quinta-feira, 18 de outubro de 2018

MARÍA DOLORES JARAMILLO | La poesía erótica de Amílcar Osorio


Amílcar Osorio nació en Santa Rosa de Cabal, Risaralda, en 1940. Estudió un año en el seminario diocesano de San Juan de Eudes, en Jericó, Antioquia. Trabajó como empleado de la Librería Horizonte de Medellín. Fue uno de los cofundadores del nadaísmo antioqueño al lado de Gonzalo Arango, Alberto Escobar, Guillermo Trujillo, Humberto Navarro y Eduardo Escobar, y de los primeros poetas que acompañaron a Gonzalo Arango en los cuestionamientos, rupturas y propuestas literarias, estéticas, políticas y sociales. Es uno de los nadaístas más sobresalientes e interesantes: culto, refinado, con auténtico interés y conocimiento artístico. De abundantes, novedosas, y selectas lecturas, que participaba a sus amigos, y que renovaba en su trabajo de librero. [1] Poeta y prosista, pintor y cuentista. De depurada sensibilidad de artista. Con una profunda y singular mirada. Poeta puro, como denominó Gonzalo Arango a los mejores y a los verdaderos. [2] Murió en 1985, a los 45 años, ahogado en la laguna de La Oculta, finca entonces perteneciente a Jericó. Sus versos se publican por primera vez en diciembre de 1984, en una editorial pequeña y local, de Hernán Darío Buriticá. En mayo de 1989, muerto el poeta, se publicó la segunda edición de Vana Stanza, de 300 ejemplares, en la colección literaria de la Fundación Simón y Lola Guberek, que presentó al país los primeros escritos de algunos reconocidos nadaístas.
Vana stanza [3] es un muy bello y sensual poemario de amor. Un texto en clave homosexual. Reúne una selecta colección de poemas de soledad, ausencia y amor, escritos entre 1962 y 1984, con el sugerente subtítulo de Diván selecto. [4]
Es una pequeña antología con discretos y contenidos homenajes de amor, miradas poéticas de cuerpos y torsos de muchachos, nostálgicos y secretos guiños de relaciones entrañables y tiempos desaparecidos. Es poesía melodiosa. Pulida. Elegante. Con poemas líricos basados en una imagen o grupo de imágenes que convocan sensaciones y emociones. El poeta escoge la stanza de la poesía provenzal y la temprana poesía italiana medieval. Una forma estrófica en la que se destaca la importancia del armazón musical, el refinamiento y la delicadeza de los sentimientos amorosos. Nos advierte que los poemas seleccionados proceden de libros incompletos, que no son definitivos, y no los determina un ordenamiento cronológico. Y escoge como epígrafes iniciales tres sugestivas reflexiones. Con T. S. Eliot esboza la dificultad de encontrar expertos lectores de poesía, y advierte al lector que puede hallar cosas que no le gusten. U otras que le disgusten. Y de la mano de Wittgenstein anticipa la presencia de lo inexplicable, misterioso e incierto en sus versos. Si con Eliot manifiesta el temor de no ser comprendido, y de no poder encontrar un buen lector de poesía, con Wittgenstein aporta pistas útiles sobre lo que encontraremos en sus versos: apertura intelectual, modernidad literaria, alusiones eruditas, referencias cultas, donde poetas, filósofos, místicos y artistas tienen un puesto principal entre sus admiraciones selectas. El tercer epígrafe conduce al Cántico espiritual de Juan de la Cruz. Las dolencias de amor y los homenajes a los amados constituirán el centro de las tensiones de Vana stanza.
Vana stanza habla de las heridas de amor, de la presencia anhelada, de la fuerza del deseo y la espera, de los restos y fragmentos del amor consumado. Revela y oculta. Expresa lo esencial. Es poesía breve, de remembranza, de amores desaparecidos, de escombros amorosos. Recuerda muchas veces la erótica y nostálgica poesía de ausencias de Luis Cernuda, los adoloridos y metafóricos cuchillos amorosos de Lorca, o los desgarrados anhelos del enamorado Juan de la Cruz.
Contiene hermosos poemas de amor. Versos de enamorado. De amor ardiente. A veces secreto, apenas sugerido o aludido. “A mi amigo W.S.”, “A.P.V. y J.J.” A veces, de signo más explícito, como en la sección de homenajes a distintos hombres queridos: a Cul D’Or, a Guidobaldo Della Rovere, a Exekías, a Aison, a Sokles, a Luis Fernando Jaramillo, Alberto Escobar o a Marcos. A veces, como los poetas y trovadores provenzales que evoca en uno de los epígrafes, A. Osorio parece escribir en clave para un pequeño círculo de amigos y admiradores. [5]
Pinta el amor en dos direcciones. Lo celebra como algarabía corporal. Fiesta o incendio (“Servicio de lecho”). Pero también evoca las cenizas del amor (“De Vana stanza I”). Momentos desaparecidos, un pasado destruido, y ofrece versos recordatorios y amorosos a sus enamorados. Son cantos sensuales y adoloridos. Señala el deterioro, el abandono y el efecto destructor del tiempo. Las marcas del amor en los objetos, lo perdido, lo que se echa de menos. Algunas pequeñas canciones o stanzas evocan lo herrumbroso y acabado. A veces ilumina los restos de las tensiones amorosas con cuerpos fracturados o labios necrosados en el ajetreo del deseo y el amor. Y habla de ausencias de amor.
El libro de ‘versos vanos’ agrupa una selección de ciento veintiún poemas que podrían haber pertenecido a distintos libros en proceso. Tiene ocho secciones muy bien estructuradas: De servicios, De Vana stanza I, De Vana stanza II, De meteora, De objetos frágiles, De homenajes, De umbra, De torsi.
Inicia con un conjunto bello y sugestivo de cinco poemas, titulado “De servicios”. Una entrada literaria servida de alusiones cultas, espacios ambiguos e insinuaciones herméticas. Lujuriosa y sensual. Donde lo exótico, lo soberbio y lo lujoso componen el escenario amoroso y acompañan el deseo. Faisanes, renos, armiños, antorchas, alabastro, ópalos, rasos y damascos ambientan estos primeros versos de ensoñación del amado y regocijo amoroso. El poeta ofrece los distintos servicios a dios: el “de la casa”, el “del campo”, el de la caza”, el “del lecho”, el “del predilecto”.
Las secciones tituladas “Vana stanza I” y “Vana stanza II”, dedicadas a Saúl, Efrén, Fernando y Luis, la primera, y a la memoria de Feliza Burstyn, la segunda, reúnen 54 poemas nostálgicos en torno a los despojos del amor. Con cada canción parece recobrar una parte del pasado. Es poesía de evocación de los ausentes, de ecos y claroscuros, de sombras y luces que se reconstruyen a través del juego de dos tiempos: desde el presente derruido se convoca el pasado, festivo e inexistente. Se repasa lo que queda del amor en lechos vacíos y dormitorios desolados. Los indicios y las claves metafóricas conducen los versos:
     
