Pecho de plata herido vibró
el cielo,
se movieron las hojas,
las yerbas despertaron.
OCTAVIO PAZ
Hilo
de pájaro (2013) se distingue por la intensidad de
una expresión poética que consiste en asociar los árboles y las aves al devenir
humano, y de una visión de la naturaleza distinta en cuanto a la imagen y el tono
que la caracteriza. Este título sugestivo ciñe a la voz del pájaro la cadencia de
la palabra que le da vida. Por otra parte, el segundo apartado del libro, “Relámpago
de madera”, presenta composiciones en prosa que podrían haber formado un texto independiente
si así el autor lo hubiese preferido. [1]
Pero ambos apartados aquí reunidos reflejan un armonioso diálogo con el árbol que
lanza su misteriosa luz al desconocido que lee estos versos. Entremos pues a esta
poesía como quien camina entre seres que piden la grata compañía del lector.
Hilo de pájaro [2] está dedicado al poeta Aly Pérez (1955-2005) [3] y lleva un epígrafe de Vicente Gerbasi
(1913-1992): “En ese tiempo yo me defendía / con el espíritu”. Un verso que en muchos
sentidos confiere el roce espiritual que en la verdadera poesía resguarda al poeta
de la dureza del mundo. Así, como encadenados a esa voz que recoge de lo más íntimo
del ser la grata transparencia, llegamos a la presencia del árbol y a la virtud
de esa luz tan propicia al verdor del ramaje que brilla en el viento. En esta poesía
el árbol y las aves existen fundidos en la imagen de una naturaleza que resguarda
la vida de toda animadversión. Y de ella nace una voz impregnada de un sentimiento
que dignifica la existencia y las cosas que apenas advertimos en nuestro paso por
la vida. Cosas que diariamente surgen a nuestros pasos como los árboles y los pájaros
que trazan las claves de esta poesía. El primer poema del libro nos muestra este
sentimiento en la dimensión metafórica de su tema:
Un árbol
niega su destino
te inicia
una palabra
te pierde
se oye
en la savia
y el vacío
santigua el valle.
Este árbol, sin límites geográficos, revelará el paisaje imaginario
de estos versos. Pero el árbol no estará al desamparo, ni será su presencia derrotada
por la soledad del bosque pues su imagen se corresponderá con la fe que enaltece
la vida del yo lírico. El árbol es, en cierto modo, un símbolo representativo de
la esencia humana constituida en la temática esencial de estos versos. Proyectará
una visión de la naturaleza como una experiencia sagrada. Su imagen se irá fragmentando
sobre la página en blanco y revelándose impregnada de una mística cristiana. Esto
lo sentimos en la claridad del lenguaje que sincroniza la imagen del árbol con el
vuelo del pájaro y la vida humana:
Debajo
de estos árboles
cubro mi espíritu
el ser
se labra
si guardo
la altura
de un pájaro
Antonio Trujillo logra proyectar la presencia del árbol como
unidad del ser, como imagen afirmadora de la existencia fundida en el pájaro y armonía
de la naturaleza. En este contexto el paisaje estará definido por una honda comunicación
con el árbol como referencia de la vida. Por eso, tanto el árbol como el pájaro
implican una misma cosmovisión: el árbol no exige nada, ni tampoco el canto del
pájaro, pero ambos están unidos por el delicado sentimiento que transmite su naturaleza.
Este sentimiento se proyectará en las cosas que rodean al hablante y lo conducen
a un estado de contemplación superior al de la mirada:
¡Las montañas crecen
como los árboles
anoche no estaban ahí!
