Para vivir en el mundo es necesario fundarlo y
ningún mundo puede nacer del caos de la homogeneidad y de la relatividad del
espacio profano, decía Mircea Eliade (1); por ello todo espacio sagrado
implicaba para los antiguos una hierofanía -es decir, una irrupción de lo
sagrado-, que tiene por efecto desligar un territorio del medio cósmico del
ambiente, para volverlo cualitativamente diferente, de manera que un signo, un
gesto, una piedra pueden ser suficiente para indicar la sacralidad de ese
lugar, antaño neutro y homogéneo. De esta manera el espacio no intervenido
sería un territorio desconocido o extraño (algo que para la consciencia del
pensamiento religioso de la antigüedad explicaría que estaba desocupado por los
nuestros) y partícipe del caos; sin embargo una vez que el hombre decide
intervenirlo, instalándose en él, logra transformarlo simbólicamente en cosmos,
mediante el rito de la cosmogonía, auténtica refracción del acto divino de la
creación. A este respecto, Mircea Eliade evocaba el ejemplo de los antiguos
colonos escandinavos que tomaron posesión de Islandia: trabajando la tierra
desértica repetían sencillamente el acto de los dioses que habían logrado
ordenar el caos, imagen primigenia de la entropía, aportándole una estructura,
unas formas y unas normas. Así podremos comprender que uno no hace suyo un
territorio más que cuando lo crea de nuevo, esto es, en el acto de consagración
del lugar.
¿Acaso
este comportamiento hierofánico en relación al site desconocido, desorganizado, que participa de las fuerzas
entrópicas, no explica y prolonga lo más interesante de la escultura en la
naturaleza después de los años sesenta, campo amplio y sentimiento refundador
que unifica paisaje y arquitectura, auténtico complejo cultural más allá del
fraccionamiento genérico de lo puramente escultórico?
No
puedo evitar esa presunción al enfrentarme a los espacios que Fernando Casás ha
refundado desde la lejanía amazónica de hace casi cuatro décadas, en litorales
y montañas, bosques espesos o en desiertos y en playas o en parques impolutos.
El tiempo -su tiempo- dimensiona la cosmización del acto y sus gestos atrapan
la transformación del mismo como origen primigenio del mundo, donde se esconden
las fuerzas que Schelling descubría en la naturaleza -de nuevo la fuerza
creadora originaria de la vida-, captada en un instante. He ahí la grandeza del
hecho artístico: el arte, en cuanto representa la esencia de aquel instante, lo
rescata del tiempo, hace que aparezca en
su puro ser, en la eternidad de su vivir (2).
Los
paseos que descubrirán la esencia del Cupim o la fosilización que reducía los troncos a la imagen de
la carcoma, enterrados o replantados, árboles calcinados que se
presentían como huellas ineludibles de una arqueología que eran gesto de civilizaciones mudadas, iban más allá del hecho físico para devenir el resultado simbólico de lo que Novalis consideraba deber del artista: alumbrar lo que la naturaleza ocultaba en su seno, echando mano de otra relación no menos simbólica, explícita, en el diálogo entre la fuerza plástica y la vida. De ahí nacería la extensión transformadora del caos en cosmos, un landscape que percibimos como leve imagen unificadora de su retrato formal en la vista o en el viento, las sombras y en la verticalidad de los viejos menhires que escondían espíritus prestes a ser resucitados y la escenografía ritual de un fuerte sentimiento ecológico que se rebela contra la opresión, a la búsqueda de ese territorio libre que tantas veces menciona Casás, estadio físico y mental que refleja el equilibro entre el hombre y la naturaleza. Al fin, es el propio artista el que sostiene que la escultura existe como metáfora de la propia naturaleza, y como elemento mágico del hombre en busca del infinito (3).
