I | En 1980 tuvo su inicio mi amistad con Amílcar Osorio. Antes
lo veía con cierta frecuencia por la avenida La Playa y por algunos cafés de la
carrera Junín. Era un hombre distante, un ser abundante en atributos e inteligencia,
y si parecía hostil, lo era para distanciar los oportunistas que tanto quieren vivir
y figurar usufructuándose de la existencia y el arte de otros.
He tratado con escritores
de poesía, pero he conocido pocos poetas, uno de ellos fue Amílcar Osorio de quien
pude percibir brotando por sus vértebras, inevitable, el sonido jocundo de la vida
en palabras signadas por la perennidad del silencio o el aullido de la realidad
en su continua transformación.
Buscar esclarecer para
otros los instantes vívidos en una amistad me resulta ficticio, pues irremediablemente
la sustancia que los hizo posibles es solo de uno. Amílcar era Amílcar, o si se
me permite: “El Tao que puede ser interpretado ya no es el Tao”. Y tratándose de
él, creo que el ritmo imperante en su poesía produce las atmósferas dónde obtener
los pormenores de su imagen y huella en rigor y dignidad. Un amigo es el origen
de un abecedario y con él la posibilidad de nombrar, de crear, de crecer. ¿Es necesario
que intente aquí definir los rasgos que hicieron posible esa presencia, ese diálogo?
No lo sé. Sólo sé que en mí, mucho echa de menos a Amílcar. Que conste, la amistad
no es solo para protegerle la espalda o el pecho al otro, la amistad arde como una
llama de la cual no se conoce su origen, y de saberlo, este tampoco demarcaría su
ardor.
Que Amílcar haya sido,
en el marco de las costumbres de la mayoría de sus contemporáneos, un hombre arrogante,
es cuestión de oficios, menester de usureros. La mayoría devenga su existencia social
del “pudendo interno” y el narcisismo pacato. Amílcar era elegante, lo cual significa
distancia y holgura humana. A mí me sedujo lo arduo y exigente de su crear poesía,
la dignidad de su refinamiento y disciplina.
En 1958, junto con
Gonzalo Arango, Alberto Escobar Ángel, Humberto Navarro, Eduardo Escobar, Darío
Lemos, Jaime Jaramillo Escobar, Jota Mario Arbeláez y Jaime Espinel entre otros,
Amílcar, con el seudónimo de Amílkar U., participó en la fundación y promoción del
grupo Nadaísta. De tal participación quedan poemas y textos suyos en las antologías
13 Poetas nadaístas, Medellín, 1963,
y De la nada al nadaísmo, Bogotá,
1966, ambas preparadas por Gonzalo Arango, y en periódicos y revistas. Vale recordar
el número doble de la revista Mito, 41-42, donde se publicó una amplia separata
con textos Nadaístas. No sabría precisar la fecha de su ruptura con el grupo Nadaísta,
lo cierto es que cuando reúne su libro de poesía Vana Stanza, Diván selecto (1962-1984),
lo firma como Amílcar Osorio y deja por fuera casi todos los poemas que publicó
en su momento Nadaísta.
Empero, mi querido
Amílcar, parece que es inevitable seguirle dando vueltas al Nadaísmo, a esa descarnada
huesamenta de textos cundiendo en las ascuas de la poesía colombiana, a esa escritura
que sale de la más aberrante entraña poética para enfrentarse con una costumbre
dada a la métrica rimada y a una retórica de “buenas maneras”. A ese grupo Nadaísta
que en las décadas de 1960 y 1970 agitó la vida intelectual de la nación con una
escritura al puro hueso, puesta en poemas y en una narrativa sin antecedentes en
Colombia, contribuyendo así a la visible impresión de nuestra república después
de la carnicería vivida en las décadas de 1940 y 1950 en la llamada “violencia en Colombia”.
En diciembre de 1984,
en edición de 300 ejemplares y posible por el apoyo de Luis Fernando Correa Arango,
Amílcar Osorio publicó su libro Vana Stanza, Diván selecto (1962-1984), donde,
como lo dice en breve nota introductoria: “…recoge poemas que han sido compuestos
desde 1962 hasta 1984. No están ordenados cronológicamente, ni los libros a los
cuales corresponden están completos: algunos de ellos pertenecen a trabajos en proceso.
