Aun con sus manifiestos y polémicas, el Nadaísmo
no fue un movimiento fundado en un programa literario. El Nadaísmo fue la experiencia
de un grupo que se atrevió a confrontar lo abrupto y solapado de su época, la cual
sigue siendo también la nuestra. Por ello la obra escrita por los Nadaístas debe
analizarse de manera individual, siguiendo el itinerario de cada uno de ellos.
En
1963 Hernando Salazar edita 13 Poetas nadaístas, antología preparada por Gonzalo Arango y donde es perceptible,
en tres de los incluidos, el establecimiento de un hacer poético. Estos tres poetas
son: Jaime Jaramillo Escobar (1932), Amílcar Osorio (1940-1985) y Alberto Escobar
Ángel (1940-2007). El itinerario de Jaramillo Escobar se puede seguir en Los
poemas de la ofensa (1968), Sombrero de ahogado (1984) y Poemas de
tierra caliente (1985). El de Amílcar Osorio en Vana Stanza, Diván selecto
1962-1984 (1984), volumen que antologa sus libros inéditos de poesía.
Y el de Alberto Escobar Ángel quien, después de publicar los Sinónimos de la
angustia en la mencionada antología, permaneció casi inédito hasta 1989, cuando
publica La canción del cantante y odaísta Andreas Andriakos y Tres cantos
a la manera elegíaca.
En
este ensayo busco esclarecer el itinerario del decir poético de Alberto Escobar
Ángel, iniciemos.
En
un lenguaje preciso, ajustado y sin artificios, Alberto Escobar Ángel aporta a la
poesía colombiana una variedad de ritmo obstinado. Su poesía sucede como quien describe
con un vocabulario minuciosamente inédito, detalle tras detalle, la acuidad de un
cuerpo. No es poesía ocasional solventada por anécdotas imprevistas, resultado del
mero azar al uso.
Tanto
Los sinónimos de la angustia, poema
en XII fragmentos con el que se le incluyera en los 13 Poetas nadaístas, como La canción del cantante y odaísta
Andreas Andriakos y Tres cantos a la manera elegíaca son la puesta en
el poema de los interrogantes de un hombre suspendido en su siglo, siglo de descubrimientos
audaces y de una desaforada esterilidad. Es evidente que el poeta ha asimilado la
moderna poesía occidental, utilizando de sus recursos en la elaboración de sus poemas,
estableciendo así aproximaciones con otro poeta con quien compartió una rotunda
amistad y el arduo regocijo de la poesía: Amílcar Osorio.
El
poeta inicia desde el cuerpo, voz plural caminando hacia lo inerte de la ciudad
que despierta: Los sinónimos de la angustia, o se regodea desde el singular del cuerpo mismo cuando se descompone:
La canción del cantante y odaísta Andreas Andriakos, para enunciar la vida desde la periferia
de los objetos que la informan, Tres cantos a la manera elegíaca. Estos movimientos y sus consecuencias,
consiguen ser eficientes por el ejercer programático con el cual el poeta produce
sus imágenes, y si en ellas exhibe arcaísmos y una dosis retórica que toda lengua
promueve o arrastra como un lastre, es justamente porque en el caso de su escritura,
estos contribuyen para la fundación y ubicuidad de su poesía.
“Como
los potros el sol se ha levantado”, verso que abre el primer fragmento de Los
sinónimos de la angustia, es también el inicial de la experiencia de éste programa
poético de Escobar Ángel: sinónimos cortantes como vidrios clavados sobre un muro,
bardas estériles impidiendo el paso, la transgresión de un linde: “este día tiene
la piel enferma y yo amo demasiado / el agua, los circos, las llantas neumáticas
/ los profetas muecos y sus hongos”. Sin embargo, al otro lado “una fruta ha saltado
de su asidero” contradiciendo la rabiosa estatura del muro que crece desde el tope.
Anotación o fábula Los sinónimos conjugan, adhieren diversos planos de tiempo,
sarta de sucesos, objetos, utensilios de amor desechados, oficios, parafernalia
con la cual el poeta elabora e informa su espectro.
