Como una niña y adolescente
solitaria que fui, aprendí a crear mi propio mundo. Tuve la fortuna de disponer
siempre de un cuarto propio, un lugar donde el tiempo se detenía cuando me encerraba
los domingos a escuchar la XELA, lo que casi me convirtió en una consumada melómana.
Allí escribí también mis primeros poemas, de los que nunca guardé copia, afortunadamente.
Los cuentos que mi padre me contaba o leía noche tras noche contribuyeron a despertar
mi imaginación. Mi avidez por aprender no tenía límite y casi a diario le preguntaba
a mi padre cuándo me iba a inscribir en la escuela primaria. Llegó por fin el tan
deseado día y para entonces ya sabía leer y escribir. Recuerdo las montañas de libros
de cuentos que mi padre me llevaba de las ferias del libro (que ya desde entonces
se realizaban en la ciudad de México), y que yo devoraba en una tarde.
Mi afán de encontrar palabras
que nombraran la vida surgió de esas lecturas. Inevitablemente, la poesía se gestaba
en mi imaginación avivada por el descubrimiento de Andersen, Salgari, Verne y los
hermanos Grimm, entre otros. La revista argentina
“Billiken”, que llegaba puntualmente a México y que se convertiría en lectura obligada
de los escritores de mi generación, ocupa
un lugar destacado en mi memoria junto con algunas lecturas prohibidas por mi madre,
como lo eran el “Pepín” y el “Chamaco”, cómics
de la época. En mis primeros libros de texto recuerdo que se presentaban fragmentos
de poesía del Siglo de Oro e inclusive aparecían los escritores mexicanos: Ignacio Manuel Altamirano y Juan de
Dios Peza.
Mis padres eran decimonónicos
en su forma de ver la vida, en especial mi madre. Fui hija única de un matrimonio
mayor y desafortunadamente jamás pude conocer a ningún abuelo. De vez en cuando
veía a algunas tías y primas. Casi no tenía amigos y cuando llegaba a reunirme con
ellos, siempre era con la inevitable presencia de mi madre, constante chaperona.
Gracias a un precoz enamoramiento empecé a escribir poesía un poco más en serio.
Este ritual solitario era mi alimento secreto. Era como hurgar en el cofre del tesoro
donde me deslumbraba la seducción de las palabras, sus ritmos y significados. La
poesía, encontrada como a la ballena blanca del capitán Ajab, me daría la definitiva
certeza de que es lo único que nos mantiene vivos y nos rescata del olvido.
Hubo un tiempo en que leía
ávidamente todo cuanto encontraba en la pequeña biblioteca de mi padre, en la que
predominaban libros de psicología y filosofía, junto con obras maestras de la literatura.
Fue allí donde se me revelaron El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha y las Novelas Ejemplares, de Cervantes. Allí encontré también
la Biblia, compendio de sabiduría que hasta mucho después habría de valorar
debidamente. Las obras completas de Goethe
me tentaban desde entonces, pero en esa época sólo me cautivó el Werther. Los títulos de los libros se agolpan en mi memoria:
Los bandidos de Río Frío, Las calles
de México, y El conde de Montecristo son apenas un ejemplo de
todo cuanto me interesaba. Disfrutaba tratando de interpretar a Freud y Jung, a
quienes leía con enorme interés y apasionamiento. Eran mundos alucinantes que se
ofrecían a mi interés y que gozosamente iba descubriendo de a poco. Recuerdo que
en una ocasión una amiga de mi padre (quien por cierto se apellidaba Asúnsolo y
era prima de Dolores del Río) le dio a guardar un librero repleto de libros donde
encontré de todo, menos poesía, pero por supuesto me leí completo ese inesperado
tesoro que estuvo a mi disposición por un buen tiempo. Encontré, novelas, cuentos,
ensayos y qué se yo cuántas cosas que significaron un verdadero festín para mi incipiente
curiosidad.