Varios de ellos han sido publicados, ninguno de manera definitiva”. Al año siguiente,
en febrero de 1985, murió. Había nacido en 1940. En mayo de 1989, la Fundación Simón
y Lola Guberek, publica una segunda edición, y en octubre de 2001, la Universidad
de Antioquia publica una tercera. Sospecho que el “proceso” apreciable de su poesía
quedó impreso en los poemas que componen Vana
Stanza, Diván selecto, libro sobre el cual me atrevo a conjeturar en los siguientes
comentarios.
II | El libro Vana Stanza, Diván
selecto se abre con “de Servicios”,
grupo de poemas que nos inician en el gusto del poeta por el período provenzal y
su noción del “amor cortés”, aquel donde los señores de entonces imponían sus maneras
cortesanas haciendo circular con los trovadores sus versos incrustados de claves
para disponer alianzas “amatorias”, versos cuyas cifras eran encubiertas por apasionados
pedidos de amor. En la escritura “de Servicios”, es evidente que Amílcar no busca
reconstruir la lírica provenzal, en cambio sí usar de su vocabulario y de sus giros,
transmitirnos la pasión y las formas que origina la posesión del cuerpo amado en
poemas que nos aproximan realidades de un misticismo que desborda cualquier ascesis,
tal como lo evidencian los versos finales de esta serie: “Somos la fiesta senhor,
/ y para ella hemos trastornado el universo”.
Ya en los poemas del
apartado “de Vana Stanza I”, sobrecoge la decrepitud de los espacios narrados por
la mirada del poeta cuando los asume y presenta, son interiores vistos como alhajas
estropeadas, rescatadas de alhajeros memoriosos cuyo contenido gravita en la penumbra
nítida del pasado. Las palabras usadas para elaborar estos versos le permiten al
poeta alcanzar los instantes de la pasión vivida en esos espacios, pasión de la
que permanece: “alguna carroña de insecto, / alguna tela de araña. / marcas de yemas de dedos / de manos de ausentes
sobre el polvo”. Empero, con toda su carga memoriosa, estos poemas de “de Vana Stanza
I” no son un relato nostálgico para discriminar interiores y brindarnos su recuerdo.
No, estos son la confirmación del tiempo como oleaje que no cesa. Y para su aprehensión
los sentidos del poeta se hacen ojos que ven y vivencian el paso de cuanto persiste mientras el tiempo cumple sus
ritmos de arqueólogo. En estas “Stanzas” el roer sobre el cuerpo de los ausentes
persiste a través de los objetos descritos. Que conste: “por las avenidas / no están
las plantas de los pies desnudos, / ni su ritmo peligroso. […] tal vez haya unas
uñas rotas, / el esguince de un tobillo, / las duraderas luces de sol”.
Llegando a los poemas
que componen “de Vana Stanza II” vemos como el poeta persiste en la narración del
cuerpo, esta vez no como parte de la composición de la Stanza. Aquí es el cuerpo
quien hace la Stanza en ruinas, en fragmentos donde habitó la mirada, donde la yema
de los dedos dejó una huella o un rastro de su excoriación. El cuerpo hecho Stanza
en la estela del tiempo que lo narra hasta el desenlace cuando queda sin pecho,
sin cabeza. Cuerpo en el que cualquier restauración sería un ultraje. Nos dice el
poeta: “los restauros son simulacros”. Entonces, sólo quedan visibles las “piezas
cóncavas y rotas / apuntando sus torsos, / a la vez que a unas memorias, / a los
vacíos blancos / de sábanas y abismos, / ineficaces”.
Así, hasta los poemas
agrupados en “de Meteora” los cuales nos aproximan al cuerpo como reto que “se fragua”
en “vastas sagas” donde se da cuenta de sus ascuas y de sus realizaciones. Y no
es del cuerpo expiatorio, dividido entre alma y carne del que se dice en estos poemas,
pues el encono de la culpa ontológica no hace parte de esta trama. El cuerpo humano
en la obra poética de Amílcar Osorio se presenta como correlato del universo y como
hilo de lo coloquial, de sus fisuras y rigores, de sus formas y rutinas usureras.
En este libro asistimos
a la escritura de un poeta que no huye de los malestares del mundo, ni de sus ruidos.
