I | Inicio estas recreaciones de la poesía
escrita por algunos de los poetas Nadaístas, recordando un poema que publiqué en
mi cuaderno Vestuario de 1979, titulado
“Nadaísmo”. Escrito 20 años después del primer manifiesto fundacional del grupo.
Y con el cual quería evidenciar algunos de los significados que las acciones de
los Nadaístas implicaron en el momento cuando, con sus confrontaciones públicas,
provocaron la atención de los medellinenses y de los colombianos sobre la necesidad
de romper con la obnubilada conciencia que nos hace presa fácil de la ignorancia
y la violencia ejercida y manipulada por
el poder económico, político y religioso. Dice el poema:
Nadaísmo
El desahucio entró por las escalas
Y partió
En partos de dolor constante
Los condicionados incógnitos
Que se hallaban
Incrustados al pie de la puerta
Remachados y soldados.
El desbarajuste invadió lo constituido
Y una estela de humo
Invirtió las fuentes
Tratando de contener lo iniciado
Por las ventanas
Que dan al pie de las escalas…
Para aproximarnos a 1958, año cuando
el grupo Nadaísta irrumpe en el medio cultural del país, es necesario intentar hacernos
a algunas de las situaciones sociales, políticas y culturales por las que atravesaba
Colombia desde hacía ya más de tres décadas. Momentos llamados, de forma casi gratuita,
los años de la “violencia en Colombia”, los mismos que propiciaron en la conciencia
nacional prácticas e imaginarios tan aberrantes como la alucinante aplicación del
“corte de franela” que hizo al país merecedor de figurar en el diccionario de los
horrores producidos por la humanidad a lo largo y ancho de su historia. El “corte
de franela” como una estrategia para sembrar en el campo colombiano el terror a
diestro y siniestro.
Al mismo tiempo, la cultura colombiana
producía los más acuciosos puristas de la lengua española. Estudiosos que imponían
su ley armados de preceptivas hechas decreto para regir el bien decir y escribir,
puristas que confundían el uso del diccionario con una visita al museo de las palabras
petrificadas en la inutilidad de sus significados.
Así, los dirigentes controlaban la
nación a punta de incestos y violaciones confesados en el bien decir de sus rezos
diarios, oraciones inspiradas en los orígenes coloniales de sus apellidos, mientras
en los campos rojos y azules practicaban los “cortes de franela” y zanjaban a machete
los vientres de las mujeres para extirparles los fetos. Mientras sus académicos
e intelectuales ejercían el control del pensamiento en las aulas donde la retórica
de camándula, confesión y comunión dominical era la materia que dominaba el pensum.
Ese escenario de muerte y despojo
impuesto en el territorio nacional propició que grandes terratenientes y nuevos
poderosos hicieran empresa en los campos diezmados y en las ciudades que crecían
con los desplazados que huían para terminar convertidos en seres despojados de su
dignidad, y en mano de obra barata al servicio de los de camándula y apellidos de
genealogía nobiliaria.
Con la violencia partidista se impusieron
el fraude moral, económico y político. Hazaña que le permitió a la clase dirigente
fundar la empresa de la violencia en Colombia. La misma que tantos réditos sigue
produciendo.
Así era el país de las abstractas
y eficientes aberraciones entre rojos y azules, así era cuando los integrantes del
grupo Nadaísta proclamaron su primer manifiesto, e hicieron públicas sus críticas
que ponían al descubierto lo solapado y usurero de quienes presumían defender los
intereses de la nación. Críticas que despertaron las iras y condenas de esa clase
todopoderosa, acostumbrada a crear exterminio y humillación.
El Nadaísmo puso en evidencia las
empinadas escalas hacia el fondo por donde tantas generaciones en Colombia
seguimos viendo desaparecer nuestras opciones para tener una existencia digna. Y
si reparamos en los actos arriba nombrados, muchos de esos siguen siendo práctica
a derecha e izquierda.
En
1958 se publicó el primer manifiesto Nadaísta, redactado y firmado por Gonzalo Arango.