Publiqué mis primeros poemas
en el Suplemento “México y la Cultura” y en las revistas “América”, “Metáfora” y
“Nivel”, así como en algunas otras de la época. Mi relación con Jesús Arellano,
editor de “Metáfora”, se dio a través de Efraín Huerta. Eran famosas esas tertulias
irreverentes, que se realizaban en lo que llamábamos la cueva, una habitación
en la que las reuniones eran presididas por un altar a don Alfonso Reyes, a quien
todo el mundo le llevaba “milagritos” para que lo volviera escritor o bien para
agradecerle “los favores concedidos”. Allí conocimos a Jaime Sabines, quien acababa
de llegar a la ciudad de México, así como a muchos otros escritores y pintores,
entre los que recuerdo a Juan Rulfo, Rubén Salazar Mallén, Amparo Dávila y las hermanas
Olga e Irene Arias. La revista era muy polémica por sus comentados colofones, redactados
por Jesús Arellano y A. Silva Villalobos. Por esa razón era la única revista que
se comenzaba a leer por el final. Era la voz disidente de la época por sus venenosas críticas a escritores famosos. Para mí, que me
iniciaba en las letras, esas reuniones me permitían conocer a personalidades del
mundo de la cultura y eran, además, muy divertidas.
No existían entonces los
talleres literarios, salvo el de Juan José Arreola, por el que pasé de manera fugaz.
Mi formación literaria se dio inicialmente en la Casa del Lago de la UNAM, a la
que era asidua. Allí tomé cursos de preceptiva literaria con ese escritor extraordinario que es Tomás Segovia y conocí a
Juan Vicente Melo, Isabel Fraire y Rita Murúa. A la fecha sigo manteniendo la amistad
con Isabel Fraire, que se ha afirmado a través de los años como una destacada poeta.
Posteriormente asistí al Centro Mexicano de Escritores, donde tomé algunos cursos
con Juan Rulfo, quien nos dio una formidable visión de la literatura norteamericana
a partir de Dreisser. Tuve allí compañeros que fueron posteriormente mis grandes
amigos: Tomás Mojarro, Vicente Leñero, Carmen Rosenzweig y Manuel Echeverría (el
benjamín del grupo), que luego llegarían a ser famosos. También tomé cursos con
Ramón Xirau, quien además de ser un gran escritor y con una profunda calidad humana, fue asimismo un extraordinario maestro. Más adelante
me inscribí en la Facultad de Filosofía y Letras, pero por diversas circunstancias
no pude terminar la carrera.
Las influencias determinantes
en mi vida fueron inicialmente, entre otras, las de Vallejo, Rilke y Milosz. Cuando
uno empieza a descubrir el mundo de un poeta, el hallazgo es de tal magnitud que
uno se ve arrastrado vertiginosamente; en tanto no logre ordenar en su interior
esas sensaciones y asimilarlas. Son esos autores quienes estarán presentes en la
creación literaria e incluso en la vida cotidiana. Después uno llegará a encontrar
su propia expresión, esa voz a la que con los años uno le va dando diferentes registros.
Como he sido una lectora voraz, me ha sido siempre muy difícil ordenar mis lecturas.
Siempre leo dos o tres libros simultáneamente y de diversos géneros: novela, ensayo,
poesía.
La cuestión de las influencias
es un asunto de empatía, algo así como sintonizarse en una misma frecuencia. Es
como la química en el amor. Y habrá siempre poetas, por extraordinarios que sean,
con los que uno nunca se va a identificar, que no le tocan a uno el corazón aunque
pueda admirárseles como personas.
Nunca he sido muy disciplinada
para escribir y quizá esa sea la razón de que mi obra no haya sido hasta el momento
muy prolífica. Sin embargo, todos mis quehaceres
se han relacionado siempre con la literatura, ya sea a través de mi participación
en congresos o festivales de poesía nacionales e internacionales (Cuba, Nicaragua,
Argentina, Panamá, Perú y Puerto Rico), de mi trabajo permanente como jurado de
poesía o de otras disciplinas. Durante la década de los 60 ejercí el periodismo
cultural en el periódico “El Día” durante casi tres años. Gozaba allí de una gran
libertad para escribir sobre el tema que quisiera. Comencé haciendo reseñas de libros
y de revistas culturales y paulatinamente mi inquietud me llevó a escribir comentarios
sobre obras teatrales y actividades de todos aquellos acontecimientos que capturaban
mi atención. Publicaba también selecciones de poesía de varios países de América
Latina en particular, y realicé entrevistas a grandes poetas de nuestro tiempo.
