voy a pedir que
me dejen en lo mío
Allí es donde
puedo estar bien.
ADHELY RIVERO
La poesía de Adhely Rivero ha mantenido a través de los años
un equilibro que refleja un mundo poético de honda gratitud hacia el entorno. El
entorno es sentido como la realidad que alienta un modo de vivir
integrado a la tierra, a la naturaleza, a la familia y a las faenas humildes
del campo. Por eso, los temas que abarca tocan las fibras del corazón presentándonos
un mundo tangible, pero también de inquietudes y cuestionamientos. Una poesía donde
las posibilidades interpretativas serán determinadas no solo por lo que germina
en el poema, sino también por un decir que se
convierte en un estilo y una manera muy peculiar de sentir la realidad. Se narra desde un yo que siente el paisaje no como algo
sintético y lejano, sino como un vínculo con la tierra amada ampliando así las experiencias
del hablante y anexándolas a la poesía.
Esta necesaria antología, La vida entera (2020) nos acerca a la continuidad de
un mundo lírico que nos proporciona una visión más completa de la poesía de Adhely
Rivero. La visión de una realidad donde los animales, las aves y la naturaleza misma
se funden en un diálogo mucho más profundo y humano de lo que pensamos. De hecho,
los temas aquí presentados conllevan la virtud de transportarnos a un paisaje lírico
no guiado por hermetismos lingüísticos que al final de la lectura ¿qué dejarían
en el corazón y la mente del lector? Ésta es una poesía accesible y elaborada con
destreza; lo que busca y transmite es una visión clara y precisa de las cosas que
atañen al poeta. Presenta la vida en sus más humildes y profundas manifestaciones.
El poeta no inventa la realidad, la narra, la
describe. Nos lleva a reflexionar sobre lo que
pasa ante sus ojos. Describe su relación con el entorno, y cómo reacciona su ser
ante aquellas cosas que lo motivan emocionalmente, y asimismo el modo de elaboración
de su obra desde los momentos iniciales de su escritura. En Adhely reconocemos un
estilo dentro de un equilibrio cuyo proceso creador reconcilia la interioridad del
poeta con el mundo exterior. Hombre del Llano venezolano, apartado de los ruidos
de la ciudad, ha creado una poesía cuyos elementos fluyen en contacto con los seres
que lo rodean, con la fauna y la flora que puebla sus versos. En este contexto su
poesía ha venido ahondando desde sus primeros libros, En
sol de sed (1990), Los poemas de Arismendi (1996),
Tierras de Gadín (1999), impregnados todos de
la emoción del paisaje. Este sentir nace no por capricho, sino de la directa observación
que surge de las cosas como fuente de inspiración poética, y exploración del yo
frente al ambiente. Por eso, el lector que se acerque a la poesía de Adhely Rivero
entenderá que esta experiencia nace de lo íntimo del ser como respuesta existencial
de la vida: poesía como necesidad y descubrimiento, como exploración y comunicación
de aquello que rompe con lo habitual para presentarnos una realidad de mayor significación
humana: Dios, solo intentamos superar la realidad, dice
en un verso (“Traga Leguas”), y en otro: El amor ya no es
un puerto seguro (“Desarmado”). La realidad y el amor se funden en la
íntima expresión del lenguaje impregnándolo de significaciones más conmovedoras,
y una visión enternecedora de la vida del campo. En efecto, la atmósfera interior
de cada poema sacará a relucir la sensibilidad de una voz que se ajusta humildemente
a lo que acontece alrededor del hablante. Su mirada nos acerca a una imagen emocionada
del mundo, y un nombrar que rescata de la indiferencia
los acontecimientos más elementales de la vida. No extraña, pues, que estos poemas
cristalicen la emoción que hace posible un estilo y un modo de vivir.
Para una mejor perspectiva de la poesía de Adhely
Rivero, miramos desde adentro, es decir, desde el centro que irradia su postura
humana en la sustancia de su imaginario poético. Bastaría, para quienes se acerquen
a los textos de La vida entera, comparar las primeras
composiciones del autor con las más recientes. En este contexto podríamos ver cómo
la naturaleza de su mundo, en vez de expandirse, se ha contraído hacia el centro
ahondando en la contemplación del entorno y arrastrando las experiencias de la cotidianidad.
En parte, esta poesía surge de situaciones que proyectan las hondas manifestaciones
del ser y la vida: Vengo a venerar el río / que desde anoche
pasa agua / para la sabana. / Los peces se atropellan en la boca / del chorro que
pide fluido al cauce / para bañar la tierra… (“Los humedales”), y en
este otro texto: Siempre espero que amanezca más temprano.