        Stanza

de allá venía la tempestad del mar en claves,
en las manos estaban las copas y los lomos.

de allá venía el verano con sus violas,
en los ojos estaban los reflejos dedos.

de allá venía un concierto para venas,
una curuba y un viento mortecino.

en la alcoba están los muros,
las violas rotas,
el clave descordado,
y el reposo de dos ojos
que la ven yacer
en el acallado mediodía.

La sección de “Objetos frágiles” abre con dos epígrafes interesantes. El primero es un texto antiguo del poeta, trovador y guerrero, Bertran de Börn (1140-1215), escrito en lengua occitana o lengua de oc, una de las lenguas romances medievales, y remite a la poesía provenzal. [6]. Los versos pertenecientes a una stanza o canción del siglo XII, hablan del final del amor. Del amor que se vuelve escozor.
El segundo epígrafe de este conjunto de poemas se dedica a Luis Cernuda, también poeta homosexual. Del amor y la ausencia. Poeta del tiempo destructor.
Catorce “Estudios” conforman una serie muy bella de poemas de evocación amorosa: de cuerpos, rostros, rastros, “fulgentes aromas”, abrazos y besos. Son dibujos producidos en el taller del pintor-poeta. De contemplación y exaltación de los cuerpos. El amor es una estación pasajera, en la que se transita de “la asfixia de los besos…al olvido” (Étude XI).

Ahora él la casa invade,
de su sabor la inunda toda,
y con susurros luminosos
la vuelve abrasadora.

*****

De agua, de vidrio,
de acero inoxidable
es su cuerpo en el desierto
de noche, de herida.

