Albert Camus
Tal
vez sea el momento de hacer un balance justo del nadaísmo y sus múltiples aportes
históricos, artísticos, literarios y culturales. Para lograrlo es indispensable
deponer y dejar atrás la cadena de invenciones chismográficas, falsas acusaciones,
reiterados encasillamientos ideológicos, imaginaciones morbosas y anécdotas trilladas
que lo rodearon durante tantos años. No es aceptable que en 2018 sigamos hablando
de los nadaístas como “enemigos públicos”, ni especulando morbosamente sobre sus
orgías ficticias, ni escandalizándonos gratuitamente con los supuestos sacrilegios.
O un falso estupro. Es hora de comprender y señalar los valores de sus vidas, su
pensamiento y su escritura, con criterios culturales, filosóficos y literarios,
y no con prejuicios teológicos.
La
irrupción y presencia de los nadaístas en la vida cultural colombiana, a partir
de 1958, renovó numerosos aspectos de las costumbres y tradiciones culturales y
mentales del país que se extienden hasta nuestros días. Sus constantes transgresiones
y cuestionamientos, y su espíritu de transformación, invitaron al país a pensar
en la necesidad de modernizarse en muchos ámbitos de la vida personal, social, familiar,
ética, literaria y artística.
Pensar en contravía
fue unas de las propuestas más interesantes del nadaísmo. Entendieron que se podía
pensar distinto de los padres y de los abuelos, y aspirar a un pensamiento propio.
Los nadaístas cambiaron las ideas más comunes. Los valores. Las virtudes. Lo permitido
y prohibido. Los horarios y los ritos. Los paseos y las diversiones. Los amigos.
Sobre todo, la manera de pensar y de escribir. Y se atrevieron a cuestionar y contradecir
las más arraigadas creencias, costumbres y tradiciones históricas, literarias, políticas
y religiosas del país. A repensar muchas explicaciones y conceptos. Y a escribir
en contravía. Nietzsche les señaló la necesidad de reformular los valores para ser
un hombre autónomo y soberano. Y Fernando González les habló de la importancia de
pensar a partir de sí mismos.
Los nadaístas cuestionaron la tradición literaria
que los antecedió. La escritura en boga. La poesía “paisajística, sentimental, rosa,
trivial y rural, retórica y parnasiana, metafórica y muchas veces cursi”…que se
declaraba en 1958 la mejor, y la oficialmente consagrada, como “Teresa en cuya frente
el cielo empieza…” o “Dos lánguidos camellos de elásticas cervices…” Quisieron proponer
una nueva poética, más experimental y vanguardista. “Un cielo nuevo” dirá Gonzalo
Arango en Correspondencia violada. Una
poesía moderna, imaginativa, de asociaciones libres y arbitrarias, alejada del romanticismo,
el modernismo y el costumbrismo, y más cercana de los surrealistas, existencialistas,
dadaístas, futuristas, o simbolistas. Próxima a las vanguardias artísticas internacionales.
Cosmopolita. Una poesía que renovara y ampliara las costumbres literarias colombianas.
Así, atacaron, armados de convicción, valor y humor, las tradiciones religiosas
y políticas, lo mismo que la uniformidad artística de la literatura oficial, buscando
la modernización y apertura de la vida cultural colombiana. Gonzalo Arango se burló
de las condecoraciones y los centenarios en los que se empeñan y repiten los escritores
“elegidos” y consagrados oficialmente. Distinguió literatos de poetas. Las “momias
del Panteón” de los auténticos poetas. Funcionarios de la cultura de verdaderos
artistas. Actos académicos solemnes, de actuaciones artísticas populares. Su conciencia
estética, contra lo que pensó O. Collazos, sí fue reformadora, y renovadora. Y el
aporte literario del nadaísmo es hoy incuestionable para quien lea con cuidado y
conocimiento.
