La belleza
es un estado de la mente al que se accede por un estímulo visual. Por
extensión, la belleza también puede entrar a través de cualquier otro sentido.
Metafóricamente la belleza puede ocurrir desde el interior de la propia mente.
La inteligibilidad es un
estado mental al que se accede por reflexión, cuando se descubre lo común entre
lo diverso. La inteligibilidad crece cuando crece la intersección de las
poblaciones de objetos, es decir, la esencia que comparten. La repetición en el
espacio es la armonía. La repetición en el tiempo es el ritmo. El tiempo y el
espacio son los conceptos a priori
con los que construimos el conocimiento. Luego, ritmo y armonía forman la
estructura básica de la inteligibilidad. El ritmo y la armonía son también, por
su presencia o por su ausencia, los conceptos esenciales de la belleza. En
efecto, el gozo mental se produce en una zona de delicadísima inestabilidad. Si
no hay ningún tipo de regularida o repetición, es decir, si no hay ritmo o
armonía, entonces la mente no tiene nada que resolver durante la exploración
del espacio o el tiempo. En esa situación la mente se fatiga buscando hasta que
se rinde. Y finalmente se ofende. Si, por el contrario el ritmo o la armonía se
acercan a su límite máximo, entonces la mente se tropieza con un problema
banal, un reto de solución inmediata, trivial. La mente acaba su trabajo nada
más empezar. No hay trabajo para la mente. También aquí, la mente se ofende. En
cualquiera de los dos extremos, es el aburrimiento, el estado que la mente
trata de esquivar durante toda su existencia.
La
belleza precedió con mucho a la inteligibilidad. No hay duda. Existen piezas de
la industria lítica del Homo erectus que lo demuestran. Hay evidencia de
hachas de piedra de un millón de años de una simetría conmovedora, obsesiva,
hachas que, además, nunca llegaron a usarse. Eran instrumentos para mirar, para
poseer. Simetría en este caso significa repetir un perfil en, como mínimo, dos
lados. Este homínido estaba muy lejos de la inteligencia abstracta (simbólica,
representativa). Ni siquiera se tiene evidencia de su autoconsciencia
(conocimiento del Yo), no tenía ritos, ni enterraba sus muertos. Sin embargo,
no hay la menor duda de su sentido estético. La belleza no sólo precede a la
inteligibilidad. La belleza predispone para la inteligibilidad. Lo veremos tras
un breve rodeo.
El
gozo mental soporta el sentido estético. Y la selección natural pudo muy bien
favorecer el sentido estético. Las cosas pudieron muy bien desenroscarse en la
forma siguiente:
La
mente fabrica útiles para prolongar las prestaciones del cuerpo: pinchar,
cortar, moler, rascar, percutir, lanzar, etc. Son millones de años de
ensayo-error en pos de la función (donde la función es, sencillamente, la
plusvalía que adquiera cualquier detalle por el solo hecho de haber sido
naturalmente seleccionado). La mente usa útiles para fabricar útiles y para
repararlos. De repente surge una novedad. Una mente fabrica un objeto
previamente seleccionado para algo, pero no lo usa para ese algo. Le cambia la
función. La nueva función no tiene aparente utilidad. No aporta nada que tenga
que ver con la ilusión de seguir vivo. No es para cazar ni para pescar, no es
para comer ni para no ser comido, ni para atacar ni para defenderse, no es un
símbolo de nada, no es para intervenir en un rito. La novedad es que una
herramienta diseñada para tener un uso cambia de uso, donde el nuevo uso es
justa y aparentemente, no tener ningún uso. Es un desprecio a la eficacia. La
novedad reside en el hecho de que el objeto sólo es para contemplarlo, para
poseerlo. El objeto se posee y, de vez en cuando, se contempla. A veces se
encuentran objetos de piedra ancestrales que nunca fueron usados (si son de
madera ya no pueden ser ancestrales). Eso no significa que sean objetos de
contemplación. Si ahora se acabara el mundo, nadie de un lejano futuro debería
hacer una interpretación así del material no vendido de
una ferretería. Sin embargo existen algunas hachas del Homo erectus que no ofrecen dudas.
Su simetría es perfecta y obsesiva, cuando nada añade la simetría perfecta y
obsesiva a una herramienta. Una piedra ultrasimétrica en la mano del homínido
es sólo un gozo mental.
Por
alguna razón, la selección natural favorece esta novedad. Por alguna razón la
selección natural favorece el placer estético en un cerebro que ¡aún no ha
accedido a la autoconciencia ni a la inteligencia simbólica! ¿Cuál es esa
razón? Probemos.
