“Generalmente, el lector
o el oyente pasa la mayor parte del tiempo tratando de discernir desde qué lugar
le están hablando, desde qué ideología, partido político, poder adquisitivo, religión…
¿es homosexual?, ¿es pagano? Para mí, es vital crear una sociedad en la cual se
practique no la unanimidad, sino el diálogo de las diferencias. Pero soy optimista.
En un mundo que tiende a ser patéticamente estéril también se vislumbran verdaderos
chispazos de fertilidad. De lo contrario, no seguiría escribiendo, traduciendo,
haciendo programas de radio…”
Miguel Grinberg se expresa desde su ceñido bunker literario–intelectual, donde
pilas y más pilas de libros y revistas han terminado de apoderarse de las hornallas
de la cocina, de una heladera, de un corredor y hasta del piso del baño. Allí, entre
pilas de eclecticismo, toda “tierra firme” funciona como anaquel. “El ser humano
posee dones especiales, pero no se encuentra por encima de la naturaleza: es parte
de ella”, dice este poeta y escritor de 67 años, calmado, quien tras haber trabajado
diez años en Kenya bien podría haberse vuelto un animista africano. Pero no.
Criado en el seno de una familia judía, Grinberg –padre de dos hijos brasileños
y casado desde hace veintitrés años– cuenta que con el tiempo se sintió muy atraído
por el cristianismo: “Tuve el privilegio de ser amigo de un gran hombre del siglo
XX, el padre Thomas Merton, que me permitió visitarlo en su monasterio trapense,
en Kentucky; por otra parte, la herramienta de meditación que yo buscaba me la dio
–invitado por Allen Ginsberg– el budismo tibetano en el instituto Naropa, en Colorado.
También me cautivó el sufismo islámico, los rollos del Mar Muerto y los esenios,
en los que ya no se sabe dónde termina el judaísmo y empieza el cristianismo? Hoy
puedo decir que soy naturalmente ecuménico”.
Se puede decir que Grinberg ha sido protagonista de la cultura alternativa de
las últimas cuatro décadas en la Argentina y en América. Editó revistas como Contracultura
y Mutantia; publicó libros sobre temas tanto de rock como de ecología; fue cofundador
de alianzas “verdes” pioneras (Red Nacional de Acción Ecologista y Pacto de Acción
Ecosocial de América Latina); realizó memorables ciclos radiales y desde la prensa
escrita y televisada promovió el rock argentino y la ecología social. Fue, además,
prosecretario de redacción del diario La Opinión y de la agencia de noticias Télam.
Entretanto, creó una técnica avanzada de meditación para el desarrollo del potencial
intuitivo (holodinamia). Hoy, sin embargo, aclara que la suya no es una diversidad
simultánea: “He tenido ciclos. Con mi primera revista literaria, Eco Contemporáneo,
en los años 60, todo era poesía; después pasé a crítico cinematográfico y luego
a realizador de programas de rock y publicista de cine para Hollywood. Más tarde,
trabajé en la órbita de las Naciones Unidas en el tema de medio ambiente. Pero siempre
fui un testigo crítico de la realidad argentina”.
Como si todo ese cambalache de intereses fuera poco, Grinberg deja deslizar,
no sin algo de picardía, que su cuñado, salesiano, es obispo de la Iglesia Católica
en Brasil, y su tío, vicario de la Iglesia Ortodoxa de San Pablo.
IE – Borges hablaba de un yo plural y de una sola
sombra. ¿No se siente así?
MG – No se me había ocurrido. ¡Qué interesante! Y desconcertante también, porque
el yo es por naturaleza singular. La pluralidad la dicta el coro que nos rodea;
desde esa interacción surge un juego de espejos muy particular. Una vez recibí una
carta de Allen Ginsberg, en la que me escribía: “Hoy cumplo 50 años; es como cumplir
15, pero con espejos”. De todas maneras, uno elige el personaje que desea entre
las muchas posibilidades. Y desde un punto de vista de la búsqueda espiritual uno
trata de no dejarse comer por la sombra.
IE – En su libro “La generación
V” usted habla de “vivir poéticamente”. ¿A qué se refiere?
MG – Cuando se creó el servicio militar obligatorio, nuestro país estaba inmerso
en una situación caótica, donde era necesario alfabetizar a muchos habitantes del
interior e inmigrantes; era necesario crear conciencia nacional. La milicia hacía
ese trabajo pedagógico. De carácter compulsivo, pero necesario en aquel momento.
Hoy ya no se trata de crear una unanimidad conceptual a través de la nacionalidad,
la cultura o de ese tipo de palabras que suelen usarse con mayúsculas. Hay fenómenos
de la historia de la humanidad –como el canibalismo o el incesto– que, salvo en
condiciones anormales o patológicas, ya han sido superados. Otros, aún no.
