sábado, 8 de abril de 2023

BERTA LUCÍA ESTRADA | El siglo XII: Iluminado por tres grandes mujeres, Leonor de Aquitania, María de Francia y Eloísa



¿Quién era Leonor de Aquitania? (1122-1164). Antes de hablar de ella prefiero que sea Régine Pernoud quien haga su presentación:

 

Una personalidad femenina fuera de lugar, dominó su siglo, y qué siglo; el del arte románico en todo su esplendor, el nacimiento del arte gótico, el siglo que ve florecer la caballería y que da lugar a la independencia de las villas burguesas, el gran siglo de la lírica cortés, con los trovadores del Midi; y en el norte, el comienzo de la novela, Tristán e Isolda y las obras de un Chrétien de Troyes.

Así pues, a la luz de los tiempos, Leonor aparece dignamente representada en esta pintura de fondo. Mejor aún: dicha pintura es en parte su obra, puesto que Leonor jugó un papel fundamental en la política y en las letras, y su influencia se extendió a la economía y a la sociedad. [5]

 

Leonor de Aquitania fue nada menos que la madre de Ricardo Corazón de León y de Juan sin Tierra, esposa de Luis VII El Piadoso y de Enrique II Plantagenet de Inglaterra; nieta de Guillermo IX el trovador y dueña de las tierras de Poitiers –prácticamente la tercera parte de lo que es actualmente el territorio de Francia-. Entre sus descendientes se cuentan a Blanca de Castilla, Fernando III, rey de Castilla y León (fundador de la Universidad de Salamanca), San Luís (el gestor de Las Séptima y Octava Cruzada), Leonor de Castilla (reina de Inglaterra), Felipe el Hermoso y Alfonso X El Sabio… y la lista continúa, por lo que la historia le ha dado el nombre de La abuela de Europa. Sin embargo, y muy a pesar suyo, Leonor de Aquitania habría sido el origen de La Guerra de los Cien Años. Es ella la creadora de las Cortes de Amor, o de “l’amour courtois”. Bernard de Ventadour, su trovador predilecto, y posiblemente uno de sus amantes, [2] le cantaba así:

 

Dama, yo soy vuestro y siempre lo seré/ Estoy a vuestro servicio; /Yo soy vuestro hombre, así lo he jurado, / Y lo he sido desde siempre. / Usted es mi felicidad primera/ y usted será mi última felicidad/ y eso mientras dure mi vida. [3]

 

Según la leyenda, Leonor de Aquitania habría sido una mujer liberada en todos los sentidos, lo que le acarreó problemas con Bernardo de Claraval; el mismo que incitó a La Segunda Cruzada y el gran detractor de Pedro Abelardo, tal y como lo veremos luego. Su corte era visitada por todos los músicos y escritores de la época. Al mismo tiempo fue una mujer política en todo el sentido de la expresión. Era poseedora de una gran sagacidad e inteligencia, por lo que nunca se amilanó ante las adversidades y supo salir airosa de las dificultades a las que tuvo que enfrentarse. Reinó en el siglo XII y se podría decir incluso que lo forjó y que sentó las bases del siglo XIII. Su nieta Blanca de Castilla sería la prueba de dicha afirmación. Fue también una mujer de creencias religiosas muy profundas, lo que la convertía en un símbolo para su época. No sólo sucumbió a la predicación de Bernardo de Claraval de realizar La Segunda Cruzada, sino que acompañó a su primer marido, Luis El Piadoso, durante los dos años que duró esta desventura. Leonor de Aquitania no gobernaba desde la sombra puesto que contaba con todo un séquito de secretarios, incluido su propio condestable (jefe militar). Poseía su propio sello, lo que significaba la independencia y autonomía, tanto desde el punto de vista político como económico. Ser dueña del territorio de Aquitania, del cual formaba parte el Condado de Poitou, significaba poseer una inmensa riqueza. Ella recolectaba los impuestos y tomaba las decisiones referentes a su enorme fortuna personal; tal y como se constata en innombrables documentos de la época. Sin embargo, no hay que olvidar que su segundo marido, Enrique II Plantagenet, la tuvo presa durante diez años por haber conspirado contra él. Su independencia económica le permitió ser el principal soporte monetario de la Abadía de Fontevrault, donde finalmente murió. Es allí donde reposa junto a su marido Enrique II Plantagenet, rey de Inglaterra.