La
naturaleza está llena de repeticiones y regularidades. No está demasiado llena
ni demasiado vacía. Hay una especie de punto intermedio mágico. La naturaleza
está críticamente llena de armonía y ritmos. La naturaleza funciona gracias a
sus armonías y ritmos. La armonía y el ritmo es el contrapunto de la
incertidumbre y el núcleo duro de su inteligibilidad. Mucho antes de que emerja
el primer tímpano, los objetos ya vibraban según sus particulares frecuencias
proprias y sus correspondientes frecuencias armónicas. Existe una probabilidad
entonces de que ciertas frecuencias suenen
juntas. Es decir, mucho antes de la emergencia del primer oído ciertas notas y
sus múltiplos sonaban, con diferente intensidad, pero al mismo tiempo. Luego
vino la coevolución, esto es, el tímpano evoluciona percibiendo ciertas
relaciones de notas con mayor probabilidad que otras relaciones. De este hecho
surge quizá el gozo de la música tonal. Por lo menos en principio. Luego la
cultura ya se encarga del contrapunto, de la disonancia… El gozo mental incluye
un cierto grado de repetición, un cierto grado mínimo de ritmo y armonía. El
gozo mental está en una delicadísima inestabilidad entre la predicción y la
sorpresa. Insistamos. No hay gozo si todo es sorpresa, no hay gozo si nada hay
que predecir. No hay gozo si todo se puede predecir, no hay gozo si nada es
sorpresa. El gozo mental corresponde a una dosis concreta de orden y
contingencia.
¿Existe
realmente una dosis precisa? ¿Cuál es el límite de armonía y ritmo por debajo
del cual tampoco hay belleza? Estamos cerca de lanzar una hipótesis. Pero
lancemos primero una prehipótesis.
Cada
uno de los sentidos, o bien, cada una de las vías seguidas por un estímulo
físico exterior de alcanzar el cerebro, experimenta un gozo característico que
procede de la realidad preexistente. Para el oído podría ser, por ejemplo, la
música tonal. La prueba está en que un bebé se tranquiliza con música tonal y
puede inquietarse mucho con una música serial aleatoria. La tonalidad cambia con
las culturas, pero existe un núcleo común no cultural, una inteligibilidad que
procede de nuestra raíz común. Los colores son las notas de la visión. La
armonía de colores de nuestro gozo mental es variadísima. Aquí el gozo parece
sobre todo cultural. Sin embargo, sí hay algún color concreto que parece
preferirse a lo largo de la geografía y de la historia. ¿Por qué? Por su alta
frecuencia de su presencia, porque está asociado a que todo va bien, por que nos hace sentir seguros,k por ahuyenta las
sombras... ¿Cuál es ese color? El color
del oro, el dorado. Es un caso de fuerte convergencia. ¿Qué cultura no adora el
oro? El oro es el color del sol. Es la
luz, la energía primera de cualquier cosa sobre el planeta… El color del sol,
del ámbar, del oro es universal y transculturalmente apreciado… Lo mismo
podríamos decir de la suavidad respecto del tacto y atribuirlo a la relación
bebé-pecho materno. Lo mismo podríamos decir de lo dulce respecto del sabor y
atribuirlo al hecho de que casi todas las cadenas metabólicas acaban en
glucosa. En suma, nuestros sentidos, cuando proyectan sensaciones en nuestro
cerebro, conservan preferencias que proceden de las propiedades de la realidad
en la que han evolucionado.