Por aquel entonces realicé un viaje a América del sur y conocí a escritores extraordinarios
como Raúl González Tuñón, a quien lamentablemente
no tuve la oportunidad de entrevistar. Atesoro en mi memoria particularmente la
que le hice por vía telefónica a Juana de Ibarbourou en Montevideo. Yo estaba de
paso por allí y el día que le llamé ella salía de viaje con su hijo a una granja
en la cercana ciudad de Colonia, en busca del sol y el calor del mar para sus huesos
adoloridos. Decía que “Montevideo sin sol no es Montevideo”. De todo cuanto conversamos
se me quedó muy presente que cuando le hablé de mi incipiente labor literaria me
señaló que “la autocrítica es criminal para lo propio”.
En ese entonces trabajaba yo en la industria del cine, en la que
tuve grandes amigos como Simón Otaola, asiduo visitante de la librería de Polo Duarte,
adonde llegaban las principales novedades literarias de diversas partes del mundo. Otaola fue para mí un mentor que me descubría
a muchos nuevos autores. En mi trabajo realizaba
diversas labores y entre ellas colaborada con Efraín Huerta en un boletín cinematográfico.
Con él compartí inicialmente el asombro literario. Solía regalarme hermosos libros de poesía, empezando
con la suya. Un día, sin saber cómo, Efraín
y yo nos descubrimos amorosamente. Fue el nuestro un amor apasionado en verdad.
A pesar de que nos veíamos frecuentemente nos escribíamos cartas casi todos los
días. No las conservo todas, lamentablemente. Después de dos años de noviazgo nos
casamos el 6 de septiembre de 1958 y compartimos más de 25 años de vida. El 21 de
mayo de 1959 nació nuestra primera hija, Thelma, y cuatro años después, el 29 de
junio de 1963, nació Raquel quien ha seguido el hermoso camino literario. Efraín
fue siempre un excelente padre, amoroso y consentidor. Nuestras hijas siempre tuvieron
la cercanía con la literatura y con el arte y crecieron en un ambiente muy sugestivo
en cuanto a todo lo
relacionado con la creación. Thelma se inclinó más por las artes plásticas y Raquel por el mundo de los libros. En cuanto a mi relación con Efraín, nunca hubo dificultades entre nosotros con respecto a nuestro quehacer literario. Aprendimos a manejar la situación de ser dos poetas con su mundo personal muy bien establecido y definido. Viajamos mucho por diversos países de América Latina y compartimos diversas tareas culturales y solidarias.
relacionado con la creación. Thelma se inclinó más por las artes plásticas y Raquel por el mundo de los libros. En cuanto a mi relación con Efraín, nunca hubo dificultades entre nosotros con respecto a nuestro quehacer literario. Aprendimos a manejar la situación de ser dos poetas con su mundo personal muy bien establecido y definido. Viajamos mucho por diversos países de América Latina y compartimos diversas tareas culturales y solidarias.
Como para mí el compromiso
es la vida, al igual que el resto de los escritores de mi generación tuve una activa
participación en el Movimiento Estudiantil del 68 a través de la Facultad de Filosofía
y Letras, al lado de José Revueltas, quien además de ser el destacado dirigente
político que todos conocemos tenía algunas propuestas muy novedosas que entusiasmaban
a los estudiantes, como la famosa “Operación Perro” que consistía en hacer pintas
políticas sobre los perros callejeros que en su andar por las calles de la ciudad
hacían propaganda al movimiento. Organizábamos muchas actividades y reuníamos fondos
para los “muchachos” de la Facultad, como les solíamos llamar a nuestros líderes
estudiantiles. Cuando encarcelaron a Revueltas,
a quien tuvimos escondido un tiempo en la casa del poeta Carlos Eduardo Turón, y
a raíz de la matanza del 2 de octubre nos dispersamos todos. Un tiempo después empecé
a participar en la solidaridad con Cuba, a instancias del poeta cubano Fayad Jamís
y posteriormente con Nicaragua y El Salvador. Curiosamente viajé mucho a Cuba y
a Nicaragua, pero jamás he estado en El Salvador.