La Abadía de Fontevrault llegó a contar con cinco mil monjes y monjas, y aunque vivían en edificios separados era una mujer la que guiaba sus destinos, tanto hombres como mujeres le debían obediencia absoluta. Su nombre era Pétronille de Chemillé (1091-1149). Su poder era inmenso y prácticamente incontestable, ya que dependía directamente del Papa. Dirigió la Abadía durante 34 años, desde 1115 hasta 1149. Su sucesora sería otra mujer, tal y como lo indicaban las órdenes impartidas por su fundador Robert d’Arbrissel (1047-1116); quien había impuesto una condición al respecto, bastante sabia a mi modo de ver, la abadesa no podía ser virgen, debía ser, obligatoriamente, viuda. Es de anotar, que si bien Robert D’Arbrissel era religioso, siempre vivió en concubinato; algo normal en la época. Esta práctica comienza a desaparecer en el año de 1123, en el I Concilio de Letrán, ya que los hijos nacidos de dicha relación comienzan a ser considerados a todas luces como ilegítimos, connotación que les arrebata el derecho a la sucesión.


Leonor de Aquitania no fue la única mujer que se destacó como reina en el Medioevo. Antes de ella está la reina Matilde de Inglaterra (+1118), esposa de Enrique I y a quien la historia la recuerda por ser una mujer de una gran cultura, amante de la música y mecenas de los poetas. Recibía a los músicos y trovadores de la época, lo que hacía de su corte un importante centro cultural. Pero ellas no fueron las únicas mujeres en jugar un papel predominante en su época, hubo otras contemporáneas y posteriores, como Adela (1062-1137), la hija de Guillermo el Conquistador (1027-1087), cuya gran inteligencia fue reconocida por sus contemporáneos, al igual que su pasión por las letras y por el arte. El Castillo de Blois, donde vivía, estaba ricamente decorado¸ lo que significa que su propietaria poseía un delicado y exquisito refinamiento estético. Y como muchas castellanas de su tiempo, dedicó gran parte de su vida a la administración de su castillo y de sus tierras. En el siglo XVI están Diana de Poitiers y Catalina de Medicis. Algo muy diferente del caso de sus sucesoras de los siglos XVII, XVIII y XIX; siglos donde el papel de la mujer en Francia pasó a ser decorativo, al convertirse en una víctima de la ley que había comenzado a regir en Francia desde 1317 y que prohibía que las mujeres accedieran al trono –más conocida como Ley Sálica o Ley de los Varones, al respecto puede leerse Los Reyes Malditos, de Maurice Druon –; la cual estuvo vigente en Francia hasta la Revolución francesa.

En el caso de Inglaterra, y en lo que respecta al siglo XIV, hay que nombrar a la reina Isabel (1292-1358), más conocida como La Loba de Francia, hija de Felipe el Hermoso (1268-1314) y bisnieta de Leonor de Aquitania. En el siglo XVI está la reina Isabel o La Reina Virgen (1553-1603), cuyo siglo pasaría a la historia como la época Isabelina, lo que hace imperioso recordar que fue también el siglo del nacimiento de Shakespeare (1564-1616). [4] En el siglo XVIII encontramos a la emperatriz Catalina de Rusia, o Catalina la Grande (1729-1796). El siglo XIX, o época victoriana, es el reinado de Victoria y el XX y lo que va del XXI la reina Isabel II de Inglaterra.