Abrieron un necesario debate intelectual:
los textos del nadaísmo que se publicaron en el suplemento literario de El Espectador y las cartas de Gonzalo Arango,
enviadas a los periódicos y amigos, proponen una ruptura ideológica, social y cultural,
y abren un necesario e importante debate en torno a las posibilidades de una nueva
estética y una nueva literatura. De una escritura distinta del parnasianismo y del
modernismo. Alejada del piedracielismo en boga. Los nadaístas ampliaron los temas
y reflexionaron sobre el bien y el mal, sobre la belleza, sobre la libertad y sus
formas, sobre nuevos valores humanos, sobre otros modelos de amor, sobre la verdad
y la mentira, sobre los valores esenciales del escritor, sobre dios y el diablo.
Y en contra de “las estéticas del utilitarismo” propusieron nuevos
cánones artísticos y renovados valores morales. Ofrecieron diferentes mecanismos
de creación y confrontación de propuestas: polémicas, diatribas, correspondencia,
encuentros, recitales públicos, conferencias, nuevos concursos literarios, entre
otros.
Renovaron la palabra: los
nadaístas comenzaron a dudar y a decirle al país lo que no había escuchado. Lo que
no quería oír. Lo que muy pocos se preguntaban en silencio. Si dios existe. Si la
resurrección es un invento del miedo. Si el amor eterno es una ingenua ficción.
Si E. Carranza, R. Maya, G. Valencia, J. Zalamea o Rojas Herazo eran los dioses
del Olimpo. “Lo interrogamos todo con repugnante sinceridad” en busca de una nueva
poesía y una palabra renovada. “Carta a un colombiano en París”, dirigida por Gonzalo
Arango a Eduardo Caballero Calderón, es un texto que aclara posiciones y principios
y reclama la modernización del lenguaje poético: dirá que “Ni E. Carranza ni R.
Maya representan la nueva poesía colombiana, así se hayan autodenominado “Los Nuevos”.
Pedro Arturo Estrada señala un lenguaje distinto y una nueva manera de ver las cosas.
Los nadaístas propusieron la ampliación de las libertades: Amílcar
Osorio y Jaime Jaramillo Escobar reinventan
su nombre. Afirman la libertad de escoger la forma de vida, la inclinación sexual,
las creencias personales, la actividad o profesión, de amar a las mujeres sin matrimonio
y sin anillo de compromiso, de decidir volver o no a misa. De ser poeta y no comerciante
o empresario. De pintar, cantar, esculpir o escribir versos sin tener que ser empleado
de un banco. Escogieron un camino distinto al más general: de acumulación de riqueza
material, de ventas e intercambio comercial. Y las lecturas de Durrell, Miller,
Sartre, Beauvoir, Nietzsche y Camus les trazaron el camino de las libertades personales
que se incorporaban en el mundo. Los más destacados nadaístas demostraron ser espíritus
libres. Hombres con amplia libertad de pensamiento, y rectores de su propia vida.
La libertad de juicio y decisión, la libertad de análisis, y el examen lógico de
los problemas, se introducen con los nadaístas en la cultura colombiana, como actitudes
permanentes y esenciales.
Defendieron la autenticidad: Como amigos y seguidores de Fernando González,
algunos de los nadaístas, sobre todo los del círculo antioqueño, heredaron y cultivaron
sus pregones esenciales. Su estilo de vida y su camino, ejemplo de autenticidad
e independencia en las elecciones, construidas a partir de sí mismo. La búsqueda
de coherencia consigo mismo. Renunciaron muchas veces a las oportunidades llamadas
burguesas y a sus valores mercantiles y cambiarios para ser ellos mismos, para seguir
su propio sendero, y convertirse en constructores de riqueza espiritual, conocimiento,
sabiduría personal, prosa, pintura, pensamiento y/o poesía.
Presentaron nuevos poetas, pensadores, y escritores fundamentales
que no se conocían ni leían en Colombia en los años sesenta: Baudelaire, Camus,
Rimbaud, Sartre, Maiacovski, Beckett, Nabokov, Durrell, Miller, Nietzsche, Gide,
Joyce, E. Pound, o T.S. Eliot, entre otros autores, que replanteaban muchas ideas
y valores tradicionales, proponían nuevos cánones literarios, y ofrecían perspectivas
modernas y vanguardistas a los lectores.
