terça-feira, 19 de julho de 2016

RIMA DE VALLBONA | Uso denigrante de lo femenino en las sociedades precolombinas


Persiste la impresión de que la mujer precolombina fue sometida a un sistema patriarcal que la mantuvo subyugada por siglos, especialmente entre los aztecas de México y los incas de la región andina. Estudios etno-históricos recientes arrojan un panorama diferente al considerar, sobre todo entre los aztecas, el paralelismo genérico auto-independiente por el cual las mujeres ocupaban amplios espacios en los que sus quehaceres tenían un equivalente masculino. Las nuevas teorías señalan que en esa sociedad “mujeres y hombres opera[ba]n en dos esferas separadas pero equivalentes, en las cuales cada género disfruta[ba] de autonomía”, explica Powers (Women: 15). La autora continúa relatando que pese a que cada género funcionaba en su propia esfera, sus mundos eran altamente interdependientes y se juntaban en la cúspide del sistema político por el mandato de un señor supremo y su concejo. Se trataba de un sistema que  buscaba balance y armonía en la relación entre hombres y mujeres (Powers, Women: 15-17). Al complementarse ambos, las mujeres no se consideraban subordinadas o menos importantes en el manejo exitoso de la sociedad (Powers, Women: 17).
Confirma lo anterior el hecho de que en esos tiempos todas las labores caseras de la mujer se consideraban sagradas. De ahí que a lo largo de las crónicas en esas comunidades la escoba connota  un arma de defensa y de ofensa. Para los nahuas suciedad y basura simbolizaban caos, desorden, y peligro; por tanto, barrer era un acto de purificación y de prevención contra el mal que penetraba en el centro del universo azteca, el hogar, y se le equiparaba al arma ofensiva y defensiva del guerrero (Powers, Women: 25). Según Burkhart, una mujer con la escoba en las manos, estaba en la intersección del caos y el orden; con la escoba la mujer mantenía el balance adecuado entre su centro ordenado, o sea, la casa, y el desorden de la periferia, el campo de batalla, que amenazaba con tragársela (Burkhart, “Mexica Women” 35-37; Powers, Women: 25). Powers comenta que durante la Colonia los sacerdotes católicos consideraban una superstición pagana la creencia azteca arriba mencionada de que todas las labores caseras de la mujer eran sagradas. Barrer estaba inserto en la psique indígena, tanto que ellos creían que si los rituales de purificación no se efectuaban debidamente, el desastre acecharía, el sol no se asomaría, los ríos se secarían, el maíz no crecería; por eso, aunque los franciscanos creían que barrer era parte del ritual idolátrico, se vieron forzados a aceptar que se barrieran el templo y los patios como devoción de las fieles; [1] así fue como esos frailes hicieron ese acto parte de las actividades de la Iglesia Cristiana (Powers, Women: 49-50; Burkhart: 38).
La importancia del acto de barrer era tal para los aztecas, que la escoba se ponía en manos de la niña recién nacida para indicar que su deber era el de mantener la limpieza necesaria para el mantenimiento del cosmos-casa; por eso representaba un arma de defensa contra el desorden, la desorganización y la suciedad, según han interpretado algunos este símbolo (Burkhart: 33-41; Powers, Women: 25-26). Esto se puede observar cuando el ambicioso rey tlatelolca Moquihuix con sus aliados, hacía planes de levantarse para usurparle el poder a Axayácatl, rey de México, y a su consejero, Tlacaelel, con el fin de hacer de “Tlatelulco la silla y asiento del ymperio” (Tezozomoc: 193); en dicha ocasión los tlatelolcas comentaban que las mujeres de los mexicanos deshonraban a sus mujeres y las insultaban diciéndoles: “Aguardad, tlatelulcas, un rrato, que buestro pueblo será nuestro corral” (193-94); también se quejaban los varones tlatelolcas de las injurias, humillaciones y demandas de tributo que sufrían de parte de los gobernantes mexicanos (194). [2] Fue por eso que según Clavijero, algunas mujeres tlatelolcas tuvieron "la osadía de entrar en las calles de México y de quemar unas escobas en las puertas de las casas, insultando con desvergüenza a los mexicanos y amenazándoles con su pronto y total exterminio" (117). Es obvio que este acto de quemar las escobas se realizó con la intención de avisarles a los mexicanos que el orden y centralización de su mandato estaba por desaparecer; quemadas las escobas, la suciedad, el mal, el desorden y la guerra amenazaban a los mexicanos.
