A propósito de la exposición
antológica que inaugura mañana 17 de noviembre en la GAN, El Techo de la Ballena,
movimiento integrado y fundamental de las artes venezolanas del siglo XX, que contó
en sus filas con artistas y escritores de la talla de Carlos Contramaestre, Juan
Calzadilla, Caupolicán Ovalles, Edmundo Aray, Francisco Pérez Perdomo, Efraín Hurtado,
Dámaso Ogaz, Salvador Garmendia, Adriano González León, J. M. Cruxent, Fernando
Irazábal, Daniel González, Gabriel Morera, Alberto Brandt, Perán Erminy, Angel Luque,
Gonzalo Castellanos y Antonio Moya, entre otros, Verbigracia ofrece las palabras
que pronunciara Calzadilla en la Universidad de Los Andes, para celebrar las vanguardias
latinoamericanas en los años sesenta
¿En qué aspectos se identifican o se distancian El Techo
de la Ballena y el Nadaísmo, en materia de propuestas, influencias y
ejecutorias comunes? En principio no me plantearía esta pregunta si no estuviera
seguro de que son más las semejanzas que nos unieron que las diferencias que podrían
surgir de estudiar esos dos contextos tan distintos entre sí, en los cuales ambos
grupos actuaron. Un contexto social del lado colombiano y un contexto político del
lado venezolano.
Ese parangón al que me remito debería comenzar teniendo en
cuenta que el movimiento nadaísta permanece aun soterradamente activo y ha pasado
ahora a una fase retroactiva que nos sorprende por el auge de su actividad editorial,
no sólo en cuanto a producción actual de sus representantes vivos, sino también
al lanzamiento de materiales inéditos, siempre bajo el signo del Nadaísmo,
a tiempo que, lejos de resignarse a sucumbir, continúa generando información polémica,
año tras año, como corolario de un largo historial colectivo de procesos, que sus
apologistas más radicales, Jotamario, Eduardo
Escobar y Armando Romero,
se empeñan en llevar hasta el día del juicio final. Es así como el Nadaísmo
ha llegado a ser no sólo el grupo literario de más dilatada historia en hispanoamérica,
sino el más prolífico en actuaciones y obra recogida en libros.
La historia de El Techo de la Ballena es más corta
y elíptica y se puede comprimir en una obra que reúna siete u ocho meses de lucha,
humor viscoso, fueros y desafueros contestatarios, tal como se aprecia en una crítica
escueta y austera, dentro de la cual, en ausencia de una publicación más exhaustiva
y completa, continúa siendo la antología de Angel Rama (Fundarte, 1987), el texto más consultado y prácticamente
el único de carácter valorativo que se ha escrito hasta ahora sobre la agrupación.
Y sin embargo, como antología, se trata de una publicación enormemente exigua. Pues
la suerte editorial corrida por El Techo no es una limitación que pueda atribuirse
a que el grupo haya sido poco productivo. Por el contrario, todos sabemos que existe
material de sobra en revistas y periódicos, o todavía inédito o que permanece sin
reunirse en libro, en especial de naturaleza gráfica o testimonial. Y pongo por
caso la profusa, intransigente y singularísima obra de Dámaso Ogaz, hoy arrumada y expuesta a perderse en revistas experimentales
editadas mimeográficamente de manera artesanal por el propio Ogaz, a través de su largo viacrucis por
la provincia venezolana. O también la extensa poesía autobiográfica de Caupolicán Ovalles, frágilmente publicada
bajo la forma de unos tabiques que, por oposición a las publicaciones tradicionales,
Edmundo Aray llamó ediciones tubulares
para lanzarlas en el marco de eventos políticos y exposiciones.