La serie corporal titulada “Torsos”, exalta la belleza del cuerpo masculino. Reúne poemas escritos entre Nueva York y San Francisco, donde el artista vivió algún tiempo. La contemplación de esculturas de muchachos jóvenes y cuerpos desnudos, en los parques, museos y exposiciones, se recrea en cuadros, dibujos y esbozos de alta intensidad sensual y poética. Habla del amor como “pasión tortuosa” de la que quedan, como en los torsos observados, destrozos, heridas y fragmentos.
“Meteora” es una bella sección de seis poemas de sugestivas analogías y simbolismos. El amor es un meteoro que espanta y aterroriza al mundo. Lo ilumina y enloquece. Se refiere metafóricamente al amor a través de fenómenos cosmológicos. Meteoros y meteoritos “escapan locamente”… “y a cada abrazo trema el universo…y se equivocan las estrellas…” (“Astronomía posicional”). “Meteora” incluye tal vez algunos de los más logrados poemas del libro.
El amor en la poesía de Amílcar Osorio une signos contrarios: es fogata y cuchillo, fiesta y labio necrosado. Sensualidad y muerte. Poemas como “Astronomía posicional”, “El tiempo del amor”, “Cuerpo celeste”, “Vana y violenta carne”, “Del lado de los sueños”, “Étude II”, “Étude VII”,”Étude X”, “Trabajo nocturno”, “Solfatara” o “La alcoba estremecida” merecen un lugar principal entre nuestra mejor poesía de amor. Conmueven. Estremecen. Incitan. Emocionan. Duelen. Hablan de la ansiedad y sensualidad del amor a través de sus restos. Evocan y reconstruyen fervorosos recuerdos. Anudan la ausencia y la presencia.

Y el lecho empolvado con los cuerpos que huyeran.
Gime el grifo del lavamanos que limpiara los rostros.

La singular mirada poética, ambivalente y corpórea, sensual y mística, gira en escorzo, selectivamente sobre el pasado. Evoca objetos, vestigios, momentos y amantes ausentes. Tiempos idos, que reaparecen fragmentariamente en el poema. Con nostalgia reconstruye el recuerdo con los restos que quedan después de que ha pasado el amor. Cernuda, en Los placeres prohibidos (1931), hablará de “besar las huellas del amor”, de “recoger los trozos que deja el huracán del amor”. Lo mismo hará Amílcar Osorio en Vana stanza, con delicadeza. Recobrar y fijar en el verso los ecos y murmullos de la breve felicidad. Recorrer las huellas corporales de habitaciones y objetos desaparecidos.

Hoy se ha tendido
junto a mí,
por breve tiempo.

Me ha dejado inundado
 con su perfume
y conmovido con la posibilidad
cercana de su cuerpo.

Ahora duerme, distante,
soñado, a mi lado.

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Contra los muros desconchados
Ni los ecos atestiguan
Besares o lamentaciones.

Amílcar Osorio fue seminarista. Y, de alguna forma, continuó siendo un hombre religioso. Su reconocida Plegaria nuclear de un cocacolo, publicada con anterioridad a Vana Stanza, es considerada como el poema emblemático del nadaísmo. En ella manifiesta los indeclinables sentimientos religiosos, característicos de los nadaístas que asistieron al seminario. [7]
Amílcar Osorio en su poesía se dirige a dios en tono apelativo. Invoca, reza y conversa con dios. Implora su acompañamiento. Le rinde distintos homenajes. Le ofrenda sus triunfos y poemas. Entre los versos de Vana Stanza encontramos junto al recuerdo y anhelo carnal, también oraciones y jaculatorias. Poemas laudatorios y de glorificación de dios. [8]

Hemos puesto dos soles, el uno tramontano
y vesperal el otro, hacia el valle de los ópalos
para evitar las variaciones en el raso.

Para ti, Senhor, hemos mutado el universo,
para que vengas a la fiesta, estival y vanidosa.

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Senhor, Senhor de las esferas,
del velludo, del don, de las arenas,
que para ti sea lo cazado por las fieras

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Somos la fiesta, Senhor,
y este damasco.

Somos la fiesta, Senhor,
y estos fruteros
y esta ventana abierta
sobre el patio de los sueños,
esta lámpara encendida
que vagamente alumbra los tapices.

Somos la fiesta, Senhor,
y esa algarabía en los salones,
y el alabastro, los limones, la luz.

Somos la fiesta, Senhor,
y para ella hemos trastornado el universo.