Y si Leonor de Aquitania se destacó como gobernante, María de Francia (1145-1198) lo hizo en las letras. Considerada como la precursora de la poesía francesa, se educa en las cortes de amor de Leonor de Aquitania y hace parte de su selecto grupo de damas de compañía. Algunos historiadores dicen que en realidad, era la hija de Leonor de Aquitania con Luis VII. María de Francia, conocedora de las canciones celtas, compuso los Lais y tradujo las fábulas de Esopo. Es de anotar que su obra fue escrita en lengua vulgar, lo que la convierte en una mujer de ruptura para con su época; ya que en su tiempo la costumbre era escribir en latín. Era una gran seguidora de la leyenda del rey Arturo y es ella la que insta a Chrétien de Troyes (1135-1183) para que escriba El caballero de la carreta, libro donde se exaltan las virtudes del rey Arturo, de Merlín y de Lancelot –considerada por muchos críticos como la primera novela de Occidente-; dando así origen a la gran fiebre por Camelot. El caballero de la carreta es el origen de las novelas de caballería. María de Francia fue también mecenas de varios trovadores; además, en su castillo, ricamente decorado, había una gran biblioteca que atesoraba algunos clásicos latinos.

Y por supuesto está Eloísa, la amada de Pedro Abelardo. Eloísa nació en el año de 1101, 21 años antes del nacimiento de Leonor de Aquitania, y durante 63 años lo iluminó con su profunda sabiduría. Eloísa, como una gran parte de las mujeres de su época, fue educada en el monasterio de Argenteuil, donde recibió una educación más que esmerada y que sería reconocida en su época. Allí aprendió latín, griego y hebreo; filosofía, teología y literatura. Aprendió a discernir y a argumentar como pocas personas de su tiempo podían hacerlo, al punto que hoy se la consideraría “un par intelectual” de los profesores de la Universidad de París, con quienes solía discutir temas bastante eruditos. Conocía a los clásicos griegos y latinos, Aristóteles, Platón, Séneca (4 a.c.-65 d.c.), Ovidio, Cicerón (106 a.c.-43 a.c.), y por supuesto a San Agustín, a Boecio… Era una gran conocedora de La Biblia, lo que la situaba como una de las más importantes intelectuales de su tiempo. Su amplio conocimiento, y su pasión por la reflexión y el análisis, le permitieron luego establecer una profunda relación con Pedro Abelardo (1079-1142), el gran filósofo y pedagogo del siglo XII, quien ostentaba el título de Magister in Artibus; lo que significaba haber cursado las áreas del conocimiento que se enseñaban en su época: el trívium (retórica, gramática y dialéctica) y el cuadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música); dichas disciplinas se impartían en las Escuelas Episcopales, que habían reemplazado a las Escuelas Palatinas de Carlomagno.. Las Escuelas Episcopales, o Claustrales, darían origen más tarde a lo que hoy conocemos como universidad. Eloísa, por su parte, abandona el Monasterio de Argenteuil a la edad de 17 años, puesto que su tío Fulbert, canónigo de la catedral de Notre Dame, consideraba que la educación que le habían impartido en el convento había dado los frutos por él esperados; se la lleva a París y la instala en su casa a la espera de poder casarla convenientemente; es decir, encontrarle un marido noble y con dinero. Pedro Abelardo contaba a la sazón 38 años y ya era una leyenda en las Escuelas de París y en el mundo conocido de la época. Los estudiantes venían de toda Europa con el único fin de asistir a sus clases y lo seguían adonde quiera que él fuese. Su visión personal de Las Sagradas Escrituras, y de la teología en general, pronto le acarreó un enemigo que lo perseguiría por el resto de su vida, Suger (1081-1151), Abad de Cluny y consejero de los reyes Luis VI y VII. Suger llegó a tener un poder inconmensurable, no sólo religioso, sino político, puesto que fue el designado para llevar las riendas del reino durante la ausencia de Luis VII, cuando éste partió a La Segunda Cruzada. A su regreso el rey lo proclamó Padre de la Patria.No obstante, el principal contradictor teológico de Pedro Abelardo fue Bernardo de Claraval, el fundador de la orden de los Cisterciences; la misma que nos dejó como legado arquitectónico sus maravillosos monasterios, cuya característica principal es la ausencia de decorado; y esa ausencia, a mi modo de ver, se transforma en el artífice de su profunda belleza. Bernardo de Claraval es, en cierta forma, el fundador de la Orden del Temple, ya que todas sus reglas fueron redactadas por él. Podría decirse que los principios templarios son también cistercienses. Bernardo de Claraval estaba lejos de comprender al gran filósofo de la escolástica. Por la persecución e intolerancia de la que fue objeto Pedro Abelardo debió quemar dos de sus libros. Fue, además, poeta y músico, compuso canciones de amor y música sacra y se le considera el padre de la Escolástica. Pedro Abelardo, como Eloísa, se adelantó varios siglos a su propio tiempo, y fue en el centro del Concilio de Sens (1140); donde fue acusado de herejía, teniendo como principal acusador a Bernardo de Claraval.


