que en la entrepierna
precipita el rocío de
pliegues.
AMARÚ
VANEGAS
Cándido cuerpo mío de Amarú Vanegas es la reminiscencia de un
viaje. El viaje que se hace desde el centro de uno mismo hacia el exterior,
hacia el cuerpo: La luz nos cuece desde
adentro. Buscando el conocimiento de nuestra propia piel en la piel del
otro. Y la poesía, su palabra, ha registrado eso muy bien. La palabra como vía
para la transformación de la sexualidad en algo estético, que podríamos llamar
lo erótico, el deseo elevado. No se trata de adaptar un contenido a la forma
poética —va mucho más allá—, la relación de la poesía con lo erótico se hace
entrañable, sólida, anidada. Lo erótico se configura en la misma estructura del
lenguaje que lo expresa.
Quizás el primero en percibir esta conexión
entre poesía y erotismo fue Platón, el discípulo de Sócrates, sí, ese mismo, el
de los diálogos, el mismo que nos advierte que esa tendencia orgiástica que
existe en la poesía la desliga de la razón, la hunde en un patetismo. Platón no
confiaba en la poesía, condenaba su cualidad imitativa, le parecía un peligro
para el desenvolvimiento ético del buen Estado.
Michel de
Certeau en La fábula mística habla de
«¿Cómo hacer cuerpo a partir de la palabra?» y esto lo dice pensando en la
poesía mística.
El cristianismo nos lleva a reflexionar sobre
la pérdida de Cristo en su sentido material, pero, aunque resucita, igual se
va, se eleva, queda su esencia, la pasión de un cuerpo que murió en la Cruz por
nosotros. El cuerpo de Cristo no se puede poseer, pero contiene el ansia de su
pasión, todos quieren tocarlo. Todos somos amantes de Cristo, anhelante de un
cuerpo. En este sentido, el escritor es también un anhelante. El poeta es un
amante, el amante que otrora nos recordaba San Juan de la Cruz.
El poema exige un cuerpo, su contenido exige
ser expresado con la voz del deseo, con la voz anhelante, quebradiza, hervida,
espumante. Y espumante es la voz de Amarú Vanegas en este poemario suyo, muy
suyo que ha titulado Cándido cuerpo mío,
tal vez sea una ironía, como lo anuncia el poema «Feroz» que se halla en la
segunda parte del poemario.
Cándido
cuerpo mío
está dividido en cuatro partes. La primera, «Seducción», se inicia con los
fuegos y los manjares, lo íntimo, en el amanecer, en el portal, en la vigilia,
«He de cerrar los párpados / antes de mirar temblando / como se forman las
nubes.». Vienen a mi memoria ciertas lecturas al Marqués de Sade, su poética
del texto literario como cuerpo, y es que los poemas de Amarú Vanegas son
cuerpos que viajan con el anhelo de encontrarse en el otro, en la boca del
otro: «Pero nuestras bocas / aún no cruzan la primera palabra».
La segunda parte, «Cándido / Cuerpo / Mío»,
homónima al título del libro, se adentra en las aguas bautismales, esa furia
que recorre todas las páginas del poemario, feroces, como tules: «Hay miseria
en el alma / recibimos su furia». En estos poemas lo fisiológico es superado
por la imaginación y el deseo: «Hagamos el amor. / Su secreto nos permite ser
otros / dentro de nosotros mismos.» Lo mental promueve la victoria de Vanegas,
de su palabra frente a los barrotes de la realidad. El cuerpo sufre, se queja,
lastima: «Sexos mordidos como uñas, / bocas a merced del hielo.»
«Largo de la lengua», tercera parte, es el
llamado de una voz que ama desde su propia profundidad, tibieza, líquido,
vicio, extravío, delito, sacralidad. La poeta pareciera revelarnos algo y, al
mismo tiempo, reiterar una alusión predicativa a los temas y tópicos presentes,
a manera de espejo, entre técnicas, estructuras, yuxtaposición de visiones de
lo real, lo salvaje, lo sagrado, mediante la creación y urdimbre de una madeja
de anécdotas y sus matices, a lo largo de su indagación. Lo salvaje, lo sagrado
y, también, lo profano, la experiencia amorosa, coexisten en el objeto creado,
a partir de un rito. La poeta nos dice: «Arte de guerras salivales, /
litúrgicas. Formas espirituales / consumadas en el mito / que la pasión
narra.».
Octavio Paz confirma que la poesía es
imaginaria. Sustento lingüístico que materializa la ensoñación evanescente. En
su Llama doble —publicada en 1994—
nos habla de «el agente que mueve lo mismo al acto erótico que a lo poético es
la imaginación», es decir tanto lo erótico como lo poético surgen a favor de lo
ficticio.
La última parte del libro es el «Epicentro».
Son poemas que hablan del vértigo, de hilos, de la orfandad, de los prófugos,
del arder, del tributo, de la marea… Se busca y se pretende que el lector vea,
oiga, imagine, arme la posible dispersión del tiempo y del espacio; cada
imagen, cada voz, fija y desfija un dibujo real, imaginario, sagrado, profano.