jura el encantado
en la cicatriz
de una ventana
su hoja
recién movida
su antiguo mirar
El poema recrea no lo que la mirada ve, sino lo que ya se había
concretado como una imagen en el pensamiento. No lo que nace de una lógica impuesta
por la voluntad, sino lo que siempre había estado allí creado por el misterio de
la naturaleza. La creación de un paisaje que existe por su propia libertad y provoca
una reflexión: “¡Las montañas crecen / como los árboles / anoche no estaban ahí
/ jura el encantado”. Ciertamente lo que acaba de decir el hablante poético no consiste
en elaborar una imagen abstracta, sino más bien señalar lo que retiene la experiencia
originaria de ese “antiguo mirar”. Ha usado la imagen del árbol y la montaña para
confirmar la experiencia de esa intuición poética. El poema presentará esta imagen
como si ya fuera “la hoja / recién movida” que parece entrar por la ventana. Lo
que sucede en el texto irá mostrándose como un reflejo de lo que ya había acontecido
en el recogimiento de esa visión. Por eso la relación metafórica entre el concepto
y la imagen poética requerirá siempre, en la poesía de Antonio Trujillo, de una
gran concentración. Además, lo que se dice en ella revelará una mística de la vida
que se corresponderá con un sentimiento por la naturaleza.
El alma abre
las aguas del ser
y su verdad
nunca horada
sola
en el naciente
universo
redime
el barro
la astilla
que somos
En este poema el alma se impondrá sobre la materia para vincularse
a aquello que posibilita la contemplación interior del ser revelando su verdadera
luz. Irá trazando el camino de un paisaje que no quedará en la penumbra, sino revestido
por el fulgor del universo que lo sustenta: “sola / en el naciente / universo”.
Por eso no será posible sentir lo que el alma revela al hablante poético
sin pensar en lo que realmente sugiere su plano connotativo. Es decir, lo que el
alma anhela a través de los elementos de la naturaleza (barro / astillas) en la
fragilidad del cuerpo. Es así que el lenguaje crea un sentido místico [4] en conformidad con el mundo interior
del poeta. De ahí también el significado del léxico que unifica los temas y proyecta
la hondura de esta poesía: “pájaro”, árbol”, “alma”, “astilla”, “Dios”, “espíritu”,
“flor”, “viento”, “madera”, elementos que trazan las claves de estos textos y subrayan
el sentido religioso del lenguaje. La frase: “la astilla / que somos” nos permite
inferir el sentido que sugiere y sostiene esa experiencia en el contexto de lo “que
somos” o creemos ser en el universo. En cierta medida esta hondura metafísica conduce
al lector a una experiencia poética arraigada a un sentido religioso de la vida,
como he señalado anteriormente.
Pocos y profundos son los elementos que configuran estas imágenes
que nacen del paisaje y de la experiencia de un yo en diálogo constante con la naturaleza.
Realidad que guiará al yo lírico por la infinita gracia que se apodera del alma
para mostrar la armonía de la naturaleza en la voz de un pájaro en vuelo:
Una flor así
sin nombre entre otras
quien sabe
pudo ser un pájaro
o esa arena del río
que nace
cuando roza
el milagro
y ocurre
en lo blanco
de ella
y se eleva
como un alma
Cántico del pájaro en milagroso vuelo: pájaro transformado en
rayo sigiloso, árbol que adquiere mil formas entre miles de árboles heridos por
el hacha, heridos por las violentas fuerzas de la destrucción donde se ignora el
milagroso acontecer de la naturaleza. Por eso más allá del desafío que pueda encerrar
la naturaleza misma, el poeta escribe desengañado de la realidad, escribe para que
los árboles recojan su voz. Es decir, los límites en que el alma se detiene no en
lo que excluye el cuerpo de su esencia sagrada, sino de aquello que lo envuelve
en el inconfundible lenguaje de la vida. Poesía y naturaleza, paisaje y alma, árbol
y pájaro consumidos por una misma doliente comprensión. Allí donde el alma se abandona
a la búsqueda que permita inferir la esencia de las cosas en el sentido más profundo
de la palabra:
Es difícil
hallar el alma
de una palabra
saber
quien dice
en el desierto
del ser
Es evidente que todo este sentimiento poético funda la visión
que hace del árbol un símbolo esencial de la vida, [5] y del pájaro, la inocencia derribada de su cántico. Y todo en el