“Reclamados más tarde por menesteres varios, /
nuestros labios padecieron otros tormentos, / emigraron a un alfabeto de anémonas
o algas, / ortofónicas sílabas de una palabra blanda / que se desguindaba en la
lengua” Estos versos del V fragmento de Los sinónimos y nombrado:
“(El término habla de su presencia)” nos hacen descender a la presencia donde se
gesta “el más / oscuro yacimiento de palabras”, y adentrándonos en este oscuro,
guiados por “la begonia de la infamia” alcanzamos el “agua podrida” y la “cóncava
placenta de los vicios”. En este descenso, por donde yace la trama que alimenta
la costra de la ciudad, ya nos habíamos topado con “Convictos de martirios e imágenes”,
ahora sólo nos resta el tramo que concluye este encono.
En
Los sinónimos la voz plural es la que describe el paso a lo inerte. Desde
un ámbito apilado pronuncia, imprime, irradia. Un coro recrea la impotencia del
signo, indescifrado y suspendido:
Entonces
a la fragua de un astillero colocaron su lengua,
con
gases castigaron los ojos del cantante,
en
su garganta consignaron un huevo huero,
con
un cubo de petróleo lavaron su sexo,
lo
obligaron a recitar una oda
en
la nevera del anfiteatro
Los
sinónimos de la angustia concluyen antes de iniciarse la descomposición,
los precisos para que en La canción del cantante y odaísta Andreas Andriakos
se acometa desde el cuerpo que ya la inicia. A partir de su instauración intimidante,
nos habla, nos conduce: “(…un rito debería
celebrarse hoy en mi carne, antes que la oda pueda ser cantada, / pero estoy corrompido
de la piel a las entrañas, como un plato de sopa en el estómago de quien quiera
haya muerto ayer.)”. En Los sinónimos el cantante es obligado “a recitar
una oda”, en La canción este destino es aceptado por el odaísta y es cuando
da inicio a su interpretación, al silencio que la colma. Conciencia de ser signo
indescifrado “conducto” al nacimiento o a la descomposición.
La
descomposición en La canción no es la de un cuerpo entero, absoluto. Es la
de un cuerpo escindido a la espera de su interpretación en la voz del odaísta, vale
agregar que el autor nos ofrece un distingo, como lo dice el texto con que nombra,
entre cantar y odaizar. En este punto se tensa el argumento y se da inicio a la
realización del rito. No es ya la voz plural de Los sinónimos en su sarta,
informando al inerte su calidad de conducto. Es él: “Monologo mi salmo en un pequeño cuarto de una calle gris / solitario buceador,
botella en un rincón—, / en la tarde en que el ángel de la tempestad y el deseo
ha venido a visitarme”.
¿Cómo
escuchar la palabra “deseo” cuando es pronunciada por quien yace en su estampida
final? Este deseo hace parte del silencio acumulado en quien monologa. Canción
del cantante editando su silencio después de hurtarle el templo doméstico a
la creación, a “las inserciones del símbolo”. Atmósfera, tensión alcanzada con palabras
que no distan de los objetos dispuestos por un sacerdote cuando ejecuta su rito.
Enhebración de imágenes encarnando instintos de convento, de celda húmeda y sombreada,
o de reconditeces de placenta fresca, mediante las que, no descifrado su contenido
y dirección, se oficia un sacrificio solitario en un pasadizo de desvelos, encubierto
por la “membrana del sueño” donde el cuerpo es fisurado en extrema lentitud, en
estéril misticismo: “…narrado he el canto del que no se levanta”.
En
Los sinónimos de la angustia el mundo se inicia tan pronto se levanta el
sol, en un día que “tiene la piel enferma”. En La canción del cantante y odaísta
Andreas Andriakos el mundo se realiza bajo “el sol, una glándula que enferma
a la atmósfera”. En Tres cantos a la manera elegíaca, para dar inicio y realización
a la presencia de la muerte, se deniega el mundo con un “no el muro, no el sol escanciando
luz”.
Como
en la oquedad de una caracola a la cual se funde una roca, el poeta habilita un
espacio donde aloja los Tres cantos. Es en este donde se oye una voz que,
por no poder provenir de ninguno otro, viene de los objetos:
No
podía ser el ojo en la mañana.
El
cesto es un cesto.
La
bicicleta tiene una rueda como una flor
y,
la otra, amputada por el óxido.
En
el muro, sólo la luz
—pero
ha muerto.
Acto
de reconocimiento, impronta del yacente ahíto en los escombros, varias sílabas varían
el asunto y, ahora amputadas, “restan” lo que no podrá cubrirse con un concierto
de espíritus. Diáspora del descompuesto “como una historia larga” contada a deshoras.