El paralelismo de los géneros se puede apreciar también en el hecho de que el parto con éxito lo equiparaban a la victoria del guerrero en el campo de batalla, pues en el momento en el que la criatura salía del vientre de la madre, "la partera daba unas voces a manera de los que pelean en la guerra; esto significaba [...] que la paciente había vencido varonilmente, y que había cautivado un niño". Este constante paralelismo entre parto / guerra, // parturienta / guerrero // y // recién nacido / cautivo/a, persiste en otros discursos, como el que le hace la comadrona a la recién parida, en el cual la adoctrinaba de la siguiente manera: “hija mía muy amada, muger valiente y esforzada, habeislo hecho como águila y como tigre: [3] esforzadamente habéis usado en vuestra batalla de la rodela, e imitado a vuestra madre Cioacoatl y Quilaztli, por lo cual nuestro señor os ha puesto en los estrados y sillas de los valientes soldados” (Sahagún, Historia II, 1829: 199-200). Y cuando las mujeres morían en el parto, ellas devenían deidades llamadas Cihuapipilti o Cihuateteu, las cuales  acompañaban al Sol en su jornada nocturna, mientras los soldados victoriosos, lo acompañaban durante la jornada diurna. Obsérvese cómo, pese al paralelismo auto-independiente, y a que a la parturienta se la equipara al valiente guerrero, la mitología nahua asignaba a las mujeres la noche, las sombras y la oscuridad. No sólo eso, tales deidades andaban juntas en el aire y aparecían a las personas, sobre todo a niños y niñas, causándoles la perlesía y toda clase de dolencias; por eso los padres y madres “vedaban a sus hijos e hijas que en ciertos días del año [...] salieran fuera de casa, porque no topasen con ellos estas diosas, y no les hiciesen algún daño” (Sahagún, I, 2000: 79).
Visto lo anterior, no sorprende encontrar a lo largo de las crónicas cómo la mujer, la feminidad, sus labores, vestimentas y hasta la posición pasiva  ̶  propia de las mujeres en el coito  ̶  de los sodomitas, connotan situaciones insultantes de debilidad y cobardía al aplicárselas a los hombres. Eso ocurre cuando con el tiempo el sistema del paralelismo genérico auto-independiente fue socavado, tanto por los aztecas como por los incas, debido a la expansión de sus imperios, durante la cual la guerra llegó a ser la ocupación más prestigiosa; fue así que las mujeres, que no podían ser guerreras, perdieron su estatus social. (Powers, Women: 207, capítulo 1, n.4). En contacto con los pueblos invasores, o invadidos, el sistema igualitario de los indígenas se trocó en “un sistema patriarcal que le asignaba al hombre casi la exclusiva autoridad tanto en asuntos políticos y religiosos como sobre la casa y la familia”, lo cual obligaba a las mujeres a obedecerles y ser subordinadas de los hombres (Powers, Women: 40). Además, durante la Colonia el sistema familiar de parentesco se desplazó hacia un énfasis patrifilial (Kellogg: 160). Bajo las leyes españolas las mujeres casadas y solteras que no se habían emancipado de sus maridos y padres, no podían entablar un juicio legal o realizar cualquier otra transacción legal, ni ser testigos en asuntos judiciales. En ese ámbito bélico la masculinidad se asociaba a la fuerza y al desempeño en la guerra, mientras todo lo femenino representaba debilidad, cobardía, degradación e incapacidad varonil.
En la sociedad azteca, [4] por ejemplo, el huso y la lana, aplicados a los hombres, simbolizaban la docilidad, lasitud y subordinación de las mujeres. Ejemplos de esto han sido consignados en los anales indígenas: para insultar a Ixtlilxóchitl, rey de Texcoco, [5] el tirano Tezozomoc, quien pretendía usurparle el poder, le envió "muchas cargas de algodón" para hacer mantas en pago a los tributos (Alva Ixtlilxóchitl, Obras I: 300). Eso sugería, según Nash, que  el rey  “Ixtlilxuchitl era una débil mujer, capaz sólo de hilar algodón” (Nash, 1978: 356; Navarro: 12), por lo que no merecía ser jurado rey. Cuando recibió por segunda y tercera vez el algodón, el príncipe Ixtlilxóchitl, desobedeciendo a Tezozomoc, no envió las mantas, lo cual indicaba que no se sometía más a las órdenes del tirano, por lo cual, éste se preparó para atacar los dominios del otro; fue así como se inició una sangrienta guerra entre ambas facciones. Ixtlilxóchitl fue asesinado por sus propios vasallos, pero su hijo Nezahualcoyotl (Lobo Ayunado), recibió el título de Chichimecatl Tecuhtli y vivió perseguido por Tezozomoc (Alva Ixtlilxóchitl, Obras I: 309-323). [6]
Asimismo los trajes de mujer se utilizaban como insultos provocativos. Clavijero menciona en su crónica el pasaje del primer rey mexicano, Chimalpopoca, quien fue humillado por el tirano tepaneca Maxtlaton, el cual le correspondió al generoso obsequio de aquél, enviándole un cueitl, que era cierta especie de enaguas, y un huepilli, que era camisa mujeril, lo que era tanto como tratarlo de afeminado y cobarde. Agravio el más sensible para aquellas gentes que de nada se preciaban tanto como del valor; y para hacer mayor el desprecio se escogió la ropa más tosca y vil (Clavijero: 88).