Las palabras de sus versos surgen en los ritmos demandados por la época, por eso
penetran hasta la médula de lo que nombran. Aun sus versos más herméticos enriquecen
lo coloquial, pues las necesidades de nombrar son inagotables. Y si en los poemas de Amílcar Osorio se establece un dibujo
nítido, es porque él ha buscado en el magma verbal de su época las palabras que
le hagan aprehensible las sustancias de su realidad, los ecos de su otredad.
En el rigor y en la
nitidez de este poeta contrasta la sensualidad que posee para nombrar la piel y
los objetos que allanan los espacios de sus poemas. Un contraste presentado a la
manera de un pintor cuando ilumina las manchas de su dibujo, creando así la penumbra
necesaria para la visión total del cuadro. Lo nombrado y lo ausente no se interfieren
en la composición del poema. Es así como llegamos a la reunión “de Objetos frágiles”,
poemas en los que el poeta nos entrega su tránsito por la veta de sus asuntos y
menesteres en un dibujo instantáneo que no se agota con la primera lectura y más
bien con cada lectura principia nuestro aprehender de sus líneas, el disfrute y
el azar que significa cada encuentro con un poema. Aquí el don del poeta es el de
aprehender la realidad haciendo uso de las palabras que le permiten nombrarla. Por
ello, tal como quien deja palabras en una baraja de naipes que va a ser repartida,
el poeta nos da constantemente su poética, como en esta Stanza cundo nos dice:
un frasco con aceite
de olivas,
un amuleto de espato,
unas gotas de mercurio,
una sílaba pronunciada
que puede ser el viento
otra sílaba callada
que puede ser el viento,
una manzana rota.
y todo colocado en
la pequeña mesa
que aun el clima no
ha roído.
El proceder de esta
poética es evidente en los poemas de Vana Stanza, Diván selecto (1962-1984),
y no sobra decir que en “de Objetos frágiles” se cumple su noción de la realidad
siendo aprehendida en el instante cuando se impacta con la otredad. Que lo digan
estos versos del poema “Transverberación”:“Hace calor hoy, husmeo el aroma / de plantas recién hozadas. Memoria sangrada,
/ un brazo flotando en un helado río, gris profundo, / lejano, casi desvanecido”.
Cuando llegamos a los
poemas agrupados en “de Homenajes” nos encontramos con unos lienzos próximos al
deterioro, cuyos óleos se han secado hasta cuartearse y desteñirse, al punto que
los personajes y su acontecer solo son posibles por la visión de los versos del
poeta, como cuando dice: “No se recuerda el vino sino su luz: / ausentes tintas,
oídas palabras”. He ahí el homenaje rebasando los límites del instante que el “tiempo”
oscurece. En “de Homenajes” las circunstancias de los personajes traídos por la
escritura de los poemas, son el motivo para la creación de los mismos. Lo dice el
epígrafe de J. Genet usado para reunirlos: “Je ne suis rien, qu’un prétexte”. Así
el poeta los imprime en sus transposiciones: “del atardecer provienen los naranja, / mosca que lame el tiempo y zumba
/ retrayendo el canto ausente”. De estos, el poema “Homenaje a los ceramistas
anónimos de dibujo rojo”, nos da un diálogo de tiempos entre el suceder registrado
en el antiguo vaso expuesto en la gliptoteca, y el descrito de la ciudad que acoge
su exhibición: “Las danzas de los muchachos / en el vientre de los vasos / entorpecen
mi apreciación / del Mediterráneo y sus cultivos” y “Las zonas amarillas de los
taxis / se desplazan en ráfagas impresionistas, / y entre el vaho de los escapes,
/ el humo de las castañas que saltan en las brasas / y el aliento nebuloso de los
transeúntes”. Logrando para el poema una instantánea perennidad, un silencio de
luz en medio del tráfago de la historia.
El libro lo cierran
“de Umbra” y “de Torsi”. “de Umbra”, son VII fragmentos que componen un canto por
“el abandonado” en cuyas “manos / ya no caben sus hombros”, los del “inerte”. Para
dicho “canto memorial” el autor hace trueque con maneras del poetizar trovadoresco:
“Cerca a Perigord le comparé / a un “summer’s day” que se mutó / en esta tenebra”.