La gran fortuna crítica del Nadaísmo se explica en
parte por la continuidad de este movimiento, desde su fundación en 1959 hasta hoy,
a lo largo de lo que quizás ha sido el más dinámico y controversial capítulo de
la moderna literatura colombiana. En este sentido, el hecho de que haya tenido sus
principales cronistas entre sus miembros más polémicos, ha contribuido a darle al
Nadaísmo mayor unidad y a garantizarle, pese a los destrozos del tiempo,
las deserciones y la muerte, coherencia con sus presupuestos iniciales, vale decir,
el ataque a la moral burguesa, el humor desaforado, la subversión contra la institución
clerical y la prédica de la anarquía como forma subversiva.
No ocurre lo mismo con El Techo de la Ballena, cuya
trayectoria fue más breve, como conviene a lo que tuvo un compromiso más coyuntural,
o si se quiere, más fáctico con los acontecimientos, aunque no menos corrosivo y
transversal que el compromiso que contrajo el Nadaísmo con la realidad colombiana.
Y si la brevedad de aquél no va en detrimento de su importancia, no es menos cierto
lo que apuntó Ángel Rama cuando para
describir El Techo, en el prólogo de la antología citada, dijo que “fue hijo
directo de una circunstancia histórica que se diluye a medida que esta circunstancia
se transmuta, pierde sus características y cede a las formas más tradicionales de
la creación: el libro, la tarea individual, el arte”. Según Rama, “fue la confirmación del fracaso
de una derrota con que se inicia el consabido sálvese quien pueda”. Aunque resaltemos
lo que esta última afirmación tiene de discutible, lo cierto es que El Techo
fue frenado por la pérdida de impulso para continuar existiendo más allá de la desaparición
de las condiciones adversas que lo estimulaban.
Es evidente que, en ausencia de un liderazgo parecido al que
ejerció Gonzalo Arango en torno al
Nadaísmo, la cohesión de El Techo de la Ballena dependió mucho más
de la coherencia de sus propuestas transitorias y de los retos planteados con ellas
que de unos nexos generacionales débiles, o cuya falta, por la misma razón, contribuyó
a que los integrantes del grupo tuvieran una concepción del hecho literario más
heterogénea, abierta y menos interdisciplinaria de la que definió al Nadaísmo,
cuestión que puede apreciarse comparando la concepción ballenera del poema con la
tónica coloquial, narrativa, desaforadamente realista o descriptiva que sirve de
factor común a las poéticas de Gonzalo Arango,
Jaime Jaramillo Escobar, Jotamario Arbeláez, Eduardo Escobar, Eduardo Zalamea y Elmo Valencia, y sin que esta afirmación
desmerezca en nada el tono personal que cada uno de estos poetas ferozmente mantuvo.
La diversidad de estilos y registros temáticos en los poetas de El Techo,
aparte de corresponder a diferencias formales y generacionales, indiscutiblemente
llevaba consigo un ingrediente de anarquía o indolencia que contribuyó a la dispersión
del grupo.
Ese elemento común de rechazo a la lírica tradicional para
los nadaístas y para los balleneros remite, en ambos movimientos, a un recurso al
Surrealismo, o si se quiere a la tradición de la poesía francesa, tal como,
por su parte, lo reconoce Jotamario
al escribir que “prácticamente desenterramos a Lautréamont, a los surrealistas, a Rimbaud, en nuestro propósito de cambiar la vida” (este “cambiar
la vida” está tomado de Rimbaud y
por lo tanto Jotamario lo subraya).
Aunque el precedente surrealista en El Techo de la Ballena pueda verse también
en algún momento con carácter de adscripción o militancia, como cuando se suscribió
el manifiesto anticlerical titulado “Para aplastar el infinito”, y como podría observarse
en el uso de la escritura automática para componer algunos de sus textos principales,
tal el caso por ejemplo de Los venenos fieles
y Dictado por la jauría, hay
que decir sin embargo que la invención fantástica o la apelación al absurdo, a la
metáfora insólita y al humor negro como recursos del habla que se ponen a disposición
de la escritura en su afán de hiperestesiar los hechos, no es resultado, como podría
pensarse, de una mera adopción o copia del lenguaje surrealista, sino consecuencia
del desarrollo de formas imaginantes (o metadialécticas, como dirían los lingüistas),
inherentes a un comportamiento expresivo radical, a tono con nuestras realidades,
y surgido como reacción al medio en donde ambas agrupaciones tuvieron que actuar
por impacto y, como decía Aray, a
dentellada limpia. Si se puede hablar de un modelo tomado en préstamo como fue el
caso del Surrealismo, nada nos impide aceptar que lo que de este modelo pasó
a nuestro idioma no se dio sin una transformación del habla poética.