Fui jurado del Premio Casa
de las Américas de Cuba y con Efraín y Ernesto Mejía Sánchez del Premio “Rubén Darío”
en Nicaragua, donde por cierto fui condecorada en dos ocasiones, lo que significó
para mí una de las mayores satisfacciones de mi vida. En Cuba conocí y me hice amiga
de grandes escritores: Julio Cortázar, Mario Benedetti, Juan Gelman, Claribel Alegría,
Nicolás Guillén, Loló de la Torriente, Alejo Carpentier, Eliseo Diego, Cintio Vitier,
Roberto Fernández Retamar y muchísimos otros
que sería largo enumerar. A Julio Cortázar volvería a encontrarlo en Roma y en Nicaragua,
a Juan Gelman y a Mario Beneditti los volvería a ver en México en muchas otras ocasiones,
lo mismo que a Roberto Fernández Retamar. Desde mucho antes de la solidaridad con
el sandinismo llevé una profunda amistad con Ernesto Cardenal con quien viajé a
Roma, al Tribunal Russel, para llevar la denuncia sobre las violaciones a los derechos
humanos en Nicaragua a manos de la dictadura de Anastasio Somoza. Nicaragua para
mí es un país mágico con poetas entrañables como Gioconda Belli, Francisco de Asís
Fernández, Julio Valle Castillo y Carlos Martínez Rivas entre otros. Entre mis amigos
salvadoreños puedo mencionar a Roque Dalton a quien conocí desde los años sesenta
en la ciudad de México, a Manlio Argueta a quien vi por primera vez en Nicaragua y a Rafael Goches Sosa, quien vino a México en alguna
ocasión, para afinar los detalles de la publicación de un libro suyo en alguna de
las colecciones de “Pájaro Cascabel”.
En la década de los 60 fundé,
con el destacado crítico Luis Mario Schneider, la revista “Pájaro Cascabel” y la
editorial del mismo nombre. Ésta fue una de las revistas independientes más importantes
de la época, junto con “El Corno Emplumado”, “Cuadernos del Viento”, “Snob",
“Siglo I Poesía” y “El Rehilete”, en la que tuve una breve participación. La publicación
de “Pájaro Cascabel” implicaba un verdadero reto que logré superar poniendo en esta
tarea la misma pasión que he puesto en todo cuanto emprendo, sin descuidar por supuesto
a la poesía, a la que nunca he abandonado porque ha sido siempre parte fundamental de mi vida. A través de la revista
me mantenía en contacto con mis amigos poetas y editores de las otras publicaciones.
Puedo asegurar a la distancia que jamás hubo entre nosotros
la menor sombra de envidia o mezquindades, tan frecuentes en ocasiones en el medio. Por el contrario, nos ayudábamos entre todos generosamente. Sergio Mondragón, Margaret Randall, Huberto Batis y Margarita Peña fueron amigos y compañeros que mucho nos ayudaron a realizar nuestra tarea, al igual que Jesús Arellano, quien me dio todo su directorio de críticos de universidades de los EEUU que se interesaban en nuestra labor.
la menor sombra de envidia o mezquindades, tan frecuentes en ocasiones en el medio. Por el contrario, nos ayudábamos entre todos generosamente. Sergio Mondragón, Margaret Randall, Huberto Batis y Margarita Peña fueron amigos y compañeros que mucho nos ayudaron a realizar nuestra tarea, al igual que Jesús Arellano, quien me dio todo su directorio de críticos de universidades de los EEUU que se interesaban en nuestra labor.
A propuesta de los editores
de “El Corno Emplumado” y del argentino Miguel Grimberg, editor de “Eco Contemporáneo”
realizamos en México el “Primer Encuentro Interamericano de Poetas” que tuvo una
enorme resonancia en nuestro país. Fue la primera vez que se hacía un encuentro
de esta índole y por supuesto no había ningún apoyo institucional. Los poetas llegaron
de distintos países por sus propios medios, hubo una poeta sudamericana que llegó
a vender un piano para pagarse el viaje. Hospedamos a los poetas en casas amigas.
A todos les encontramos alojamiento. Los trabajos se llevaron a cabo en el Club
de Periodistas de México, donde se realizaron conferencias y mesas de discusión
sobre la poesía. Tuvimos una gran cobertura de prensa ya que en esos años un encuentro
de poetas era algo novedoso. Realizamos, a iniciativa de Efraín Huerta, lecturas
en la Calzada de los Poetas del Bosque de Chapultepec. Fue la primera vez que la
poesía salía a espacios abiertos. Después hubo otra lectura en Malinalco. El subdirector
del periódico “Excélsior” cubría diariamente todas nuestras actividades.
El Encuentro lo presidieron honorariamente Henry Miller y Thomas Merton. Guardo
con enorme cariño la carta de aliento que me envió Julio Cortázar, junto con su
mensaje “A los cronopios de la Acción Poética Interamericana”, fechado en París
en 1964, escrito a máquina.