/ Tengo una oración para que los gallos canten, / la digo antes de dormir a las
12 meridiano / y a la una oigo la fuerza de la oración… (“La fuerza de
la oración”). Estos sentimientos proyectan una imagen familiar del entorno, una
mística de la tierra que pone en perspectiva el sentido y el amor de los seres que
la habitan:
En
esta tierra tenemos una temporada de lluvia y calor,
mucha
plaga en los jardines.
Otra
temporada de verano,
mucho
polvo en los caminos.
Esto
es el trópico.
Hay
un ánimo de boa y cocodrilo en el Orinoco,
el
indio es un ser a la intemperie.
El
sol amanece en el brillo del oro,
y
en la guerra.
En
su lengua lo sonoro es un pájaro
que
vive en el alma.
Hay
un cielo de estrellas y nubes.
Los
nativos viajan de noche bajo las estrellas en la sabana,
o
viajan de día por la oscura selva.
Solo
se ocultan del hombre que viene a El Dorado.
Este poema contiene una alusión
a la conquista y a la leyenda de El Dorado. Su imagen fundacional responde a la
exuberante naturaleza del trópico. Lo esencial, por su puesto, lo constituye la
imagen del nativo en profunda unión con su hábitat. Indiferente al “brillo del oro”,
el indio revela su dolor en el canto sonoro de un pájaro. Su presencia, esquiva
y recelosa, manifiesta su disgusto ante la realidad social. El lenguaje recrea una
memoria histórica y geográfica, una referencia evocadora que persiste y se proyecta
en el texto. En otro poema entrará la imagen de una ciudad que se desvanece ante
los ojos del poeta. Los sueños de enamorados que se desplazan en un tren hacia la
fiesta imaginaria de un paisaje marino: El tren es un río
de gente que llegará hasta el mar. / Ya vendrán los enamorados a sumarse a la fiesta.
/ Pondremos en el oficio a los hombres / bajo la mirada de Dios. (“Los
ojos del cielo sobre Valencia”).
El paisaje es revelador de las experiencias de
la vida, refleja los escenarios y recuerdos que enfrentan al hablante consigo mismo;
evocaciones que persisten y se alojan en el hablante. Pero viajar, moverse de un
lugar a otro determinará, en cierto modo, el matiz de esas experiencias añadiendo
a la vida un orden de costumbres que pone en perspectiva la existencia humana: El tren es tan impersonal. / Lo único que nos está uniendo es el
silencio / en la ventana, / siento aroma del paisaje de campo, dice en
estos versos (“Viajo en tren”). El tiempo señalará
el sentido y las acciones de ese caminar, por eso El camino
se va haciendo en la vida / y cada hombre pone su distancia, / su paisaje y sus
piedras (“Los caminos y los ríos”). Hay aquí una reminiscencia del poeta
español Antonio Machado. La metáfora del camino como la expresión de un destino,
símbolo de la temporalidad de la vida. Un camino que se recorre y cuyo sentido terrenal
y pasajero se va construyendo y borrando a medida que el hablante avanza por el
mundo. Pero no es fácil escoger un camino; el destino lo insinúa y lo escoge. De
hecho, la realidad misma está llena de distintos y complejos caminos. Andar un camino
requiere, sin duda, dejar atrás el conocido y aventurarse en otros nunca imaginados.
Caminar para entrar en contacto con otra realidad desconocida es lo que sugiere,
por ejemplo, el poema “La herencia”, opuesto también al sentido material de la vida.
Lo mismo ocurre con el poema “Los ausentes”. Se vive frente
a la incertidumbre que podría, en cierto sentido, presentar el camino que habrá
de recogerse. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, en el poema “Yo lo llamo olvido”:
No quiero recordar el día, / el lugar donde no haya pasado
nada. / Estuve sentado debajo de un puente / esperando una embarcación… La
soledad es aquí un sentimiento provocado por los diferentes planos del poema. No
hay que ignorar que la poesía responde a la evocación de aquello que va mostrando
lo que ocurre en la vida, las experiencias que revelan el mundo interior del poeta.
Y, en este sentido, Adhely Rivero siempre ha mostrado con franqueza la visión humana
que impregna su obra. Desde su escritura inicial ha mantenido un diálogo esencial
con el entorno, un diálogo consecuente con la vida. Por eso, la poesía recogida
en esta antología no se ha apartado de las exigencias de aquellos primeros versos
donde ya el poeta proyectaba nítidamente los elementos, el tono y el estilo que
conformaría su mundo poético.
