segunda-feira, 13 de julho de 2020

DIEGO MOLDES | Dos veces Fernando Arrabal


En los años setenta las películas de Arrabal gozaron de un prestigio crítico importante en los lugares con más tradición cinéfila, Norteamérica, Reino Unido, Alemania, Italia y en su Francia de adopción. Prestigio casi equiparable al que tuvo con su primer teatro (1953-1961) o su teatro Pánico (1962-1973), en el mítico y celebrado movimiento que formó junto a los verdaderamente geniales Topor y Jodorowsky. Siendo Arrabal español, aunque afincando en Francia desde hace sesenta años (cuando él contaba con apenas veinte), en España, en cambio, su obra cinematográfica no se vio: fue prohibida por la censura franquista, casi al mismo nivel que sus piezas teatrales que, simultáneamente, se representaban en las principales capitales del mundo. Su primer cine se estrenó tarde y mal, en plena democracia, casi de tapadillo en un par de cines de Madrid y Barcelona. Por fin, tres décadas más tarde, en 2008 su obra fue conocida y revalorizada en España, gracias la edición en DVD de su Filmografía completa (Cameo Media, Barcelona), que incluye fragmentos de una extensa entrevista que le realicé especialmente para dicha edición. En ella Arrabal explica una por una sus películas y su arte, sus influencias e interferencias. Siempre se ha sentido molesto por el ninguneo que la intelectualidad cinéfila española y la intelligentsia ha mostrado por su cine, prueba de ello es que pude comprobar cómo cuando se le preguntó por esto, en la presentación de dicha Filmografía completa, Arrabal, muy dolido y pueril, rompió a llorar desconsoladamente, ante el asombro del público.
En una carrera como escritor y, fundamentalmente, dramaturgo (se dice que es el más representado del mundo, no sólo entre los de lengua española) que abarca seis décadas, el cine de Arrabal ocupa apenas una docena de años, cinco largometrajes de ficción filmados entre 1970 y 1982. Cierto es que, además, ha dirigido dos documentales en vídeo: Adieu, Babylone!, especie de capricho soporífero que refleja de modo pretencioso un Nueva York deprimente, y un vídeo sobre Borges muy mal grabado y cuyo único valor reside, fundamentalmente, en ser la última entrevista del genial escritor argentino, ya ciego y decrépito. Sólo por escuchar al autor de El aleph merece ser visto, pero la autoría de Arrabal no aparece por ningún lado. Respecto a sus cinco largos, la sensación es que fue de más a menos, es decir, que cada uno que estrenaba era peor que el anterior, Viva la muerte (1971), J’irai comme un cheval fou (1973), L’Arbre de Guernica (1975), La Traversée de la Pacific (1982) y Le Cimetière des voitures (1983). Así, a la maestría dramática y visual de los dos primeros –Viva la muerte y J’irai comme un cheval fou contienen imágenes de una fuerza transgresora que deja en pañales al cine surrealista de los años veinte y treinta–, se suceden las arritmias de L’Arbre de Guernica, bien filmada pero deudora de un revisionismo político que ahora apenas sí tiene un interés histórico, la aburrida fábula infantil La Traversée de la Pacific con un anciano Mickey Rooney que no se sabe bien qué hacía por allí (como forzado alter ego de Arrabal) y su adaptación de su propia obra teatral El cementerio de automóviles, de 1959, que quizá entonces era rompedora pero que en su traslación al cine, en 1983, había perdido su vocación experimental y sadomasoquista para convertirse en una rareza con excesivos diálogos, plagados de alegorías y actos supuestamente pour épater la bourgeoisie de la época, pero que en plena década de los ochenta ya no escandalizó a nadie, ni en Francia, ni en España, en donde ni siquiera tuvo distribución.
Su mejor obra, sin duda, es Viva la muerte. Veamos su argumento. Fando, un niño de diez años, vive su traumática infancia en Melilla (en realidad se filmó en Túnez porque la Dictadura no permitía a Arrabal filmar en España) junto a su madre y su tía, obsesionado por la pérdida del padre, un activista comunista. La madre del chico, católica y fascista, denunció al padre por rojo, por lo que fue detenido y deportado. Fando vive ante la duda de si su padre ha sido ejecutado o permanece preso, lo que le lleva a imaginarse las más extrañas situaciones, al desconocer qué ha pasado con él. La represión fascista y nacional-católica hace que el niño se vea poseído por una serie de delirios religioso-sexuales, mórbidos y macabros… Profundamente autobiográfica, la insólita ópera prima de Arrabal no deja indiferente a nadie. Provocará atracción o rechazo, pero como toda buena obra vanguardista contiene suficientes (¿demasiados?) elementos simbólicos como para ser recordada y estudiada. Aun siendo fundamentalmente un dramaturgo, Viva la muerte no adapta una obra teatral suya, ni siquiera un libro de su etapa Pánica,
sino que parte de su primera novela, Baal Babilonia, publicada en París en 1959 como Baal Babylone (en España no se publicó hasta el fin de la censura, en 1977). Viva la muerte es una obra insólita porque, desde su mismo inicio, lo extraño aflora por doquier: los títulos de crédito, por ejemplo, sobre los inconfundibles dibujos de Topor (Jodorowsky también recurrió a dibujos toporianos en blanco y negro, para su gran debut en el largometraje Fando y Lis, en 1967/68), Arrabal inserta una música lúdica, un coro infantil ¡en danés! (Ekkoleg / jeu d’écho, letra y música de Grethe Agatz) Arrabal nos explicó que había encontrado un disco de unos de niños cantando en danés en una de esas tiendas de vinilos antiguos. Su música le retrotrajo a su propia infancia melillense. La génesis del film sirve como ejemplo del contenido autobiográfico de la película: su propia peripecia vital o, para ser más precisos, su rememoración del territorio mítico y traumático de la infancia. El estilo Pánico-surrealista del film, preñado de azar y confusión, da pie a todo tipo de secuencias Pánicas (o post-surrealistas, según se mire), macabras, obscenas, lujuriosas, escandalizadoras: el sangriento happening del matadero (momento cumbre de Núria Espert), el sadomasoquismo con constantes alusiones a su admirado Sade, torturas franquistas, ilusión del incesto, simbología cristiana (los corderos), defecaciones de la esposa al marido, onanismo infantil, decapitaciones, ingesta de gusanos vivos, insinuación de pedofilia, etc. Una de las secuencias más impactantes del film es la de la cabeza del padre enterrada, a punto de ser aplastada por un caballo al trote, imagen onírica o ensoñada del hecho traumático que ha marcado toda su vida: la pérdida de su padre. O aquella otra, absolutamente perturbadora, en la que un cura es castrado y obligado a ingerir sus propios testículos, como castigo por repartir fusiles. El cruce de los dos planos narrativos, el real y el soñado o ensoñado (y rememorado), que empleará de nuevo en J’irai comme un cheval fou (su film más radical), vinculan Viva la muerte con el Decadentismo, Dadá, el Teatro de la Crueldad de Artaud, la Patafísica de Jarry y el teatro del Absurdo (Ionesco más que Beckett), corrientes artísticas que han marcado siempre la carrera arrabaliana.