Según el cronista Tezozomoc, la guerra entre los tepanecas y los tenochcas, fue ocasionada por el obsequio de cargas de leña y huipiles que el rey tirano de los primeros, Maxtlaton, envió al rey mexicano, Ytzcoatl; los tepanecas fueron muy lejos al forzar a los embajadores mexicanos a vestirse esas ropas femeniles y para mayor humillación, los hicieron bailar “bestidos de aquella manera mugeril” (Tezozomoc: 92-93; Durán: 91-92). Al verlos en ese hábito, el rey Itzcoatl, les dijo: “dexaldos bosotros, que es señal que nos rruegan, y no de paz sino de guerra, cotejándonos de cobardes” (Tezozomoc: 95). En esa guerra los mexicanos vencieron a los tepanecas. Entonces Tlacaelel, el consejero oficial, amenazó a los tepanecas afirmando que los tenochcas no iban a parar “hasta acabar de consumir a Cuyuacan [...] porque entendáis, bellacos, cómo nos pusistes hueipiles y naguas de magués” (Tezozomoc: 96-97; Durán: 93-95).
En el mundo de los tepanecas o michoacas, el autor anónimo de la Relación de Michoacán recogió la excusa que la hija de Chánchori dio para justificar el abandono que ella hizo de Taríacuri, su marido, so pretexto de encender la furia de su parentela contra su propio marido; según ella, cada día su marido le repetía que él era valiente hombre y le mostraba las flechas diciéndole: “mira, mira, mujer, con éstas tengo de matar [a] tus hermanos y parientes. ¿Cómo son valientes hombres? [...] ¿No son mujeres?” En vez de hacer caso a esos insultos, enfurecido, el padre reconoce que ésas son “palabras de mujeres” y ordena que unos ancianos lleven a la mujer a su marido (Relación: 91).  Lo que arriba dice la mujer se explica porque entre los nahuas, los indios tarascas [7] o “michhuacas y por otro nombre cuaochpanne” (Sahagún, 2000:971)  representaron una excepción respecto a la vestimenta femenina usada por los hombres, sin detrimento de su virilidad. Esos nativos no llevaban braguetas, sino huipiles femeninos en memoria de cuando tuvieron que pasar el estrecho de Toluca; para atar los troncos en los que transportaron a sus familias, los hombres se quitaron las braguetas, y después, para cubrir sus desnudez, "fueles necesario quitar las camisas de sus mujeres, y huipiles, y vestirse ellos, dejándoles tan solamente las enaguas [...] de la cintura abajo (Muñoz Camargo: 10-11; Chavero, Los mexica: 26). Por su parte, Durán cuenta que su dios Huitzilopochtli les había mandado que siguiesen su camino, pero mientras se bañaban, les robaron sus ropas para que no pudieran seguirlo, de modo que al salir del agua, no tenían con qué cubrirse, por lo que desde entonces usaron camisas largas hasta el suelo (Durán, Historia, I: 21-22). Sahagún simplemente explica que los michhuacas antiguamente “no traían con qué tapar sus vergüenzas, sino las xaquetillas con que las encubrían, y todo el cuerpo, las cuales llegaban hasta las rodillas, y llámanse cicuil o xicolli, que son a manera de huipiles, que son camisas de las mujeres de México” (II, 2000: 972). Precisamente la Relación de Michoacán recoge el parlamento de la traidora mujer que arriba mencionamos, la cual, para justificar su conducta, acusa ante su padre a Tariacuri, su esposo, y para denigrarlo más, pregunta si su marido es en realidad un “Hombre Valiente” y continúa diciendo:

los michhuacas, ¿son valientes? ¿Serán más bien mujeres? Las guirlandas de trébol que llevan en la cabeza son en realidad bandas femeniles [...]. Los aretes no son de oro, sino anillos de mujer. [...] Y los adornos de pedrería que llevan a cuestas, no son insignias de Hombres Valientes, sino adornos femeninos. Y las telas y camisas que visten no son más que telas y faldas de mujer. [...] En cuanto [...] a sus taparrabos, no son taparrabos, sino faldas femeniles. Y los arcos que llevan no son arcos, sino más bien el telar de la mujer, y sus flechas son sólo lanzaderas y ruecas de mujer” (Relación: 90-91; Relation: 111-12).