tránsito del ser por el mundo recoge su mirada desparramada por la geografía de
una naturaleza que se ofrece en su compañía. Allí donde lo conocido retiene la mirada
en humilde evocación y el lenguaje se cierra como un círculo sobre el corazón que
musita la perfecta palabra, la palabra que busca redimir el ser por la virtud que
la contiene:
Una palabra
llama al ser
está en uno
redimirla
lleva tiempo
debo abrigar
este deseo
buscar en la voz
de siempre
ser el mismo
Todo el poema exige comprender el verdadero sentido de las palabras
y la búsqueda del conocimiento que estas implican: “buscar en la voz / de siempre
/ ser el mismo”. Este modo de “ser el mismo” nos permite acercarnos al hablante
en el marco de esas relaciones que posibilitan la presencia de los árboles en su
vida. Una realidad que encuentra en el amor a la naturaleza una ética de lo sagrado
que revela lo que el alma siente. En otras palabras, lo que su espíritu recoge en
la invisible presencia de lo eterno. Frente a esta visión el yo lírico irá tocado
por la íntima realidad del paisaje y por lo que la palabra retiene de esa revelación
que penetra su ser, lo que permanece oculto a la mirada común y se ofrece al poeta
en misteriosa comunión con el entorno:
Alguien
un árbol
blanco y oscuro
te nombra
cuando hablas
en las malvas
y lavas tu espíritu
en su única hoja
Cada texto es un camino de relampagueantes matices en el que
sólo la palabra es capaz de liberar lo que el alma siente contra lo que destruye
la fragilidad de la vida: “Señalo el despojo / y me uno / a la ruina del paisaje
/ también / soy nada / sin la rama primigenia” (p.101), dice el hablante. Y en ese
desgarramiento existencial va su alma como desvanecida en el viento. En ese entorno
vemos el árbol que unos momentos antes había dejado de ser materia y es ahora
imagen de vida, voz que llama al poeta en la distancia: “Alguien / un árbol / blanco
y oscuro / te nombra…” (p.91). Este mismo árbol irá transformando su materia hasta
desencadenar otra visión en el segundo apartado del libro.
Relámpago de madera abre y cierra como una unidad
independiente: tiene sus propias características debido al contexto geográfico y
temático que presenta. Comprendemos que todos estos poemas se interrelacionan y
hacen del árbol la imagen central. El árbol mismo, abierto en cruz sobre el paisaje,
será un símbolo esperanzador contra la maldad que se cierne sobre el mundo. Por
eso la referencia esencial que entrelaza estas composiciones no será siempre de
fácil comprensión para el lector:
Aprende a persignarse de una
forma clandestina, la
cruz invisible del rito desciende
casi en círculo desde
la frente sin tocar los hombros
ni rozar el pecho. En tal
signo funda su salvación, su
relámpago de madera.
Esa “cruz invisible” establece una relación, un sentido que
se contrapone a la maldad del mundo evocando una fe que pone al descubierto una
voluntad ceñida a la naturaleza y fundada en la plenitud de la existencia. Por eso,
este Taller real o metafórico en el que el Tío sostiene su mundo, representa además
la esencia del ser que batalla contra el odio que destruye la existencia. Se trata
ciertamente de una visión existencial que le devuelva al ser su humanidad perdida.
De ahí que el árbol se convierta, simbólicamente, una expresión más humana de la
vida. En este contexto se nombrarán también las cosas como si fueran manifestaciones
del ser en el marco de esa misma naturaleza: “Para nombrar / las cosas del cielo
/ un pájaro de cedro…” habíamos leído en el primer apartado. Pero ahora se trata
de llegar a la inconfundible promesa que vivifica el espíritu frente a la historia
y las miserias de la vida. Y es ahí en esa misma naturaleza donde el ser se queda
en silencioso diálogo con las cosas que lo acercan a un universo más pleno y humano:
Entonces se refugia, abre un
madero y siente en la
savia la voz del MAESTRO, y
en la tragedia de esos
clavos guarda lo más sagrado,
su oficio.
Y ese madero representa el reino de la gracia, allí donde
no hay límites para la luz que penetra el ser hasta devolverle la fuerza que vivifica
el espíritu. El taller se transforma así en ese espacio solidario que revela
la presencia del árbol como un espejo que reflejara una imagen llena de interrogaciones.