NOTA
CINE XXI. Directores y direcciones, Hilario J. Rodríguez y Carlos Tejeda (coords.), Colección Signo e Imagen, Cátedra, 2013.


II (sobre Viva la muerte)

Fando, un niño de diez años, vive su traumática infancia en Melilla (en realidad se filmó en Túnez porque la Dictadura no permitía a Arrabal filmar en España) junto a su madre y su tía, obsesionado por la pérdida del padre, un activista comunista. La madre del chico, católica y fascista, denunció al padre por rojo, por lo que fue detenido y deportado. Fando vive ante la duda de si su padre ha sido ejecutado o permanece preso, lo que le lleva a imaginarse las más extrañas situaciones, al desconocer qué ha pasado con él. La represión fascista y nacional-catolicista hacen que el niño se vea poseído por una serie de delirios religioso-sexuales, mórbidos y macabros…
Profundamente autobiográfica, la insólita ópera prima de Fernando Arrabal (Melilla, 1932) no dejó, ni deja, indiferente a nadie. Provocará atracción o rechazo, pero como toda buena obra vanguardista contiene suficientes (¿demasiados?) elementos simbólicos como para ser recordada y estudiada. No hay espacio aquí para glosar la trayectoria intelectual de una de las personalidades más originales de la cultura contemporánea, Arrabal como escritor ha cultivado todos los géneros –novela, teatro, poesía, ensayo, incluso libretos originales de ópera–, también la pintura, pero si en algo ha destacado ha sido en las tablas: podemos afirmar sin temor a equivocarnos que Arrabal es el dramaturgo más importante de las letras españolas de la segunda mitad del siglo XX y, probablemente, el dramaturgo vivo más influyente del mundo (en cualquier idioma) o al menos el más representado. Debido a esa veta dramática era lógico, por otra parte, que estuviese tentado por el cine. Y esa tentación se concretó en torno a 1970 con la escritura del guion en francés de Viva la muerte, cuando contaba 38 años y estaba, quizá, en la cima de su prestigio crítico internacional.
Pero Viva la muerte (1971) no adapta una obra teatral suya, ni siquiera un libro de su etapa en el movimiento Pánico (1962-1973) junto a los geniales Roland Topor y Alejandro Jodorowsky, sino que parte de su primera novela, la autobiográfica “Baal Babilonia”, publicada en París en 1959 como Baal Babylone, pero que en España no pasó la censura y hubo de esperar al fin de la dictadura (siendo publicada por primera vez en 1977). Residente en París desde 1954, Arrabal no retornó a España tras la muerte de Franco, por lo que no se ha definido como un exiliado ni expatriado, sino como desterrado. Destierro que se ha tornado voluntario, consciente Arrabal, de que su obra es más respetada en Francia (o en el mundo anglosajón) que en su país natal.
Hablábamos de insólita porque, desde su mismo inicio, lo insólito aflora en Viva la muerte por doquier: los títulos de crédito, por ejemplo, sobre los inconfundibles dibujos de Topor (Jodorowsky también recurrió a dibujos toporianos en blanco y negro para su debut en el largometraje Fando y Lis, en 1968), Arrabal inserta una música lúdica, un coro infantil ¡en danés! Arrabal nos explicó que había encontrado un disco de unos de niños cantando en danés en una de esas tiendas de discos antiguos. Su música le retrotrajo a su propia infancia melillense. He aquí la génesis del film, que sirve como ejemplo del contenido autobiográfico de la película: su propia peripecia vital o, para ser más precisos, su rememoración del territorio mítico y traumático de la infancia. Arrabal lo ha dicho. No me inspiran otros autores, sino mi propia circunstancia. Sin embargo, son muchos los analistas que han calificado al movimiento Pánico como epígono del Surrealismo; en sentido estricto lo es, porque Arrabal y Jodorowsky fueron durante tres años (1960-1962) miembros del grupo de veteranos artistas liderados por Breton. Pánico surge justo después –1962–, pero va más allá. El estilo Pánico-surrealista del film, preñado de azar y confusión, da pie a todo