MG – Uno es la superación del instinto homicida. Todo el siglo XX fue una antología
del espanto humano. El segundo punto es que ya no se puede seguir hablando de una
educación o de una formación uniforme y universal.
IE – ¿Cómo debería ser la educación?
MG – Particularizada, ya que cada uno de nosotros nace con un potencial y con
dones definidos: el aprendiz no es un recipiente para llenar, sino una lámpara para
encender. Y, en este sentido, los procesos de masificación son una plaga. Por eso,
el tema consiste en concebir la vida como una obra de arte.
IE – ¿Cree realmente que la vida como obra de arte
es hoy una posibilidad?
MG – Todo lo contrario. Hoy se vive una espantosa dictadura de la vulgaridad,
que genera toda esa gama de trastornos mentales, emocionales y de convivencia que
llenan las páginas de los informativos. Así, el hombre–masa se solidifica y pasa
a ser irracional, lentamente emotivo y destructivo. En estos dos últimos siglos
de materialismo exacerbado se ha pasado por alto el hecho de que no somos seres
destinados a existir como consumidores, contribuyentes o combatientes?
IE – ¿Cuáles son las grandes epopeyas que tenemos
por delante?
MG – Una es obvia: la estación espacial internacional que se está construyendo,
y desde la cual se podrá salir a la aventura espacial con mucha más facilidad. La
otra es la introspectiva, la que se esfuerza por ampliar el área de la conciencia.
IE – ¿En cuál de las dos aventuras hemos llegado más
lejos?
MG – El viaje hacia el exterior es y va a ser exclusivo para especialistas:
astronautas, científicos, técnicos y militares. Con respecto a la epopeya introspectiva,
creo que cada día hay más personas que, de manera intuitiva y espontánea, sienten
que su estilo de vida les está robando la inocencia junto con el verdadero sentido
de haber nacido. Yo todos los años participo de los congresos holísticos internacionales
que se realizan en Brasil. Actualmente hay una corriente de ejecutivos, dentro del
Banco Mundial, que realizan encuentros de debates espirituales, sencillamente porque
sienten que su vida está incompleta. Estos congresos tienden a recibir auspicio
económico de grandes compañías brasileñas o filiales de compañías trasnacionales.
IE – ¿En qué se funda la inteligencia?
MG – Depende desde dónde se mire. Si se mira en el sentido de utilidad de la
corporación transnacional, un tipo inteligente es el que permite que en el balance
de fin de año se hayan ganado muchos más millones de dólares que en el año anterior.
MG – Desde esa óptica, un ser inteligente es aquel que consigue ser él mismo
de acuerdo a su naturaleza y lleva, además, ese proceso evolutivo hasta sus últimas
consecuencias.
IE – ¿Podría mencionar algunos ejemplos?
MG – Bueno, autores como Merton, Edgar Morin, Ken Wilber, el poeta persa Jalal
al–din Rumi, William Blake…
IE – Hay un tinte decididamente
místico en casi todos ellos. En el contexto del misticismo, ¿qué papel desempeña
el intelecto?
MG – Es un recurso natural que se usa en el abordaje racional de los fenómenos
y que permite, a la manera del radar, construir itinerarios. Yo, como intelectual,
lo utilizo del mismo modo que el capitán de un barco utiliza la brújula. Ahora,
cuando medito, trato de detener todos los discursos que la mente fabrica sin cesar.
Meditar es el arte de entregarse. Uno aprende a nadar no porque conquista las aguas,
sino porque aprende a acompañarlas. Y para esto es preciso alivianarse, soltar lastre;
de lo contrario, te hundís. El otro día vi una película de origen hindú, “Samsara”.
En una escena, el lado frontal de una piedra preguntaba: “¿Cómo hace una gota de
agua para mantenerse como tal, sin secarse o evaporarse? Y cuando el monje la da
vuelta, lee: “Se sumerge en el océano”. En el mundo no se practica ese tipo de enseñanzas;
todo lo contrario: cada uno termina encerrado dentro de un frasquito. Y por eso
tenemos grandes colecciones de frasquitos y poca humanidad.
IE – ¿Cuál es el rol fundamental del intelectual contemporáneo?
MG – Hoy, el intelectual, en lugar de dejarse atormentar por todo lo que no
funciona en la sociedad contemporánea, tendría que poner mucho más énfasis en la
divulgación de nuevos caminos posibles, de los aciertos de quienes están en condiciones
de marcarnos los claros, los tesoros ocultos y los verdaderos significados de nuestro
papel en la vida. En estos tiempos, el intelectual tiene la rara oportunidad de
asumirse como una especie de radar mental a fin de captar aperturas hacia realidades
–individuales y sociales– inéditas.
IE – ¿Por qué dice “rara oportunidad”?
MG – Porque la cultura actual se encuentra en una etapa de descomposición, y
así como la Edad Media fue un torbellino que dividió los tiempos entre la Edad Antigua
y la Edad Moderna, ahora atravesamos un territorio intermedio, que dejó de ser posmoderno.