presentían como huellas ineludibles de una arqueología que eran gesto de civilizaciones mudadas, iban más allá del hecho físico para devenir el resultado simbólico de lo que Novalis consideraba deber del artista: alumbrar lo que la naturaleza ocultaba en su seno, echando mano de otra relación no menos simbólica, explícita, en el diálogo entre la fuerza plástica y la vida. De ahí nacería la extensión transformadora del caos en cosmos, un landscape que percibimos como leve imagen unificadora de su retrato formal en la vista o en el viento, las sombras y en la verticalidad de los viejos menhires que escondían espíritus prestes a ser resucitados y la escenografía ritual de un fuerte sentimiento ecológico que se rebela contra la opresión, a la búsqueda de ese territorio libre que tantas veces menciona Casás, estadio físico y mental que refleja el equilibro entre el hombre y la naturaleza. Al fin, es el propio artista el que sostiene que la escultura existe como metáfora de la propia naturaleza, y como elemento mágico del hombre en busca del infinito (3).
A
mi entender es en Lamed Vav, los 36
Justos, la obra que el autor hizo para la Isla de Pontevedra, en
1999, donde mejor se sintetiza su pensamiento (4) o tal vez donde confluyen
todas las variables que podrían resumir el ya intenso proyecto que el artistia
inicia, a finales de los sesenta, en Brasil, interesado en desvelar la
conciencia oculta de los procesos que emergen de su naturaleza, sometida a
intereses no menos ocultos, a fin de restituirle su primigenia dignidad frente
a los instintos agresivos y depredadores del ser humano. En algún momento Casás
afirmó que sus obras eran huellas de
inquietud que una leve brisa podría borrar para incorporarse a la naturaleza
(5), huellas de un testimonio que se erigen como síntomas de libertad por
encima de cualquier geografía, porque la depredación se ha revestido, a lo
largo de los años, de múltiples formas, desde la gigantesca selva amazónica a
los espacios exquisitos que habitamos en el primer mundo. Habitarlo y experimentarlo desde un sentimiento
estético que concibe el lugar como sujeto y a la vez como metáfora de una
naturaleza que privilegia más sus posibilidades éticas y hierofánicas que el
énfasis monumental (6), ha sido una vivencia enriquecedora para el artista
tanto como una travesía que le ha permitido desvelar que, en todos los lugares
del planeta, los problemas que condicionan aquélla enmascaran la misma ausencia
de territorios de libertad: imágenes opresivas donde son igualmente necesarias
esas huellas de inquietud que llegan a convulsionar el locus o, si se quiere, a cosmizar su mundo. Si es cierto
que nuestro mundo es un cosmos,
todo ataque exterior amenaza con transformarlo en caos, dice Eliade, que
considera que aquél que ha sido fundado
imitando la obra ejemplar de los dioses, la cosmogonía, de manera que los
adversarios que la atacan son asimilados a los enemigos de los dioses
(7). En Lamed Vav, los 36 Justos,
su actuación en la Isla de Esculturas, los dioses del territorio-cosmos, un
simbólico axis-mundi, se
enfrentan a las fuerzas del caos en la extensa plataforma de un eucaliptal y
estiran el paisaje como un equilibrado poema construido por el hombre sobre
aquella naturaleza agreste, de más de cuatro mil metros cuadrados. Casás parte
de una leyenda judía, vinculada a la Cábala (la fábula de Lamed Vav (8)) según
la cual la justicia, el equilibrio y la armonía del planeta -de nuestro mundo-
se debían a la acción de 36 justos, hombres que poseían los resortes de sabiduría
y de la cultura y servían de consejeros a la comunidad. El artista construye 36
bloques en granito negro de Campolameiro (9), irregularmente cilíndricos y
estriados, que simbolizan otros tantos fragmentos o troncos de árbol
desperdigados entre la citada superficie poblada de altísimos eucaliptos, fruto -según el autor- de un uso interesado de la naturaleza en
Galicia (10). Por ello, los troncos de tranito implican una
esperanza y se ubican silenciosos, casi
escondidos o camuflados entre la niebla (11), en medio de la
vorágine del espeso eucaliptal, molestando
al poder: como los 36 justos, los 36 troncos de piedra negra refuerzan su
presencia, a pesar de su escala en relación a unos árboles que llegan a los 35
metros de altura; sin embargo son sólidos testimonios de su existencia para
generar una posición incómoda frente a lo que nos imponen, como esa naturaleza
extraña e importada, siempre opresiva y poco solidaria, que fue plantada a la
fuerza en la isla fértil y verde de un paisaje paradisíaco que había sorteado
las agresiones de los hombres.