De los últimos tiempos de Moctezuma II, [8] Díaz del Castillo recogió otro ejemplo: en tiempos cuando el monarca estaba prisionero de los españoles, los ataques de los mexicanos contra estos últimos, eran tan constantes, que temiendo por su vida, el rey decidió dejarse ver y hablarle a su pueblo con el fin de

contener con su presencia y su voz el furor de sus vasallos. [...] Al verlo, el pueblo calló para escuchar que los españoles estaban listos para partir y le habían dado palabra de que así lo harían tan pronto como ellos depusiesen las armas. Quedó la multitud por un rato en silencio hasta que un hombre más atrevido levantó la voz, llamando al rey cobarde y afeminado, más hábil para hilar y tejer que para mandar una nación tan valiente como la mexicana (Clavijero: 359-60).

En lo que respecta a los incas, Sarmiento de Gamboa cuenta que cuando se recibieron noticias de la derrota de los ejércitos que capitaneaba Guanca Auqui contra los curacas de Pomacocha, Guáscar, su hermano, “le envió a afrentar, enviándole dones de mujer, motejando que lo hacía como tal. De esto, corrido, Guanca Auqui determinó hacer algo que pareciese de hombre” y entonces acometió contra el ejército de su otro hermano, Atahualpa, el cual descansaba en Tomebamba y como estaban desprevenidos, los ejércitos de Atahualpa sufrieron una gran derrota. Atahualpa, muy dolido por la traición de su hermano, mandó sus ejércitos contra él, los cuales obtuvieron resonadas victorias en varios enfrentamientos, de los cuales Guanca Auqui salió siempre huyendo. Esto ocurrió poco antes de que Atahualpa fuera llamado “inga general de toda la tierra” andina (Sarmiento, Historia: 266-67; Murúa, I: 149).
 Murúa detalla este momento histórico así: a raíz de la derrota de Huanca Auqui y sus ejércitos, su hermano, el Inca Huáscar, les envió mensajeros con "acsos y llicllas para q[ue] se vistiessen, menospreciándolos, y también les embió espejos y mantur con que se afeitasen como si fueran mugeres [... para que] se gouernaran como hombres de verguença, y que lo hauían hecho al revés en todo, peor que si fueran mugeres [...] y que ya no eran dignos de tomar armas ni ponerse vestiduras ni arreos de soldados valientes, sino de vestirse acsos llicllas como mugeres" (I: 149). Acso: Poma de Ayala lo escribe "aqsu”; equivale a la saya de las indias; especie de falda tejida; fustán o falda interior de mujer (Poma de Ayala III: 1076). Lliclla: Poma de Ayala lo escribe "lliklla" y es la manta de mujer. El vocablo "mantur"significa colorante (III: 1088); aunque este último no figura en Corominas, en los derivados del latín tardío aparece "mantum", el cual está presente en Plauto con el sentido de "encubridura, capa (para ocultar mentiras)" (III: 246); esta acepción nos lleva a relacionar el término "mantur" con cosméticos o afeites que ocultan defectos físicos. En lo que respecta a los espejos, es interesante señalar aquí que  los hombres mayas eran los que "usaban espejos y no las mujeres" y para llamarse cornudos decían que "su mujer les había puesto el espejo en el cabello sobrante del colodrillo"  (Landa: 35).
En cuanto al uso de los vocablos "mujer", "femenil" y otros, como insulto, se puede apreciar también a lo largo de las crónicas. Sirva de ejemplo, el pasaje en el que los mexicanos fueron vencidos en batalla por los tlaxcaltecas; Moctezuma II, "el gran señor airado", enfurecido, recibió a sus ejércitos con el siguiente discurso:
¿Qué decís de vosotros? [...] ¿No tienen los mexicanos empacho y vergüenza? ¿De cuándo acá se han vuelto sin vigor ni fuerzas, como mujercillas flacas? [...] ¿Qué se ha hecho el ejercicio de tantos años desde la fundación de esta insigne ciudad? ¿Cómo se ha perdido y afeminado, para que quede yo avergonzado delante todo el mundo? [...] ¡No puedo creer sino que se han echado a dormir adrede, para darme a mí esta bofetada, y hacer burla de mí! (Durán, II: 460-62).
A continuación el monarca mandó que se les aplicara a los capitanes y líderes del ejército el extremo castigo de trasquilarlos y quitarles "las insignias de caballeros con que eran conocidos por valientes hombres"; además, les quitaron las armas y se les advirtió que serían sentenciados a muerte si se cubrían con manta de algodón, pues en su condición debían llevarla de henequén (Durán, II: 460-62).