Ya no es el cuerpo “suspendido” el auscultado. Es el tiempo que “ya no sabe de sus
labios” el que se informa en lugares, en objetos: “Aquí se levanta sobre el piso desnudo un taburete / y, como el espejo que
pende de un clavo contra el muro, / las
cosas que son la estancia nos devuelven su imagen”.
Tres
cantos a la manera elegíaca no son ni “término” ni “pregunta”, tampoco
elegías para el núcleo social de la memoria funeraria. Son un ceñir los objetos
en los ritmos que la muerte no resta, no amputa. Cuando la muerte arrebata la vida,
a los objetos del yacente les imprime un perfil antes no visto, es como si el “suspendido”
pernoctara en ellos. De las Tres elegías la dedicada a Jean Cocteau y nombrada
“Primero” no es un himno que siembra la descomposición, es palabra instaurándose
en el presente que no cesa. “Segundo (In memoriam Amílcar Osorio)” es una elegía
fundada con palabras que contienen la existencia del amigo y el silencio allanado
por su ausencia: “Cuando supe de tu muerte,
me informé de la vida. / Cuando ignoré tu muerte, hice que en este canto nacieras:
/ Estás vivo aquí porque nada de ti en mí ha muerto”. “Tercero” es una elegía
cuyos claroscuros y silencios memoriosos, logran comunicarnos la intimidad que el
tema de la muerte de la madre significa, manejado con el rigor característico en
la escritura de Escobar Ángel:
a
la hora que sucedía a la cena,
apenas
quedan la inmemoria y el trunco recuento,
una
cenicera al lado derecho de la silla
y
los claros cristales de la ventana
que
alguien limpia por la mañana.
La
inubicuidad admitida por el “Cantante” con un simple “Estuve aquí” se hace ubicuidad
al concluir: “No me busquen donde moro”. El espacio-tiempo en la poesía de Escobar
Ángel, se da en el rigor de lo cantado, sin ceder a esquemas prenominales. No se
entienda este canto como un elogio a ruinas, a museos de caretas de cera que en
su penumbra contienen el hueco de su mueca fatigada, propensa a seguir en línea
paralela, la del declive por donde se vacía la vida. La insistente presencia del
cuerpo infecto y escindido en el itinerario por el cual nos arrastra esta poesía,
debe entenderse como un enconado reclamo hecho verbo, silabeado. No crónica. Sí
deseo. La vida expuesta en las entrañas de la muerte.
De
las lecturas propuestas por la poesía de Alberto Escobar Ángel, una de ellas nos
revela el escozor que se experimenta al hallar un abecedario dormido durante años
en múltiples formas del habla y a través de sus poemas, verlo recobrado en la magnitud
de sus acepciones. Abecedario en versos que pronuncian ubicuos y precisos perfiles
con palabras que transparentan el súbito misterio y el esclarecimiento de lo nombrado
y lo no nombrado en el poema.
Y
llegamos a El archicanto de la lábil labia, poema que en la obra poética
de Escobar Ángel podemos considerar como una bisagra que se adentra por los sentidos
memoriosos del poeta, explorando zonas silenciadas en los ecos verbales de su escritura.
Al mismo tiempo El archicanto nos avienta a una sarta por la que viajamos
siempre al borde de perdernos en sus decires y en su denso ritmo: “Intérprete de criptogramas oscuros, / constructor
de logogrifos aberrantes, / parafraste de enigmas ignotos, / exegeta de glosas menores
y acotaciones inefables, / elucidador de señales y signos abscónditos”.
¿Qué
entraña al narrador que implora esta sarta? Es posible suponerlo como un sembrador
arrojando palabras-semillas para su cultivo, empero cada una de las estrofas de
El archicanto de la lábil labia racionaliza los trozos de existencia que
registra. En esta enumeración el poeta nos entrega su visión sobre los contenidos
que hemos construido y sus efectos.
¿El
poeta busca renovar la imagen de la realidad que nombra? En el caso del archicanto
cada estrofa en su instantánea integra la visión del poeta, las atmósferas de
los paisajes aprehendidos para el poema: “testigo anónimo de ritos siniestros y acontecimientos varios, / estafeta
de mensajes tibios de tibias palabras de amor de amores desatendidos”.