Es increíble la gran comunicación
que existía entre todos los escritores en aquella época en que no teníamos más que
el a veces exasperadamente lento servicio postal para comunicarnos Sin embargo,
la comunicación era bastante fluida entre nosotros. Mantuve siempre una excelente
comunicación con los poetas de otras latitudes, a quienes les enviaba regularmente “Pájaro Cascabel”, ya
que tenía corresponsales en muchos países iberoamericanos. Mandaba los ejemplares
a gente clave que distribuía convenientemente la revista, que luego era reseñada
por los críticos en suplementos y revistas de esos países. Llegamos a publicar más
de treinta libros de poesía en las diversas colecciones que teníamos, no sólo de
autores mexicanos sino también de escritores iberoamericanos que deseaban publicar
con nosotros por la distribución que tenían nuestros libros en los medios.
A raíz del Movimiento Estudiantil
del 68 y debido a nuestra participación en él, no pudimos seguir publicando las
revistas “El Corno Emplumado” ni “Pájaro
Cascabel”, ya que se nos negó la ayuda oficial que teníamos para la
edición de las mismas, que si bien no cubría todo el costo, sí una parte importante
del mismo. El escritor y amigo Edmundo Valadés, quien por aquel entonces trabajaba
en la Presidencia de la República, nos había conseguido esa pequeña ayuda a la que
he hecho mención y que por supuesto, ya no tuvimos más. Siempre he afirmado que
las revistas literarias son como los grandes amores, es decir, tienen alguna vez
un término, por una u otra razón.
Me ha interesado en forma
permanente la creación de los jóvenes poetas de nuestro país y por la índole de
mi quehacer literario como jurado de poesía, me he mantenido siempre al tanto de
lo que escriben muchos de ellos. Desde la época que editaba “Pájaro Cascabel” me
preocupaba por la poesía joven, particularmente me interesaba en aquel entonces
lo que estaban escribiendo las poetas, a las que me interesaba publicar. El panorama
no era muy amplio, todo lo contrario de la época actual en la que verdaderamente
las poetas han ganado grandes espacios en todo nuestro territorio lo que me da una
gran satisfacción personal.
Como lo expresé en algún
poema: “Voy hacia la vida como se va a la muerte o al amor, sin saber nada”. Todos
los días nos encontramos al pie de la sorpresa. La vida ha ido dispersando a mi
pequeña familia por diversas partes del mundo. Mi hija mayor vive ahora en Canadá,
felizmente casada. A pesar de la distancia nos mantenemos siempre muy cercanas y
su permanente apoyo y solidaridad acompañan mi transcurrir por la vida. Mi nieta
mayor, que es Psicóloga, estudia ahora en Canadá y trabaja con niños de preescolar.
Mi nieta menor vive desde hace algunos años en España, con su padre. Estudia artes
gráficas y se siente muy orgullosa de sus abuelos escritores. Me acompañan sus dibujos
y pequeñas tallas en madera. En México se encuentra afortunadamente mi hija Raquel,
con quien comparto poesía e intereses comunes, así como viajes y sueños. Trabajo
en la preparación de nuevos libros de poesía. Busco siempre renovarme en mi expresión
poética, ya que no me gusta repetirme. Odio la soledad de los sábados en que el
mundo parece detenerse. Me inquieta el futuro de nuestro país y leo todas las mañanas
los diarios para saber qué sucede en el mundo, qué se escribe y se piensa frente
a nuestra realidad de país tercermundista, al que amo por sobre todas las cosas
y no cambiaría por ningún otro. Jamás he tenido la experiencia de vivir en otro
sitio, ni siquiera temporalmente. Trato siempre de organizar mi tiempo, sin lograrlo
del todo. Tengo muy buenos amigos, en el medio literario particularmente, a los
que suelo ver con alguna frecuencia (salvo aquellos que no residen en esta ciudad). No hay nada más
cautivador que conversar con un buen amigo o amiga ante una copa de buen vino o
un humeante café. Los amigos, cuando son sinceros, son parte, de alguna manera,
de nuestra familia.
*****
Edição preparada por Floriano Martins. Página ilustrada
com obras de Arshile Gorky (Armênia, 1904-1948), artista convidado da presente edição.
*****
Agulha
Revista de Cultura
Número
124 | Dezembro de 2018
editor
geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor
assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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& design | FLORIANO MARTINS
revisão
de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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