quarta-feira, 10 de outubro de 2018

ROGER POIRIER | Aprendiendo de Los Beatles (fragmento)


Los Beatles con frecuencia logran semejantes mixturas, pero con una matriz ulterior; especialmente en sus cantos posteriores, uno de los tonos entrenzados suena a algo familiar, como si se tratara de alguna fórmula cliché, musical, verbal o dramática. Esos ecos, como la música de fondo de la serie “She’s Leaving Home”, o como los acentos vivos de salón de conciertos de “When I’m Sixty-four”, poseen el efecto enriquecedor que la alusión puede aportar a la poesía de extender una situación a una condición simultánea de pathos, porque la situación se ve no sólo como recurrente y, por ende, como insoluble, sino también como cómica, porque dicha recurrencia se ha convertido ya en cliché.
Luego de escuchar atentamente los conjuntos se percibe en el acto que, tanto como compositores que como ejecutantes, los Beatles remuneran mucho más la atención que se les ha puesto en cualquier otro conjunto americano o británico. Ofrecen algo para cada uno y responden a cualquier tipo de interés. Los Rolling Stones, tenidos por algunos como los mejores ejecutantes de rock, no poseen –a mi entender– la gama de familiaridad musical que aguijonea la inventiva de Lennon, de McCartney o de su productor George Martin, cuyas contribuciones a la notación electrónica y orquestal lo convierten en realidad en uno de los Beatles, particularmente cuando se trata de ejecuciones en el estudio. Sólo Dylan muestra algo equivalente a los Beatles en su combinación de talentos como compositor, letrista y ejecutante, amén de la capacidad que posee para comportar consigo la historia de la música folklórica y del rock and roll.






 En la ejecución, los Beatles manifiestan –y escribo en presente porque me refiero a los discos y a las películas– un poder casi del todo teatral. Se trata de un poder tan desenvuelto y libremente diverso, tanto por lo que hace al conjunto como a cada uno de sus miembros, que crea un elemento de suspenso, que es atributo exclusivo de los mayores actores: la expectación de que esta vez va a haber un fiasco para el buen gusto. Nunca se diluyen en el estilo de otros y ni siquiera en su propia exuberancia. Nunca sucumben a los embelesos que ellos mismos generan y mucho menos a los de la audiencia. No es pensable que ellos hubieran accedido a la secuencia de rock y jaleo de los Yardbirds en Blow-Up, de Antonioni. Esta ejecución en particular, independientemente de que contribuyera a dar brillantez a la película, es un síntoma de la infiltración incluso en la música popular de cierta decadencia hacia una actuación autodenigrante extraída de lo que va implícito en la forma del mismo espectáculo; en este caso particular, la ejecución del conjunto que da lugar a animosidades y a represalias destructivas contra el acompañamiento instrumental.

[…]

Como ocurre con los grandes ejecutantes –en el atletismo, política etc. –, el gusto de los Beatles o de Dylan es una emanación de su personalidad, de un yo que es dueño generoso del auditorio y no su criatura. En tales contingencias, el gusto es inseparable de la tenacidad de la yoidad, aunque ese yo haya sido inventado para el teatro. Todo yo es inventado, una vez se le concibe para un propósito. Ahora bien, los Beatles son un caso especial, por cuanto no constituyen un yo; son un grupo, y la identidad inconfundible del grupo persiste a pesar de la acusada individualidad de sus componentes, pues a cada uno de ellos, si se exceptúa al hoy fenecido Martin, se le conoce como único en un modo más o menos melenudo. Son pocos los demás conjuntos en los que se distingan uno o dos miembros siquiera, y esto se debe simplemente a la distinta relación de esos miembros con el público. Es precisamente esta individualización no común la que explica, opino, por qué los Beatles son mucho más fuertes que cualquier otro conjunto y por qué no necesitan, como los Who, de hinchas cuando se hallan sobre el tablado. Estos no logran comunicar la presencia del Who individual, sino más bien una ansiedad, por no sentirse individuos cuando están actuando conjuntamente.
Por otra parte, los Beatles hacen resaltar la individualidad de cada uno por la meticulosidad de que se valen para producir el sonido cohesivo, y porque existe en cada uno el estar alerta a lo que hacen los demás, que no se confunde con las directrices múltiples que se exigen para lograr algo armónico. Como si fueran miembros de un gran equipo atlético, como parejas de ballet a lo Nureyev y Fonteyn o como algunos cuartetos y quintetos (combos) de jazz, los Beatles, al actuar, parece que extraen sus aspiraciones y energía no del público, sino de los demás de ellos. Estos ligámenes estrechos, leales y afectivos no son inútiles, pues el dolor evidente por la escisión de McCartney, que tuvo que ver con lo que él considero intrusión de Yoko Ono, esposa de Lennon, en el grupo, no hizo sino confirmar la intensa interrelación emotiva de los cuatro.


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Edição preparada por Floriano Martins. Agradecimentos a todos os colaboradores. Roger Poirier (1925-2009), fragmento de El yo en actuación. Composiciones y recomposiciones en los lenguajes de la vida contemporánea (México: Fondo de Cultura Económica, 1975). Traducción de Manuel Arboli.  Foto inicial dos Beatles assinada por Bob Whitaker (Reino Unido, 1939-2011). Página ilustrada com obras de Peter Blake (Reino Unido, 1932), artista convidado da presente edição.

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Agulha Revista de Cultura
Número 120 | Outubro de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES





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