¿Es
el cantante, implicado en una de las estrofas del archicanto: “cantante
mélico de canciones olvidadas de aedos idos y de cantos caducos de bardos supérstites”,
el mismo que viene movilizándose en la escritura de Alberto Escobar Ángel desde
Los sinónimos de la angustia? Lo cierto
es que El archicanto de la lábil labia podría ser interminable, igual la
rutina de cada trozo narrado: “et sequentia”. Empero, “…un murmullo se escucha en
el jardín de al lado” siendo el pretexto para interrumpir los sentires memoriosos
de esta saga ahíta.
En
la poesía de Occidente son muchos los momentos en los cuales los poetas asumen lo
amoroso como uno de sus temas, tanto para nombrar la presencia y el gozo del ser
amado, como para narrar el ardor de su ausencia. Lo vemos como llama amorosa que
incendia la pasión mística. También originando iconos, señalando fronteras. Próximo,
siniestro o divino, sus tramas se funden y renacen en la historia de Occidente,
en todo cuanto nos hace para la existencia y para la muerte. Así, inserto en esta
tradición, Alberto Escobar Ángel, en los VIII fragmentos que componen su poema Las
honras del lecho, nos presenta una noción del amor, traída como una cifra que
el olvido aprisionaba y que el memorar del viento suelta y deja vagar:
o ha sembrado de oro los eriales.
…un
recuerdo viene en el viento
—tal
vez en ese mismo viento que vaga, desnudo,
desde
hace tiempo, por el mundo,
o
en el viento que, a veces, riza la piel del estanque.
Versos,
suma de acechanzas vertidas por el poeta en su penumbra cotidiana y cuyo drama no
es nombrar o narrar la ausencia traída por el memorar, sino aprehender el espacioso
silencio que dice la transparencia del insistente grabado: “¿Dónde, entonces, se inscribe ese nombre / de
presencia arcaica que, /como el del pedestal de la estatua, / tuve grabado en caracteres
claros sobre el pecho?”.
En
Las honras del lecho“…un signo aciago”
configura el exterior donde acontece el “recuerdo” y se recita “el olvidado canto
del cantante mudo”. Lo amoroso posible, ¿permanece contenido por murallas, por fuerzas
siniestras, tamizado por un desvelo místico? ¿Está contenido en “el rescoldo del
corazón” dónde no se permite nombrarlo? Y es justo en ese no nombrar cuando el poema
entrega la tensión de la trama aconteciendo en la memoria de quien permanece sentado
en ese banco del parque, donde el viento le ha hecho presa y memoria: “De las ruinas de la memoria / emerge el anacrónico
discurso / y es tu cuerpo, otra vez, / la visión alucinada y la elucidación del
canto”. La significación del poema alcanza su “elucidación” y nos conduce
al sentido de la honra que, como el título del poema y el fragmento VII lo
dicen, “es el lecho”.
En
el fragmento VIII, quien barrunta sus recuerdos mientras el parque es barrido por
el viento en la tarde que empieza a ser absorbida por la noche, índica sobre lo
nombrado y aquello otro que aun no nombra. Se podría argumentar que este poema le
agrega al tema su obstinada manera de negarse a nombrarlo, dejando la persistencia
de un pedazo de cuerpo en la memoria ahíta por la caza: “—excita el cuerno lo cazado,
y presa es”. ¿El otro, un enigma? ¿El laberinto del amor en el altar del sacrificio
no realizado? En fin, con Las honras del lecho Alberto Escobar Ángel nos
da una muestra de las características como concibe al ser humano y nos prepara para
la relectura de su poesía y para la de su siguiente Poema.
Poema,
puesto así el título podría parecer una redundancia para nombrar un poema, también
la actitud escueta de quien sabe su ser estricto, al tiempo que descubierto, desembarazado.
Lo segundo es lo aplicable para este Poema compuesto por IX fragmentos y
fechado en Medellín y Rionegro en 1992, el primer fragmento nos mete de lleno en
su trama:
Ojo
enfermo aventado por sordos ábregos a los abisos
del porvenir, ávidos de presa
caída desde lo alto.
[…]
Efímera
fulguración de novas o ripio de cuerpos
celestes, soplo superfluo esquiva
el ser.
¿Dónde,
en qué momento hubo de acaecer el extravío?
Dioses
ahítos no abandonan aun la mesa.