En las últimas batallas que sostuvieron los nahuas contra los españoles ̶ sobre todo los tlatelolcas ̶  bajo el reinado de Cuahutémoc, los tenochcas no participaron en esas escaramuzas, por lo que las mujeres "se avergonzaron de ellos, los despreciaron, les dijeron a los Tenochcas: '¡Sencillamente se quedan ustedes ahí, acostados! ¡No tienen vergüenza! ¡Por lo tanto ninguna mujer los acompañará ya vestida a la antigua usanza!'. Y sus mujeres lloraron, suplicaron a los tlatelolcas", los cuales acudieron en su ayuda (Anales históricos de Tlatelolco en Baudot, Relatos: 194). En suma, lanzar improperios o burlas que atentaban contra la masculinidad se interpreta como una forma de degradación; así como lo es dudar de la identidad sexual.
En el ataque de los españoles contra los tlatelolcas, los integrantes de los ejércitos de estos últimos "se animaban entre ellos [y] hacían alarde de su virilidad. Nadie se desanimaba, nadie se conducía como mujer" (Códice Florentino en Baudot, Relatos: 169). Por lo anterior podemos concluir que la masculinidad se asociaba a la fuerza y al desempeño en la guerra, mientras todo lo femenino representaba debilidad, cobardía, degradación e incapacidad varonil.
La mayoría de las comunidades indígenas rechazaba y castigaba con severidad a los sodomitas. Sin embargo, en el contexto de las guerras expansivas, algunas sociedades precolombinas toleraban lo que se conocía entre los cristianos con el nombre de “bardaje”. Según el diccionario de J. Corominas bardaje significa “sodomita pasivo” (I: 402). Éste era un acto de dominación sexual que en general se aplicaba a los cautivos, pues con la sodomía reducían a esos presos a la categoría de mujer, lo cual era el máximo castigo y humillación para un hombre (Costigan: 232-33). Así, por medio de la sexualidad y el género establecían la jerarquía. Según Lévi-Strauss, el violento rechazo del incesto, el celibato, la homosexualidad y la poligamia en esas comunidades se debe a que representan una amenaza y hasta destruyen la distribución equitativa de las alianzas (Lévi-Strauss en Fages: 46).
Entre las ochenta rigurosas leyes que estableció Nezahualcoyotzin en Texcoco y las otras regiones de su reinado, había una que ordenaba que al homosexual activo o que actuaba como varón se le atara a un palo y fuera sepultado en montones de cenizas, donde él moría; "y al paciente por el sexo le saca[r]an las entrañas, y asimismo lo sepulta[r]an en la ceniza", para después morir quemado (Alva Ixtlilxóchitl, Obras I: 324-25;  II: 101). Obsérvese cómo es mayor el rechazo de los sodomitas a los pasivos y timoratos, características que a lo largo de los siglos se le han atribuido a la mujer, de manera negativa.
En cambio, en algunos grupos indígenas, el bardaje era el hombre que adoptaba la vestimenta, ocupaciones, maneras y función sexual de la mujer, como resultado de una visión sagrada o por elección de la comunidad" (Gutiérrez 1933, 71, citado por Caso Barrera: 19). Este tipo de individuos se hallaba, según Gutiérrez, entre los grupos zuñi, tewa, navajo, keres y hopi, y "se les consideraba personas sagradas", pues reunían los atributos masculinos y femeninos, con lo que representaban "la armonía cósmica. Esta armonía también se expresaba en el hecho de que los hombres solteros podían tener acceso carnal con los bardajes, con lo que se evitaban conflictos en la sociedad, pues los jóvenes no competían con los hombres adultos por las mujeres” (73-74, citado por Caso Barrera: 19); Caso Barrera cree que eso explica lo que encontraron los españoles en esos templos (Caso Barrera: 19).
Entre los itzaes del Petén, por ejemplo, los llamados bardajes cumplían su misión en unas casas adyacentes a los templos; el vicario Francisco Miguel Figueroa explica que esas casas eran habitadas por ministros que vestían trajes de mujer y eran los que hacían el pan en especial para los de poca edad, porque allí aprendiesen" (Citado por Caso Barrera: 19). [9]
Fernández de Oviedo explica, por ejemplo, que en Cueva, gobernación de Castilla del Oro, los sodomitas tenían muchachos para ejercer

aquel nefando delito, e tráenlos con naguas, o en hábito de mujeres; e sírvense de los tales en todas las cosas y ejercicios que hacen las mujeres, así en hilar como en barrer la casa y en todo lo demás; y éstos no son despreciados ni maltractados por ello; e llámase el paciente, camayoa. Los tales camayoas no se ayuntan a otros hombres sin licencia del que los tiene, e si lo hacen, los mata [el que hace de activo...]. Estos bellacos pacientes [...] se ponen sartales y puñetes de cuentas, e otras cosas que por arreo usan las mujeres (Fernández de Oviedo, Historia, III: 320).

