Nativo de Cali, hijo de sastre, heredero directo
y albacea del nadaísmo concebido por Gonzalo Arango, Jotamario es aún creyente de
la irreverencia y el doble sentido, según su coetáneo y camarada Jaime Jaramillo
Escobar, o X504, autor de un utilísimo Método
rápido y fácil para ser poeta, en dos tomos, además de una obra reconocida en su Antioquia
natal y Colombia entera. En su poema “Jotamario de Cali” lo describe: “Entre
los nadaístas, Jotamario es el cuento de nunca acabar. / Gonzalo Arango lo quería
más que a sus mujeres, / Y mucho más que a sí mismo, pues varias veces arriesgó
su vida por la de él.”
Cuando María Mercedes
Carranza llamó a los poetas locales y foráneos a su oficina para que compartieran
un whisky previo a mi lectura en Casa de Poesía Silva, anunció: “El poeta Jotamario
Arbeláez”. En el quicio de la puerta aparecía un hombre de barba recortada, gorra
marinera y abrigo de capitán de barco. Sonriente hasta las orejas hizo un saludo
general a los presentes y a mí me propinaba tremendo abrazo como si nos hubiésemos
dejado de ver por mucho tiempo, pero era la primera vez que nos identificábamos:
“Hermano, hermanito, no sabes el gusto que me causa este encuentro. Queeeé verraquera,
hermano. Alforja es la heredera del Coño Emplumado, así bautizamos acá al Corno, y qué me dices de Pájaro Cascabel. Nooo, hermano, qué maravilla
tenerte en Bogotá. Veo a Sergio Mondragón y Margaret Randall, a Thelma y a Efraín
Huerta. Bienvenido a esta que es tu tierra.” Se sentó en la primera fila muy atento
para escuchar la lectura de poemas; desde la mesa no pude evitar un juicio: sus
botas lilas desentonaban con el atuendo marinero.
Después de ese saludo
en el 2002, apareció en México su primer libro, Paños menores, publicado por
Alforja (2006) y premiado en la Venezuela de Hugo Chávez con el Internacional de
Poesía Víctor Valera Mora en el 2008,
dotado de cien mil dólares. Por supuesto, las reacciones en su país no fueron menores
que los paños y hubo quienes intentaron revocar el dictamen. El fallo fue inapelable.
Gonzalo Arango publicó
su manifiesto nadaísta en 1958 y comenzó a reclutar jóvenes para su causa entre
Cali y Medellín con la idea de que el movimiento representaba “un estado del espíritu revolucionario
que excede toda clase de previsiones y posibilidades”. Colombia no podía quedar
al margen del espíritu que embriagaba a los jóvenes de los años sesenta con la Revolución
Cubana de por medio, la generación beat, el hippismo y otros movimientos vanguardistas
que brotaron en América Latina como El Techo de la Ballena en Venezuela o los Tzantzicos
(reductores de cabeza) en Ecuador, Los Brujos de Buenos Aires, y las revistas mexicanas
El corno emplumado y Pájaro cascabel, además del ya extinto grupo
La Espiga Amotinada.
Jotamario evoca a
su maestro como un Enviado, una persona con poderes sobrenaturales. “Su mirada era
incandescente y su voz cautivadora al hacer sus prédicas al margen de una lógica
cartesiana. Sus conferencias eran tan convincentes en sus críticas contra la burguesía
que los ricachos nos invitaban a sus casas y nos ofrecían licores, nos permitían
fumar marihuana y coquetear con sus mujeres y sus hijas. La izquierda ortodoxa nos criticaba y afirmaba
que éramos los bufones de la burguesía. Gonzalo no quería cambiar el mundo, deseaba
terminar de desintegrarlo. Lo que más irritaba a la sociedad antioqueña era nuestra
negación de Dios y del trabajo. Pero no tanto el ateísmo como el llamado a la holganza,
porque allí, en la meca industrial de Colombia, el trabajo es religión.”
En su más reciente
visita a México se declaró devoto de la Virgen de Guadalupe, visitó la Basílica
y llevó consigo imágenes del símbolo más venerado por los mexicanos. Luego publicó
una crónica en la que da fe del milagro concedido por la Virgen de salvar a su hermana
de un cáncer terminal. Este custodio del nadaísmo contaba en Monterrey que al escribir
el prólogo al libro Oleajes de la sangre
–cartas de Gonzalo Arango a su madre y a sus dos hermanas monjas– el autor trataba
de tranquilizar a su familia afirmando que el nadaísmo era un azote contra los escribas
y fariseos de la Iglesia, falsa oficina de Cristo en la tierra. “Este nuevo Evangelio
de la oscuridad pretendía desmoronar la falsa moral y la hipocresía”. Por eso se
hacía llamar a sí mismo profeta y monjes a sus colegas y discípulos. En el fondo
de esas cartas, afirma Jotamario, hay una larva religiosa alimentada por un espíritu
crístico. Quizás por ello abdicó del Nadaísmo en 1971, luego de conocer a su segunda
mujer Ángela Mary Hickie, Angelita, de origen inglés –la primera fue una gringa a la que llamaba Rosa Girasol, Rosemary
Smith–, afirmando que el Nadaísmo había sido
un error, un camino equivocado que conducía a los jóvenes por el desfiladero.
En
1976, días antes de morir el Profeta, los nadaístas se reunieron por casualidad
en Bogotá. Fue una tertulia de reconciliación, estuvieron presentes Amílcar Osorio,
Eduardo Escobar, Jaime Jaramillo, Elmo Valencia, Darío Lemos, Arango y Angelita.
Jotamario le pidió autorización a Gonzalo para publicar, como prontuario del aniversario
luctuoso de su padre, una carta de despedida que le había enviado a su progenitor
y de la cual guardaba una copia.
El 25 de septiembre, cuando se celebraba en Cali la misa
en memoria de su padre, llegó hasta la iglesia un tío para darle la noticia: su
amigo Gonzalo Arango acababa de morir en la carretera a Tunja. Jotamario recordó
que le había suplicado al viejo sastre, en su lecho de agonía, que dentro de un
año exacto le hiciera una señal desde el más allá. La respuesta fue que no jodiera
con vainas espiritistas porque podía perturbar su reposo. De inmediato entendió
que la muerte de Gonzalo Arango, en la que no hubo un golpe sólido, apenas un impacto
de aire en la cabeza, era la señal paterna o de un espíritu colérico. Ya antes,
otra casualidad fatídica le había causado desasosiego. En 1960, los nadaístas cometieron
el sacrilegio de entrar a una iglesia para escupir en el cáliz y pisar las hostias.
Tiempo después, a Darío Lemos le fue amputado un pie. Jotamario preguntó al mutilado
anticristo si la gangrena había surgido en la misma extremidad que aplastó la oblea.
Lemos contestó: “Sí, pero ¿es tan infeccioso lo sagrado? Con tantas señales divinas,
Jotamario se declara ateo, nadaísta y guadalupano.
JOSÉ ÁNGEL LEYVA (México, 1958). Poeta,
ensaísta e editor. Edição preparada por Floriano Martins. Agradecimentos a Omar Castillo, Óscar Jairo González Hernández e José Ángel Leyva. Página ilustrada com obras de
Jacques Callot (França, 1592-1635), artista
convidado da presente edição.
*****
Agulha Revista de Cultura
Número 121 | Outubro de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO
SIMÕES
Nenhum comentário:
Postar um comentário