“¿En
qué momento hubo de acaecer el extravío?”. La totalidad toda del ser se abre con
este interrogante y nos deja a la intemperie de una respuesta, pasado el fragor
nos es posible asumir las ascuas de la estirpe y ver con el “ojo enfermo” para guiarnos
por los meandros que “esquiva el ser”, bien dicen que en casa de ciegos el tuerto
es rey, máxime cuando: "el pasado
es una infinible estantigua opaca, los vados mismos del insomnio por los que un
jinete desnudo, sobre un potro blanco, en la alta noche del ser cabalga”. Y
saturarnos hasta ya epotos sentirnos parte del delirio del universo, “ripio” adobado
de su entraña en la cual se nutren “dioses ahítos”, e instintos que nos sobrecogen
y nos imponen el insomnio: “Más alcohol,
ya epoto, ordena el vecino. / ¿Será que no se halla, que no se debe a sí mismo?”
La
celebración, los banquetes y la gala, el jolgorio ruin y el instruido son una constante,
llámense guerras, peste, usura o desastres naturales y enmarcan la estampida que
la muerte impone. El carnaval y la ceniza hacen que en el fragmento III se exclame:
“¡Qué bien —de veras— se vería la mesa
aparejada con jugosos jamones y rebanadas de panes ázimos, los recados de plata
enmarañados entre oleosas lechugas y rodajas de jaudos nabos…!”. Empero,
“de este lado han caído los dados” y los puntos de sus caras alojan multiplicidad
de cifras, distintos resultados. ¿Y si la lectura de este Poema y el asunto
de su trama fuera otro, por ejemplo la estampa de una íntima dejadez, “ese hollín
que nos carcome desde la piel, por las tardes”? Continuemos, el singular y el plural
de no hallarse a sí mismo, se hacen trama en Poema y es cuando asistimos
al denodado ímpetu del canto que nos dice de “los establos de la galaxia” donde
“piafará la bestia” y “ese hollín” viajando “en otro convoy” con “los últimos mutilados,
los nuevos tuertos, los recién cuadripléxicos”, con todo lo que de la vida es vuelto
“brizna de indiferencia de los dioses” que “ahítos no abandonan aun la mesa”. Arduo
frente nos han entregado esta vez los dados.
El
fragmento VIII ¿es una respuesta al interrogante que nos ofrece este Poema?
O ¿una de las caras de los dados que nos deja ver los versos como una inestable
constelación?, miremos: “¿Dónde, en qué
momento hubo de acaecer el extravío? […] Onusto de soledad —astro huérfano cuya
trayectoria en el vacío yerra—, no fue de noche como ésta (noche andrógina, noche
que con endrina manta entalama la pradera), de la que el ser fue expulsado”. Y
no estamos ante el espectáculo de la expulsión del “paraíso” cuyo argumento nos
domestica y hace presa, estamos ante el extravío del ser, no ante el pecado y su
consecuente culpa. Asistimos al onusto laberinto del ser que, en medio de la paradoja,
es dueño para adentrarse en su propio destino: “Rosa estropeada por los dioses, el corazón del hombre surte fabro único
de su propio destino sobre la tierra.”
La
de Alberto Escobar Ángel es una obra estricta, no mínima, lo mínimo es atributo
de la cicatería, lo estricto es atributo de la disciplina y responde a una realidad
entregada en la escritura. En ella el poeta nos da una visión ardua del mundo, pues
sus poemas auscultan las costuras de los imaginarios de una humanidad que forcejea
entre la domesticidad y el esclarecimiento. La contención en esta obra y los silencios
que la pronuncian, conectan al lector con la formulación de una pregunta más que
con una respuesta. Establecer el síntoma es iniciarse en la pregunta, parece susurrarnos
el poeta.
En
2008, Ediciones otras palabras edita el libro Estro estéril, donde se reúnen los poemas aquí tratados, más el apartado
Otros poemas, compuesto por los inéditos
de Alberto Escobar Ángel, escritos entre 1957 y 2004, en edición con prólogo y notas
de Omar Castillo.
OMAR CASTILLO (Colombia, 1958). Poeta, ensaísta e narrador. Edição preparada por Floriano
Martins. Agradecimentos a Omar Castillo, Óscar Jairo González Hernández e José Ángel Leyva. Página ilustrada
com obras de Jacques Callot (França, 1592-1635), artista convidado da presente edição.
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Agulha Revista de Cultura
Número 121 | Outubro de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO
SIMÕES
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