Sucedía en Medellín, ciudad donde la usura y el oscurantismo se campean como amo
y realidad indivisible y única. En dicho manifiesto Gonzalo Arango dice, cito fragmentos:
“El Nadaísmo es un estado del espíritu
revolucionario, y excede toda clase de previsiones y posibilidades”.
[…] “Destruir un orden es por lo menos
tan difícil como crearlo. Ante empresa de tan grandes proporciones, renunciamos
a destruir el orden establecido. La aspiración fundamental del Nadaísmo es desacreditar
ese orden”.
[…] “En esta sociedad en que la
mentira está convertida en orden, no hay nadie
sobre quién triunfar, sino sobre uno mismo. Y luchar contra los otros significa
enseñarles a triunfar sobre ellos mismos”.
Así
decía Gonzalo Arango, polemista y promotor del Nadaísmo. Es evidente que desde su
fundación, más que un programa poético o literario, el Nadaísmo es una propuesta
para asumir un comportamiento vital ante los retos que debe enfrentar la vida de
cada ser humano. Empero, en el mismo manifiesto quedan insertas algunas líneas que
muestran ambigüedades en el pensamiento de su fundador y que resultarán en un profetismo
insulso. Dice:
“El ejercicio poético carece de función
social o moralizadora. Es un acto que se agota en sí mismo, el más inútil del espíritu
creador”.
[…] “La poesía es, en esencia, una aspiración
de belleza solitaria. El más corruptor vicio onanista del espíritu moderno”.
Ambigüedades
o contradicciones en medio de una apuesta arriesgada y valiente como lo fue la del
grupo Nadaísta en sus primeros años.
El
grupo Nadaísta fue un
movimiento vital y contestatario que confrontó las realidades de Colombia y el mundo.
Es evidente que su principal fortaleza se establece en la literatura, inicialmente
en sus manifiestos y escritos polémicos, en los que reflejaban su protesta y su
deseo por contravenir los valores que imponía una sociedad solapada y corrompida
en su moral.
II | Desde sus inicios, y aún hoy, se intentó
minimizar el impacto de las polémicas propiciadas por el grupo Nadaísta, inclusive
su poesía, señalándolos de epígonos de las Vanguardias que en las tres primeras
décadas del siglo XX sacudieron los órdenes del arte y la cultura de Occidente.
En particular, se les quería rebajar a simples copiones de las experiencias del
grupo Dada y del grupo Surrealista. Tales reproches resultan insulsos cuando es
un hecho que las Vanguardias históricas permearon el arte y la cultura de todo el
siglo XX, y no sólo en Occidente. Los Nadaístas, afortunadamente, fueron lectores
y buscaron con sus lecturas reconocer y aprehender del vigor y de los deslices de
la tradición cultural de la cual se sabían parte. Es obvio que estudiaron las Vanguardias
y se nutrieron de ellas, así se ponían al día con las corrientes vitales de la literatura
y el arte de Occidente y del mundo, lo cual resulta higiénico, lo grosero es cuando
se ignora lo que nos antecede. Muchos de los autores, cuya lectura fue fundamental
para los escritores y poetas que se consideran,
generacionalmente, posteriores al Nadaísmo, fueron introducidos por el grupo Nadaísta.
Haciendo parte fundamental de los
movimientos que hicieron posible las Vanguardias históricas, aparecen poetas y artistas
hispanoamericanos. Son de destacar las contribuciones del poeta Vicente Huidobro,
quien además de impulsar su Creacionismo desde 1918, fue figura vital para la poesía
y la literatura de Europa e Hispanoamérica. Otro es el poeta César Moro quien desde
1925 se asocia al grupo Surrealista de París. También son reconocibles las contribuciones
de César Vallejo, en Trilce y el Neruda
de Residencia en la tierra. Su presencia,
su obra nutrió y participó en el impulso del grupo Nadaísta, pues en medio de la
eclosión que el grupo consideraba necesaria, tanto en la vida cotidiana como en
el arte y la poesía, no ignoraban las fuerzas de fundación y ruptura que mantienen
viva una tradición, del oxígeno explosivo que permea una lengua y su capacidad creadora.