Ahora,
compliquemos las cosas. Ahora, imaginamos, no un sentido aislado, sino el
conjunto de los cinco sentidos proyectando complejidades de la naturaleza en el
cerebro. Es decir, la física y la química de la señal exterior entra por la
fisiología del cuerpo y crea una complejidad psicológica con cierta probabilidad
de convertirse finalmente en un gozo cultural. Quizá ocurra en este caso con el
todo algo similar a lo que ocurre con las partes. En efecto, la mente ha
evolucionado sumergida en la naturaleza. Digamos mejor que la mente ha
coevolucionado con la naturaleza dentro de ella. Por lo tanto quizá no sea
aventurado asegurar que la ración de orden que provoca el gozo mental global
sea justamente la ración de orden natural. Repetimos. Los objetos de la
naturaleza exhiben una armonía y un ritmo. La geología, por ejemplo, traduce el
espacio en el tiempo. Cuando la erosión del viento y el agua descubre una pared
vertical de una montaña de roca sedimentaria, se pueden observar los finos
estratos horizontales. Los barbitos de Itú (Brasil) son los más espectaculares
que he visto nunca. Se puede seguir la sedimentación de materiales den el fondo
del mar o de un lago, estación por estación durante cientos de miles de años,
es decir durante decenas de metros, cada año, unos pocos milímetros. La
biología está repleta de simetrías y de períodos temporales. Las plantas
desparraman su fractalidad en hojas, raíces y ramas. Es la iteración de un
modelo simple para crear complejidad en niveles de observación progresivamente
reducidos. Es la mejor manera de visitar todos los puntos de un volumen. Por
ello, las plantas son fractales por fuera, para capturar materia, la energía y
la información de cualquier punto del espacio exterior. Pero las plantas
también son fractales por dentro, por el mismo motivo, para colonizar íntimamente
el espacio interior mediante un sistema vascular parecido al animal de
arterias, vasos y capilares, para llevar el mantenimiento a todas y cada una de
las células de la planta. Lo mismo se puede decir de los animales con sus
sistemas circulatorio, respiratorio, nervioso, neuronal… Iterar un modelo es
una forma de repetir, la forma más simple de inventar complejidad. La
matemática de los objetos fractales permite medir los exponentes intermedios
entre el punto y la línea, la línea y la superficie, la superficie y el
volumen. La geometría fractal permite analizar el grado de repetición de la
materia viva.
Son
ejemplos de ritmos y armonías del entorno en el que se ha fraguado la mente.
Empieza con los primeros seres dotados de movilidad y llega hasta la inteligencia
abstracta. Existe por lo tanto una componente del gozo mental ancestral, que
procede de esta lenta y larga evolución conjunta. En la esencia del gozo mental
acaso esté la misma cantidad de ritmo y armonía que exhibe la naturaleza. En
otras palabras, el demasiado previsible o el demasiado imprevisible quizá se
mida respecto de esta referencia, el orden natural de las cosas. Esto significa
que el gozo mental es una propiedad común a todos los individuos humanos y
quién sabe a cuantas otras especies de animales. Es una prestación muy
universal porque está asociada a la física, la fisiología y la psicología de la
percepción de la incertidumbre del mundo que nos rodea. La física de los
estímulos exteriores es rigurosamente la misma para los seres vivos que las
perciben. Y tales seres comparten cierta fisiología de sus órganos sensoriales
porque también comparten aventuras y desventuras evolutivas. Luego viene la
psicología y la cultura. Es decir, el gozo mental del ritmo y de la armonía
emerge y se consolida en el interior del individuo, quizá por reflexión del
ritmo y la armonía del mundo exterior. Con esto llegamos al enigma central.
¿Por
qué havría de favorecer la selección natural el gozo mental? ¿Qué rara
prestación garantiza el gozo mental? El hombre garantiza que los animales no
mueran de hambre por falta de hambre ya que, entre hacer y no hacer, la opción
sería siempre de no hacer, de no gastar energía y de no arriesgarse a salir de
la protección del nido para buscar comida. Todos los seres inapetentes, si es
que los hubo alguna vez, no han trascendido, no han dejado descendencia. Por
eso el apetito es universal para todos aquellos seres que no se nutren por pura
casualidad, por pura colisión con la partícula alimenticia. Por la misma razón
se puede se puede decir que se ha consolidado el apetito sexual. La selección
natural favorece y lo universaliza para garantizar la reproducción en las
diferentes especies. O el dolor, para que uno se preocupe de su propia salud.
Pero la pregunta es ahora ¿en que ayuda el gozo mental a que alguna clase de
individualidad siga viva? ¿En qué ayuda el gozo mental a la supervivencia? ¿Por
qué habría de fijarse la selección natural en el gozo mental? ¿Sirve alguna
clase de felicidad para alguna clase de supervivencia?
Probemos.
El gozo mental está ligado al ritmo y la armonía de la naturaleza, a sus
regularidades en el espacio y el tiempo, en lo que se repite aquí o allí, en lo
que vuelve hoy y acaso regrese mañana, en ciertas cosas comunes que se perciben
en sucesos y objetos aparentemente distintos. O sea, el gozo mental está ligado
a cualquier tipo de simetría en el espacio o en el tiempo. Eso ayuda, y mucho,
a anticipar la incertidumbre. El primero que cayó en la cuenta de que la
primavera volvía tenía que ser alguien agraciado con gozo mental. Un, digamos,
gozador mental está mejor preparado para capturar la inteligibilidad de las
cosas que alguien que no haya sido seleccionado por tal capacidad. Hemos
avisado más arriba: la belleza predispone a la inteligibilidad.