Los versos, el poema, existen para ser representados, constituyen
escritos-imágenes-hablas que crean remolinos que los unen. George Bataille
decía que la relación entre imaginación, poesía y erotismo no es más que
desvío, ya que con ellos se escapa del discurso, del mundo natural de los objetos.
Entonces el acto poético se dirige hacia lo fantástico. La poesía tiene un
objeto del deseo: lo desconocido. Al que accede. Pero acá lo desconocido es el
mismo objeto del deseo. Y en esta última parte del poemario Amarú Vanegas va
por un camino de permanentes estallidos, de sus visiones como resplandor, una «Isla negra», un «libro de Blake», «las
erupciones volcánicas», la experiencia amorosa como único asidero tras cada
estallido, confiesa: «Nos gusta amar / sin pensar / en el sacrificio de la
mañana siguiente». Pero antes de entregarnos la poeta nos sumerge «como niños /
en la magia del recreo».
El recorrido o viaje que la poeta registra es
una experiencia amorosa, que finaliza o empieza, acaso continúa, con la visión
del mar, de las aguas y la percepción de que «Así nos besa el mar con la boca
de molusco. / En el orgasmo crecen sus espumas.».
Poesía
esta de Amarú Vanegas que nos recuerda a la gran poeta venezolana María
Calcaño, y que además nos devuelve a las voces, no eróticas sino aisladas, de
Enriqueta Arvelo Larriva con sus poemas que bordean con cierto pudor ese furor
ilusorio que conquista nuestro lenguaje, y seduce como la palabra de Vanegas.
En Cándido
cuerpo mío, el amante no ve a su amado, lo sueña, como se lee en los
primeros versos del libro: «Vienes del sueño, / un incendio tamiza sus
carbones. / Purificas celosamente / los filamentos del cuerpo.»
La poesía no aprehende lo real. Se abre paso
hacia la ilusión. En este intenso poemario el erotismo y la poesía tienen en
común los fantasmas que abrazan, como diría Octavio Paz. En estos poemas
cargados de pasión se niega al amante, se niega al mundo para luego construirlo
desde la experiencia interior. La lectura de Cándido cuerpo mío emerge de una búsqueda psicológica personal y
subjetiva. La posesión de sus versos es absoluta. Invitamos, pues, al lector a
profundizar en esta lectura, lo invitamos a adentrarse en estas páginas y
hallar los himnos a los dioses, a las alabanzas de los que aman, al placer y al
dolor que se juntan para no entristecernos nunca más.
INICIADOS
El hombre la sentó en sus piernas.
Los pies de la niña no rozaban el piso,
su humanidad de 10 años es tan menuda.
Empezó a besarla,
la hería con su lengua bífida,
mercenario le apretaba las tetas
con puños acerados y callosos,
poseso la zarandeó fuertemente.
Esa víbora dormida la apuntaba como
relámpago.
Prendió la guerra, le dio su golpe de
hacha,
partió su cuerpo entre agonía y goce.
Sus entrañas, animal en embestida, se
retorcían.
A la mujer se le peló la piel de niña
como un cuero de culebra,
se enterró cual lagarto arenoso en la
humanidad del hombre.
El hombre fue poco para el fuego que
tragaba dedos y abismos.
Ella engulle con hambre de otros
tiempos.
Bruja la mujer, quiso más.
Sacó de su abertura sangrada un
anochecer
que devoró al hombre.
El hombre perdió su alma,
se convirtió en gusano en la entraña de
la bruja.
Vinieron las moscas a cuajar sus huevos
en los ojos de ella.
La bruja quedó ciega del pululante
larvario,
así que los planetas se eclipsaron.
Los minutos como agujas rompieron el
corazón de la bruja.
Su boca supo a cadáver,
se vistió de muerte y derramó un
aguacero.
Allí renació la raza humana,
no es verdad que sean del barro,
ni del polvo de las estrellas;
la verdad es que son de la muerte de
los otros.
HÍBRIDA
No hay fe.
Frota la máscara y arrodíllate, separa
bien mis piernas.
Limpia tus malignas manos
antes de meterlas en mi entraña
y no hagas caso de los quejidos.
Saca de ahí a los hijos muertos que se
estallaron en la frontera.
No los mires, son rostros sagrados que
te harán polvo.
Ahora vete,
aléjate sin parar
que eres el único verdugo-testigo de mi
agonía.
Recuerda que en adelante te vigilo.
Me quedaron agujeros en el pecho donde
estaban los pezones.
Ya no hay leche que ofrecer
sólo sangre depravada, toxicómana.
Tiendo a los pequeños monstruos
que me arrancaron boca abajo,
las cabezas purulentas.
Me han desmembrado en el cerro.
Creo que alguien se acerca, estoy
segura que alguien me sigue.
Todo empieza a temblar, ¿seré yo la que
tiemblo?
La noche es una lengua de lagarto
carrasposa
que me araña más la herida, lame mi
cueva vacía,
lame a los hijos muertos.