Entre los integrantes del grupo Nadaísta
se dan algunas de las presencias más características de la poesía escrita en Colombia
después de 1950. De ellos surgen voces que permiten distinguir el inicio de un dibujo
poético con ritmos y matices que rompen con el canon retórico impuesto hasta entonces
(canon que presenta escasas excepciones a lo largo y ancho del panorama poético
en Colombia, valga recordar algunas de esas excepciones: José Asunción Silva, Porfirio
Barba Jacob, León de Greiff, Fernando Charry Lara, Héctor Rojas Herazo y Álvaro
Mutis). Dicho dibujo empieza a mostrarse en los poemas que publican los Nadaístas
en periódicos y revistas, y se hace más nítido en la primera muestra antológica
que reúne Gonzalo Arango en 13 poetas nadaístas,
publicada en Medellín en 1963.
13
poetas nadaístas se
abre con un texto de Gonzalo Arango titulado “La poesía Nadaísta” del cual copiaré
algunos párrafos que considero oportunos para hacernos a una atmósfera de la poesía
propuesta en dicha antología:
“Esta
belleza no tiene la culpa de ser así.
No
se excusa por ser tan antibella”.
[…]
“No es para almas platónicas, equilibradas, ni razonables. No tiene nada que ver
con la nostalgia de un mundo mejor, ni con el sueño de otro mundo. Se instaló en
su tiempo, porque era allí donde tenía que instalarse, bajo un cielo de dolor, brutalidad
y agonía”.
[…]
“Nuestro mundo actual no tiene nada de saludable, de tranquilo y sensato. En este
manicomio residen muchedumbres de locos, lujuriosos y alienados. La Civilización
es la tumba en que vivimos”.
[…]
“La respuesta del poeta a este estado de zozobra y perpetua insensatez, es esta
imagen de belleza airada, rota, dudosa, fiel reflejo de los sucesos y del caos en
que estamos sumergidos”.
[…]
“Esta poesía es así, como la vida: visceral y animada como un organismo cuya raíz
se hunde en las convulsiones y crece respirando el aire envenenado del siglo hacia
un cielo sin salvación”.
[…]
“Cada poeta, en cada tiempo y lugar percibió de otra manera el fenómeno singular
de su existencia. La poesía es la respuesta de esa percepción”.
[…]
“La relatividad del Infinito no es menos admirable que la libertad soberana de la
imaginación. La grandeza del alma consistirá ahora en descubrir la belleza en la
contingencia, y la eternidad en lo perecedero”.
Los 13 poetas incluidos son: Gonzalo
Arango, J. Mario, Amílkar U, Alberto Escobar, Eduardo Escobar, X-504, Elmo Valencia,
Mario Rivero, Darío Lemos, Humberto Navarro, Guillermo Trujillo, Diego León Giraldo
y Jaime Espinel.
En ella se pueden leer los poemas
de tres de los poetas que con su voz y estilo empiezan a señalar rutas para la poesía
que se escribe por esos años, no sólo en Colombia, sino en los países de lengua
española. Esos poetas son, en su orden cronológico, Jaime Jaramillo Escobar (1932),
quien firmaba como X-504, Amílcar Osorio (1940-1985), quien firmaba como Amílkar
U, y Alberto Escobar Ángel (1940-2007). Con el paso de su producción estos tres
poetas hacen más nítida su huella poética, la que se puede leer en los libros de
poemas que irán publicando. El itinerario de Jaime Jaramillo Escobar se puede seguir
en Los poemas de la ofensa (1968), Sombrero
de ahogado (1984) y Poemas de tierra
caliente (1985). El de Amílcar Osorio se reúne en Vana Stanza, Diván selecto 1962-1984 (1984), donde antologa sus libros
inéditos de poesía. El itinerario de Alberto Escobar Ángel se abre con Los sinónimos de la angustia, extenso poema
en XII numerales, incluido en los 13 Poetas
nadaístas en 1963, La canción del cantante
y odaísta Andreas Andriakos y Tres cantos
a la manera elegíaca (1989), El archicanto
de la lábil labia & Las honras del lecho (1992) y Estro estéril (2008), libro donde se reúne su poesía publicada y la
inédita escrita entre 1957 y 2004.