Su relación sentimental con Eloísa pudo ser posible puesto que Fulbert lo había invitado a vivir en su casa para que le diese clases de filosofía; no a él sino a la misma Eloísa. Pronto la relación académica entre Eloísa y Pedro Abelardo desencadenó en una incontrolable pasión y en un amor que habría de acompañarlos a todo lo largo de sus vidas. Un amor que les era prohibido porque para la época los profesores de la universidad debían ser célibes. De esta unión nació Astrolabio, por lo que sus padres decidieron casarse en secreto. Matrimonio que aparentemente desconocía Fulbert, quien decidió contratar a algunos esbirros para que lo castraran. Estos no sólo fueron condenados por el Abad de Notre Dame a la misma tortura, sino que les sacaron los ojos, y a Fulbert le confiscaron todos sus bienes y se le desterró de París; el peor castigo de la época para alguien de su clase social y económica. Es entonces cuando Pedro Abelardo decide tomar los hábitos y Eloísa lo imita a regañadientes al entrar como religiosa al monasterio donde se había educado. Su hijo fue criado por una de las hermanas de Pedro Abelardo. Pero la persecución hacia ellos sólo había comenzado, durante el resto de sus vidas serían perseguidos implacablemente por Suger. Sin embargo, siempre estuvieron en comunicación. Las cartas de Pedro Abelardo tienen un tono más filosófico y religioso que personal, mientras que las de Eloísa mantienen el tono ardiente de la pasión y del amor de su juventud:

 

Dudo que alguien pueda leer o escuchar tu historia sin que las lágrimas afloren a sus ojos. Ella ha renovado mis dolores, y la exactitud de cada uno de los detalles que aportas les devuelve toda su violencia pasada.

 

A la muerte de Pedro Abelardo, 46 años después de su drama, Eloísa reclamó su cadáver para enterrarlo en el Paracleto, el monasterio que los dos habían construido en la única época en que pudieron volverse a encontrar, antes de ser nuevamente separados por Suger. Pedro Abelardo le había escrito, desde mucho antes de su muerte, que quería ser enterrado allí, donde ella era priora desde hacía ya mucho tiempo. En su carta le decía:

 

Entonces me verás, no para derramar lágrimas, que ya no será tiempo: viértelas ahora para apagar en ellas ardores criminales: entonces me verás, para fortificar tu piedad con el horror de un cadáver, y mi muerte, más elocuente que yo, te dirá qué es lo que se ama cuando se ama a un hombre.

 

Pedro Abelardo, poco antes de morir, había escrito su autobiografía, a la que había titulado Historia Calamitatum. Años después, Eloísa compartiría la misma tumba. En la actualidad están enterrados en el cementerio Père Lachaise de París; visita cuasi que obligatoria para todas las parejas de amantes. [5]


En el siglo XIII encontramos a la mística Gertrudes de Helfta (1256-1302), conocida también como Gertrudes la Grande o Gertrudes la Magna, quien habría sido discípula de Matilde de Hackerborn. En sus escritos relata, con verdadero gozo, el paso de “estudiosa de la gramática” al de “estudiosa de la teología”; lo que significa que había cursado con éxito la primera fase de sus estudios. Y también significa, tal y como lo anota Régine Pernoud, que los monasterios seguían cumpliendo la función de centros educativos y culturales, sin perder su esencia principal, el de la oración. No hay que olvidar que hasta el siglo XIII las religiosas podían rivalizar, en cuanto a cultura se refiere, con sus homólogos masculinos; tal y como se acaba de analizar. Cabe anotar que muchos de ellos también fueron centros hospitalarios (atendidos por las hermanas hospitalarias) e incluso centros de acogida. Puesto que los monasterios, conocidos como Las Cartujas, recibían a los peregrinos que se dirigían a los lugares santos, o los que seguían a los cruzados o los que se dirigían a Santiago de Compostela. Es el caso de la Cartuja del Buenpaso (Chartreuse de Bonpas), situada cerca de Avignon. Hoy en día las Cartujas son monasterios de clausura.