Mariposas nocturnas aparecen
y cortan con sus alas como hojillas.
Disfruto el azote, soy Medea, saboreo
el castigo.
Veo una argolla de muerte, me seduce
con su sexo abierto,
los trozos de mi cuerpo van siendo
licuados
y esparcidos en el cerro,
los cuerpos de mis hijos arrancados a
dentelladas.
Ahora somos abono de la montaña.
DESPLAZADO
Llueve ácido,
grito que nombra.
Eco temblando las paredes en las casas de colores.
Sí, les han vencido
con el surtido de efectos secundarios,
con la dinamita como colorete de infieles mejillas.
Falsa caricia hecha gente,
al ver más cerca, eran minas antipersonas.
Allí en la frontera hay gente
aunque parezcan sombras,
se disfrazan desde siempre
para que los cuervos se confundan
y no les encuentren entre el estiércol.
Hay hombres sin cabeza
que deambulan con sádicas contorsiones.
Como un circo, bailan al ritmo de pirulín pin pom,
o como dirían los cantantes:
son muertos sin cabeza,
sin pantalón ni camisa,
con las manos en el bolsillo
y una macabra sonrisa.
Los cuervos aplauden
el espectáculo de ojos saltando y brazos rotos,
se ríen como monos
y juegan al baloncesto con pedazos
que se han caído de los no combatientes.
Hombres espectrales siguen en fila a sus herederos,
les custodian cuando abandonan el campo
y cruzan la línea limítrofe.
Hasta ahí pueden llegar los fantasmas
porque no tienen pasaporte fronterizo
y no les alcanzan los pies para las trochas,
se despiden con manos borradas
y ojos secos de esos seres fangosos
que en un lejano tiempo les llamaron papá, hermano,
hijo, esposo.
Se plantan en el puente como mástiles de azabache
porque desconocen sus tumbas, no saben regresar a ellas.
Ahí es el cielo de los desposeídos,
en idioma nativo se llama, puente internacional.
SUEÑO
Creo
que si me tocasen me tornaría polvo.
Polvo
azul.
Así
terminamos las mariposas
CLEMENCIA TARIFFA
Vienes del sueño,
un incendio tamiza sus carbones.
Purificas celosamente
los filamentos del cuerpo.
Erguido, altivo,
hermoso como una isla,
diligente
en el entusiasmo creacionista.
Crepita la feliz herida
que has abierto en mi corazón.
Despiertas dentro del polvo.
ALTER EGO
Vivían uno en el otro, se palpaban
como dos pétalos no abiertos en el fondo
de alguna flor del aire.
EUGENIO
MONTEJO
El otro en mí está en silencio,
está en la sucesión de hechos íntimos,
mirada oblicua
con la que dejo de apreciar las cosas
tenues.
Es su boca
la que entiende el tiempo de una manera
convexa,
impropia de la huida.
Por ello existe en el no-comienzo
lugar donde la palabra asoma su mancha.
Siempre calla.
Calla con todo mi cuerpo-suyo
las muchas promesas
de gente olvidada en la tempestad de la
carne
—qué pequeña la carne—
umbral de la misma
cosa volando a otras pasiones.
Allí se erige como un templo mudo:
pantera brillante que observa
relegando todo a lo constante.
Su cabeza cobra vida en los ojos
en el parpadeo inconsciente
y nunca sé realmente
con la boca de quién beso.
Soy su borde
pero no le contengo.
El otro es un dedo que acaricia
y a la vez señala.
Su miedo promete la fisura en lo finito
una escala ascendente
simulada en el vapor de la ropa.
Aquel no es la otra mejilla de la
ofensa, no.
Ni un dilatarse
hacia lo ausente-clandestino.
Es un mundo abierto
y acaba roto en la tierra,
impúber, huésped de lo absoluto.
Mi intimidad
se ve extendida en esa línea que es el
otro,
campo de cuerpo
que no pertenece a ningún amo.
Sin embargo,
lo llevo puesto en los hombros
y su cansancio
—presagio del cuello caído—
es el peso que me hace entender el
hallazgo de los años
para asediar a la muerte
y gozar su presencia de humo.
Decir al otro con palabras frívolas no
es sencillo,
llegar a él resulta una ligereza;
una farsa que me desnuda en el gesto
arrastrando los pies
con el rictus cercano al dolor de la
escisión.
Allí picotea mi carne como a las cerezas
y en la piel enrojecida celebra su
ademán asesino.
Ruina habitada también en el regocijo.
Ese otro
no es más otro que la superficie de mi
rostro,
máscara de la despedida.
Desagravio posible
de la entidad humana que se finge viva
después de una descarga eléctrica.
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§ Conexão Hispânica §
Curadoria & design: Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
Muy buen trabajo Amarú Vanegas, y una muy buena presentación la que hace Carmen Verde Arocha. Felcitiacioens, me late verte publicada en Agulha Revista de Cultura.
ResponderExcluirCorrijo: Felicitaciones, me alegra verte publicada en Agulha Revista de Cultura.
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