Pero es en el fragmento III, nombrado “Elegía”, donde el poema alcanza su forma
y su expresión para su dolor y su ruptura, es decir, para su separación. Nos dice:
“Su muerte fue el orgullo de tenerme / —por obnubilación, por mirarse / en mis ojos.
// Y por su partida conozco los crímenes, / el más grande: quererme a mí más que
a sí mismo”. Asunto complejo, empero en su “Envoi” se nos dice: “Termina el apogeo,
Midón, y el abandonado / invita a… “let’s away to part the glories /of this happy day”. “de Torsi” son 7 poemas que el poeta compuso teniendo a la
vista los restos de esculturas antiguas. En ellos ejerce la finura y el arduo humor
que le permiten captar la experiencia de la existencia humana, la trama de sus intrigas,
ya ante una piel palpitante, como ante el pasado revelándose en una piel de mármol
o de bronce. Lo dice en el poema “El muchacho del Metropolitano —Reproducción Romana—”,
en cuyos versos la sensualidad se dona en su permanencia o en su hartazgo:
Los pies se le gastaron
viniendo al museo
—los muñones de mármol.
Los brazos, tal vez,
los agotó nadando
para venir a América,
o en un abrazo
despidiéndose.
Las atmósferas
de los poemas que hacen Vana Stanza, Diván
selecto, de Amílcar Osorio, se nos presentan
como un dibujo que no las petrifica, así las realice como sombra de sal o como una
palabra que acumula otras para el canto o para el olvido en la cantera del habla.
Los suyos son poemas amplios al tiempo que
recogidos, parecen surgir de un abanico cuando se abre y deslumbra, o cuando se
recoge y oculta. Son poemas realizados con la solvencia que da la disciplina cuando
es asumida como el permanecer alerta y en disposición para la vida. En Vana Stanza, Diván selecto se nos descubren
los sueños con los ojos abiertos, mientras sueña una piel.
Aquí cabe anotar
que en el mes de febrero de 1985 la revista otras
palabras publicó, por primera vez, La
abyección del objeto, texto de Amílcar Osorio escrito en versos que se adentran
sobre la obra de la artista Feliza Burzstyn. La escritura de este texto tiene la
intención de ser un ensayo, empero puede leerse como un poema, uno de los magníficos
poemas escritos por el poeta. La muerte se interpuso y de este número 5 de la revista
otras palabras el poeta solo conoció las
pruebas. Amílcar murió la madrugada de un sábado, y al lunes salió del taller la
revista.
Y en agosto de 2006,
en el número 17 de la Revista de poesía Interregno
se presenta un homenaje a la poesía escrita por Amílcar Osorio, representada por
tres momentos de su obra no recogida en su libro Vana Stanza, diván selecto (1962-1984). El primero, con
los poemas que reunió para la antología 13
poetas nadaístas, preparada por Gonzalo Arango y editada en Medellín por Hernando
Salazar en 1963. El segundo, con un grupo de poemas que en un primer momento titulo
Modificaciones, y firmó como Amilkar U,
fechados en Medellín en 1964, los cuales reviso en 1984 con la intención de incluirlos
en Vana Stanza, diván selecto, revisión
donde cambió el título por Inscritos y
modificó la extensión de los versos, precisando una que otra palabra, dejando por
fuera tres de los poemas y eliminando la dedicatoria. Los Inscritos, firmados por Amílcar Osorio, están compuestos por 33 poemas
y se abren con un epígrafe de Iñigo López de Mendoza y otro de Weinninger. En el
número 17 de Interregno se publica la
versión revisada. Ambos originales me fueron entregados por el poeta. El tercero,
con el ensayo-poema La abyección del objeto,
texto tomado del número 5 de la revista otras
palabras de la que fuera colaborador el poeta.
OMAR CASTILLO (Colombia, 1958). Poeta, ensaísta e narrador. Edição preparada por Floriano
Martins. Agradecimentos a Omar Castillo, Óscar Jairo González Hernández e José Ángel
Leyva. Página ilustrada com obras
de Jacques Callot (França, 1592-1635), artista convidado da
presente edição.
*****
Agulha
Revista de Cultura
Número
121 | Outubro de 2018
editor
geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor
assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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revisão
de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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