Impulsaron la crítica literaria y artística
y le trazaron nuevos rumbos. Ya no como suma de elogios, aplausos o rechazos de
amigos, e inventario de datos personales, sino como una mirada especializada, argumentada,
y analítica.
Removieron el establecimiento y las jerarquías: Las
conferencias, manifiestos, diatribas y escritos de Gonzalo Arango, y de los amigos
del nadaísmo, hicieron cimbrear el establecimiento. Repensar el orden deseable de
la vida. Debatir en la Universidad de Bucaramanga, la Universidad de Antioquia,
la Universidad de Caldas, o la Universidad Nacional de Bogotá, entre otras, los
distintos temas de política, cultura y actualidad. Se produjo progresivamente la
insurrección espiritual, y el surgimiento de un espíritu libre entre estudiantes,
artistas e intelectuales, impulsado por los nadaístas y sus lecturas vanguardistas.
Convirtieron la poesía
en un evento multitudinario. Colombia no conocía los grandes recitales
públicos de poesía en calles, plazas, y universidades. La poeta chileno-peruana
Raquel Jodorowsky al asistir al Cuarto festival de arte de Cali, invitada por Gonzalo
Arango, dice: “El grupo nadaísta es un milagro. Por algo son muy combatidos. Yo
nunca había visto un pueblo entero viviendo la exaltación de la poesía como un partido
político.” La poesía salió del salón privado a la calle, al parque, a la plazoleta.
Pasó de los oídos aristocráticos a ser escuchada por todos. De evento para minorías
a disfrute de mayorías. Ni Eduardo Carranza, ni Rafael Maya, ni Guillermo Valencia,
ni Jorge Zalamea recitaban o leían poesía para el pueblo, ni en espacios populares.
Denunciaron y cuestionaron:
En una cultura y en una tradición acostumbrada al silencio, a ocultar, y a negar
los hechos, las actitudes abiertas y transparentes de Gonzalo Arango y de los nadaístas
ofrecieron un valeroso y significativo ejemplo de cambio de ruta. Gonzalo Arango
se indignó con los atropellos humanos. Con el maltrato y la esclavitud impuestos
a los indígenas huitotos. Con los inmerecidos favoritismos culturales. Con los hinchados
poetas oficiales. Con la falta de modernidad de nuestra poesía de los años sesenta
y setenta. Con la ausencia de oportunidades para los artistas jóvenes. Con la endogamia
poética. Sus textos abrieron un nuevo camino reflexivo a los intelectuales y estudiosos
del país, que tiene plena vigencia, y que, desafortunadamente, J.G.Cobo Borda no
supo valorar.
Los
nadaístas denunciaron con valor. Criticaron. Reclamaron comprensión y solidaridad.
Representaron escritores sensibles y conscientes ante su mundo y su tiempo. En sus
escritos se registran las anomalías, desequilibrios e injusticias. Cuestionan la
guerra de Vietnam, las políticas comunistas restrictivas y represivas frente a los
intelectuales y artistas, la dignidad y los derechos humanos de los más débiles
o desgraciados, la libertad e independencia del arte con respecto a los mandatos
e intereses de la política o la religión.
Influyeron en la resonancia colombiana y latinoamericana.
Los nadaístas lograron influir e impulsar otros movimientos culturales latinoamericanos
similares. Dice al respecto Eduardo Escobar: “La generación nadaísta y los movimientos
latinoamericanos que alimentó su insurgencia, el Techo de la ballena en Venezuela,
los Tzántzicos en Ecuador, los Mufados en Argentina, fueron el primer aroma o el
primer acto de las rebeliones que se avecinaban…” Los actos, palabras, proclamas
y testimonios de los nadaístas generaron cambios en la literatura y la visión social
y cultural de muchos pares nacionales y latinoamericanos. La revista Nadaísmo 70 se distribuyó en 15 países. Revistas
literarias y culturales de México, Venezuela, Cuba, Ecuador y Argentina publicaron
y comentaron con entusiasmo los trabajos de los nadaístas y reconocieron su liderazgo
continental.
Reflexionaron e impulsaron nuevos valores.