Los camayoas no practicaban las armas ni iban tampoco a la guerra. Predominaba esta costumbre sobre todo entre los principales, y eran muy aborrecidos de las mujeres; pero como estaban sometidas a sus maridos, no osaban hablar de ello, y sólo se lo comunicaban "a los cristianos, porque sab[ía]n que les desplac[ía] tan condenado y abominable vicio" (Fernández de Oviedo, Historia, III: 320). Además, en la gobernación de Venezuela, Fernández de Oviedo explica que asimismo había "abominables sodomitas"; pero a diferencia de los de Cueva, el travestido, que Oviedo llama el pasivo  ̶  quien se dejaba crecer el cabello hasta la mitad de la espalda, como lo llevaban las mujeres  ̶  ejercía todos los oficios de ellas, no iba a la guerra y era "amenguado y tenido en poco, y no el otro" (Fernández de Oviedo).
Por otra parte, en algunas culturas indígenas la vestimenta femenina llevada por los hombres, tenía el propósito de señalar su impotencia o alguna aberración sexual (Las Casas, IV: 266-67; Clavijero: 218-19). Esto se puede ver en el siguiente pasaje tomado de la crónica de Fray Bartolomé: en su recorrido por Nicaragua, Honduras y regiones inmediatas, unos españoles hallaron a tres indios vestidos de mujer; creyendo que eran homosexuales, les echaron perros feroces que "los despedazaron y los comieron vivos" (Las Casas, IV: 371). Lo anterior llevó a fray Bartolomé a comentar que podrían haberse equivocado, pues en esas regiones, cuando los hombres dejaban de “ser para las mujeres”, se acostumbraba que ellos “tomasen vestidos femíneos, para dar noticia de su defecto, pues se habían de ocupar en hacer las haciendas y ejercicios de mujeres” (Las Casas, IV: 371).
El siguiente pasaje ilustra con acierto el rechazo de los nativos por los oficios y objetos femeninos: cuando Gil González Dávila predicaba a los indígenas la paz y que abandonaran la guerra para devenir cristianos, ellos le preguntaron “adónde habían de tirar sus armas arrojadizas, sus yelmos de oro, sus saetas, sus arreos bélicos y sus insignes estandartes militares. ‘¿Daremos todo esto a nuestras mujeres para que ellas lo manejen, y nos consagraremos al huso, a la rueca y al cultivo de la tierra como campesinos?’ ” (Mártir de Anglería, II: 568).
Entre los nahuas, los tlaxcaltecas abominaban de los que incurrían en el “pecado contra natura”, por lo que "eran abatidos y tenidos en poco y por mujeres tratados; mas no los castigaban y les decían... ‘Hombres malditos y desventurados, [¿]hay [acaso] falta de mujeres en el mundo, y vosotros que sois bardajas que tomáis el oficio de mujeres [...] ¿no os fuera mejor ser hombres?’" (Muñoz Camargo: 138).
En resumen, el bardaje y ciertos objetos relacionados con el orden femenino (utensilios usados en tejidos, bordados, trajes y escobas) entre los aztecas y otras culturas indígenas eran símbolos para denigrar a los hombres o ponerlos en sobreaviso de inminentes desastres. Además, el uso de esos símbolos denotaba una conducta que ofendía a la mujer y la hacía símbolo de todo lo malo, débil y cobarde, como por ejemplo, cuando ella era el motivo de discordia o de desorden, y causa de guerras o de destrucción, como ocurrió entre griegos y troyanos por motivo de Helena. Entre los aztecas, cuenta Clavijero que Huetzin, señor de Coatlichan pretendió a Atotoztli, una hermosa y noble doncella, sobrina de la reina, a la cual pretendía también Yacazozolotl, señor de Tepetlaoxtoc; éste, “por estar más enamorado de ella que su rival, o por ser de genio más violento, no satisfecho con pedirla a su padre, quiso hacerse dueño de su hermosura por las armas” (Clavijero: 58), para lo que levantó un pequeño ejército. Al enterarse de esto, Huetzin se le enfrentó con un número mayor de tropas y salió vencedor en la sangrienta batalla, la cual tuvo lugar en las inmediaciones de Texcoco. “Libre Huetzin de su rival, se apoderó, con el beneplácito del rey, de la doncella y de la ciudad de Tepetlaoxtoc” (Clavijero; 58).