La rica adjetivación de los versos de Amílcar Osorio sorprende y seduce. Tiene la libertad y la imaginación para producir extraordinarias asociaciones y fusiones, para enlazar palabras de un modo que intriga, como “agua insurgente”, “susurros luminosos”, “barro tenso”, “viento altanero”, “lámpara devota”, que nos conducen a un mundo verbal de relaciones mágicas e inesperadas, donde “turbias escaleras, plumas altaneras, inquietas fricciones, plantas ampulosas, auroras simultáneas, fiesta vanidosa, carne emocionada, lecho empolvado, amantes candelas, cantares fulgurantes, torsos férvidos o silencio desierto” producen misteriosas, enigmáticas y ambiguas significaciones y contrastes.
Amílcar Osorio estudió el clasicismo, la escultura griega y romana, el Renacimiento italiano y sus cánones. Con especial interés a Andrea Mantegna, quien fue uno de sus artistas inspiradores. [9] Sus escritos contienen alusiones, erudición, vocabulario selecto y elegante, claves intrincadas para ser descifradas, hermetismo, sugerencia, importante sonoridad y múltiples efectos sensoriales. En Vana stanza se entrelazan referencias cultas, versos en inglés, italiano, francés, occitano o latín, evocaciones artísticas, epígrafes, dedicatorias. Alusiones mitológicas e históricas de dioses galos, griegos o romanos, Bel Miral, Midón, Hermes, Policleitos. Homenajes a poetas homosexuales, como García Lorca, Luis Cernuda, Juan de la Cruz y Jean Genet. Y mención de otros escritores antiguos o clásicos como Bertran de Börn, Shakespeare o Ezra Pound.
Es una poesía metafórica y sugerente. De recurrentes analogías, sustituciones y desplazamientos. De trazos sonoros, y ritmos suaves. Utiliza todos los dispositivos poéticos dirigidos a crear múltiples efectos musicales: anáforas, repeticiones, rimas interiores, asonancias, polisíndeton, rimas externas, paralelismos y sonoras aliteraciones. Juega con los sentidos y la percepción: “nostálgicas leyendas”, “rasos y damascos”, “muelles tapices”, “complicadas procedencias” o “fruteros asombrosos”. Atrapa y reta al lector a descifrar guiños y secretas insinuaciones y asociaciones. Las abundantes sinécdoques y metonimias le dan la delicadeza expresiva y el particular hermetismo.
Los poemas están cuidadosamente estructurados. Las recurrentes anáforas fortalecen su armazón. Las historias insinuadas y difusas pertenecen al recuerdo. El objeto deseado no se presenta de manera completa ni directa, sino matizado a través de sus restos, rastros, reflejos, ecos o fragmentos, que selectivamente se iluminan. La ambientación es mágica, sensual y evanescente.

un frasco con aceite de olivas,
un amuleto de espato,
unas gotas de mercurio,
una sílaba pronunciada
que puede ser el viento,
una manzana rota.

y todo colocado en la pequeña mesa
que aún el clima no ha roído.

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rotas las alcobas
de los moradores
en arcilla;
talcos interrumpidos,
repercusiones de polvos,
ecos, audiciones, delirios.

Hay que destacar en la poesía de Amílcar Osorio especialmente la cuidadosa arquitectura poética, la elección, selección y riqueza verbal, las relaciones analógicas entre lo disímil, la delicada y contenida manera de decir, los enigmáticos, ambiguos y paradójicos enlaces y asociaciones, la reconstrucción del escenario amoroso mediante el vestigio y los restos, el uso continuo de la insinuación y el indicio, la eficaz forma anafórica de construir los versos, la construcción del sentido con la negación, el refinado sentido metafórico, la riqueza de sensaciones y la bella y abundante combinación de rimas, sucesivas aliteraciones, estribillos, ritornelos y repeticiones que consolidan la fuerza y continuidad musical del verso:

      Stanza

ni aquí las manos
sobre los brazos de la silla habida.

ni los labios en los besos a los vidrios
si hubiere lluvia, a la tarde, y por casualidad.

ni los higos sobre el plato,
su sabor tampoco.
 
      Stanza

aquí no había sino sueño.
también noches con los ojos abiertos
en peregrinación por la memoria.

aquí no había sino modulaciones de la piel
y de los cuerpos enteros, ni siquiera dientes tutelares.

algunas fiebres.
y las más de las veces el silencio desierto.

de todo ello no queda
sino sangre
en las venas, quieta.