No
toda la belleza procede de la inteligibilidad de la naturaleza, ni toda
inteligibilidad de la naturaleza tiene por qué contener belleza. Sin embargo,
la naturaleza tiene cierta belleza que nos ayuda a comprenderla. Es la belleza
de sus armonías y ritmos. El científico, por oficio, persigue la
inteligibilidad. Para el artista es una opción, no una obligación. El artista
puede no imponerse la inteligibilidad y no por eso es menos artista. Sin
embargo, hay artistas que crean sobre la belleza inteligible de la naturaleza.
Buscan la armonía y el ritmo de la naturaleza para reinventarla, para
acentuarla, para elaborar conocimiento de la realidad del mundo. Es el caso de
Fernando Casás.
Elegir
una pieza es selección culta sobre selección natural. Crear es selección.
Cuando se elige se define. Cuando elige, Casás empieza a sugerir conocimiento.
El conocimiento inicial puede ser una propiedad de interacción con el entorno,
como la erosión, o una estructura como la geología interior del crecimiento de
un árbol. Cada corte revela la proyección sobre un plano diferente,
concéntrica, elíptica, una cónica al fin. Hay análisis, es decir, el todo en
función de un conjunto de partes relevantes. Hay síntesis, es decir, la
disposición de unas partes para intuir un nuevo todo. Pero, sobre todo, usa la
naturaleza para inventar la naturaleza. Construye armonía y ritmo turbadores.
Los elementos (las piezas, las palabras plásticas, los materiales) son de la
naturaleza, las leyes ocultas son las fundamentales de la naturaleza (la relación
entre las piezas, la gramática plástica, los conceptos), el resultado bien
podría ser el de la naturaleza. Sin embargo,
acaso sea este el elemento turbador, la naturaleza que resulta es otra
naturaleza. Es una naturaleza culta, creíble, una naturaleza que podría bien
existir y que hace inteligible la naturaleza que existe. La naturaleza se
compone en objetos y los sucesos (los cambios de aquellos). Casás construye una
naturaleza verosímil con objetos y sucesos que parecen acatar los principios fundamentales
de la realidad física, los principios de simetría, de conservación de la
energía, de aumento de la entropía, de la selección fundamental, de la
selección natural, de la selección culta. La naturaleza y la naturaleza de
Casás comparten belleza e inteligibilidad. El agua de Casás, por ejemplo, tiene
sus propias leyes particulares, pero las mismas generales. Es toda una teoría
sobre las propiedades del agua, pero con otra tensión superficial, con otra
viscosidad, con otras capacidades para la propagación de perturbaciones, para
la difusión, para la dilución, la solución, para transformarse frente a la
incertidumbre del entorno… Casás reflexiona sobre las formas más frecuentes de
supervivencia en su naturaleza. Los
Manuscritos del Río Amazonas es una reflexión en cerámica sobre el
poder emergente de la isotropía y sobre la conveniencia de romperla cuando la
incertidumbre lo requiera. En la serie Ashé, Casás piensa sobre los restos y rastros de la materia
viva, la incertidumbre primero se resiste, luego se modifica, luego se
anticipa…
Fernando
Casás, por sus armonías y ritmos y por la belleza de su inteligibilidad, es un
artista con intuición científica. Ocurre a veces.
JORGE WAGENSBERG | Profesor doctor de Teoría de los Procesos Irreversibles de
la Facultad de Física de la Universidad de Barcelona. Como científico publicó
un sin número de trabajos e investigaciones en revistas como el American Journal of Physics o el Proceedings of the National Academy of
Sciences. Investigó las conexiones entre arte y ciencia. Como editor
fundó la colección Metatemas
de la Editorial Tusquets, con más de un centenar de autores en su lista; como
escritor publicó más de 20 libros, incluidos Amazonia, Ilusiones Ilustradas; Teoría de la creatividad; Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta? Fue colaborador regular de la revista Mètode
y del periódico El País. Como museólogo ha liderado la renovación del
Museo de la Ciencia, hoy Cosmocaixa, del que fue director hasta 2014.
*****
Edição a cargo de Floriano Martins e Mina Marx. Agradecimentos a
Fernando Casás e todos os ensaístas aqui presentes.
*****
Agulha Revista de
Cultura
Número 117 |
Agosto de 2018
editor geral |
FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente
| MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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| FLORIANO MARTINS
revisão de textos
& difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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