Hoy en día, entre los mexicanos se conserva mucho de lo anterior en ciertas expresiones, como la de que todo lo mejor o muy bueno es “muy padre”; en cambio, “tu madre” tiene una connotación peyorativa; las mujeres, jóvenes o ancianas, son todas “viejas” y las hermosas y atractivas, son “unos cueros”. Una re-lectura del discurso de la etno-historia indígena y de la conquista, así como del lenguaje, leyes, costumbres de nuestros pueblos hispanos, permitiría a los lectores comprender mejor el comportamiento de los hombres hacia las mujeres. Lo interesante es que nada menos que en el año 2009 en Maricopa, Arizona, los Estados Unidos de América, unos  presos hicieron noticia al protestar porque debajo de su uniforme de reos se les obligaba llevar ropa interior rosada; esto en el siglo XXI connota la aplicación a esos reos del olvidado bardaje con el que durante la Conquista se sodomizaba a los prisioneros. Según el reportaje televisivo, algunos prisioneros protestaron ante las cámaras diciendo que “esas ropas rosadas los humillaba, pues atentaban contra su dignidad de hombres, ya que el color rosa se relaciona con las mujeres, con lo que los estaban motejando de ‘fresas’ ”. El reportero siguió explicando que otros reos declararon que “la imposición de esos artículos íntimos en color rosado, representaba una violación a los derechos de los presos”. Juzgue ahora el lector si el movimiento feminista ha logrado eliminar totalmente la discriminación de los sexos.      

NOTAS
1. A la celebración religiosa dedicada a la diosa Toci, por ejemplo, se le llamó "fiesta barrendera", pues "este día barrían todas sus casas y pertenencias, y calles y los baños y todos los rincones de las casas, sin quedar cosa por barrer"; esto se hacía, porque aquel día se llamaba ochpaniztli, que quiere decir "día de barrer" (Durán, Historia, I: 149 y 275).
2. Los tributos que pagaban los tlaxcaltecas a los reyes mexicanos, por ejemplo, eran productos de la tierra, oro, plata, cobre, algodón, sal, plumas, resinas, maíz, cera, miel, pepitas de calabaza y una o dos veces al año, pescados, conchas marinas, fieras, monos, papagayos y toda clase de aves. Los pobres que no tenían nada para tributar, pagaban con piojos; esta costumbre se realizó más en la provincia de Michoacán, en el reino de Cazonci. El mandato era que "ninguno quedase sin pagalle tributo, aunque no tuviese sino piojos; y no fue fábula ni lo es, porque en efecto pasaba así" (Muñoz Camargo, Historia: 139). Una nota al pie de Alfredo Chavero en el libro de Muñoz Camargo explica que esta historia "procede de la relación de Alonso de Ojeda, que habiéndose introducido furtivamente en el tesoro de Motecuhzoma [...] dice halló en uno de sus aposentos muchos costalejos de á codo llenos y bien atados; y que abriendo uno halló que estaba lleno de piojos: que preguntados Marina y Aguilar lo que quería decir cosa tan nueva, respondieron, que era tan grande la sumisión que al Rey hacían todos, que el que de muy pobre o enfermo no podía tributar, estaba obligado a espulgarse cada día y guardar los piojos para en señal de vasallaje' ". Chavero aclara que otros cronistas como Díaz del Castillo, Gómara y Zurita, no mencionan esta forma de tributar. Entonces agrega que si hay algo de verdad en esta anécdota, habría que recurrir a lo que apunta Herrera, de que se trataba de "gusanillos o menuda langosta que crían algunos cereales y que también se llaman vulgarmente piojos. Quizá se obligaba a los vagos a recoger la que se producía en los campos que se cultivaban, para proveer con su producto a los gastos del gobierno y del culto (Muñoz Camargo, Historia: 139-40).
3. “Como águila y como tigre”, equivale a “como valientes guerreros”.
4. Recordar que el vocablo “azteca” se aplica al variado grupo de los nahuas o naguas, el cual abarcaba, entre muchos otros más, a los mexicanos o tenochcas, tlatelolcas, tlaxcaltecas, totonacas, xochimilcas, chichimecas y otros más.
5. Según Clavijero, Ixtlilxóchitl, rey de los chichimecas, reinó en 1406; entre este monarca y su hijo Nezahualcóyotl, durante veinte años ocuparon el trono de Acolhuacán los tiranos Tezozomoc y Maxtlaton (Clavijero: 60).
6. Un descendiente de Ixtlilxóchitl fue Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (Prescott: 478; Clavijero: 383, 400), “el cronista original de los tezcucanos. [... y] descendiente de los reyes aculhuas” (Alfredo Chavero en Ixtlilxóchitl, Obras, I: 5).
7. Fueron los conquistadores quienes les dieron el nombre de tarascas a los michhuacas; ese término, según Le Clézio, procede del vocablo “taraskue”, que significa suegro, “debido a las mujeres que los españoles les habían arrebatado” (Relation: 12). Clavijero explica que los tarascas ocuparon el “rico y florido reino de Michoacán”. Sus reyes fueron émulos de los mexicanos, con los que tuvieron algunas guerras. Se distinguieron como excelentes artífices. Don Vasco de Quiroga, conocido entre los nativos como Tata Vasco, fue el primer obispo español, de incomparable y muy grata memoria. Este reino se agregó a la corona de España por libre y espontánea cesión de su soberano (61). Chavero dice que el reino tarasco era poderoso y muy poblado; “era una gran faja de terreno que separaba las dos civilizaciones del Norte y del Sur”. El narrador anónimo de la Relación comenta que no ha encontrado en esas gentes ninguna virtud más que la generosidad, “pues en su tiempo los señores consideraban una deshonra ser avaros (Relación: 50). Contrariamente a lo que Clavijero afirma, Chavero dice que “eran bravos y sanguinarios y su culto era una sucesión de sacrificios humanos: y naturalmente debieron los mexica, como los más débiles, recibir la influencia tarasca” (Chavero: 20 y 25).