Dice Gonzalo Arango en un texto incluido en Obra
negra: “El nadaísmo se fundó como respuesta a las razones tradicionales de la
vida. Es, en su más profundo significado, un imperialismo de la negación para defender
al individuo de las amenazas que se ciernen sobre él, en esta época de abdicaciones
de la libertad y de insurrección de masas totalitarias que levantarán un patíbulo
para el poeta, el santo, el loco, el místico y el bandido, los eternos héroes del
espíritu, sin cuya presencia nos negamos a vivir, pues no podríamos dormir sin el
sueño del superhombre”. Con los ecos de Nietzsche se inicia la tarea de cuestionamiento
y transformación de los valores. “Este anarquismo crítico que hemos formulado dará
origen a nuevos valores y a un renacimiento. Éste es el invisible, pero efectivo
aporte de nuestro nihilismo activo...”
La
correspondencia entre los nadaístas ofrece una lección reflexiva sobre la gestación
de nuevos valores. La mayoría consideraba que el escritor debía guardar independencia
frente al establecimiento y el poder. Que la literatura debía estar fuera de la
corte. La ruptura temporal con Gonzalo Arango, por sus elogios al presidente Carlos
Lleras, invita a pensar en los valores que en su momento defiende el colectivo.
Y la correspondencia ofrece las respuestas de parte de Gonzalo Arango, quien reclama
a sus colegas realismo, menos purismo, y exalta y recuerda, por encima de las diferencias,
el valor de la amistad.
Los
nadaístas ofrecieron muy temprano una nueva mirada frente a los grandes prejuicios
de todo orden: racismo, machismo, ateísmo y homosexualismo. Permitieron la inclusión
en el grupo de los poetas homosexuales, sin estigma, ni rechazo. Leyeron escritores
y pensadores prohibidos, no creyentes, y conversaron con naturalidad sobre ateísmo
y sexo. Convivieron con los negros del Chocó. Visitaron a los indígenas del Vaupés.
Durmieron en las calles. Convocaron y estimularon a los jóvenes a leer y escribir
nueva poesía. A no temer convertirse en poetas. A leer y familiarizarse con las
vanguardias y la nueva poesía universal. Cuestionaron las supersticiones. Jaime
Jaramillo Escobar, en carta dirigida a Eduardo Escobar, comparó los múltiples efectos
del nadaísmo con una “revolución psicológica”.
Propusieron nuevas ideas estéticas y nuevos cánones: Gonzalo
Arango acusa y ofrece invectivas y diatribas con dura ironía. Se refiere a los escritores
oficiales como “vates y letrados de parroquia”, “momias”, “genios municipales”,
“rufianes letrados”, “poetas que han envilecido la poesía”, “pléyade de impostores.”
Alude
con estos epítetos a Rafael Maya, Eduardo Carranza, Guillermo Valencia, Jorge Zalamea,
Epifanio Mejía, Eduardo Caballero Calderón, y/o Julio Flórez. Es decir, a la nómina
de los escritores consagrados por los textos oficiales, leídos en los colegios y
universidades de los años 60, 70, y privilegiados por el poder.
Y ante
la dificultad de publicar, y “la conspiración del silencio que se gestó contra el
nadaísmo”, G. Arango contrapone nuevos conceptos: “Nuestra poesía no es para ser
publicada sino para ser vivida, para salir por la puerta de la casa en busca de
una mujer, de un amigo, o del aire.” Resalta una novedosa función vital y nutritiva
de la poesía y le abre nuevas posibilidades. El uso, la finalidad y el servicio
de la poesía se replantean y ensanchan. Introducen poco a poco las ideas estéticas
de Flaubert y Nabokov y sus preocupaciones alrededor de la escritura. Así como Dewey
trató de reformar el significado de la democracia, y Rawls los roles y relaciones
de la filosofía y la política, el nadaísmo se esforzó en reformular los horizontes
estéticos. Y renovó los cánones de la poesía colombiana y su lenguaje. Los nadaístas
expusieron nuevas propuestas estéticas en las distintas conferencias, textos y correspondencia.