1. Eliade,M., Le sacré et le profane,
Editions Gallimard. Paris, 1965, pp 30-34.
2. Schelling, F., La relación del arte con la
naturaleza. Edic. Sarpe, Madrid, 1985, p 72.
3. Casás, F., La madera: el tamaño, el
paisaje y la materia. A trabe de ouro,
Tomo 1, ano III, 1992, p.70.
4. Aunque podría añadir que obras más recientes,
como Árboles como arqueología, inaugurada en Piracés (Huesca) en el
marco del proyecto Arte y Naturaleza, en mayo de 2003, sigue la estela de Lamed
Vav…
5. Casás, F., El caminar de la onça. (The walking of the jaguar). Texto inédito. 2000.
6. Esa renuncia a un marcado protagonismo de la
obra basado en el contraste o en la monumentalidad, que sostienen actualmente
teóricos, como C.Garraud ( L’idée de la nature dans l’art contemporain. Flammarion.
Paris, 1994, pp.150 y ss.), ya era poética fundamental en la nueva escultura
que preludiaba, hace un siglo Alois Riegel cuyo texto El culto moderno a los
monumentos, -editora Visor, Madrid, 1987 (1903)- hacía hincapié en la
fascinación del hombre moderno por las huellas de la vejez o de la antigüedad, que
ejercían sobre él un efecto tranquilizador como testimonio del inalterable
curso de la naturaleza, al que toda obra humana está sometida de modo seguro e
infalible, p.43.
7. Eliade, M., cit. p.47.
8. Véase Z’ev Ben Simon
Halevi: Kabbalah. Tradition of the hidden knowledge. Thames and
Hudson. Londres, 1979, pp.29-30.
9. Oscilan entre 40, 60 y 80cm. de altura.
10. Casás, F., Los 36 Justos. Texto
inédito, 1999.
11. En diferentes ocasiones, Casás se ha
referido en sus textos a esta poética. Mis obras persiguen esta intención de camuflaje y de integración.
12. AAVV. Filosofía fenomenológica de la
naturaleza. Tomo II. (Naturaleza y fenómeno). Universidad de Deusto.
Bilbao, 1990. p.15.
X. ANTÓN CASTRO | Doctor en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid.
Licenciaturas de Filosofía y Letras - Historia del Arte- y de Historia
(Especialidad de Arqueología) por la Universidad de Santiago de Compostela y
Literatura Francesa en La Sorbona (Paris).
Miembro del AICA-France (Asociación Internacional de Críticos de Arte,
de Paris). Profesor de Arte Contemporáneo en la Universidad de Vigo. Miembro de
los Patronatos de la Alhambra de Granada, del Archivo de Indias, de la
Fundación Lázaro Galdiano y de la Fundación Miró. Crítico de arte para Revista
Lápiz (Madrid), Beaux-Arts Magazine (Paris), Flash Art (Milán). Ha comisariado más de setenta exposiciones y
entre sus libros publicados se encuentranTransformaciones. Pintura española de los 80 (1983), Expresión Atlántica (1985), Diccionario de Arte Moderno y Contemporáneo
(sección española. Hazan, Paris, 1991). Director del Instituto Cervantes de
Milán; del Instituto del Patrimonio Cultural de España; de la Dirección General
de BB. AA. y Bienes Culturales del Ministerio de Cultura.
*****
Edição a cargo de Floriano Martins e Mina Marx.
Agradecimentos a Fernando Casás e todos os ensaístas aqui presentes.
*****
Agulha
Revista de Cultura
Número
117 | Agosto de 2018
editor
geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor
assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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revisão
de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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