8. En su crónica, Durán se refiere a Moctezuma siguiendo la etimología de su nombre. Durante el reinado de su padre, Moctezuma había sido tlacochcálcatl (Aquel-de-la-Casa-de-las-Flechas), o sea, alto magistrado; se trataba, según Baudot, de "un militar de muy alto rango, responsable de los arsenales, a menudo escogido entre los parientes del soberano y que podría a su vez reinar" (Baudot, Relatos: 66, n. 18).  El Códice Ramírez cuenta que por lengua de Malintzin y Aguilar, después de escuchar Moctezuma los principios cristianos, según opinión de algunos, "luego se bautizó y se llamó don Juan; otros dicen que no, sino que murió sin bautismo" (en Baudot, Relatos: 229). Respecto a la muerte de Moctezuma hay también opiniones encontradas; en los anales históricos ha predominado la versión siguiente: debido al ataque de los españoles al mando de Alvarado, éstos fueron presos por los mexicanos; a su regreso después de haber terminado el asunto con Narváez, Cortés rogó y amonestó a los caciques mexicanos para que aplacasen su ira contra sus soldados, y los dejasen libres, pues habían cometido el gran error de rebelarse contra los mexicanos; les explicó que por eso él venía a castigarlos; sin embargo, sus ruegos no dieron ningún resultado; entonces "el propio Moctheuzoma un día se subió en persona a un terrado, desde donde les mandó que aplacasen su ira"; la reacción de sus súbditos fue amotinarse contra su Rey "llamándole bujarrón y de poco ánimo, cobarde, con otras palabras deshonestas, vituperándole con deshonestidad; y teniéndole en poco le comenzaron a tirar con tiros de varas tostadas y flechas y hondas, [...] de suerte que le tiraron una pedrada con una honda y le dieron en la cabeza, de que vino a morir el desdichado Rey" (Muñoz Camargo, Historia de Tlaxcala, en Baudot, Relatos: 283-84). La versión que da el Códice Ramírez es que un día Moctezuma amaneció muerto, según decían, de la pedrada que le habían dado; "mas aunque se la dieron no le podían hacer ningún mal porque había más de cinco horas que estaba muerto" (en Baudot, Relatos: 234). En nota 77 a este asunto, Baudot dice que el Códice Florentino no menciona absolutamente nada acerca de la muerte de Moctezuma. Concluye el editor diciendo que los relatos indígenas de la conquista "acusan a los españoles de haber asesinado al emperador azteca, ya sea apuñalándolo o dándole un espadazo en el bajo vientre,  por orden de Cortés. Con la misma unanimidad todos los relatos españoles de la conquista declaran que fueron los mexicanos mismos, encolerizados, quienes lapidaron a su soberano" (Códice Florentino en Baudot, Relatos: 120-21). Muerto Moctezuma, su cadáver fue llevado por Apanécatl, pero allá donde lo llevaba, sólo iban a verlo y en Necatitlan "le dispararon flechas", por lo que Apanécatl se dirigió a Acatliyacapan, donde comentó: "¡Qué pobre desgraciado es Motecuhzoma! ¿Qué me voy a pasar la vida cargándolo en las espaldas?" Entonces ahí sí fue recibido el cadáver, e incinerado (Códice Aubin, en Baudot, Relatos: 212-13).
9. Este documento se halla en el Archivo de Indias, Escribania 339B. 5, pza. fol. 572. Corominas explica que no se sabe la procedencia exacta de “bardaje”; no obstante, reconoce que aunque el vocablo tiene “relación segura con el árabe bardağ”, el término español procede del italiano (Corominas, I. 402). En cambio Caso Barrera afirma que  “bardaje” o “berdache” viene del vocablo árabe bradaj, que significa “invertido pasiso”, y le da el sentido de “prostituta masculina” (Caso Barrera 23).



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Rima de Vallbona (Costa Rica, 1931). Ensayista, narradora, poeta. Una de las más importantes estudiosas de la obra de Eunice Odio, ha participado con nosotros de una edición especial dedicada a la poeta costarricense. Página ilustrada com obras de Leila Ferraz (Brasil), artista convidada desta edição de ARC.

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Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 19 | Agosto de 2016
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