Gonzalo Arango las afirma en sus cartas. Eduardo Escobar las señala y comenta en
sus libros ensayísticos: Cuando nada concuerda
(2013) y Cabos sueltos (2017).
Elaboraron trabajos colectivos. Los
nadaístas escribieron en equipo manifiestos, documentos, declaraciones, poemas-canciones,
cartas y diatribas. La creación colectiva se convirtió en forma amurallada de protección
y defensa. Como en Fuenteovejuna. Los
primeros manifiestos nadaístas fueron tejidos conjuntamente. El manifiesto amotinado
y el Primer manifiesto. Todos a uno aceptaron firmar. Con predominio de la puntería
sobre el ego. Existen documentos colectivos como la convocatoria, anuncio y condiciones
del Premio de poesía Cassius Clay, escrito por G. Arango, con la firma de todos.
G. Arango habla en Correspondencia violada
de “libros en pandilla”. Y su influencia se extiende al teatro colombiano de creación
colectiva, que llega hasta nuestros días, como lo reconoce, por ejemplo, el teatro
Matacandelas.
Cuestionaron el arte comprometido: Obra negra incluye un texto fundamental de Gonzalo
Arango que cuestiona el “arte comprometido”, de moda en los años 60 y 70, y que
algunos escritores de izquierda tratan de prolongar hasta nuestros días. El poeta
señaló hace más de 50 años sus reducciones y límites. Sus contradicciones. Defendió
principios básicos de independencia entre el arte y la política y abogó por la amplitud
y libertad de temas, miradas, tonos, y posiciones del artista… El primer compromiso
de la literatura es con la literatura, dirá. El único compromiso del escritor es
con su escritura. El arte que sirve a la belleza y a la vida es el arte real. El
arte que sirve intereses particulares es un arte enajenado. Estas opiniones de Gonzalo
Arango son muy claras frente a las tendencias del arte comprometido, el realismo
socialista, y el obligado compromiso del escritor. Y se expresan y desarrollan desde
los inicios del nadaísmo, marcando distancias y diferencias, en cartas y manifiestos,
con los escritores militantes. La misma posición crítica e independiente se expresa,
hasta nuestros días, en los artículos, ensayos y columnas del poeta E. Escobar.
El
cuestionamiento que hizo el nadaísmo de
las teorías del realismo socialista, su
intento de dominar y legislar el arte, y del llamado escritor comprometido, que
forjaron los países de la izquierda leninista contra las teorías del arte por el
arte y las vanguardias, fue, y sigue siendo, un aporte fundamental. Puestos a escoger
entre Rimbaud, Verlaine, Baudelaire o T. S. Eliot ,y los cánones uniformes impuestos
por el marxismo, G. Arango declara la necesaria libertad del poeta frente a temas,
formas, cánones, y normas exteriores, y su independencia frente a “estatutos revolucionarios”.
Su condición de artista independiente y autónomo no casa con las tendencias del
compromiso que instala la moda. Los nadaístas no coinciden con los ideales bolcheviques
del hombre masa y el estado todopoderoso. Defienden las libertades individuales.
La libertad íntima de expresión. Las libertades civiles. Son también muy claras
al respecto las palabras de Eduardo Escobar en Cabos sueltos. Los nadaístas rechazaron el dogmatismo marxista,
la ortodoxia comunista, el espíritu doctrinario, y la imposición de la llamada “literatura
comprometida que no es más que una vaga generalidad escolástica, de esas que limitan
y sofocan el bello y fuerte ímpetu creador”.
G.Arango
en sus amistosas cartas-conversaciones con el poeta ruso Evtuchenko, cuestiona con
valentía y lucidez la visión reductora y uniformadora del arte de los comunistas
y señala con claridad sus diferencias. Se refiere a los “conceptos acartonados”
y a “sus ideas fijas”. Al desconocimiento de la esencia del poeta y a la negación
de su libertad y capacidad creativa. Sus ideas estéticas tienen hoy, año 2018, completa
vigencia. Y sirven de reflexión para muchos de nuestros escritores que siguen censurando
y etiquetando como reaccionaria la libertad de pensamiento en la escritura.