Al igual que el artista, el intelectual tiene tres opciones: denunciar, enunciar
(o sea, describir conceptos desde la ética o la estética), o anunciar rumbos. Me
atrae esta última posibilidad. Y desde ella, insisto en que la sociedad del mañana
deberá concebirse como una obra de arte.
IE – ¿No tiene la sensación de que a veces el propio
ego termina siendo la principal preocupación de muchos intelectuales?
MG – Bueno, hay intelectuales que generalmente disertan para escucharse a sí
mismos. Y debo reconocer que muchos de ellos producen disertaciones no menos que
magníficas, pero absolutamente estériles.
IE – William Blake, a quien usted admira, escribió:
“Quien piensa y no obra, engendra peste”. ¿Dónde entra el intelectual en ese concepto?
MG – La persistencia de la crítica negativa es una manera de bloquear el advenimiento
de lo contrario. Un amigo mío, poeta, cuando leyó por primera vez esa frase de Blake,
dijo: “Quien no piensa y obra, también engendra peste”. Entonces, cuando el intelectual
tiene al mismo tiempo una actitud humana, ya no tiene miedo al ridículo.
IE – Es que el miedo al ridículo es directamente proporcional
al tamaño del ego.
MG – Sí, pero no hay nada que yo pueda hacer con el ego ajeno. A duras penas
puedo hacer algo con el mío, y tratar de que no entorpezca en mi vida.
IE – En este aspecto, ¿cómo ha influido la psicología,
que tanto insiste con la reivindicación del yo como una entidad permanente, no transitoria
e independiente?
MG – La mayor parte de la psicología no hace más que aplacar los conflictos,
para que la persona siga desempeñándose como un engranaje eficaz en la maquinaria
que lo va a terminar por destruir, más de lo que lo ha destruido hasta ese momento.
Con los años, me he sentido atraído por la psicología transpersonal, que, en cierta
forma, amalgama lo espiritual y lo psicológico. Esto tiene un parentesco con lo
que fue la psicología del hombre sano, de Abraham Maslow, que apuntaba a desarrollar
los núcleos positivos de las persona, en lugar de quedarse atascado en los aspectos
negativos o patológicos.
IE – Otro tema en el que usted insiste es en que las
ciudades tienen que volverse verdes.
MG – Sí; no puedo dejar de lamentar que, en nombre del progreso, se siguen asfaltando
y llenando de concreto los paisajes. Nuestra ciudadanía no está concientizada desde
un punto de vista ecológico ni espiritual.
IE – ¿Por qué hace referencia a la ecología y a lo
espiritual simultáneamente?
MG – Porque la raíz etimológica oikos, del griego, que quiere decir “morada”,
sirve para crear tanto la ciencia ecológica como la palabra “ecuménico”, que es
la morada universal dentro de la cual pueden convivir todas las religiones. El grueso
de la gente sufre una suerte de mutilación espiritual; es decir, está convencida
de que el poder adquisitivo exacerbado es la vía para llegar a triunfar en la vida.
Vamos a tener que seguir padeciendo algunos tsunamis y algunas otras catástrofes
análogas para darnos cuenta de que, como decían algunos indios norteamericanos,
el dinero no se puede comer. Sin embargo, por primera vez en la historia, el último
premio Nobel de la Paz lo ganó una mujer africana, mi amiga Wangari Maathai, que,
al mismo tiempo, es la primera ecologista en recibirlo, con lo cual vemos que, en
cierta medida, estamos avanzando en la dirección apropiada.
IE – ¿Cuando habla de espiritualidad habla también
de religión?
MG – No tiene nada que ver una con la otra; la religión se apoya en el dogma
y la espiritualidad en la inmensa generosidad del universo.
IE – ¿Qué cree que sucederá con las religiones?
MG – Mucha gente necesita de la religión. Colin Wilson, un pensador contracultural
británico, dijo, y yo coincido, que la religión es un bastón para el camino. Y hay
gente que necesita un apoyo al caminar.
IE – Por último: ¿cómo es un intelectual en el siglo
XXI?
MG – Una suerte de cronista de un nuevo mundo posible. Y, dado que la mente
humana es una especie de timón, como intelectual, personalmente, me predispongo
a expandir el área de mi conciencia, a orientarme hacia experiencias de plenitud,
a soltar lastres de prejuicios y cobardías, y a proponer el ejercicio de una solidaridad
conceptual y espiritual donde cada cual logre ofrecer lo mejor de su naturaleza.
Entrevista originalmente
publicada no jornal La Nación,
21/05/2005. Edição preparada por Floriano Martins. Página ilustrada com obras de
Arshile Gorky (Armênia, 1904–1948), artista convidado da presente edição.
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Agulha Revista de Cultura
Número 124 | Dezembro de
2018
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