a los elementos naturales, a la
tensión de la artificialidad del pensamiento humano. Frente al escultor
clasista que representa la imagen del hombre, imitando su propia apariencia
externa, tallándola en el tronco de un árbol, Fernando Casás somete a estas
ramas y estos troncos al ímpetu de las formas de la razón, a las formas que
caracterizan el pensar, en una palabra, a lo más genuinamente humano.
Obviamente,
no es Fernando Casás ni el primero ni el único artista que pretende dotar de
razón a la naturaleza a través de la geometría primaria, desde las lacerías
decorativas de las culturas primitivas o las del mundo musulmán hasta el mininal art que se pueden rastrear
infinidad de variantes de esa tendencia. Por lo tanto, para diferenciar las
actitudes que separan la actividad de Fernando Casás de las de los demás
artistas es necesario que avancemos un poco más y pasemos del mundo de las
formas al de los contenidos.
Tras
el impulso humano de someter la naturaleza al imperio de las formas racionales
hay, sin duda, un afán de dominación. Los jardineros del Barroco plantaban
árboles en filas siguiendo secuencias regulares y tallaban los arbustos con
figuras geométricas para expresar esa posición privilegiada del hombre como
dominador de la naturaleza, imagen muy característica de la actitud europea
frente a ella.
Fernando
Casás, que no se ha educado en Europa, no tiene esas veleidades, su posición
frente a la naturaleza, por el contrario, es de respeto y complicidad, su
geometría tiene un sentido crítico con respecto a la manera en que el hombre la
administra y explota. Pero esta crítica, conscientemente, se aleja de las
posiciones panfletarias. Las obras de Fernando Casás no son alegatos de
denuncia ni llamadas de atención, ellas responden a otra lógica de la que
emerge la imagen de la duda. Son figuras de la duda. Figuras que ofrecen una
muestra de lo que el hombre hace a través de la acción particular de uno de
esos hombres. Las obras de Fernando Casás son, por tanto, testigos emblemáticos
de la acción humana.
Pero,
vamos a centrarnos en aquello que nos concierne más directamente. Estos
materiales con formas geométricas que expresan una tensión entre hombre y
naturaleza están aquí y se nos ofrecen como objeto de reflexión estética en
cuanto que son obras de arte, porque las ramas, los restos de corteza o e
tronco de árbol han perdido su esencia originaria, han dejado de ser naturaleza
para convertirse en obras de arte. Lo son no sólo por adquirir unas formas
plásticas determinadas, por estar ubicadas en una sala de exposiciones,
descontextualizadas de su medio, por ser portadoras de unas intenciones y
contenidos estéticos, sino y fundamentalmente porque responden, a través de la
carga creativa que las anima, a unas emociones y sensibilidades personales.
En
estas obras se aprecia una empatía entre el pensamiento del artista y los
comportamientos de la naturaleza. Fernando Casás, en cuanto ser humano, siente,
sufre y disfruta, pero también expresa a través de su obra ese mundo emocional
y sensible. Para poder expresarlos busca y encuentra en la naturaleza
materiales, formas y procesos que se identifican con sus estados anímicos. Por
tanto, esas obras corresponden a una poética sentimental, son proyecciones
sentimentales de las zozobras del hombre que las crea y que al materializarlas
y hacernos participar de ellas se hace artista. No es Fernando Casás el artista
consumado que busca un nuevo filón en la naturaleza sino que es la naturaleza,
en el contacto que él establece con ella, quien le hace artista.
Parafraseando
a Martin Heidegger podríamos decir que el hombre es un proyecto, un llegar a ser. Para
conseguir este llegar a ser Fernando Casás ha necesitado recorrer un camino que
va de la observación de la naturaleza a la creación artística, del mundo
irracional y amorfo de la naturaleza a la configuración del espacio concreto y
sujeto a leyes en el que se desarrolla el arte.
La naturaleza se le ofrece a Fernando Casás como
paradigma de proyecto del llegar a
ser a través de la idea de proceso, porque la naturaleza es continua
evolución y transformación. Tal vez por eso, muchas de las obras de Fernando
Casás son también meros procesos, son proyectos de un llegar a ser. Se trata,
en muchos casos, de obras sin materialización, de acciones que desaparecen tras
ser realizadas, de esfuerzos que se diluyen o se borran sin dejar más huella
que la impresión en una película fotográfica. Son acciones o intervenciones que
el propio Fernando Casás califica y titula de Proyectos Idiotas.
En realidad, así comienza su actividad
artística, como una recreación de procesos naturales en los que la erosión, el
desgaste, el transcurrir de lo efímero y, en una palabra, el tiempo son quienes
crean la obra.
Casi sin darse cuenta, esta observación perpleja
de los comportamientos de la naturaleza, esta inquietud por conocer para actuar, le conduce a
Fernando Casás a tomar consciencia del sentido que tiene el verbo actuar.
Es necesario, tal vez, hacer aquí un breve
inciso para indicar de que manera Brasil va a ser el detonante de este proceso,
no sólo por la presencia de su exuberante y feraz naturaleza, sino también por
sus extremadas condiciones políticas, por la presencia de una dictadura
represora de las ideas, tan desproporcionada como el medio natural, que inducia
a los intelectuales a la acción, o mejor dicho, a la subversión.