Un texto de 15 Poemas (1984) contiene lo que sería, desde aquella
primera concepción poética, su modo de escribir, y la conciencia de un lenguaje
que ganaría en intensidad y uniformidad a través de los años: Vi caer los pájaros / Aquel sol arando tierra / y nos fuimos /
trotando para un olvido / en mi río / están las huellas de un verano / las hojarascas
suenan / nada queda de los pasos lentos, dice en este poema. Y en uno de sus libros primerizos, En sol de sed (1990): Me voy
del pensamiento / Por este filo de monte / la luna pasa / en el alma / Yo tuve tiempo
de ser la tierra / uno se siembra y se hace / uno es el corazón / un olor verde
y extenso. Ciertamente, lo que ha venido diciendo el poeta a través de
su obra no son realidades que se contraponen. Por el contrario, son referencias
que se extienden como coordenadas de un mundo muy personal, referencias que se convertirán
a través del tiempo en representaciones visuales y/o simbólicas de las circunstancias
de la vida y el entorno: el tiempo, la tierra, la familia,
el río, el caballo, los gallos de pelea, los animales del campo, los viajes, la
ausencia son elementos que reflejan la actitud del poeta hacia el mundo
familiar; y de una profunda emoción que no tiene necesidad de cambiar una realidad
por otra, sino la que refiere directamente las palabras. Las conversaciones familiares
y la visión del Llano revelarán su comunión con los seres de su entorno:
VI
Junto
con los animales se vive
se
tasa el aire
y
el atajo
La
carne seca
no
tiene olor de res
La
vaca se levanta
y
vuelve a andar el alma
Lo
que acerca Dios
no
lo apartes
Cantaba
mi madre.
Lo que Adehly Rivero nos ofrece
es una casa de imágenes poéticas que se abren al paisaje de la tierra y la vida.
Un paisaje en el que lo habitual adquirirá un sentido que irá intensificándose para
conjugar, sin ambigüedades, lo que acontece, lo que nos comunica el hablante en su paso por el mundo. De hecho, las cosas adquirirán
un matiz más visible para que sintamos profundamente lo que insinúan las palabras.
El poema “V”, recoge la imagen
de un jinete que se pierde velozmente en la sabana, los cascos del caballo resuenan
en la vastedad del Llano como si la realidad misma estuviera hecha de instantes
fugaces:
V
Delante
de mí alguien pasa
de
prisa en su caballo
Deja
los cascos marcados de sudor
Lleva
carne fresca
roja
en
las ancas de la bestia
Temprano
había un venado
en
el rebaño
Me
conmueve la premura del vaquero.
Pero ¿qué es en el fondo lo
que pretende revelarnos Adehly Rivero? ¿Acaso la poesía necesita que alguien confirme
lo que dice? Esta poesía no intenta transponer la realidad del hablante. Nos sumerge
en la realidad de un contexto geográfico y social donde lo visible se funde en un
lenguaje de mayor ternura humana. Lo que permanece en el tiempo nos revelará, por
la fuerza misma de la palabra, los sentimientos que se sienten y se experimentan
cuando se vive en grata comunión con el entorno. Para que el humilde acto de escribir
revele en la poesía la imagen y conciencia del mundo, y para que lo cotidiano muestre
no lo que desaparece, sino lo que permanece al estímulo del amor. Por eso, la producción
poética de Adhely Rivero no es de rupturas sino de apasionado y continuo diálogo
con el mundo. Seducido por el paisaje y la vida del Llano ha cantado las cosas que
animan su poesía, no fragmentariamente sino en arraigada continuidad con el entorno,
frente a los recuerdos que el tiempo mismo no ha podido borrar:
IV
Se
casan los hijos
Es
bueno que se vayan
Nosotros
somos pura sombra
y
necesitamos un tiempo de nostalgia
Vete
a la sabana y cuenta los animales
mientras
pongo el fuego
cuando
regreses cortaremos un queso
Habrá
acabado el fulgor de las fotos.
¿Qué más podríamos exigirle
a un poeta que habla con el paisaje? He aquí la voz que nos comunica esta conmovedora
confesión: …Adónde va uno después de tanto Llano / animales
de día y de noche / Si me ponen a pedir un deseo / voy a pedir que me dejen en lo
mío / Allí en donde puedo estar bien (Los poemas
del viejo, “II”). Por ahora hemos destacado solo algunos elementos poéticos,
sabemos que existen otros motivos para un estudio más extensivo, quedará éste para
otro tiempo. Adentrémonos ahora en esta poesía y sintamos como el poeta capta el
fluir del tiempo, y la voz que nos advierte: …en mi río /
están las huellas de un verano / las hojarascas suenan / nada queda de los pasos
lentos.
§§§§§
|
| |
|
|
|
§ Conexão Hispânica §
Curadoria & design: Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
Nenhum comentário:
Postar um comentário