tipo de secuencias Pánicas (o post-surrealistas, según se mire), macabras, obscenas, lujuriosas, escandalizadoras: el sangriento happening del matadero (momento cumbre de la carrera de Núria Espert), el sadomasoquismo con constantes alusiones a su admirado Sade –las torturas franquistas–, la ilusión del incesto, la simbología cristiana (los corderos), las defecaciones de la esposa al marido, el onanismo infantil, la decapitaciones, la ingesta de gusanos vivos, la insinuación de pedofilia, etcétera. Una de las secuencias más impactantes del film es la de la cabeza del padre enterrada, a punto de ser aplastada por un caballo al trote, imagen onírica o ensoñada del hecho traumático que ha marcado toda su vida: la pérdida del padre. O aquella otra, absolutamente perturbadora, en la que un cura es castrado y obligado a ingerir sus propios testículos, como castigo por repartir fusiles.
El cruce de los dos planos narrativos, el real y el soñado o ensoñado (o rememorado), que empleará de nuevo en J’irai comme un cheval fou (su film más radical), vinculan Viva la muerte con lo neo-Dadá, el Teatro de la Crueldad de Artaud, el Absurdo (Ionesco más que Beckett) y la Patafísica de Jarry, corrientes artísticas que han marcado la carrera arrabaliana. Preguntado sobre el significado del film, cuarenta años después de su rodaje, Arrabal nos respondió Pánicamente, es decir inventándose un largo auto-cuestionario, cien preguntas ideadas por él, en el que se respondía a sí mismo sobre su cine. Estas fueron algunas perlas, que ilustran su fértil pensamiento: ¿Goza con su condición de ser incomprensible para muchos cineastas? Arrabal. Los censores y los inquisidores sí que me comprenden ruidosamente y clamorosamente dijo la sorna al susto. […] Para muchos es usted un cineasta culto. Arrabal. ¿Por qué se me ataca de oídas, se me elogia a ciegas y se me plagia sin verme? […] La vida como la realización cinematográfica ¿es una cascada ininterrumpida de golpes de azar? […] Y añade triunfante: Filmo jugando a ser Dios y a veces lo consigo (26-08-2010).
Hay que recordar que, pese a ser su cine minoritario, la recepción crítica de Viva la muerte en el extranjero fue amplia, y excelente, entre las publicaciones más especializadas, tanto en Francia como en Reino Unido y Estados Unidos. Además, se estrenó en el Festival de Cannes con críticas elogiosas. Entre los asistentes a aquella proyección estaba el Beatle John Lennon, quien a su regreso a EEUU recomendó su distribución allí (en aquella época Lennon colaboraba con los circuitos de cine underground). En Nueva York causó conmoción y tuvo amplia repercusión, con críticas incluso en el New York Times (Unescapably, a major work, empleada como slogan publicitario). En España, en cambio, fue prohibida por la censura franquista. Se estrenó tarde y mal, en plena democracia, casi de tapadillo. Algo parecido ocurrió con Iré como un caballo loco. Por fin, en 2008 su obra fue conocida y revalorizada en España, gracias la edición en DVD de su Filmografía completa (Cameo Media, Barcelona), pack que incluye una entrevista que le realicé especialmente para dicha edición. En ella Arrabal explica una por una sus películas y su arte. Siempre se ha sentido molesto por el ninguneo que la intelectualidad cinéfila española ha mostrado por su cine, prueba de ello es que cuando se le preguntó por ello en la presentación de dicha Filmografía completa, Arrabal, muy dolido, rompió a llorar desconsoladamente, ante el asombro del público.

NOTA
Historia del cine en películas, 1970-1979, Coord. José Luis Sánchez Noriega, Bilbao, Ed. Mensajero, 2012.

SUGESTÃO DE VÍDEO

Fernando Arrabal: "Desgraciadamente, Franco es el hombre que más me hizo sufrir" https://www.youtube.com/watch?v=XxWl9OZIfiU


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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO
Número 154 | Junho de 2020
Artista convidado: Fernando Arrabal (Espanha, 1932)
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