Los Beatles con frecuencia
logran semejantes mixturas, pero con una matriz ulterior; especialmente en sus
cantos posteriores, uno de los tonos entrenzados suena a algo familiar, como si
se tratara de alguna fórmula cliché, musical, verbal o dramática. Esos ecos,
como la música de fondo de la serie “She’s Leaving Home”, o como los acentos
vivos de salón de conciertos de “When I’m Sixty-four”, poseen el efecto
enriquecedor que la alusión puede aportar a la poesía de extender una situación
a una condición simultánea de pathos,
porque la situación se ve no sólo como recurrente y, por ende, como insoluble,
sino también como cómica, porque dicha recurrencia se ha convertido ya en
cliché.
Luego de escuchar atentamente
los conjuntos se percibe en el acto que, tanto como compositores que como
ejecutantes, los Beatles remuneran mucho más la atención que se les ha puesto
en cualquier otro conjunto americano o británico. Ofrecen algo para cada uno y
responden a cualquier tipo de interés. Los Rolling Stones, tenidos por algunos
como los mejores ejecutantes de rock, no poseen –a mi entender– la gama de
familiaridad musical que aguijonea la inventiva de Lennon, de McCartney o de su
productor George Martin, cuyas contribuciones a la notación electrónica y
orquestal lo convierten en realidad en uno de los Beatles, particularmente
cuando se trata de ejecuciones en el estudio. Sólo Dylan muestra algo
equivalente a los Beatles en su combinación de talentos como compositor,
letrista y ejecutante, amén de la capacidad que posee para comportar consigo la
historia de la música folklórica y del rock and roll.
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En la ejecución, los Beatles manifiestan –y escribo en presente porque me refiero a los discos y a las películas– un poder casi del todo teatral. Se trata de un poder tan desenvuelto y libremente diverso, tanto por lo que hace al conjunto como a cada uno de sus miembros, que crea un elemento de suspenso, que es atributo exclusivo de los mayores actores: la expectación de que esta vez va a haber un fiasco para el buen gusto. Nunca se diluyen en el estilo de otros y ni siquiera en su propia exuberancia. Nunca sucumben a los embelesos que ellos mismos generan y mucho menos a los de la audiencia. No es pensable que ellos hubieran accedido a la secuencia de rock y jaleo de los Yardbirds en Blow-Up, de Antonioni. Esta ejecución en particular, independientemente de que contribuyera a dar brillantez a la película, es un síntoma de la infiltración incluso en la música popular de cierta decadencia hacia una actuación autodenigrante extraída de lo que va implícito en la forma del mismo espectáculo; en este caso particular, la ejecución del conjunto que da lugar a animosidades y a represalias destructivas contra el acompañamiento instrumental.
[…]
Como ocurre con los grandes
ejecutantes –en el atletismo, política etc. –, el gusto de los Beatles o de
Dylan es una emanación de su personalidad, de un yo que es dueño generoso del
auditorio y no su criatura. En tales contingencias, el gusto es inseparable de
la tenacidad de la yoidad, aunque ese yo haya sido inventado para el teatro.
Todo yo es inventado, una vez se le concibe para un propósito. Ahora bien, los
Beatles son un caso especial, por cuanto no constituyen un yo; son un grupo, y la identidad inconfundible del grupo
persiste a pesar de la acusada individualidad de sus componentes, pues a cada
uno de ellos, si se exceptúa al hoy fenecido Martin, se le conoce como único en
un modo más o menos melenudo. Son pocos los demás conjuntos en los que se
distingan uno o dos miembros siquiera, y esto se debe simplemente a la distinta
relación de esos miembros con el público. Es precisamente esta
individualización no común la que explica, opino, por qué los Beatles son mucho
más fuertes que cualquier otro conjunto y por qué no necesitan, como los Who,
de hinchas cuando se hallan sobre el tablado. Estos no logran comunicar la
presencia del Who individual, sino más bien una ansiedad, por no sentirse
individuos cuando están actuando conjuntamente.
Por otra parte, los Beatles
hacen resaltar la individualidad de cada uno por la meticulosidad de que se
valen para producir el sonido cohesivo, y porque existe en cada uno el estar
alerta a lo que hacen los demás, que no se confunde con las directrices múltiples
que se exigen para lograr algo armónico. Como si fueran miembros de un gran
equipo atlético, como parejas de ballet a lo Nureyev y Fonteyn o como algunos
cuartetos y quintetos (combos) de jazz, los Beatles, al actuar, parece que
extraen sus aspiraciones y energía no del público, sino de los demás de ellos.
Estos ligámenes estrechos, leales y afectivos no son inútiles, pues el dolor
evidente por la escisión de McCartney, que tuvo que ver con lo que él considero
intrusión de Yoko Ono, esposa de Lennon, en el grupo, no hizo sino confirmar la
intensa interrelación emotiva de los cuatro.
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Edição preparada por
Floriano Martins. Agradecimentos a todos os colaboradores. Roger Poirier (1925-2009),
fragmento de El yo en actuación.
Composiciones y recomposiciones en los lenguajes de la vida contemporánea (México:
Fondo de Cultura Económica, 1975). Traducción de Manuel Arboli. Foto inicial dos Beatles assinada por Bob Whitaker (Reino Unido, 1939-2011). Página ilustrada com obras de
Peter Blake (Reino Unido, 1932), artista convidado da presente edição.
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Agulha Revista de Cultura
Número 120 | Outubro de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS |
MÁRCIO SIMÕES
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