Para cerrar quisiera tomar prestadas unas palabras del poeta Eduardo Escobar, incluidas en su último libro, Cuando nada concuerda (2013), muy justas en el balance del nadaísmo y sus importantes aportes. Se extienden también a Amílcar Osorio, muy buen poeta y cuentista, tan desconocido e ignorado:

Es imposible negar que los nadaístas consiguieron el milagro de poner, por un momento, la poesía de moda, y la sociedad colombiana a tono con las angustias del siglo, con sus ilusiones más brillantes y sus peores augurios (…) El movimiento en muchos sentidos transformó el medioambiente con sus estímulos. Las pinturas, los poemas y las prosas de los artistas del nadaísmo cancelaron un viejo modo de ser y de hacer. Honraron las cosas del siglo, el lenguaje de la ciencia y los nombres de los artículos de consumo masivo, probando una nueva sensibilidad y un nuevo vocabulario que ensanchara el lenguaje poético en consonancia con los tiempos (…) La obra de los nadaístas abunda en descubrimientos felices y está por explorar. Las pinturas de Norman Mejía, los dibujos del primer Álvaro Barrios y los textos de Amílcar Osorio no han sido valorados con justicia. [10, 11]

NOTAS
1. Eduardo Escobar, en Cuando nada concuerda (Bogotá: Siglo del Hombre, 2013), habla de la experiencia conjunta de los nadaístas con los libros, cuáles les señaló Amílcar Osorio, cuáles leyeron y comentaron en grupo, cómo resolvió A .Osorio la pregunta de dios, cómo los invitaba a leer a Nabokov o a compartir sus traducciones de Rimbaud, uno de sus poetas favoritos.
2. Gonzalo Arango. Última página. Medellín: Ed. Universidad de Antioquia, 2000, p. 149.
3. Estrofas vanas o versos vanos.
4. Un diván, en las culturas persa, árabe y turca, es una colección de poemas. Obra selecta de poesías.
5. “Morada” puede evocar la vanguardista casa de arquitectura solar que construyó el poeta Eduardo Escobar en La Calera, Cundinamarca, y donde vivió Amílcar Osorio un tiempo.
6. Dante sitúa a De Börn en el octavo círculo del Infierno, decapitado y con la cabeza en la mano. Condenado por sembrador de cizaña y discordias, entre padres e hijos, y entre hermanos.
7. Amílcar Osorio, Eduardo Escobar, Darío Lemos y Guillermo Trujillo.
8. Dice Eduardo Escobar al respecto: “los nadaístas fuimos dados a escribir oraciones. Gonzalo las escribió…y Amílcar escribió su “Plegaria nuclear de un cocacolo”…y yo encabecé mis libros durante mucho tiempo con una oración…quizás porque en el seminario me enseñaron que antes de emprender una tarea había que invocar a las alturas para pedir ayuda…” (Conversación con el poeta Eduardo Escobar, 22 de julio de 2016).
9. La Universidad de Antioquia publicó en 1986 El yacente de Mantegna y otros cuentos que dan testimonio de su calidad narrativa. “El caudatario” y “Gato o soledad en la lluvia” son dos cuentos singulares, de especial interés.
10. Eduardo Escobar. Cuando nada concuerda. “Sucedió en un equívoco paraíso”, Bogotá: Siglo del Hombre, 2013, pp. 162-163.
11. Entre el rico y diverso vocabulario de Vana stanza encontramos: cuasistelas, astropulsos, airones, dogos, tremores, memorares, falipigios, inquietares, gliptotecas, quelonios, iconostasios, plexiglácicos, neumas, algerias, estalgias, acrólitos, inestares, lavoros, faciendas, triere, difro, dinós, o formix, entre otros.


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MARÍA DOLORES JARAMILLO. Doctorado en literaturas hispánicas, Universidad de París III, Sorbona nueva. Profesora Titular de la Universidad Nacional de Colombia en el área de literatura. Edição preparada por Floriano Martins. Agradecimentos a Omar Castillo, Óscar Jairo González Hernández e José Ángel Leyva. Página ilustrada com obras de Jacques Callot (França, 1592-1635), artista convidado da presente edição.


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Agulha Revista de Cultura
Número 121 | Outubro de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES




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