Defensa de la honra y la dignidad.
Constituye un significativo y ejemplar aporte la defensa que hace Gonzalo Arango
de su honra y dignidad. Contracusa a Jorge Zalamea que lo calificó de agente de
la DEA. Sus palabras edifican la casación de una calumnia. Sin dinero ni abogados,
los nadaístas tuvieron que defender su buen nombre y aprender a defenderse de injurias,
vilezas y calumnias con su inteligencia y su propia escritura. La palabra del uno
contra la palabra del otro. El testimonio como prueba. Y surge la diatriba con su
poder dinamitero. Quedan hoy entre las cartas dos importantes textos: “Las jeremiadas
de Zalamea” y “El señor Burundún Burundanga no ha muerto, pero apesta”.
Gonzalo
Arango y Eduardo Escobar siguen ofreciendo una reflexión muy importante en torno
al artista como hombre común. El artista se desmitificó. Se bajó de la torre de
marfil, se separó de los dioses. Los nadaístas hablan de las dificultades y éxitos
del hombre. De sus amores y desengaños. De sus ilusiones y fracasos. De la pobreza
material. De la fría soledad. Y presentan la condición humana del artista, soñador
y sufriente, que tiene que luchar contra el hambre o las envidias, los odios o el
alquiler, las deformaciones de la honra, o la dificultad de publicar y editar sus
trabajos.
El esencial humor: la
escritura de Gonzalo Arango es muy agradable y salpimientada con muchas formas de
humor: sutil, juguetón, afinado, bailador, suave, negro, o sarcástico…lo mismo que
se intercala en abundancia en los escritos de Eduardo Escobar y/ o Jaime Jaramillo
Escobar. Los nadaístas sacudieron con la risa el mundo establecido, rígido, serio
y formal. El humor permeó la vida cotidiana, la literatura y la cultura del país.
Y constituyó un gran aporte para una capital tan tiesa y tan maja.
Continuando la tradición literaria de Tomás Carrasquilla,
Fernando González y León de Greiff, los nadaístas renovaron los gustos literarios
del país, y ayudaron a sacar la literatura colombiana de la rigidez predominante
con su diverso y abundante humor. Ofrecieron un nuevo escenario festivo. ”El humor
fue para nosotros una terapia de urgencia en una república solemne que por cualquier
nadería convoca un Te Deum con cardenal a bordo y el presidente y su bostezante
gabinete, y que confunde la seriedad con la gravedad y lo ampuloso con lo bello”.
El pregón de la risa frente a la seriedad y solemnidad bogotanas amplió las fronteras
de la literatura, recuperando los rieles de las mejores tradiciones antioqueñas
y universales. El humor y la ironía, necesarios y excelsos componentes
del buen arte, abundan en la escritura de los nadaístas. E intensifican la alegría
y el placer de la lectura. La crítica bogotana no los entendió.
Los
nadaístas condujeron en Colombia una pertinente
y valiosa reflexión, -impulsada por el pensamiento de Sartre y los existencialistas-, sobre la lectura y la escritura,
y los caminos de la literatura, en instituciones, parques, escuelas, plazas,
librerías y academias. Inauguraron un diálogo precoz, lúcido e iluminador, entorno
a los fines, la naturaleza, las libertades esenciales, y las funciones de la literatura,
que fue formulado por los nadaístas antes de que llegaran a las academias colombianas
Baktine y Barthes y Kristeva, y los estructuralistas, y los semiólogos, y los psicoanalistas
que también recorrieron esos caminos. Un diálogo modernizador iniciado por Gonzalo
Arango, el mayor en edad, y que continúa hoy abierto con la enriquecedora escritura
y los libros reflexivos de Eduardo Escobar, el más joven del grupo.
Muy
importante fue la desmitificación de la religión y el dios católico: El manifiesto al congreso de escribanos
católicos celebrado en Medellín en 1959, es un texto fundamental: Atrevido,
jocoso, irónico, y valiente. Los nadaístas, influenciados por el pensamiento de
Nietzsche y de Russell, se declaran tempranamente escépticos frente a las llamadas
verdades reveladas. Dios. Diablo. Pecado. Infierno. Segunda vida. Distantes de la
moral oficial, cuestionaron con ironía y humor la metafísica del catolicismo. Promesas.