Allí, la naturaleza, los procesos naturales
proporcionaron a Fernando Casás un paradigma. Así, por ejemplo, las termitas,
que habitan la madera de la que se nutren, con su pausado comportamiento la
corroen hasta provocar el derrumbamiento de muebles y edificios que quedan
reducidos a migajas. Este comportamiento se convertirá en modelo, pasando de la
naturaleza al arte, pero no siendo Fernando Casás un guerrillero ni un agitador
social encontrará en este modelo el camino de escape a su desasociego y una
forma de dar expresión a sus inquietudes a través del arte.
La naturaleza brasileña en su máximo esplendor,
en su estado impoluto, es la selva, ese lugar donde surge la vorágine feroz que
José Eustaquio Rivera describió tan bien en su espléndida novela sobre la vida
de los caucheros en la selva. Pero esa nueva vorágine destructora, en el Brasil
de los años 60, ataca no sólo a los que quedaron cautivos en la selva profunda
sino también a los intelectuales y artistas que habitan el medio urbano. Por
esto sintió Fernando Casás la necesidad de establecer una estrategia para
sobrevivir a la represión de las ideas, para consumir o canalizar la energía
mental que no encontraba cauce de expresión.
Casi podríamos decir que las primeras obras de Fernando
Casás surgen como una terapia de supervivencia que gracias al sentido estético,
al orden racional de la geometría, al carácter simbólico, a la proyección de
las ideas desde un ámbito personal a una voluntad cosmogónica, se convierten en
arte. Casás insiste en señalar el carácter idiota de aquellos proyectos, en mostrar la vacuidad que
encierra cualquier acción por si sola.
Si nos tomamos la paciencia de recorrer su obra,
desde aquellos proyectos y acciones de finales de los sesenta hasta ahora, descubriremos
cual es la intención profunda de todos ellos, cual es el hilo conductor que los
ensarta y da sentido. Este hilo no es otro que la propia naturaleza en su
estado puro, es decir, la energía de
la naturaleza.
Todo es energía. Los objetos que palpamos y la
luz que nos los hace visibles, la fuerza que mueve los astros y los astros
mismos son sólo energía que se presenta ante nuestros sentido bajo diferentes
apariencias.
Como en una máxima panteísta podemos volver a
enunciar que todo es energía, pero cada elemento de la naturaleza, desde el
microscópico ordem atómico al macroscópico cosmos, adquiere una forma
determinada como fuerza o como materia, como luz o como masa, como pensamiento
o como acción.
Partiendo del convencimiento de que no hay mucha
diferencia entre la energía que erosiona la arena de una playa y la que
alimenta una obsesión el en cerebro se puede establecer un paralelismo
metafórico entre la energía mental y la propia naturaleza entendida como
energía. Desde este punto de vista, las obras de Fernando Casás son unos vasos
comunicantes en los que la naturaleza absorbe el exceso de energía mental y, a
través de las formas simbólicas, esa energía se convierte en arte.
Los elementos visibles de la naturaleza expresan
esa idea de energía concentrada que tanto sugestiona a Fernando Casás. Esa
energía casi la podemos percibir cuando uno mira al cielo en la oscuridad de la
noche y cree observar, entre los débiles destellos de miles de estrellas
incandescentes, esos agujeros negros en los que se concentra la energía del
universo, o cuando se contempla un nudo en la madera o la raíz retorcida por el
esfuerzo de sostener un inmenso árbol centenario, en estos ejemplos se muestra
toda la tensión del esfuerzo, toda la energía acumulada por la vida.
Pero la energía adquiere para el hombre un
sentido metafórico en dos elementos que se han convertido en rituales: el fuego
y la luz, elementos que están muy presentes en la obra de Fernando Casás en
forma de troncos quemados y en diminutas fosforescencias.
Las maderas quemadas muestran las huellas de una
energía ya consumida de la que sólo quedan los restos, por su parte, las
fosforescencias representan la energía que se acumula y, posteriormente, se
libera intermitente y pausadamente, como las energías del cerebro, como las
iluminaciones del conocimiento en la noche de la ignorancia.
Por eso la luz, que es el espíritu de la
naturaleza, ha sido adoptada como emblema de la razón. De la misma manera esta
exposición se hace eco de la unión simbólica entre razón y naturaleza a través
de la energía que las obras liberan.
JAVIER MADERUELO | Doctor en
Historia del Arte y en Arquitectura. Catedrático de Arquitectura del Paisaje en
la Universidad de Alcalá. Ejerce como crítico y ensayista, colaborando como
crítico de arte en el diario El País desde 1993. Dirige el programa Arte
y Naturaleza de la Diputación de Huesca, donde fue comisario de la obra de
Fernando Casás; y los cursos sobre paisaje del CDAN Centro de Arte y
Naturaleza. Autor de diferentes libros, entre los cuales Nuevas visiones del
pintoresco: el paisaje como arte; El paisaje. Génesis y concepto; El
espacio raptado. Editor de la serie
de Actas de la Diputación de Huesca sobre los cursos organizados por esa
entidad.
*****
Edição a cargo de Floriano Martins e Mina Marx.
Agradecimentos a Fernando Casás e todos os ensaístas aqui presentes.
*****
Agulha
Revista de Cultura
Número
117 | Agosto de 2018
editor
geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor
assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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& design | FLORIANO MARTINS
revisão
de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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