De
la nada al nadaísmo,
Bogotá 1966, es la segunda antología que prepara Gonzalo Arango para difundir la
escritura del grupo Nadaísta. El libro se abre con una nota de Héctor Rojas Herazo
donde celebra la irrupción Nadaísta que, según él, “encarna el peligro, el frenesí,
el desorden, la claridad y la esperanza”. A manera de referencia sigue una “genialogía
de los Nadaístas” incluidos en la muestra, los cuales son: Gonzalo Arango, Elmo
Valencia, Amílcar Osorio, Fanny Buitrago, X-504, J. Mario, Mario Rivero, Eduardo
Escobar, Tadheo, Elkin Restrepo, David Bonells, Jan Arb, Armando Romero y Humberto
Navarro. Esta segunda muestra incluye manifiestos,
cuentos y poemas, contenido que le permite al lector hacerse a una noción de las
búsquedas literarias por las que cruzaban los integrantes del grupo. En De la nada al nadaísmo se incluyen autores
que no están en los 13 poetas, y se dejan
por fuera otros que aparecen en esta.
“Poesía y terror”, uno de los textos
que de Gonzalo Arango aparece en De la nada
al nadaísmo, es una refundición del texto “La poesía Nadaísta” con el que se
abre la lectura de los 13 poetas. El mismo,
ya titulado “Manifiesto poético”, reaparece, con otras modificaciones, en Obra negra, antología que de la obra de Gonzalo,
preparada por Jotamario Arbeláez, se publicó en 1974. Las variantes que sobre un
mismo texto ejerce Gonzalo Arango, permiten ver las reflexiones por las que atravesaba
el principal difusor del grupo Nadaísta. Esas y otras reflexiones y actitudes irían
haciendo las distancias o las aproximaciones que entre los integrantes del grupo
se fueron sucediendo.
III | Una mirada a la poesía que, desde
1950, se estaba escribiendo en Hispanoamérica y en España, permite evidenciar que
las contribuciones del grupo Nadaísta respondían al oxígeno de su época, el de la
revuelta y la búsqueda de otros significados para la vida, la cultura y la literatura.
Si se tienen en cuenta las violentas condiciones sociales y el régimen retórico
y de convento circense que padecían la vida, la cultura y la literatura colombianas
por esos años, resulta admirable la capacidad del grupo Nadaísta para, con su alerta,
sus posturas y creaciones, sacudir la desidia de algunos hasta contagiarlos de otras
visiones posibles para la vida y el arte.
Los poemas escritos por los poetas
del grupo Nadaísta, le donan al panorama poético colombiano, atmósferas verbales
plenas de ritmos, fluidez, estructuras arriesgadas en su concepción de la imagen,
en su distinto allanar el vacío para aprehender y hacer aprehensible la metáfora.
Con ellos la poesía en Colombia entra de lleno en el ritmo, en la analogía delirante
que avanza por la realidad que se expande y contrae mientras produce estelas de
metáforas inauditas, al tiempo que reveladoras de la condición humana y del universo.
De sus instintos y de sus anhelos y fracasos.
El grupo Nadaísta tiene un antecedente
directo, Álvaro Mutis, quien con su libro Los
elementos del desastre, publicado en 1953, alcanza un nivel hasta entonces no
posible en otro poeta colombiano en el siglo XX. Las estructuras donde él vacía
sus poemas, la propiedad sobre su lenguaje y los ámbitos donde sucede su inaudito
poético, le permiten crear las imágenes con las que su poesía se hace una de las
más vigorosas de la lengua española. Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo Escobar, Amílcar
Osorio y Alberto Escobar Ángel lo supieron identificar, leer y escudriñar para el
beneficio de su propia escritura.