Dogmas. E ilusiones. Su valiente postura crítica e iconoclasta marcó distancia con
el viejo orden señalando otras alternativas al pensamiento y a la vida.
Gonzalo
Arango, un escritor con recurrentes oscilaciones y contradicciones, regresa al final
de su vida al misticismo y a la religiosidad bajo la influencia de su última novia.
Los primeros manifiestos, escritos y proclamas sintetizan las propuestas más
independientes, reflexivas, y avanzadas. Y corresponden a las lecturas más importantes
y a las posturas intelectuales más sobresalientes del movimiento. El nadaísmo, dirá
G.Arango. “se fundó como respuesta a las razones tradicionales de la vida.” Si después
regresa a algunas posiciones tradicionales, no podemos dejar de entusiasmarnos con
su visión, de hombre libre, y leal consigo mismo, que plasma en los primeros manifiestos
y cartas, y que recogen posteriormente algunos textos de aguda puntería de Última página y Obra negra.
Para
terminar esta reflexión y evaluación de los logros y aportes del nadaísmo quisiera
ceder la palabra al poeta Eduardo Escobar quien hace un balance detallado en sus
libros de ensayos Cuando nada concuerda
(2013), y Cabos sueltos (2017):
“La
obra de los nadaístas abunda en descubrimientos felices y está por explorar. Las
pinturas de Norman Mejía, los dibujos del primer Álvaro Barrios y los textos de
Amílcar Osorio no han sido valorados con justicia.” (…) Las pinturas, los poemas
y las prosas de los artistas del nadaísmo cancelaron un viejo modo de ser y de hacer.
Honraron las cosas del siglo, el lenguaje de la ciencia y los nombres de los artículos
de consumo masivo, probando una nueva sensibilidad y un nuevo vocabulario que ensanchara
el lenguaje poético en consonancia con los tiempos.” “Algunos críticos embotados
por los prejuicios pretenden descalificar (…) y negar los logros del nadaísmo. Pero
es imposible negar que los nadaístas consiguieron el milagro de poner, por un momento,
la poesía de moda, y la sociedad colombiana a tono con las angustias del siglo,
con sus ilusiones más brillantes y sus peores augurios...Y los jóvenes más puros
y auténticos y más necesitados de verdad aún recurren a la poesía del nadaísmo.”
Creemos
que la crítica bogotana fue bastante mezquina y miope, y que algunos críticos antioqueños
también se equivocaron en su intento evaluativo: Carlos Gaviria, que dijo que el
nadaísmo era más importante como crítica social que como literatura. Una afirmación
incompleta, que desconoció la existencia de los elementos propiamente literarios.
Como el excelso trabajo poético de Amílcar Osorio, o algunas páginas de amplio contrapunto,
humor e ironía de Gonzalo Arango, de alto valor tanto crítico como literario. Y
por pesar el tamaño de las obras, no percibió la calidad y pertinencia de los ensayos
de Eduardo Escobar. Y Alberto Aguirre, quien afanado en descalificar y disminuir
a los nadaístas, y recopilando una vieja inquina, ofreció una crítica parcializada
y tendenciosa.
La revista de la Universidad de Antioquia en su
número 327 inicia un nuevo camino: camino necesario y riguroso de estudio y análisis
de los distintos valores de la escritura y la pintura de algunos nadaístas, distanciándose
de la crítica mayoritaria, recicladora de chismes y anécdotas trilladas.
MARÍA
DOLORES JARAMILLO. Doctorado en literaturas hispánicas, Universidad de París III,
Sorbona nueva. Profesora Titular de la Universidad Nacional de Colombia en el área
de literatura. Edição preparada por Floriano Martins. Agradecimentos
a Omar Castillo, Óscar Jairo González Hernández e José Ángel Leyva. Página ilustrada com obras de Jacques Callot (França, 1592-1635), artista convidado da presente edição.
*****
Agulha Revista de Cultura
Número 121 | Outubro de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO
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