Y todas las cosas allí vistas y sentidas son aspectos individuales que configuran
el lenguaje, la callada comunicación que sostiene la palabra, lo que sólo se escucha
inclinando el corazón sobre el paisaje que resplandece:
En el universo del taller toda
herramienta es un signo,
y cada tarde, guarda, protege
esos misterios, son las
aves del taller. El antiguo
alfabeto de los artesanos,
sin ellas no hay oficio, de
faltar una, se derrama lo
aprendido. El travesaño donde
descansan es otro altar,
un martillo o la tenaza de los
siglos solo oyen a quien
se inicia, y son en la historia
del campo y las ciudades
el más precioso lenguaje de
los hombres.
Sí, lector, detengámonos en este Taller donde lo más elemental
confiere grandeza a los actos
más humildes de la vida. Ciertamente, para que la razón no entre
en lucha con el espíritu y el alma pueda vislumbrar la palabra que ilumina la casa
interior, el misterio que nos reconcilia con la pureza del árbol que se abre al
paisaje como imperecedera realidad. Y que el mal que busca destruir lo que enaltece
la existencia muera de su misma maldad. Para que no existan guerras, ni destrucción,
ni odios sino la palabra verdadera que extirpa del hombre todo signo de maldad.
Y traspasemos ese horizonte invisible donde,
El taller se colma en esa herencia,
tiene otras voces y
el alma de un árbol elige, desgrana
sobre un banco
de carpintería el espíritu de
la lengua y enaltece para
siempre su obstinada derrota.
pues no hay secretos para quien entre a la poesía de Antonio
Trujillo. El lector siempre hallará un árbol para resguardarse del mal. Un horizonte
de tonalidades profundas en las que las ramas del árbol parecen querer tocar el
cielo y señalar un camino y otra conciencia de la vida en la imagen del pájaro cuyo
cántico no morirá.
NOTAS
1. Sobre esta sección del libro, el
poeta me advirtió lo siguiente: “Los Salones de FYFFES fueron un campo de concentración
improvisado en Tenerife por el franquismo durante la Guerra Civil Española. En ellos
estuvo prisionero un tío mío, hermano de mi madre, de quien oí en mi infancia historias
terribles de ese lugar. Mi poemario Taller de cedro publicado en 1998,
es el taller de carpintería de ese tío y el dolor de tener un oficio donde el árbol
es sacrificado. Además es el descubrimiento religioso de un republicano, un hombre
que buscaba a Dios dentro de la guerra. En ‘Relámpago de madera’ volví a ese taller
de cedro. El tono, la otra voz, es la crónica y defensa que me propuse hacer por
algunas oscuridades del primer texto…”
2. III Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca,
Mención Poesía. Alcaldía de Caracas. Fundarte. Julio de 2012.
3. Tengo junto a mí el poemario que
publicó la revista Poesía bajo su sello editorial en el 2013. Como señala
el poeta Igor Barreto tan emotivamente en el prólogo: “Éste, su libro póstumo, La
comarca era la casa, reúne todos los aciertos de su escritura y es también un
homenaje a sus amigos (a su hijo, Aly José) gente sencilla que aún vive en amena
conversa bajo los pocos árboles que quedan”. En mi primer viaje a Mérida, en el
verano del 2001, tuve ocasión de conocer y compartir con el poeta villacurano Aly
Pérez. Tengo el presentimiento que a medida que pase el tiempo su poesía será mejor
divulgada y comprendida. De Vicente Gerbasi he venido conociendo su importantísima
obra que lo distingue como uno de los grandes poetas de Venezuela y de la lengua
española en general.
4. Aunque este sentido religioso en
la poesía de Antonio Trujillo nada tiene que ver con el misticismo español del siglo
XVI, inspirado en una búsqueda constante del conocimiento divino y del anhelo de
la unión permanente del alma con Dios, tiene un matiz que evoca el recuerdo de estas
lecturas.
5. “Sin árbol no hay planeta”: ha
expresando el poeta en la entrevista que le hiciera el escritor Freddy Ñáñez para
el Suplemento Cultural del Diario Ciudad de Caracas, “Antonio Trujillo: mejor
es no morir...” Esta entrevista también aparece en Arteliteral, Revista electrónica
mensual de literatura y arte. www.arteliteral.com/index.php/ensayos/52.
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