Los detractores del Nadaísmo, antes
y ahora, se reúnen en el coro de las antipatías literarias para decir, como si fueran
una sola voz, que el Nadaísmo no aportó nada a la escritura literaria y poética.
Lo cierto es que el agujero del Nadaísmo existió y dejó para la tradición literaria
de Colombia e Iberoamérica obras que merecen ser leídas. Una tradición es un acumulado
de aciertos y desaciertos, los mismos que hacen necesario el movimiento de fundaciones
y rupturas. No acudir a revelarlos en su proporción y aporte, es propiciar la ignorancia.
Del grupo Nadaísta se cuentan anécdotas,
se traman leyendas, se arman biografías fantasmagóricas, se especula sobre lo esperpéntico
de sus actuaciones, en fin, se dice aquí y allá en son de broma, en son de chisme.
Lo perturbador es que no se encuentran reflexiones sobre lo publicado por los Nadaístas,
pareciera que quienes hacen alarde del anecdotario Nadaísta no hubiesen leído sus
obras. El reconocimiento o la negación de una obra debe fundarse en el conocimiento
de la misma, por ello creo oportuno leer la literatura escrita por quienes hicieron
posible el movimiento Nadaísta. Sus poetas, sus narradores tienen mucho que decirnos.
Como lector, mi antología de la poesía
Nadaísta incluiría los siguientes 8 poetas, de los cuales dejo aquí un mínimo boceto
sobre su hacer poético:
Gonzalo Arango. La figura más visible
del grupo, sus manifiestos, sus ensayos y artículos, sus cuentos y obras de teatro,
su capacidad para la polémica y el artículo de prensa lo hicieron el más reconocido
por el público. Como poeta, Gonzalo fue de pocos poemas. Consecuente con el ideario
de sus manifiestos, quiso que en sus poemas apareciera la noción de un ser humano roto, dudoso, visceral,
raíz hundiéndose en los claroscuros del siglo en el que le correspondió vivir. Un
ser airado, dado a la revuelta y al amor. O al agujero de su eclosión.
Jaime Jaramillo Escobar. Sus poemas,
en versículos que reclaman ser leídos en la plaza, inundan la página con imágenes
construidas entre lo coloquial y lo mítico de las realidades del mundo. Sus versos
se extienden en peroratas que atrapan las condiciones de la vida toda y del ser
humano en sus gustos, afanes y entregas. Con él asistimos al espectáculo del poema
que se planta en la vía de la realidad como un nervio palpitante, siempre entre
la vida y la muerte. Poema, eco que consigue la atención de su escucha, de su lector.
Amílcar
Osorio. La atmósfera
que ofrecen sus poemas se nos presenta en maneras de un dibujo que
no la petrifica, así este dibujo se realice como sombra de sal o como una palabra
que acumula otras para el olvido en la cantera del habla. Son los
suyos poemas amplios al tiempo que, recogidos, podríamos relacionarlos con un abanico
que ya oculta como ya deslumbra. Poemas construidos con la solvencia que da la disciplina,
cuando no se la asimila como obediencia, sino con el permanecer alerta y en disposición
para la vida. Así, en sus Stanzas se nos descubren los sueños con los ojos abiertos,
mientras sueña una piel.
Alberto Escobar Ángel. Inserto
en los extremos que hilan la realidad, el poeta nos entrega una visión ardua y coherente
del mundo. Sus poemas auscultan las costuras de la trama donde una humanidad forcejea
entre la domesticación y una existencia extraviada en los laberintos de su identidad.
La contención que se lee en esta obra y los silencios que la pronuncian conecta
a su lector con la formulación de la pregunta más que con cualquier posible respuesta.
Establecer el síntoma es iniciar la forma de la pregunta, parece susurrarnos el
poeta, y, en el caso de este laberinto, la pregunta es: ¿Cuándo aconteció el extravío?