 

NOTAS

1. Pernoud, Régine. Aliénor d’Aquitaine. Éditions Albin Michel. 1965. (Traducción libre de la autora del libro).

2. CALMEL, Mireille. Le lit d’Aliénor. Tomos I y II. Pocket. 2003.

3. Idem. Pernoud, Régine. (Traducción libre de la autora del libro).

4. La reina Isabel I ha sido el personaje inglés más representado en la historia del cine. No obstante, muchos críticos de cine consideran que la mejor representación de la “reina virgen”, ha sido realizada por la actriz inglesa Glenda Jackson en la serie para televisión titulada “Elizabeth R” (1971), dirigida por Roderick Graham y Richard Martin, una soberbia producción que nunca he olvidado. Glenda Jackson también tuvo a su cargo el mismo rol en la película “María, reina de Escocia” (1971), dirigida por Charles Jarrot y protagonizada por Vanessa Redgrave y Timothy Dalton.

5. La vida de Pedro Abelardo y de Eloísa fue llevada magistralmente a la pantalla por Clive Donner, en una película titulada Pasión bajo el cielo, filmada en el año 1988 e inspirada en el libro homólogo de Marion Meade. Sus protagonistas fueron interpretados por Derek De Lint y Kim Thomson. La película es un verdadero fresco de la vida del París del siglo XII. 

 



BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955). Es escritora, poeta, dramaturga, crítica literaria y de arte, autora del blog El Hilo de Ariadna del diario El Espectador (Colombia). Integrante y del PEN Internacional/Colombia. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado trece libros, entre ellos La route du miroir, poesía (2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua, ensayo poético (2012), y ¡Cuidado! Escritoras a la vista…; Todo lo demás lo barrió el viento, La Trilogía de la agonía que comprende las siguientes obras: El museo del Visionario (obra de teatro patafísica), Naufragios del Tiempo y Las sombras suspensas (Trilogía escrita al alimón con Floriano Martins). (2021). Y con el sello de ARC Edições y Editora Cintra fueron publicados los dos tomos que conforman El oficio de escribir (Ensayos críticos, 2020). Ha recibido cinco premios de poesía.

 

 


DORIS SALCEDO (Colombia, 1958). La obra de Doris Salcedo parte de la memoria de la violencia política. Da forma al dolor, el trauma y la pérdida, creando un espacio para el duelo individual y colectivo. Se trata del insoportable vacío que deja la desaparición. En él, la presencia de los objetos suele representar ausencias. Aunque su trabajo se desvía de las convenciones de los lenguajes artísticos, se puede decir que es escultora: crea espacialidades y objetos que transmiten historias y condensan experiencias humanas. La obra está impregnada de una urgencia que dice no poder contener: ante la tragedia, la muerte sin sentido y la violencia desmedida. Son obras sobre la muerte y humillación de los emigrantes, sobre la guerra y la muerte violenta de jóvenes colombianos a manos de mercenarios. En 2003 participó en la Bienal de Estambul y apiló 1600 sillas que recogió de diferentes lugares. Una pieza, de volumen y escala similar a los edificios circundantes, que pretendía crear una topografía del terror de las migraciones en el mundo global. Cuando, en 2007, realizó “Shibbolett” para la sala de turbinas de la Tate Gallery de Londres, abrió una rendija de 167 metros que recorría todo el suelo del espacio. Era como si hubiera ocurrido un terremoto allí. Todavía se pueden encontrar rastros de este trabajo en el piso del museo de Londres y Doris habla de su permanencia como una cicatriz permanente.



Agulha Revista de Cultura

Número 227 | abril de 2023

Artista convidado: Doris Salcedo (Colombia, 1958)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

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