Faltaría añadir a esa búsqueda de fundamentación en otras
raíces lingüísticas, que Jotamario
opone a la lírica española y a la tradicional local, las numerosas afinidades que
se filtran alevosamente a través del cuerpo visceral de la poesía Beat y
especialmente de la de Ginsberg, Kerouac,
Corso y Ferlinghetti, influencias
o tal vez afinidades que quizás tienen más consistencia entre los nadaístas que
en el lenguaje de los balleneros, si exceptuamos a Caupolicán Ovalles quien, por otra parte resulta, de cara a lo que
estamos diciendo y si comparamos su poética con la del resto de sus compañeros de
El Techo, el más francamente próximo al espíritu desenfadadamente coloquialista
de los nadaístas, como se desprende de su poema ¿Duerme usted señor presidente? (1961).
A esos componentes afines, inspirados en poéticas en otros
idiomas y articulados al nuestro, no escapa la recuperación de la oralidad que procede
de algunos poetas de la tradición colombiana, como son León de Greiff y Barba Jacob,
de la misma forma en que se incorporan al lenguaje poético las escatalogías de uso
corriente en la jerga de los barrios, tal como se encuentran atisbadas primeramente
en la obra de Mario Rivero, quien
de alguna manera significó para los nadaístas, o para algunos nadaístas, lo que
para los balleneros representó indiscutiblemente la obra de Ramos Sucre o de Juan Antonio Vasco.
Otro tipo de indagación en torno a las relaciones de ambos
grupos podría conducirnos a una consideración de los géneros en que escribieron,
lo que implica decir que el aspecto innovatorio de sus propuestas, en cuanto a las
formas mismas, se sustenta en una oposición radical al realismo social que se continuaba
escribiendo o pintando en ambos países por la época en que esos grupos emergieron.
Y naturalmente que esta oposición, que veía de manera clara la importancia del cuidado
de la forma en la escritura, no llevó en El Techo de la Ballena ni en el
Nadaísmo a una preocupación perfeccionista y ni siquiera a preguntarse por
el problema de estilo, sino que más bien hizo burla de todo aquello que pudiera
parecer demasiado literario, frío, retórico o formalmente sacrificado a la libertad
para hacer de los géneros literarios el uso que se quisiera.
No obstante que el Nadaísmo fue un movimiento predominantemente
lírico, o en cuyo origen estuvo la poesía, no deben olvidarse las tentaciones narrativas
en que más bien incurren sus representantes, como es el caso de Jotamario, quien afortunadamente para los
que seguimos su poesía, se confiesa un novelista frustrado, autor de una poesía
épica novelada a cuadros cosidos con agujas de sastre. Gonzalo Arango, sin abandonar la poesía, se presenta como un precursor
del relato policial en Colombia, en tanto Armando Romero y Elmo Valencia
siguen trajinando ambidextra y exitosamente la poesía y el relato. Jaime Jaramillo Escobar, el más metafísico
y marmóreo de los nadaístas, es como un jinete del apocalipsis criollo erigido en
estatua barnizada por la luna romana de una plaza de De Chirico. Jaime se ha encargado de petrificar los gestos de una parodia
real que no está bien armada hasta que él consigue desplazar la historia por un
teatro de marionetas. Armando Romero,
benjamín del grupo, cruzó las fronteras del Nadaísmo para vagar como un hippy,
morral al hombro, por gran cantidad de países, antes de recalar en nuestra Mérida,
en donde se hizo protagonista de la más corrosiva farsa que escritor alguno haya
contado para poner al desnudo, en una novela hilarante como La piel por la piel, los terrores y miserias
de la universidad venezolana.