Jotamario
Arbeláez. En sus poemas encontramos la desfachatez y la holgura de quien se sabe
perecedero, de quien descubrió que la inmortalidad es un grano de sal extraviado
en una constelación para nada libidinosa. Constelación donde el poeta se mira vigilado
por la irrealidad de los otros, por los réditos de los otros. Entonces, como quien
huye hacia el despertar, hace que por sus poemas campeen el humor y el sentido común
hechos ingenio. Ante lo aberrante de nuestra seriedad nos expone en esa su dádiva
de humor.
Eduardo Escobar. Sus poemas aspiran
a convertirse en un largo verso con el cual el poeta quiere atrapar su voz y las
de los seres que lo atosigan en su tránsito por el mundo. Su aliento poético revienta
entre los hielos, el fuego y la algarabía donde los seres humanos danzan y lloran.
En sus poemas, muchas de sus imágenes tienen el candor de quien deletrea sus primeras
palabras como si fueran maleable arcilla en la página. Otras, quedan ardiendo en
lo despavorido del habla hasta alcanzar el pozo de los sueños donde el poeta pernocta.
Darío Lemos. Algunos de los poemas
que recogió en su itinerario ebrio y alucinado por el “Valle de la permanencia”,
consiguen la ternura necesaria para vivir. Otros, nos recuerdan que el sol se extingue
en quienes desaparecen bajo sus rayos. A la entrada del misterio dejó el asombro
que le producía el “amarillo peligro”.
La risa de quien se descubre a la intemperie. El hijo igual a un muñón tuquio de
imágenes que se desatan en la vigilia. Darío Lemos hizo de la poesía el camino para
la maraña de sus encuentros.
Armando Romero. La sustancia de sus
poemas sucede en el súbito de la imagen. Para el poeta, las palabras actúan como
imanes filosos que aprehenden el mundo en su realidad, tuquia de analogías en medio
del azar que las relaciona, más allá del tiempo y el destino, en un presente que
es ya y es antiguo en su oquedad y en su luz. La imagen sucediendo en la realidad
de una memoria esparcida en el habla, hasta hacerse única en el escrito que produce
el poema. Así, el poeta consigue ejercer “el
leve tirón” que traiga, “del aire a la
mano”, el esquivo instante vuelto poema.
IV | Toda ruptura exige conocer aquello
de lo que uno se desprende. No hacerlo, significa querer fundar en lo estancado.
Comportarse como quien inicia una rabieta sin apartarse de la obediencia, ni de
la costumbre doméstica. Convertirse en un utensilio que sólo espera ser vestido
y usado por la moda que impone la ocasión.
Hoy, en Colombia, si queremos ser
higiénicos con nuestra tradición literaria, poética, debemos puntualizar la historia
de nuestra literatura desde sus inicios, pero sobre todo la de los recientes 60
años. Esculcarla, nos va a permitir descubrir las deudas que han sido ignoradas,
condonadas por obra y gracia de las acomodaciones que ejercen quienes han hecho
de las omisiones premeditadas una guillotina silenciosa. Y en la literatura, como
en la vida, quien no paga sus deudas a pedir se enseña. Quien no reconoce sus deudas
a repetir lo ajeno se enseña.
La ruptura es un diálogo con aquello
que se rompe, empero se hila. Es cuando sucede la fundación. Entre la fundación
y la ruptura queda el origen. Ser original no es gritar más alto. Tampoco lo es
imponer los cánones para una historia de la literatura, de la poesía.
Una de las paradojas que nos dona
el Nadaísmo, es su capacidad de ruptura. Al mismo tiempo que su capacidad de fundación.
No es continuismo. Es la red de cada tiempo e historia donde se deshace y se hace
el incógnito humano. Es su capacidad de silencio, significado y tradición. Es su
capacidad de ruptura en una búsqueda por alcanzar la realidad de la vida.
OMAR CASTILLO (Colombia, 1958). Poeta, ensaísta e narrador. Edição preparada por Floriano Martins. Agradecimentos
a Omar Castillo, Óscar
Jairo González Hernández e José Ángel Leyva. Página ilustrada com obras de
Jacques Callot (França, 1592-1635), artista
convidado da presente edição.
*****
Agulha Revista de Cultura
Número 121 | Outubro de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO
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