El Nadaísmo y El Techo de la Ballena fueron
agrupaciones contestatarias surgidas casi simultáneamente en Colombia y en Venezuela
en medio y como expresión de violentas rupturas y cortes históricos que sacudieron
las estructuras sociopolíticas y la cultura de ambas naciones.
A partir de los años sesenta -escribió Jotamario Arbeláez- toda América fue una
gran conmoción poética. Cuba era un foco de soles sobre la esperanza del hombre
nuevo. En todas las poesías se fundaron movimientos y revistas que llevaban los
aires de la renovación del lenguaje y la atronadora sensibilidad del momento que
era este siglo. Así se dio en Colombia y en Venezuela, este país que amamos tanto
como si parte de él fuera nuestro, ese milagro de la expresión contestataria, con
toda la violencia de un humor pérfido y una confrontación carnicera, que en Venezuela
se llamó El Techo de la Ballena y en Colombia Nadaísmo.
Es cierto que El Techo podía reclamar para sí una mayor
cuota de compromiso frente a la violencia política que operaba desde el poder, e
incluso una mayor dosis de delirio utopista y de empedernido experimentalismo a
ultranza, pero en la poesía nunca llegamos en Venezuela, por ese tiempo ni después,
a un desarreglo de los sentidos de tal virulencia como el que proveía a la tribu
nadaísta de un culto irrestricto y desenfrenado a la insensatez y a las situaciones
límites.
Artes plásticas o la insubordinación informalista
Otra analogía importante es la pasión por las artes plásticas
y el afán con que ambos movimientos se esmeraron en integrarlas al programa de subversión
intelectual. Si bien esta característica es más resaltante en El Techo de la
Ballena, para el que la pintura jugó un rol decisivo en la propuesta innovadora.
Pero mejor sería explicarlo. La fundación de nuestro grupo ocurrió en un momento
en que las vanguardias plásticas alcanzaban en Venezuela un clima tenso e insoportablemente
hipócrita. El hecho de que en el grupo militaran pintores y críticos de arte precipitó
aun más, a través de manifiestos y exposiciones, la alianza de literatura y arte
para propiciar un resultado que nunca hubiera llegado a un punto tan candente y
radical si cada disciplina hubiese marchado separadamente, o si no se hubiesen complementado
de la manera en que lo hicieron; la integración de ambas manifestaciones, literatura
y arte, puede apreciarse desde un primer momento en el lanzamiento del grupo en
marzo de 1961, a través de la exposición Para restituir el magma, cuya intención,
más que mostrar obras, aun si fueran de signo experimental, fue provocar un escándalo.
El Techo de la Ballena y el Nadaísmo fueron movimientos polémicos, y justamente
fue de la polémica de donde mayormente se nutrió la desafección al sistema que los
impulsó a lograr objetivos superiores que al traducirse a la literatura y el arte
produjeron obra innovadora y subversiva. Que sus enemigos principales los hubiesen
encontrado entre la gente que se arrogaba el título de verdaderos revolucionarios,
no es más que una formalidad de la cual ambos grupos supieron sacar partido para
apuntalar con ello la previsión de que con el Nadaísmo y El Techo de la
Ballena se estaba poniendo término no sólo a la historia de los grupos literarios,
sino también a la del reinado de la utopía.
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Fragmentos
de la ponencia presentada en el taller “Las vanguardias latinoamericanas en los
años sesenta”, celebrado en la Universidad de Los Andes, núcleo de Trujillo, en
octubre de 1999. Edição
preparada por Floriano Martins. Página ilustrada com obras de Arshile Gorky (Armênia,
1904-1948), artista convidado da presente edição.
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Agulha Revista de Cultura
Número 124 | Dezembro de
2018
editor geral | FLORIANO MARTINS
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editor assistente | MÁRCIO
SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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